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Un Seat León de color rojo salió del aparcamiento subterráneo de la calle Pintor Fortuny. El hombre de negro condujo despacio hasta la calle de la Riera Alta, donde torció hacia el puerto de Barcelona. En la calle Ample había un pequeño garaje de una sola plaza. Cuando llegó la puerta estaba abierta. El Seat León aparcó dentro y la puerta se cerró.
En el garaje le esperaba un hombre con un pasamontañas de color gris oscuro que le cubría la cabeza. Apenas se distinguían dos ojos azulados. En su mano sostenía un destornillador.
Mientras el hombre de negro se fumó un cigarrillo, el hombre del pasamontañas desarmó las dos placas de matrícula y las cambió por otras con diferente numeración. El hombre de negro no lo miró mientras trabajaba, se dedicó a contemplar un cuadro de estilo naif que pendía en la sucia pared. Cuando hubo terminado de cambiar las placas abrió la guantera del coche y cambió la carpeta con la documentación del vehículo. Cerró la puerta de un golpazo y miró directamente a los ojos del hombre de negro, que en esos momentos arrojaba el cigarrillo al suelo del garaje. En ningún momento intercambiaron palabra alguna.