14
—¿Qué tal te ha ido la entrevista? —le preguntó el compañero de Diana, Luis, mientras los dos patrullaban por la calle Goya de Madrid.
Diana iba de copiloto y sostenía un cigarrillo en su mano derecha balanceándolo fuera de la ventanilla del vehículo. Algo que su compañero censuró con la mirada.
—No tires el cigarro a la calzada —dijo para incomodidad de Diana.
—Ya sé lo que tengo que hacer —replicó molesta—. No me ha ido muy bien la entrevista —respondió a la pregunta de Luis—. Esperaba a un inspector jefe de la Brigada de Delitos Tecnológicos y me he encontrado con una estirada inspectora.
—¿Arancha Arenzana? —preguntó su compañero.
—Sí —dijo Diana—. Creo que así es como se llama esa tía.
—Somos compañeros de promoción —dijo Luis—. Bueno, ella de inspectora y yo de policía, pero los dos coincidimos en la academia. ¿Sabes que estuvo liada con uno de los inspectores más emblemáticos de la Brigada?
Diana negó con la cabeza.
—No, no lo sabía.
—Con Vázquez —dijo Luis—. Tuvieron un romance de varios meses y creo que al final fue Vázquez el que la dejó. Esa Arancha está como una puta cabra.
—A mí no me ha caído bien —dijo Diana—. Se la ve una prepotente y una estirada.
—En el fondo, es buena tía; aunque muy suya —sonrió Luis—. En la academia decían que le iban las tías.
Diana sonrió.
—Eso es lo que os gusta a todos los hombres, ¿verdad? Las mujeres a las que les gustan otras mujeres.
Luis torció el rostro.
—Ya estamos con lo mismo. Solo te he hecho un comentario. Es lo que decían en la academia de ella: que le iba el vicio una cosa mala.
—A mí me ha parecido una pedante engreída y un poco marimacho, quizá por eso decís los hombres que es lesbiana. Os cuesta tan poco poner etiquetas.
—¿Crees que te darán la plaza? —preguntó Luis para cambiar de tema.
—No sé si al final me la darán o no, pero al menos lo he intentado.
—Lo mejor para curtirse como policía es la calle. —Luis llevaba diez años en radiopatrullas, siempre en el mismo distrito, y era de los policías más veteranos en los Zetas—. La calle es la calle y somos los que más hacemos por el cuerpo —afirmó refiriéndose a la Policía Nacional.
—Ya, pero a mí no me va eso de estar todo el día patrullando. Creo que valgo para algo más.
A Luis le pareció un comentario pretencioso por parte de su compañera, pero evitó pronunciarse.
—¿Sabes cuándo te dirán algo? Creo que esta semana terminan las entrevistas.
—No, no me han dicho nada. Supongo que me llamarán cuando se decidan.
—Ahora vengo —le dijo Luis bajándose del coche.
Diana arrojó el cigarrillo a la acera y vio como su compañero se acercaba a un puesto de la ONCE. Eran las cinco de la tarde y el tráfico entre la calle Serrano y Goya se empezaba a notar. Los coches se apiñaban en la plaza Colón. Un vehículo de la policía local se detuvo al lado. Diana pensó que la habían visto tirando el cigarrillo por la ventanilla.
—Aquí no puede aparcar, señorita —le dijo un chico joven y lampiño.
Diana se sorprendió al principio, pero luego se dio cuenta de que ella iba en un vehículo de la Policía Nacional y que aquel chico de la policía local estaba bromeando.
—Enseguida nos vamos, agente —dijo mostrando su mejor sonrisa—. En cuanto mi compañero compre los «ciegos».
En ese momento Luis regresaba de comprar el cupón y saludó amigablemente al policía local. Diana supo que los dos se conocían.
—Vaya compañera más guapa que tienes —dijo el policía local.
Diana ya estaba acostumbrada a esos comentarios.
—Guapa, sí —replicó Luis—, pero no veas lo antipática que es.
Los dos se rieron antes de que el coche de la policía local se perdiera calle abajo.
—Perdona —le dijo Luis—. Es Roberto, un compañero del colegio.
—Ya —dijo con aspereza Diana.
—Aquí está mi jubilación. —Mostró el cupón de la ONCE mientras lo balanceaba por delante de los ojos de Diana.
—Pues que tengas suerte —replicó cogiendo un cigarrillo de la guantera del coche.
El led de la emisora parpadeó.
—Zeta-17 adelante para X-1.
—¡Hala! Ya nos llaman —dijo Luis guardando el número de la ONCE en su cartera.
—Adelante para Zeta-17 —respondió a la llamada Diana apretando el botón de la portadora de la emisora, sin llegar a descolgarla de su enganche.
—¿Están ustedes ocupados? —preguntó la operadora de la Sala del 091 de Madrid.
—No —respondió Diana.
—Pasen por base y el miembro femenino de la dotación que se entreviste con el jefe de Seguridad Ciudadana.
—Recibido —replicó Diana.
—Un marrón —dijo Luis.
—¿Por?
—Porque siempre que llama el jefe es para algo malo.
Diana guardó el cigarrillo en el paquete sin llegar a encenderlo.