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El comisario Celestino se ladeó ligeramente en la silla de su despacho. Cruzó la pierna izquierda sobre la rodilla derecha y cogió una estilográfica que había encima de su mesa, la balanceó en la mano derecha frotando silenciosamente un calendario que había abierto por el lunes 9 de julio de 2012. Momentos antes había escrito las palabras Club Bilderberg, cuando las mencionó Vázquez. Diana se había sentado en un butacón cerca de la ventana y en su mano sostenía un paquete de tabaco al que no paraba de dar vueltas. Cuando la joven policía cruzó las piernas, su vestido rojo dejó poco a la imaginación.

—Vázquez —avanzó el comisario— nos quiere decir algo sobre el Club Bilderberg.

El inspector jefe se aclaró la garganta y comenzó a hablar.

—Creo que detrás del asesino del abecedario hay algo más que un simple obseso que se dedica a matar chicas jóvenes sometiéndolas antes a vejaciones sexuales. Ese tío no actúa solo y tiene que haber algún motivo para que cometa esos crímenes, y sobre todo para que los grabe en vídeo.

—¿Lo de que los graba ya está comprobado? —preguntó Arancha.

El comisario removió un grupo de folios que tenía sobre su mesa al mismo tiempo que dijo:

—Sí, sabemos con toda seguridad que graba lo que hace. En todas las escenas del crimen los de la Científica han hallado tres marcas de goma en el suelo, equidistantes —añadió—. Parece que no hay duda de que es un trípode sobre el que encaja una cámara. Lo que no sabemos es si es de fotos o de vídeo. Aún nos tiene que llegar el informe de Zaragoza y el de Albarracín, por supuesto —dijo el comisario ante la obviedad de que aún era muy reciente el crimen como para ya tener esos datos—, pero según los primeros análisis se trata del mismo trípode.

—Bueno —siguió hablando Vázquez—, y… ¿para qué graba lo que hace?

—Como recuerdo —respondió Arancha—. Para recrearse en sus crímenes. Para excitarse viendo cómo una de las chicas le come el coño a la otra.

Vázquez negó con la cabeza.

—Para que otros vean lo que ha hecho —dijo Diana, que había permanecido en silencio hasta entonces.

El comisario sonrió.

—¡Exacto! —exclamó Vázquez—. ¿Quién pagaría por esas imágenes? —preguntó a Diana directamente.

Arancha apretó los labios. Temía que ella supiera todas las respuestas.

—Nadie —respondió Diana—. Nadie pagaría por unas imágenes así. Nadie sería tan tonto de almacenar una prueba que lo llevaría a prisión una buena temporada.

—¿Alguien ha visto la película Eye Wide Shut? —A Diana le hizo gracia la pésima pronunciación en inglés de Vázquez.

—Sí —dijo Diana—. Además la he visto varias veces.

Arancha también había visto esa película muchas veces, pero no respondió.

—¿Y tú qué opinas, Arancha? —le preguntó el comisario.

La inspectora dudó unos instantes.

—Tiene sentido que el asesino grabe todo lo que hace —dijo—. Pero no creo que sea para enseñarlo a otras personas, sino más bien para su recreo personal. Estoy segura de que ese hijo de puta se masturba viendo la grabación.

—Hay un grupo de personas lo suficientemente poderosas como para poder ver esas imágenes en secreto sin que nadie lo sepa. Ni la policía, ni los servicios secretos, ni nadie. Un grupo como el de la película Eye Wide Shut que sea capaz de reunirse en un palacio y ver lo que el asesino ha grabado en una pantalla enorme.

—¿Son esos del Club Bilderberg? —preguntó Arancha.

—Esos u otros —dijo Vázquez—. He dicho Bilderberg porque son los más conocidos. Esos no se ocultan e incluso sus reuniones son públicas. Es decir —aclaró—, todo el mundo sabe dónde se reúnen; aunque lo hacen a puerta cerrada. Pero hay un montón de clubes de notables, de poderosos, de gente que son los que mueven los hilos de la economía y de la política. Ellos deciden cuándo empiezan las guerras y cuándo terminan, qué gobiernos ascienden al poder, qué dictadores conviene mantener y qué presidentes conviene eliminar. —El inspector jefe Vázquez había entrado en trance y divagaba con los ojos cerrados, como si estuviera visionando todo lo que decía—. Creo que detrás del asesino hay un grupo de personas que son los que le dan la información para ejecutar los crímenes.

—¿Un sicario? —interrumpió Arancha.

—Alguien le tiene que decir dónde viven esas chicas que tienen la misma edad y cuyos nombres comienzan por la misma letra, sus cuentas de Twitter, de Facebook, sus direcciones, sus andanzas. Alguien le tiene que marcar los objetivos. ¿Imagináis la infraestructura necesaria para ejecutar estos crímenes? —preguntó de forma retórica el inspector jefe—. Ningún particular sería capaz con sus propios medios de recabar la información necesaria. Tiene que haber toda una organización detrás que le vaya marcando los objetivos.

—Lo cierto es que nos está costando pillarlo —dijo el comisario.

—Eso es porque actúa en ciudades distintas, o incluso países —afirmó Arancha.

—El que haya tantas policías investigando lo único que hace es entorpecer y dificultar la investigación. —El comisario descruzó las piernas y se sentó correctamente delante de su mesa—. Tenemos a la Sûreté francesa, la Policía Nacional, la Guardia Civil, los Mossos…

—¿Qué dice el ministro del Interior? —preguntó Arancha.

—El ministro ni entra ni sale. Esto es un asunto policial y somos nosotros los que tenemos que solucionarlo. Mi colega de la Sûreté —dijo el comisario— me dará más información a lo largo de esta semana. La Guardia Civil de Málaga y la de Albarracín me han dicho que intentarán pasarme todos los datos que tengan de los crímenes que investigan ellos. Los Mossos son más reacios, pero tienen un comisario bastante competente que me ha asegurado que nos echará un cable.

—Todos los comisarios son competentes —dijo Vázquez sonriendo.

El comisario aceptó la broma y sonrió también.

—Vosotros no perdáis tiempo consultando datos. —El comisario se puso en pie para hablar—. Todo lo que sea investigación de base de datos que lo hagan los de la Brigada —dijo refiriéndose al grupo de la Policía Judicial—. Arancha —la inspectora se incorporó en su butaca—, da órdenes a los de tu grupo para que cotejen todos los datos de los crímenes con eventos de clubes importantes. Quiero saber si hubo alguna reunión del Bilderberg ese, o de otro por el estilo, los días previos a los crímenes.

—Sí —dijo Vázquez—. Un club poderoso quiere tener poder. Ya sé que es una obviedad, pero antiguamente los clubes buscaban decidir en las guerras, en los gobiernos, en la economía… Ahora puede que quieran decidir en Internet, en las redes sociales. Controlando las redes sociales controlarán el mundo —vaticinó Vázquez a modo de Apocalipsis—. El quinto poder —concluyó.

—Ya has oído, Arancha. Gestiona con los tuyos que rastreen todo Internet buscando grupos de control. Asociaciones, organismos, foros, grupos desestabilizadores… —El comisario había empezado a dar órdenes—. Luego, cuando lo tengas todo organizado, ponte en marcha con tu idea de tender una trampa al asesino. Crea esos perfiles con Diana —señaló con el dedo a la joven policía— y haz que caiga en la trampa. No hace falta que te recuerde que los dos últimos asesinatos se han producido en domingo. Los dos últimos domingos —elevó la voz—. Todo apunta a que volverá a actuar este domingo 15 de julio. Tenemos que saber dónde o tenemos que llevarlo a nuestro terreno. Hay que intentarlo todo. —Por el último comentario del jefe, Arancha y Diana intuyeron que no tenía mucha fe en esa estrategia para cazar al asesino—. Y tú, Vázquez —dijo señalando al inspector jefe—, lo que más te gusta, el trabajo de campo. Coge el AVE y vete a Huesca, estarás allí en un par de horas. Recaba información de ese policía que consultó el atestado de las chicas que mataron en Zaragoza. —Diana respiró de alivio al darse cuenta de que el comisario se había olvidado, al menos de forma momentánea, de que ella estuvo en Huesca y conocía a Andrés Hernández, el policía que consultó el atestado—. Luego vete a Teruel, haz que te lleve un coche nuestro desde la Jefatura de Aragón. Habla con el delegado de Hacienda, él vio al asesino…

—¿Y si el delegado es el asesino? —interrumpió Vázquez las órdenes del comisario.

—Ya sabes que no lo es. Habla con él, sácale todo lo que puedas; tú sabes hacerlo —alabó el comisario—. Seguro que los de la Brigada de Información y los de la Policía Judicial lo tienen atemorizado. Y un hombre con miedo nunca dice nada, y si lo dice es para mentir —sentenció—. Inspector jefe, inspectora —nombró sus cargos mientras los señalaba—, poneos a trabajar ahora mismo. Antes del domingo tenemos que saber quién es el asesino —dijo mirando a Vázquez—. O antes del domingo tenemos que saber dónde actuará —dijo mirando a Arancha y a Diana.

—¿Y la investigación de las redes sociales? —cuestionó Arancha.

El comisario torció la boca, no pareció gustarle esa pregunta.

—De Carnivore, Echelon y Prism ya me encargo yo —dijo hablando entre dientes—. Si nos pillan, con uno que pague el pato es suficiente.

Diana se acercó a la ventana con el paquete de tabaco en la mano.

—Ahora no, no fumes aquí —dijo el comisario—. Ya os podéis ir.

El comisario conectó el teléfono de su despacho y en ese mismo momento entraba una llamada.

—Sí. ¿Quién? ¿Está comprobado? ¿En Soria? Mándame un correo electrónico con toda la información. Sí, vale. Mantenme al corriente de todo.

Vázquez, Arancha y Diana se quedaron en la puerta del despacho sin salir, por la cara que puso el comisario parecía que la llamada era importante.

—Ha habido una explosión en Soria —dijo el comisario—. La Guardia Civil de Albarracín está interrogando a un posible testigo que vio como un hombre vestido de negro aparcó un Seat León a la entrada del pueblo el domingo por la tarde, cuando asesinaron a las hermanas de Albarracín. La matrícula era falsa, ya que no se corresponde con ningún coche matriculado. El grupo de la Judicial se ha puesto en contacto con la Guardia Civil de Albarracín, creen que es el coche del asesino.

—Lo ha hecho para borrar posibles huellas —dijo Vázquez.

—Está empezando a cometer errores —murmuró el comisario—. Ahora es cuando empieza a ser un asesino muy peligroso. Si el coche hubiera explotado cinco minutos antes, hubiera matado a unos niños que jugaban en un parque próximo.