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El hombre de negro aparcó el Seat León en el primer aparcamiento que halló a la entrada del pueblo. Abrió el maletero del coche y cogió una cuerda de nailon que se metió en un bolso de tela. Una pareja joven que estaba sentada en la terraza del bar de enfrente, donde había dejado el coche, lo miraron. Albarracín es una localidad donde se practican deportes de montaña, así que no les extrañó que ese hombre cogiera una cuerda de nailon y la metiera en una mochila.

Subió una empinada rampa que le llevó directamente hasta la plaza principal del pueblo. Desde allí accedió a una calleja donde únicamente había una casa entera. Las demás, o estaban en obras o estaban completamente derruidas. A esa hora el calor era abrasador y no había nadie en la calle. Eran las tres de la tarde del domingo 8 de julio.

En el balcón de la única casa habitada había una chica joven que leía un libro sentada a una mesa pequeña de madera. El hombre de negro levantó la vista y supo enseguida quién era ella.

—Beatriz —la llamó.

La chica se incorporó sobre la barandilla y miró al hombre. Y aunque se fijó bien en él no atinó a reconocerlo.

—Sí —dijo la chica—. ¿Qué quiere?

—Soy amigo de Rubén —dijo—. El delegado de Hacienda de Teruel —sonrió.

—¿Rubén? —preguntó otra chica que en ese momento salía al balcón. El hombre supo que era Bárbara, la hermana de Beatriz—. Conozco a Rubén —dijo—, pero… ¿quién es usted?

—Soy un amigo de Rubén. Un buen amigo. Estoy de viaje —sonrió—. Y solo quería saludarlas.

—Un poco pronto para saludos —dijo Bárbara mirando un reloj que había colgado en el balcón.

El hombre de negro se fijó en que en una de las esquinas del balcón había una bombilla de color rojo que permanecía apagada. Sabía que en los pueblos se utilizaba para indicar si las meretrices estaban disponibles. Encima de la bombilla había un interruptor, y al lado, un reloj de agujas.

—Os traigo un regalo —insistió.

Del bolsillo de su pantalón extrajo un puñado de billetes de cincuenta euros. Las chicas pudieron contar hasta cuatro.

—Doscientos euros —dijo Bárbara alzando la voz. A la chica no le importaba hablar en voz alta ya que no había nadie en la calle y las casas de al lado estaban vacías—. ¿Por una de nosotras?

—Doscientos por cada una de vosotras —respondió el hombre sacando un puñado de billetes idéntico del otro bolsillo del pantalón.

—¿Podrás con las dos? —preguntó Beatriz poniéndose de pie.

El hombre contempló a las dos hermanas juntas. Desde luego eran dos bellezas, pensó.

—¿No serás tú @alphonsedonatien? —preguntó Bárbara sosteniendo en su mano un teléfono móvil—. Ayer me llegó un mensaje privado de @petitvolontaire solicitando que te siguiéramos.

El hombre de negro pensó que @petitvolontaire era un nombre de usuario muy original. Muy poca gente sabía que Petit Volontaire (el pequeño voluntario) era el apelativo con el que se conocía a Voltaire.

—Así es —dijo—. Me gustaría averiguar qué podéis hacer por cuatrocientos euros.

—Sube —le dijo Bárbara—. La puerta de abajo está abierta.