26
El comisario Celestino Rivero se retrepó en la cómoda silla de su despacho de la primera planta de la Brigada de Delitos Tecnológicos. La puerta entreabierta indicaba que cualquier policía del edificio podía entrar sin pedir permiso. Sobre su mesa había varios papeles esparcidos y la pantalla del teléfono móvil parpadeaba indicando que estaba entrando una llamada, pero el comisario no respondió. Lo había puesto en modo silencio hacía apenas unos minutos, con la firme determinación de no ser interrumpido. Eran las ocho y media del lunes 9 de julio.
—Buenos días —saludó Vázquez desde el marco de la puerta.
El inspector jefe accedió al despacho dejando sobre uno de los butacones la chaqueta que pendía de su brazo izquierdo.
—¿Hasta cuándo piensas ir con chaqueta? —le preguntó el comisario sonriendo.
—Hasta el cuarenta de mayo no te quites… —se detuvo Vázquez al darse cuenta de que ya estaban en la primera semana de julio—. Bueno —justificó—, nunca se sabe si va a volver el frío.
—Edelmiro, cierra la puerta —le dijo el comisario.
El comisario Celestino Rivero era de los pocos que se permitían la licencia de llamar a Vázquez por su nombre de pila: Edelmiro.
Vázquez cerró la puerta mientras el comisario se ponía de pie y cerraba la ventana. Antes de sentarse en uno de los butacones accionó el aire acondicionado. El inspector jefe supo que le iba a decir algo importante.
—Acabo de hablar con la Comisaría General de Policía Judicial —comenzó a decir Celestino Rivero—. Bueno, más concretamente me ha llamado el director adjunto operativo.
Vázquez sabía que cuando llamaban de la dirección es que el asunto era realmente serio.
—Ayer por la tarde mataron a otras dos chicas en una localidad de Teruel, Albarracín. Un pueblo de apenas mil habitantes, aunque muy turístico. La investigación la lleva la Guardia Civil, pero la Jefatura Superior de Aragón ha trasladado agentes del grupo de homicidios de Zaragoza para que averigüen todo lo que puedan sobre ese crimen.
—¿Es nuestro hombre? —preguntó Vázquez, solemne.
—Las dos chicas eran hermanas que ejercían la prostitución. Cuando te diga los nombres te vas a morir de la risa —avanzó.
Vázquez no dijo nada.
—Beatriz y Bárbara —dijo el comisario.
—La letra «be» —mencionó Vázquez—. Ha cambiado el orden —puntualizó como si eso fuera importante.
—El orden es lo de menos, Edelmiro —elevó la voz el comisario—. Ya no hay orden, ni concierto, ni nada. El asesino está perdiendo la cabeza. Mata sin ton ni son, los crímenes son cada vez más seguidos. El uno de julio mató a las dos chicas de Zaragoza, y una semana después, también en domingo, mató a las de Albarracín. No anda muy lejos el hijo de puta, se mueve poco. De Albarracín a Zaragoza apenas hay doscientos kilómetros, o puede que menos. El hijo de puta sigue con un único patrón…
—El nombre de las chicas —interrumpió Vázquez.
—El nombre, que tampoco sigue un orden. Pero sí que las dos chicas se llaman igual —afirmó el comisario—. Y la forma de matarlas es idéntica.
—Una atada desangrándose y la otra delante de ella degollada.
—Sí, sí, igual en todas. La policía científica y el forense están aún haciendo pruebas, pero ocurre lo mismo en todos los crímenes. Hay marcas de las rodillas de una de las chicas delante de la otra, las pruebas de la saliva y el ADN y las dichosas ruedas de lo que parece un trípode. El hijo de puta obliga a una de ellas a practicarle el cunnilingus a la otra, mientras está atada. Luego viola a la que está atada mientras se muere desangrada y la otra lo mira todo, para acabar degollando a la última. O al revés, los forenses no se ponen de acuerdo para saber a quién mata primero.
—Y lo graba todo —dijo Vázquez—. Si no, no tendría sentido hacer algo así.
—Claro que lo graba, Edelmiro —dijo colérico el comisario—. ¿Por qué iba a hacer algo así si no lo grabara como recuerdo? Y por eso lo vamos a pillar, porque esas grabaciones o fotos o lo que sea deben de estar en algún sitio. Y deseo —añadió—, que sea en una nube de algún servidor de Internet, ya que tenemos a los programas Carnivore y Echelon rastreando toda la red. ¿Recuerdas lo del pederasta de Figueras?
—Sí, claro, cómo me iba a olvidar. Lo localizamos gracias a la Marina estadounidense —dijo Vázquez.
—Bueno, en esa época había buenas relaciones entre el Gobierno de Aznar y el de Bush y los americanos nos ayudaron mucho. Ahora es más difícil y sobre todo al no tratarse de un caso de terrorismo. Si ese hijo de puta fuese un terrorista ya estarían los satélites estadounidenses apuntándole a los huevos.
El comisario respiró profundamente. Su voz se había desvanecido al elevar el tono.
—Bueno. Hay dos cosas que te quiero comentar antes de que vengan las Twittercop.
—¿Twittercop? —preguntó Vázquez, risueño.
—¿No lo sabes? A Arancha y Diana las han bautizado como las Twittercop.
Vázquez soltó una risotada.
—Los muchachos de la Brigada son unos cachondos.
—Sí, sí. —El comisario parecía que no quería perder el tiempo hablando de cosas banales—. Bien, hay dos o tres cosas que quiero comentarte.
—Antes has dicho dos.
—No me interrumpas más o no acabaremos ni para el mes de agosto —se quejó el comisario—. Los de la Brigada de Información dicen que es posible que no sea un único asesino, sino varios, y que estén organizados.
Vázquez frunció el ceño mientras negaba con la cabeza.
—Escucha, escucha lo que te voy a decir. —El semblante del comisario se tornó serio—. Días antes de asesinar a las chicas de Zaragoza, Fátima y Fedra —dijo de memoria—, un policía de la comisaria de Huesca llamado Andrés Hernández estuvo consultando el atestado de la detención de esas dos prostitutas. El grupo de informática de El Escorial ha revisado todos los accesos a la base de datos de la policía y salvo dos consultas rutinarias de los de Judicial de Zaragoza, hay una de ese tal Andrés de Huesca que estuvo visualizando el atestado donde figuraban como detenidas las dos fulanas de Zaragoza.
—Puede haber sido una consulta casual —defendió Vázquez.
—Puede que sí o puede que no —dijo el comisario—. ¿Por qué coño un policía de Huesca se mete en un atestado de la Jefatura de Aragón? Pero, bueno, hay más que te contaré después.
Vázquez cambió la posición de sus piernas y colocó la rodilla derecha sobre la izquierda.
—La mañana antes de asesinar a las de Albarracín —siguió hablando el comisario—, el delegado de Hacienda de Teruel, que por lo que parece es un vicioso y le gustan las putas más que a un tonto un lapicero, les envió un mensaje privado por Twitter a la cuenta que utilizan las dos chicas y les pidió que siguieran a… Sé que no te lo vas a creer —avanzó—. Que siguieran a @alphonsedonatien.
—Alphonse Donatien —repitió Vázquez, despacio—. ¡El marqués de Sade!
—Tócate los cojones —chilló el comisario—. Es lo que decías tú de que el asesino seguía las pautas marcadas por el marqués hijo de puta Sade.
—¿Están detenidos? —preguntó Vázquez.
—¿El policía de Huesca y el delegado de Hacienda de Teruel? No, no lo están, pero tienen a toda la Policía Judicial y a la Brigada de Información encima. No pueden ir ni a mear sin que lo sepamos.
—No lo entiendo —dijo Vázquez—. Lo del delegado de Hacienda, aún, pero un policía, por muy tocho que sea, sabe que lo podemos localizar. Sabe que miraremos las consultas, los teléfonos, las IP de las conexiones… ¿Un policía?
—Vamos por partes —dijo el comisario—. No es un policía cualquiera. ¿Te acuerdas de ese imbécil que declaró ante un juez que sabía lo que pasó cuando desapareció el Nani?
—¿Ese?
—Ese mismo. Ese ha sido el que ha consultado el atestado de las chicas de Zaragoza. Y, además, me acabo de enterar hace una hora de que fue el tutor de una tal Diana Dávila cuando hacía las prácticas en la comisaria de Huesca.
—La Twittercop —dijo Vázquez.
—Esa misma —dijo el comisario poniendo voz de flauta—. Y… bueno, ¿qué tal te llevas con Arancha desde que lo dejasteis?
—Arancha es buena tía —dijo Vázquez.
—Arancha es buena tía, buena funcionaria y la mejor jefa de Brigada que hemos tenido —avaló el comisario—. Pero es una viciosa, Vázquez, ¿o no?
Vázquez bajó la cabeza.
—Ya sabes que no me gusta hablar de eso, Celestino.
—Nunca te he preguntado nada, ya lo sabes. Somos amigos desde hace treinta años, pero las casualidades no existen y tenemos demasiados datos conexos. Un policía de Huesca que traicionó a toda la Policía Nacional contando lo del Nani y jodió a más de un compañero que tuvo que ir a la cárcel, con el descrédito que eso supuso para el cuerpo y para los policías que estuvieron en ese caso, una joven policía que por lo que cuentan le gusta todo, lo mismo le da a un ajo que a una cebolla. Y una jefa de brigada en la que confío, pero que, tú y yo sabemos, también le da a todo. ¿Te has fijado en cómo mira a esa chiquilla?
—La eligió ella para el grupo —dijo Vázquez.
—Claro que la eligió. Ya viste como vino vestida el día de la presentación. Arancha, hasta ahora, siempre ha sido muy eficiente, pero esa idea de tender un cebo al asesino y hacerse pasar por dos víctimas… ¿no te parece que quiere liarse con esa cría?
Vázquez no respondió.
—Responde, hombre, ¿no crees que lo de hacerse pasar por las víctimas es para tirarse a esa chica? —volvió a preguntar.
—Hombre, Celestino —dijo Vázquez—. A Arancha le gusta todo y es muy activa sexualmente. No niego que quizá le guste esa policía… ¿quién no? —sonrió—. Pero ya sabes que es una gran profesional y lo primero es lo primero.
—Está bien, está bien —asintió el comisario—. Vamos a darle una oportunidad. Pero a partir de ahora hay datos de la investigación que habrá que reservar.
—Siempre lo hemos hecho, ¿no? —dijo Vázquez como si lo que le decía el comisario fuese algo anormal.
—Ya, ya, pero me refiero a lo del policía de Huesca, que Diana conoce, y a lo del delegado de Hacienda de Teruel que no sabemos qué vela tiene en este entierro.
—Vale, vale —acató Vázquez.
—Bien, voy a llamar a las Twittercop y vamos a preparar la estrategia para coger al asesino o a los asesinos. El director adjunto operativo me ha asegurado que disponemos de un comando del Grupo de Operaciones Especiales a nuestra disposición. Una llamada de teléfono y despega el helicóptero desde Guadalajara. ¿Alguna cosa más antes de que les diga a esas dos que vengan?
—No —negó Vázquez—. Bueno, sí.
—¿Sí o no?
—¿Has oído hablar de un grupo llamado el Club Bilderberg?