42

El jueves 12 de julio, a las ocho de la mañana, Vázquez recibió una llamada en su teléfono móvil del comisario Celestino Rivero. El jefe de la Brigada de Delitos Tecnológicos quería saber cómo iban las pesquisas en Huesca y Teruel.

—Supongo que ya estarás de vuelta —le dijo—. Las Twittercop están preparando todo para cazar al asesino este domingo.

—¿Cazar al asesino? —preguntó Vázquez. El inspector jefe apenas hacía treinta minutos que se había levantado y su mente analítica aún no se había desperezado.

—Sí, las chicas —dijo el comisario refiriéndose a Arancha y Diana— han logrado contactar con el asesino. Figúrate, el hijo de puta se hace pasar por una de las quinceañeras asesinadas en Barcelona. Ya se lo he comunicado al director adjunto para que dé instrucciones al GEO y se encargue de la coordinación con los Mossos d’Esquadra. Ya sabes que a la policía autonómica no le gusta que trabajemos en su tierra.

—¿Cómo lo han hecho?

—Ya sabes que Arancha es muy suya —respondió el comisario—. No me lo ha dicho, pero las dos han ido dejando cebos por las redes sociales con el rollo ese de quinceañeras buscan sexo a granel, y por lo que parece el hijo de puta ha picado de lleno.

A Vázquez le parecía imposible que la estrategia de Arancha hubiera surtido efecto.

—Bien, bien. Así que el domingo lo cogeremos. Bueno, ya tengo ganas de que termine todo —dijo Vázquez quedamente.

—De todas formas —avanzó el comisario—, ya sabemos quién es el asesino. Es lo que habíamos supuesto en un primer momento, el policía ese de Huesca.

Vázquez se puso en pie en la habitación del hotel y se acercó a la ventana. El comisario lo había puesto nervioso. Se preguntó cómo es que Celestino Rivero se enteraba de las cosas tan rápido. Y también se preguntó si no sería él quien mandó a los de Asuntos Internos a Teruel con el fin de convencer al delegado de Hacienda de que Andrés Hernández fue el que estuvo hablando con él días antes de que asesinaran a las chicas de Albarracín. Era una idea absurda; para Vázquez, el policía de Huesca no tenía nada que ver. Alguien estaba tratando de tenderle una trampa.

—El policía no tiene nada que ver con los crímenes —insistió Vázquez.

—Tenemos una declaración firmada de un testigo que asegura que fue el hombre que estuvo hablando con el delegado de Hacienda —dijo el comisario—. Tenemos un informe del grupo de la Judicial de Zaragoza que dice que ese policía fue el que leyó el atestado de las chicas de Zaragoza. Y, además, hemos confirmado que el sábado 16 de junio, cuando mataron a las chicas de Barcelona, ese policía estuvo allí, en la Ciudad Condal. Viajó el viernes 15 por la tarde, eso está confirmado por la comisaría de Huesca, ya que solicitó una orden de viaje.

—¿Una orden de viaje? —preguntó con ironía Vázquez—. ¿Para qué iba a solicitar una orden de viaje para ir a Barcelona a matar a dos quinceañeras?

—Eso no lo sé —replicó el comisario—. No estoy en la cabeza de ese policía y no sé por qué actúa de una manera o de otra. Tú lo has visto, ¿tiene un tatuaje en la mano derecha, entre el pulgar y el dedo índice?

—No, no —negó tajante Vázquez—. El delegado de Hacienda de Teruel me lo ha dicho. Me ha dicho que son dos letras «J» juntas. El hombre que le visitó tenía ese tatuaje, pero el policía de Huesca no lo tiene. No son la misma persona, Celestino, te lo puedo asegurar. ¿Cómo sabes lo del tatuaje?

—La policía de Soria le ha tomado declaración a los dos menores que vieron al hombre ese antes de que explosionara su coche, uno de ellos se fijó en que tenía el tatuaje —respondió el comisario.

—Otra cosa —siguió argumentando Vázquez—, el delegado me ha dicho que ese hombre tenía un diente de oro y el policía de Huesca tiene una dentadura perfecta.

—¿Un diente de oro? —preguntó extrañado el comisario.

—Sí, un colmillo seguramente. No se ve si no se ríe —dijo Vázquez, pensando en lo absurdo que era que un asesino así se riera.

—En España hace muchos años que no se ponen dientes de oro. Entonces no es español —concluyó el comisario.

—Sí, eso mismo pensé yo cuando me enteré. ¿Está confirmado que el policía de Huesca fue a Barcelona el 15 de junio? —insistió Vázquez.

—Sí, sí, la secretaría general de Huesca grabó en la aplicación policial que gestiona las dietas de los funcionarios una orden de viaje completa para la noche del 15 de junio en un hotel de Barcelona.

—¿No te parece extraño que ese policía se desplazara hasta Barcelona con orden de viaje? —preguntó Vázquez. Al inspector jefe le parecía absurdo que el policía, en caso de ser el asesino, fuese dejando pistas tan obvias.

—Ya te digo que no sabemos cómo actúa ni por qué lo hace. Seguramente sea un loco y mate a esas chicas por placer. De la manera que está actuando últimamente se ha desbocado y ha perdido el control por completo. Ha pasado de cometer crímenes por años a hacerlo por semanas. Me pondré en contacto con la Sûreté y con la Guardia Civil de Málaga para ver si podemos ubicar a ese policía en los otros crímenes. ¿Regresas a Madrid?

—Esta tarde —respondió Vázquez—. Antes tengo que averiguar algo más.

—Déjalo, Edelmiro. No indagues más y regresa, te necesitamos aquí para preparar el cebo que van a tender las Twittercop. Si sigues en Huesca, la cagarás, y ese cabrón acabará por enterarse de que vamos tras él.

—Esta tarde, Celestino, esta tarde regreso.

Y cuando hubo colgado el teléfono, Vázquez dejó la maleta en consigna del hotel y se encaminó a la comisaría de Huesca, tenía que hacerle una pregunta al comisario Daniel Tosat.

Andrés Hernández recibió al inspector jefe Vázquez en la Oficina de Denuncias.

—Me voy esta tarde —le dijo al entrar.

El policía lo miró a los ojos y supo enseguida que el inspector de Madrid no había ido solo a despedirse.

—¿Ha encontrado lo que buscaba, inspector jefe?

—Todavía no, pero lo encontraré.

—Le he estado dando vueltas a lo extraño de la visita de ese hombre, el tal Manuel Galván —dijo Andrés Hernández—. No me cabe en la cabeza que un asesino pueda presentarse así, en mi Oficina de Denuncias, y recabar datos de un atestado de la policía desde mi ordenador. No tiene ningún sentido. Todas las cámaras de acceso a la comisaría grabaron su imagen. Ese hombre se expuso de forma innecesaria a ser reconocido.

—Pero usted me dijo que no había tal grabación —objetó Vázquez.

—La hubo, ya que las cintas solo conservan las imágenes una semana, como le dije ayer.

—Bueno, me marcho —cortó Vázquez—. Ha sido un placer conocerle —le estrechó la mano.

El inspector jefe salió de la Oficina de Denuncias y subió hasta el despacho del comisario de Huesca. Daniel Tosat tenía la puerta abierta y estaba leyendo lo que parecía un atestado policial.

—Jefe —le dijo Vázquez—, ya me marcho.

El comisario se puso en pie.

—¿Has encontrado lo que venías buscando?

—Casi. Solo me falta una gestión, y me tendrás que ayudar a hacerla.

—Si está en mi mano…

—Sé que el día 15 de junio, el policía de la Oficina de Denuncias estuvo en Barcelona. Para viajar solicitó una orden de viaje. ¿Me lo puedes comprobar?

—Sí, por supuesto —dijo saliendo a la puerta. Junto a su despacho estaba la Secretaría General.

—Encarna —le dijo a la secretaria—, ¿puedes acceder al programa de Dietas y mirar si Andrés Hernández viajó el día…? ¿Qué día era? —le preguntó a Vázquez.

—El 15 de junio.

—Sí, el día 15 de junio.

La secretaria tecleó en el ordenador y respondió enseguida.

—Sí, Andrés estuvo en Barcelona el 15 de junio. Tenía un juicio.

—¿Contesta eso a tu pregunta? —le dijo el comisario a Vázquez.

—Supongo que sí. ¿Hay copia de la citación judicial?

—¿Adónde quieres llegar? —replicó el comisario.

—Saber si realmente fue a Barcelona por un juicio.

El comisario sabía que el 16 de junio asesinaron en Barcelona a dos chicas de la misma forma que luego asesinaron a dos más en Zaragoza y otras dos en Albarracín.

—Así que es eso —sonrió—. Sospechas de mi policía como autor de esos crímenes. ¿Tanto os cuesta a los de Madrid decir las cosas?

Vázquez se limitó a sonreír.

—O acaso sospecháis de mí también.

—No, Daniel, lo que pasa es que es un tema muy delicado y no soy el investigador oficial. Al tratarse de un policía están llevando el tema los de Asuntos Internos.

—Entiendo. Imprime el expediente del juicio de Barcelona —ordenó a su secretaria.

El comisario cogió el grupo de folios que escupió la impresora, cerró la puerta del despacho y se sentó en su silla.

—Siéntate, hombre, que voy a darte lo que buscas.

Se puso unas gafas de leer y ojeó por encima los folios.

—Bien, está todo correcto. Andrés Hernández fue a Barcelona el 15 de junio y regresó el 16. Tuvo un juicio en el Juzgado de lo Penal número 1.

—¿La citación? —preguntó Vázquez.

—¿Qué citación?

—Quiero ver la citación del juzgado.

—¿Esta? —El comisario mostró uno de los folios.

Vázquez pudo ver una copia de la citación judicial, con un número de registro de entrada, un sello en blanco y negro del Juzgado de Barcelona, los datos del juicio, la fecha y la firma.

—¿Cómo la envían?

El comisario arqueó las cejas. Las preguntas de Vázquez le estaban incomodando.

—Llega por correo electrónico interno. La secretaria la recibe, la imprime, le da un número de entrada y la entrega al funcionario que tiene que viajar. Una vez autorizada la orden de viaje, Habilitación le ingresa el importe del desplazamiento y del hotel en la cuenta del funcionario que tiene que viajar. Lo que llamamos la dieta completa —dijo con retintín.

—¿Me puedo quedar esa?

El comisario se mordió el labio superior, su rostro se afeó tanto que a Vázquez le recordó un ogro.

—Sí, por supuesto, es una copia impresa. El original lo tendrá el Juzgado de Barcelona —respondió.