17
Diana Dávila traspasó la puerta principal de la sede de la Brigada de Investigación Tecnológica del Centro Policial de Canillas. Uno de los dos policías que prestaban seguridad en el edificio le preguntó adónde iba.
—Me espera la inspectora Arancha Arenzana.
—Segunda planta a la derecha —le dijo—. Ahí tienes el ascensor —señaló con la mano.
Para esa ocasión, Diana se vistió más recatada. Un pantalón vaquero ajustado y un suéter de color azul a juego con el pantalón. No quería causar mala impresión a la inspectora de la Brigada; aunque al no vestir de uniforme se permitió la licencia de llevar el pelo suelto.
Subió por la escalera, desoyendo la recomendación del policía de seguridad de coger el ascensor. Cuando llegó al rellano de la segunda planta vio al fondo a la derecha un despacho abierto y detrás de una mesa de metal, muy moderna, reconoció a la inspectora que la había entrevistado hacía tres días. Al ver que ella estaba hablando con alguien, prefirió preguntar antes de entrar.
—¿Se puede? —preguntó.
La inspectora Arancha Arenzana levantó la cabeza de unos papeles que tenía sobre la mesa y con semblante serio le dijo que se esperara fuera. A su lado había un chico grueso con unas aparatosas gafas y vestido con una bata blanca. En el bolsillo de la bata tenía hasta cinco bolígrafos, según contó Diana. El chico estaba agachado detrás del ordenador de la inspectora y solamente se le veía asomar por encima del monitor su cabeza completamente rapada.
—Gracias, César —dijo Arancha—. Espero que no se cuelgue más.
—Si me hicieran caso y pusieran ordenadores con Linux en toda la comisaría, esto no pasaría —dijo el informático.
El hombre de la bata blanca metió unos cables en un maletín de plástico negro y salió del despacho de la inspectora. Ni siquiera miró a Diana cuando pasó por su lado.
—Ya puedes pasar —le dijo la inspectora a Diana componiendo en su cara algo parecido a una sonrisa.
La joven policía accedió al interior del despacho y se quedó de pie delante de la mesa.
—Siéntate —le dijo la inspectora, sentándose ella al otro lado de la mesa.
Diana se sentó y observó la ausencia de material de oficina en el despacho, por lo que intuyó que era una especie de sala de entrevistas. Un solitario ordenador que según parecía acababan de reparar era todo lo que había sobre la mesa.
—Antes de que entres en la Brigada quería hablar contigo —dijo la inspectora—. He sido yo la que te he escogido y el motivo es porque estamos trabajando en un asunto para el que creo nos serás útil.
Por la forma de hablar de la inspectora, Diana se sintió como un conejillo de Indias.
—Te cuento para qué es y tú me dirás si estás dispuesta. ¿Qué te parece?
—Me parece bien —respondió Diana con dureza.
—La Brigada es una unidad operativa —comenzó a explicar—. Eso quiere decir que no solo hace trabajo de oficina, sino que también salimos a la calle.
Diana asintió con la cabeza.
—Estamos investigando una serie de crímenes de alguien que utiliza las redes sociales para contactar con las víctimas. Hasta la fecha hemos contabilizado tres hechos relacionados entre sí. A pesar de que se han efectuado en lugares y épocas distintas. Todos los asesinatos tienen un patrón en común y el SAC dice que volverá a actuar otra vez a no ser que lo detengamos antes. ¿Alguna pregunta? —Arancha esperaba que Diana le preguntara qué era el SAC.
—No, hasta ahora todo bien.
—Una chica lista —sonrió la inspectora—. ¿Sabes qué es el SAC?
—La Sección de Análisis de Conducta de la Policía Nacional —respondió sin detenerse a pensar.
La inspectora frunció el entrecejo mostrando una frente arrugada.
—Muy bien. Veo que has estudiado.
—No me trates como si fuese una tonta —le dijo Diana para sorpresa de la inspectora—. Puede que acabe de entrar en la policía, pero sé reconocer cuando alguien me infravalora.
La inspectora entró en cólera y su rostro se amorató.
—Te recuerdo que estás hablando con una inspectora del Cuerpo Nacional de Policía —le dijo.
Diana se puso en pie. Al hacerlo tan rápido dejó al descubierto su ombligo. Arancha no pudo evitar que sus ojos se fueran al vientre de Diana y se clavaran en el piercing.
—Lo siento, pensé que iba a entrar en una Brigada distinta a las demás. Para seguir con la servidumbre mejor me vuelvo a los Zetas.
Arancha necesitaba a esa chica si quería atrapar al asesino. Pero la inspectora sabía que la relación no iba a ser fácil, Diana era dominante y tenía las ideas muy claras.
—Espera, espera, espera… —dijo alargando la última vocal—. No vayas tan rápido. Siéntate y seguimos hablando. Quizá no hemos empezado con buen pie.
Diana volvió a sentarse. Arancha pudo percibir un fuerte olor a perfume. Desde luego, la chica sabía vestir y sabía perfumarse, pensó.
—Aún no sabemos cómo lo vamos a hacer —retomó la conversación la inspectora—, pero hay un asesino que ha matado a seis quinceañeras en cinco años y estamos convencidos de que volverá a actuar si no lo atrapamos antes.
Diana se acordó de su madre cuando le dijo que habían matado a dos chicas de quince años en Barcelona. Seguramente ella se refería a uno de esos crímenes.
—¿En Barcelona? —preguntó.
—El último sí. —La inspectora supuso que Diana ya conocía el crimen—. Pero el mismo asesino actuó hace dos años en Nimes y hace cinco en Málaga. En las tres ocasiones mató a dos chicas de quince años. La semejanza entre los asesinatos nos ha llevado a sospechar que se trata de la misma persona.
—¿Dónde encajo yo? —preguntó la joven policía sin andarse por las ramas.
—La única manera que se nos ocurre de cazar al asesino es tendiéndole una trampa.
—¿Ponerse en contacto con él? —preguntó Diana.
—Los del SAC y un inspector jefe muy hábil que tenemos en la Brigada —dijo refiriéndose a Vázquez, aunque Diana no lo conocía— han trazado un perfil bastante ajustado del asesino, ya que mata siguiendo unas pautas muy curiosas.
—¿Un asesino en serie?
—Algo así; aunque no conocemos a ningún asesino como este. Parece que sigue un libro del marqués de Sade, al menos en la metodología sexual.
A Diana le costaba comprender las explicaciones de la inspectora.
—¿Las viola de alguna forma?
—Uf, sabes qué pasa, Diana, que no te puedo resumir en unos minutos todo el asunto, para eso necesito más tiempo. Y para contarte todos los detalles debo estar segura de que quieres seguir con nosotros. De momento quédate con que le queremos tender una trampa al asesino porque, si no, no lo pillaremos nunca.
—¿Y yo seré una de esas quinceañeras a las que quiere matar? —dijo sin poder evitar que se le escapara la risa.
La inspectora sonrió también.
—¿Cuántos años tienes?
—Veintidós.
—Delgada, de tez aniñada… —dijo Arancha— posiblemente podrías pasar por una chica de quince años en el caso extremo de tener que hablar a través de una cámara web. De quince a veintidós tampoco van tantos años, ¿no?
Diana se acordó de la ropa que vistió para la primera entrevista y pensó que menos mal que no fue con dos coletas, como era su idea original.
—Es posible —asintió—. Aunque a través de las redes sociales no es necesario verse. Cualquiera podría hacerse pasar por una quinceañera, incluso un gordo barbudo.
—Eso es cierto, pero hay que saber moverse por Facebook y Twitter y hacer creer al asesino que realmente tienes esa edad. ¿Te ves capaz?
Diana balanceó la cabeza afirmativamente.
—En el supuesto de que tuvieras que hablar a través de una webcam no habría inconveniente en que dieras el pego —dijo Arancha—. Las webcam no tienen una gran resolución y tus facciones son… —pensó bien lo que iba a decir— muy juveniles.
Diana asintió con la barbilla.
—El asesino debe investigar a las víctimas antes de matarlas —prosiguió Arancha—. Tiene que seguirlas, espiarlas, vigilarlas, porque de otra forma no sabría quién son y dónde viven y cómo es que tienen quince años. Si yo pasara por el pasillo de ahí delante —dijo señalando hacia la puerta— y te viera aquí sentada, como estás ahora, me creería que tienes quince años.
—Sí —interrumpió Diana—. Pero si me investiga sabrá que no tengo quince años y que además soy policía.
Arancha chasqueó los labios.
—Ya, ya, pero por eso tenemos que hacerle creer que no eres policía y que tienes esa edad. Recuerda que vas a formar parte de la Brigada de Delitos Tecnológicos… —dijo dando a entender que lo de enmascarar su verdadera identidad era una obviedad.
—Antes me has dicho que mató a dos chicas.
—Así es —asintió la inspectora—. Yo seré la otra quinceañera.
A Diana, el ofrecimiento de la que iba a ser su jefa le pareció infantil y digno de una mujer inmadura. ¿Cómo iba a pensar alguien que ellas dos eran unas quinceañeras? Pero prefirió oír su propuesta completa antes de rechazar la plaza en la Brigada. Diana presentía que con la inspectora no se llevaría bien: las dos eran dominantes. Y sabía que en algún momento terminarían enfrentándose.