Capítulo 15

Ataviado para la batalla, Simon cabalgaba a un ritmo feroz en su enorme corcel en dirección al castillo de Blackthorne, acompañado de otro caballero con cota de malla y yelmo. Llevaban con ellos un corcel castaño oscuro sin jinete, cuya silla tan sólo portaba una espada envainada y un gran escudo en forma de lágrima, adornado con la cabeza de un lobo negro, símbolo de Dominic le Sabre, el lobo de los glendruid.

Los caballos y sus jinetes dejaban remolinos a su espalda al atravesar las silenciosas nieblas del otoño. Cruzaron el puente levadizo que conducía al patio adoquinado del castillo de Blackthorne y, un instante después, hicieron su entrada en la fortaleza.

Una mujer apareció en las escaleras del edificio interior, mirando con ansiedad hacia el patio. Cuando vio el corcel sin jinete, levantó con sus delicadas manos la suntuosa falda verde de su vestido y corrió escaleras abajo. Su diadema se deslizó, liberando un cabello rojo como el fuego que se agitaba en el viento mientras atravesaba el patio a toda prisa.

Angustiada, se acercó hasta los caballos sin preocuparse del peligro de ser pisoteada.

- ¿Dónde está Duncan? ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué tenéis su corcel?

- ¡Apártate Meg! -ordenó Simon, cuya montura se había encabritado-. Si te hiere uno de los caballos, Dominic me cortaría la cabeza.

- Haría mucho más que eso -dijo una potente voz a su espalda-. Clavaría tu corazón en una estaca.

Simon se dio la vuelta y vio a su hermano cruzando el patio empedrado.

El manto de Dominic, señor de Blackthorne, era largo, negro como su cabello, y carente de adorno alguno a excepción de un broche de plata. Era cuanto necesitaba para proclamar su posición. El pasador tenía la forma de la cabeza, de un lobo cuyos astutos ojos parecían observar el mundo con vieja sabiduría.

Se trataba del símbolo de poder del mítico clan celta de los glendruid. El milenario broche había permanecido perdido durante más de mil años hasta que Dominic le Sabre, un poderoso guerrero normando, se había hecho merecedor de llevarlo a pesar de no ser un glendruid.

Con rapidez, Dominic se interpuso entre los intranquilos caballos y su esposa. Sólo cuando Meg estuvo a salvo se giró hacia Simon, su hermano.

- ¿Está Duncan vivo? -le preguntó.

- Sí.

Meg cerró los ojos y murmuró una oración de agradecimiento. Dominic la atrajo hacia sí y la estrechó con fuerza mientras le susurraba algo al oído. Ella suspiró y apoyó la cabeza en su amplio pecho, aceptando el consuelo que su esposo le brindaba.

- ¿Está herido? -insistió Dominic.

- Sí… y no.

Los ojos plateados del señor de Blackthorne se entrecerraron, sopesando el tono neutro en la voz de su hermano.

Meg también miró fijamente a Simon, consciente del odio que habitaba tras su aparente calma. No lo había visto tan furioso desde que la había acusado injustamente de intentar envenenar a su esposo pocos días después de casarse.

Dominic giró sobre sus talones y miró al segundo caballero. El yelmo ocultaba su cabello rubio pero no la invernal claridad de sus ojos. Un leve movimiento de la cabeza de Sven le confirmó lo que ya sospechaba: no se debería pronunciar una palabra más sobre Duncan de Maxwell hasta que estuviesen en un lugar donde no pudieran ser escuchados.

- Entremos.

Un gesto de Dominic bastó para que vanos mozos se apresuraran a cruzar el patio para hacerse cargo de los caballos, y para que uno de los escuderos enviara a un siervo a la cocina en busca de comida.

Nadie volvió a pronunciar palabra hasta que no se hallaron en la privacidad del estudio del señor del castillo. Una vez se deshicieron de los empapados mantos, Dominic se dirigió a su hermano.

- Cuéntame qué sucede con Duncan.

- Lo han hechizado -afirmó Simon, sin ocultar ya su ira.

- ¿Hechizado? -se extrañó Meg-. ¿Cómo?

- No recuerda nada de su pasado. Ni Blackthorne, ni su voto de lealtad a Dominic, ni su compromiso con Ariane.

- ¡Maldición! -rugió Dominic-. Eso podría traernos problemas. El rey Henry se mostró especialmente complacido de contar con Duncan para la heredera normanda.

- Supongo que el barón de Deguerre no se mostró tan complacido con esa alianza -comentó Sven irónico.

- El barón soñaba con expandir su imperio con la boda de su hija -señaló Dominic con gesto severo-. En lugar de eso, la boda de Ariane consolidará el imperio de Henry.

- Y el vuestro -remarcó Sven satisfecho.

- Así es. ¿Habéis visto algún rastro de los hombres del barón en las tierras de la frontera?

- No -respondió Sven.

- ¿Simon?

- El único rastro que vi fue el de la brujería. -El tono de su hermano dejaba patente su furia e indignación ante lo que le había ocurrido a Duncan.

- La brujería es tu campo, no el mío -dijo Dominic con una sonrisa dirigiéndose a su esposa.

- ¿Qué es exactamente lo que crees que le han hecho? -preguntó Meg a su cuñado.

- Eso debería responderlo la bruja que vive en las tierras de la frontera.

- Cuéntame todo desde el principio, por favor.

Era al tiempo una orden y una petición.

Simon no se ofendió. Respetaba a su cuñada desde que había salvado la vida de Dominic, arriesgando la suya propia en el proceso.

- Sven y yo nos separamos en Sea Home -comenzó Simon-. Él quería confirmar los rumores que hablaban de un corcel que deambulaba por el bosque como un animal salvaje, eludiendo los intentos de los que habían intentado capturarlo. Un gran corcel de pelaje castaño oscuro…

- ¿El corcel de Duncan? -inquirió Meg, mirando a Sven.

- Eso es lo que yo sospechaba -apuntó el caballero-. Había oído a Duncan llamar a su caballo con un silbido especial, así que imité su silbido en el bosque hasta Shield me oyó y vino a mí trotando.

Meg se giró entonces hacia su cuñado instándole a que continuara el relato.

- Mientras Sven se hallaba en el bosque -siguió Simon-, traté de confirmar los rumores de unas extrañas idas y venidas a Sea Home.

- Eso es algo muy peligroso -susurró la joven después de respirar profundamente-. Lord Erik tiene fama de ser un poderoso hechicero y Sea Home está bajo su mando.

Los ojos negros de Simon brillaron de risa contenida. Que una mujer le regañara y se preocupara por él era una novedad; una novedad bastante agradable.

Todavía sonriendo, se quitó el yelmo y lo depositó en una mesa junto al de Sven.

- No sé si es un hechicero, pero se creyó la historia que me inventé sobre que estaba llevando a cabo una misión sagrada.

Meg emitió un sonido que demostraba su angustia ante los riesgos que había corrido su cuñado.

- No habían transcurrido más que unos días cuando un hombre y una doncella llegaron a Sea Home -agregó Simon-. La mujer iba vestida con lujosas ropas doradas y todas sus joyas estaban adornadas con ámbar.

- ¿Ámbar? -repitió Meg.

- Sí. De hecho, su nombre es Amber.

Dominic percibió la repentina tensión de su esposa.

- Amber -insistió Meg-. ¿Sin más?

- Al parecer no tiene familia -intervino Sven-. Y nadie, ni hombre ni mujer, tiene permiso para tocarla.

- Continúa -le pidió la joven a su cuñado con gesto preocupado.

- Creo que los rumores exageraban -ironizó Simon-. Amber buscaba el contacto de su compañero constantemente.

- Qué extraño. ¿Por qué tocaría a ese hombre? -dijo Meg, sorprendida-. Por lo que he oído nadie puede tocarla, pero tampoco ella puede tocar a nadie.

- Erik la utilizó para extraer la verdad de la mente de su acompañante -añadió Simon.

- Ése es su don. Ha sido instruida en la sabiduría de los Iniciados -explicó Meg.

- ¿Iniciados? -repitió Dominic.

- ¿No lo recuerdas? -respondió Meg-. Cuando planeabas distintos modos de hacerte con el castillo del Círculo de Piedra, te hablé sobre ellos.

Dominic frunció el ceño.

- Sí, pero, francamente, no di mucho crédito a todos esos rumores sobre hechiceros y profecías.

Meg lo miró divertida. Su esposo carecía de paciencia para todo lo que no pudiese tocar, medir, atacar o asediar.

O amar.

- En ocasiones, milord -le recordó Meg con suavidad-, aquello que no se puede tocar es más poderoso que lo que se tiene al alcance de la mano.

- Sabes demasiado bien que es difícil para mí entender algo así. -Dominic le dirigió una mirada llena de ternura-. Pero tengo la inmensa suerte de tenerte a mi lado para que me guíes.

La sonrisa que intercambiaron Meg y Dominic le recordó a Simon un gesto similar entre Amber y Duncan. Aquella comparación le incomodó y enfureció.

- Entonces -Meg volvió a dirigirse a su cuñado-, Amber estaba intentando averiguar si ese hombre decía la verdad. Continúa, por favor.

Simon y Sven intercambiaron una inquietante mirada.

- Lo cierto es que parecían amantes -masculló Simon.

- ¿Y qué importa eso? -le interrumpió Dominic, impaciente-. Me preocupa Duncan; no esa bruja celta.

- De eso se trata -dijo Simon-. El acompañante de la bruja era Duncan de Maxwell.

El gesto de Dominic cambió de inmediato y su cuerpo se tensó como si preparara para la batalla.

Y para matar.

- ¿Estaba preso? -exigió saber.

- No. Aunque Amber no soltaba su muñeca.

- No parece mucho para retener a un guerrero de la corpulencia de Duncan -señaló Dominic mordaz.

- Meg -dijo entonces Simon, mirando preocupado a su cuñada-, sé que aprecias mucho a Duncan pero…

- ¿Le ha ocurrido algo? -gimió angustiada-. ¡Has dicho que estaba bien!

Dominic frunció el ceño. Aunque no dudaba del profundo amor que su esposa sentía hacia él, todavía le incomodaba el afecto que existía entre Duncan y Meg.

- Me temo -continuó Simon- que esa maldita bruja se ha apropiado del alma de Duncan.

- Explícate -exigió Dominic en un tono que hizo que Sven lo mirase con inquietud.

Los diamantes del broche milenario destellaron como si estuvieran vivos y reflejasen la salvaje furia de su dueño.

- Ya os lo he dicho antes. Duncan no recuerda nada antes de su llegada a las tierras de la frontera.

- ¿Estás seguro? -insistió Dominic-. ¿No podría estar actuando como Sven, fingiendo ser alguien que no es para poder espiar?

- Ojalá estuviese equivocado, pero sé que no es así.

- Él no es como Sven -intervino Meg con los ojos llenos de lágrimas-. No puede fingir ser lo que no es.

- Un hombre puede fingir cualquier cosa si su vida depende de ello -afirmó Dominic.

Meg cerró los ojos durante un instante. Cuando los abrió, eran los decididos ojos de una sanadora glendruid.

- Cuéntanos todo lo que recuerdes -le pidió a Simon con una voz llena de determinación-. Quiero saber más sobre la transformación de Duncan, quiero saberlo todo.

- No di ninguna muestra de reconocerlo -le explicó su cuñado-, pero él no dejaba de mirarme, como si estuviera decidiendo si me conocía o no.

- ¿Te hablaron sobre él?

- Me dijeron que había perdido la memoria.

- ¿Cómo le llamaban?

- Duncan.

- ¿Por qué le pusieron precisamente ese nombre? -inquirió Dominic.

- Su cabello es negro y sus cicatrices evidencian que es un guerrero. -Simon se encogió de hombros-. Al parecer, Duncan significa «oscuro guerrero» en celta.

- ¿Te explicaron cómo perdió la memoria? -le preguntó la joven.

- No. Erik sólo dijo que lo encontró en medio de una terrible tormenta, inconsciente y desnudo, llevando únicamente el talismán de ámbar que tú le habías dado.

- ¿Sabes algo más, Sven?

- Me temo que no.

- El talismán salvó su vida -dijo Simon de pronto.

- ¿Qué quieres decir? -preguntó Dominic.

- Erik esperaba la llegada de Duncan de Maxwell y sus caballeros, por lo que un desconocido cualquiera hubiera sido ejecutado por espía o ladrón. Pero un desconocido con un talismán de ámbar era otra cosa.

- Así que llevaron a Duncan a la cabaña de Amber -resumió Meg, respirando profundamente con la mirada perdida.

Simon la observó con curiosidad, preguntándose cómo lo había sabido.

- ¿Intuías algo, Meg? -le preguntó Dominic a su esposa con suavidad-. ¿Por eso le entregaste el talismán?

- Soñé que Duncan se dirigía hacia un gran peligro y supe que sólo el ámbar le protegería.

Los labios de Dominic esbozaron una leve sonrisa.

- Yo sabía lo del peligro sin necesidad de soñar Por eso envié a Duncan al castillo del Círculo de Piedra. Sólo un poderoso guerrero como él podría arrebatárselo a Erik.

- Y sólo un caballero acaudalado podría costear suficientes guerreros para asegurar su defensa -añadió Simon.

- Exacto -dijo Dominic-. Por eso el rey Henry acordó una boda con la hija de Charles, barón de Deguerre.

- Yo no contaría con ese matrimonio -se mofó Simon con brusquedad.

- ¿Qué quieres decir?

- La gente de Sea Home apostaba para ver cuánto tardaría Amber en casarse con Duncan, el único hombre al que ella podía tocar.

- ¡Maldita sea! -rugió Dominic-. Duncan debe haber perdido el juicio. Lady Ariane llegó hace tres días.

- No he visto desconocidos o sirvientes en el patio. -La voz de Simon denotaba su sorpresa.

- Se presentó aquí acompañada solamente por una doncella y tres caballeros para custodiar su dote -le explico Meg.

- Los caballeros partieron tan pronto como vieron que la dote estaba segura dentro del castillo -añadió Dominic.

- No es ése el trato que yo esperaría que un gran barón diese a sus perros -masculló Simon-, y mucho menos a su única hija.

- El barón se mostró muy contrariado por tener que ceder a su hija en matrimonio a uno de los nuestros -señaló Dominic en tono neutro.

- Entonces le gustará tener a su hija de vuelta.

- Si Duncan desprecia a Ariane, no tendrá modo de costear los caballeros que necesita para defender el castillo del Círculo de Piedra -expuso Dominic con franqueza-. Y tanto él como yo sufriríamos la ira del rey de Inglaterra y del duque de Normandía.

- Y todo esto -agregó Meg despacio- ocurre cuando el último de los guerreros que enviaste con Duncan está volviendo al castillo de Blackthorne a pie, maldiciendo la horrible tormenta que espantó a los caballos.

- ¿Estás segura de que Duncan no ha abjurado de sus promesas y ha decidido unirse a Erik? -le preguntó Dominic a Simon.

- Es lo que temí en un principio -admitió Simon con calma-. Eso habría explicado muchas cosas.

- ¿Y bien? -le instó su hermano.

- Si hubiera sido un traidor, me habría entregado a Erik sin pensárselo un segundo.

Sven asintió en silencio.

- Así que te inclinas por pensar que un hechizo le ha hecho perder la memoria -intervino Meg.

- ¿De qué otra cosa podría tratarse?

- En ocasiones -le explicó Meg-, un hombre que sufre un accidente y recibe un fuerte golpe en la cabeza olvida su pasado durante un tiempo.

- ¿Durante cuánto tiempo? -inquirió Dominic, incisivo.

- Días, meses tal vez, en ocasiones… para siempre.

- Vos lo llamáis accidente. Yo lo llamo la obra del diablo -afirmó Sven santiguándose.

- ¿Y cuál es tu opinión, Meg? -le preguntó su esposo-. Eres nuestra sanadora y, por tanto, la que más datos puede aportar.

- No puedo saber si es un hechizo o un accidente hasta no ver a Duncan.

- Cuando Duncan y yo luchamos… -comenzó a decir Simon.

- ¿Luchasteis? -le interrumpió Meg horrorizada-. ¿Por qué?

- Lord Erik quería conocer la fuerza y el valor de los dos guerreros que había encontrado -dijo Simon secamente-. Así que Duncan y yo luchamos para mostrar nuestra habilidad con la espada.

- Me hubiera gustado ver eso -comentó Dominic con una sonrisa sesgada-. Tu rapidez contra su fuerza.

Los negros ojos de Simon brillaron al recordar el momento en que probó su destreza contra Duncan.

- Fue como luchar contigo -admitió Simon-, pero cada golpe reforzaba la certidumbre de que Duncan no nos había traicionado.

- ¿En qué te basas para decir eso?

- Cuando nombré el castillo de Blackthorne, Duncan se paralizó como si hubiera recibido un latigazo. Durante un instante pareció que iba a recordarlo todo…

- ¿Qué ocurrió después?

- Le tumbé de un golpe sobre el suelo. Y entonces le pregunté si lo que había dicho Erik sobre su memoria era cierto.

- ¿Y?

- Duncan afirmó que así era.

- Y tú le creíste.

- Sí. No recordaba nada. Esa maldita bruja se ha apoderado de su alma.

Meg se estremeció ante la fría resignación en la voz de Simon, consciente de que el caballero odiaba todo lo que tuviera que ver con la magia.

- Para entonces ya sabía todo lo que necesitaba saber -continuó Simon-, así que presenté mis excusas a Erik, encontré a Sven y vinimos tan rápido como nuestros caballos nos lo permitieron. Mis últimas noticias sobre él fueron que había sido nombrado senescal del castillo del Círculo de Piedra.

Sumido en sus pensamientos, Dominic recorrió con los dedos una y otra vez el broche en forma de lobo. Transcurridos unos segundos, se giró hacia Simon y Sven con determinación.

- Descansad un tiempo -les ordenó-. Cuando estéis dispuestos, los tres cabalgaremos hasta las tierras de la frontera.

- ¿Y qué conseguirás con tres hombres tan sólo? -se alarmó Meg-. El castillo del Círculo de Piedra puede resistir meses si no lo atacas con toda tu fuerza.

- Llevar más guerreros pondría en peligro la fortaleza de Blackthorne.

La expresión de Dominic se suavizó al estrechar contra sí a su pelirroja esposa. Sonrió y rozó el labio inferior de Meg con su pulgar en una breve y sensual caricia.

- Además -añadió Dominic-, ¿no recuerdas lo que te enseñé sobre el mejor modo de tomar un castillo?

- La traición -recordó Meg, sombría-. Desde el interior.

- Sí.

- ¿Qué es lo que harás?

- Nos han arrebatado a Duncan de algún modo, así que lo atraeremos de nuevo hacia nosotros.

- ¿Cómo?

- Con una red.

- ¿Y después?

- Haremos que Duncan descubra quién es. Después le enviaremos de vuelta al castillo del Círculo de Piedra y, una vez dentro, nos abrirá las puertas.

Sven rió con discreción.

Simon se limitó a sonreír.

- Esa táctica es fiel reflejo de tus métodos, hermano. Arriesgado pero sin víctimas.

- No tiene sentido matar cuando hay mejores medios para conseguir nuestros fines -se limitó a decir Dominic encogiéndose de hombros.

- Deberíamos apresurarnos a poner en marcha el plan -intervino Meg-. Cuanto antes lo…

- ¿Deberíamos? -la interrumpió Dominic.

- Sí. No me puedo quedar aquí. Tengo que acompañaros.

Todo rastro de sensual indulgencia desapareció de la expresión de Dominic.

- No. -Su tono de voz no admitía réplicas-. Estás embarazada y no permitiré que corras ningún riesgo. Permanecerás aquí.

El rostro de Meg se tensó.

- Faltan muchos meses para que dé a luz -replicó ella-. Y sabes que soy tan capaz de cabalgar como cualquiera de tus caballeros.

Su voz y su expresión poseían la misma determinación que la de su esposo.

- No -repitió Dominic.

Simon miró a su hermano, maldijo en silencio, e hizo lo que pocos hombres se atreverían a hacer estando el señor de Blackthorne tan alterado. De modo ostensible, se aclaró la garganta para atraer la atención de Dominic.

Y su ira.

- ¿Y ahora qué ocurre?

- Si Duncan está herido, Meg podría curarle. Si está hechizado… -Simon se encogió de hombros-. Lo que una hechicera ha hecho, otra puede deshacerlo.

- De cualquier modo, íbamos a mudarnos por unos meses a nuestras posesiones en Carlysle -expuso Meg con calma-. El castillo del Círculo de Piedra no está a más de unos días de suave cabalgada.

Dominic permaneció en silencio durante varios segundos, acunó el rostro de Meg entre sus poderosas manos e hizo que lo mirara.

- Si perdiéramos el bebé que llevas en tu vientre, podría soportarlo -susurró con suavidad-, pero perderte a ti… no podría seguir viviendo. Te llevo en el corazón.

Meg giró su cabeza y besó la curtida mano que tan delicadamente la sostenía.

- No he tenido sueños de muerte -le aseguró ella- y separarme de ti supone una agonía. Llévame contigo. Déjame hacer lo que estoy destinada a hacer.

- ¿Sanar?

- Sí.

Hubo un prolongado silencio. Después, Dominic soltó a su esposa con una suave caricia y se volvió hacia Sven.

- Ordena a los mozos del establo que preparen los caballos para el amanecer.

- ¿Cuántos caballos, milord?

Dominic se detuvo, miró los decididos ojos de su esposa, y supo lo que debía hacer, le gustase o no.

- Cuatro.

* * *