Capítulo 10
- ¿Los enviaste, solos, al sagrado Círculo de Piedra? -preguntó Cassandra, horrorizada.
- Sí -dijo Erik-. Duncan quiere recuperar la memoria antes de hacer suya a Amber, pero yo prefiero que suceda al revés.
- ¡Estás arriesgando demasiado!
- Fuiste tú quien me enseñaste que no hay ganancia sin riesgo -le recordó con suavidad.
- No se trata de arriesgar. ¡Esto es una locura!
Erik se apartó de Cassandra para mirar al Lago Escondido y los agrestes pantanos donde planeaban y se alimentaban cientos de aves. Un cúmulo de nubes ocultaba el extremo más alejado de los pantanos. Bajo las nubes se veía la cañada y sus múltiples matices, marrones y negros, verdes y bronce, un lienzo coloreado a punto de ser invadido por el invierno.
Aunque Erik no alcanzaba a ver la cumbre de Stormhold, sabía que el alto pico pronto estaría cubierto de brillante nieve. Los gansos y Cassandra habían estado en lo cierto. El invierno se les echaba encima como un manto de gélido viento.
El halcón peregrino se movía nervioso en la muñeca de Erik, inquieto por las fuertes emociones que recorrían a su amo bajo su aparente calma. Cassandra observaba al halcón con mirada precavida, pues sabía que sólo los perros lobo poseían una mayor capacidad para percibir las emociones de su amo.
- Esta locura, como tú la llamas -señaló Erik tranquilo-, es la mejor oportunidad que tengo de mantener bajo mi dominio las tierras del sur hasta que encuentre a más caballeros que se quieran unir a mi servicio.
- Tu padre tiene muchas otras posesiones -repuso Cassandra-. Ocúpate de ellas.
- ¿Qué sugieres, entonces? ¿Que ceda el castillo del Círculo de Piedra a Dominic le Sabre sin plantar batalla?
- Sí.
El halcón agitó sus alas y emitió un agudo graznido.
- ¿Y qué me dices de Sea Home? -inquirió él con peligrosa gentileza-. ¿También debo cedérselo a ese bastardo normando? ¿Y Winterlance?
- No hay necesidad. El Círculo de Piedra es el único castillo que el rey inglés le ha concedido al lobo de los glendruid y debo añadir que dicha concesión fue ratificada por el rey escocés.
- De momento.
- Este momento es lo único que tenemos.
El viento se enredó en el suntuoso manto cobrizo de Erik, dejando al descubierto la túnica de lana color índigo que llevaba debajo. La empuñadura de su espada relucía como un relámpago plateado.
- Si entrego el castillo del Círculo de Piedra, todos los rebeldes y malhechores de la frontera intentarán aprovecharse de la situación.
Cassandra negó con la cabeza.
- No, no lo he visto en mis sueños.
- Ni lo verás. -El halcón se agitó nervioso en el guantelete de Erik-. Lucharé hasta derramar la última gota de mi sangre antes de entregar cualquiera de mis posesiones a Dominic le Sabre.
Con un gesto de pesar, Cassandra miró sus manos, apenas visibles bajo las largas mangas escarlata.
- He soñado -fue todo cuanto dijo.
La mirada de Erik revelaba su impaciencia.
- ¿Sobre qué? -le espetó cortante-. ¿Sobre batallas, sangre y castillos que se derrumban piedra a piedra?
- No.
Erik aguardó.
Cassandra seguía mirando sus largos y cuidados dedos. Llevaba un gran anillo engarzado con tres gemas que brillaban tanto como el brocado de su vestido. El zafiro representaba el agua. La esmeralda, todas las cosas vivientes. El rubí, la sangre.
- ¡Habla! -exigió Erik.
- Una pequeña planta roja. Una isla verde. Un lago azul. Fundidos en uno. Y en la distancia, una salvaje tormenta al acecho.
El halcón abrió su pico, inquieto de pronto. Con gesto ausente, Erik intentó tranquilizarlo sin apartar los ojos del rostro atemporal de Cassandra.
- La tormenta se arremolinó y alcanzó el brote rojo -siguió ella-. Germinaron flores de gran belleza, pero florecieron en el centro de la tormenta.
El joven lord entrecerró los ojos, pensativo.
- Le tocaba ahora a la isla verde -prosiguió Cassandra-. La tormenta la rodeó, acariciándola, poseyéndola.
Erik enarcó una de sus cejas pero siguió en silencio. Seguía acariciando al nervioso halcón con lentos y tranquilizadores movimientos de su mano.
- Únicamente las profundas aguas azules del lago siguieron intactas. Pero parecían agitarse hacia la tormenta en cuyo interior la flor se abría con un bellísimo color escarlata, y la isla resplandecía con todas las tonalidades del verde.
Se levantó viento, que agitó el manto de Erik y los largos pliegues del vestido rojo de Cassandra. El halcón chilló y batió las alas, contemplando el cielo con ojos hambrientos.
- ¿Es todo? -preguntó el joven lord.
- ¿No es, acaso, suficiente? -adujo Cassandra, cortante-. Sabes muy bien que la tormenta es Duncan. La flor es el corazón de Amber, la isla, su cuerpo, y el lago… el lago es su alma. Allá donde van el corazón y el cuerpo, pronto llegará también el alma. Entonces, la vida se abrirá camino, pero la muerte querrá su presa.
- La profecía ambarina -siseó Erik entre dientes-. Siempre esa maldita profecía.
- Deberías haber dejado que Duncan muriese cuando lo encontraste.
- Entonces, el corazón y el cuerpo de Amber nunca hubieran conocido la felicidad.
- Pero eso no es…
- Tu sueño describe una vida dichosa, no la muerte -afirmó Erik sin piedad-. ¿No merece la pena arriesgarse?
- Provocarás una catástrofe.
- No -rugió Erik-. ¡Ya la tengo sobre mí! Mi padre está tan inmerso en las luchas entre clanes que se niega a ceder a ninguno de los guerreros de sus tierras más remotas.
- Siempre ha sido así.
- Debo tener guerreros a mi servicio -se exasperó Erik-. Guerreros poderosos. Duncan es uno de ellos. Con él a mi lado puedo defender el castillo del Círculo de Piedra. Sin ese castillo, nada se podrá hacer.
- Entonces, ¡déjalo ir' Y a Duncan con él.
- Quien guarde esa fortaleza tiene la llave a las tierras de la frontera.
- Pero…
- Y quien domine las tierras de la frontera -continuó el joven lord-, tendrá a su merced a los señores del norte, desde aquí hasta los montes rocosos de Dun Eideann.
- He soñado con la guerra.
- Excelente -exclamó Erik con suavidad-. Eso quiere decir que todos nuestros sacrificios se verán, sin duda, recompensados generosamente.
- O con la muerte -sentenció Cassandra.
- No hace falta poseer un don especial para ver la muerte. ¿No es ese el destino de todo aquello que vive?
- ¡Tirano testarudo! -le espetó furiosa-. ¿Por qué no ves el nesgo de todo lo que estás haciendo?
- ¡Por la misma razón por la que tú no percibes el peligro de no hacer nada!
Con un fuerte y elegante movimiento de su brazo, Erik liberó al halcón Sus correas rojizas bollaron y sus elegantes alas se abrieron con rapidez Cabalgo sobre el viento con pasmosa facilidad, dominándolo y volando cada vez más alto.
- Si no hago nada -señaló Erik-, ten por seguro que perderé el castillo del Círculo de Piedra Y si lo pierdo, Sea Home será más vulnerable que nunca.
Cassandra observo el halcón en silencio.
- Y Winterlance no estará en una posición mucho más ventajosa -continuo el joven lord sin pausa-. Lo que los malhechores no se lleven, lo harán mis primos o las tribus nórdicas ¿Te atreverás a negarlo?
- No -cedió Cassandra.
- Además, se me ha concedido un arma extremadamente valiosa.
- Sabes mus bien que utilizar a Amber como arma es muy peligroso para ella.
- Si. El arma requiere un manejo cuidadoso. Pero está mejor en mis manos que en las de Dominic le Sabre.
- Habría sido mejor que hubieras dejado morir a Duncan.
- ¿Es una mera reflexión o una profecía? -se burlo Erik.
Cassandra no respondió.
- Llevaba un talismán de ámbar y dormía al pie del sagrado serbal -le recordó el joven lord tras un momento-. ¿Le habrías dejado tú morir?
La anciana negó de nuevo con un suspiro.
Erik entrecerró los ojos para protegerse de las brillantes nubes que el sol amenazaba con traspasar. El halcón volaba ya muy alto escudriñando las frondosas orillas del lago en busca de presas.
- ¿Pero qué ocurrirá si recuerda antes de casarse? -preguntó Cassandra con calma.
- No es muy probable que suceda. Antes de que acabe la semana, él la hará suya.
Las mangas escarlata de Cassandra se agitaron con un golpe de viento, exponiendo sus puños cerrados.
- No la tomará a la fuerza -la tranquilizó Erik-. Cuando Duncan está presente, Amber apenas puede apartar los ojos de él. Le quiere… y le desea.
Durante unos instantes, el único sonido fue el mudo susurro del viento acariciando la hierba.
- Pero, ¿qué ocurrirá si Duncan recobra antes la memoria? -insistió Cassandra.
- Entonces, medirá su fuerza con mi rapidez. Y perderá, como perdió ante Simon. Pero con una diferencia.
- Duncan morirá.
Erik asintió lentamente.
- Es la única derrota que él aceptaría.
- ¿Y qué ocurrirá, entonces, con Amber?
El grito salvaje y quejumbroso del halcón atravesó el viento contestando a Cassandra antes de Erik pudiera hacerlo. Ella se giró, observó el rostro del joven lord y supo por qué el halcón había gritado.
Los ojos de Cassandra se cerraron. Durante un largo rato, escuchó al silencio interior que hablaba de inexorables encrucijadas y tormentas acechantes.
- Hay otra posibilidad -musitó ella.
- Sí. Mi propia muerte. Pero después de ver cómo Duncan se midió con Simon, no lo creo muy probable.
- Desearía haber conocido a ese Simon -dijo Cassandra-. Cualquier hombre que pueda derrotar a Duncan debe ser un guerrero que vale la pena conocer.
- No fue una victoria fácil. A pesar de la extraordinaria agilidad de Simon, Duncan casi le alcanzó en dos ocasiones.
Los ojos de la anciana se oscurecieron pero no dijo nada.
Erik se arropó con el manto cobrizo. Con la práctica, había conseguido asegurarse de que los pliegues de sus ropajes no entorpecieran la espada que ceñía en su costado izquierdo.
- Si he de ser sincero -reconoció el joven lord, esbozando una sonrisa-, no me gustaría cruzar mi espada con Duncan. Puede ser endiabladamente rápido para un hombre de su talla.
- Tan sólo es un par de centímetros más alto que tú.
Erik guardó silencio.
- Si mueres bajo su espada, no entrarás en la oscuridad tú solo -afirmó Cassandra suavemente-. Enviaré a Duncan contigo con mis propias manos.
Asombrado, el joven lord observó con detenimiento el sereno rostro de la anciana.
- No -se negó él-. Eso provocaría una guerra que lord Robert no podría ganar.
- Que así sea. La arrogancia de tu padre ha provocado buena parte de lo que pueda acontecer. Se ha ganado con creces la dolorosa muerte que tendrá.
- Él sólo quiso lo que todo hombre ansia: un heredero para mantener sus tierras unidas.
- Sí. Y hubiera dejado de lado a mi hermana para conseguirlo -siseó Cassandra.
Durante un instante Erik quedó demasiado sorprendido para hablar.
- ¿Tu hermana? -preguntó al fin.
- Sí. Emma, tu madre.
- ¿Por qué no se me dijo?
- ¿Que soy tu tía?
Erik asintió secamente.
- Era parte del trato que teníamos Emma y yo -le explicó-. Lord Robert teme a los Iniciados.
El joven lord no mostró sorpresa. El desencuentro con su padre a causa del interés de Erik por la Iniciación era una herida aún abierta.
- Tras el matrimonio de Emma con Robert -siguió Cassandra-, él me prohibió volver a verla. Únicamente suspendió su prohibición cuando ella acudió a mí, angustiada por no poder tener hijos.
- Y regresó a casa para concebir poco después -concluyó Erik con sequedad.
- Sí.
La sonrisa de Cassandra resultó tan gélida como el día.
- Fue para mí un gran placer darle a tu padre un hechicero Iniciado como hijo y heredero.
Su sonrisa cambió al mirar a Erik, concediéndose mostrar el amor que siempre había sentido y rara vez revelado.
- Emma está muerta -prosiguió con tranquilidad-. Nada le debo a Robert, excepto mi desprecio. Así que, si mueres a manos de Duncan, tu padre conocerá las consecuencias de mi odio.
Por primera vez, Erik se había quedado sin palabras. Nunca había sospechado el afecto que la anciana sentía por él.
Sin decir una palabra, abrió sus brazos a la mujer que había sido su madre en espíritu. Cassandra devolvió el abrazo sin dudarlo, constatando la fuerza y vitalidad del hombre cuyo nacimiento no hubiera sido posible sin su intervención.
- Preferiría un epitafio distinto tras mi muerte que el inicio de una guerra que sólo mi enemigo puede ganar -reflexionó Erik tras un momento.
- Entonces, estudia a tu enemigo teniendo en cuenta el futuro. Dominic le Sabre podría convertirse en un aliado mejor que tus primos.
- El mismo Satán sería un aliado mejor que mis primos.
- Sí -convino Cassandra-. ¿No crees que deberías considerar una alianza con el normando?
Con una carcajada, Erik soltó a la anciana.
- Tú nunca te rindes -se burló con suavidad-, y me llamas a mí testarudo.
- Porque lo eres.
- Tan sólo cumplo con mi don.
- ¿La tozudez? -preguntó seca.
- La reflexión -respondió Erik-. Veo el camino hacia la victoria donde otros sólo ven la certidumbre del fracaso.
Cassandra tocó la frente de su sobrino con la punta de los dedos mientras observaba sus claros ojos ambarinos.
- Ruego que sea la claridad y no la arrogancia quien te guíe -susurró.
Un trueno lejano retumbó sobre Duncan y Amber mientras cabalgaban hacia el Círculo de Piedra y el sagrado serbal. Intranquilo, el guerrero se giró hacia el ominoso sonido preguntándose si la tormenta estallaría cerca o lejos de allí.
Las nubes, que habían formado una cubierta sobre los páramos, parecían descender más y más, arrastrando una gruesa niebla tras ellas. Y sin embargo, no era el clima húmedo lo que intranquilizaba a Duncan. Percibía la posibilidad de un peligro inminente, aunque a su alrededor todo parecía seguro.
Sin ser muy consciente de ello, comprobó que la maza que había cogido de la armería seguía al alcance de su mano.
- Stormhold -dijo Amber de pronto.
Duncan se volvió hacia ella rápidamente.
- ¿Cómo?
- Lo que oyes no es más que el páramo de Stormhold, ronroneando como un gran gato satisfecho, ahora que el invierno se acerca.
- ¿Crees que a los páramos les gustan las tormentas? -preguntó incrédulo.
- Creo que nacieron el uno para el otro. Las tormentas alcanzan su esplendor en los páramos y éstos jamás se muestran más magníficos que bajo el fiero azote de una tormenta.
- Magníficos y también peligrosos -apuntó Duncan, sintiendo de nuevo el aliento del peligro. Inquieto, miró a su alrededor pero no vio más que los jirones silenciosos de la niebla.
- El peligro aviva la belleza -afirmó Amber.
- Entonces, ¿la paz la ensombrece?
- Al contrario. La renueva.
- ¿Forma eso parte de tus enseñanzas como Iniciada? -se burló Duncan.
- No es más que sentido común y tú lo sabes bien -le espetó, mordiendo el anzuelo.
Duncan lanzó una carcajada disfrutando del vivo genio femenino, aunque acrecentaba intensamente el fiero deseo que sentía por la joven. A pesar de ello, no hizo ademán alguno de acercarse a ella. No quería incomodarla. No estaba seguro de por qué Amber había evitado tocarle desde que estuvieron en presencia de Erik, pero así había sido.
Con una sonrisa, Amber levantó la cabeza y observó el agitado y tormentoso cielo. Los pliegues violeta de su capucha contrastaban contra el brillo nacarado de su piel, y el intenso color rosa del interior de su capa encontraba reflejo en sus labios.
De pronto, la capucha se deslizó y dejó al descubierto la diadema de plata y ámbar que sujetaba su pelo.
Joyas de ámbar adornaban todo su cuerpo. Brazaletes de fragmentos dorados de ámbar rodeaban sus muñecas, resplandeciendo con cada uno de sus movimientos, en la empuñadura de la daga plateada que portaba, brillaba una piedra de ámbar rojo, el broche de plata que cerraba su capa lucía una gema de ámbar traslucido con la forma de un fénix, el símbolo de la muerte y el renacimiento por el fuego. Y, por ultimo, rodeaba su cuello el milenario colgante de ámbar en cuya dorada profundidad podía ver, en ocasiones, las sombras del pasado.
Pero cuando Duncan la miraba, no era la fortuna en costosas piedras lo que veía, sino una mujer de excepcional belleza Anhelaba saborear la fría huella del viento en su piel y comprobar, de nuevo, la suavidad de sus labios.
Le hubiera gustado cabalgar juntos y no cada uno en su propio caballo. Si la tuviese en su regazo, podría estrecharla entre sus brazos, deslizar su mano bajo la capa y acariciar la firmeza de sus senos. Entonces, sentiría erguirse sus pezones reclamando el calor de su boca.
Aquellos pensamientos tuvieron un efecto inmediato en el cuerpo de Duncan. Se había acostumbrado a las oleadas de calor y a la palpitante tensión de su grueso miembro cuando estaba cerca de Amber. Ya apenas escuchaba el eco en su cabeza que le advertía que no debía hacerla suya.
No sería correcto.
En cuanto se formaba ese pensamiento en su mente, lo cuestionaba.
No está prometida. No está casada. Y no es virgen, a pesar de lo que diga Erik.
Hemos sido amantes. Estoy seguro.
Y ella lo desea.
¿Qué mal puede haber en ello?
Duncan no recibía respuesta alguna a aquellas cuestiones, excepto el pertinaz silencio de las sombras que mantenían ocultos sus recuerdos.
¿Acaso estoy casado? ¿Es eso lo que el silencio intenta decirme?
Nada, ningún recuerdo acudió a responder la pregunta. Sin embargo, Duncan sabía que no estaba casado. No podía explicarlo pero estaba seguro de ello.
- ¿Duncan?
Él se giró hacia la llamada de la mujer cuyos ojos superaban en belleza a las gemas que la adornaban.
- Nos acercamos al Círculo de Piedra -dijo Amber, deteniéndose en un pequeño promontorio-. ¿Te resulta familiar esta zona?
Duncan espoleó al caballo para llegar a su lado y se apoyó en los estribos para poder otear mejor el terreno.
El glorioso paisaje que se presentaba a sus ojos estaba poblado por enormes árboles engalanados de jirones de niebla, rocas que afloraban por todas partes y colinas cuyas cimas se hundían entre las nubes plateadas. Un arroyo emitía reflejos misteriosos entre las piedras cubiertas de musgo y las hojas caídas; su murmullo apenas se oía, ahogado por las gotas de agua que se deslizaban por las ramas desnudas de los robles hasta el suelo.
Angustiada, Amber observaba el rostro del hombre que amaba a la espera de los recuerdos que ella a la vez temía y rezaba para que volviesen.
El temor era por su propia felicidad.
Las oraciones eran por Duncan.
- Se parece al camino del Desfiladero Espectral -dijo él por fin, esbozando una juguetona sonrisa-. Ojalá el pantano de los susurros quedase más abajo.
Un rubor, que nada tenía que ver con el frío día, coloreó las mejillas de Amber. Al verlo, la media sonrisa de Duncan adquirió un tinte sensual.
- ¿Estás recordando, quizás, la sensación de mi boca sobre tu piel? -preguntó.
Amber se sonrojó aún más.
- ¿O quizás el placer que te di? -insistió Duncan.
La respiración de la joven se entrecortó.
Sin dejar de mirarla, él añadió suavemente:
- Sueño con hacerte mía y me despierto empapado en sudor.
Amber no podía ocultar por más tiempo los sensuales escalofríos que recorrían su cuerpo al oír aquellas palabras, ni tampoco el temblor de sus manos.
- Dime que lo recuerdas -la instó en voz baja-. Dime que no soy sólo yo quien se consume.
- Lo recordaré hasta el último día de mi vida -admitió Amber, con los ojos casi cerrados-. Jamás había sentido tanta plenitud.
El toque sensual en su voz provocó una ardiente ráfaga de sensaciones en el interior de Duncan.
- Me tientas más allá de lo que puedo resistir -susurró con voz ronca.
- No es mi intención. -Una sonrisa triste curvó los labios de Amber-. He intentado no hacerlo, ahora que sé…
- ¿Saber qué? -la interrumpió.
- El poder de lo que nos atrae.
- ¿Por eso has evitado tocarme?
- Creí que así te resultaría más fácil -le explicó afligida, dirigiéndole una rápida mirada de soslayo-. Nunca fue mi intención lastimarte. Pensé… pensé que al no estar siempre cerca de ti, me desearías menos.
- ¿Me deseas tú menos hoy que ayer o anteayer?
La joven cerró los ojos con un suspiro de desesperación.
- ¿Amber? -insistió Duncan.
- Cada momento te deseo más -confesó en voz baja.
La sonrisa masculina se amplió. Entonces vio las lágrimas derramarse tras los párpados cerrados de Amber y su sonrisa se desvaneció como si nunca hubiera existido.
- ¿Por qué lloras? -Preocupado, acercó su caballo al de ella.
Amber agitó su cabeza lentamente, pero unos dedos firmes y cálidos elevaron su barbilla.
- Mírame, pequeña.
Duncan le transmitió el torrente de sus emociones con aquel simple gesto y alivió en parte el dolor de Amber. Aun así, la joven sabía que debía poner fin a todo aquello. Cuanto más conocía a Duncan, mejor comprendía el precio que habría de pagar él por hacerla suya.
Su honor.
- ¿No vas a decirme por qué lloras?
El llanto de Amber se incrementó al percibir su inquietud.
- ¿Crees que te he deshonrado con mis manos?
- No -negó ella.
El tono de la voz de la joven trasmitía el enorme esfuerzo que tenía que hacer para no alejarse de él.
O para no arrojarse en sus brazos.
- ¿Tienes miedo de que te haga mía?
- Sí -susurró.
- ¿Acaso eso sería tan terrible?
- No.
Amber respiró profunda y dolorosamente y abrió los ojos. Duncan la observaba con una ternura tan devastadora que la desarmó.
- Para mí sería maravilloso -admitió con voz quebrada-. Pero temo que para ti… para ti sería el principio del infierno.
Duncan sonrió.
- No temas. Complacerás hasta la última fibra de mi cuerpo -afirmó malinterpretando sus palabras-. Estoy tan seguro de ello que los latidos de mi corazón se aceleran con sólo pensarlo.
Amber soltó una risa que bien podría haber sido un grito de desesperación.
- ¿Y qué ocurriría si descubres que soy virgen?
- Mantendré mi promesa.
- ¿Y nos casaríamos?
- Sí.
La joven inspiró profundamente de nuevo.
- Con el tiempo, me odiarías.
Durante un instante, Duncan creyó que ella estaba bromeando, pero la angustia de Amber le sacó de su error.
- ¿Por qué debería odiar a la mujer más dulce y generosa que he conocido?
- Duncan… -susurró en una voz tan baja que él apenas pudo oírla, al igual que apenas consiguió percibir el ligero roce de los suaves labios de la joven sobre su mano.
- Dime -insistió él-. ¿Qué te ocurre?
- Siento tu excitación -dijo Amber con sencillez.
Duncan sonrió.
- Tú tienes el remedio para eso.
- Sí, puedo calmar tu deseo. Pero para la parte de ti encadenada entre las sombras, atormentada, inquieta, deseosa de una vida que ya no existe… Para eso no tengo cura.
- Recuperaré la memoria algún día. Estoy convencido de ello.
- ¿Y si nos casáramos antes de ese día?
- Entonces, tendrás que llamar en público a tu esposo con otro nombre. -Sonrió ampliamente-. Pero cuando nos quedemos solos, yo seguiré siendo tu oscuro guerrero y tú, mi hechicera dorada.
Los labios de Amber temblaron al esbozar una sonrisa.
- Creo… Temo que al recordar te conviertas en mi enemigo.
- Y yo creo que tienes miedo de entregarte a mí.
- No. Eso no es… -comenzó Amber.
Sus palabras se interrumpieron cuando Duncan la tomó entre sus brazos y la sentó sobre su regazo. A pesar de su gruesa capa, pudo sentir la firmeza de su erección contra su cuerpo.
- No temas -la tranquilizó-. No te tomaré hasta que me lo pidas. ¡No! Hasta que me lo supliques. Llevarte hasta el límite será una dulce agonía.
La sonrisa de Duncan le transmitió a Amber tanta ternura y calidez, que su corazón dio un vuelco por los sentimientos que temía nombrar, y mucho más hablar de ellos.
- No tengo ni familia ni posición -adujo desesperada-. ¿Qué ocurriría si tú fueras un poderoso señor?
- Compartiría mi posición y mi familia con mi esposa.
Escuchar su sueño en palabras no aplacó el llanto de la joven.
¿Podría Duncan llegar a amarme tanto como para perdonarme si recobrase la memoria?
¿Podría una vida tan plena surgir de un comiendo tan oscuro?
Duncan se inclinó y capturó las lágrimas de Amber con sus labios. Después, le dio un beso sorprendentemente casto.
- Sabes como la brisa marina -murmuró él-. Fresca y ligeramente salada.
- Tú también.
- Son tus lágrimas en mis labios. ¿Dejarás que saboree también tu sonrisa?
Amber no pudo contener la risa ni Duncan pudo evitar tomar posesión de su boca en un intenso beso que nada tuvo que ver con el primero. Cuando elevó la cabeza, ella se ruborizó, temblando, y su boca buscó la suya a ciegas.
- Sí. Así ha de ser. Tus labios entreabiertos, inflamados, clamando por mí.
Cuando Duncan se inclinó sobre Amber de nuevo, un grupo de malhechores salió de la nada.