Capítulo 3

Duncan se incorporó bruscamente, y el martilleante dolor de su cabeza le hizo gemir.

- No te preocupes; quédate acostado -le tranquilizó Amber rápidamente-. Es Erik.

Los ojos del guerrero se entrecerraron, cediendo a la firme presión que las frágiles manos femeninas ejercían sobre sus hombros. Después, la joven cerró los cortinajes del lecho, protegiéndole de la luz.

Una furiosa algarabía de ladridos y cacareos anunciaba que los perros lobo de Erik habían descubierto las gallinas. Cuando Amber abrió la puerta, el jefe de la partida de caza hizo sonar su cuerno para que los sabuesos se alejasen de la cabaña.

El perro más joven del grupo no acudió a la llamada. Había descubierto un viejo ganso, y estaba tan seguro de una victoria fácil que se abalanzó sobre él, ladrando alborozado. El ganso arqueó el cuello, bajó la cabeza, extendió sus alas y emitió un amenazante siseo.

- ¡Erik! ¡Llama a tu perro! -le pidió Amber.

- No. Está a punto de recibir una lección.

El sabueso atacó de pronto. Al instante, el ala derecha del ganso descendió en un movimiento fugaz, y el perro mordió el polvo. Gimiendo de sorpresa y dolor, el sabueso se levantó y salió corriendo con el rabo entre las piernas.

Erik se rió tan fuerte que inquietó al halcón peregrino que se aferraba al soporte de su silla de montar. El ave batió sus alas, estrechas y elegantes, mientras lanzaba un agudo y penetrante graznido, haciendo que sonaran las campanillas de plata que colgaban de sus correas de cuero.

El joven lord respondió lanzando con su silbato un sonido tan alto y agudo como el del halcón. El ave movió la cabeza y lanzó otro graznido. Pero éste fue distinto, como lo había sido el silbido de Erik. Después, replegó sus alas y se calmó.

Los caballeros y escuderos que acompañaban a Erik en su cacería se lanzaron miradas furtivas. La extraña relación de su joven señor con los animales era un asunto muy comentado entre los vasallos. Y aunque nadie se atrevía a acusarle de hechicero a la cara, era así como todos lo llamaban al hablar de él.

Erik tranquilizó al halcón con palabras susurradas, al tiempo que lo acariciaba con su mano desnuda. En la otra mano llevaba un grueso guantelete de protección para cuando el ave se posaba en su antebrazo.

- Robbie -dijo Erik dirigiéndose al jefe de la partida-, llévate a los perros y al resto de los hombres al bosque. Están enturbiando la paz de este lugar.

Amber se dispuso a decir que no era cierto, pero una mirada de su amigo se lo impidió. Sin decir una palabra, la joven esperó a que perros, hombres y caballos desaparecieran en el bosque en medio de un ruidoso tumulto.

- ¿Cómo está el desconocido? -preguntó Erik sin rodeos.

- Mejor que tu sabueso.

- Tal vez la próxima vez el sabueso acuda a la llamada de Robbie.

- Lo dudo. Los jóvenes tienden a actuar antes de pensar.

- Me sentiría ofendido si no fuera un adulto -ironizó Erik.

Amber abrió mucho lo ojos.

- ¿Lo eres? ¿Desde cuándo, milord?

Los labios masculinos se distendieron en una breve sonrisa que desapareció al recordar el motivo de su presencia en la cabaña de Amber.

- No me has dicho cómo está el desconocido.

- Ha despertado.

- ¿Y su nombre? -inquirió Erik, dejando reposar la mano derecha en la empuñadura de la espada que siempre llevaba ceñida.

- No lo recuerda.

- ¿Qué?

- No recuerda nada de su pasado; ni siquiera su nombre.

- Se muestra muy astuto -repuso con desconfianza-. Sabe que está en tierras enemigas y…

- No -le interrumpió Amber-. No sabe si es normando o sajón, siervo o señor.

- ¿Es víctima de algún hechizo?

La joven negó con la cabeza, y el repentino peso y brillo de su cabello suelto le recordó que aún no se lo había recogido. Con un gesto impaciente, sacudió la cabeza y se cubrió con la capucha.

- ¿Qué más has sentido al tocarlo? -insistió el joven lord.

- Coraje. Fuerza. Honor. Generosidad.

Erik hizo una mueca de sorpresa.

- No me lo esperaba.

Los pómulos de Amber se tiñeron de rubor al recordar lo que había sentido al percibir el deseo de Duncan hirviendo por ella.

- También había confusión y dolor. Miedo.

- Ah, entonces, es humano. ¡Qué decepción!

- Eres incorregible.

- Gracias. -Los labios masculinos dibujaron una sonrisa-. Es de agradecer que se me aprecie por cómo soy en realidad.

Amber se rió a pesar de que intentaba no hacerlo.

- ¿Qué más? -continuó Erik.

La sonrisa se borró de los labios de la joven.

- Nada más.

Las alas del halcón se agitaron en un fiel reflejo de la irritación de su amo.

- ¿Qué está haciendo tan al norte? -preguntó con tono cortante.

- No lo recuerda.

- ¿Hacia dónde se dirigía?

- No lo sabe.

- ¿Le debe lealtad a algún señor?

- Tampoco lo sabe.

- ¡Maldita sea! -exclamó Erik entre dientes-. ¿Acaso le ocurre algo a su cabeza?

- ¡No! Simplemente no se acuerda de nada.

- ¿Le has tocado en busca de respuestas?

Amber suspiró y asintió levemente.

- ¿Y qué percibiste? -insistió él.

- Cuando intenta recordar, veo confusión. Si continúa en su empeño, veo una luz cegadora, un dolor agudo…

- ¿Como un rayo?

- Quizás.

- ¿Qué sucede? -Erik entrecerró sus ojos, pensativo-. Nunca te había visto tan insegura.

- Nunca me habías traído un hombre inconsciente hallado dentro del Círculo de Piedra -replicó ella.

- ¿Es una queja?

- Lo siento. -La joven emitió un breve suspiro-. No he dormido demasiado desde que lo trajiste. Ha sido muy difícil hacerle regresar de entre las sombras.

- Es cierto, no tienes buen aspecto.

Amber sonrió con gesto cansado.

- Dime. ¿Es amigo o enemigo?

La joven había temido el momento en que llegase aquella pregunta.

- Amigo -susurró. Luego, como prueba de su honestidad y del afecto que sentía por Erik, añadió-: Hasta que recupere la memoria. Entonces, será lo que hubiese sido antes de que me lo trajeras. Amigo, enemigo o mercenario.

- ¿Es eso lo único que puedes decirme?

- No es un hombre que haga daño a los demás por placer. A pesar de sus circunstancias, se ha mostrado amable conmigo.

Erik añadió con un gruñido:

- ¿Pero?

- Pero si recupera la memoria, podría no considerarse de nuestro lado. O podría tener familia en alguna parte. Sólo él lo sabe. Si recupera la memoria…

Sumido en sus pensamientos, Erik acarició el reluciente lomo de su halcón peregrino. Una persistente desazón se estaba instalando en sus pensamientos. Algo iba mal. Lo sabía.

- ¿Llegará a recuperar la memoria? -inquirió.

- No lo sé.

- Pero ¿crees que lo hará?

Amber sintió escalofríos. No le gustaba pensar en lo que pasaría si Duncan recuperaba la memoria. Si fuese un enemigo y, a la vez, la otra mitad de su ser…

Podría destrozarla.

Tampoco quería pensar en qué le ocurriría a Duncan si no la recuperaba. Le consumiría la impaciencia y una salvaje ansiedad; se convertiría en un renegado al no recordar los nombres de su pasado, los votos jamás cumplidos.

Aquello lo destrozaría.

Amber apenas podía respirar. No le desearía semejante deshonra y angustia ni siquiera a un enemigo y mucho menos al hombre que le había robado el corazón con una leve caricia, una sonrisa, un beso.

- Yo… -Su voz se quebró.

- ¿Amber? -dijo Erik, mostrándose preocupado por la expresión angustiada de los dorados ojos femeninos.

- No lo sé -respondió ella al fin con voz temblorosa-. Puede que no surja nada bueno de todo esto.

La muerte querrá su presa.

- Quizás lo mejor fuera llevar al desconocido al castillo del Círculo de Piedra -sugirió Erik.

- No.

- ¿Por qué?

- Me pertenece.

La categórica certeza que transmitía la voz de Amber sorprendió y preocupó a Erik.

- ¿Y qué sucederá si recupera la memoria? -preguntó inquieto.

- Será él quien decida.

- Podrías estar en peligro.

- Que así sea.

Un sentimiento de ira embargó al escocés. Graznó el halcón y el caballo piafó inquieto mordisqueando las riendas. Erik los tranquilizó sin dejar de observar a Amber.

- Lo que dices no tiene ningún sentido -dijo finalmente-. Enviaré a mis escuderos a hacerse cargo del desconocido en cuanto terminemos de cazar.

La cabeza de la joven se alzó desafiante.

- Como quieras, milord.

- ¡Maldición! ¿Qué es lo que te pasa? Sólo intento protegerte de un desconocido que ni siquiera tiene nombre.

- Sí tiene nombre.

- Me has dicho que no lo recuerda.

- Así es. Pero le he dado un nombre.

- ¿Cuál?

- Duncan.

Incrédulo ante lo que estaba escuchando, el escocés hizo rechinar los dientes.

- Explícate -exigió.

- Tenía que llamarle de alguna forma. «Guerrero Oscuro» encaja con su personalidad.

- Duncan -repitió Erik con voz neutra.

- Sí.

En la distancia se oyó el sonido de un cuerno indicando que los sabuesos perseguían a sus presas, asustándolas para que se moviesen y quedasen a merced de los halcones que aguardaban en los brazos de los caballeros. El halcón del joven lord se removió inquieto, y un graznido sobre sus cabezas anunció que otro halcón había alzado el vuelo. Erik miró hacia el brillante cielo, escrutándolo con una mirada similar a la de un ave rapaz.

Un pequeño halcón se precipitó como una flecha negra desde el cielo, dejando un rastro de plateadas correas que brillaban a la luz del sol. Aunque había caído tras una colina, Erik no albergaba dudas sobre el destino de su presa.

- Cassandra cenará perdiz antes de que mi partida de caza se haga con un pato -comentó-. Su halcón vuela con su acostumbrada elegancia letal.

Amber cerró los ojos y suspiró aliviada al ver que el escocés abandonaba el tema de Duncan.

- Cassandra y yo vendremos a cenar contigo -anunció el joven lord de pronto-. Asegúrate de estar en la cabaña y de que el desconocido no se escape.

La joven lo miró fijamente y se sumergió en la frialdad ambarina de la mirada del lobo que vivía en el interior de su amigo de la infancia.

- Así será, milord. -Asintió y entrecerró los ojos devolviéndole su frialdad.

Tras su barba recortada, Erik esbozó una sonrisa.

- ¿Todavía te queda venado ahumado?

Ella asintió de nuevo.

- Bien -dijo él-. Estaré hambriento.

- Tú siempre estás hambriento.

Erik rió, y con el halcón posado en su antebrazo, espoleó ligeramente a su caballo para dirigirse hacia el interior del bosque. El sol hizo brillar su pelo y su montura lanzó destellos de un gris tormentoso.

Amber lo observó marchar hasta que sólo pudo ver las colinas, a lo lejos. Cuando se giró para volver a la cabaña, el ave de Cassandra se elevó en armonía con el viento, buscando otra presa. La joven trató de escuchar las pisadas de un caballo acercándose. Pero Cassandra, al contrario que Erik, esperaría a terminar la cacería antes de hablar con ella.

Aliviada, entró en la cabaña y cerró la puerta sin apenas un ruido. Igualmente silenciosa, cruzó un travesaño de madera en el marco. Mientras no levantara el travesaño, nadie podría entrar sin convertir la puerta en astillas.

- ¿Duncan? -preguntó suavemente.

No hubo respuesta.

El miedo atenazó su corazón con sus frías garras. Angustiada, corrió hacia el lecho y apartó los cortinajes.

Duncan estaba tumbado de lado, relajado, con los ojos cerrados. Amber alargó la mano, le tocó la frente y exhaló un suspiro de alivio. Estaba profundamente dormido, pero su sueño era normal.

El contraste entre los robustos hombros de Duncan y los exquisitos bordados de las blancas sábanas hizo sonreír a la joven. Con delicadeza, le apartó el flequillo de la frente disfrutando de la calidez y suavidad de su piel.

Duncan se movió pero no para apartarse. Al contrario. Aun dormido, sus manos encontraron la de Amber, y cuando ella intentó desasirse, se lo impidió. Al instante, la muchacha sintió que se estaba despertando.

- No -susurró, acariciándole la mejilla-. Duerme, Duncan. Recupérate.

El guerrero se deslizó de nuevo en su profundo sueño, pero no la soltó. Amber se quitó los zapatos y se sentó en el borde de la cama, luchando contra el cansancio que había conseguido mantener a raya durante las largas jornadas transcurridas desde que Erik había traído a Duncan, desnudo, a su cabaña.

Todavía no podía abandonarse al sueño. Necesitaba pensar, planear, encontrar el hilo de la enmarañada madeja que unía a Duncan con su propio destino, para que les condujese a una vida dichosa y no a una muerte segura.

Tantas cosas dependen de su memoria. O de que no la recupere.

Tantas cosas dependen de la profecía.

Sí. La profecía. Debo asegurarme de que no se cumple ni una sola más de sus sentencias. Puede que ya le haya entregado mi corazón, pero mi cuerpo y mi alma todavía no son suyos.

Así debe ser. No debo tocarle.

Pero incluso el mero pensamiento hizo brotar una protesta dentro de Amber. Tocar a Duncan era el más exquisito placer que ella había conocido nunca.

Me pertenece.

No. No puedo entregarle mi cuerpo.

La profecía seguirá sin cumplirse.

El cansancio doblegó finalmente a Amber. Se le cerraron los ojos y se inclinó hacia delante en un profundo sueño, incluso antes de apoyarse en el cama. Al sentir aquella leve presencia a su lado, Duncan se despertó durante apenas un instante, estrechó a la joven con fuerza y volvió a dormirse en un sueño reparador.

Mecida entre aquellos musculosos brazos, Amber tuvo el sueño más tranquilo de su vida y no se despertó hasta que el agudo aullido de un lobo se oyó en el crepúsculo.

Lo primero que sintió fue una profunda paz. Lo segundo, una sensación de calidez, como si el sol brillara a su espalda. Lo tercero, el hecho de que yacía acunada por el cuerpo desnudo de Duncan y de que la poderosa mano que él utilizaba para blandir la espada descansaba sobre su seno.

Oh, Dios mío, ¿por qué su contacto me produce tanto placer?

El aullido del lobo se escuchó de nuevo, llamando a los suyos a una cacería en la penumbra.

Tan rápido como pudo, la joven se deslizó de la cama. Por un momento, pareció que Duncan iba a despertar, pero ella lo acarició con delicadeza y sus suaves palabras lo sumieron de nuevo en un profundo sueño.

Amber dejó escapar un prolongado suspiro de alivio y se alejó del lecho. Necesitaba estar sola para hablar con Erik y Cassandra. Sería lo más seguro para Duncan. Se cubrió con un chal de lana verde y se lo ajustó con un broche, largo y curvado, con forma de media luna. Antiguas runas conferían elegancia y textura a la plata labrada. Cuando retiró el madero que trababa la puerta y salió al exterior, el broche brilló como si quisiera absorber la luz y retenerla, frente a la noche que se avecinaba.

En cuanto cerró la puerta a su espalda, Cassandra apareció en el sendero que conducía a la cabaña. Venía a pie, luciendo sus acostumbrados ropajes escarlatas, ribeteados de azul y verde, aunque la penumbra los teñía de negro.

Su pálido cabello, casi incoloro, estaba trenzado y oculto bajo un tocado de un fino tejido rojo, sujeto por una diadema de hilos plateados entrelazados. Las mangas del vestido eran largas y abullonadas.

Aunque, al igual que Amber, no tenía familia, Cassandra poseía el porte de una dama de alta alcurnia. La anciana superaba con mucho a su pupila en sabiduría y la había criado como si fuese hija suya. A pesar de ello, Cassandra no hizo ademán alguno de abrazar a la joven que había visto crecer. Se había acercado a la cabaña con intención de saber más del desconocido y no como mentora de Amber.

- ¿Dónde está Erik? -preguntó la joven, mirando más allá de Cassandra, y sintiendo que la embargaba una sensación de inquietud.

- He preferido verte a solas.

Amber esbozó una sonrisa que no sentía.

- ¿Ha sido buena la caza?

- Sí. ¿Y la tuya?

- No he ido de caza.

- Me refiero a tus intentos de averiguar algo sobre el hombre que Erik encontró dormido dentro del sagrado Círculo -le aclaró Cassandra con suavidad.

Tras decir aquello, la anciana escudriñó a su pupila con sus penetrantes ojos grises. Amber tenía que esforzarse para no moverse o balbucear las primeras palabras que se le ocurriesen. En ciertos momentos, los silencios de la anciana resultaban tan incómodos como sus profecías.

- No se ha despertado desde esta mañana -le explicó la joven-, y sólo lo ha hecho durante unos minutos.

- ¿Cuáles fueron sus primeras palabras al despertar?

- Me preguntó quién era yo -contestó Amber tras un momento, esforzándose en recordar.

- ¿En qué idioma?

- En el nuestro.

- ¿Tenía acento? -insistió Cassandra.

- No.

- Continúa.

Amber sintió como si le estuviesen tomando la lección. Pero no sabía de qué lección se trataba, ni las respuestas apropiadas y, de todas formas, temía cuáles pudieran ser dichas respuestas.

- Preguntó si estaba preso.

- Qué extraño…

- No, no es nada extraño teniendo en cuenta que Erik le había atado a la cama de pies y manos.

- Mmm… -fue cuanto dijo Cassandra.

Amber no añadió nada más.

- Qué poco habladora estás esta noche -comentó la anciana.

- Sigo tus enseñanzas, Maestra -respondió ceremoniosa.

- ¿Por qué te muestras tan distante?

- ¿Por qué me interrogas como si me hubieses descubierto robando?

- Ven. -La anciana suspiró y le ofreció la mano-. Caminemos antes de que llegue la noche.

La joven abrió los ojos sorprendida. Cassandra se ofrecía a tocar a otra persona en raras ocasiones, sobre todo a Amber, para quien el mero roce de otra piel siempre era doloroso.

Sin embargo, tocando al desconocido sólo había sentido placer.

- ¿Por qué, Maestra? -susurró.

- Pareces atormentada, hija mía. Dame la mano y sabrás que no es a mí a quien debes temer.

Vacilante, Amber rozó con sus dedos la mano de Cassandra. Como siempre, sintió la profunda inteligencia de la hechicera y el enorme afecto que le profesaba.

- No quiero más que la felicidad para ti, pequeña.

La verdad en las palabras de la anciana fluyó hacia Amber, que esbozó una sonrisa agridulce y dejó caer su mano. Dudaba que Cassandra conociera la sensación que le producía tocar a Duncan.

Y si lo hubiese sabido, dudaba que quisiera que se siguiese produciendo.

Cuando la anciana giró sobre sus talones y se dirigió lentamente hacia la luna que iluminaba la pradera circundante, Amber la siguió, caminando a su lado.

- Háblame del hombre al que has decidido llamar Duncan -dijo Cassandra.

Sus palabras fueron suaves, pero la velada orden que yacía oculta tras ellas no lo era tanto.

- No sabe nada sobre su pasado antes de llegar aquí.

- ¿Y tú?

- He visto marcas de batallas en su cuerpo.

El oscuro guerrero…

- Sí -susurró Amber-. Duncan.

- ¿Es, acaso, un hombre salvaje y brutal?

- No.

- ¿Cómo estás tan segura? Un hombre atado poco puede hacer más que intentar liberarse por la fuerza o con astucia.

- Corté sus ligaduras.

Cassandra resopló agitada y se santiguó antes de seguir caminando.

- ¿Por qué? -preguntó con voz tensa.

- Sabía que no me haría daño.

- ¿Cómo lo sabías? -inquirió la anciana, temiendo la respuesta que iba a recibir.

- De la manera habitual: tocándolo.

Cassandra se detuvo con las manos entrelazadas, meciéndose lentamente como un sauce al viento.

- Cuando llegó a ti -quiso saber-, ¿era de noche?

- Sí -dijo Amber.

Llegará a ti de entre las sombras.

- ¿Has perdido el juicio? -Estaba horrorizada-. ¿Acaso lo has olvidado? Debes permanecer intacta, atrapada en el ámbar.

- Erik me pidió que lo tocara.

- Tendrías que haberte negado.

- Lo hice al principio. Después, Erik señaló que ningún hombre llega a su vida adulta sin poseer un nombre y, por lo tanto, la profecía no…

- ¡No te atrevas a darme lecciones, niña! -la interrumpió enfadada-. ¿Sabía ese hombre cómo se llamaba al despertarse?

- No, pero eso podría cambiar en cualquier momento.

- ¡Oh Dios! ¡He criado a una estúpida imprudente!

Amber hubiera querido defenderse, pero no sabía cómo. Cuando no estaba con Duncan, la temeridad de sus propias acciones la abrumaba. Sin embargo, cuando se encontraba a su lado no parecía haber alternativa.

Ambas mujeres se volvieron hacia la cabaña y se detuvieron al unísono.

Erik esperaba de pie a unos metros de ellas.

- Estarás orgulloso de tus acciones -le recriminó la anciana en tono displicente.

- Buenas noches para ti también, Cassandra -la saludó Erik-. ¿Qué he hecho ahora para ganarme tu ironía?

- Amber ha tocado a un hombre, un guerrero sin nombre que vino a ella de entre las sombras, encontrado, debería añadir, por un insensato.

- ¿Y qué se supone que debía hacer? -adujo Erik-. ¿Matarlo allí mismo?

- Podrías haber esperado a que yo…

- Tú no tienes poder sobre el castillo del Círculo de Piedra, Cassandra -la interrumpió bruscamente el escocés-. Yo sí.

- Lo sé -convino la anciana esbozando una leve sonrisa.

- Respeto tu sabiduría, Cassandra, pero no puedes darme órdenes como a un vulgar escudero.

- También lo sé.

- Al fin estamos de acuerdo en algo. -Erik sonrió al hablar-. Puesto que es imposible deshacer lo ya hecho, ¿qué sugieres que hagamos?

- Intentar influir sobre los acontecimientos para que la muerte no reclame su presa.

El escocés se encogió de hombros.

- La muerte siempre acompaña a la vida. Es la esencia de la vida… Y de la muerte.

- Y es la esencia de mis profecías que se cumplan.

- En todo caso, los requisitos a los que alude la profecía no se han cumplido -señaló Erik.

- Él vino a ella de entre…

- Sí, sí -la cortó con impaciencia-. Pero el alma y el corazón de Amber no le pertenecen.

- No puedo decir nada de su cuerpo o de su alma -le contradijo Cassandra-, pero su corazón pertenece ya al desconocido.

- ¿Es eso cierto? -preguntó Erik, fijando su sorprendida mirada en Amber.

- Entiendo los tres requisitos de la profecía mejor que nadie -respondió la joven-. No se han cumplido los tres.

- Quizás debiera matarlo después de todo -murmuró Erik.

- Si lo haces, quizás tuvieras que pagar las consecuencias -le previno Amber con una tranquilidad que estaba lejos de sentir.

- Explícate.

- Has de ir hacia el norte para evitar que las tribus rebeldes invadan Winterlance. Sin embargo, si no te quedas, tus primos conquistarán el castillo del Círculo de Piedra.

Erik miró entonces a Cassandra.

- No es necesario que una profecía te confirme las ambiciones de sus primos -manifestó la anciana con sequedad-. Estaban tan seguros de que tu madre, lady Emma, moriría sin concebir el heredero de Lord Robert, que cuando naciste ya habían comenzado sus luchas internas para dirimir quién habría de gobernar el Círculo de Piedra, Sea Home, Winterlance y el resto de las posesiones de tu padre.

Sin decir palabra, el escocés volvió la mirada hacia Amber.

- Duncan es un guerrero hábil y poderoso -repuso la joven-. Podría serte útil.

Miró a su amigo de soslayo, preguntándose si en realidad la estaba escuchando o simplemente dejándola hablar. No había manera de saberlo, excepto tocándole. Bajo la luz de la luna, el velado brillo de sus ojos se asemejaba al de un lobo.

- Continúa -le exigió Erik.

- Concédele tiempo para curarse. Si no recupera la memoria, te jurará lealtad.

- ¿Crees, entonces, que es un mercenario sajón o escocés en busca de un señor al que ofrecer sus servicios?

- No sería el primer caballero que conoces con tales intenciones.

- Cierto -murmuró su amigo.

Cassandra intentó mostrar su desacuerdo pero Erik la cortó.

- Te concedo un período de gracia de dos semanas mientras intento averiguar algo sobre el pasado del desconocido -le dijo a Amber-. Pero sólo si me respondes a una pregunta.

La joven aguardó, incapaz de respirar.

- ¿Por qué te importa tanto lo que le suceda a ese hombre?

La tranquilidad que desprendía su tono de voz contrastaba con la intensidad de su mirada.

- Cuando le toco… -La voz de Amber se desvaneció.

Erik aguardó.

La joven entrelazó las manos dentro de las alargadas mangas de su vestido e intentó dar con las palabras adecuadas para transmitirle al joven lord lo que sabía.

- Duncan carece de recuerdos -dijo Amber, espaciando las palabras-, y, sin embargo, apostaría mi alma a que es uno de los mejores guerreros que haya existido jamás sobre la faz de la tierra. Y eso te incluye incluso a ti, Erik, a quien llaman el Invicto casi tanto como el Hechicero.

Cassandra y Erik intercambiaron una larga mirada.

- Con Duncan a tu lado, podrías mantener el control sobre las tierras de lord Robert y luchar contra las tribus nórdicas, los normandos y tus primos -afirmó rotunda.

- Quizás -concedió el escocés-, pero temo que tu guerrero haya jurado fidelidad a Dominic le Sabre o a Duncan de Maxwell.

- Podrías estar en lo cierto. Pero no lo sabremos si no recupera la memoria. -Amber emitió un largo suspiro-. En ese caso, podría jurarte fidelidad a ti.

Se hizo el silencio mientras Cassandra y Erik consideraban las palabras de la joven.

- Ah, pequeña, eres implacable. -El joven lord esbozó una gran sonrisa antes de lanzar una carcajada-. Habrías sido un buen guerrero.

- ¿Estás segura de que Duncan no va a recuperar la memoria? -preguntó Cassandra con semblante sombrío.

- No.

- ¿Y qué pasará si lo hace?

- Entonces sabremos si es amigo o enemigo. Si es amigo, Erik dispondrá de un valioso caballero; es un riesgo que merece la pena correr, ¿no crees?

- ¿Y si resulta ser un enemigo? -intervino Erik.

- Al menos no tendrás que cargar en tu conciencia con la muerte de un hombre inconsciente.

- ¿Qué te parece la idea? -le preguntó el escocés a la anciana.

- No me gusta.

- ¿Por qué?

- Por la profecía -dijo cortante.

- ¿Qué te gustaría que hiciera?

- Que te adentraras en lo más profundo de tus posesiones y abandonaras al desconocido, desnudo, para que encontrase su propio camino.

- ¡No! -exclamó Amber, sin poder contenerse.

- ¿Por qué? -exigió saber Cassandra.

- Me pertenece.

La ferocidad que denotaba la suave voz de la joven fue demoledora. Erik miró a la anciana, que observaba a su pupila como si no la reconociera.

- Dime, cuando le tocas, ¿qué sientes? -preguntó Cassandra con cautela.

- Amanecer -susurró Amber.

- ¡¿Qué?!

- Es como el amanecer, tras una noche interminable.

Cassandra cerró los ojos y se cruzó de brazos.

- He de consultar las runas -susurró.

Amber exhaló un suspiro de alivio y miró a Erik esperanzada.

- Esperaré dos semanas, ni un día más -le advirtió el escocés-. Si durante ese tiempo descubrimos que tu guerrero es un enemigo…

- ¿Sí? -musitó.

Con tono despreocupado, Erik sentenció:

- Recibirá el mismo trato que cualquier enemigo que halle merodeando por mis tierras; lo colgaré allá donde lo encuentre.

* * *