Capítulo 4
Duncan se volvió con rapidez hacia el leve e inesperado sonido que llegó a sus oídos y se llevó la mano derecha a la cadera en busca de una espada que no encontró. El movimiento hizo que los pliegues de su nueva camisa de lino ciñesen su cuerpo, destacando sus poderosos músculos.
Cuando se abrió la puerta de la cabaña y vio que era Amber quien entraba, su mano se relajó.
- Eres tan silenciosa como un hada -comentó Duncan.
- Mal día para las hadas. Está diluviando.
La joven se sacudió la lluvia que empapaba la capa y la colgó para que se secase. Dobló el manto que había protegido bajo la capa sobre uno de sus brazos y, al darse la vuelta, vio que Duncan se estaba poniendo una túnica por encima de la camisa. La suntuosa lana verde estaba ribeteada con bordados azules, rojos y dorados.
- Pareces un poderoso señor -señaló Amber con admiración.
- Si lo fuera realmente, poseería una espada.
Ella sonrió a pesar del miedo que se había convertido en su más fiel acompañante desde su conversación con Erik cuatro días antes. Cada momento que pasaba, Duncan revelaba su innegable pasado guerrero de muy distintas formas, pero nunca con más claridad que cuando era sorprendido.
Para Amber, cada día que pasaba suponía una agonía. No podía soportar la idea de lo que haría Erik si Duncan resultaba ser el Martillo Escocés y no un caballero anónimo.
Si resulta ser un enemigo… lo colgaré allá donde lo encuentre.
- ¿Estás más cómodo con esa túnica? -preguntó Amber con voz forzada.
Duncan estiró y flexionó los brazos, probando la anchura de la prenda. Le quedaba justa pero era más amplia que la primera túnica que le había traído la joven y que ni siquiera le entraba.
- Sí -respondió-. Aunque me temo que la tela cedería en combate.
- Estás entre amigos -se apresuró a decir ella-. No hace falta luchar.
Duncan guardó silencio durante un instante y luego frunció el ceño como si estuviese buceando en su memoria en busca de un recuerdo que ya no estaba allí.
- Espero que estés en lo cierto. Aunque siento…
Con el corazón a punto de estallar, Amber aguardó. Duncan reprimió una maldición velada y abandonó su particular caza entre las sombras de sus recuerdos, que se burlaban de él siempre que se aproximaba.
- Algo no está bien -afirmó-. Éste no es mi sitio. Estoy seguro de ello.
- No han transcurrido más que unos días desde que te despertaste. Curarse lleva tiempo.
- Tiempo. ¡Tiempo! ¡Maldita sea! No tengo tiempo de deambular como si fuera un escudero a la espera de que su señor despierte tras una comilona. He de…
La frase de Duncan murió en sus labios. No sabía qué era aquello que tenía que hacer, y ser consciente de ello era cada vez más angustioso.
Chocó un furioso puño en la palma abierta de su otra mano y se apartó de Amber. Aunque no dijo nada más, la furia era evidente en cada uno de sus gestos.
Cuando la joven se le acercó, él respiró con ansia el eterno frescor de su perfume.
- Tranquilízate, Duncan.
Una delicada y cálida mano acarició su puño, y el poderoso cuerpo masculino se estremeció imperceptiblemente por la sorpresa. Amber había puesto extremo cuidado en no tocarlo desde que le había robado aquel intenso beso; el mismo cuidado que también había puesto él en ni siquiera rozarla.
Duncan se decía a su mismo que aquellas precauciones se debían a que no podía saber qué lugar ocupaba Amber en su vida pasada, o en la futura. Sin embargo, en cuanto sintió la suavidad de la breve caricia femenina, reconoció la verdadera razón de su actitud precavida. El ardiente anhelo que le había provocado no se parecía a nada que hubiese sentido nunca por una mujer.
Estaba seguro de haber experimentado la pasión con anterioridad, pero la furiosa necesidad de abrazar y ser abrazado le resultaba tan extraña e inesperada como su falta de recuerdos.
- Duncan -susurró Amber.
- Duncan -repitió él con tono burlón-. Guerrero oscuro, ¿no es una ironía? Carezco de una espada o de cualquier otro metal para defenderme en caso de peligro.
- Erik…
- Sí -la interrumpió-. El poderoso Erik, tu protector. El gran señor que decretó que yo habría de permanecer desarmado durante dos semanas. Y, a pesar de ello, ha dejado a su escudero para que nos vigile.
- ¿Egbert? ¿Aún sigue por aquí?
- Adormilado en el cobertizo. Apuesto a que las gallinas no disfrutan con su presencia.
- Mírame -le pidió ella, cambiando de tema-. Déjame ver cómo te queda la túnica.
Con reticencia, Duncan hizo lo que se le pedía.
Amber ajustó un par de cordones, estiró un pliegue de la camisa bajo la túnica y le tendió el bello manto índigo que había traído bajo la lluvia desde el castillo del Círculo de Piedra.
- Es para ti.
Duncan observó aquellos dorados ojos que le transmitían un obvio anhelo por hacerle sentir cómodo.
- Eres demasiado amable con un hombre que carece de pasado, futuro e incluso de nombre -señaló en tono inquietante.
- Ya hemos hablado de ello antes en vano. A menos que… ¿has conseguido recordar algo más?
- No como a ti te gustaría. Nada de nombres. Ni de caras. Ni de hechos. Ni de juramentos. Sin embargo, siento… siento que me aguarda algo magnífico y al mismo tiempo arriesgado, algo que se me escapa.
La esbelta mano de Amber se posó de nuevo sobre el tenso puño de Duncan. No percibió recuerdos de su pasado; ni siquiera los retazos que parecían surgir entre las sombras para luego desvanecerse y surgir de nuevo, burlones e insinuantes.
Todo seguía igual. Sobre todo, el intenso y sensual deseo que Amber despertaba en él. Conocer aquella primitiva necesidad provocó que un extraño calor recorriera el cuerpo de la joven, haciéndola sentir que un fuego invisible ardía en la boca de su estómago, aguardando a que la imparable pasión de Duncan estallase.
Amber se dijo que debía apartar su mano y no volver a acercarse a él, pero no hizo ningún movimiento para alejarse. El placer de sentir la piel masculina bajo sus dedos debería asustarla y, sin embargo, la seducía cada vez más.
- La vida misma es tan arriesgada como magnífica -dijo ella en voz baja.
- ¿Ah sí? No lo recuerdo.
Las emociones de Duncan, a duras penas contenidas, azotaron a la joven, que percibió una furiosa mezcla de frustración, ira e impaciencia.
Haciendo un doloroso esfuerzo, Amber se obligó a no enterrar sus dedos en el cabello de Duncan, a no acunarlo entre sus brazos, a no acariciarlo hasta que el placer se apoderase de todas sus emociones. Pero no pudo evitar tocarlo. No más que una leve caricia.
Sólo eso.
La yema de uno de sus dedos dibujó el poder de su puño contenido.
- ¿Acaso te hemos tratado tan mal? -susurró con tristeza.
Duncan inclinó la cabeza para mirar a aquella muchacha que nada había hecho para ganarse su ira y sí su gratitud. Muy despacio, relajó la mano cerrada y tomó la de Amber, cuyo cuerpo se sobresaltó sutilmente.
- No temas, pequeña. No te haré daño.
- Lo sé.
La certidumbre que teñía la voz de Amber se reflejó también en sus ojos. Aquello sorprendió a Duncan, que estaba demasiado complacido por la confianza que la joven le brindaba como para indagar en las causas. Sin darse tiempo a pensar, se llevó la esbelta mano femenina a los labios y la besó, siendo recompensado por la alterada respiración de Amber.
Sólo había pretendido besarle la mano pero, al ver su reacción, no pudo resistirse a girarle la mano con delicadeza hasta que sus labios dieron con la muñeca.
Cuando su lengua dibujó los latidos de una de las frágiles venas, la joven se estremeció y aquello hizo que lo invadiera una salvaje ola de deseo. A pesar de todo, continuó con su delicada caricia. Aún recordaba la huida de Amber cuando había intentado algo más atrevido.
- Duncan, yo… -musitó ella.
Incapaz de articular palabra, su voz se rompió. El simple hecho de que él la tocara le provocaba un intenso placer. Y ser consciente, además, de la inmensa fuerza de la pasión que sentía por ella mientras la besaba con tanta suavidad, era como estar en medio de una dulce y devoradora hoguera.
Duncan levantó entonces la cabeza y su mirada se sumergió en los dorados y aturdidos ojos de la joven que para él resultaba tan enigmática como su propio pasado.
- Tu cuerpo me reconoce -afirmó el guerrero con voz ronca-. Te consumes por mí, al igual que yo por ti. ¿Éramos amantes en una época que no recuerdo?
Con un leve gemido, Amber recuperó su mano y se dio la vuelta.
- Nunca he sido tu amante.
- Me resulta muy difícil de creer.
- Pero sigue siendo la verdad.
- ¡Maldita sea! -siseó Duncan entre dientes-. ¡No puede ser cierto! Nuestra atracción es demasiado intensa. Sabes algo de mi pasado que me estás ocultando.
La joven negó con la cabeza.
- No te creo -dijo él.
Amber se vio la vuelta tan aprisa que su vestido revoloteó a su alrededor.
- Como quieras -le espetó enfadada-. Antes de que llegases a las tierras de la frontera eras un príncipe.
Duncan estaba demasiado impresionado como para hablar.
- Tenías tierras -continuó.
- ¿Qué estás…?
- Eras un traidor -siguió, inmisericorde.
Desconcertado, Duncan se limitaba a mirar a Amber.
- Eras un héroe -prosiguió-. Un caballero. Un escudero. Sacerdote. Un poderoso señor. Eras…
- Ya basta -la interrumpió-. ¿Qué quieres decir?
- Algo de lo que te acabo de decir es verdad.
- ¿Estás segura?
- ¿Qué otra cosa podrías haber sido?
- Un siervo o un marinero -respondió irónico.
- No. Tus manos no tienen marcas que indiquen que trabajabas la tierra, o en el mar.
De pronto, Duncan soltó una carcajada y, en contra de su voluntad, ella sonrió.
- ¿Lo entiendes ahora? Debes descubrir tu pasado por ti mismo. Nadie puede hacerlo por ti.
Él dejó de reír y permaneció en silencio durante unos segundos.
La tentación de tocarlo y descubrir qué estaba pensando casi abrumó a Amber, que tuvo que luchar contra su propia necesidad y anhelo.
Y sucumbió.
Con la yema de los dedos acarició la mejilla masculina, percibiendo la ira y el desconcierto que ardía en su interior, así como un profundo sentimiento de pérdida que no alcanzaría a describir con palabras.
- Duncan, mi oscuro guerrero… -susurró Amber dolorosamente-. Si sigues luchando contra ti mismo, no conseguirás más que herirte. Déjate llevar por la vida que tienes ahora.
- ¿Cómo podría? -inquirió con voz áspera y la mirada de un animal que hubiese caído en una trampa-. ¿Y mi vida anterior? ¿Qué pasaría si hubiera un señor esperando a que cumpliese mis promesas? ¿Y si tuviese esposa? ¿Descendencia? ¿Tierras?
Cuando Duncan habló del señor y de las tierras, Amber sintió la oscura furia de sus recuerdos, pero no ocurrió lo mismo ante la mención de una esposa o descendencia.
Fue tal su alivio que se sintió desfallecer. La idea de que él pudiera estar atado a otra mujer habría sido como hundir una daga en el corazón de la joven. No supo cuánto lo temía hasta que ya no fue una posibilidad.
¡Oh Dios mío! Que no recupere la memoria. Cuanto más recuerda, mayor es mi temor de que sea un enemigo.
La otra mitad de mi ser.
Vino a mí de entre las sombras, y entre sombras debe permanecer.
O morir.
Pero pensar en que muriera resultaba aún más insoportable que la posibilidad de que Duncan siguiese vivo y atado a otra mujer.
El rápido batir de alas del halcón lo condujeron rápidamente hacia Duncan, que lo llamaba con vigorosos y elegantes movimientos de su brazo.
- ¡Muy bien! -aplaudió Amber emocionada-. Debes de haber hecho esto en muchas otras ocasiones.
La joven se arrepintió de haber pronunciado aquellas palabras nada más terminar la frase. Durante los últimos cinco días se había negado tan siquiera a mencionar el pasado de Duncan, y él seguía sin recordar nada aunque ya habían transcurrido nueve días desde su vuelta a la consciencia.
Tras echarle un rápido vistazo a Amber, Duncan se concentró en el elegante vuelo circular del ave, incitándola a que descendiera del cielo encapotado. Sin previo aviso, el pequeño halcón siguió la orden, atacó a su presa con un rápido y mortal picotazo, y descendió hasta el suelo para alimentarse.
Rápidamente, Amber lo llamó con trocitos de carne y sonidos de silbato. El halcón lanzó una aguda protesta, pero terminó cediendo y voló para posarse sobre la muñeca femenina.
- No te enfades -murmuró la joven mientras acomodaba las correas de cuero sobre su guantelete-. Lo has hecho muy bien.
- ¿Lo suficiente como para ganarse una caza de verdad? -preguntó Duncan.
La muchacha sonrió.
- Pareces tan impaciente como él.
- Así es. No estoy acostumbrado a permanecer encerrado en una cabaña, a solas con una mujer y mis propios pensamientos. O, más bien… sin ellos -añadió irónico.
Amber se estremeció.
Duncan había mostrado muy poco interés en descansar, alimentarse y seguir descansando, tal y como ella le había recomendado. Con las frías lluvias no resultó difícil impedir que saliera, aunque se comportaba como un lobo enjaulado. Pero un día como aquél en el que el sol hacía que la bruma se desvaneciese en grandes espirales plateadas, había resultado imposible retenerlo.
- Tenía miedo -le explicó Amber.
- ¿De qué?
- De los enemigos.
- ¿De qué enemigos? -preguntó al momento.
- Después de todo, estamos en la frontera de Inglaterra y Escocia. Caballeros sin tierra, hijos ilegítimos con ambición, hijos sin derecho a herencia… Todos rondan en busca de riquezas.
- A pesar de ello, te acercaste hasta el castillo del Círculo de Piedra para traerme ropa.
Amber se encogió de hombros por toda explicación.
- No temo por mí. Nadie se atrevería a tocarme.
Al oír sus palabras, Duncan le dirigió una mirada escéptica.
- Es cierto -le explicó ella-. Todo el mundo sabe en estas tierras que Erik colgaría a cualquiera que se atreviese a tocarme.
- Yo te he tocado.
- Además -se apresuró a continuar la joven, cambiando de tema-, no hacías más que protestar diciendo que tus ropas eran las de un sarraceno.
Duncan dijo entonces varias palabras en la lengua que había aprendido durante su estancia en Tierra Santa.
- ¿Qué significa? -preguntó ella con curiosidad.
- Es mejor que no te lo diga.
- ¡Ah! -se resignó-. En todo caso, quería asegurarme de que te habías recuperado por completo de los efectos de la tormenta antes de que salieras.
- ¿De todos los efectos? -replicó.
- De casi todos -repuso la joven-. No creo que tu humor mejore en mucho tiempo.
Duncan le lanzó una brillante mirada de color avellana, aunque tuvo la cortesía de reconocer que Amber estaba en lo cierto. Se había mostrado nervioso y cortante desde la mañana, cuando se despertó de un acalorado sueño envuelto en sombras.
- Lo siento. El hecho de que el pasado se interponga en mi presente y mi futuro es más de lo que soy capaz de soportar con una sonrisa.
- Aquí tienes un futuro, si tú quisieras -musitó ella.
- ¿Con tierras propias?
Amber asintió.
- Muy generoso por tu parte.
- No es cosa mía, sino de Erik. Él es el señor del castillo del Círculo de Piedra.
Duncan frunció el ceño. Aún no había conocido al joven lord, pero dudaba que fueran a congeniar. Amber mostraba demasiado afecto por Erik, y eso le irritaba. Aquel afán de posesión con respecto a la joven le preocupaba, pero se veía incapaz de cambiar sus sentimientos.
Hemos tenido que ser amantes en el pasado. O desearlo al menos.
Duncan esperó, aguardando implacable una reacción de su cerebro. Sin prisa.
No sucedió nada. Nada en absoluto.
Ni siquiera sintió que aquel pensamiento fuera correcto o incorrecto, como había sucedido con la falta de una espada, o la certeza de que jamás había sentido nada igual por una mujer.
- ¿Duncan? -lo llamó Amber suavemente.
Él parpadeó y regresó de su mundo de sombras.
- No quiero caridad -afirmó muy despacio.
- Entonces, ¿qué quieres?
- Lo que he perdido.
- Deberías abandonar tus esfuerzos por recuperar el pasado -susurró.
- Sería como perder la vida.
Apesadumbrada, Amber dio media vuelta y encapuchó al halcón. El ave lo toleró, satisfecho de momento por la reciente lucha.
- Hasta el más fiero de los halcones acepta la capucha sin quejarse demasiado.
- Sabe que la capucha no estará ahí para siempre -replicó Duncan.
Amber echó a andar hacia los establos, alineados a un lado de la cabaña. Egbert, el escudero, apenas un muchacho, se levantó lentamente, se desperezó y abrió la puerta para dejarla entrar. Una vez la joven acomodó al halcón, cerró la puerta e hizo señas al pelirrojo Egbert para que ocupase de nuevo su lugar.
En cuanto estuvieron de nuevo a solas, Amber se dirigió a Duncan y, posando una de sus delicadas manos sobre su musculoso brazo, le preguntó:
- Si no pudieras recuperar el pasado, ¿qué es lo que más desearías?
- A ti. -Su respuesta no se hizo esperar ni un segundo.
La joven no podía moverse, debatiéndose en su interior entre el miedo y la alegría.
- Pero no es posible -prosiguió Duncan sin alterarse-. No sin antes saber si tengo una prometida o incluso una esposa.
- No creo que estés unido a otra mujer.
- Yo tampoco. Pero soy el fruto de una relación ilegítima -alegó-. No traeré al mundo hijos bastardos sin futuro, ni hijas ilegítimas que se conviertan en la amante de un noble.
- Duncan, ¿cómo puedes saberlo?
- ¿El qué?
- Que eres un hijo ilegítimo.
- No lo sé -gruñó, sacudiendo la cabeza con brusquedad-. ¡No lo sé!
Sin embargo, lo que había dicho era verdad. Amber lo había sentido con tanta claridad como percibía el calor de su cuerpo.
Durante unos segundos, las sombras que nublaban su pasado se habían apartado.
- ¿Por qué no soy capaz de recordar algo más? -exclamó con desesperada vehemencia.
- No te fuerces más -le pidió la dulce voz de Amber-. Si has de recordar, lo harás.
La joven sintió que Duncan empezaba a relajarse incluso antes que él mismo. Apartó su mano y, con una sonrisa agridulce, abrió la puerta de la cabaña. Pero antes de haber cruzado el umbral, Duncan la atrajo hacia sí.
Se dio la vuelta sorprendida y una fuerte mano elevó su barbilla con exquisito cuidado. Amber cerró los ojos para apreciar con mayor intensidad la dulce sensación que recorría su cuerpo, provocada por la manifiesta ternura y la soterrada pasión masculina.
- No era mi intención causarte infelicidad -le aseguró Duncan.
- Lo sé -susurró, abriendo los ojos.
Duncan estaba tan cerca que Amber pudo ver las motas de verde y azul, dorado y plateado, que adornaban sus ojos castaños.
- Entonces, ¿por qué veo lágrimas en tus ojos?
- Temo por ti, por mí, por nosotros.
- ¿Porque no consigo recordar?
- No. Porque quizás lo hagas.
- ¿Por qué? ¿Qué podría haber de malo en ello? -inquirió él con la respiración agitada.
- ¿Qué pasaría si estuvieras casado?
- No creo que lo esté. Si así fuera, sentiría la ausencia, al igual que echo en falta mi espada.
- ¿Y si le debes lealtad a un señor normando? -fue la desesperada pregunta de Amber, que intentaba sofocar la pasión que transmitían los ojos de Duncan.
- ¿Acaso importaría? Los sajones y los normandos viven en paz.
- Pero, ¿y si resultas ser enemigo de lord Robert? ¿O de Erik?
- ¿Crees que Erik te habría dejado a solas con un enemigo? -replicó. Y antes de que Amber pudiese hablar de nuevo, dijo -: Podría ser simplemente un caballero que regresase de Tierra Santa en busca de lugar en el que quedarse.
Aquellas palabras consiguieron iluminar el corazón de la joven, naciendo que las sombras lo fuesen menos, apenas durante un instante.
- ¿Has luchado en las Cruzadas? -le preguntó esbozando una débil sonrisa.
- Yo… ¡Sí! -La sonrisa de Duncan fue como el brevísimo destello de un recuerdo-. En un lugar llamado… ¡ah!, no consigo recordar.
- Lo harás.
- Sé que luché en Tierra Santa. Estoy seguro.
Duncan se inclinó hasta que sus labios rozaron los de Amber. Cuando ella hizo ademán de apartarse, la mano que tenía bajo su barbilla se lo impidió mientras el musculoso brazo del guerrero la rodeaba.
- Sólo un beso. Nada más. Dame al menos eso.
Amber se resistió, pero no podía luchar contra la pasión de ambos.
- No deberíamos.
- Lo sé -murmuró él, con una sonrisa.
- Es peligroso.
- Eres tan bella que no puedo resistirme a ti.
Amber intentó negarse sin conseguirlo. Lo que estaba viviendo la abrumaba.
- Tus labios… -susurró Duncan contra su boca-. Déjame probar tu sabor.
- Duncan…
- Eso es.
Aquella vez, Amber no se sobresaltó al sentir la cálida lengua de Duncan en su boca, pero le sorprendió su contención. El cuerpo del guerrero estaba en tensión, ávido, pleno de pasión, y, sin embargo, su beso apenas era más que una delicada caricia.
Sin apenas darse cuenta, la joven emitió un pequeño gemido y entreabrió sus labios, dispuesta a recibir lo que su oscuro guerrero le ofrecía. Sus poderosas manos, curtidas por la guerra, se deslizaron por la espalda y el trasero de Amber, atrayéndola hacia sí.
- Duncan -susurró.
- ¿Sí?
- Tu sabor… es el de la tormenta. -La respiración de la joven imitó los acelerados latidos de su corazón.
- Eres tan dulce… Quiero saborear cada centímetro de tu piel. -Gruñó y acercó su boca de nuevo muy lentamente, dispuesto a profundizar el beso, al tiempo que sus musculosos brazos se amoldaban al flexible y cálido cuerpo de Amber hasta que la joven pudo sentir la firmeza de su erección. Entonces las implacables manos masculinas mecieron las caderas de la joven en un ritmo cuyo origen se perdía en el tiempo.
Tras varios minutos, Duncan separó sus bocas y recobró el aliento.
- Mi cuerpo te conoce -afirmó rotundo-. Reacciona ante el tuyo como jamás lo había hecho.
Amber temblaba y luchaba contra dos poderosas fuerzas: su propia pasión y la de Duncan. Eran dos seres hambrientos unidos por un deseo desbordado, y ella a punto estaba de sucumbir a la corriente.
- ¿Cuántas veces hemos yacido juntos en la oscuridad de la noche, unidos nuestros cuerpos y ardientes de deseo?
Amber intentó responder pero la mano de Duncan, que acariciaba uno de sus senos, la dejó sin palabras.
- ¿Cuántas veces te he quitado la ropa, besado tus pechos, tu vientre, la blanca tersura de tus muslos?
- Duncan -gimió entrecortadamente-. No debemos hacer esto.
- ¿Por qué no repetir lo que ya hemos hecho tantas veces?
- Nosotros no… -Sus palabras se perdieron, e intentó recuperar el aliento-. Nunca.
- Siempre -la rebatió él.
- Pero…
Con extrema delicadeza, Duncan atrapó el labio inferior de Amber entre sus dientes, interrumpiendo su protesta.
- Hemos estado de este modo en infinidad de ocasiones -afirmó el guerrero sonriendo, mientras sus ágiles dedos se deslizaban bajo la capa de la joven en busca de la plenitud de sus pechos, de sus pezones, que se irguieron orgullosos-. Por eso nuestros cuerpos reaccionan de esta manera.
- No, es…
La voz de Amber se quebró al sentir la calidez y la presión de la boca de Duncan en sus senos, y apenas se pudo sostener en pie al sentir sus dientes.
- Duncan -alcanzó a decir-, te siento como fuego en mis venas.
- Eres tú quien me quema.
- Tenemos que dejar de tocarnos.
Él respondió con una inquietante sonrisa.
- Más tarde -musitó-. Antes debo hacerte mía.
Temblando, Amber se imaginó entregándose a su oscuro guerrero sin que ninguna prenda se interpusiera entre ellos.
Podrás reclamar a un guerrero sin nombre; tu cuerpo, corazón y alma serán suyos.
- ¡No! -gritó de pronto-. ¡Es demasiado peligroso!
Las fuertes manos de Duncan impidieron que la joven se alejase.
- ¡Déjame! -suplicó ella.
- No puedo.
- ¡Tienes que dejarme!
Duncan observó los dorados ojos de Amber y, al advertir la desesperación en ellos, la soltó de inmediato.
- Tienes miedo -constató atónito.
- Sí -musitó ella poniéndose fuera de su alcance.
- Jamás te haría daño, pequeña. Lo sabes, ¿verdad?
Cuando la joven se apartó aún más de la invitación que representaba la mano de Duncan, éste giró sobre sus talones y se dirigió al exterior de la cabaña.