Capítulo 9
Erik aguardó el regreso de Duncan y Amber sentado en una silla de roble veteado, cuyo asiento estaba suavizado por un cojín. A pesar de los lujosos tapices que adornaban las paredes y del alegre fuego del hogar, el gran salón de la casa señorial de Sea Home era frío. Siempre que una violenta ráfaga de aire gélido forzaba su paso entre los resquicios de las anchas paredes de madera, los tapices se agitaban. Aunque el cometido de los biombos de madera tallada era desviar las corrientes de la puerta principal de la casa, las llamas de las antorchas crepitaban y temblaban siempre que se abría la puerta, como acababa de suceder.
Las llamas del hogar se inclinaron y vibraron con la corriente. Su danza se reflejó una y otra vez en los ojos de los feroces perros lobo tendidos a los pies de su amo, en la impasible mirada del halcón encaramado en su percha tras la silla de roble, en los ojos de Erik y, también, en el antiguo puñal de plata que tenía en las manos.
El travesaño se acomodó de nuevo al cerrarse la puerta principal. Instantes después, las agitadas llamas volvieron a su tamaño acostumbrado. El sonido de pasos apresurados venía acompañado por la urgencia que dejaba transmitir la voz de Alfred al acercarse al gran salón.
Sin pronunciar palabra, en medio del más absoluto silencio, Erik contempló a las tres personas que habían regresado al castillo apenas antes de que saliera la luna. En contra de sus habituales buenas maneras, no les invitó a sentarse junto al fuego. Egbert parecía avergonzado, Amber, ruborizada por algo más que el frío viento que se había levantado, mientras que Duncan era la viva imagen de un fiero guerrero.
La joven sabía muy bien que el temperamento de su amigo de la infancia estaba a punto de estallar.
- Parece que habéis traído el invierno. -El tono de Erik fue neutro a pesar de su casi visible furia. El contraste entre su voz y el brillo del puñal en sus manos resultaba inquietante.
- Los gansos acaban de llegar al pantano de los susurros -le explicó Amber.
Aquellas palabras no contribuyeron a suavizar la expresión del joven lord, y su tono siguió siendo el mismo, calmado hasta casi parecer uniforme.
- Debe resultar reconfortante dedicar el total de tus pensamientos a descubrir la verdad -le reprochó Erik a Amber-, mientras que el resto de nosotros debemos contar tan sólo con la confianza y el honor.
La joven palideció. Había visto a Erik furioso en otras ocasiones, y también conocía su gélida ira.
Pero nunca había sido dirigida contra ella.
Y nunca con aquella gelidez.
- Puedes retirarte Alfred -dijo Erik.
- Gracias, milord.
El caballero desapareció con presteza.
- Egbert. -La voz del joven lord fue como un latigazo para el escudero, que dio un respingo.
- ¿Sí, milord? -se apresuró a contestar.
- Puesto que has dormido toda la tarde, esta noche estarás de guardia. Vamos. Ya puedes empezar.
- Sí, milord.
Egbert se fue a la velocidad del rayo.
- Creo -murmuró Erik, pensativo- que nunca lo había visto moverse con tanta rapidez.
Amber emitió un sonido que podría significar cualquier cosa o nada en absoluto. Todavía estaba asimilando el hecho de que su amigo supiera que Egbert había pasado un buen rato dormido.
Se preguntaba si Erik también sabría que ella y Duncan habían ido solos al pantano de los susurros.
- Te tiene miedo -dijo Amber.
- Entonces es más listo de lo que pensaba. Más listo que tú, sin duda.
La joven se estremeció.
Duncan dio un paso al frente y sólo se paró cuando Amber agarró su muñeca implorándole sin palabras.
- ¿Cómo fue vuestro paseo? -preguntó Erik con falsa suavidad-. ¿Pasasteis frío?
- Al principio, no -respondió Duncan.
- El día era precioso -apuntó Amber rápidamente.
- ¿Y cómo encontraste tu lugar especial, pequeña? ¿También estaba precioso?
- ¿Cómo lo has sabido? -consiguió decir ella con voz trémula.
La sonrisa del joven lord era la de un lobo justo antes de abalanzarse sobre su presa.
Duncan se vio invadido por el brusco deseo de llevar una espada o una maza. Pero no tenía ningún arma ya que le habían indicado que debía dejarla en la antesala. Sólo tenía la seguridad de que Erik, a pesar de toda su amabilidad, podía ser un enemigo mortal.
Con estudiados movimientos, el guerrero se despojó de su manto y lo extendió sobre una mesa para secarlo.
- ¿Me permites? -preguntó tomando la capa de Amber.
- No. Es que… yo…
- ¿Temes, acaso, que los lazos estén deshechos? -se aprestó a terminar Erik.
Ella lo miró llena de temor.
- ¿Pero cómo? ¿No proclamas tu inocencia? -se burló el joven lord con voz calmada-. ¿No afirmas que no dejaste a Egbert durmiendo en el campo mientras dos caballos pastaban cerca?
- Nosotros… -comenzó Amber, pero la voz de Erik se impuso a la suya.
- ¿Nada de lágrimas negando que tu honor haya sido mancillado? ¿Nada de sonrojos…?
- No, eso no es…
- … y ruegos entrecortados de…
- Basta.
La violencia contenida en la voz de Duncan impresionó a Amber.
Los sabuesos se levantaron de un brinco. El halcón se sobresaltó y emitió un sonido salvaje.
- Deja de acosarla -exigió Duncan, ignorando las uñas de Amber que se clavaban en su muñeca.
Abrió la boca para añadir que seguir discutiendo como si Amber fuera virgen era ridículo, ya que estaba absolutamente seguro de que no lo era. Pero una mirada a los fieros ojos de Erik le convenció de que debía ser cuidadoso al revelar la verdad.
- Amber sigue siendo tan inocente ahora como lo era esta mañana -aseguró rotundo-. Tienes mi palabra.
En un silencio roto sólo por los chisporroteos de las llamas, Erik deslizó sus dedos por el puñal una y otra vez, mientras sopesaba la amenazante presencia del oscuro guerrero ante sí, listo para entrar en batalla.
Sí, incluso lo deseaba.
De pronto, Erik comprendió lo que había sucedido. Echó hacia atrás la cabeza y lanzó una carcajada.
Los perros se tranquilizaron, se estiraron y se acomodaron en el suelo de nuevo, y un silbido de su amo enfrió la ira del halcón.
Cuando la calma se hubo reinstaurado, Erik le dirigió a Duncan una mirada de simpatía masculina.
- Te creo -afirmó.
Duncan asintió cortésmente.
- No tienes el aspecto relajado de un hombre que ha disfrutado con una mujer -añadió Erik, ocultando una sonrisa al escuchar que el guerrero maldecía-. Ven junto al fuego. Aunque no creo que tengas frío ¿verdad?
- ¡Erik! -le recriminó Amber, azorada.
Él miró sus sonrojadas mejillas y sonrió con una mezcla de afecto y regocijo.
- ¡Ah! Mi pequeña e inocente Iniciada -se burló con suavidad-. No hay un solo hombre o mujer en el castillo que no sepa en qué se fija Duncan y quién se fija en él.
La joven se cubrió el rostro, ahora ardiendo, con las manos.
- Es una fuente inagotable de apuestas entre los hombres -añadió el joven lord.
- ¿El qué? -preguntó Amber con un hilo de voz.
- Quién de los dos sucumbirá primero.
- No será Duncan -afirmó ella con pesar.
Mientras Erik se carcajeaba, Duncan se acercó a Amber y escondió su bello y sonrojado rostro contra su pecho.
Con un suspiro, la joven se apoyó en el hombre que amaba, sintiéndose reconfortada con su apoyo. Pero nada era más tranquilizador que saber que Duncan aceptaba su contacto de nuevo, ya que él había evitado tocarla en su camino de vuelta a Sea Home.
- Conmovedor -dijo Erik-. De verdad.
- Déjanos -le exigió Duncan.
- Supongo que debería, pero no me había divertido tanto desde que me acusaste de querer a Amber para mí.
- ¡No has podido hacer eso! -exclamó Amber, elevando la cabeza con un respingo y mirando a Duncan asombrada.
- Claro que lo hizo -replicó el joven lord.
La joven emitió un extraño sonido.
- ¿Te estás riendo? -preguntó Erik.
- Hmm.
- ¿Acaso es tan difícil pensar que una mujer se sienta atraída por mí? -inquirió ofendido su joven amigo.
- No. -Amber alzó la cabeza y miró al oscuro guerrero que la sostenía con tanta ternura-. Pero es absurdo creer que yo permitiría que otro hombre que no fuera Duncan me tocara.
- Eso es lo que se espera entre un hombre y su prometida -aprobó Erik.
Al escuchar aquellas palabras, Duncan y Amber giraron la cabeza con rapidez hacia él.
- ¿Mi prometida? -repitió Duncan precavido.
- Por supuesto -asintió Erik-. Lo daremos a conocer mañana. ¿O acaso esperabas seducir a Amber sin tener en cuenta su honor y el mío?
- Ya te lo he dicho -remarcó Duncan-. Hasta que no recobre la memoria, no puedo pedir su mano.
- Pero puedes quedarte con el resto, ¿verdad?
La expresión de Duncan se ensombreció.
- La gente del castillo no deja de murmurar -señaló Erik-. Dentro de poco aumentarán las habladurías sobre una pobre ingenua que yace con un hombre que no tiene intención de…
- Ella no ha… -empezó Duncan.
- ¡Silencio! -rugió Erik-. Ocurrirá tarde o temprano. La pasión que hay entre vosotros es demasiado fuerte. Nunca había visto nada semejante.
Duncan ofreció el silencio por toda respuesta.
- ¿Acaso lo niegas? -le desafío el joven lord.
- No. -Duncan movió la cabeza y cerró los ojos.
- No necesito preguntarte sobre tus sentimientos -dijo entonces Erik dirigiéndose a Amber-. Pareces tan feliz a su lado… Resplandeces.
- ¿Y es eso algo tan terrible? -le recriminó ella con esfuerzo-. ¿Debería avergonzarme de que finalmente he encontrado lo que cualquier otra mujer da por hecho?
- Lascivia -afirmó Erik rotundamente.
- ¡No! El profundo placer de tocar a alguien y no sentir dolor.
Asombrado, Duncan la miró. Iba a preguntarle qué quería decir pero ella comenzó a hablar de nuevo con palabras atropelladas, guiadas por la tensión que consumía su interior.
- La pasión forma parte de ello -explicó Amber-. Aunque sólo en parte. También hay paz y risa y alegría.
- Y también hay una profecía -le espetó Erik-. ¿La has olvidado?
- ¡No!
- ¿De qué estáis hablando? -intervino Duncan.
- Cuerpo, corazón y alma de una mujer -le recordó Erik-. Y la catástrofe que ocurrirá…
- Que podría ocurrir -le interrumpió Amber ferozmente.
- Si ella es lo suficientemente ingenua como para entregarse por completo a un desconocido -concluyó el joven lord fríamente.
- Lo que decís no tiene sentido -murmuró Duncan, confuso.
- ¿Recuerdas algo más de tu pasado? -le preguntó Erik con sequedad.
- Nada útil.
- ¿Y eres tú el mejor para juzgar si lo que decimos tiene sentido? ¿Tú?, ¿el que no tiene memoria ni nombre?
La boca de Duncan se cerró y durante unos momentos reinó un ominoso silencio.
- ¿Qué has recordado hasta ahora? Útil o no -exigió saber Erik.
- Ya lo escuchaste antes de que luchara con Simon.
- Cuéntamelo de nuevo.
- Unos ojos verdes -dijo Duncan cortante-. Una sonrisa. El aroma de hierbas y especias. Cabello rojo como el fuego. Un beso de despedida.
El joven lord miró rápidamente a Amber, que permanecía de pie junto a Duncan, tocándole.
- Ah, sí. La bruja glendruid que te hechizó.
- No -negó Duncan al instante-. Ella no me hechizó.
- Pareces estar muy seguro -se burló Erik.
- Lo estoy.
- ¿Amber? -preguntó Erik suavemente.
- Dice la verdad.
Duncan sonrió ligeramente mientras apartaba un mechón del rostro de la joven.
- Siempre estás de mi lado -susurró, sonriéndole-. Tu fe en mí me conmueve.
- Lo que ella tiene es más infalible que la fe -señaló Erik-. Amber extrae la verdad con su roce. Ése es su don.
- Y mi maldición -murmuró ella.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó Duncan dirigiéndose a Erik.
- Tan sólo lo que he dicho -contestó el aludido-. Cuando se le pregunta algo a un hombre mientras Amber le toca, ella sabe sin lugar a dudas si lo que dice es o no verdad.
- Un don útil -comentó Duncan después de permanecer un momento con los ojos entrecerrados.
- Es una espada de dos filos -afirmó Amber-. Tocar a la gente es… desagradable.
- ¿Por qué?
- No hay ninguna explicación razonable. Es así desde que nací, y he tenido que aprender a vivir con ello -se lamentó.
- ¿Por qué pareces tan preocupada de pronto? -le preguntó Duncan con voz suave.
La joven apartó la mirada para fijarla en los perros, que observaban el fuego ensimismados.
- ¿Amber? -insistió Duncan.
- Yo… Temo que lo que soy te aleje de mí.
- Ya te dije una vez que tengo debilidad por las brujas. -Acarició la mejilla de la joven con el dorso de sus dedos e hizo que volviera el rostro hacia él-. Sobre todo, por ti. Ahora me estás tocando. ¿Te estoy diciendo la verdad?
La respiración de Amber se agitó cuando sus ojos se perdieron en los del hombre que amaba.
- Sí -musitó.
La sonrisa que le dirigió Duncan alegró su corazón. Él percibió el cambio en la joven y se inclinó hacia ella sin ser consciente de lo que les rodeaba.
- Erik tiene razón -susurró-. Resplandeces.
- Es una pena que no recuerdes tu pasado -le espetó Erik, levantándose súbitamente y asustando a los perros que descansaban a sus pies-. A tu lado, Amber sabrá lo que es el infierno.
- ¿Qué quieres decir? -exigió saber Duncan.
- ¿Crees que disfrutará siendo tu amante en vez de tu esposa?
- No es mi amante.
- ¡Maldición! -explotó Erik-. ¿Acaso no ves que sólo es cuestión de tiempo?
- No… -suplicó Amber.
- No… ¿qué? Tu guerrero no se casará contigo hasta que no recuerde su pasado, pero no es capaz de dejar de tocarte. ¡Serás su amante antes de que caigan las primeras nevadas!
Al escuchar aquellas palabras, Duncan dejó caer los brazos bruscamente.
Erik se percató de ello y lanzó una áspera carcajada.
- De momento, es suficiente -se burló mordaz-. Pero la próxima vez que te ofrezca su cuerpo, ¿puedes prometer que no tomarás lo que ella está tan dispuesta a darte?
Duncan abrió la boca para contestar, sin embargo, antes de hacerlo supo que no podría mantener su promesa. Sentía a la joven como fuego en su piel, su sangre, todo su ser.
- Si mancillo la inocencia de Amber -afirmó-, me casaré con ella.
- ¿Con o sin recuerdos? -insistió Erik.
- Sí.
El joven lord se volvió a sentar y sonrió como lo haría un lobo que acaba de empujar a una presa hacia la trampa.
- Te haré cumplir tu promesa -le advirtió suavemente.
Amber exhaló un largo suspiro y se relajó por primera vez desde que sintió la salvaje mirada de su amigo, hasta que un mal presentimiento recorrió su espalda en forma de escalofrío.
- En cuanto a la bruja glendruid… -dijo Erik dirigiéndose a Amber y haciendo que la joven aguardase sus palabras con la respiración contenida-. ¿Conoces a alguien como ella entre los Iniciados?
Con un gran esfuerzo, Amber intentó no demostrar su alivio.
- ¿Como ella? -preguntó-. ¿A qué te refieres?
- La mujer que recuerda tu guerrero sólo puede ser una glendruid. Pelirroja. Ojos verdes. Con un don que le haría enviar a Duncan hasta aquí con un talismán de ámbar.
- No conozco a nadie así.
- Tampoco Cassandra -reflexionó Erik.
- Estoy segura de que no hay ninguna mujer así entre los Iniciados de estas tierras.
Con aire pensativo, el joven lord probó el filo del puñal plateado en el pulgar. Las runas talladas en la hoja parecían ondear como las olas, vivas e intranquilas.
- La profecía de Cassandra sobre ti se conoce a lo largo y ancho de este territorio -señaló.
- Sí -confirmó Amber.
Duncan la observó sorprendido, pero la joven no dejó de mirar a Erik. Durante un instante, todo su ser se concentró en su antiguo compañero de juegos, consciente por primera vez de que su poder como Iniciado era muy superior al que ella misma creía, trascendiendo incluso su posición como heredero de lord Robert.
- Tu afinidad por el ámbar es también conocida.
La joven movió la cabeza en señal de asentimiento.
- El don de los glendruid consiste en que sus mujeres son capaces de ver el alma de un hombre -continuó Erik, dirigiendo su mirada a Duncan en busca de confirmación.
- Así es -dijo el guerrero.
- ¿Dónde lo has aprendido? -inquirió Erik.
- Es un hecho reconocido.
- Quizás sea así en el lugar del que procedes, pero no aquí.
Los incisivos ojos de Erik volvieron a observar a Amber.
- Dime -la instó con suavidad-, ¿quién, de entre los Iniciados que conocemos, posee el don, propio de las glendruid, de ver el alma de los hombres?
- Yo, en cierta medida.
- Sí, pero no fuiste tú quien le dio a Duncan su talismán ¿verdad?
- No -respondió Amber con suavidad.
- Lo hizo una hechicera glendruid -afirmó Erik mirando de nuevo a Duncan, quien asintió.
El joven lord jugueteó con el puñal, volteando la hoja plateada en el aire y atrapándola por el mango con un ágil movimiento, antes de arrojarla de nuevo.
Amber apenas pudo ocultar su estremecimiento. Podía sentir claramente la fría ira contenida de su amigo.
- ¿Dónde encontraste a la hechicera glendruid que has mencionado? -le preguntó Erik a Duncan.
- No lo recuerdo.
- Se cree que tanto los escoceses como los sajones cuentan entre sus filas a varias de esas mujeres -se apresuró a decir Amber.
El puñal voló una vez más con perezosa elegancia antes de que el joven lord detuviese su vuelo con un movimiento tan veloz que consiguió sobresaltar a Duncan.
- Simon -dijo sin pensar.
- ¿Qué? -inquirió Erik.
- Creo que eres tan rápido como Simon -aclaró Duncan.
Los ojos de Erik se volvieron inescrutables mientras envainaba el puñal con despreocupada destreza.
- No tenemos forma de saberlo -masculló-. Simon nos ha dejado.
- ¿Por qué? -preguntó Duncan sorprendido.
- Simon le dijo a Alfred que sentía que debía seguir con su misión, y se marchó de inmediato.
Con gesto ausente, Duncan se llevó la mano al abdomen, recordando el golpe del ágil caballero.
- A pesar del dolor de mis costillas -reconoció-, había congeniado con él.
- Sí -dijo Erik-. Casi parecía que os conocieseis.
Amber sintió un gélido escalofrío recorrer su cuerpo, que nada tenía que ver con las frías corrientes de la estancia.
- Me resultaba familiar -admitió Duncan-, pero no recuerdo si lo conocía.
- Amber.
Aunque Erik no dijo más, la joven sabía qué quería, así que posó sus dedos en la muñeca de Duncan.
- ¿Conocías a Simon? -le preguntó Erik.
Contrariado, Duncan dejó de observar la mano femenina para fijar su mirada en el joven lord.
- ¿Acaso cuestionas mi palabra? -rugió.
- Cuestiono tu memoria -replicó Erik-. Es una precaución comprensible, ¿no crees?
Duncan dejó escapar un largo y profundo suspiro.
- Sí, es comprensible.
- ¿Y? -insistió Erik con amabilidad.
Amber se estremeció. Sabía que cuanta más amabilidad mostrara su amigo, más peligroso resultaba.
- Cuando vi a Simon por primera vez -dijo Duncan-, sentí peligro.
La respiración de la joven se entrecortó de nuevo.
- Pude oír voces en mi mente, cánticos, y también vi velas… -continuó.
- ¿Una iglesia? -intervino Erik.
- Sí. -Fue Amber quien contestó aquella vez-. Parece una iglesia.
- ¿Y qué más percibes? -preguntó Erik con curiosidad.
- Los recuerdos de Duncan luchan por salir a la luz, pero no consiguen liberarse de las sombras.
- Interesante. ¿Qué más?
Amber lanzó a Duncan una mirada de soslayo, comprobando que la observaba con una expresión de creciente desconfianza.
- Piensa en la iglesia, mi oscuro guerrero -le suplicó.
Una tensa mueca fue la única respuesta masculina. Amber respiró dolorosamente antes de seguir.
- Creo que en la iglesia se estaba celebrando una ocasión especial y no una simple misa -dijo débilmente.
- ¿Un funeral? ¿Una boda? ¿Un bautizo? -la presionó Erik.
La joven movió la cabeza en señal de negación.
- No lo sabe.
Duncan le dirigió entonces una larga mirada, que provocó en Amber una sutil tensión.
- ¿Qué sucede? -le preguntó Erik.
- Duncan está resentido.
- Es razonable -señaló el joven lord con sequedad-. No se lo tendré en cuenta.
- Su resentimiento va dirigido contra mí y su contacto me duele -susurró Amber-. ¿Puedo soltarle?
- Pronto. Hasta entonces -dijo Erik, mirando ahora a Duncan-, considera que Amber es tu mejor oportunidad de penetrar las sombras de tu pasado.
- ¿Qué quieres decir? -inquirió el guerrero fríamente.
- Parece que ella puede percibir ciertos matices de tus recuerdos que a ti se te escapan.
- ¿Es eso cierto? -le preguntó Duncan a Amber.
- Sí. Sólo me ocurre contigo. Con otros, jamás podría.
- ¿Por qué yo soy distinto? -Su tono de voz había cambiado, consciente de que a la joven el interrogatorio le gustaba tan poco como a él-. ¿Porque no tengo pasado?
- No lo sé. Lo único de lo que estoy segura es de que estamos unidos de una forma que no alcanzo a comprender.
Duncan se la quedó mirando con la respiración contenida. Luego, exhaló, tomó sus dedos y los besó. Después, con su mano aún entre las suyas, comenzó a hablar.
- La primera vez que vi a Simon, percibí el peligro, los cánticos y las velas, y recordé la sensación de una fría hoja de cuchillo entre mis muslos.
Amber dejó escapar un sonido de asombro.
- No es un recuerdo agradable -señaló Erik.
- No. -La voz de Duncan contenía el mismo matiz de sarcasmo que la sonrisa dibujada en el rostro del joven lord.
- Continúa -le pidió Erik.
- También recuerdo a un hombre en el campo de batalla; un enemigo formidable.
- Simon -apuntó Erik.
- Eso creí al principio. Pero ahora… -Duncan suspiró.
- ¿Amber? -la instó el joven lord.
- ¿Por qué decidiste que no era Simon? -le preguntó Amber a Duncan.
- Porque si hubiese luchado con él antes de perder la memoria, estoy seguro de que lo reconocería y sabría el motivo de nuestra enemistad.
Los rasgos de Amber adquirieron la rigidez de la piedra.
- ¿Qué pasa? -se apresuró a decir Erik.
- La iglesia -susurró la joven-. Era una boda.
- ¿Estás segura? -preguntaron Duncan y Erik a un tiempo.
- Sí. Un zapato bordado… -comenzó Amber.
- ¡En mi mano! ¡Sí! -la interrumpió Duncan triunfante-. El zapato era plateado. ¡Lo recuerdo!
Los bellos ojos de la joven se llenaron de lágrimas que comenzaron a deslizarse silenciosamente por sus mejillas.
- ¿Algo más? ¿Amber? -insistió Erik.
Su voz sonó sinceramente preocupada, pues había visto las lágrimas y adivinado su causa.
De pronto, Duncan se dio cuenta de que agarraba con demasiada fuerza los dedos de Amber.
- ¿Te he lastimado?
Amber negó con la cabeza pero no lo miró a los ojos.
- Pequeña. -Los largos dedos de Duncan en su barbilla la obligaron a levantar la cabeza-. ¿Por qué lloras?
La joven quiso hablar pero no le salieron las palabras. Las lágrimas atenazaban su garganta.
- ¿Es algo que tú puedes ver en mis recuerdos y yo no? -insistió.
Amber negó de nuevo e intentó desasirse, aunque sólo logró que Duncan la agarrara con más fuerza.
- ¿Es…? -comenzó.
- Ya basta -interrumpió Erik cortante-. Suéltala. Deja que se recupere.
Duncan miró hacia el hombre cuyos ojos, que brillaban por el reflejo del fuego, tanto se asemejaban a los de sus perros lobo.
- ¿Qué sucede? -exigió saber-. ¿Se trata de una cuestión que sólo pueden entender los Iniciados? ¿Por eso no me lo quiere decir?
- Ojalá fuera así -murmuró Erik-. Las cuestiones de los Iniciados nada tienen que ver con las razones del corazón.
- ¡Explícate!
- Está bastante claro. Estabas en una iglesia, sosteniendo un zapato de mujer en tu mano.
- ¿Y qué tiene eso que ver con las lágrimas de Amber? -inquirió Duncan exasperado.
- Le ha dado su corazón a un hombre que ya está casado. ¿No crees que tiene un serio motivo para llorar?
Durante un primer momento, Duncan no comprendió. Luego atrajo a Amber hacia sí y la estrechó con fuerza mientras lanzaba una carcajada. Apenas un segundo después, también ella lo entendió al percibir la verdad que su oscuro guerrero acababa de descubrir.
- Le estaba dando el zapato a otro hombre, como es costumbre en aquellos que acompañan a la novia hasta el altar -explicó Duncan-. Era otro quien se casaba, ¡no yo!
Los perros lobo se levantaron de un salto y, elevando sus hocicos, emitieron un aullido triunfante, lo que hizo que Duncan los mirara fijamente preguntándose qué les sucedería.
Amber miró a Erik a su vez, preguntándose qué importante batalla creía haber vencido que hasta sus perros se lo gritaban a la noche.