Capítulo 1

Llegará a ti de entre las sombras.

Las palabras de la terrible profecía resonaron en la mente de Amber mientras contemplaba el poderoso cuerpo, desnudo e inerte, que Erik había arrojado a sus pies.

Las llamas de las velas revolotearon como si cobrasen vida, avivadas por el frío viento del otoño que se colaba por la puerta abierta de la cabaña. La luz y las sombras jugueteaban sobre el cuerpo del desconocido, destacando la fortaleza de su espalda y de sus hombros. En su negro cabello resplandecía el aguanieve y en su piel brillaban gotas de lluvia helada.

Amber sintió en lo más profundo de su ser el estremecimiento que atravesó al hombre que yacía en el suelo. En silencio, miró a Erik. Los grandes ojos color ámbar de la joven estaban llenos de preguntas que no alcanzaba a formular.

Era mejor así, pues el joven lord no habría sabido darle respuesta. Lo único que podía ofrecer era el cuerpo inerte del desconocido que había encontrado en lugar sagrado.

- ¿Lo conoces? -preguntó Erik.

- No.

- Creo que te equivocas. Lleva tu marca. -Sin decir más, su amigo de la infancia giró al desconocido. La luz de las velas y los regueros de agua derretida recorrían el musculoso torso, pero no fue la contundencia de aquel cuerpo desnudo lo que provocó el ahogado grito de Amber.

En la intensa oscuridad del vello que recorría el amplio pecho de aquel hombre, relucía un pequeño trozo de ámbar colgando de una cadena.

Teniendo cuidado de no tocarlo, Amber se arrodilló al lado del desconocido y acercó una de las velas para estudiar el talismán. Mostraba elegantes signos rúnicos que encomendaban al portador a la protección de los druidas.

- Dale la vuelta al colgante -susurró la joven.

Con un ágil gesto, Erik siguió sus instrucciones. En la otra cara, dispuestas en forma de cruz, varias palabras en latín proclamaban la gloria de Dios y suplicaban su protección para el portador del talismán. Se trataba de una oración cristiana muy habitual entre los caballeros que luchaban contra los sarracenos por el dominio de Tierra Santa.

Amber suspiró aliviada al darse cuenta de que el desconocido no era ningún hechicero maligno que hubiese llegado a las conflictivas tierras de la frontera entre Inglaterra y Escocia para amenazar a sus habitantes. Por primera vez, lo vio como a un hombre y no como a un enemigo.

Al observarlo con detenimiento, se sintió impactada por su imponente presencia física. La única concesión a la delicadeza eran sus pobladas pestañas y la suave curva de sus labios. Era increíblemente atractivo y su cuerpo parecía el de un guerrero. Su piel mostraba golpes recientes, cortes y arañazos que se confundían con las cicatrices de antiguas batallas y reforzaban su halo de fuerza y poder.

Aunque no poseía más que el talismán, a Amber no le cabía la menor duda de que el aquel hombre era alguien poderoso.

- ¿Dónde lo encontraste? -quiso saber.

- En el Círculo de Piedra.

Al escuchar aquello, ella levantó la cabeza.

- ¿Cómo dices? -inquirió, sin dar crédito.

- Has oído bien.

Amber aguardó el resto de la explicación mientras Erik se limitaba a observarla con sus inmutables y astutos ojos.

- ¡Oh, vamos! Cuéntamelo todo -estalló la joven exasperada.

Las duras facciones masculinas se relajaron con una divertida sonrisa. De una zancada pasó por encima del cuerpo inerte y cerró la puerta, impidiendo así el paso del frío viento del otoño.

- ¿No tienes un poco de vino caliente para un viejo amigo? -le pidió a la joven con gentileza-. Y una manta para el desconocido, sea amigo o enemigo. Hace demasiado frío para yacer así desnudo.

- Sí, milord. Tus deseos son órdenes para mí.

La ironía en la voz de Amber resultaba evidente, al igual que el afecto que escondían sus palabras. Lord Erik era hijo y heredero de un gran señor escocés, pero la joven siempre se había sentido cómoda en su presencia a pesar de su propia pobreza y de que su única familia fuese el frío viento otoñal.

Erik se desprendió de su lujoso manto y cubrió al desconocido con su cálida y gruesa lana color azul oscuro. El generoso manto casi le quedaba pequeño.

- Es corpulento -comentó Erik distraídamente.

- Incluso más que tú -convino ella desde el otro lado de la cabaña-. Aquél que haya conseguido dejarlo en este estado debe de ser un gran guerrero.

- Si nos fiamos de las huellas que encontré, fue abatido por un rayo -dijo Eric mientras contemplaba pensativo cómo la joven se apresuraba en busca de la gruesa manta de pieles que solía cubrir su lecho.

Al regresar, el largo camisón de Amber se le enredó en los tobillos haciéndola trastabillar y se habría caído sobre el desconocido si Erik no la hubiese sostenido. La ayudó a incorporarse y, con presteza, la soltó.

- Perdóname -se apresuró a disculparse.

A pesar de que su amigo la había tocado durante apenas un instante, Amber no pudo ocultar el repentino dolor que la invadió.

- No hay nada que perdonar -le tranquilizó ella-. Hubiera sido mucho más doloroso tocar al desconocido.

A pesar de sus palabras, Erik observó a Amber con atención; quería estar seguro de que las molestias causadas por aquel involuntario roce eran mínimas.

- Tu contacto no me causa el mismo dolor que el resto de las personas que conozco. -La joven hizo una pequeña pausa y añadió con ironía-: Quizá se deba a la bondad que reside en tu corazón.

La sonrisa que se dibujó en la cara de Erik fue tan breve como lo había sido el malestar de Amber.

- Me gustaría que realmente fuera así por ti, Amber.

Ella rió con suavidad.

- Quizás sea el legado de las lecciones de Cassandra que compartimos en nuestra infancia.

- Sí, podría ser. -Erik sonrió casi con tristeza. Después, se inclinó y envolvió al inmóvil desconocido con la manta de pieles.

Amber se apresuró a cubrirse con un chal y avivó el fuego que ardía en el centro de la estancia. En unos instantes, el agradable crepitar de las llamas caldeó el cuarto y su luz jugueteó con las largas y doradas trenzas femeninas.

- ¿Qué ocurrió con su séquito? -preguntó la joven mientras colocaba una olla al fuego.

- Se perdieron en el viento, al igual que sus caballos. -El escocés mostró una sonrisa casi feroz-. Al antiguo Círculo de Piedra no deben de gustarle los normandos.

- ¿Cuándo sucedió?

- No lo sé. Aunque las huellas eran profundas, la lluvia casi las ha hecho desaparecer. Del roble que alcanzó el rayo apenas quedaban rescoldos y un tocón ennegrecido.

- Acércalo al fuego -le pidió Amber-. Tiene que estar helado.

Mientras la luz de las llamas hacía resaltar los tonos dorados de su barba recortada y de su pelo, Erik movió el cuerpo del desconocido con facilidad a pesar de su talla.

- ¿Respira? -preguntó la joven, observando la variedad de tonos oscuros del cabello del hombre inerte.

- Sí.

- Y su corazón…

- Late rápido y fuerte.

Amber suspiró aliviada; quizás demasiado.

- ¿Ha ido uno de tus escuderos a buscar a Cassandra?

- No.

- ¿Por qué? -La joven no ocultó su sorpresa-. Ella es mucho más diestra que yo en el arte de la sanación.

- Pero menos en el de la adivinación.

Amber respiró profundamente. Aquello era lo que había temido desde el mismo instante en que Erik arrojó al desconocido a sus pies. Muy despacio, buscó bajo el escote de su camisón.

Aunque poseía numerosos collares y brazaletes, así como pasadores y adornos para el cabello, sólo había una alhaja de la que no se separaba ni siquiera para dormir. Se trataba de una fina cadena con un colgante de ámbar transparente engarzado en oro, en el que se habían grabado inscripciones rúnicas.

De origen desconocido, muy antiguo y de valor incalculable, Amber lo había recibido al nacer. En el interior de la bellísima gema, la luz del sol brillaba y se agitaba en su prisión conviviendo con fragmentos de oscuridad.

Musitando una oración en un idioma milenario, la joven sostuvo el colgante entre sus manos, lo acercó a sus labios, y con su cálido aliento formó una finísima película sobre la piedra.

Rápidamente Amber se inclinó sobre el fuego sosteniendo el colgante muy cerca de las llamas. El vaho comenzó a difuminarse y la piedra resplandeció en un voluble juego de luces y sombras.

- ¿Qué ves? -preguntó Erik.

- Nada.

El escocés lanzó un gruñido impaciente y miró al desconocido, que seguía inmóvil, si bien parecía aquejado únicamente por aquel sueño antinatural.

- Agudiza tus sentidos -murmuró Erik-. Incluso yo puedo distinguir algo en el ámbar cuando…

- Luz -le interrumpió Amber-. Un círculo de una época lejana… La delicada silueta de un serbal. Sombras al pie del serbal. Algo…

Su voz se fue apagando. Alzó la cabeza y se encontró con la penetrante mirada de Erik, cuyos indescifrables ojos tenían la tonalidad dorada del ámbar al anochecer.

- El Círculo de Piedra y el sagrado serbal -afirmó el escocés con rotundidad.

Amber se encogió de hombros al tiempo que Eric aguardaba como si estuviera preparado para la batalla.

- Son muchos los círculos sagrados -dijo la joven pasados unos segundos-, numerosos los serbales y las sombras.

- Lo has visto tal y como lo encontré.

- ¡No, es imposible! El serbal que he visto estaba dentro del Círculo de Piedra.

- Y él también.

El tono tranquilo que Erik le infundió a aquellas palabras hizo estremecer a Amber. Sin poder articular palabra, sus ojos pasaron del joven lord al desconocido, que yacía cubierto tanto por exquisitos ropajes como por amenazadoras sombras.

- ¿Dentro? -murmuró, santiguándose rápidamente-. Dios mío, ¿quién es?

- Debe de tratarse de un conocedor de la magia antigua, un Iniciado. Ningún otro hombre podría pasar entre las piedras.

Amber examinó con detenimiento las duras y atractivas facciones del rostro del desconocido, tratando inútilmente de averiguar su identidad.

Se sentía atraída por él de una manera que no había sentido jamás y que no podía explicar.

Deseaba respirar su aliento, descubrir la peculiaridad de su aroma, absorber su calidez. Quería conocer su tacto, saborear su masculinidad.

Anhelaba tocarle.

Al tomar conciencia de sus pensamientos, la joven sintió un escalofrío. Ella, la que no podía ser ni siquiera rozada por nadie, quería exponerse al agónico dolor que implicaba tocar a un extraño.

- ¿Estaba el serbal en flor en tu visión? -preguntó Erik.

Amber se sobresaltó y le miró con recelo.

- No ha florecido en los últimos mil años -le recordó-. ¿Por qué iba a florecer y asegurar así una vida dichosa a este desconocido?

- ¿Qué más ves en el colgante? -fue cuanto contestó Erik.

- Nada.

- A veces me llevas a los límites de mi paciencia -murmuró-. Bueno, de acuerdo. ¿Qué sentiste?

- Sentí…

Erik esperó.

Y esperó.

- ¡Maldición! ¡Háblame! -explotó.

- No sé describirlo. Fue sólo una sensación, como si…

- ¿Como si…? -insistió.

- … estuviese el borde de un acantilado y no tuviese más que extender mis alas para volar.

Erik sonrió con una combinación de recuerdo y anticipación.

- Un sentimiento agradable, ¿verdad? -preguntó con calma.

- Sólo para aquellos que tienen alas -respondió Amber-. No es mi caso. Lo único que me aguarda es una larga caída y un duro golpe.

La risa de Erik inundó la cabaña.

- Ah, pequeña -dijo finalmente-, si no temiera herirte te abrazaría como si fueras una niña.

Amber sonrió.

- Eres un buen amigo. Ven, lleva a este hombre a mi cama hasta que Cassandra pueda cuidarlo.

Erik le respondió con una mirada extrañada.

- No me perdonaría dejar morir por un simple resfriado a un hombre que puede caminar entre las piedras sagradas -le explicó la joven.

- Tal vez. Pero aun así, creo que me resultaría más fácil ordenar su muerte si no fuera un huésped en tu casa… Y en tu cama.

La joven, sorprendida, miró fijamente a Eric, cuya sonrisa había perdido cualquier rastro de calidez.

- ¿Por qué ibas a condenar a alguien que ha sido encontrado en un lugar sagrado? -se extrañó.

- Sospecho que es uno de los caballeros de Duncan de Maxwell; un espía.

- Entonces, ¿es cierto el rumor? ¿Un normando le ha otorgado a uno de sus enemigos el derecho a custodiar el castillo del Círculo de Piedra?

- Sí -respondió el joven lord con sequedad-. Pero el Martillo Escocés dejó de ser el enemigo de Dominic cuando le juró fidelidad.

Amber apartó la mirada de Erik. No necesitaba tocarle para medir el alcance de su ira contenida. Duncan de Maxwell, el Martillo Escocés, nacido de una unión ilegítima, carecía de tierras. Nada podía cambiar su falta de linaje, pero Dominic le Sabre había cambiado su destino otorgándole poder sobre el castillo del Círculo de Piedra y las tierras colindantes.

Sin embargo, el castillo del Círculo de Piedra pertenecía en aquel momento a Erik.

Erik había combatido a hijos ilegítimos, forajidos y familiares ambiciosos por el derecho a gobernar las distintas posesiones de su padre, lord Robert, en las tierras que conformaban la frontera entre Inglaterra y Escocia. Sin duda, tendría que luchar de nuevo. Estaba en la esencia de aquellas tierras pertenecer sólo a los fuertes.

- ¿Y la ropa del desconocido?

- Lo encontré tal y como lo ves. Desnudo.

- Entonces no es un caballero.

- No todos los caballeros volvieron de las Cruzadas cargados de oro.

- Hasta el caballero más pobre tiene armadura, un caballo, armas, ropas… Algo -adujo ella.

- Sí tiene algo.

- ¿Y qué es?

- El colgante. ¿No lo reconoces?

Amber negó con la cabeza, haciendo que los mechones de su pelo pareciesen llamas bajo la luz del fuego.

Erik soltó un suspiro violento que sonaba también a maldición.

- ¿Crees que Cassandra sabrá algo? -preguntó la joven.

- Lo dudo.

A pesar del generoso fuego, Amber sintió las frías fauces de una trampa, delicada pero implacable, cerrándose sobre ella.

Erik había acudido a ella como tantas otras veces, buscando la verdad sobre un hombre que no podía o no quería revelarla por sí mismo. En el pasado, Amber había conseguido averiguar cuanto podía utilizando cualquier modo a su alcance.

Incluso tocando.

El dolor de tocar a alguien apenas significaba nada comparado con la enorme generosidad que Erik siempre había mostrado con ella. Tocar nunca la había asustado.

Y sin embargo ahora sí lo hacía.

La profecía que la había acompañado en su nacimiento vibraba en aquella estancia como la cuerda de un arco recién disparado… y Amber temía la muerte contenida en la invisible flecha letal.

Pero al mismo tiempo, la necesidad de tocar al desconocido crecía en su interior, oprimiéndola, sin apenas dejarle espacio para respirar. Necesitaba saber de él más de lo que había necesitado saber de ninguna otra cosa, incluso más que su propio nombre, más que conocer a sus padres, que saber sobre su propio legado oculto.

Aquella inquietante necesidad era lo que más asustaba a Amber. El desconocido la llamaba desde su silencio, fascinándola, atrayéndola de un modo al que no podía oponer resistencia.

- Cassandra sabe más que tú y yo juntos -señaló la joven con firmeza-. Debemos esperarla.

- Cuando naciste, Cassandra te llamó Amber. ¿Crees que fue un capricho?

- No -susurró.

- Naciste marcada por el ámbar; Cassandra conoce muy bien tu don, pero no podría igualarlo aunque quisiera.

Amber apartó la mirada de los penetrantes ojos del escocés.

- ¿Acaso vas a negar que este desconocido lleva tu signo? -exigió saber Erik.

Ella no respondió.

- ¿Por qué lo haces tan difícil? -inquirió él en voz baja.

- ¡Maldita sea! ¿Acaso no lo entiendes? -Sorprendido por la desacostumbrada ira de la joven, Erik se limitó a mirarla-. ¿Sabes cómo se llama? -continuó ella.

- Si lo supiera no tendría que…

- ¿Has olvidado la profecía de Cassandra? -lo interrumpió.

- ¿Cuál de ellas? -se burló él-. No hay nada que le guste más que lanzar profecías.

Amber soltó un suspiro de frustración.

- Discutir contigo es inútil. Hablas como un hombre que no puede ver más allá de la superficie.

- Cassandra solía decir lo mismo, y también que enseñarme era perder el tiempo.

Por una vez, Amber no se dejó dominar por la aguda e irónica lengua de Erik.

- Escúchame -dijo con premura-. ¿Recuerdas lo que Cassandra vio cuando nací?

- Sé que…

Pero Amber ya había comenzado a hablar, repitiendo la oscura profecía que había nacido con ella:

«Podrás reclamar a un guerrero sin nombre; tu cuerpo, corazón y alma serán suyos. Y con él, podrá llegar una vida dichosa, pero la muerte querrá su presa.

Llegará a ti de entre las sombras. Si te atreves a tocarle, conocerás tanto la vida que podría ser, como la muerte que será.

Guárdate y permanece atrapada en el ámbar al igual que la luz incapaz de tocar y sin ser tocada por ningún hombre.

Prohibida».

Erik examinó al desconocido y después a su amiga de la infancia, que era, sin duda, como la luz del sol atrapada en ámbar. Reflejaba una miríada de tonalidades doradas, matizadas por una simple y siniestra verdad: un mero roce podría causarle un gran dolor.

Aun así, iba a pedirle que tocara al desconocido. No tenía elección.

- Lo siento -se lamentó el escocés-, pero si los espías de Dominic le Sabre o de Duncan de Maxwell rondan por las tierras del castillo del Círculo de Piedra, debo saberlo.

Amber asintió lentamente.

- Aunque, en realidad, lo que más me importa es saber dónde se encuentra Duncan -continuó Erik-. Cuanto antes muera, más seguros estarán los dominios de mi padre.

La joven asintió de nuevo, pero no hizo ademán alguno de tocar al hombre que yacía a sus pies.

- Nadie puede llegar a esta edad de manera anónima -adujo Erik cargado de razón-. Hasta los esclavos, los siervos o los villanos tienen nombre. No debes temer la profecía de Cassandra.

En la mano de Amber, el colgante parecía arder. A pesar de mirarlo de nuevo, tan sólo vio lo que ya había visto antes. El círculo sagrado. El serbal sagrado. Las sombras.

- Así sea -musitó la joven.

Apretando los dientes por el dolor que se avecinaba, se arrodilló junto al fuego y posó la palma de su mano en la mejilla del desconocido.

El placer que la invadió de pronto fue tan agudo, que Amber gritó y retiró la mano. Luego, con lentitud, volvió a acercarse.

Con un movimiento involuntario, Erik quiso protegerla de una nueva sacudida de dolor. Sin embargo se dominó y permaneció de pie, observando, con el gesto contenido bajo su corta barba rojiza. Le disgustaba que Amber tuviese que pasar por aquello, pero le molestaba aún más la idea de matar a aquel hombre sin necesidad.

Cuando la mano femenina entró en contacto con el desconocido por segunda vez, la joven no se inmutó. En silencio y con los ojos cerrados, olvidándose del resto del mundo, se acomodó junto al cuerpo inerte y saboreó el más puro placer que jamás había conocido.

Era como flotar en un lago de dulce fuego y ser acariciada por la suave luz.

Y más allá de la dorada calidez del lago, el conocimiento yacía en lo más profundo, entre las sombras.

Esperando.

Amber lanzó un leve grito. Había muy pocos hombres que albergasen la absoluta seguridad sobre su destreza en la batalla que desprendía el desconocido. Dominic le Sabre y Duncan de Maxwell eran dos de ellos. El tercero era Erik.

Un gran guerrero yace bajo mi mano; luz y oscuridad, placer y dolor. Mi enemigo y, a la vez la otra mitad de mi alma.

- Amber.

Lentamente, la joven abrió los ojos. La expresión en el rostro de Erik indicaba que la había llamado más de una vez. Sus penetrantes ojos la observaban y reflejaban una evidente y reconfortante preocupación. Amber esbozó una sonrisa a pesar de la tempestad que rugía bajo su aparente calma.

Le debía tanto a Eric… Su padre, lord Robert, le había proporcionado ropa, una cabaña, tierras y hombres para trabajarlas. Su amigo contaba en ella como si fuera parte de su clan y no una mujer desamparada, sin padres o hermanos a quien recurrir.

Y, a pesar de todo aquello, supo que iba a traicionar la confianza de Erik por un desconocido que bien podría ser su enemigo.

Tras haberlo tocado, Amber no podía dejarle morir a manos de Erik. No hasta que estuviera segura de que era aquél a quien tanto temía.

Y quizá, ni tan siquiera entonces.

Podría ser tan sólo un extraño, alguien sin familia ni amigos.

La idea era tan seductora como un cálido fuego en un día de crudo invierno.

¡Sí! Un desconocido. En los últimos tiempos han llegado muchos caballeros hasta estas tierras, tras haber superado la dureza de las Cruzadas.

Este hombre podría ser uno de esos fieros guerreros.

Debe serlo.

- ¿Amber?

- Déjalo aquí. -Su tono no admitía réplica-. Me pertenece.

Reticente, la joven retiró la mano. La tentación de acariciar al desconocido era muy intensa y dejar de tocar su piel la turbó, llenándola de vacío. Nunca se había sentido tan sola.

Erik soltó un suspiro de alivio cuando observó que el contacto con el desconocido había alterado a Amber, pero que no le había causado dolor.

- Dios debe de haber escuchado mis plegarias -susurró el joven lord.

La joven emitió un sonido de interrogación.

- Necesito guerreros diestros -le explicó Erik-. Duncan de Maxwell no es más que el primer problema que debo afrontar.

- ¿A qué otros problemas te refieres? -La voz de Amber denotó su preocupación.

- Hay rebeliones al norte de Winterlance. Y mis queridos primos comienzan a inquietarse una vez más.

- Envíalos a luchar contra los pueblos del norte.

- Lo más probable es que se aliaran y atacaran los dominios de mi padre. -Los labios masculinos se distendieron en una sardónica sonrisa.

Amber se obligó a apartar la mirada del desconocido. Tener a un guerrero de la talla de Dominic le Sabre o de Duncan de Maxwell luchando junto a Erik en lugar de en su contra, podría marcar la diferencia entre la paz y una prolongada guerra en las tierras de la frontera.

Sin embargo, la joven sabía que aquello era imposible.

- ¿Cómo se llama mi nuevo guerrero? -preguntó Erik.

- Se lo preguntaré cuando despierte.

- ¿Por qué ha venido hasta aquí?

- Será lo que le pregunte después.

- ¿A dónde se dirigía?

- Eso, lo tercero.

Erik gruñó.

- No has averiguado mucho al tocarle, ¿verdad?

- No.

- Su sueño no es normal.

Amber asintió.

- ¿Es víctima de alguna maldición? -insistió Erik.

- No.

El escocés enarcó las cejas ante la inmediatez de su respuesta.

- Pareces muy segura.

- Lo estoy.

- ¿Por qué?

La joven cerró los ojos y sondeó su memoria. La intensa certidumbre que había fluido desde el desconocido no se parecía a nada de lo que hubiera percibido con anterioridad. Le atemorizaba pensar lo sencillo que había sido sentir la verdadera esencia de aquel guerrero: fiero, orgulloso, generoso, apasionado, íntegro, valiente.

Sin embargo, no había ningún remolino de imágenes de las horas, días o semanas anteriores a su llegada al Círculo de Piedra y el serbal sagrado. No había un objetivo claro y preciso que marcase el camino como un rayo en la tormenta. No había rostros amados u odiados.

Era como si el desconocido no tuviese recuerdos.

Sin darse cuenta de lo que hacía, la mano de Amber alcanzó al hombre de nuevo. Deseó poder ignorar el placer, como una vez había aprendido a ignorar el dolor. Ahondando en aquella cautivadora sensación, se sumergió entre los recuerdos del desconocido.

No había nada. Tan sólo percibía débiles, pálidos reflejos luminosos que se alejaban, a pesar de su empeño en perseguirlos.

- No percibo nada maligno que le atormente -dijo al fin-. Su mente no guarda recuerdos, al igual que la de un bebé.

- ¡Es el recién nacido más grande que he visto en mi vida! -se burló Erik, observando cómo la joven retiraba la mano-. ¿Qué más puedes decirme?

Amber entrelazó sus dedos con tanta fuerza que le dolió. No quería compartir sus dudas con Erik, pero sus preguntas se acercaban cada vez más al origen de su desazón, un temor del que era consciente cada vez que lo negaba.

Un guerrero feroz, la otra mitad de mi ser, y mi enemigo mortal.

¡No! No puede ser.

Sólo sé que carece de nombre y que es abrumadoramente consciente de su habilidad en el arte de la guerra.

- Normalmente se formula una pregunta, la persona que toco contesta, y su reacción me indica si ha dicho la verdad -le explicó ella lentamente-. Esta vez es… distinto.

- ¿Te encuentras bien? -inquirió Erik con suavidad. En aquellos momentos Amber le parecía tan lejana como el desconocido.

- Sí -contestó sobresaltada.

- Pareces turbada.

No fue fácil esbozar una sonrisa, pero la joven lo consiguió.

- Es por haberlo tocado -le aseguró ella.

- Siento haberte obligado a hacerlo.

- No lo sientas. Dios no nos manda nada que no podamos soportar.

- O nos mate en el intento -concluyó Erik con sequedad.

La sonrisa femenina se evaporó cuando las palabras de la profecía resonaron de nuevo en su mente.

La muerte querrá su presa.

* * *