Capítulo 14
Cuando los recién casados entraron en la habitación que había sido preparada para ellos, Amber no pudo evitar una expresión de complacencia y sorpresa.
- Es preciosa -musitó.
La estancia había sido diseñada para acoger a la señora del castillo. Sin embargo, aún no se había usado, ya que Erik todavía no había elegido esposa. La exótica fragancia de la mirra invadía la habitación, elevándose desde las lámparas de aceite que alejaban la oscuridad, y en la chimenea se quemaban gruesos troncos de madera que caldeaban con fuerza los lujosos aposentos.
- Y enorme -añadió Amber mientras recorría la habitación, haciendo que su vestido ondease y se elevase como si tuviera vida propia.
Duncan hizo un esfuerzo para contener el deseo de acercarse a su esposa, la única mujer que había conseguido que su sangre hirviera y corriese con fuerza por sus venas.
Sus manos eran demasiado rudas para la delicada piel de la joven. Si la tomara de nuevo y volviera a ver la sangre de Amber sobre su propio cuerpo, no sabría cómo reaccionar. No soportaba la idea de volver a hacerle daño.
- ¿Te desagrada la estancia? -preguntó Amber con ansiedad, consciente del silencio y la expresión sombría de Duncan.
- No.
- Pareces incómodo. ¿Es porque… estás recordando?
- Sí.
Al escuchar aquella afirmación, la joven se sintió atravesada por una punzada de miedo.
¡Es demasiado pronto! Si recuerda ahora, todo estará perdido.
Incluida yo.
- ¿Qué es lo que recuerdas? -Su voz apenas resultó audible.
- La visión de tu sangre en mi cuerpo.
Amber se sintió tan aliviada que estuvo a punto de marearse.
- Oh, aquello. No significó nada.
- Era tu pureza.
- No le des más importancia de la que tiene. Tú sangraste más que yo aquella noche -dijo Amber sonriendo al recordar la despreocupación de Duncan por su propia herida.
El guerrero sonrió sin ganas y se mantuvo en silencio mientras examinaba la habitación. Pero sus ojos no podían evitar fijarse una y otra vez en la enorme cama con dosel que presidía la estancia.
Era lo suficientemente grande como para un hombre de su tamaño, o el de Erik. Los cortinajes estaban confeccionados con lujosas telas que poseían reflejos dorados, verdes y azules. Una lujosa manta mullida yacía sobre unas sábanas del más fino lino y los bordados eran tan delicados que parecía que miles de copos de nieve se habían entrelazado en un patrón que ni el más intenso de los fuegos podría fundir.
- ¿Habías visto alguna vez algo tan hermoso? -preguntó Amber, advirtiendo el interés de Duncan por la cama.
En el mismo instante en que sus palabras salieron de su boca, se arrepintió de haberlas dicho. Lo último que deseaba era remover la memoria de su esposo.
O su ausencia.
- Es espléndida -convino Duncan-. Erik es un señor generoso.
- Y esta complacido con nuestro matrimonio.
- Sí. Aunque en realidad eso no importa.
- ¿Por qué? -inquirió intrigada por el tono frío en la voz masculina.
- Porque me habría casado contigo con o sin su consentimiento, con o sin mi promesa sobre tu virginidad. Y él lo sabía. Podía enfrentarse a mí o concederme tu mano para que yo te cuidase.
Duncan se alejó de la cama y se acercó a la joven. La tez femenina estaba tan pálida que ni la dorada luz de las lámparas podía disimularlo.
- Luchar contra Erik no debe ni siquiera pasarte por la imaginación -susurró Amber.
- ¿Tan poco confías en mi habilidad como guerrero?
- ¡No!
Duncan esperó pacientemente una explicación.
- Os quiero a los dos -afirmó Amber rotunda-. Si lucharais entre vosotros… ¡No! ¡Eso no debe ocurrir jamás!
Duncan dio un paso hacia su esposa con una agilidad sorprendente para un hombre de su talla. Estaba tan cerca que podía aspirar la fragancia a resina y rosas que siempre acompañaba a la joven.
- ¿Qué es lo que has dicho? -preguntó con voz ronca.
- Si lucharais entre vosotros…
- No -la interrumpió-. Antes de eso.
- Os amo a los dos.
Duncan gruñó.
Durante unos momentos, Amber se mostró confusa. Luego comprendió lo que ocurría.
- Quiero a Erik -dijo ella, tratando de ocultar una sonrisa-. Y te amo a ti, mi oscuro guerrero. Te amo tanto que me siento desbordada.
Las rodillas de Amber flaquearon de alivio al ver la sonrisa que le dirigió Duncan, justo antes de que la estrechara con fuerza contra sí.
Entonces sintió su sorpresa y se apartó de él lo suficiente para mirarlo a los ojos.
- ¿Por qué te sorprende?
- No sabía que una doncella inocente pudiera amar a un hombre que fue tan duro con ella la primera vez que la tomó -confesó él-. Fui un br…
Sus palabras se perdieron al sentir la repentina presión de la boca de la joven sobre la suya.
Aquel inexperto y apasionado beso encendió un torrente de fuego en Duncan. Durante un instante, él permitió que Amber cautivara sus sentidos. Luego, lento pero implacable, separó sus bocas.
- ¿Duncan? ¿Es que no me deseas?
Él le respondió con un ronco gemido.
- Me estás tocando -le respondió irónico-. Dímelo tú. ¿Te deseo?
- Sí -musitó-. Es como si me atravesase un río de lava.
Duncan cerró los ojos en un gesto involuntario.
- Un río de lava -repitió con pesar.
Abrió los ojos y Amber sintió cómo controlaba su deseo.
- Sin embargo tú -susurró-, eres una pequeña hada de ámbar y todavía no te has recuperado de la primera vez que me abalancé sobre ti y desgarré tu inocencia.
- ¡No fue así como sucedió! -protestó Amber-. No me obligaste…
- Sé lo que hice y lo que dejé de hacer -la interrumpió con dureza-. ¡Dios! Mis manos aún recuerdan la calidez y suavidad de tus muslos mientras los apartaba y entraba en ti como si fueras un enemigo al que eliminar.
- ¡No sigas! Yo te deseaba tanto como tú a mí. ¿Por qué no me crees?
Duncan se rió violentamente.
- ¿Por qué? Porque jamás había deseado así a una mujer. ¡Ni siquiera sabía que era posible! ¿Cómo podría una doncella inocente sentir algo parecido?
- Duncan -susurró Amber, besándole la barbilla-. Cuando te toco, siento lo que tú sientes. -Trazó un ardiente sendero de besos y mordisqueó su cuello suavemente-. Siento tu respiración, el latir de tu corazón, el pulso acelerado de tus venas.
Con un gruñido, Duncan acunó entre sus manos el rostro de Amber, disfrutando de la suave y tersa calidez de su piel.
- Puedo sentir la tensión de cada uno de tus músculos al vibrar de pasión -continuó ella entre susurros-. Y cómo todo tu ser clama por hacerme tuya.
- Amber -musitó con voz ronca.
- Y también puedo sentir la desesperación de mi propio cuerpo que ansia ser poseído por ti.
- ¡No sigas! -le pidió él entrecortadamente-. O me harás perder el control.
- Lo sé.
Al mirarla a los ojos, Duncan comprobó que ella conocía el efecto de sus palabras.
Y que le gustaba.
- ¿Acaso puedo llevarte al límite de tus fuerzas sólo con mis palabras? -le provocó Amber.
La mezcla de curiosidad y lujuria que transmitían los bellos ojos femeninos hizo que su control se resquebrajara.
- Ya basta -dijo con voz ronca.
- ¿Por qué?
- Es impropio que un hombre pierda el control.
- ¿Incluso en el lecho conyugal?
- No estamos en él -respondió.
- ¿No tienes intención de hacerme tuya?
- Es demasiado pronto.
- Como gustéis, milord -se mofó con suavidad-. Si tú no me haces tuya, entonces seré yo quien te haga mío.
Duncan la miró por un momento completamente asombrado. Luego lanzó una carcajada al imaginarse a Amber abalanzándose sobre un hombre fuerte y robusto como él.
- ¿Te arrojarás sobre mí y conseguirás dominarme, pequeña hada?
- No creo que te estuvieras quieto.
- Esta noche no, pero la idea resulta interesante.
- Ya que soy más débil que tú, usaré la única arma que tengo para dominarte.
- ¿Qué arma es ésa?
- Mi lengua.
El ardiente deseo que endureció el cuerpo de Duncan llegó hasta Amber, provocando que su cuerpo se tensara como si hubiese recibido un latigazo. Una imagen se formó en su mente: una hermosa joven cuyos dorados cabellos acariciaban el torso de Duncan mientras su lengua torturaba su grueso miembro.
- No sabía que te gustase mi cabello.
Antes de que su esposo pudiese decir nada, las ágiles manos de Amber se deshicieron de los pasadores que sujetaban su pelo. Al verlo, Duncan hundió sus manos en él, incapaz de contenerse.
Un escalofrío de puro placer recorrió a Amber. Sin apartar sus ojos de los de Duncan, movió la cabeza muy despacio incrementando así la deliciosa presión de sus manos.
- ¿Te gusta -preguntó él- o es que simplemente respondes a mi placer?
- Ambas cosas -confesó-. Me gustan tus caricias y me gusta saber que acariciarme te da placer.
- Amber… -dijo Duncan, pero no pudo continuar.
- ¿En verdad te daría placer sentir mi lengua por… por todas partes?
Las manos de Duncan se cerraron casi violentamente atrapando varios mechones del cabello de Amber.
- Haces que mi resistencia se desmorone. ¿Dónde ha aprendido una muchacha inocente como tú los secretos de un harén?
- De ti.
- No. Ninguna mujer me ha dado nunca placer con su boca.
- Y sin embargo, eso fue lo que imaginaste cuando dije que utilizaría mi lengua como arma.
La hoguera que ardía en Duncan a punto estuvo de derrotarlos a ambos.
- Amber, ¡debes parar!
La brusquedad en la ronca voz masculina incitó aún más a la joven.
- No -se negó-. Siento una enorme curiosidad por saber qué se siente al dominarte con mi lengua. Y, quizás, también con mis dientes.
Duncan gimió y apretó las manos de nuevo.
- No sigas -murmuró-. Conseguirás que pierda el control.
- Eso es lo que pretendo.
Al escuchar aquellas palabras, Duncan la soltó bruscamente y dio un paso atrás.
- Es suficiente -masculló él con voz contenida-. Soy yo el que siente deseo, no tú.
La ausencia del contacto del hombre que amaba fue para Amber como ser arrojada a un lago helado.
- ¿Duncan? -dijo ella, perdida, tratando de alcanzarle.
- No. -Él retrocedió aún más.
- No lo entiendo.
- Eso es, no lo entiendes. Todo cuanto conoces es la pasión de un guerrero sin control que te hizo suya hasta hacerte sangrar. Nunca has conocido tu propio deseo.
- No es cierto. Tu deseo y el mío son distintas caras de la misma moneda.
Duncan se pasó una mano nerviosa por el pelo y después se despojó del suntuoso manto, echándolo a un lado.
- No -la rebatió él, dándole la espalda-. Ocurriría lo mismo con cualquier otro hombre.
Al principio, Amber no comprendió aquellas palabras. Pero cuando lo hizo, sus ojos se entrecerraron con ira.
- ¿Crees que mi pasión es sólo un eco de la tuya? -inquirió la joven, escogiendo sus palabras.
Duncan asintió.
- ¿Crees que cualquier hombre que me tocara con lujuria podría hacer que le deseara?
Duncan dudó por un momento y luego asintió de nuevo.
- Me avergüenzas a mí y a ti también -afirmó Amber con voz gélida, sin intentar ocultar su furia.
Él empezó a hablar pero ella lo acalló con un brusco gesto de la mano.
- La primera vez que sentí la lujuria de un hombre huí hasta alcanzar un lugar seguro. Entonces, me arrodillé y vomité hasta que no me quedaron fuerzas para levantarme.
- ¿Cuántos años tenías?
- Nueve.
Duncan maldijo entre dientes.
- A esa edad eras sólo una niña. Pero ahora que ya tienes la edad suficiente…
- La segunda vez -lo interrumpió Amber-, tenía diecinueve años. Edad suficiente para sentir deseo. ¿No crees?
Duncan se encogió de hombros.
- ¿No crees? -insistió ella.
- Sí -respondió, molesto-. Y lo hiciste, ¿no es cierto?
- ¿Reaccionar a lo que él sentía?
Él endureció el gesto y asintió con sequedad.
- ¡Oh, sí que reaccioné! -se burló mordaz-. Saqué mi daga y apuñalé la mano que tanteaba bajo mi falda. Después salí corriendo hasta que conseguí esconderme y vomité todo lo que había comido.
- ¿Quiénes eran esos animales? -exigió saber él.
- No supe lo que era el deseo -continuó Amber, ignorando la exigencia de Duncan-, hasta que llevaron a un desconocido a mi cabaña para que lo sanara.
- ¿Un desconocido?
- Tú.
- No lo entiendo -susurró confuso.
- Yo tampoco, pero no por ello deja de ser cierto. La primera vez que te toqué, sentí un placer tan intenso que grité.
- Era mi deseo el que sentías, no el tuyo.
- Estabas inconsciente -replicó Amber.
El reflejo de las velas en los sorprendidos ojos de Duncan les confirió un tono tan dorado como los de Amber.
- ¿Qué quieres decir? -susurró.
- Cuando te toqué, mi cuerpo despertó al placer y te deseé. Tú estabas inconsciente; nada sabías y nada recordabas, pero el fuego me inundaba al recorrer tu torso con mis manos.
El sonido que emitió Duncan pudo haber sido el nombre de Amber o un anhelante gemido.
- He nacido para ser tuya -afirmó Amber, despojándose de su capa-. Tuya y de nadie más. ¿Acaso no vas a tomar lo que es tuyo y a darme lo que me pertenece?
- ¿Y qué es lo que te pertenece? -La sonrisa de Duncan y la risa en su voz le dijeron a Amber que él sabía perfectamente a qué se refería.
- Nuestras almas están unidas -musitó con suavidad-. ¿No quieres que nuestros cuerpos también lo estén?
- Vuélvete, pequeña.
Sintiéndose insegura de pronto, Amber le dio la espalda. Al instante, los dedos de Duncan deshaciendo los lazos de su vestido y su camisola le provocaron una excitante mezcla de alivio y deseo.
Durante unos minutos, no hubo sonido alguno más que el susurrar de las velas y de la ropa al deslizarse hasta descansar en el suelo. Amber se quedó allí, de pie, desnuda, completamente expuesta a la ardiente mirada masculina.
Duncan recorrió su espalda con los dedos, desde el cuello hasta el redondeado trasero mientras la joven contenía la respiración.
- ¿Te gusta? -susurró él en su oído.
- Sí.
Los firmes dedos se deslizaron de nuevo, lentamente, hasta donde debían detenerse a riesgo de perderse entre seductoras y exuberantes curvas.
- ¿Es mi placer el que agita tu respiración, o es el tuyo? -quiso saber Duncan al sentir el temblor del cuerpo de la joven y su respiración entrecortada.
- Ambos -respondió Amber con voz quebrada-. Tu placer y el mío unidos.
Duncan dibujó la tentadora hendidura de su trasero y se obligó a parar. Sabía que si continuaba acariciándola de esa manera, encontraría un lugar aún más ardiente que su deseo.
- Cuánto me gustaría sentirlo -murmuró Duncan.
- ¿Qué?
- Tu pasión y la mía, unidas -contestó esbozando la sombra de una sonrisa.
- Entonces toma mi cuerpo y, a cambio, entrégame el tuyo.
- Te llevas la peor parte.
- Sólo porque yo estoy desnuda y tú no -adujo ella girando la cabeza y hablando por encima de su hombro.
La mezcla de pasión e impaciencia de aquellas palabras hicieron reír a Duncan.
- Seguiré vestido aún un poco más.
- ¿Por qué?
- Porque así quizás consiga contenerme lo suficiente para darte placer.
Amber emitió un sonido sobresaltado cuando su esposo se inclinó y la tomó en sus brazos. Durante apenas un abrasador instante, sintió la intensidad de su deseo. Pero lo siguiente que sintió fue la elegante manta que cubría el lecho bajo su piel y que Duncan ya no la tocaba. Al tumbarse a lado, él puso un especial cuidado en que sus pieles ni siquiera se rozaran, a pesar de que la tensión de su cuerpo dejaba patente que lo excitaba verla desnuda.
- Juegas con ventaja -le recriminó él con ternura.
- ¿Cómo puede ser si tu estás vestido y yo no?
- Al tocarme, tú sabes cómo me siento. En cambio yo no puedo saber lo que sientes tú.
Estiró la mano y rozó con el dedo índice uno de los rosados pezones de Amber. El seno respondió a aquella caricia y se irguió orgulloso.
- Sé cómo me afecta esta caricia, pero no sé lo que tú sientes.
Amber se estremeció de placer.
- Compláceme y dímelo, pequeña. Dime qué sientes cuando te acaricio.
- Como si una hoguera se encendiera en mis entrañas.
- ¿Es doloroso?
- Sólo cuando te contienes a pesar de que los dos deseemos lo mismo -confesó.
- ¿Y qué es lo que ambos deseamos? -la provocó-. ¿Esto?
Se inclinó hasta casi rozar la dura cumbre de uno de sus senos, pero sin llegar a hacerlo.
- ¿Por qué me torturas? -susurró Amber temblando de anhelo.
- Cuando te toco, sientes mi deseo. Pero si no lo hago, el único deseo que sientes es el tuyo.
El cálido aliento de Duncan bañó la sensible piel de Amber, lo que provocó que ella arqueara su cuerpo.
- No te muevas, pequeña. ¿O deseas que te haga lo mismo que tú me hiciste a mí?
- ¿Qué?
- Atarte para que no puedas moverte.
- ¡No serías capaz!
La sonrisa de Duncan resultó inquietante.
- Soy tu esposo. Según la ley de Dios y de los hombres, puedo hacer contigo lo que considere conveniente.
- Y deseas torturarme -murmuró Amber.
- Muy, muy suavemente -admitió.
La joven sonrió al recostarse de nuevo sobre el lecho. La pasión contenida en los ojos de su esposo la intrigaba, al igual que las sensaciones multiplicadas de su propio cuerpo. En silencio, Duncan tomó un mechón del largo cabello de Amber y acarició con él sus generosos senos hasta que ella suplicó piedad.
- Son tan bellos… -susurró él-. Deseo tanto volver a probar su sabor, sentir cómo responden a las caricias de mi lengua. ¿Recuerdas esa sensación?
Ella jadeó entrecortadamente.
- ¿Lo recuerdas? -insistió Duncan.
- Sí -susurró Amber-. Nunca había sentido nada igual.
Duncan la siguió acariciando con su propio cabello logrando que la respiración de Amber se convirtiera en un gemido. Sonriendo, deslizó el dorado mechón hasta llegar al ombligo.
Los dedos de Amber se cerraron con fuerza sobre la manta y se estremeció, una y otra vez. Él jugueteaba con sus cabellos con tanta ternura que estuvo a punto de gritar su frustración.
- ¿Qué sientes? -preguntó Duncan.
- Un escalofrío que, sin embargo, es cálido -susurró-. Me incita a…
La voz de Amber se perdió ante una nueva caricia.
- ¿A qué te incita? -insistió él.
- A morder tu mano por torturarme.
Con una carcajada, Duncan se inclinó sobre su cuerpo y comenzó a soplar dulcemente sobre su vientre, enseñándole que hasta ese momento ella no había experimentando aún tormento alguno.
- Duncan, por favor.
- ¿Por favor… qué? Tienes que decírmelo, pequeña. No soy un hechicero que pueda leer tu alma con sólo tocarte.
- Siento… siento un extraño calor.
- ¿Dónde?
- En… entre las piernas.
Sin dejar de sonreír, Duncan se deslizó siguiendo la elegante línea de las piernas de Amber hasta llegar a sus tobillos.
- ¿Mejor así? -preguntó trasmitiendo la calidez de su aliento a la piel de la joven.
Ella le respondió con un sonido mudo que dejó clara su negativa.
- ¿No? Quizás es aquí donde te abrasas.
La cálida respiración de su esposo acarició entonces las rodillas de Amber.
- ¿Es aquí?
- No -negó ella con un rápido susurro.
Amber esbozó una pequeña sonrisa pues, al moverse, su esposo la había rozado, y en ese brevísimo instante la recorrió una oleada de placer que alcanzó cada poro de su piel.
Duncan estaba disfrutando de la joven de tal forma que incluso le sorprendía. A pesar de que su autocontrol pendía de un fino hilo, deseaba seguir explorando los secretos de la sensual hechicera que era su esposa.
Amber lo había sabido con su involuntario roce y ahora se sentía menos insegura en aquel juego cuyas reglas desconocía. Tampoco le preocupaba ya la idea de que él no fuera a tomarla aquella noche, ya que el deseo de Duncan se veía incrementado por el salvaje refreno que se imponía.
- ¿Estás segura de que no es aquí? Tengo entendido que las rodillas de una mujer son especialmente sensibles.
Acompañó sus palabras con otra caricia incompleta que hizo gemir a Amber, pues había sentido tanto los labios como el aliento de Duncan entre sus rodillas.
- ¿Te gusta?
La joven asintió, haciendo que la luz de las velas jugueteara con sus cabellos y emitiera bellos reflejos.
- No te oigo -insistió él.
- Y yo no te siento -protestó suavemente Amber, observándolo con los ojos entrecerrados.
- ¿Intentas negociar conmigo, esposa?
- Sí.
- Entonces dime exactamente dónde quieres que te acaricie.
- Yo… no puedo -susurró ella.
Duncan vio que sus mejillas adoptaban el rosado color de sus pechos y comprendió.
- Eres tan apasionada que se me olvida que eras virgen hasta hace unas horas -dijo en voz baja-. Perdóname.
- Sólo si me tocas.
Él alzó la cabeza y vio en los ojos de su esposa su propio deseo reflejado.
- Me deseas. -La sorpresa que denotó la voz de Duncan hizo que Amber quisiese reír y que se exasperara al mismo tiempo.
- ¿No te lo he demostrado? -preguntó.
- Creí que era mi propio deseo recorriendo tu cuerpo.
- A veces, mi oscuro guerrero, eres demasiado testarudo.
Duncan sonrió y rozó con el dorso de su mano el triángulo de rizos dorados que protegían su feminidad.
- ¿Es aquí donde te abrasas? -susurró.
Amber respondió con un gemido y con un incitante movimiento de caderas.
Pero Duncan quería aún más. Lo necesitaba. Tenía que estar completamente seguro de que Amber se entregaba a su propio deseo y que no sucumbía al suyo.
- Si quieres que te haga mía, tendrás que demostrármelo.
Con ademán dubitativo y un gemido entrecortado, Amber separó las piernas.
- Aún más -le pidió Duncan, quitándose la túnica.
Amber obedeció a pesar del intenso rubor de sus mejillas.
Con un impaciente movimiento, Duncan se deshizo de la camisa. La hambrienta mirada con la que su esposa recorrió su musculoso pecho no hizo sino avivar el frenético latido de su corazón, al igual que verla tumbada y con las invitantes piernas entreabiertas.
Pero todavía no era suficiente.
- Un poco más -ordenó.
- Duncan… -Pronunció su nombre con un susurro que fue tanto una protesta como un ruego para que dejase de atormentarla. Pero obedeció su orden y, lentamente, movió sus largas y elegantes piernas, que temblaron ligeramente al sentirse cada vez más vulnerable.
Duncan se inclinó para acariciarla y vio unas marcas moradas en la tersa piel de sus muslos. Al recordar qué había provocado aquellos moratones, su sonrisa se desdibujó en una agria mueca.
- Todavía no es suficiente -dijo Duncan.
- ¿Por qué? -musitó ella sin comprender.
- La última vez aparté tus piernas a la fuerza -susurró.
- ¡No!
- ¡Sí! -replicó-. Puedo ver las marcas que dejaron mis manos.
- Pero…
- Créeme, no hay nada que desee más que poseerte de nuevo, pero no quiero volver a hacerte daño.
Una marea de sensaciones embargó a Amber ante la sola idea de tener a Duncan una vez más dentro de sí, de sentir el éxtasis dominarlo al eyacular dentro de ella. Su vientre se contrajo de placer y, con un sonido articulado, abrió aún más los muslos guiada por el deseo que consumía sus entrañas, incitándolo a tomarla.
- Eres tan bella… Ni siquiera puedo describirlo con palabras -susurró Duncan.
- Entonces calla, amor mío, y deja que hablen nuestros cuerpos.
Duncan movió su mano y uno de sus dedos se deslizó delicadamente en el apretado y tenso interior de Amber, comprobando que estaba húmeda y preparada para recibirlo. El cuerpo de la joven respondió a aquella íntima caricia agitándose, tensionándose, como si hubiese recibido un latigazo.
Pero Duncan buscaba el placer y no el dolor de Amber. Y eso fue lo que encontró cuando una deliciosa calidez envolvió su dedo.
Aquél era el deseo, la respuesta y la necesidad de Amber.
De Amber, no suyo.
Lentamente, emitiendo un ronco gemido de deseo y alivio, Duncan retiró su dedo.
- No -jadeó ella-. Yo…
No pudo seguir hablando pues Duncan extendió su humedad por los suaves y aterciopelados pliegues de su feminidad, enloqueciéndola. El exquisito aroma de la excitación de la joven lo cautivaba y, temiendo ir demasiado deprisa, se apartó y se puso en pie junto a la cama.
Amber gimió en protesta y lo siguió con la mirada.
- Shh… todo está bien -dijo él en voz baja-. Sólo voy a deshacerme del resto de mi ropa. Quiero sentir tu piel sin que nada se interponga entre nosotros.
Cuando las últimas prendas cayeron al suelo, ella miró asombrada su grueso y rígido miembro.
- ¿Amber?
- ¿Tu… tu cuerpo respondió de igual modo en el Círculo de Piedra? -preguntó asustada, incapaz de creer que fuera capaz de recibir a Duncan en su interior.
- Sí.
Al escuchar aquello, Amber exhaló un audible suspiro de alivio.
Duncan emitió un sonido, mezcla de risa y gruñido, mientras se tumbaba en el lecho.
- No te preocupes, pequeña. Te aseguro que nuestros cuerpos encajan a la perfección.
Con cuidado, se acomodó entre las piernas de Amber y la miró a los ojos.
- ¿Tienes miedo? -le preguntó.
- Tócame y lo sabrás -musitó.
Duncan guió su excitado miembro hasta la entrada del cuerpo de Amber y lo utilizó para torturarla acariciando con él los acogedores pliegues que custodiaban sus más íntimos secretos. La cálida humedad con que lo recibió aceleró el latido del corazón del guerrero.
- Dime si te hago daño -alcanzó a decir.
En silencio, la joven se arqueó contra él en muda invitación, suplicándole que la tomara. Sintiendo que su voluntad se resquebrajaba, Duncan empezó a penetrarla con cuidado queriendo asegurarse de que aquella vez no hubiera dolor.
Amber movió compulsivamente la cabeza de un lado a otro de la almohada incapaz de resistir la exquisita tortura a la que estaba siendo sometida.
- ¿Estás bien? -se preocupó Duncan, introduciéndose en su interior un poco más.
- Sí. No -respondió Amber con voz entrecortada-. Por favor, por favor… yo…
Duncan sintió cómo los delicados tejidos del interior de Amber se contraían alrededor de su erección, reclamándolo por entero, pero no apresuró la conquista de su cuerpo.
La joven vibró delicadamente y miró con ojos entrecerrados al oscuro guerrero que la seducía con una pasión que no había creído posible. Pero no le bastaba. Necesitaba a Duncan. Por entero. Y no podía aguardar más.
Con un gesto inconsciente, cerró los ojos y hundió las uñas en las caderas de Duncan, instándole a una unión más profunda.
- ¿Quieres aún más de mí? -le preguntó.
- Sí -suplicó Amber-, sí, sí, mil veces sí.
Con una misteriosa sonrisa, Duncan presionó un poco más.
Lentamente.
Aquel movimiento arrancó un sordo gemido de la joven, cuyas caderas se movían con un ritmo instintivo que se perdía en la noche de los tiempos.
Amber se abrasaba.
Pero Duncan no la había tomado aún por completo.
- Mírame -exigió él.
Amber abrió los ojos con sensual laxitud. Eran dorados, ardientes, salvajes. Y casi consiguieron romper el autodominio de Duncan.
- ¿Sientes algún dolor? -insistió él.
- No existe el dolor cuando estás dentro de mí, sólo placer.
Aquel susurro apresurado sonó tan dulce a oídos de Duncan como el primitivo ritmo de su cuerpo y el embriagador aroma de su pasión.
- Rodea mis caderas con tus piernas -dijo él en voz baja.
Al hacerlo, Amber sintió su placer multiplicado.
- Agárrate a mí -le ordenó Duncan-. Agárrate con fuerza.
La joven obedeció y de pronto sintió cómo Duncan la penetraba con extrema lentitud hasta lo más profundo, completándola, reclamándola, haciendo que todo se desvaneciera a su alrededor excepto el éxtasis devastador que la arrastraba a un oscuro abismo.
- ¿Sientes ahora cuánto te deseo? -preguntó Duncan entre jadeos.
- Sí… Estás tan dentro de mí… -gimió-. Siento un placer tan intenso que me asusta. Tu deseo y el mío… unidos.
Con una fiera sonrisa, Duncan comenzó a retirarse del anhelante cuerpo que había conquistado con exquisito cuidado.
- ¡No! -protestó la joven desesperada-. ¡Te necesito!
- No más que yo a ti.
Amber contuvo la respiración al sentir que Duncan se deslizaba de nuevo dentro de ella, llenándola hasta la plenitud. Sin piedad, él repitió aquel movimiento una y otra vez con calculado dominio, llevándolos a ambos al límite de sus sentidos.
- Duncan, no puedo más. No puedo…
La joven guardó silencio, incapaz de seguir hablando. Su cuerpo se agitó salvaje y descontroladamente consiguiendo así unirse más a él con cada movimiento y aumentar las sensaciones que los inundaban. Duncan recibió el ahogado grito de éxtasis de la joven en su boca y, durante unos breves y lacerantes segundos, dejó de moverse para saborear el placer que había provocado en Amber.
De pronto, perdido ya cualquier vestigio de control, su cuerpo inició una serie de rítmicas y poderosas embestidas que hicieron que Amber se arqueara de nuevo contra él y se aferrara a su espalda gritando su nombre.
- Eres perfecta -musitó Duncan de forma entrecortada-. Que Dios me perdone pues te deseo más que a cualquier otra cosa, incluso más que a mis propios recuerdos.
Con un rugido de rendición, derramó todo su ser en la dorada hechicera cuyo cuerpo se adaptaba al suyo a la perfección.