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Sendas

El cristal de negro rubí centellaba brillante como la sangre bajo la luz de un círculo de velas. Shakti Hunzrin se inclinó profundamente sobre el cuenco, con sus ojos miopes contemplando con deleite la escena que la magia le brindaba. Nisstyre estaba muerto, y la última provocación de Liriel resonaba aún en los oídos de la sacerdotisa; pero la escena que contemplaba era una buena prueba de que no había perdido después de todo.

En el negro círculo del cuenco de visión había un rostro monstruoso, el rostro del nuevo aliado de Shakti: una criatura procedente de otro plano. No del Abismo, sino de otro lugar menos frecuentado. Pocos drows conocían la existencia de tales seres, y menos aún osaban asociarse con ellos; pues aquellos que lo hacían recorrían una senda sumamente peligrosa. Por una parte estaba la promesa de inmenso poder; en la otra, locura y servidumbre. Los riesgos eran enormes, pero también la potencial recompensa.

Shakti Hunzrin había desarrollado una afición por ambos en casi idéntica medida.

De vuelta en el Templo del Paseo, los seguidores de Eilistraee lloraron a sus muertos y se ocuparon de los heridos según su habitual costumbre: cantaron y danzaron. La música, misteriosa y obsesiva, inundó la caverna durante días. Algunas de las canciones eran plegarias en las que se solicitaban curaciones, otras eran alabanzas a la Doncella Oscura por la victoria.

Las Elegidas hallaron fuerza y consuelo en sus bailes, pero también dedicaron un tiempo a ocuparse de cuestiones prácticas. Se añadieron las riquezas del dragón al tesoro del templo con el fin de que sirvieran para ayudar a los muchos que caían presa de los peligros de Puerto de la Calavera. Algunas de las monedas ayudarían a pagar los gastos de criar y educar a los más de una docena de niños drows que habían ido a engrosar las filas del Paseo. Elkantar se hizo cargo de aquella tarea personalmente, ocupándose de los niños con una feroz devoción que recordaba a una vigilante hembra de dragón incubando sus huevos.

Tampoco estuvo ociosa Liriel. Trabajó y danzó junto con las drows de cabellos plateados, haciendo todo lo necesario. De vez en cuando, se aventuraba por Puerto de la Calavera en busca de aventuras y planeando sus próximos pasos, pues no podía olvidar que la mayor parte de su viaje estaba por llegar, que la runa que necesitaba seguía aún sin tener forma.

También se pasaba el día deambulando por el pasillo frente a la habitación de Fyodor. Sus heridas iban cicatrizando, pero despacio, y sólo el tercer día después de la batalla se le permitió verlo. Había muchas cosas que necesitaba decirle para que pudiera comprender lo que les aguardaba.

El rashemita escuchó mientras Liriel le contaba lo que sabía sobre la magia de las runas. Primero el modelado, en el cual la runa adquiría forma a través de un viaje de descubrimiento; a continuación había que tallar la runa en el árbol sagrado, el Vástago de Yggsdrasil, usando como herramienta el cincel oculto dentro del amuleto Viajero del Viento. Finalmente se llegaba al conjuro de un hechizo que transformaba el discernimiento en poder.

—Así que, como puedes ver, tengo que ir a Ruathym. He reservado un pasaje. El barco zarpa dentro de unos pocos días.

—Es justo que lo hagas, pequeño cuervo —asintió Fyodor, tomándole la mano—. En mi país, ninguna wychlaran pensaría en renunciar a su poder por otro, como habrías hecho en la caverna del dragón. Jamás olvidaré eso, ni a ti.

La drow lo miró con fijeza, y la comprensión penetró en su mente, seguida a continuación de la cólera. Liberando la mano de un tirón, Liriel se puso en pie de un salto, con la cabeza muy erguida y los ojos brillantes.

—Después de todo esto, ¿en tan mala opinión me tienes? ¿O dudas que sea un hechicera lo bastante buena como para controlar al Viajero del Viento por los dos?

—No es eso —repuso él sombrío—. No pongo en duda ni tu amistad ni tus poderes. Pero el viaje que describes no es uno que desee realizar.

La joven retrocedió un paso. Jamás se le había ocurrido que Fyodor pudiera no querer acompañarla.

—¡A ver la tierra de tus antepasados! —exclamó para engatusarlo.

—Es un digno dajemma —asintió él despacio, respondiendo con más calor a la súplica que leía en sus ojos—, pero no quiero ponerte en peligro de ese modo. Corres un gran riesgo viajando conmigo tal como soy.

Así que era eso, se dijo Liriel, aliviada. ¡Los humanos se preocupaban por las cosas más raras! ¡Riesgo!

—No ha sido aburrido —coincidió ella alegremente, sentándose en el borde de su lecho—. Tienes que mejorar más deprisa, pues el barco zarpará tan pronto como el capitán abandone cierta mazmorra. Yo había creído que era casi imposible que te arrestaran en Puerto de la Calavera, pero Hrolf el Desaforado posee un cierto don para estas cosas. Deja que te cuente…

Con una sonrisa, Fyodor se recostó de nuevo en los almohadones, muy satisfecho de ceder el papel de narrador de historias a otro. Su entusiasmo creció a medida que escuchaba, pues los planes que Liriel exponía excedían con mucho cualquier sueño de un dajemma que él, el soñador, hubiera jamás osado forjar. Tanto si recuperaba o no, alguna vez, el control de su magia de bersérker, el viaje que la joven describía era digno de llevarse a cabo.

Pero lo que más le complacía era saber que su viaje juntos apenas acababa de iniciarse.