20
Trabajo en equipo
Liriel lanzó sus cuchillos, uno a uno, contra la espalda del quaggoth. Cada uno dio en el blanco, pero el grueso pelaje de la criatura y las profundas capas de músculos impedían que ninguna de las pequeñas hojas alcanzara órganos vitales. El luchador con aspecto de oso rugió de dolor, pero prosiguió su avance hacia Fyodor.
Sin embargo, la hembra quaggoth bramó su rabia y cargó contra la pequeña drow que había atacado a su compañero. Liriel se mantuvo firme, muy decidida, con un cuchillo en cada mano. Un veloz movimiento de muñeca y las dos armas volaron por los aires, para acabar hundiéndose en los encarnados ojos de la quaggoth, que profirió un alarido y se llevó las zarpas a la cara.
La joven sacó su espada corta, comprendiendo que debía acabar con la criatura antes de que ésta se sumiera en su frenesí, pues ciego o no, un quaggoth enloquecido por el deseo de matar resultaba letal debido a su fuerza y furia. Corrió hacia la herida criatura, espada en mano, y la acuchilló una vez, dos, en el vientre, hasta que la quaggoth se desplomó, con las peludas manos sujetando con desesperación la enorme herida. Mediante un último golpe, Liriel le rebanó la garganta.
A su espalda oyó un siseo enojado y, al volverse, se encontró frente a un rostro repugnante, como el de un demonio azulado, con una piel cubierta de escamas y orejas como largos cuernos puntiagudos. Los encarnados ojos brillaban malévolos, y su cuerpo con aspecto de serpiente se balanceaba mientras pronunciaba una frase arcana en un siseante susurro. Liriel no había visto jamás un naga oscuro, pero reconoció lo que era: una criatura mágica de la Antípoda Oscura que era tan peligrosa como un quaggoth enfurecido.
Los finos labios del naga se fruncieron y un fino chorro de ardiente fluido negro salió disparado en dirección a la joven drow. Se trataba de un proyectil venenoso.
Liriel alzó veloz su espada y asestó un golpe al chorro con el revés de la hoja. Una lluvia de minúsculas gotas —una mezcla de ácido y metal fundido— voló de vuelta al naga. La criatura profirió un alarido y retrocedió, y la joven arrojó a un lado el arma, que se iba reduciendo de tamaño por momentos, antes de que el corrosivo veneno alcanzara su mano. El insidioso veneno podía consumir la carne con la misma facilidad con que devoraba el metal.
El naga se recuperó deprisa y empezó a sisear las palabras de otro conjuro. Con gran asombro por su parte, Liriel reconoció el hechizo. Era uno que su padre había creado, y lo recordaba bien, a pesar de que era poco más que un bebé cuando oyó por primera vez aquellas palabras. Aquel hechizo, y el terror y la confusión que lo siguió, eran su primer recuerdo.
En respuesta a la magia del ser, un montón de rocas se fundió, alargó y adoptó la forma de una serpiente gigantesca con un horripilante rostro elfo. El naga de piedra reptó en dirección a su presa drow entre el chirrido de rocas arañando rocas.
Para conseguir un poco de tiempo, Liriel lanzó una araña arrojadiza contra el repugnante gólem. El arma hechizada se hincó en la garganta de la criatura, y sin duda habría matado a un ser vivo; pero el gólem carecía de sangre que derramar. La criatura le mostró los colmillos y prosiguió su avance.
Pero Liriel contraatacó; repitió aquel hechizo tan odiado y convocó a su propio gólem. La roca se desprendió de la pared de la cueva como una neblina, para adoptar el aspecto de una doncella elfa de piedra color gris claro. La drow de piedra corrió a defender a su señora y los gólems chocaron con un resonante crujido.
El naga de piedra rodeó rápidamente con sus anillos a la guerrera con aspecto de elfa e intentó apretar, pero el delgado cuerpo pétreo carecía de elasticidad; entonces echó la cabeza hacia atrás y luego atacó con las mandíbulas bien abiertas. Al cabo de un instante escupía fragmentos de sus propios colmillos de roca. El gólem drow rodeó con las delgadas manos la garganta de su adversario e intentó estrangularlo, sin tener más éxito que su oponente. Juntas, las mágicas criaturas rodaron y se debatieron, iguales en fuerza y estúpida obediencia.
Entre tanto, el naga oscuro organizó su propio ataque y se lanzó al frente, sosteniendo en alto la barbada punta de su cola venenosa. Liriel saltó a un lado, rodó por el suelo, y se levantó empuñando la espada que el quaggoth había soltado. Alzándola bien alto con ambas manos, arremetió al frente y asestó una cuchillada a la letal cola de su adversario. La pesada hoja atravesó escamas y hueso, luego fue a estrellarse contra el suelo de piedra con un chasquido ahogado. El naga aulló y se retorció de dolor, mientras, a poca distancia, su cola seccionada se agitaba en una sobrenatural réplica de la angustia de la criatura.
Con su contrincante fuera de combate durante un rato, Liriel tuvo tiempo de pensar en Fyodor. Este resistía el ataque del quaggoth macho, pero sus mangas estaban hechas jirones y los brazos sangraban profusamente. La joven sacó otras boleadoras de su cinturón, las hizo girar por un instante y las envió volando hacia el quaggoth. La larga correa se enrolló una y otra vez alrededor del cuello de la criatura, ganando impulso con cada giro, y los pesos de cada extremo golpearon la cabeza del ser con golpes sordos. Pero no obstante, el oso subterráneo no se desplomó, sino que se limitó a proferir un gorgoteo y a tirar de la correa. Las tiras de cuero se partieron con facilidad, y Liriel supo que el frenesí letal se había apoderado del monstruo.
La muchacha arrojó un segunda boleadora, ésta a los tobillos del quaggoth. La bestia vaciló momentáneamente, luego continuó, con una mezcla de saltos y arrastrar de pies, acercándose a Fyodor. Liriel echó a correr y saltó sobre la espalda de la criatura; y pateó con todas sus fuerzas hasta que, por fin, ésta dio un traspié y cayó al suelo.
La drow se levantó precipitadamente y agarró al humano del brazo.
—¡Vamos! —gritó, tirando de él mientras echaba a correr; el joven guardó la espada y la siguió en su precipitada huida de la cueva.
Pero Liriel se detuvo en el exterior, a unos cien pasos de la abertura.
—Espera. Voy a derrumbar todo esto.
Fyodor observó mientras la muchacha realizaba a toda velocidad los gestos de un conjuro; luego estiró ambas manos al frente, y un rayo arcano salió disparado de sus dedos, para centellear en el interior de la negra boca de la cueva una y otra vez. Se alzó una nube de polvo; la roca maciza se agrietó y hendió, y por fin toda la cueva se desplomó en una avalancha de tierra y piedras.
La drow bajó las manos, y todo su cuerpo pareció languidecer. El hombre la rodeó con un brazo y la depositó con cuidado sobre el suelo; había visto a las Brujas de Rashemen realizar tales hazañas en combate, y se daba cuenta de que la magia poderosa se cobraba un alto precio en su conjurador. Que una muchacha tan joven pudiera controlar una magia así resultaba sorprendente.
—Wychlaran —murmuró con gran respeto, agachándose junto a ella.
—¿Qué? —La joven fijó en él la mirada con un gran esfuerzo, los dorados ojos distantes y vidriosos.
—Es un término de honor, que se da a las Brujas que gobiernan nuestro país. ¿Sucede lo mismo con tu gente? ¿Gobiernan tu país gentes así?
—No por el momento —murmuró ella, con un pestañeo, desviando luego la mirada—. Olvida los «términos de honor». Mi nombre es Liriel.
Fyodor repitió el nombre, disfrutando evidentemente con su lírico sonido.
—Te queda muy bien.
—Estupendo —repuso ella en tono guasón—. Esperaba que fuera así.
Le dirigió una veloz mirada y captó el destello divertido de los ojos del joven, que no parecía en absoluto ofendido por su sarcasmo ni incómodo en su presencia. Se dio cuenta de lo joven que era; poco más que un muchacho, en realidad. Un muchacho con los músculos de un enano y las cicatrices de un guerrero; aquellos humanos eran un cúmulo de contradicciones. Los ojos azules de éste eran claros e ingenuos; su forma de hablar, franca. En Menzoberranzan, tal comportamiento se consideraría simple; pero a Liriel no se la engañaba dos veces, y observó la tensa rapidez de los músculos del joven, el modo en que su mano permanecía cerca de la empuñadura del afilado cuchillo de caza guardado en su faja.
Justo en ese momento, un retumbo de piedra surgió de la caverna desmoronada. El horror y la incredulidad paralizaron a Liriel allí mismo, pero un segundo retumbo la reavivó y se irguió de un salto.
—El quaggoth —dijo en tono apremiante.
Fyodor se irguió a su vez, pero la contempló con perplejidad.
—¡La criatura-oso! —chilló ella—. ¡Viene hacia aquí!
—Pero no puede ser —dijo él, y sus ojos se mostraron cautelosos, como si estuviera esperando que la muchacha intentara alguna estratagema siniestra.
Liriel bufó con frustración y se lanzó sobre el obstinado humano. Ambos cayeron juntos y rodaron lejos de la cueva en un revoltijo de brazos y piernas. Luego, la joven lo apartó de un empujón y se enroscó en un ovillo, cubriéndose la cabeza con los brazos en el mismo instante en que la boca tapiada por rocas de la cueva estallaba hacia el exterior. Un chorro de polvo y piedras describió un arco en dirección a ellos cuando el quaggoth se abrió paso fuera de la destrozada caverna.
El oso subterráneo estaba sucio y magullado. Manchas de un rojo oscuro ensuciaban su pelaje y un dentado espolón de hueso centelleaba a través de la desgarrada piel de un brazo. Sin embargo, la criatura no parecía darse cuenta del estado en que se encontraba; se limitó a apartar un peñasco de una patada y abandonó la cueva tambaleante, moviendo la nariz mientras olfateaba el aire en busca de su presa. Los ojos del quaggoth brillaban rojos incluso bajo la fuerte luz de la luna, y su áspero y mugriento pelaje aparecía erizado, lo que provocaba que la criatura, de más de dos metros, pareciera aún mayor y más feroz de lo que era. En la mano sana sujetaba al apaleado naga por la mutilada cola, agitando a la criatura de tres metros a un lado y a otro como si se tratara de un látigo.
—No querías escuchar —siseó Liriel a Fyodor.
Tampoco escuchaba en aquel momento. Con veloces y gráciles movimientos, Fyodor se puso en pie, la espada desenvainada. Los ojos del joven luchador se tornaron fríos y duros y, ante el asombro de la muchacha, pareció crecer hasta una estatura que igualaba la del enfurecido quaggoth. Puesto que no era ninguna estúpida, la drow gateó fuera del lugar que iba a ser escenario del combate, para lanzarse detrás de unas piedras y observar cómo atacaba el humano.
La criatura-oso echó violentamente hacia atrás al naga muerto, luego lo lanzó en dirección a Fyodor con una fuerza increíble. El luchador estaba preparado; giró con fuerza a la izquierda y lanzó la espada en una estocada baja y hacia atrás. En cuanto la cabeza del cadáver salió disparada al frente, él blandió su arma para interceptarla, y la embotada y ancha hoja hendió limpiamente la escamosa coraza. La cabeza seccionada voló por los aires describiendo un impresionante arco.
—Madre Lloth —musitó Liriel, contemplando con los ojos muy abiertos y creciente excitación.
Fyodor se aproximó más a toda velocidad, con la espada por delante. El quaggoth apartó el arma a un lado con su zarpa, sin prestar atención a la profunda cuchillada abierta en su palma. Volvió a balancear al naga muerto. Las secreciones brotaban libremente del cuello cercenado, pero el humano se encontraba demasiado cerca para que el macabro látigo pudiera infligirle mucho daño. Su adversario arrojó a un lado el cuerpo de serpiente y asestó un revés al humano con la ensangrentada zarpa; el golpe dio en el blanco y lanzó a Fyodor hacia atrás dando traspiés.
Percibiendo una ventaja, el quaggoth saltó. Pero el otro había recuperado ya el equilibrio, por lo que esquivó con agilidad la embestida y la criatura fue a dar con sus huesos en el rocoso suelo. Fyodor se acercó con la espada levantada para asestar el golpe final.
Pero el oso subterráneo rodó sobre su espalda y dobló las rodillas hacia arriba y con fuerza contra el cuerpo, luego las estiró en una violenta patada y alcanzó al hombre en pleno pecho. El humano fue lanzado hacia atrás y se golpeó la espalda contra un árbol con tal fuerza que el impacto le hizo extender los brazos y arrancó la espada de su mano.
El quaggoth volvió a encoger las rodillas, en esta ocasión para dar un salto e incorporarse. La criatura se aproximó despacio, mostrando los colmillos en un silencioso bramido y con los enormes brazos muy abiertos en una lúgubre parodia de un abrazo.
Fyodor se apartó del árbol ágilmente y cargó. Sujetó a la criatura por la cintura. Ambos cayeron al suelo como luchadores, cada uno forcejeando por encontrar el modo de matar al otro. Transcurrieron varios minutos mientras se debatían, igualados en rabia y fuerza.
Por fin el hombre inmovilizó a la enorme bestia, con las dos garras por encima de su cabeza. La peluda cabeza del quaggoth se revolvió de un lado a otro, y aunque sus mandíbulas rechinaban y chasqueaban, no consiguió un punto de apoyo, ya que la cabeza del humano estaba firmemente apretada bajo su barbilla, obligando a la peluda testa a mantenerse levantada. La cabeza de Fyodor se estremeció, salvajemente, unas cuantas veces, y la sangre empezó a manar por la garganta cubierta de pelo de su cautivo. Los forcejeos del ser perdieron fuerza y finalmente cesaron.
Liriel se llevó la mano a la boca para no proferir un grito triunfal. ¡Fyodor había desgarrado la garganta de su adversario!
Sin embargo una especie de instinto le advirtió que se mantuviera en silencio, que siguiera oculta. Desde su escondite observó cómo Fyodor se ponía en pie despacio. El guerrero pareció encogerse ante sus ojos, y contempló a la criatura muerta durante un buen rato, como si no pudiera comprender de dónde había salido. Luego sus hombros se hundieron, y un ronco y desesperado gemido surgió de su interior.
—¿Qué? —se maravilló Liriel, desconcertada.
Entonces el humano se cubrió la boca con ambas manos y corrió al interior de unos matorrales. Eso, Liriel lo podía comprender. El quaggoth olía fatal, incluso desde donde ella se encontraba, y su sabor sin duda sería capaz de hacer vomitar a un ogro.
Aguardó hasta que el hombre hubo terminado y regresado, tambaleante, al claro. Tenía mejor aspecto, aunque estaba sumamente pálido, y la joven salió de su escondite, aplaudiendo con suavidad. Fyodor giró en redondo para mirarla. Pareció tan sobresaltado que ella comprendió que se había olvidado por completo de su presencia, y aunque no estaba nada acostumbrada a tal falta de atención, su estado de ánimo la impulsó a mostrarse generosa.
—Impresionante —lo felicitó.
—¿Lo viste? —Los ojos del joven parecían trastornados.
—Sí, desde luego. Fue un espectáculo maravilloso. Desde una distancia segura, claro está.
—¿Cómo puedes decir algo así? —exclamó él—. ¡Por todos los dioses, le he desgarrado la garganta a esa cosa!
La drow se encogió de hombros, sin ver cuál era el problema. Había cosas más importantes de las que ocuparse; la noche se desvanecía, y también la poción somnífera que inmovilizaba a los cazadores drows.
—Hemos de resguardarnos. Conozco un lugar.
Cuando él vaciló, Liriel lo agarró por la muñeca y le levantó la andrajosa manga. Había marcas allí donde las mugrientas zarpas del quaggoth lo habían alcanzado, junto con un corte más antiguo y profundo que necesitaba con urgencia que volvieran a coserlo.
—Mira… tú estás herido, yo estoy cansada. Intenta ser sensato.
Lo cierto era que Fyodor empezaba a balancearse sobre los pies, pues el familiar mareo que seguía a una furia batalladora se había apoderado de él.
—Una tregua —asintió él, agotado.
Demasiado exhausto, demasiado desmoralizado para importarle si la traicionera drow cumplía su palabra o no, Fyodor dejó que lo condujera a una cueva cercana. Con un chasquear de dedos, la oscura hechicera encendió una pequeña fogata y, mientras el joven se calentaba, ella se ocupó con destreza de sus heridas. De su bolsa de viaje la muchacha sacó unas raciones de viaje —tiras de carne desecada que él reconoció como de rote— y comieron en silencio. Sintiéndose algo más repuesto por la comida y el fuego, el muchacho tomó unos tragos de su frasco, luego se volvió para ofrecer un poco a la drow, pero descubrió que no estaba a su lado. Contempló, perplejo, cómo Liriel se acomodaba en la boca de la cueva.
—Es plateado —murmuró ella en tono admirado—. ¡El cielo es realmente plateado!
De repente él lo comprendió. Era su primer amanecer y su postura tensa y expectante sugería que era una experiencia que había esperado desde hacía tiempo. Puesto que no deseaba perturbar el placer de la elfa, pero deseando ser testigo de él, Fyodor se acercó silencioso para sentarse junto a ella. Los ojos de la muchacha se anegaron de lágrimas como si sintiera dolor, pero no desvió la mirada de la luz del alba. Sin mirar a su acompañante, lo sujetó por el brazo y señaló unos rosados jirones de nubes.
—¡Mira ese humo de allí! ¿Qué color es ése?
—Son nubes, y son rosadas. ¿Nunca antes habías visto ese color?
—Nunca he visto nada como esto —repuso Liriel, sin apartar ni un momento los ojos del cielo cada vez más iluminado—. ¡Mira ahí! El hum… las nubes son púrpuras, y doradas. ¿Es siempre así?
—¿El amanecer? No. Es distinto cada día. Los colores vuelven a aparecer cuando el sol se pone.
Liriel apenas si tuvo tiempo de asimilar aquella maravilla cuando el sol mismo coronó las colinas. Un fragmento rojo, más brillante que el metal fundido, se abrió paso hacia el cielo, y ella chilló con una mezcla de dolor y asombro. Los ojos le ardían con fuerza, pero se negaba a apartar la mirada.
Fyodor se sintió conmovido por el inocente regocijo de la drow, y reacio a poner fin al momento. Pero acabó por tomar a la muchacha por los hombros y hacerla girar con firmeza hacia él.
—No debes mirar al sol, ni siquiera ahora, cuando su luz es débil. Ni siquiera aquellos que han nacido bajo su luz pueden hacerlo.
Ella dirigió una última y larga mirada al prodigioso sol mientras seguía al guerrero al interior de la cueva.
—¿Su luz es débil? —repitió, incrédula.
De vuelta en la reconfortante oscuridad, dedicó toda su curiosidad al humano, y en respuesta a sus ansiosas preguntas, él le contó lo que le había ocurrido desde su último encuentro. Su reacción fue leve cuando mencionó al hechicero drow de cabellos cobrizos, pero a Fyodor no le pasó por alto.
—Lo conoces.
—Me temo que sí. Sólo podía ser Nisstyre. Sólo él sabría dónde encontrarte —respondió ella con amargura, y le contó el papel que había tenido el hechicero en organizar un falso rastro que condujera a Fyodor fuera de la Antípoda Oscura—. Pensé que estarías más a salvo en la superficie —concluyó con una sonrisa irónica—. Puede que reconsidere tal opinión.
—¿Por qué tenías que hacer tal cosa? —inquirió él, desconcertado.
Liriel se encogió de hombros e introdujo un trozo de cadena de oro más profundamente en el interior del cuello de su túnica.
—Me engañaste. Admiré eso. Pero todo aquello está pasado. Tengo trabajo que hacer.
La drow sacó una pequeña bolsa de su cinturón y seleccionó un enorme diamante bellamente tallado, luego depositó la gema en la palma de su mano y salmodió en voz baja. Al cabo de un instante, la joya se desintegró convertida en polvo centelleante. Liriel se puso en pie y roció con cuidado el polvo de diamante formando un círculo de casi tres metros alrededor del fuego. A continuación, tarareando una extraña melodía, empezó a danzar y, entre inclinaciones y balanceos, tejió un complicado dibujo de belleza y magia. Fyodor la contempló, tan hechizado como si el conjuro hubiera sido lanzado sobre él.
—Ese círculo no lo podrán atravesar los ojos de ningún hechicero —anunció ella, dejándose caer por fin sobre el suelo de la cueva, cansada y satisfecha— ni siquiera los de Nisstyre. Deberíamos estar a salvo aquí.
—¿Tan poderoso es ese Nisstyre?
—Es un drow.
Liriel lo dijo con una mezcla de orgullo y sombrío presagio que el humano encontró inquietante. ¿Qué significaba en realidad, ser un drow? No comprendía realmente a aquella extravagante joven; en su segundo encuentro le resultaba aún más un misterio que antes. Estudió a la muchacha con tanta atención que transcurrieron varios minutos antes de que se diera cuenta de que ella lo observaba con igual interés.
—¿Luchan todos los humanos como tú? —preguntó ella, con los ojos encendidos por la curiosidad.
—No, loados sean los dioses —repuso Fyodor, bajando la mirada hacia las llamas.
—Entonces ¿cómo? ¿Qué magia posees?
Pero él no podía soportar hablar de ello ahora, no tras lo que había hecho. Los ataques de furia de bersérker le arrebataban la voluntad y el juicio: ahora parecía que le robarían incluso su espíritu. Lo que había hecho aquella noche era simplemente algo no humano.
—Es un largo relato y estoy muy cansado —se limitó a responder.
Liriel lo aceptó con un movimiento de cabeza.
—Más tarde, pues. Realmente necesitas descansar. Pero primero, dime: ¿duermes o te sumes en una ensoñación?
—¿Ensoñación?
Ella hizo una pausa, buscando las palabras.
—Es cuando uno sueña.
—¡Ah! Bueno, eso lo hago, despierto o dormido —repuso él con una débil sonrisa—. En mi país se dice que existen dos clases de personas: las que piensan y las que sueñan.
La drow lo meditó, las blancas cejas fruncidas en una expresión de perplejidad. Los elfos oscuros o dormían o descansaban sumidos en una ensoñación. ¿De qué estaba hablando el humano? Quería hacerle muchas preguntas; sin embargo estaba claro que Fyodor no podía contestarlas por el momento. Pero un repentino y escandaloso plan se asomó a su mente, y lo expuso al instante.
—Podemos viajar juntos durante un tiempo. ¡Hay tantas cosas que puedes explicarme!
—¿Estás siempre tan impaciente por aprender? —sonrió el hombre, encantado con su belleza y entusiasmo.
—Siempre —prometió ella; compartieron una sonrisa y Fyodor se sintió tentado a aceptar.
—No puedo —respondió con pesar—. Debo encontrar a ese Nisstyre y a los otros drows con los que me enfrenté antes.
La sonrisa de Liriel se esfumó, pues había olvidado por el momento lo que el humano buscaba: el amuleto que ella llevaba bajo la túnica. ¡No era él el único que lo quería!
—Entonces aquí, conmigo, es el lugar donde hay que estar sin lugar a dudas —replicó ella sombría—. ¿Por qué crees que apareció Nisstyre?, ¿por qué envió a sus cazadores drows de vuelta a aquellas cavernas?
De modo que la perseguían. Por qué, Fyodor no lo comprendía, pero la fría cólera que el hechicero drow había encendido en su corazón ardió con un poco más de intensidad.
—Viajaré contigo, entonces —dijo—. Cuando ese Nisstyre muera, los dos podremos ser libres.
—¡En ese caso se trata de una conspiración! —Los ojos de la joven centellearon.
—En mi tierra —replicó él, y su labio se curvó en una leve sonrisa— lo llamamos una alianza.
—Ya me sirve —comentó Liriel.
El fuego se extinguía, por lo que Fyodor recogió un puñado de ramas secas para echárselo. Una diminuta araña marrón se arrastró fuera del haz hasta su mano y él la apartó con un distraído golpecito. El golpe aplastó al delicado arácnido y envió a su cuerpo rodando hasta las crecientes llamas.
Liriel se quedó paralizada, con los dorados ojos desorbitados por el horror. Luego, aullando en muda rabia, se abalanzó sobre Fyodor, con las manos convertidas en unas zarpas que intentaron arañarle el rostro.
El humano la sujetó por las muñecas y mantuvo a distancia las agitadas manos, pero la fuerza del ataque los lanzó a ambos al suelo. El rashemita era de mayor estatura y más fuerte, pero aun así, tuvo que forcejear con la enfurecida elfa durante varios minutos antes de inmovilizarla por completo bajo su cuerpo. A pesar de lo menuda que era, hizo falta todo su peso para mantenerla en el suelo.
Refrenada pero no sometida, Liriel clavó una mirada desafiante en su captor, y éste se la devolvió con igual intensidad. Siempre estaba alerta por si la imprevisible drow lo atacaba, pero al estudiar su rostro no encontró traición, sino ira.
—¿Qué ocurre? —inquirió.
—¡Has matado una araña! El castigo por tu crimen es la muerte —le escupió ella.
—No puedes decirlo en serio. —Fyodor se quedó boquiabierto.
—¡Las arañas son sagradas para la diosa de los drow, campesino ignorante!
El hombre reflexionó sobre ello con serio interés. Le habían sucedido muchas cosas últimamente, y sus nervios se habían tensado hasta casi reventar. En su actual estado de ánimo, la afirmación de la drow le resultó total y deliciosamente absurda.
—¿Debo entender —dijo despacio—, que veneráis bichos?
Mantener la dignidad en aquellas circunstancias no era tarea fácil, pero Liriel estuvo a la altura de la situación y su menuda barbilla se alzó autoritaria.
—Sí, desde luego. Por decirlo así.
Fyodor contempló con fijeza a la joven por un instante, luego inclinó la cabeza para apoyarla en los enmarañados rizos de los cabellos de ésta, y su cuerpo empezó a estremecerse. Las carcajadas se iniciaron en su vientre y estallaron en un gutural rugido, y el humano rodó impotente de costado, sujetándose las costillas y balanceándose a un lado y a otro.
En cuanto se vio libre de su peso, la drow se levantó de un salto, con una araña arrojadiza en la mano. La visión de aquella arma provocó en el otro una nueva oleada de carcajadas.
Liriel miró a Fyodor enfurecida, demasiado perpleja por su extraño comportamiento para responder de modo adecuado a su blasfemia. Así que se limitó a permanecer inmóvil y aguardó a que la incomprensible risa del humano amainara.
Por fin, éste se tranquilizó, secándose las lágrimas de los ojos.
—Ya puedo regresar a Rashemen sin demora —anunció, y sus ojos azules brillaron a pesar de la circunspecta expresión de su rostro—. Porque ahora no hay duda de que no me queda nada más por oír.