13
Oscuridad embotellada
Despacio, con cuidado, Liriel intentó extraer la diminuta daga de su funda cubierta de runas grabadas. Habían transcurrido tres días de estudio casi constante, días que habían convencido a la joven hechicera de los peligros y desafíos inherentes a su misión.
No había la menor duda en su mente de que el amuleto era un objeto de gran poder. Había lanzado varios conjuros formidables sobre el amuleto, hechizos que deberían haberle mostrado el significado de las pequeñas runas grabadas en la funda, pero todo fue en vano. Una magia más potente que la suya protegía los antiguos secretos. Y la cadena del amuleto, que había estado rota cuando lo cogió del cadáver del ladrón drow, simplemente se había soldado sola. Habían crecido nuevos eslabones para ocupar el hueco, pero tan iguales al desgastado oro que Liriel ya no sabía por dónde se había roto la cadena. La muchacha no había oído hablar jamás de un objeto mágico que fuera capaz de repararse a sí mismo sin ayuda, y mientras tiraba de la diminuta daga, su preocupación estaba menos puesta en el delicado amuleto —que estaba claro que podía cuidarse de sí mismo— que en la magia que tal acción pudiera desatar.
No obstante, por mucho que lo intentó, no consiguió sacar el arma. Era como si la daga y la funda hubieran sido talladas en una misma pieza de metal, de tan unidas como estaban.
Con un suspiro, Liriel se recostó en su asiento. Había ido muy lejos y arriesgado demasiado para fracasar ahora.
Obtener el amuleto había sido la parte fácil. Encontrar tiempo para estudiarlo había resultado un desafío mayor, ya que no se había atrevido a pedir a Triel permiso para ausentarse, sabiendo que la dama matrona casi con seguridad rechazaría su petición de inmediato. Lo mejor que Liriel podía hacer era mantener el asunto oculto a los ojos de Triel. Corrían rumores sobre varias amenazas a la posición de la casa Baenre, de modo que la atosigada matrona tenía asuntos más importantes que atender que seguir cada uno de los movimientos de su sobrina. Y si los instructores de Liriel y la maestra Zeld en concreto creían que la dama matrona había sancionado la ausencia de la joven, no desafiarían la decisión de Triel.
Por otra parte, las matronas de la Academia podrían muy bien sentir curiosidad y buscar respuestas de un modo menos directo. Puede que fueran leales a Triel, pero ellas también estaban pendientes del progreso tanto de sus propias casas como de sus propias carreras, y Liriel esperaba por lo menos tener los ojos de una docena de casas nobles fisgando en sus asuntos, e intentando averiguar qué era lo que la casa Baenre consideraba tan importante para justificar la concesión a una de sus hembras de tiempo libre durante su adiestramiento en Arach-Tinilith.
Y así había sido. Liriel y Kharza-kzad habían dispuesto capas de protecciones alrededor de su casa en Narbondellyn, y el aire alrededor de la joven se puede decir que chisporroteaba inundado de frustradas sondas mágicas. En los tres días desde que abandonara Arach-Tinilith, dos de sus criados habían desaparecido, y Liriel no esperaba volver a verlos, aunque desde luego tampoco le servirían ya para nada después de que sus secuestradores les hubieran extraído toda la información posible. Pero lo cierto es que de no ser por la intervención de dos poderosos hechiceros. —Kharza-kzad, que le dio su respaldo de mala gana, y el archimago en persona— la joven no habría podido trabajar tranquila todo aquel tiempo.
Pues sí, había decidido arriesgarse a hacer partícipe a su padre de aquel plan, y al hacerlo había creado una situación sumamente espinosa. Gomph Baenre poseía la influencia necesaria para sacarla de Arach-Tinilith, pero sin embargo las matronas de la Academia supondrían que no habría osado hacerlo a menos que tuviera órdenes de Triel al respecto, y Liriel sabía que el orgulloso Gomph no apreciaría ese recordatorio de sus limitaciones, y que no actuaría a favor de su hija a menos que existiera un beneficio potencial.
De modo que le contó lo suficiente sobre su excursión a la superficie, incluida la información sobre las sacerdotisas de Eilistraee, para despertar su interés. Hizo hincapié en que existían drows en la superficie capaces de conjurar magia, que poseían poderes que aquellos que moraban abajo no conocían, y prometió averiguar lo que pudiera de ellas y transmitirle tal información. Gomph la interrogó a conciencia, y sólo cuando ella hubo aceptado actuar como su emisaria con la comunidad drow del mundo exterior accedió a ayudarla.
Por lo menos él había accedido. Cómo explicaría sus acciones a Triel si el asunto salía a la luz era cosa suya; Liriel se daba por satisfecha dejando que los dos hermanos Baenre resolvieran la cuestión entre ellos. De todos modos, la expresión en el rostro de su padre cuando le mencionó la existencia de una deidad rival le hizo preguntarse si habría sido sensato implicarlo. ¿Qué uso haría el ambicioso Gomph de aquella información?
Tampoco confiaba en Kharza-kzad. Al igual que su padre, tenía sus propios motivos ocultos, y eso había quedado muy claro con el regalo del hechicero de un portal que podía permitirle escabullirse de la Academia a voluntad. Antes de aquello, Liriel había supuesto que el interés del anciano hechicero por ella había sido estrictamente personal, que disfrutaba con su asociación por el derecho a alardear que le concedía. Incluso aunque no hubiera contado ni una mentira, resultaba obvio que encontraba agradable la compañía y atenciones de una joven hermosa. Pero había más, Liriel estaba convencida de que su tutor tenía sus propios planes, y que deseaba hacer que ella formara parte de su invisible proyecto.
Aun así, necesitaba a Kharza-kzad. Como maestro en Sorcere, tenía acceso a pergaminos y libros que no poseían otros hechiceros, y la Torre de los Hechizos Xorlarrin estaba equipada con el mejor laboratorio de Menzoberranzan. Esto, por lo que parecía, se debía no en poca medida a los constantes y secretos intercambios de su propietario con los comerciantes de El Tesoro del Dragón.
Lo cual suponía otro riesgo que Liriel había corrido. Había hecho llamar a Nisstyre y le había pedido que le vendiera todos los libros sobre costumbres y tradiciones de los humanos que pudiera comprar o robar en un tiempo récord. La posesión de tales libros era ilegal, desde luego, e incluso a pesar de que tan desorbitada compra la llevaría casi a la ruina, Liriel no veía alternativa, ya que no se atrevía a pedir específicamente libros sobre runas por temor a que al hacerlo mostrara su juego. El comerciante de ojos negros era también un hechicero, y sabía más cosas sobre las Tierras de la Luz que cualquiera de los que usaban magia en Menzoberranzan, por lo que era mucho más probable que él y no Kharza, y aún menos Gomph, pudiera descifrar lo que la joven planeaba.
Sin embargo, Nisstyre había sido sumamente servicial. Le llevó varias cajas de libros y le indicó que tomara lo que quisiera y devolviera el resto sin pagar nada. Se ofreció a contestar cualquier pregunta que pudiera tener sobre las Tierras de la Luz, e incluso insinuó que le encantaría hacerle de guía. Insinuó muchas cosas, en realidad, con un descaro que pocos varones de Menzoberranzan se hubieran atrevido a mostrar. Aunque Liriel no estaba nada interesada en tener una aventura con el comerciante de cabellos cobrizos, podría haber aceptado una o dos de sus otras ofertas de haber tenido tiempo.
Tiempo. Con un suspiro, la joven lanzó una veloz mirada al refulgente contenido de su reloj de arena. El poco tiempo que había conseguido casi se había agotado, pues más tarde o más temprano la demasiado atareada Triel se enteraría de la ausencia de su sobrina y la obligaría a regresar a Arach-Tinilith. A decir verdad, tres días de libertad eran más de lo que Liriel había esperado.
Había utilizado bien su tiempo robado. Había memorizado mapas de las tierras situadas sobre su cabeza, y aprendido más sobre la gente y sus costumbres, pero lo que no consiguió averiguar, sin embargo, fue cómo podía conseguir que el amuleto que sostenía en la mano funcionara según sus propósitos.
Sin un objeto fijo, la muchacha retorció la daga, y ante su asombro, la diminuta empuñadura giró en sus manos y el arma abandonó su funda.
La elfa oscura examinó el dorado objeto y recibió su segunda sorpresa; no se trataba de una daga, sino de un pequeño cincel. El instrumento seguía manteniendo su brillo y sus afilados bordes, sin la menor huella de corrosión a pesar del agua que llenaba el fondo de la funda.
—Un cincel —murmuró—. ¡Claro!
La elfa oscura agarró su libro sobre runas y pasó las páginas con creciente excitación. Casi al final encontró una representación, toscamente dibujada, de un viejo roble de enormes ramas; el árbol recibía el nombre de Vástago de Yggsdrasil, y su grueso y retorcido tronco estaba marcado con las runas de un millar de hechizos. Según el texto, sólo las runas más poderosas se podían grabar en aquel árbol, y sólo con herramientas forjadas por poderosos conjuradores de runas y bendecidas por los dioses de los antiguos rus.
Liriel alzó el diminuto cincel y lo contempló con admiración. ¿Era posible que sostuviera tal cosa en su mano? Estudió el dibujo con atención. Sí, algunas de las marcas del viejo roble eran idénticas a las del amuleto.
Pero ¿podía ella, una drow de la Antípoda Oscura, usar aquel utensilio para grabar un hechizo en el roble sagrado? Conjurar una runa no se parecía a los hechizos mágicos que manejaba con tanta facilidad. Una runa como la que ella necesitaría no se aprendía en un pergamino, sino que se hallaba grabada en la mente y el corazón; y la herramienta para llevar a cabo tal tarea era un largo y peligroso viaje, como los que los antiguos rus habían emprendido para acrecentar tanto sus dominios como sus poderes mágicos. Sólo mediante el cambio y el desarrollo, a través de una sagacidad duramente obtenida, se manifestaba la runa a su conjurador.
Temblando de nerviosismo, Liriel tomó un gran rollo de pergamino y lo alisó. Era un mapa de las tierras del norte y según Nisstyre representaba los territorios que se hallaban justo encima de la Antípoda Oscura que ella conocía. Su dedo localizó la lejana ciudad de Aguas Profundas y luego trazó una senda a través del mar hasta Ruathym, una isla donde habitaban los antepasados de los rus. Y en aquella isla se alzaba el Vástago de Yggsdrasil, el viejo roble sagrado.
Ese, pues, era su destino. Si su viaje le proporcionaba la runa que necesitaba, conjuraría los hechizos que le proporcionarían una posesión permanente de su magia drow.
Primero, no obstante, tendría que transportar su magia a través de kilómetros hasta Ruathym. Las gotas de agua atrapadas en la funda le habían sugerido una respuesta a aquel problema, pues su libro sobre runas contenía muchas historias sobre pozos y manantiales sagrados. El agua era abundante en la Antípoda Oscura y servía de poco, más allá de su conocido poder vivificador. Pero el oscuro país de Liriel poseía sus propios lugares de poder.
—¡Liriel Baenre, finalmente te has vuelto completamente loca!
La frase, proviniendo como lo hacía de una demente hembra de dragón de dos cabezas y color morado, no tuvo todo el efecto que habría tenido en otras circunstancias.
—Te aseguro, Zz’Pzora, que esto funcionará —insistió la joven drow mientras arrancaba pedacitos de la pared de la gruta con un pequeño pico de mithril—. Sólo intenta mantenerte quieta un minuto o dos más.
—Mantenerte quieta, dice —refunfuñó la cabeza derecha de la criatura, hablando literalmente consigo misma al dirigirse a la otra cabeza—. ¿Qué se cree la drow que somos, un colibrí?
La respuesta de la cabeza izquierda se perdió en el ruido de otro resonante golpe y el sordo batir de las alas de la hembra de dragón mientras la criatura se esforzaba por mantener su posición. Una cálida corriente ascendente de aire ayudaba al reptil a flotar, pero mantenerse siempre en el mismo lugar resultaba sumamente difícil para cualquier dragón incluso en las mejores circunstancias.
La tarea de Zz’Pzora se veía complicada por el peso añadido de la drow montada a horcajadas en la base de los dos cuellos de la bestia. No es que Liriel fuera pesada —la mayoría de los dragones consideraban a un drow de treinta y cuatro kilos un tentempié, no una carga— pero Zz’Pzora era pequeña para ser un dragón, y además la joven no mantenía demasiado bien el equilibrio, ya que se inclinaba demasiado a un lado, y cada vez que golpeaba la roca su sujeción se resentía. En cualquier momento, la temeraria elfa oscura haría que las dos fueran a estrellarse contra el suelo de la gruta.
—Mira a tu alrededor —suplicó la cabeza derecha; la criatura descendió en picado peligrosamente cerca del suelo de la caverna, y batió las moradas alas frenéticamente hasta haber recuperado su posición—. ¡Toda la cueva brilla con energía! Toma algo que sea más fácil de obtener.
Liriel sacudió la cabeza y volvió a golpear. Una fina rendija apareció en la roca, perfilada por un misterioso resplandor azul que brillaba incluso a través de capas de roca carentes de magia.
—Este es el mejor lugar, Zip, y tú lo sabes —dijo la drow en tono distraído.
Con más cuidado, al tener en cuenta que la roca había cedido, dio suaves golpecitos en el muro, incrementando poco a poco la red de crecientes grietas.
—La Aguja de la Banshee contiene más magia que cualquier tonelada de roca de este lugar.
La Aguja de la Banshee, un delgado pedazo de reluciente roca que parecía retener y condensar las radiaciones de aquella oculta caverna, recibía tal nombre de la banshee —una drow no muerta— que en una ocasión había frecuentado la madriguera de Zz’Pzora. La banshee había desaparecido mucho antes de que apareciera la hembra de dragón; la madre del reptil había derrotado a la elfa no muerta en un horrendo combate mágico que muy bien podría haber contribuido al insólito aspecto de su futura descendencia. Fuera como fuese, a la mutante hembra de dragón no le gustaba pensar en ello demasiado a menudo.
En aquel instante, Liriel dejó caer el pico hasta las piedras del suelo y empezó a retirar las capas de roca con sumo cuidado usando las manos y un cuchillo. Zz’Pzora hizo una mueca de desagrado ante el chirrido metálico que producía el mithril al raspar la roca.
—Eso podríamos haber sido nosotras, ya lo sabes —señaló la cabeza derecha.
—Ya me doy prisa —aseguró Liriel a la criatura.
La drow era muy consciente de la precariedad de su situación, y deseaba haber podido traer a Kharza con ella para que la ayudara en su trabajo con conjuros de levitación, pero el quejumbroso hechicero sin duda se habría muerto de miedo durante el trayecto. Dejarse arrastrar por las corrientes de agua no era deporte para timoratos.
Liriel podría haber flotado hasta la Aguja de la Banshee mediante sus propios poderes, pero hacerlo habría agotado su capacidad de levitar durante el resto del día. La drow todavía debía realizar un largo viaje pozo arriba, y había tenido que contar con Zz’Pzora para que la elevara. No era improbable que la hembra de dragón, en un ataque de resentimiento, pudiera «accidentalmente» soltar la soga, de modo que Liriel se aferraba al cuello morado de la criatura con una mano mientras asestaba ligeros golpecitos a la pared de reluciente roca.
De improviso una brillante luz azul bañó la gruta: la Aguja de la Banshee había quedado libre de su rocosa envoltura. La drow trabajó ahora con más rapidez, pues ni sus ojos tan sensibles a la luz como su reptiliana ayudante podían aguantar mucho tiempo. Insertó con cuidado la punta del cuchillo bajo el fragmento de piedra que había quedado al descubierto y lo soltó haciendo palanca. El amuleto colgaba, preparado, de su cuello; la joven introdujo el reluciente pedazo de roca en la funda e hizo girar rápidamente el cincel con empuñadura de daga para volverlo a encajar en la abertura.
—¡Lo tengo! —exclamó jubilosa—. Bajemos.
—¡Demos gracias a Tiamat! —masculló la hembra de dragón, uniéndose ambas cabezas en un juramento que invocaba a la divinidad de los dragones. La criatura descendió en dirección al suelo de la caverna y se deslizó por él hasta detenerse agradecida.
Liriel saltó de los hombros del animal y empezó a recoger sus objetos mágicos. Si el renovado fulgor de su piwafwi servía de señal, sus cosas habían recuperado con creces la magia que habían perdido en sus dos visitas bajo la luz de la luna al mundo de Arriba. ¡Y tan pronto! Por lo general un nuevo objeto necesitaba permanecer en tales emplazamientos de poder durante años para quedar imbuido de magia; un artículo cuya magia se había perdido por completo necesitaba al menos un año para recuperar su potencia. Por primera vez, Liriel se sintió segura de que su plan funcionaría.
—¿Ahora qué? —inquirió la cabeza derecha—. Después de todas las dificultades que hemos tenido que superar para conseguir esa cosa, podrías al menos decirme qué piensas hacer con ella.
—Voy a emprender un largo viaje, Zz’Pzora —respondió ella alegremente.
—¡Bien! —resoplaron ambas cabezas al unísono. La morada criatura se acomodó sobre sus cuartos traseros y cruzó los brazos sobre el pecho en un gesto que, curiosamente, resultaba muy propio de un elfo—. Me causas más problemas que otra cosa —añadió en tono cáustico la cabeza derecha.
—Yo también te echaré de menos —replicó la drow con igual afecto, enarcando una ceja—. Pero aún tardaré un poco en realizar el viaje, no lo haré hasta que no haya finalizado mi adiestramiento en Arach-Tinilith. Como gran sacerdotisa, poseeré el poder y la posición necesarios para ir y venir a mi antojo.
—En ese caso, ¿volverás aquí pronto?
—Lo siento, Zip —respondió ella, negando con la cabeza—, pero no me atrevo a abandonar la Academia de nuevo. Vendré a verte en cuanto mi preparación haya concluido.
—Humm.
Zz’Pzora hizo un puchero. No existía otro modo de expresarlo. La malhumorada expresión parecía un poco fuera de lugar en los escamosos y aterradores rostros morados de la hembra de dragón, pero Liriel la encontró encantadora.
—Los años transcurrirán veloces, ya lo verás; mi adiestramiento y mi viaje no tardarán en tocar a su fin. Cuando regrese, ¿quieres que te traiga algo de las Tierras de la Luz? —inquirió melosa, pensando que tal vez al nombrar su punto de destino, Zz’Pzora se olvidaría por fin de su malhumor.
Los ojos reptilianos de la criatura —los cuatro— se abrieron llenos de sorpresa. Una sonrisa astuta apareció en la cabeza izquierda; hasta el momento, la realista cabeza derecha había dominado las acciones y palabras del ser, pero por fin algo había despertado el interés de la otra mitad más caprichosa.
—Sí —respondió la cabeza, y el tono decidido sonó extraño en su gorjeante voz de jovencita—. Encuentra un modo de que pueda salir a la superficie.
Liriel parpadeó.
—En realidad, yo pensaba en algo más parecido a un libro de conjuros, un tesoro de alguna clase.
—Sea como sea, tú has ofrecido, y yo he respondido.
De nuevo aquel tono tajante y apasionado, tan inesperado en la personalidad de la cabeza izquierda de Zz’Pzora. Incluso la cabeza derecha miró a su compañera con sorpresa.
—Muy bien, Zip —repuso la drow, encogiéndose de hombros tras unos instantes de compartido silencio—, haré lo que pueda.
Las promesas por parte tanto de la drow como de la hembra de dragón de las profundidades se formulaban con facilidad y casi nunca se cumplían, pero Zz’Pzora pareció darse por satisfecha con la respuesta, de modo que Liriel recogió el resto de sus objetos mágicos y ocupó su puesto en el pozo. Por una vez, la criatura izó a la joven sin ninguna de las acostumbradas sacudidas o atormentadoras pausas que por lo general marcaban el trayecto, y cuando la drow llegó a lo alto, oyó el tenue y lejano sonido de las dos voces del reptil alzándose en una hipnótica canción de despedida.
Por primera vez, un dejo de tristeza contaminó la excitación de la joven, y ésta empezó a meditar sobre todo lo que dejaría atrás. No lamentaba excesivamente que el viaje fuera a hacerse al cabo de varios años; todavía había tanto que hacer, tanto que aprender y experimentar, en su nativa Menzoberranzan… Y cuantos más poderes obtuviera, más podría llevarse con ella a las Tierras de la Luz. Sin embargo, cuando llegara la hora de partir, Liriel sabía que viajaría sola por una tierra extraña.
Tal vez, reflexionó mientras se introducía en el portal que la conduciría de vuelta a la Torre de la Hechicería Xorlarrin, podría intentar mantener la promesa hecha a la hembra de dragón después de todo.