11

Rastros falsos

Veloz y silenciosa, Liriel atravesó el bosque de vuelta a su portal mágico. Su huida sorprendió a una extraña criatura, una gran bestia de color pardo con enormes ojos marrones y un par de cuernos erizados de astas. El animal salió huyendo y se perdió entre los árboles. Por un instante Liriel se detuvo para observar a la grácil criatura. En cualquier otro momento, la habría seguido, tal vez para cazarla, o puede que sólo para averiguar más cosas sobre aquella extraña y fascinante bestia. Aquella noche, un trofeo más importante le esperaba.

Tenía cierta idea sobre el paradero del Viajero del Viento, y el tiempo de que disponía para localizarlo era escaso, así que penetró a toda prisa en la puerta que la devolvería a la Antípoda Oscura. El mágico vuelo fue veloz y breve, y la condujo cerca del lugar donde ella y el humano habían unido fuerzas para combatir a los murciélagos subterráneos.

Liriel retrocedió sobre sus pasos hasta la reluciente cueva donde había encontrado a Fyodor de Rashemen. Allí había un misterio, uno que debía resolver, y se agachó para examinar el cuerpo de una criatura que el humano había matado.

Incluso en la muerte, el animal resultaba impresionante. Las alas aplastadas medían más de dos metros, y los colmillos afilados como dagas que sobresalían de la boca entreabierta tenían como mínimo la misma longitud que sus dedos. Resultaba un milagro que el humano hubiera conseguido matar a una criatura así, pero aún más extraño que los gigantescos murciélagos hubieran atacado, pues, aunque eran sumamente peligrosos, los dragazhar eran criaturas muy inteligentes que raras veces atacaban nada que fuera mayor y más amenazador que una rata. Algo debía haberlos envalentonado o había hecho que se sintieran amenazados, para obligarlos a alterar su comportamiento.

Agarrando el ala del dragazhar con ambas manos, tiró hasta hacer girar a la criatura sobre su lomo para examinar la parte inferior de su abdomen. Allí encontró la respuesta que buscaba. El abdomen y las patas del animal mostraban varios cortes largos y finos: las señales interpoladas de dos espadas gemelas. Tales heridas eran demasiado agudas, demasiado precisas, para haber sido infligidas con la hoja embotada del humano; había sido acero drow el que había marcado al dragazhar.

Examinó los cuerpos de los otros tres murciélagos muertos y encontró marcas parecidas, incluidos reveladores dardos envenenados disparados por una ballesta drow. Lo más probable era que esos murciélagos se hubieran tropezado con Fyodor en su huida de otro combate de mayor envergadura, y tras habérselas visto con una banda de luchadores drows, un humano solitario debió de parecerles una presa fácil.

Aquel descubrimiento apoyaba una de sus sospechas: en persecución del amuleto, Fyodor había seguido a una banda de drows a la Antípoda Oscura. Liriel ni siquiera podía imaginar lo que el hombre planeaba hacer cuando los hubiera atrapado, pues aunque luchaba bien, ¡no era más que un hombre solo contra los luchadores más mortíferos de aquellos reinos de las profundidades!

No se le ocurrió a la joven preguntarse lo que ella misma podría hacer sola contra una banda de luchadores drows. Al fin y al cabo, era una princesa Baenre y una hechicera, y estaba decidida a encontrar el amuleto llamado Viajero del Viento costara lo que costase.

Registró el suelo rocoso hasta que halló una serie de gotas de sangre que conducían fuera de la caverna. Algunos de los murciélagos habían sobrevivido a la espada y el garrote de Fyodor, y uno de ellos había quedado lo bastante malherido para dejar un rastro. Puesto que los murciélagos subterráneos heridos invariablemente regresaban a su guarida, sospechó que su vuelo lo llevaría a desandar el camino que lo había conducido hasta aquella caverna. Liriel conjuró una esfera de fuego fatuo para seguir el rastro, y el nerviosismo apresuró sus pasos mientras rastreaba el camino en dirección al emplazamiento de la primera batalla.

El rastro de gotas de sangre finalizó en una enorme caverna oscura.

Allí no había ninguna luz, ninguna de las rocas o plantas fosforescentes que iluminaban lo que había dado en considerar la cueva de Fyodor. Pero Liriel pudo ver con suficiente claridad. Formaciones calóricas en el aire, en la roca, daban al lóbrego paisaje una precisión y unos matices que aquellos que sólo veían bajo la luz no podían ni imaginar. En la Antípoda Oscura, incluso la piedra más helada contenía algo de calor.

Y los cadáveres de dos varones drow, tan fríos como su pétrea tumba, desprendían el apagado resplandor azulado característico de la carne sin vida.

Liriel corrió hacia los elfos muertos y se dejó caer de rodillas para registrar los cuerpos. Sus esfuerzos dieron como fruto cierta cantidad de magníficos cuchillos y otros objetos, pero no el amuleto que buscaba.

Tragándose su decepción, la mujer se sentó sobre los talones y meditó la situación. Los varones habían sido plebeyos, y ninguno lucía insignia alguna que indicara una alianza con una de las casas nobles de Menzoberranzan. Iban bien armados, pero aun así resultaba curioso que sólo fueran dos. Liriel desafiaba a la Antípoda Oscura sola debido a la magia de que disponía, pero sólo hechiceros drows salían con tan escasa compañía. Aquellos varones carecían de libros de hechizos, bolsas de componentes extraños, varitas u otras armas mágicas; eran sin lugar a dudas luchadores bien adiestrados, probablemente ladrones, y nada más.

Los dos varones muertos habían recibido heridas asestadas por los colmillos y las zarpas de las alas de los dragazhars, pero ninguna de esas heridas era lo bastante profunda para resultar fatal; lo más probable era que aquellos drows hubieran muerto debido a heridas infligidas por las colas envenenadas de los murciélagos subterráneos.

Liriel se levantó y conjuró otra esfera de fuego fatuo. Sosteniéndola en alto, inspeccionó la caverna. Los cuerpos de una docena de dragazhars cubrían el lugar, dando fe de una larga y encarnizada lucha. ¿Era posible que aquellos dos drows hubieran luchado solos?

Pero no, había armas desperdigadas por el suelo de la caverna, más de las que aquellos dos cadáveres podrían haber empuñado. Dos excelentes espadas idénticas, finas y grabadas con runas, atrajeron la mirada de Liriel, que se agachó y pasó los dedos por una de las relucientes hojas. La magia vibraba en la espada como los latidos de un corazón. Eran armas de un valor inestimable, el orgullo del drow que las había empuñado, y abandonó la idea de que el luchador superviviente había huido, dejando atrás los cuerpos de sus dos camaradas. Ningún luchador elfo oscuro dejaría atrás tales armas a menos que ya no fuera a necesitarlas nunca más.

Unos pasos más allá de las armas abandonadas, Liriel descubrió una salpicadura de sangre fría y seca. Buscó durante unos minutos antes de encontrar el siguiente manchón, unos tres metros más allá, y de improviso supo lo que había sucedido.

Los murciélagos subterráneos acostumbraban a llevarse a sus presas de vuelta a la guarida para devorarlas con tranquilidad, en especial si se sentían amenazados. Una batalla contra drows podría clasificarse sin duda como amenaza, y Liriel se maravilló de que los dragazhars hubieran persistido durante tanto tiempo teniendo tantas cosas en contra; debían de haber necesitado la comida con urgencia. Resultaba curioso, sin embargo, que hubieran dejado atrás dos cuerpos.

Tras un momento de vacilación, Liriel volvió a seguir el sangriento rastro. La guarida de las criaturas debía de hallarse muy cerca, pues a pesar de lo grande que era un dragazhar, éstos no podían transportar muy lejos los cuerpos de drows adultos.

Como sospechaba, la cueva no se hallaba muy lejos. Su boca estaba situada en una zona alta de la pared rocosa del túnel, una abertura casi horizontal que parecía demasiado estrecha para permitir el paso de los murciélagos gigantes. Liriel dio un salto, se sujetó a la repisa y se izó para echar un vistazo.

Sólo unos cuantos dragazhars adultos estaban en el interior de la cueva, dormidos y colgando por las colas del techo de la caverna. También había muchas crías, tal vez unas cuarenta o más, y aquellos dragazhars pequeños resultaban bastante atractivos, con su bien acicalado pelaje negro como la noche y sus pequeños y gordezuelos cuerpos. Los pequeños dormían en una pulcra hilera, a todas luces saciados y satisfechos.

Liriel asintió mientras varias piezas del rompecabezas iban encajando. La necesidad de alimentar a tantas crías había obligado a aquellas criaturas a atacar a un grupo de drows, y habían dejado atrás a los dos elfos oscuros envenenados, probablemente debido a que los dragazhars pequeños no podían alimentarse de carne envenenada. A juzgar por el número de crías, la joven calculó que la cueva era el hogar de varias bandadas de dragazhars cazadores, al menos sesenta u ochenta adultos. Aquello era más que suficiente para destruir un pequeño grupo de luchadores drows.

Escudriñó con atención el techo bajo de la cueva. Pocos elfos oscuros se aventuraban al interior de tales lugares, pero los que lo hacían afirmaban que se trataba de auténticos almacenes de tesoros. Liriel tenía en mente un tesoro muy concreto.

La drow lanzó una cautelosa mirada a sus espaldas. El túnel estaba oscuro y silencioso hasta donde podía ver. Los murciélagos estaban fuera de casa, a excepción de las niñeras que habían dejado para ocuparse de los pequeños. La joven era consciente de que no tenía muchas posibilidades; pero jamás serían mejores.

Liriel se subió al saliente y, arrebujándose en su piwafwi, penetró despacio en la madriguera. El olor acre del guano de murciélago la envolvió y bendijo sus botas hechizadas, que le permitían andar sin el crujido que habría anunciado su intrusión. No había ido muy lejos cuando su pie golpeó algo blando, y entonces se agachó para ver mejor.

Era el cuerpo de un varón drow bastante alto, o lo que quedaba de él. La magnífica cota de malla había repelido los colmillos de los murciélagos de las profundidades y dejado el torso intacto, pero de las extremidades apenas quedaban más que los huesos. Otros dos cuerpos yacían a poca distancia, en no mejor estado que el primero.

Si Liriel hubiera necesitado un recordatorio de la importancia del sigilo y el silencio, no podría haber pedido uno mejor. Con sumo cuidado, palmeó los cuerpos parcialmente devorados; encontró una buena provisión de dardos envenenados y varios cuchillos de buena factura. Por lo general se habría quedado con tales objetos, pero registrarían aquellos cuerpos más tarde, y no quería que nadie sospechara que había estado ya en la cueva.

Transcurrieron varios minutos antes de que la muchacha encontrara lo que buscaba. Uno de los drows muertos llevaba una bolsa de cuero, colgada al cuello por una larga correa y oculta bajo la cota de malla, y en la bolsa había una daga de siete centímetros y medio, guardada en el interior de una funda con runas grabadas que pendía de una cadena rota. Sujetando el amuleto en la mano con expresión de triunfo, Liriel retrocedió fuera de la guarida.

Se apresuró a regresar a la relativa seguridad de la brillante caverna y examinó su trofeo con más atención. Sí, era el mismo objeto que había vislumbrado en la mente de Fyodor, y ahora comprendía que algo así podía atraer a un hombre a la Antípoda Oscura. Eso, si realmente era el Viajero del Viento, era un tesoro mágico único, un objeto perteneciente a una era antiquísima de extraña y poderosa hechicería. Encontrar algo así era una honrosa búsqueda a la que dedicar toda una vida. Poseerlo valía todos los peligros que Fyodor había corrido.

«Que correrá». Con ese pensamiento, la expresión triunfal de Liriel se evaporó y su rostro se crispó en una mueca de enojo. Desde luego el humano regresaría, y si ella había encontrado a los comerciantes muertos, puede que él también. El hombre había demostrado ser fuerte e ingenioso; pero sin la ayuda de las botas elfas y la protectora invisibilidad de una piwafwi, sin duda se uniría a los luchadores drows como alimento para las crías de murciélago subterráneo.

Liriel no se detuvo a meditar por qué debería preocuparle la cuestión. No había tiempo que perder, y rápidamente trazó un plan. Sacó su libro de conjuros e invocó el portal mágico que conducía a la torre de Kharza; lo que tenía en mente precisaría de la ayuda del hechicero.

Pero éste no estaba solo cuando ella entró en su estudio. Su tutor estaba sentado ante su escritorio, con las manos de pálidos nudillos entrelazadas con fuerza ante él, mientras que, repantigado en un sillón cercano, había un varón drow, probablemente el elfo oscuro más impresionantemente exótico que Liriel había contemplado jamás. Sus largos cabellos cobrizos estaban sujetos hacia atrás en una única y gruesa cola, y a la tenue luz de la vela sus ojos resplandecían tan negros como su piel color ébano. Su rostro anguloso quedaba definido por unos elegantes y bien marcados pómulos, una barbilla afilada, y una nariz larga y fina. Era delgado y vestía lujosamente, y su actitud sugería a la vez orgullo y poder. Liriel advirtió todo esto con una mirada y con la misma rapidez dejó de lado al visitante. En otra ocasión, podría sentirse interesada, pero ahora absorbían su atención cuestiones más importantes.

—Kharza, hemos de hablar —dijo a toda prisa, dirigiendo una significativa mirada al desconocido.

Antes de que el hechicero pudiera responder, el drow de cabellos rojos se puso en pie y dedicó a la joven una educada reverencia.

—Te saludaría, señora, pero no conozco ni tu nombre ni tu casa —dijo—. Kharza-kzad, ¿serías tan amable?

Las arrugas de preocupación del hechicero se agudizaron hasta convertirse en auténticos desfiladeros, pero llevó a cabo las protocolarias presentaciones.

—Liriel de casa Baenre, hija del archimago Gomph Baenre, puedo presentarte a mi socio Nisstyre, capitán de la banda de comerciantes El Tesoro del Dragón.

—No esperaba tal honor. —Los negros ojos de Nisstyre se iluminaron y éste volvió a hacer una reverencia—. Nuestro mutuo amigo me asegura que te satisfizo mi reciente regalo.

—El libro sobre tradiciones humanas —explicó Kharza de mala gana, al observar la expresión perpleja de la joven—. Procedía de Nisstyre.

—Y me complacería facilitarte otros si lo deseas. El Tesoro del Dragón es famosa por proporcionar cualquier cosa, sin importar su precio. Estoy seguro de que al hechicero no le molestará dar fe de nuestra discreción. Hemos estado proveyendo su casa durante muchos años.

Liriel sabía que tales acuerdos no eran insólitos. Muchas de las casas nobles patrocinaban bandas de comerciantes, pues aquél era su único vínculo con el mundo situado fuera de Menzoberranzan. Por su parte, la amenaza de represalias por parte de alguna poderosa matrona otorgaba a los comerciantes un grado de seguridad del que no podrían haber disfrutado de otro modo. Liriel reconoció al instante el valor de un aliado así, y dedicó todo el encanto de su sonrisa al varón de exótica belleza.

—No necesito ningún libro esta noche, pero tal vez puedas ayudarme en otro asunto. Necesito contratar a unos matones discretos.

—Creo que hay bandas de mercenarios en esta ciudad —observó el comerciante, enarcando una cobriza ceja.

—Sí, y la mayoría obedecen a una matrona u otra —replicó ella, desechando tal posibilidad—. Esto es personal y privado.

—Comprendo. ¿Qué es, exactamente, lo que tienes en mente?

—Encontré una patrulla drow en los túneles, muerta en combate con dragazhars. Quiero trasladar algunos de los cuerpos a la entrada del túnel de la Hondonada Seca, junto con unos cuantos de los murciélagos muertos. Allí organizarás la escena de modo que parezca que la batalla se desarrolló en ese sitio.

—Algo así puede hacerse, pero no acabo de comprender su propósito —dijo Nisstyre, tras estudiar a la muchacha durante un buen rato.

—Acépta la tarea o recházala, pero no hagas preguntas.

—Mil perdones, señora —murmuró el comerciante sin el menor atisbo de sinceridad—. Y si acepto, ¿confío en que podrás financiar tal expedición?

Mencionó un precio como sin darle importancia; era alto, pero no tanto como ella había esperado.

—Tendrás eso y más —prometió—. Puedo darte tus honorarios ahora, en oro o joyas como desees. También te mostraré dónde está la madriguera de los dragazhars. Te puedes quedar con todos los tesoros que quieras desenterrar de entre el guano de murciélago. Yo no quiero nada. Además, conté unas cuarenta crías de dragazhar. A los hechiceros les gusta tener murciélagos subterráneos como compañeros. Recoge unas cuantas crías para adiestrarlas como espíritus familiares y ganarás al menos veinte veces el importe de tus honorarios. Todo esto lo tendrás, siempre y cuando hagas lo que te digo… sin hacer preguntas. ¿Aceptas estas condiciones?

—Con mucho gusto —sonrió Nisstyre.

—Excelente. Kharza, necesito que tú también vengas.

—Yo, ¿entrar en una guarida de dragazhars? —exclamó el hechicero.

—Bien, ¿y por qué no? ¿De qué sirve la magia si no se utiliza?

—Pero…

—Si alteramos el suministro de alimento de esos animales, atacarán. Tenlo por seguro. Y por lo poco que conseguí ver, yo diría que la cueva contiene una comunidad numerosa, al menos seis grupos de caza. Nos hará falta un hechicero más.

—Creo que te puedo ayudar en esto, milady —intervino el comerciante—. Como tú, estoy muy familiarizado con el Arte.

Liriel examinó al varón de cabellos cobrizos de pies a cabeza y creyó en su afirmación. Los capitanes comerciantes a menudo poseían grandes riquezas e influencias, y nadie podía alcanzar una posición de tanto poder sin disponer de una gran destreza con las armas o la magia, y aquel varón no tenía aspecto de luchador. Era demasiado delgado, de figura demasiado delicada, casi decadente en su elegancia.

—¿Servirá él, Kharza?

—Sus habilidades son adecuadas —repuso el anciano hechicero a regañadientes.

—Bien —asintió ella—. Entonces pongámonos en marcha.

—¿Qué, ahora? —inquirió el comerciante.

—¡Claro que ahora! —le espetó ella; tomó un reloj de arena del escritorio de Kharza, le dio la vuelta, y lo volvió a dejar con un golpe sordo—. Debo recoger unas cosas de mi habitación. Consigue a tres de tus mejores luchadores varones, tres, no más, y reúnete conmigo aquí antes de que la arena se agote. —Dicho esto, conjuró el portal que la llevaría a Arach-Tinilith y casi saltó a su interior.

—Muy interesante —observó Nisstyre, dirigiendo una mirada burlona a su anfitrión—. No me dijiste que Liriel Baenre ha estado en la superficie.

—¿Cómo lo…? —Kharza-kzad se interrumpió y se mordió el labio, consternado.

—¿Cómo lo he sabido? —se mofó el otro—. Resulta evidente, mi querido colega. No los detalles, desde luego, pero la idea general está muy clara. Como sin duda sabrás, el túnel de la Hondonada Seca conduce a la superficie. La princesita desea disuadir a alguien de seguirla de vuelta a la Antípoda Oscura, y ¿qué mejor modo que poner en escena una espantosa batalla? Se desperdigan los cuerpos de unos cuantos luchadores drows, varios murciélagos monstruosos, y el más intrépido de los habitantes de la superficie que se tropiece con esa escena se lo pensará dos veces antes de seguirla. Es bastante ingenioso, en realidad. Lo que me gustaría saber —siguió pensativo—, es qué enemigo es al que considera digno de tal esfuerzo.

—Te aseguro que no tengo ni idea —repuso el hechicero Xorlarrin, cruzando los brazos sobre su exiguo pecho—. ¡Y estoy aún más seguro de que no quiero averiguarlo!

El comerciante abandonó su asiento y, colocando ambas manos sobre el escritorio, se inclinó al frente para mirar directamente al rostro del anciano hechicero.

—Riesgos —dijo en un susurro confidencial—. Todo seguidor de Vhaeraun debe estar preparado para correrlos.

Con esta última pulla, dejó a Kharza-kzad solo para que farfullara sus acostumbradas negativas. Era un juego curioso, pero que a Nisstyre le encantaba. Con el tiempo, tal vez Kharza se acostumbraría tanto a las insinuaciones que empezaría a pensar sobre sí mismo en aquellos términos; era improbable, desde luego, pero un hechicero Xorlarrin, un maestro de la famosa Sorcere, sería una valiosa incorporación a la banda de Vhaeraun.

El comerciante abandonó apresuradamente la Torre de los Hechizos Xorlarrin en dirección a su casa alquilada cerca del Bazar. Ahora que había conocido a Liriel Baenre, se sentía más interesado que nunca por ella. La joven pensaba por sí misma, seguía sus propias normas; no era una esclava del fanatismo que paralizaba a tantas drows de Menzoberranzan y por lo tanto una candidata de primer orden a la conversión a las costumbres de Vhaeraun. Había que reconocer que poseía toda la altiva arrogancia de las hembras nobles, pero aquello podía cambiar con el tiempo. De hecho, la tarea de volver más humilde a la princesita atraía sobremanera a Nisstyre.

Primero, claro está, tendría que ponerla de su parte. Que lo hubiera contratado para aquel asunto era un golpe de pura suerte, y también resultaba irónicamente divertido, ya que estaba claro que los drows muertos que Liriel había descrito eran sus propios ladrones perdidos. La joven le había ahorrado la molestia y el gasto de tener que buscarlos.

Nisstyre no le mencionó tal dato, y no veía la necesidad de hacerlo ahora. Se encaminó a toda prisa a su alojamiento alquilado y seleccionó a tres de sus luchadores más fuertes, a los que, una vez puestos al corriente y armados, condujo rápidamente de vuelta a la Torre de los Hechizos Xorlarrin.

Liriel ya estaba allí, estallando casi de impaciencia. Examinó a los varones y dijo que le parecían adecuados; luego, con la ayuda de Kharza-kzad, envió a los luchadores drows por el portal en dirección al lugar donde estaban sus camaradas muertos. En cuanto a Nisstyre, dejó que se las arreglara por sí mismo; si no era un hechicero lo bastante bueno para encargarse de algo así, era mejor que ella lo supiera ahora. Cuando sus fuerzas se reunieron, las condujo al lugar donde se había desarrollado la batalla con los dragazhars y expuso rápidamente suplan.

—Cinco drows entraron en esta caverna. A dos de ellos los veis muertos ante vosotros; los otros tres son alimento para los murciélagos. Ahora bien, podemos hacer esto de dos maneras. Podemos recuperar lo que queda de los tres drows en la cueva y arriesgarnos a despertar a los murciélagos subterráneos, o vosotros tres podéis ayudar a montar un falso combate y luego dejar un rastro reciente hasta la superficie y más allá.

Los luchadores intercambiaron miradas. Dos de ellos parecieron claramente aliviados ante aquel cambio en los acontecimientos —ni siquiera al drow con más ansias de combatir le hacía gracia la idea de luchar contra los letales murciélagos— pero el tercero, un drow alto de cabellos muy cortos y un tatuaje en la mejilla, hizo una mueca de franco desdén.

—Esta no fue tu oferta original —señaló Nisstyre—. ¿Qué pasa con la madriguera dragazhar? ¿El tesoro, las crías de murciélago?

—Mi oferta original especificaba que haríais lo que yo dijera, sin hacer preguntas —repuso Liriel, impaciente—. Una vez que se haya llevado a cabo esta tarea, os mostraré la cueva. Podéis recoger las criaturas y el tesoro más tarde, en vuestro tiempo libre.

—Como tú digas. —El comerciante aceptó sus condiciones con una inclinación—. Pero siento curiosidad por saber qué hago aquí, si no va a haber un combate con los dragazhars.

—¿Quién dice que no lo habrá? —replicó ella—. No lo dirías si supieras lo cerca que está su cueva. Cuanto más tiempo permanezcamos aquí charlando, mayor es el riesgo.

—Comprendo. —Nisstyre lo meditó unos instantes—. Conozco otra salida a la superficie, no muy lejos del túnel de la Hondonada Seca. Está más cerca y es un camino más corto para llegar a la Noche superior. ¿Hago que mis luchadores la utilicen?

Liriel asintió de buena gana. No quería que Fyodor de Rashemen se encontrara con los tres drows cuando volviera, porque no dudaba que el humano regresaría, y no podría competir con aquellos tres luchadores bien adiestrados y armados. A lo mejor rastrearía al grupo de Nisstyre hasta la superficie; a lo mejor los alcanzaría incluso, Pero ella lo dudaba. Lo más probable sería que los siguiera mientras encontrara el rastro y luego, una vez perdido éste, siguiera su camino, al no encontrar motivo para regresar a los desconocidos peligros de la Antípoda Oscura; eso a ella le iba de perlas.

Una cosa más quedaba por hacer. Liriel seleccionó al más grandullón de los luchadores de Nisstyre, el intrépido varón con el tatuaje del dragón en la mejilla. A su juicio, aquél era el que mejor podría sobrevivir a lo que tenía en mente, y además, el luchador no se había esforzado precisamente en ocultar su desprecio por la tarea. Liriel no estaba acostumbrada a tal insubordinación por parte de un criado y no estaba dispuesta a dejar que su actitud quedara sin recompensa.

Así que ordenó al drow que se quitara uno de los brazales de cuero que protegían sus antebrazos. Este así lo hizo, y mientras extendía el brazo hacia ella, una sonrisa curiosa y ligeramente burlona asomó a sus labios. La joven le sujetó la muñeca y la oprimió con fuerza.

—¿Cómo te llamas, y qué es lo que encuentras tan divertido? —inquirió.

—Me llamo Gorlist. Yo destruyo a mis enemigos; no pierdo el tiempo colocando rastros falsos para que los sigan —declaró el drow con no poco orgullo; para dar más énfasis a sus palabras, apretó el puño, de modo que los músculos de su brazo se hincharon y ondularon de un modo imponente. La exhibición de fuerza obligó a Liriel a soltarlo con despectiva facilidad.

—Nada de rastros falsos —repitió ella con un deje de siniestro humor al tiempo que volvía a sujetar al luchador—. Es gracioso que hayas dicho eso, Gorlist.

Con un único y relampagueante movimiento, Liriel sacó un cuchillo y asestó una largo y profundo corte al brazo del otro. Los ojos de Gorlist se abrieron de par en par, incrédulos, mientras la sangre manaba de la herida. El luchador liberó violentamente el brazo de su mano.

—No la vendes; no intentes detener la hemorragia de ningún modo —le ordenó—. Deja un rastro en la superficie que incluso un idiota incapaz de detectar el espectro infrarrojo pueda seguir. Fíjate que no te insulto pidiéndote que dejes un rastro falso. Estoy segura de que la sangre auténtica es más de tu agrado.

—Pero ¡la pérdida de sangre! ¡Tal vez no sobreviviré para llegar a la Noche superior! —protestó él.

—Oh, deja dé gimotear. No tienes que desangrarte todo el camino hasta la superficie. Sólo marca el sendero hasta el túnel correcto, eso es todo lo que pido —dijo ella en tono impaciente.

La expresión ultrajada de Gorlist no desapareció. Al parecer, aquel varón no sabía cuál era su lugar; Liriel no tuvo ningún reparo en recordárselo. Con el dedo índice de su mano libre, siguió el borde del corte infligido.

—Si hubiera querido matarte, no te habría herido aquí —indicó, y usando la sangre del drow como tinta, trazó burlona otra línea sobre el brazo, pero ésta ligeramente lateral—. Te habría hecho el corte aquí.

Un cuchillo apareció de improviso en su ensangrentada mano y la joven lo presionó con fuerza sobre la línea que había dibujado. Sus ojos recibieron la enfurecida mirada del varón con una fría sonrisa y una expresión retadora.

—Y te estamos agradecidos por tu pericia —intervino Nisstyre, al tiempo que liberaba con suavidad la muñeca de su luchador de la mano de Liriel—. Tú, Gorlist, harás lo que se te ordena. Los tres, marchad a toda prisa hacia la superficie. ¿Y después de eso? —inquirió, dirigiendo la pregunta a la muchacha—. ¿Adonde deben ir?

La joven permaneció callada, no muy segura de cómo responder. Su única idea había sido dejar un rastro que saliera de la Antípoda Oscura, y no conocía ningún destino en la superficie que pudiera darles. Un momento: sí, claro que conocía uno.

—A Aguas Profundas —dijo tajante.

—Bien elegido. —Los finos labios del capitán comerciante se curvaron en una sonrisa—. Es un largo viaje, pero que pronto tendrán que hacer de todos modos. El Tesoro del Dragón tiene una base cerca de esa ciudad.

—¿En Puerto de la Calavera? —preguntó Liriel, considerando más probable que los comerciantes drows pudieran prosperar bajo tierra que en un baluarte humano.

—Para ser una noble de Menzoberranzan, sabes muchas cosas del ancho mundo —observó Nisstyre, y su sonrisa se hizo más amplia—. No me sorprendería que volviéramos a encontrarnos muy pronto, mi querida Liriel.

—No, a menos que planees inscribirte en Arach-Tinilith —respondió ésta, usando un tono de voz pensado para enfriar el destello demasiado descarado de los ojos negros del hechicero—. Estaré allí durante unos cuantos años.

—Es un desperdicio —repuso él con fervor.

—Eso es una blasfemia —replicó Liriel con indiferencia—. Pero puesto que no eres de Menzoberranzan, tal vez Lloth pasará por alto tus palabras. Bien, tal vez querrás que te enseñe el camino hasta la guarida de los dragazhars.

Nisstyre siguió a la muchacha hasta llegar al estrecho túnel que conducía a la cueva de los murciélagos subterráneos, mientras observaba la seguridad con que ésta se movía por el salvaje terreno, así como su total falta de temor a pesar de que eran sólo dos contra los peligros de la primitiva Antípoda Oscura. Quedaba muy claro que la joven era una aventurera aguerrida que sentía una gran atracción por lo desconocido. Sí, él podía atraer a aquella muchacha hacia la Noche superior, se aseguró Nisstyre muy satisfecho de sí mismo. Un empujoncito, un golpecito y ella sería completamente suya.

Y, por extensión, de Vhaeraun. En algunas cuestiones, incluso el dios de los ladrones debía quedar en segundo término.