23
Caminos distintos
A medida que las horas nocturnas transcurrían, Liriel se encaminó hacia el sur siguiendo el río. Se movía en silencio, con paso ligero, pero se encogía asustada al sonido de cada tenue pisada, pues estaba habituada a andar en completo silencio. Tenía los pies magullados y ensangrentados, pero siguió andando hasta que no pudo más. Acurrucada en la base de un árbol, se abrazó para darse calor y examinó su posición.
Su magia drow había desaparecido y no podía convocar las tinieblas ni tampoco conjurar fuegos fatuos o levitar. Despojada de todos sus objetos mágicos, no podía andar en silencio o envolverse en un manto de invisibilidad; por no mencionar la cuestión del valor más práctico de las botas y la capa. Sus libros de conjuros se habían esfumado, junto con los componentes para hechizos que podían permitirle lanzar conjuros. Sin embargo, a lo mejor su magia clerical no la había abandonado.
Liriel recordó las palabras de Qilué Veladorn, según las cuales Eilistraee escuchaba y respondía a sus fieles a dondequiera que fueran. ¿Podía también oír Lloth tan lejos de las capillas de Menzoberranzan? La joven probó un simple encantamiento que hacía aparecer arañas; una bendición que Lloth concedía a cualquier drow. Musitó las palabras del hechizo, luego aguzó los oídos para captar el tintineante sonido de delicadas patas; pero sólo oyó el chirriar de los grillos y el solitario ulular de un búho que cazaba. Estaba totalmente sola.
La drow dobló las rodillas contra el pecho y dejó caer la cabeza sobre ellas. Se sentía muy pequeña y completamente perdida bajo la inmensidad del cielo nocturno.
Al cabo de un rato, un fragmento de melodía hizo su aparición de modo espontáneo en su mente, y Liriel reconoció la extraña y obsesionante música que se tocaba en las celebraciones a la luz de la luna de las sacerdotisas de Eilistraee. Instintivamente, se puso en pie y empezó a danzar al ritmo de la canción recordada. Cerrando los ojos, giró y se agachó y saltó, y mientras lo hacía, el dolor de sus magullados pies se calmó, para luego desaparecer. Liriel no se sorprendió; absorta en el privado éxtasis de la danza, todo parecía posible.
Desde una colina cercana, Fyodor la observó. La luna había descendido en el cielo y la extraña danzarina quedaba recortada bajo la pálida luz. Otra mujer bailaba con Liriel, claramente elfa en su figura pero más alta que una drow mortal. El muchacho no sabía qué significaba aquello, pero lo consoló la idea de que la joven no estaba sola.
Velozmente transportados por las aguas del Dessarin que el deshielo había hecho crecer, los comerciantes de El Tesoro del Dragón se dirigieron hacia el sur. Henge, sacerdote drow de Vhaeraun, observaba con interés mientras Nisstyre discutía con el tatuado lugarteniente. El odio que el sacerdote sentía por Nisstyre era casi tan fuerte como su devoción por su dios, y escuchó disimuladamente el pequeño amotinamiento con desvergonzado regocijo. Gorlist, al parecer, quería ver aniquilados a la princesa y a su lagarto faldero humano, lo que Henge consideró muy razonable. Cierto que la hembra sería útil en lo referente a procreación, pero poseían su magia, y aquello, en la opinión del sacerdote, bastaba. Ya había tenido más que suficiente de hembras drows durante sus años como esclavo en Ched Nasad, y si Gorlist quería matar a una de aquellas arañas de dos patas, que Vhaeraun lo acompañara.
Sin embargo, el clérigo no podía actuar abiertamente contra su capitán. Lo había probado, en una ocasión, encontrándose con que había cambiado una clase de esclavitud por otra. Hacía muchos años, Nisstyre había atraído a Henge al servicio de Vhaeraun, obteniendo un juramento en forma de vínculo de sangre como pago por escapar de Ched Nasad, y cualquier incumplimiento de aquella lealtad infligía mágicamente profundos cortes al cuerpo de Henge. El sacerdote todavía lucía las cicatrices de sus primeras rebeliones y deficiencias menores en su servicio; aunque, después de muchos años, había aprendido exactamente dónde se hallaban los parámetros del vínculo. Existían aún pequeñas cosas que podía hacer, y vigilaba y aguardaba su oportunidad.
De improviso, la voz de Nisstyre se quebró y sus manos se dirigieron a la gema en forma de ojo que llevaba incrustada en la frente. Gorlist, pensando evidentemente que lo despedían, abandonó el lado del hechicero con una brusquedad que hizo balancear peligrosamente el bote. El clérigo hizo una señal al joven drow para que se acercara y le entregó un pendiente de plata.
—Esto es un detalle que podrías considerar útil. No importa lo hábil que sea un guerrero, ciertas tareas resultan peligrosas. Lleva esto y cualquier herida que recibas curará.
El orgullo y el sentido práctico se enfrentaron en los ojos del luchador, pero enseguida Gorlist dirigió una subrepticia mirada en dirección a Nisstyre y se colocó el pendiente.
De vuelta en Menzoberranzan, Shakti no había tenido demasiado tiempo que dedicar a su socio comerciante. Su madre, la matrona Kinuere, estaba encantada con la adición de una gran sacerdotisa a su arsenal y estimulada por los favores que les demostraba la casa Baenre, por lo que no tardó en empezar a maquinar una guerra contra la casa Tuin’Tarl. La antinatural paz finalizaría más tarde o más temprano, y aquellos que estuvieran listos para actuar con poco tiempo de preparación obtendrían ascensos.
Por ese motivo, Shakti se había visto desbordada por las exigencias de sus nuevas responsabilidades. No le importó, sino que más bien escuchó con atención, aprendiendo habilidades que pensaba poner en práctica ella misma algún día, y a una escala mucho mayor. Pero no olvidó a sus cazadores; cuando no llegaron noticias de Ssasser, dio por perdidos al naga y a los quaggoths. En cuanto a Nisstyre, sin embargo, podía y lo mantendría al alcance de la mano.
Cuando por fin la sacerdotisa tuvo una hora para sí misma, sacó el cuenco de visión de rubí negro y lanzó el conjuro que la unía a su comerciante drow. Una extraña escena apareció ante sus ojos: botes pequeños que atravesaban un río que brillaba con luces centelleantes y aguas veloces. Con Nisstyre iban varios luchadores drows, y éste discutía con uno de ellos. Para llamar su atención, Shakti envió un veloz estallido de dolor al ojo de rubí; el hechicero hizo una mueca y sus manos se alzaron para tocar su frente. El movimiento hizo que el dorado amuleto se balanceara en una mano frente al campo visual de la sacerdotisa.
—Lo has hecho bien —le felicitó, y sus palabras fueron trasladadas a la mente del hechicero mediante el vínculo telepático—. ¿Y ahora?
Llevo el amuleto al sur, para que los hechiceros drows de allí estudien su magia. Cuando conozca sus secretos, regresaré a Menzoberranzan.
Shakti asintió. Estaba segura de que el hechicero haría lo que había dicho; ¿cómo podía evitarlo cuando ella podía seguirlo a dondequiera que fuera y matarlo con un pensamiento? Sin embargo había una sensación solemne y cautelosa en su respuesta de la que ella desconfió.
—¿Qué hay de Liriel Baenre?
No regresará a Menzoberranzan.
La sacerdotisa-traidora echó la cabeza hacia atrás y lanzó una risita jubilosa. Como deseaba ver por sí misma los detalles de la muerte de su enemiga, lanzó un hechizo de lectura mental y lo envió por el rojo sendero. Vhaeraun había sido generoso; de todos los regalos que le había concedido el dios de los ladrones, lo que a Shakti le gustaba más eran aquellos pequeños saqueos de la mente y el espíritu. De la memoria de Nisstyre extrajo su última imagen de Liriel. La princesa, si bien mucho más sucia de lo que Shakti la había visto jamás, estaba bien viva y paseando como una pantera por una orilla llena de piedras. El estado de ánimo de la sacerdotisa se hundió y sus ojos rojos se entrecerraron.
—¡Me mentiste! ¡Está viva!
¿Te he dicho que no lo estaba? Por lo que recuerdo, exigías solamente que Liriel no regresara a la ciudad. De eso me he asegurado.
—¡No es suficiente! —chilló la sacerdotisa, aferrando el borde del cuenco de visión con ambas manos.
Una oleada de rabia fluyó por el mágico portal y golpeó al hechicero como un rayo. El rubí de su frente se encendió y pareció estallar en rojas llamas, y Nisstyre aulló presa de un terrible suplicio, para a continuación desplomarse, en apariencia sin vida, en los brazos de sus perplejos seguidores drows.
Shakti retiró violentamente las manos del cuenco y contempló horrorizada la escena que se desvanecía. No había sido su intención atacar, y estaba claro que había ido demasiado lejos. Alargó la yema de un dedo con cautela para tocar el cuenco de visión y sintió cómo el zumbido de la magia seguía sonando a través del cristal rojo oscuro. Aquello era un alivio; significaba que el vínculo no se había roto, que Nisstyre aún vivía. Sin embargo, sólo a través de sus ojos podía ella ver en la Noche Superior, y hasta que el hechicero recuperara los sentidos, éste no le servía de nada.
Aquietada por aquel episodio que casi terminó en desastre, Shakti se acomodó en su silla y contempló el recipiente. Tenía mucho que aprender sobre su nuevo poder y sobre el modo más conveniente de usarlo; pero una cosa sí había aprendido: no era suficiente. Nisstyre era un aliado importante, pero, como todos los mortales, era vulnerable.
Mientras contemplaba pensativa el cuenco de visión, la sacerdotisa empezó a reflexionar sobre otros modos de tener acceso al poder y recursos que se hallaban en la Noche Superior.
La llegada del amanecer sacó a Liriel de un breve y agotado sopor, y ésta se encaminó hacia el río para beber y lavarse. Allí, colocadas con esmero sobre la rocosa orilla, encontró una capa nueva y un par de botas bajas toscamente confeccionadas en cuero blando. No había duda de quién las había dejado para ella.
La drow meneó la cabeza confundida. ¡Al parecer los humanos tenían mucho que aprender sobre el arte de la competición! Pero se vistió con los regalos y siguió rió abajo. Mientras andaba, el rugido del agua se tornó más fuerte, pues el río fluía veloz y con poca profundidad allí. En la orilla opuesta, no demasiado lejos, estaban los cazadores de Nisstyre, cargando sobre sus hombros las pequeñas embarcaciones para transportarlas por tierra a lo largo de aquel peligroso trecho de agua.
Liriel se agazapó tras unos arbustos y estudió a su enemigo. Podría ser un momento ideal para atacar; y aunque le quedaba poca magia, se devanó los sesos en busca de un modo innovador de usar un conjuro menor. El rugir del agua dificultaba la tarea de pensar y hacía imposible oír; por lo que, privada de su magia, la joven sentía profundamente la pérdida de aquellos otros sentidos.
Por suerte, sus ojos elfos mantenían la agudeza de siempre y, en el extremo mismo de su visión periférica, vio una oscura figura conocida que se aproximaba furtivamente hacia ella. Liriel giró en redondo al mismo tiempo que el varón del tatuaje caía sobre ella con una espada en la mano. La joven sacó su daga e interceptó el ataque, pero con un veloz mandoble circular de su arma él le arrancó el cuchillo de la mano, para a continuación acercarse más y agarrarle la muñeca.
—¿Quieres que te marque, hechicera, como tú hiciste conmigo? —inquirió Gorlist, apretando la afilada hoja contra la piel de la muchacha—. ¿Cómo puedes impedírmelo? ¿Dónde está tu magia ahora?
Intentaba provocar a la joven, pero Liriel distinguió la humillación en sus ojos y comprendió el motivo de todo aquello. Los luchadores drows se enorgullecían de su falta de cicatrices; ella probablemente había sido la primera persona que le había clavado un arma, y al hacerlo había asestado a su orgullo un peligroso golpe.
—¿Qué dirá tu amo? —preguntó ella—. ¡Nisstyre se enfurecerá si me haces daño!
—Tal vez sí, pero no durante un tiempo —repuso el varón enigmáticamente—. Nisstyre no me daría las gracias si desfigurara tu piel. Sin embargo, podría complacerle encontrarte doblegada. —Con una cruel sonrisa, envainó su espada y arrastró a Liriel hacia él.
Los ojos de la joven se abrieron de par en par conmocionados y ultrajados cuando sus intenciones quedaron claras. No había tiempo para sacar un arma, ni tiempo para lanzar un hechizo pero Liriel no carecía de defensas; así que cruzó el dedo medio sobre el índice, los apuntaló de modo que formaran un arma rígida, y hundió profundamente las pintadas uñas en el ojo de Gorlist.
El drow profirió un alarido de dolor y lanzó un tremendo puñetazo; acertó a la joven de pleno en la oreja y la lanzó de espaldas contra el suelo. Gorlist eliminó con la mano la sangre de su rostro y saltó sobre ella; pero Liriel, sin prestar atención al zumbido de su cabeza, lanzó una patada con todas sus energías. No erró la puntería, y se vio recompensada por otro alarido de dolor; éste al menos dos octavas más alto que el último. Su adversario fue a caer sobre el suelo, a poca distancia, entre gemidos, y se enroscó sobre sí mismo como una gamba demasiado cocida.
Liriel se levantó apresuradamente y dio la vuelta para huir; pero el varón alargó el brazo hacia ella y su mano consiguió cerrarse alrededor de su tobillo. Con el pie libre, la muchacha pateó la muñeca de Gorlist, pero sus blandas botas de gamuza prestaron poca fuerza al ataque y no consiguió que la soltara. Tras abandonar rápidamente el intento, le pateó el rostro y consiguió asestarle varios golpes antes de que Gorlist pudiera capturar también el pie libre. Con un veloz y violento tirón consiguió hacer que la joven perdiera pie. Liriel lanzó los brazos al aire y cayó de espaldas. Su cabeza dio contra el pedregoso terreno con un sonoro chasquido y la fuerza del golpe —si bien algo amortiguada por la espesa melena blanca— la dejó aturdida.
El varón se arrastró hasta ella y sacó un largo cuchillo del cinto. En su ojo sano brilló una profunda maldad, y Liriel conoció un momento de alivio: al fin y al cabo, sólo tenía intención de matarla.
—¡Apártate de ella! —exigió una profunda voz de bajo.
Gorlist alzó la mirada, sobresaltado, al tiempo que un humano de aspecto conocido se abalanzaba hacia él. El drow era más rápido, no obstante, y levantó el afilado cuchillo.
Sin embargo, Liriel también era drow e igual de rápida. Haciendo acopio de toda su fuerza, la joven consiguió apartar de un golpe el brazo de Gorlist un instante antes de que Fyodor quedara atravesado por el cuchillo. Los dos luchadores rodaron lejos de ella, golpeándose y debatiéndose para obtener una posición ventajosa. Ella los observó con atención; el resultado no estaba nada claro. El humano sobrepasaba al otro en una cabeza y probablemente pesaba bastante más que Gorlist, pero el elfo era más ágil y estaba casi enloquecido de rabia, dolor y orgullo herido.
Liriel aguardó expectante a que la furia combativa de Fyodor hiciera acto de presencia y solucionara la cuestión. No sucedió, y eso la inquietó. Gorlist empuñaba aún el cuchillo, y era sólo cuestión de tiempo que encontrara una oportunidad para clavarlo.
Así pues, la joven se arrastró hasta los combatientes, sin hacer caso de las punzadas de su cabeza y los curiosos centelleos que estallaban detrás de sus ojos. Sacó un cuchillo de la manga, buscó una abertura entre los dos cuerpos que se debatían y a continuación lanzó la hoja entre ellos. La echó hacia atrás con fuerza contra la garganta de Gorlist. El drow consiguió emitir un borboteo de protesta, luego quedó inerte.
Fyodor se apartó del agonizante luchador y, durante un buen rato, los rivales por la obtención del Viajero del Viento se contemplaron mutuamente en incómodo silencio.
—La próxima vez, no anuncies tu llegada —sugirió Liriel en tono helado—. Mata primero y si quedan respuestas por contestar siempre puedes contratar a una sacerdotisa para que converse con el espíritu.
—No tengo por costumbre atacar por la espalda —respondió él con una sonrisa triste—. Tú y yo hacemos las cosas de modo distinto.
—¡Eso he observado! No es costumbre de los drows conceder ninguna ventaja al enemigo, mucho menos dejarle regalos.
—Llevas puestos los regalos.
—Desde luego. Soy una persona práctica —declaró ella—. Como siempre dices, existen aquellos que piensan y aquellos que sueñan. Bien, juntos tenemos a uno de cada. Sugiero que pongamos fin a esta estupidez y nos ocupemos del asunto. Juntos.
—Pero ¿cómo podemos hacerlo si no hay confianza entre nosotros? —inquirió él, mientras sus ojos azules escudriñaban su rostro.
—Así pues —dijo la drow cruzando los brazos y obligándolo a bajar los ojos—, ¿cuál es la puntuación ahora?
Fyodor parpadeó y retrocedió.
—¿La puntuación?
—La puntuación. Ya sabes: he sacado tu tzarreth de aprietos cuatro veces, y tú has salvado el mío tres… ese tipo de cosas. —Enarcó una blanca ceja—. Quiere decir algo, ¿no crees?
La luz empezó a regresar a los ojos del joven.
—¿Me estás diciendo que debo confiar en ti?
La drow se encogió de hombros.
—Supongo que si seguimos como hasta ahora, ninguno de los dos obtendrá el Viajero del Viento —observó él con cautela.
—¡Ahora hablas con sensatez! —Liriel no pudo contener una sonrisa de regocijo—. ¡Entonces queda acordado!
—¿Sí? Si sólo uno puede poseer el Viajero del Viento, ¿quién será esa persona?
—Preocupémonos de cada cosa a su tiempo —aconsejó Liriel, y miró río abajo entrecerrando los ojos. Los cazadores drows estaban casi fuera de la vista—. ¡Por los Nueve Infiernos! ¡Jamás los alcanzaremos! ¿Dónde están esos lagartos tuyos de piernas largas?
—Los caballos huyeron, probablemente los drows los ahuyentaron. —Vaciló—. Existe otro modo. Podemos construir una balsa. Es arriesgado con el agua tan tumultuosa.
—¡Hagámoslo! —Los ojos de la joven centellearon con temerario júbilo.
Trabajando frenéticamente, arrastraron ramas caídas hasta la orilla y las ataron entre sí para formar una tosca plataforma. Fyodor sujetó largos lazos de soga a la improvisada embarcación a modo de puntos de agarre, y los dos se introdujeron en el río con ella. No habían ido muy lejos cuando la impetuosa corriente amenazó con arrancarles la balsa de las manos.
El rashemita gritó a Liriel que subiera a bordo. Ésta trepó a la parte posterior de la embarcación y rodeó su mano con una cuerda; luego agarró a Fyodor por el chaleco y lo ayudó a izarse sobre la plataforma.
Al instante iniciaron la marcha, zarandeados como una hoja en la espuma. Fyodor intentó inútilmente gobernar la balsa, usando su garrote para apartarla de las afiladas rocas, pero la mayor parte del tiempo se limitaron a aferrarse con fuerza mientras la pequeña embarcación saltaba y giraba. El río se tornaba más embravecido por momentos, y la balsa se elevaba y descendía en las turbulentas aguas, como un caballo sin domar intentando arrojar al suelo a su jinete. Por encima del rugir del agua, Fyodor oyó las exultantes y salvajes carcajadas de Liriel. La embarcación se alzó casi en vertical por un instante que los dejó sin respiración, luego se desplomó con fuerza sobre la superficie, y el agua barrió sobre ellos en un torrente helado.
Fyodor forcejeó con su soga, tirando hacia arriba con todas sus fuerzas para conseguir sacar la parte delantera de la balsa fuera del agua. Si se hundía demasiado, la embarcación daría una vuelta de campana y se verían arrojados a las gélidas profundidades del río. Tuvo que luchar durante unos desesperados momentos antes de conseguir que la pequeña balsa volviera a emprender su tambaleante marcha. Con un suspiro de alivio, volvió la cabeza por encima del hombro para mirar a Liriel.
La joven había desaparecido.
Sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Se lanzó sobre la cuerda de la muchacha y dio un fuerte tirón hacia arriba, esperando contra toda esperanza que hubiera podido seguir aferrada a ella. La cabeza de Liriel salió a la superficie y la joven jadeó, llevando a sus pulmones enormes bocanadas de aire y espuma. Balbuceando y tosiendo, se izó de nuevo hacia él, impeliéndose con las manos. En cuanto rodó sobre la balsa, apartó de un manotazo la mano de Fyodor y señaló; sus ojos estaban desorbitados, y chilló una única palabra que se perdió en el ruido de los rápidos y el martilleo de su corazón.
Fyodor se volvió y sus ojos se abrieron de par en par. El río se tornaba poco profundo más adelante, y las rocas sobresalían del agua como otros tantos severos indicadores. Más allá se distinguía una cortina de rocío y el sordo y atronador rugido del agua al caer.
La embarcación de madera chirrió al raspar contra las rocas, a continuación las ligaduras cedieron, y Liriel y Fyodor se vieron arrojados al interior de un remolino de maderos astillados y aguas embravecidas. Cayeron sobre el poco profundo lecho del río, arañándose con los guijarros y golpeándose contra una roca tras otra. Luego, de improviso, estaban libres, y caían por el aire lleno de gotas de agua pulverizadas.
Golpearon el agua con violencia y se hundieron profundamente. Fyodor ascendió con fuertes brazadas, aspiró aire con dificultad y descubrió que estaba solo. Agarró su garrote, que flotaba, lo rodeó con un brazo y hundió la cabeza bajo el agua en busca de Liriel.
La drow flotaba justo debajo de la superficie del agua, con los brazos colgando inertes y los blancos cabellos flotando alrededor de ella como una aureola. Fyodor agarró un puñado de cabellos y la arrastró a la superficie. Despacio, penosamente, empezó a nadar hacia la orilla.
Debido a que el pueblo natal de Fyodor se hallaba en la orilla de un pequeño y helado lago, éste había aprendido desde la infancia lo que significaba vivir cerca del agua. Hizo girar a la drow de espaldas y empezó a presionar rítmicamente, hasta que por fin brotó agua por su boca, y la joven aspiró aire con fuerza. La muchacha se puso a gatas y se arrastró sin fuerzas algo más allá, en tanto que Fyodor se apartaba, a fin de conceder a la orgullosa elfa la intimidad necesaria para deshacerse del agua que había tragado.
Totalmente agotado y con todos los huesos y músculos doloridos, el rashemita se dejó caer sobre un tronco caído. Su descanso fue breve; una Liriel reanimada corrió hacia él, con ojos llameantes.
La drow saltó sobre él, lanzándolos a ambos rodando sobre la arenosa orilla; luego agarró la andrajosa camisa de Fyodor con ambas manos y lo atrajo hacia sí. Lo primero que el muchacho pensó fue que la traicionera drow se volvía de nuevo contra él, y en esta ocasión no podía criticarla, pues era él quien la había persuadido de navegar por aquel río tan peligroso, y la joven casi había pagado con su vida. Su muerte, de tener lugar a manos de la muchacha, no sería inmerecida.
Entonces, ante su total asombro, Fyodor se dio cuenta de que los ojos de su compañera ardían no de rabia, sino de excitación.
—¡Otra vez! —jadeó, y le dio una leve sacudida—. ¡Hagámoslo otra vez!
Con un gemido, Fyodor se dejó caer de espaldas en la orilla, y miró con fijeza a la incontenible drow, no muy seguro de si abrazarla o estallar en carcajadas. Hizo ambas cosas.
Esta vez, la risa de Liriel se unió a la suya.