Más tarde, al regresar a casa, Li Juangqing nos comunicó que nuestro padre iba a hablarnos. Yo me temí lo peor. O, mejor dicho, lo que a mi juicio equivalía a lo peor: que nos prohibiera ir al parque o, más grave, que hubiese arreglado una boda conjunta para los dos, a la manera de su amigo Gu Xiaogang; pero no, deseaba informarnos de dos muertes en la familia Zhao: la de un hijo pequeño del hermano menor del señor Zhao y la de una de las dos primas que tanto querían a mi hermano.

La noticia nos fulminó. Mi madre, que se sumó después del anuncio de mi padre, tenía los ojos llorosos y no dejaba de repetir: dos niños, dos pobres niños, ¡qué injusticia! Mi hermano, muy afectado por la noticia, ni siquiera preguntó cuál de las primas había muerto. Aunque tampoco hizo falta: mis padres no lo sabían.

Puesto que la familia continuaba enferma, puesto que aún existía peligro de contagio, el entierro de los dos muertos se haría sin testigos, en la intimidad. Esto no solo me pareció razonable, sino también un alivio. No toleraba la idea de ver llorar a un par de docenas de adultos.

¿Y dónde será el entierro?, reaccionó por fin mi hermano. Mi padre habló de una montaña, o mejor dicho una colina, donde reposaban los Zhao. Y nos contó también que allí, entre las muchas sepulturas, bajo dos grandes árboles, tras un montículo de piedras, había dos muertos famosos.

A mi mente vinieron los dos árboles que, en el jardín de los Zhao, flanqueaban el banco de piedra.

¿Dos árboles?, reaccioné.

Mi padre contó que conocía la colina, a la que había ido un par de veces en su infancia, tras otras muertes de los Zhao.

Son los árboles de una boda fantasma, nos explicó.

Yo había oído hablar, vagamente, de los casamientos fantasmas o casamientos póstumos, una práctica no tan excepcional: alianzas entre un finado y un ser vivo o incluso entre dos finados. Si una familia perdía a un hijo soltero que no estaba comprometido, no era infrecuente que los padres buscaran a otra familia que hubiera sufrido la muerte de una hija también joven, soltera y no comprometida. Los padres se ponían de acuerdo y celebraban una boda póstuma cuya virtud principal era unir a las familias. En este caso en particular se contaba que, varios siglos atrás, luego de celebrarse unas nupcias entre dos novios muertos, dos árboles habían crecido con impensado vigor, para luego unir sus copas en un abrazo de hojas.

Por un tiempo no supimos cuál de las primas había muerto. A mí eso me daba lo mismo porque era casi incapaz de diferenciarlas; pero mi hermano, conociéndolas tan bien, pasó unos días imaginando una y otra alternativa, haciendo el duelo por una, celebrando la supervivencia de la otra, y al revés. En cierto aspecto era como si al fin tuviese que optar entre las dos. La epidemia, desde luego, ya había optado en su lugar; pero la incógnita pasaba por saber si, en el caso de llegar mi hermano a una conclusión (en el caso de preferir —aunque suene espantoso— la muerte de alguna), la noticia pendiente ratificaría su anhelo.

Yo le había prometido a Xiaomei que mi hermano acudiría a nuestro próximo encuentro, pero ahora no podría cumplir con mi palabra porque, hasta conocer el nombre de la muerta, mi hermano no salía de casa.

Mientras tanto, el interés que Xiaomei mostraba por él me irritaba de tal modo que pensé incluso en no ir al parque por un tiempo. Claro que no podía hacer eso; no tenía tanta fuerza de voluntad, por lo que me resigné a la impensada situación: seríamos tres, aun cuando mi hermano no estuviera presente. Tres, de igual modo que mi hermano y la prima viva seguirían siendo tres al cabo de esa muerte aún sin identidad. ¿Por qué, si siempre había bastado que fuéramos ella y yo, esto parecía de pronto insuficiente para Xiaomei?

Los cambios me hicieron pensar. Yo había dado por seguro que mi hermano se enamoraría de Xiaomei, pero eso no había ocurrido y menos aún ocurriría mientras restara saber cuál de las primas vivía y cuál había muerto. Lo que yo no había previsto era lo opuesto: que Xiaomei se enamorase o se interesase en él. Pensándolo con serenidad, no era tan descabellado: de haber sabido yo entonces que Xiaomei tenía un hermano un par de años mayor que ella, ¿no habría querido conocerlo? ¿No habría deseado hallar en él una versión masculina de mi adorada Xiaomei?

Ahora bien, si ella suspiraba por mi hermano, tal como lo suponía yo, ¿se debía tan solo a que él era muy parecido a mí? Semejante razonamiento no hacía más que revelar mi fatuidad y, sin embargo, lejos de hallar un consuelo, me sentía desengañada. Un parecido físico era una frívola razón para interesarse por alguien. Aunque, ¿no había caído yo rendida a los pies de Xiaomei solo a causa de su aspecto, antes, mucho antes de que hubiéramos intercambiado unas simples palabras?

En un principio Xiaomei aceptó mis pobres disculpas (mi hermano tuvo un problema, mi hermano se encuentra enfermo), pero con los días su impaciencia fue en aumento. ¿Sigue enfermo? ¿Es algo grave?, me preguntó cuando la ausencia empezaba a extenderse mucho. Hubo un momento, al cumplirse dos semanas, en el que Xiaomei empezó a desconfiar de mí. ¿Tu hermano está realmente enfermo? ¿Será que no viene por decisión tuya?

Al mismo tiempo, mi padre tuvo que ponerse muy firme para evitar que mi hermano fuera en busca de noticias a la casa de los Zhao.

No hay que interrumpir el duelo de esa familia, arguyó.

Temía ante todo, está claro, que su hijo se contagiara.

Retrospectivamente me asombra la gran docilidad con que mi hermano acató, salvo que visitara a los Zhao sin que nadie se enterase.

Las noticias al fin llegaron de modo accidental, pero fiable. Una tarde, en el mercado, Li Juangqing y yo nos topamos con una de las empleadas domésticas de los Zhao, una mujer a quien la familia llamaba Lei Lei, y pocos minutos de charla esclarecieron lo ocurrido en el espacio de meses. No habían muerto dos, sino cuatro integrantes del clan Zhao: un anciano y un adulto, una joven y un niño recién nacido. Todo estaba nuevamente bajo control, según Lei Lei, pero el médico pregonaba unos días más de cuarentena.

¿Cómo se llaman los muertos? ¿Quiénes son?, le pregunté, aunque solo me interesaba la identidad de la joven.

Lei Lei no tuvo empacho en dar los cuatro nombres.

Apenas oí el nombre de la prima muerta, propuse partir (qué inmoral contar con esta información y no dársela a mi hermano), pero Li Juangqing repuso que nos quedaban aún cosas que comprar.

Si tu hermano esperó tanto, ¿qué diferencia hacen quince minutos más?

Me disponía a protestar cuando empecé a sentir que, por nada del mundo, tendría el coraje de ser la portavoz de esa noticia.

Llegué muy pronto a un acuerdo con Li Juangqing: haríamos las compras, sí, pero sería ella quien le daría por la tarde la horrible noticia a mi hermano.

El pacto fijaba también que yo estaría presente cuando Li Juangqing hablara con él. Deseaba ver su conducta ante el nombre de la muerta. Desde luego que la noticia era infausta y que la reacción inmediata sería de pena y dolor; pero yo quería ver la siguiente emoción, el reflujo de la ola. De las dos muertes posibles, ¿había ocurrido o no la más temida?

Como esa tarde nuestros padres no nos dejaban en paz (parecía que hubiesen olfateado algo), inventamos con Li Juangqing una disparatada apuesta: ver si yo era capaz de andar en bicicleta con ojos vendados. Mi hermano mordió el anzuelo y quiso venir con nosotras. A Li Juangqing se le ocurrían cosas por el estilo con facilidad. Me pregunto cuántas excusas similares inventaba para librarse, al menos momentáneamente, de las órdenes de mi madre. Como si hubiéramos hablado en forma previa entre nosotras, Li Juangqing tomó la bicicleta de sus manubrios de cuero y nos guio lejos de casa, por un camino serpenteante, hasta una zona descampada donde yo nunca había osado poner los pies y ella parecía moverse con absoluta confianza. El sol se estaba poniendo tras una irregular cortina de cipreses y el calor empezaba a menguar. Yo esperaba con impaciencia que Li Juangqing le diera la noticia a mi hermano en el camino de ida, entonces él reaccionaría desconsolado (no imaginaba otra opción) y la apuesta pasaría al inmediato olvido. Sin embargo, Li Juangqing no abría la boca y mi temor aumentaba. ¿Tendría que taparme los ojos y andar a ciegas, sobre ruedas, en un terreno pedregoso? Ajeno a estas elucubraciones, mi hermano quiso saber qué establecía nuestra apuesta. Aquí, por primera vez, Li Juangqing pareció titubear. Finalmente explicó que si yo superaba la prueba ella debería pasearme en bote por ese lago donde mi abuela antaño llevaba a su mirlo. De lo contrario, yo tendría que pasearla a ella. No pude más que mirarla con una mezcla de simpatía y comprensión. También para Li Juangqing era tarea ingrata ser portadora de malas noticias; un paseo en bote no estaba mal, cavilé, a modo de resarcimiento. Porque sin duda ella saldría victoriosa.

Por más veloz y eficaz que fuera inventando historias, Li Juangqing no había llevado un trapo ni un trozo de tela para taparme los ojos. Eso se remedió con un pañuelo rojo que por azar llevaba yo en algún bolsillo y, de repente, creí entender lo que sentía el padre de Xiaomei. Oscuridad total o casi total. La voz de Li Juangqing que, no sé bien por qué, evocaba el rostro de mi madre; la voz de mi hermano que me evocaba el rostro de mi padre. Mi madre dijo entonces: Si estás insegura, si te parece peligroso, podemos suspender la prueba. Mi padre respondió que esperaba no haber caminado tanto para asistir únicamente a mi cobardía. Mi madre dijo, aunque ahora en un tono burlón muy impropio de mi madre, que entre darme un golpe brutal y tener que remar el bote o, como segunda opción, solo tener que remar, ella me recomendaba lo segundo. Fue la risa de mi hermano (no de mi padre porque, por cierto, mi padre nunca reía) la que me impulsó a pedalear a ciegas sin otro plan más allá de no caer o, a lo sumo, caer con la menor brusquedad.

Mi caída no tardó en llegar, pero fue lenta, hasta elegante en cierto aspecto… O eso creí yo, que no la vi. El caso es que, tras quitarme el pañuelo, vi que mi hermano y Li Juangqing me miraban con admiración y, lo que es peor, sin saber qué concluir: yo había andado, sí, unos metros, varios metros, hasta el desmoronamiento; no había andado nada mal y había caído bastante bien…

Me parece que es Li Juangqing quien tendrá que remar el bote, dijo mi hermano sin intención de burlarse, reflexionando en voz alta.

¿Una duda semejante sentiría él en cuanto Li Juangqing anunciase el nombre de la difunta? Como en la prueba que acabábamos de hacer, sería muy arduo separar el éxito de la derrota.

Mirándome de soslayo, Li Juangqing dijo que aceptaba mi victoria y que ella remaría en el lago. Entonces, sin que lo hubiese planeado, de mi boca salió el nombre de la muerta. Tal vez consideraba injusto que Li Juangqing debiera remar y dar también el anuncio. Tal vez me envalentonaba mi proeza en la bicicleta.

¿Por qué ese nombre?, preguntó mi hermano abriendo los ojos de par en par.

Hace un rato nos cruzamos con Lei Lei. Ella nos ha dicho los nombres de los muertos en el clan Zhao.

¿Qué me desconcertó más? ¿Lo sencillo que había sido pedalear con los ojos vendados o lo sencillo que era ahora decir esto?

La prueba de la bicicleta había llevado su tiempo y ya era casi de noche. La poca luz no me ayudaba a evaluar la reacción de mi hermano. Sin embargo, concluí que la prima sobreviviente era la que él amaba más. ¿Por qué abracé esta conclusión? ¿Por qué me empeñaba en pensar que mi hermano debía preferir a una sobre la otra?

Supongo que necesitaba que él siguiera enamorado para que el interés de Xiaomei no fuera correspondido.