Aquella noche me fue imposible dormir. Vaya error, me repetía. Ahora mi hermano sabe que tengo una amiga. Ahora sabe que en el parque no me limito a los mirlos. ¿Qué obtenía yo a cambio de eso? Nada, absolutamente nada. Ni siquiera su admisión de la belleza de Xiaomei. Y ya no podría cortarme el flequillo, ni nada de eso, con cierta naturalidad. En adelante, él vería la sombra de Xiaomei tras cada uno de mis cambios.

Por la mañana, antes de tomar decisiones o de sacar conclusiones, esperé a ver qué hacía mi hermano. Tan pronto como él me preguntó en un susurro, sin que lo oyeran nuestros padres, si planeaba ir esa misma tarde al parque, repasé lo sucedido desde un ángulo distinto. A mi hermano, medité, le gusta Xiaomei. Tanto le gusta que proclama lo contrario. La idea me consoló un poco. Prefería que la viera hermosa, desde luego, pero cuánto habría dado por borrar la víspera, por regresar a ese mundo en que Xiaomei era inexistente para él.

Aunque entre mis planes no estaba el de ir esa tarde al parque, me dije que debía aprovechar la ocasión. Mi hermano, que me había apartado últimamente de Xiaomei, ahora me conducía a ella. ¿Lo hacía por interés personal, atraído por mi amiga? ¿O actuaba en forma benévola después de comprender que esas tardes con los Zhao habían sido un sacrificio para mí?

Ignoro qué desconcertó más a Xiaomei: si mis visitas consecutivas o el retorno de mi hermano, cuya presencia a mi lado ella había entendido la víspera, descuento, como un hecho excepcional. Sumémosle a esto que Xiaomei se había acostumbrado —o sea, malacostumbrado— a que la mínima de sus transformaciones hallara eco inmediato en mí. Que yo no hubiese eliminado mi flequillo tenía, por fuerza, que llamarle la atención, aunque otra vez —lo mismo que la víspera— ella se condujera de modo admirable conmigo y aun con mi hermano.

No habían pasado dos minutos cuando, en el primer hueco de nuestra charla, mi hermano me miró y dijo:

No entiendo por qué ella te llama Ling.

La repentina pregunta me dejó helada, máxime porque en esos contados minutos Xiaomei no me había llamado con ningún apelativo. ¿Acaso mi hermano había pasado la noche con esta duda a flor de labios? Supuestamente era yo quien debía aclarar el dilema, pero en verdad la pregunta iba dirigida a las dos. De lo contrario, él no habría buscado reencontrar a Xiaomei y me habría interrogado antes, en nuestro hogar.

¿Eso qué tiene de malo?, dijo Xiaomei al ver que yo no abría la boca. ¿Acaso Ling no es tu nombre?, me preguntó.

Mi hermano soltó una risa.

Claro que no se llama Ling, repuso mirando intensamente a Xiaomei.

¿Para esto había querido venir? ¿Para ufanarse de sus conocimientos y, no sin crueldad, desautorizarme? ¿Para llamar así la atención de Xiaomei? ¿O para obtener tan solo una respuesta? Lo último parecía interesarle menos que lo anterior.

Mientras la respuesta continuaba pendiente, Xiaomei se puso de pie con lentitud, pero con determinación.

Si la duda es por qué llamo Ling a tu querida hermana, deberías preguntárselo a ella, dijo casi triturando las palabras.

El final, «a ella», restalló como un látigo. Después nos dio la espalda y se alejó con pasos más veloces de lo usual.

Soy incapaz de recordar si, antes de salir tras Xiaomei, alcancé a decirle algo a él. Algo como «qué ocurrente» o, peor, «te odio». Por lo que ya he contado acerca de sus pies, darle alcance a Xiaomei era asunto fácil. Así que opté por caminar lo más despacio posible con el propósito de interceptar su huida en una zona lejos de mi hermano, quien seguía al lado del banco de piedra. De este modo él no escucharía nuestro diálogo.

¡Xiaomei!, dije y ella, al redoblar la marcha, dio un traspié. ¡Xiaomei!, insistí. ¡Por favor!

Sin dejar de caminar, refunfuñó que no tenía derecho a pronunciar su nombre hasta que no dijera el mío. El verdadero.

Pero el verdadero no importa, traté de hacerle entender. Entre nosotras soy Ling.

Estás loca, contestó, y no entiendo para qué viene tu hermano. Es idea tuya, ¿no es cierto? Es tu idea haberlo invitado, estoy segura.

Intenté, en vano, explicarme. No sé qué era más complicado de explicar: lo de Ling o la presencia de mi hermano.

Aunque me esforcé por calmarla, no pude decirle la verdad. No le dije que, en mi anhelo de estar con ella, había involucrado a mi hermano. No le dije que estaba ahora arrepentida de la idea. Sí le dije, al fin, mi nombre verdadero. Pero le supliqué que no dejara de llamarme Ling.

Xiaomei se mordió los labios y pasamos algún rato sin mirarnos.

Adiós, Ling, dijo por fin y mi nombre salió de sus labios sin naturalidad, vuelto una palabra extranjera.

¿Nos vemos mañana?, pregunté.

¿Mañana? Sí, cuando quieras.

Un enfado pasajero, razoné.

Ella agregó:

Nos vemos bajo una condición.

¿Una condición?, repetí.

Que venga tu hermano, dijo y huyó antes de que pudiera decirle nada.