La práctica del ming-hun era tan poco habitual que no estaban todos de acuerdo acerca de sus leyes y sus detalles. ¿Podía mi hermano, por ejemplo, volver a casarse? Los Zhao pensaban que no, que debía pasar la vida a la sombra de la muerta, y yo suponía lo mismo. Pero mis padres creían que, a cinco años de la boda fantasma, mi hermano, si así lo deseaba, podía volverse a casar.
Cuando cumplimos cuatro años de casados, Fangzhi me regaló un gramófono para que pudiera escuchar a las cantantes de moda como Gong Qiuxia. No tardé en recibir quejas por el volumen al que poníamos la música, algo tarde por la noche. Algunos llegaron incluso a rumorear que Fangzhi y yo no engendrábamos descendencia —no se esperaba, por cierto, nada más trascendente de mí— porque pasábamos las noches arrobados delante de ese «aparato».
Hacía un año, más o menos, que mi hermano había dejado de pasar a ver a los Zhao una o dos veces por mes, como había acostumbrado en cierto momento. Al principio no me expliqué a qué se debía esta súbita interrupción de sus visitas. Pronto Li Juangqing me contó que mis padres habían resuelto que mi hermano debía volverse a casar y que eso había indignado a los padres de la esposa de cartón. Indignado y aterrado, a decir verdad. ¿Volvería ella a rondar sus sueños?
Confirmé lo dicho por Li Juangqing cuando la señora Zhao intentó que yo mediara entre mis padres y los padres de la esposa de mi hermano. No llegó a planteármelo, pero el rumor me alcanzó y fue muy pronto ratificado por Fangzhi. Él le había dicho a su madre que no tenían que ponerme en tan incómoda posición y que, por lo tanto, sería él quien charlara con mis padres.
Nunca supe lo que ocurrió en aquella charla que siempre me he imaginado solo entre hombres, en el despacho de mi padre, como una especie de involuntario remedo de esa otra que, años atrás, mi padre había mantenido allí con su amigo Gu Xiaogang. Lo concreto, en definitiva, fue que Fangzhi terminó convencido de que mi hermano necesitaba casarse. Esa no era vida para él. Y no tardó en comunicárselo al clan Zhao.
Nadie esperaba que la familia Zhao se hiciera presente en la segunda boda de mi hermano, que fue anunciada con gran puntualidad cuando transcurrieron cinco años de la otra. La elegida resultó ser la nieta menor de la misma señora Wu que había sido gran amiga de mi abuela. Créase o no, la anciana seguía viva (era casi centenaria), seguía jugando al go y ganando y se decía que en ocasiones aún la acompañaba al parque aquel nieto del que mi madre pensó que yo me había enamorado.
Si me ciño a los relatos de Li Juangqing —y por fuerza debo hacerlo en lo que atañe a este período de mi vida—, mi familia no sabía qué destino darle a la figura de cartón, la que representaba a la novia muerta, ahora que se ultimaban los preparativos para acoger en el clan a una novia viva. Aunque tras la boda mi madre la había plegado haciendo gala de toda su precaución y aunque mi hermano la había guardado en un armario personal, la figura se había dañado con el tiempo y con los roces. Según parece, mi padre le había suplicado a Fangzhi, en ocasión de su entrevista en el despacho, que se llevara la figura de cartón, pero él había objetado, como no podía ser de otro modo, que era una pésima idea pues la devolución ofendería a los Zhao. Más valía enterrarla acaso en nuestro pabellón familiar, no lejos de la tumba de mi abuela.
Ignoro qué se hizo al fin y algo me dice que ni Fangzhi ni los otros Zhao osaron preguntarlo; el caso es que, una semana antes del segundo casamiento de mi hermano, Li Juangqing husmeó en el armario y no encontró ningún rastro de la novia de cartón, salvo unos pétalos de la flor de papel que llevaba en un ojal.
En cuanto a mí, decidí con sumo pesar no ir a la boda de mi hermano para satisfacer a los Zhao, sobre todo a los más ancianos. De concurrir, podría causarle un serio problema a Fangzhi, que bastante se había enfrentado con su clan al aceptar ese segundo casamiento.
A mi familia le dije que no me sentía nada bien en el séptimo mes de mi embarazo.
Por supuesto, dijo mi madre. Ya verás cómo te sientes el mismo día de la boda.
Pero ella y yo sabíamos que era otro el motivo verdadero.
En esa fecha, de modo muy imprevisto, Fangzhi me anunció y le anunció a todo el clan Zhao que estaba obligado a hacer un viaje de cinco días a Pekín. La noticia me cayó mal. ¿No podía aplazarse hasta después del parto?
Lo siento, me dijo Fangzhi. Sé que estás un poco enfadada, pero a mi regreso entenderás algo mejor.
El día de la boda de mi hermano desperté antes del alba por culpa de unos calambres en las piernas y no pude conciliar de nuevo el sueño. No exagero si digo que, de toda la gestación, aquel fue el día en el que me sentí peor, tanto que la señora Zhao —que sujetaba las riendas del hogar, mucho más que su marido— mandó llamar a un médico.
No es improbable que el parto se adelante, dijo un anciano amigo de la familia que había tenido activa participación en el nacimiento de Fangzhi.
¿Que se adelante?, me alarmé.
Antes de responderme, el médico se mesó su delgada barba y echó una mirada de soslayo a la señora Zhao.
Fangzhi nació un mes antes de lo previsto, ¿no es así?
La señora Zhao asintió, se acercó a la cama de la que yo no podía levantarme y puso una mano en mi vientre.
Un mes, respondió. Lo mismo el padre de Fangzhi.
El médico se marchó y nos quedamos en silencio las dos por un par de horas, ella enfrascada en labores de costura y yo con los ojos más cerrados que abiertos, imaginando de a ratos, cuando el dolor daba tregua, la ceremonia nupcial en el patio semientoldado de la casa de mis padres. Era un día de sol, por suerte. Soplaba un viento agradable y no hacía mucho calor, según me había informado el médico tras mis requerimientos.
Dos días después, cuando ya me sentía mejor, me visitó Li Juangqing y me contó ciertos detalles acerca del casamiento. Su intención era describirme a grandes rasgos lo ocurrido, pero en un momento, al inicio de la charla, deslizó de paso que creía haber visto a Fangzhi entre la gente y el dato me sumió en tamaña perplejidad que ya no pude escucharla con atención.
Fangzhi está de viaje, le dije. Está en Pekín. ¿Te parece haberlo visto o hay dudas de que fuera él? Visiblemente incómoda, Li Juangqing dijo que no estaba tan segura. Aunque creía haberlo visto, acaso se había confundido. Fangzhi regresó al día siguiente y lo primero que hice en cuanto nos encontramos a solas fue mencionarle el comentario de Li Juangqing.
Es verdad, admitió con la serenidad que yo hubiese esperado de él solo en el caso de la respuesta contraria. Planeaba contártelo todo y estaría haciéndolo ahora mismo si ella no me hubiese visto a pesar de mi sombrero y de mi barba postiza.
Sin darme tiempo a reaccionar, Fangzhi me mostró un sombrero de ala ancha, una ridícula barba y, sobre todo, un cuaderno en el que había, era evidente, varios bocetos de la boda.
Inventé lo de este viaje para distraer a mi familia y, según veo, no sospecharon de nada, fue explicándome a media voz. No te dije la verdad para darte una sorpresa y, ante todo, para no hacerte mi cómplice. Mira, mira los dibujos. Este es el patio poco antes del arribo de los novios.
Creo que aquella fue, en cierta manera, otra boda fantasma. Yo, que no había estado allí, vivía ahora cada detalle por obra y gracia de Fangzhi. Era como leer una historia acaecida en un país lejano, un país imaginado, y quedarse con la impresión de haber estado allí, en efecto.
¿Mi hermano estaba feliz?
Más feliz que en la primera boda, me respondió Fangzhi.
Eso no es muy difícil, no pude callar y él soltó una carcajada.
¿Y la novia?, pregunté. ¿Por qué no me hablas de ella?
Es bonita, dijo con un sonrisa y presentí que era más que solo bonita y que incluso en los dibujos Fangzhi había hecho un esfuerzo por reducir el impacto que ella le había provocado.
Yo quería que ese cuaderno con los dibujos de Fangzhi, que por momentos él dejaba apoyado sobre mi vientre, no se terminase nunca. Pero veía pasar las páginas sabiendo que se avecinaba el final. Un croquis mostraba a mis padres con su rústica elegancia. Otro dibujo mostraba a los padres de la novia. Era admirable que Fangzhi pudiera evocar eso con tal precisión porque, como yo sospechaba y como él me contó, no había hecho aquellos bocetos en presencia de la gente para no llamar la atención. Los dibujos habían sido la etapa final de la inexistente travesía a Pekín. En ellos había invertido casi tres días alojado en casa de un buen amigo, su único cómplice.
De pronto, en la última página del cuaderno, cuando Fangzhi parecía no tener mucho que agregar, apareció un dibujo de mi abuela.
Mi sobresalto fue tan obvio que Fangzhi lo notó en el acto.
¿Y ella?
Tu abuela, respondió. Yo creía que estaba muerta, ¿no me habías contado eso?
Hice que sí con la cabeza y Fangzhi siguió diciendo:
Bueno, a mí me pareció que está bien viva, aunque me llamó la atención que se mantuviera siempre al margen del bullicio… Lo mismo que yo, por cierto, aunque ella sabe hacer de fantasma mucho mejor que yo porque apareció y desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Si hubieses visto. Así no hay Li Juangqing que pueda descubrirte.
¿Le hablaste?, pregunté. ¿Te habló? ¿Qué hacía allí entre toda la gente?
Ella fue quien se acercó a mí, explicó Fangzhi. Yo no la hubiese reconocido jamás. Pero ella dijo que sabía quién era yo y me rogó que te diera esto de su parte.
Era un pañuelo viejo, poco atractivo. No recordaba habérselo visto puesto.
Por un buen rato no supe a qué venía ese regalo, hasta que lo estudié con más detenimiento y vi que estaba bordado y que las figuras bordadas eran un mensaje en nu-shu.
Es una niña, leí. Estoy segura. Tienes que ponerle Xiaomei.