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Iris

Peleé hasta el último momento, luchando contra mis ataduras, intentando romper la cuerda. Pensaba que sería capaz de lograrlo pero, a pesar de emplear todas mis fuerzas, no pude. Estaba lo más lejos posible del agua, pero me acechaba, avanzando centímetro a centímetro hacia mi cuerpo.

Me imaginé a mis padres, a los que condené al ostracismo durante cinco años de dolor, abriendo la puerta a un agente. Me los imaginé sin dar crédito al principio. «¿Iris? ¿Atada en una extraña cabaña en una playa de una isla en Tailandia? No, eso no puede ser cierto.» Y luego, poco a poco, teniendo que aceptar que, por muy inexplicable que resultase, lo era.

Nadie sabía por qué estaba yo allí y qué estaba haciendo. Leon había atrapado a Lara; por lo que yo intuía, se escondería con ella para siempre, aunque —hice un esfuerzo por concentrarme— lo más probable es que la obligara a aceptar lo que él quisiera con la amenaza de denunciarla a la Policía pendiendo sobre su cabeza a cada paso. ¿Se la llevaría de vuelta a Inglaterra y la obligaría a vivir con él como su juguete? ¿Le hacía esto porque la quería o porque la odiaba?

La idea de Leon ocultando y sometiendo a Lara para siempre me produjo arcadas y acabé vomitando con estrépito sobre el agua que ya casi me llegaba al cuello. Fue desagradable: como había poco oleaje, el vómito se quedó flotando, estancado, a mi alrededor. Los peces lo advirtieron y, en cuestión de un minuto, los tenía en torno a mí, incluso los grandes, dándose un festín con los contenidos flotantes de mi estómago. Vi un agujero en la pared de madera que servía de puerta a los peces, y se me ocurrió empujar las partes sumergidas de la pared que tenía cerca. La cabaña no estaba en buenas condiciones, tal vez estaba podrida, e igual conseguía abrir un agujero a patadas.

Lo logré. Di patadas y abrí un agujerito. Me giré, con la cabeza justo al nivel del agua, e hice más grande el boquete con mis manos. Arranqué toda una sección. No cambiaba mucho las cosas, porque seguía atada a una gruesa viga, y esta seguro que no se rompería. En cualquier caso, no tardaría en morirme de sed. El calor era tan asfixiante que casi no había aire para respirar.

Pensé en gritar de nuevo. Ya lo había intentado antes, pero no hubo respuesta alguna, así que decidí reservar mis fuerzas para romper los nudos. Eso tampoco funcionó. Empecé a chillar.

—¡Socorro! —grité—. ¡Ayuda!

Si iba a morir, necesitaba que Laurie viniera a ayudarme. Él sabía lo que era esto, sentir que la fuerza vital abandonaba tu cuerpo. Había pasado por ello, de un modo diferente, pero en el fondo era lo mismo, y yo lo necesitaba. No vino. Me despedí de él, del Laurie de verdad, en Bangkok, y sabía que su manifestación fantasmal se había esfumado.

—¡Laurie! —grité de todas formas—. ¡Socorro! ¡Ayúdame! ¡Ven a sacarme de aquí!

Intenté con todas mis fuerzas creer en la vida después de la muerte. Me dije que cuando el agua, que ya me llegaba a la boca, alcanzara mi nariz, recorrería un largo túnel hacia una luz, y al final estaría Laurie, y mis abuelos; mis antiguas mascotas muertas, hámsteres, gatos y tres conejos, haciendo el payaso, bamboleándose y correteando junto a mis pies, y todo sería maravilloso y mágico y duraría eternamente.

Incluso en mi estado desesperado, no me lo tragaba. No podía creer en nada más que la aniquilación. Estaba a punto de desaparecer para siempre.

El agua cálida me llenó la boca. No podía escupirla, así que me la tragué. Durante un horrible segundo, pensé que aquello me haría vomitar de nuevo. Y eso no iba a traer nada bueno. Calculé el funcionamiento: ¿puedes vomitar en el agua sin inspirar después para tomar aire? No sería agradable. Usé toda mi fuerza de voluntad para contenerme. Ya no podía gritar. Si echaba la cabeza hacia atrás, podría respirar un poquitín más.

Entonces, el agua comenzó a llegar en pequeñas olas, dando brincos que llenaban mi nariz, y retirándose; volvía a llegar, y se retiraba de nuevo. Era molesto. Quería rendirme ya, pero algo, algún instinto de aferrarme a la vida todo lo posible, me hacía mantener la cabeza estirada hacia atrás, con los agujeros de la nariz por encima del agua, todo el tiempo que resistiera.

Pero llegó, lamiendo mi nariz. Llené mis pulmones con todo el aire que me fue posible, y al tomar lo que estaba segura de que sería mi última respiración, me pareció oír el ruido de un motor, a lo lejos, y luego una voz, y después el motor acercándose cada vez más.