30

Lara

Prométeme que no la has matado —susurro.

Me acaricia el pelo.

—Te lo prometo, querida. ¡No soy un monstruo! Me pediste que no la matara y no lo he hecho.

—Gracias.

—Por ti, querida, lo que sea. Es tu amiga y eso es importante. Te ha devuelto a mí, y eso lo es más aún. Estoy en deuda con Iris Roebuck. Los dos lo estamos.

Nos alojamos en una villa de un lujo escandaloso. Guy está muerto. Mi amado Guy está muerto. No hay nada que pueda hacer, nunca lo habrá. Llevo varias semanas almacenando el dolor, y hago un esfuerzo por seguir almacenándolo. Ya me encargaré de él cuando pueda. Ahora no. Ahora tengo que estar despejada.

Estar con su asesino, fingir que acepto sus deseos y saber que si nunca hubiera conocido a Guy seguiría vivo, todo junto hace que me resulte casi imposible seguir con esta patética actuación. Pero me fuerzo a hacerlo porque no tengo elección.

El mobiliario es de maderas tropicales y hay jarrones con flores exóticas por todas partes. En Bangkok vivía en la miseria, consciente de que cada baht que ahorraba me mantendría más tiempo oculta. Entonces deseaba tener una fuente de ingresos, ahora daría cualquier cosa por volver a la mísera clandestinidad, a un mundo en el que Iris estaría a salvo en Gran Bretaña y Leon no tendría ni idea de dónde me encontraba.

No lo hice, pero podría haberle contado a Leon lo de mis planes de huida, lo del pasaporte robado y la peluca de Hendon. De habérselo contado a alguien, habría sido a él. Ahora resulta que hubiera dado igual.

Las paredes tienen paneles de madera. El aire acondicionado enfría más de la cuenta. La cama de matrimonio es enorme, y mi próximo reto va a ser conseguir que Leon me deje dormir en la otra habitación. Se cierra con llave, lo he comprobado. Si pudiera estar ahí, al menos podría respirar.

Leon me observa desde el otro lado de la sala. Está de pie, paseándose, mirándome con satisfacción.

—¿Te acuerdas de un día…? —dice—. Tendrías doce años. Te llevé de compras por Marylebone. ¿Lo recuerdas? Los dos solos. Ahí, creo, fue cuando decidí que algún día sería algo más que tu padrino. Supe que te convertirías en una mujer hermosa. Y aquí estás.

Lo recuerdo, por mucho que no quiera.

—Me compraste un vestido amarillo.

—Y unos zapatos.

—Eran preciosos. Los llevé hasta que se me quedaron pequeños.

—¡Sí que te acuerdas!

—Pero, Leon, estás casado. Sally y tú…

—Eso da igual. Sally y yo llevamos años sin dormir juntos. No te preocupes por eso. Se alegrará de que me quite de en medio.

—¿Ella sabe…? Esto… ¿Dónde cree que estás?

—Oh, por ahí. Le importa una mierda.

—Vaya.

Tenía muchas ganas de dejar de usar esa peluca, pero ahora que ya no tengo que ponérmela, deseo llevarla. Daba calor y picaba, pero era un disfraz espectacular. Nadie —ni policías de fronteras, ni otros agentes, ni los sórdidos personajes de la calle Khao San— ve más allá de un pelo así. Define por completo a quien lo lleva.

Ya sabía que Iris era el punto débil de mi plan de huida. Sabía que se daría cuenta de que le faltaba el pasaporte y en algún momento lo relacionaría conmigo. Nunca imaginé, sin embargo, que saldría a buscarme por el mundo, ni que confiaría en Leon, un hombre al que no conocía, ni parecía probable que pudiera conocerlo.

A pesar de las promesas de Leon, estoy seguro de que Iris ha pagado un precio terrible por esto. Como Guy y como Rachel, si Iris no me hubiera conocido, estaría viva y disfrutando de una vida de perfecta felicidad y todo esto sería totalmente inimaginable para ella. Y yo podría haber cambiado la situación con solo advertirla de que tuviera cuidado con Leon. Pero por el miedo a teclear su nombre la he condenado a… lo que le haya hecho. Muerte.

—Y ahora —reflexiona Leon—. Ahora me pregunto, ¿qué hacemos?

Me estiro y bostezo. En caso de emergencia, el plan era ir a Food Street, en Singapur. Debo intentar que me lleve a Singapur, solo por si Iris ha escapado de él, o por si le contó a la Policía o a alguien adónde iba y por qué.

—Vamos a Bangkok. —Doblé las piernas—. A ver, aquí no podemos quedarnos, ¿no?

—Pues no, la verdad es que no, por muy tentador que resulte en muchos sentidos.

Camina hacia mí mientras me tumbo en el sofá; finjo estar relajada. Cuando se arrodilla delante de mí, lucho por no estremecerme. Puedo oler su aliento. Yo quería a este hombre como a un padre, y durante toda mi vida lo he considerado la única persona en el mundo que se preocupaba por mi bienestar. Leon fue a quien acudí cuando mandé a la cárcel a Rachel. Él me volvió a poner en pie. Recuerdo que me sacaba a comer por ahí, me escribía correos, me llamaba a casa de mis padres cuando me pasaba días y noches contemplando el techo y cociéndome en un rico caldo de autodesprecio. Cuando acudí corriendo a una comisaría a pedir que me detuvieran, Leon fue quien me obligó a retirarlo todo. Cuando, siguiendo su consejo, busqué trabajo, él me escribió cartas de referencia y me explicó qué decir en las entrevistas.

Ahora veo que solo lo hacía porque quería poseerme.

—La cosa es… —dice, a escasos centímetros de mi cara.

Espero que no note cuánto temo que me bese, porque si lo supiera, estoy convencida de que lo haría.

—No estoy tan seguro sobre Bangkok. Acabas de venir de allí. Te lo conoces al dedillo, sabes dónde esconderte. Me temo que estaré en desventaja, si te da por intentar echar a correr. Yo no he estado nunca en esa ciudad, ¿sabes?

El vello de mis brazos se eriza. Puedo ver todos los pelitos.

—Vaya. —Me muerdo el labio—. ¿Y si te prometo que me portaré bien?

—Lara, querida, te vas a portar bien. Solo estoy tomando todas las precauciones.

—No me obligues a ir a Singapur —digo de repente, cerrando los ojos con fuerza—. No, por favor.

—Abre los ojos. Mírame.

Lo hago. ¿Cómo he podido no tener miedo de él, ni siquiera por medio segundo? Sabía que era distinto a otros. Sabía que era implacable con sus enemigos, y sospechaba que sus métodos empresariales podrían ser desagradables, pero nunca me preocupó porque conmigo era bueno.

—¿Tu fobia a Singapur es por lo de Rachel? ¿Porque la última vez que volaste allí tu amiga acabó en una prisión maloliente? —Asiento—. Pues creo que necesitas superarlo, niña bonita: es algo que debes afrontar. Ahora estás conmigo. Esas cosas pertenecen al pasado.

—Ni siquiera tengo permitida la entrada en Singapur. Me expulsaron del país y escribieron algo en mi pasaporte.

—No, eso se lo hicieron a Lara Finch, o Lara Wilberforce, mejor dicho. No a Iris Roebuck. Y, créeme, eres la única Iris Roebuck que va a pasar el control de inmigración de Singapur en mucho tiempo. Y a la tonta de nuestra amiga, la Iris original, nunca le han prohibido entrar en ninguna parte, seguro, porque esa estúpida no ha hecho nada interesante en su vida de mierda.

—Oh.

—Voy a reservar los billetes. Nunca has pasado una temporada allí, no conoces la ciudad. Yo la conozco bastante bien. Allí iremos.

—Pero…

Se inclina hacia mí.

—No te preocupes, mi Lara, es un sitio precioso.

Mientras teclea en su portátil, levantando la vista para mirarme de cuando en cuando, me doy cuenta de que estoy demasiado tranquila. Debería arrojarme por la ventana, ponerme a gritar el nombre de Iris, llamar a la Policía e intentar salvarla. Pero me limito a quedarme aquí tumbada. Leon me ha hecho algo, y hasta que se desvanezca el efecto estoy totalmente bajo su control.