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—¿Quién estaba al corriente de la existencia del manuscrito? —preguntó mi padre cuando Shimon le hubo contado detalladamente la desaparición del rollo.

—Imposible decirlo. El descubrimiento de los cuatro primeros rollos fue confidencial, pero la noticia de que Oseas había cedido uno de los importantes manuscritos del mar Muerto se había propagado rápidamente por los medios universitarios que comenzaban a estudiar los escritos de Qumrán. El interés de los investigadores por esos manuscritos había aumentado considerablemente desde el descubrimiento de la cuarta gruta de Qumrán, en septiembre de 1952. Los miembros de la tribu de los taamireh que habían encontrado ya, años antes, la gruta de Jirbet Qumrán, se dirigieron de nuevo a aquel lugar con la esperanza de hallar manuscritos cuya venta les proporcionara cierta riqueza. Excavaron la roca, registraron el suelo donde se había acumulado el polvo, hasta que les entregó los miles de fragmentos que seguía ocultando.

—Sí. La prensa del mundo entero no hablaba de otra cosa. No transcurrían veinticuatro horas sin que saliera a la luz un nuevo tesoro histórico, en cuanto los fragmentos eran pegados, descifrados y transcritos. Sin embargo, nadie conocía todavía el significado de aquel descubrimiento. La lectura de los rollos era lenta y ardua. Sólo los sabios y los investigadores entendidos podían comprender su importancia; saber que iban a ser el punto de partida de una nueva investigación histórica; que por fin iba a conocerse la verdad sobre el nacimiento del judaismo rabínico y sobre los inicios del cristianismo. Hasta entonces, se habían limitado a espigar elementos dispersos sobre la vida de Jesús y el nacimiento del cristianismo, a través de obras literarias difundidas de generación en generación: la Mishnah, el Talmud, el Nuevo Testamento, las obras de Flavio Josefo y las obras apócrifas, como el libro de los Jubileos…, sometidos a centenares de años de corrección, borraduras y censura. Pero durante el tiempo en que los manuscritos religiosos habían sido copiados a mano, palabra por palabra, versículo a versículo, por los escribas judíos y cristianos, su veracidad histórica se había hecho cada vez más dudosa. Eran transformados cuando parecían heréticos; en los períodos de persecución religiosa, eran arrojados a las llamas. Se los prohibía, se los reescribía a veces, para hacerlos adecuados a la ortodoxia y la fe del momento. Pero en el caso que nos ocupa no se trataba ya de fragmentos dispersos; el material se hacía cada vez más considerable. Eran piezas grandes, y otras más pequeñas, dobladas y rascadas, más o menos bien conservadas, pedazos, fragmentos sin nombre y sin embargo, a través de ellos, la historia se transformaba… Pero aquello sólo los sabios podían advertirlo.

—Por eso recurro a ti. Es posible que el manuscrito fuese hurtado por uno de los miembros del equipo internacional reunido por Paul Johnson y su inseparable acólito, el padre francés Pierre Michel. Pues sólo ellos tenían acceso a los rollos. ¿Conoces tú a los demás miembros del equipo?

—Sé quiénes son. Está Thomas Almond, un inglés agnóstico y orientalista, apodado «el ángel de las tinieblas», por sus curiosos modales y por la gran capa negra que lleva siempre; el padre polaco Andrej Lirnov, una personalidad melancólica y atormentada, y finalmente el dominico Jacques Millet, un francés, un hombre más bien extravertido, fácilmente reconocible por su enmarañada barba blanca y sus grandes gafas redondas. Todos estos personajes tenían, en efecto, acceso directo a los rollos; y, además, se habían vuelto inevitables para quien quisiera acercarse a esos documentos. Pero las publicaciones oficiales de este equipo eran muy escasas, y la mayoría de los fragmentos del sótano n.º 4 sólo se comentaron en seminarios muy privados, cerrados al público.

—Sin embargo, se produjo un hecho curioso: en 1987, Pierre Michel, invitado a dar una conferencia en Harvard, reveló algunos elementos del contenido de un fragmento que estudiaba. Pero lo que dijo de él recordó extrañamente a Matti el rollo que había descifrado, a toda prisa, antes de que se lo robaran. Había dos columnas en arameo donde el profeta Daniel interpretaba el sueño de un rey. Pero la parte realmente notable del fragmento, fechada por Pierre Michel en el siglo I antes de Cristo, era la interpretación de un sueño que predecía la aparición de un «hijo de Dios» o «hijo del Altísimo».

—Es decir, precisamente, los títulos utilizados durante la Anunciación por el arcángel Gabriel en el Evangelio según san Lucas.

—Pierre Michel se negó a publicar el documento. Salvo las escasas palabras soltadas en aquella conferencia, destinada al mundo universitario, y la lectura de un minúsculo fragmento que había traducido, el contenido de los rollos permanece secreto.

Shimon hizo una pausa, se sacó del bolsillo un pequeño papel y se lo tendió a mi padre.

Será grande en la tierra.

Todos le venerarán y le servirán.

Será llamado grande y su nombre será designado.

Será llamado el hijo de Dios.

Y le llamarán el hijo del Altísimo.

Como una estrella fugaz.

Una visión, así será su reino.

Reinarán varios años.

Sobre la tierra.

Y lo destruirán todo.

Una nación destruirá a otra nación.

Y una provincia a otra provincia.

Hasta que el pueblo de Dios se levante.

Y renuncie a su espada.

—Sí —dijo mi padre—, conozco este texto. Pero nadie ha tenido nunca acceso al final del fragmento, de modo que no puede decirse con certeza si el texto menciona la venida de un Mesías enviado por Dios.

—Sea como sea, tras la conferencia de 1987, no se oyó hablar nunca más del fragmento. Pasaban los años, no aparecía ninguna publicación nueva. Era como si hubiera habido una orden, un consenso oficioso para detenerlo todo. Además, fue eso lo que acabó sucediendo. Los miembros del equipo internacional se dividieron y se marcharon cada uno por su lado. Johnson encontró un buen empleo en la Universidad de Yale, Almond regresó a su Inglaterra natal; Millet dividió su tiempo entre Jerusalén, donde sigue realizando excavaciones, y París, donde enseña. Por lo que a Pierre Michel se refiere, regresó a París, colgó los hábitos y trabaja ahora para el CNRS.

—Y Andrej Lirnov —completó mi padre— se suicidó sin que se conozcan las razones de su acto.

—Sí, en efecto… Debes de pensar que no suelo interesarme por la arqueología —dijo Shimon, tras una ligera vacilación—. Pero resulta que el gobierno israelí busca ahora el manuscrito perdido y no por razones teológicas, ciertamente muy complicadas, sino porque nos pertenece de pleno derecho y contiene, sin duda, elementos esenciales de la historia del pueblo judío.

—¿Y piensas que es el fragmento leído en la conferencia de Pierre Michel?

—Hay muchas posibilidades de que así sea.

—¿Tenéis una idea de lo que puede contener, en conjunto, el rollo?

—No se sabe exactamente. Creemos que habla de Jesús, de modo explícito.

—¿Y peligroso para el cristianismo?

—Tal vez sea mejor conservarlo en los sótanos del Vaticano, con otros fragmentos prohibidos —contestó Shimon tranquilamente.

—¿Pero tienes idea de qué se trata, con precisión?

—No, no lo sé; sabemos que no desapareció por casualidad, y hay algunas hipótesis. Los demás manuscritos pertenecen a la secta de Qumrán, que era, evidentemente, esenia. Están fechados, poco más o menos, en el período de la vida de Jesús. Pero ninguno de los fragmentos descubiertos habla de Cristo. Sin embargo, podría ser muy bien que el rollo desaparecido contuviese, por fin, importantes revelaciones sobre el cristianismo.

—Sí, lo sé; ya veo lo que quieres decir. Pero no puedo aceptar esta misión, Shimon. No es un trabajo para mí. No soy ya un combatiente y nunca he sido un espía. Me he convertido en un investigador, un sabio, un arqueólogo. No puedo lanzarme a correr mundo en busca de este manuscrito. Tal vez se haya perdido. Tal vez lo hayan quemado.

Shimon calló por un momento y reflexionó. Mi padre le conocía bien y sabía que no era hombre que se desconcertara. Conocía su modo especial de mirar a sus interlocutores, pausado e irónico al mismo tiempo. Aunque quisiera ocultarlo, todo en él olía a espía. Sus andares lentos y seguros, sus ojos castaños que miraban y evaluaban, el modo lento de expresarse y reaccionar ante las palabras de los demás, como si estuviera almacenando informaciones. En aquel momento, pensó mi padre, debía de estar reflexionando a toda prisa para intentar convencerle y tocarle —era su especialidad— el punto sensible.

—Precisamente necesito un sabio, un especialista —contraatacó—, un paleógrafo, no un soldado… Y conozco tu interés por los manuscritos. ¿Recuerdas tu reacción cuando supiste que los habían descubierto? Estábamos juntos, en la guerra, y tú sólo pensabas en eso; decías que era una revolución.

—Escúchame, en 1947, hace más de cincuenta años, cuando se descubrieron los manuscritos de Qumrán, las cosas eran muy distintas. En aquel momento, el lugar formaba parte del territorio de Palestina bajo mandato británico. Al este estaba el reino de Trans-Jordania. La carretera que flanqueaba el mar Muerto no existía, se detenía en el cuarto noroeste del mar. Sólo había caminos rugosos y maleza que seguía, sin convicción, el curso de una antigua vía romana y, durante mucho tiempo, esta vía ni siquiera había sido descubierta. La única presencia humana en la vecindad era la de los beduinos. Aquel descubrimiento me apasionó porque no comprendía cómo habían podido escapar de semejante lugar los manuscritos. Ahora, las carreteras están señalizadas, las excavaciones no dejan de avanzar y tú me hablas de envites internacionales y estratégicos. Hemos entregado a los palestinos el palmeral de Jericó, y se habla incluso, para obtener la paz, de atribuirles parte del desierto de Judea, incluida la región de Qumrán. Todo es demasiado complicado para mí. Ya no es cosa mía; es algo que me supera, ¿comprendes? Conozco los manuscritos que se encontraron. Sé ya que los esenios que vivían en la misma época que Jesús, aquellos atentos escribas, para los que lo esencial en la vida, el objetivo mismo de su existencia, era sólo consignar lo que veían, aquellos esenios no mencionaron a Jesús en sus manuscritos. Por eso queréis encontrar el último manuscrito: ¿Habla por fin de Jesús? ¿Y qué dice? ¿Era Jesús esenio? Y siendo así, ¿es el cristianismo una rama del esenismo? O tal vez el manuscrito no hable de él. ¿Significaría eso que Jesús es una figura posterior a la secta? Y si no habla de él, ¿será Jesús una ficción? ¿Existió realmente Jesús?

»Ya ves por qué es peligrosa la investigación. Hay que evitar que se prepare una revolución. Lo ignoramos todo de ese manuscrito; y es mejor así. Más vale dejar las cosas como están y no arriesgarse a que empeoren. Israel no necesita algo así. Es un arma demasiado poderosa. Es una bomba que podría estallar en las narices de quienes la posean.

—Escúchame —respondió Shimon—, lo que te pido no es, forzosamente, que analices su tenor. Otros se encargarán de ello; y si no lo deseas, no tendrás esa responsabilidad. Si, en última instancia, no debe ser revelado, no lo será; confía en mí. Se trata, sencillamente, de que encuentres el manuscrito, esté donde esté, entre los cristianos, los judíos, los beduinos o los árabes, y me lo traigas.

—¿Y si lo tuvieran ya los cristianos, el Vaticano quiero decir?

—Es imposible.

—¿Por qué?

Hubo un silencio. Durante varios minutos, Shimon mordisqueó pausadamente su cachito de madera, como si, también ahora, necesitara sopesar los pros y los contras, evaluar la importancia de las informaciones que iba a proporcionar, calcular los riesgos y los costes.

—Porque el Vaticano está buscándolo en estos momentos —acabó diciendo—. Lo busca desesperadamente.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Has oído hablar de la Comisión Bíblica Pontificia?

—Sí, un poco. Pero dime algo más.

—Es una institución creada a comienzos de siglo, por el papa León XIII, como antídoto contra la invasión del modernismo. Tiene la misión de vigilar los estudios católicos sobre las Escrituras. Originariamente, estaba compuesta por una docena de cardenales nombrados por el papa, así como por cierto número de consultores, todos expertos en sus respectivos campos. La función oficial de la comisión era la de vigilar todas las disidencias con respecto a los textos sagrados oficiales. Se encargaba, sobre todo, de comprobar que las universidades no cuestionaran la autoridad de las Escrituras y de promover la interpretación católica oficial. Desde el último medio siglo, podría pensarse que las cosas han cambiado, sobre todo después del Concilio Vaticano II. De hecho, no es así. Hoy, la Escuela Bíblica de Jerusalén, a la que pertenecen la mayoría de los miembros del equipo internacional, sigue tan unida a la Comisión Pontificia como lo estuvo en el pasado. La mayoría de los alumnos de la escuela son colocados por la comisión, como profesores, en seminarios y demás instituciones católicas. Así, concretamente, los consultores de la comisión son los que determinan qué debe saber o ignorar el público sobre los pergaminos del mar Muerto. Cuando, en 1955, se descifró en Manchester el Rollo de cobre, bajo el control de Thomas Almond, el Vaticano reunió a la comisión en sesión extraordinaria para remediar las revelaciones que pudiera aportar. Esta comisión es increíblemente retrógrada. ¿Sabes que ha producido ya textos afirmando que Moisés es el autor literal del Pentateuco o defendiendo la exactitud literal e histórica de los tres primeros capítulos del Génesis? Más recientemente, la misma comisión firmó un decreto sobre los estudios bíblicos en general y, de modo más específico, sobre la verdad histórica de los Evangelios, según el cual quien los interprete debe hacerlo con un espíritu de obediencia a la autoridad de la Iglesia católica.

—¿Y entonces? ¿Te parece que ese rollo es tan importante para ellos? ¿Hasta dónde crees que pueden llegar para apropiárselo?

—Bastante lejos, creo. Hay otro organismo que depende de la Comisión Bíblica Pontificia: la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es principalmente un tribunal, con sus propios jueces. Los consultores que trabajan para estos últimos tienen la tarea específica de señalar los puntos delicados sobre los que la comisión debe decidir. Estas investigaciones se consagran, por lo general, a todo lo que pueda amenazar la unidad de la Iglesia. Como en la Edad Media, se llevan a cabo en el mayor secreto. Hasta 1971, la Comisión Bíblica Pontificia y la Congregación para la Doctrina de la Fe debían ser organismos separados. Hoy, la ficción se ha abandonado y ambas organizaciones, aunque sigan siendo distintas, se alojan en las mismas oficinas y la misma dirección de Roma. Para los miembros de estas comisiones, los principios son muy simples: sean cuales sean las conclusiones a las que lleguen o las revelaciones a las que conduzca la lectura de los pergaminos, su escritura y su enseñanza no debe contradecir la autoridad doctrinal de la comisión. Pero te diré más: la Congregación para la Doctrina de la Fe tiene una historia que se remonta al siglo XIII. En 1542, se la conocía con el nombre de Santo Oficio, o también… Santa Inquisición. El de la Congregación para la Doctrina de la Fe es, de todos los departamentos de la curia, el más poderoso. En opinión de sus miembros, las recientes evoluciones teológicas amenazan con corromper la Iglesia y producir su declive. Sólo la supresión de todas las disidencias doctrinales, podrá asegurar el renacimiento de una fe y un dogma unificados. Estos hombres consideran que quienes no comparten sus ideas son ciegos o, peor aún, malignos. Pues bien, resulta que el antiguo doctorando Paul Johnson, uno de los primeros que trabajó en los manuscritos con Pierre Michel y, como él, miembro del equipo internacional, es el actual director de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sabemos que tuvo en sus manos el rollo; y lo leyó sin duda, cuando estaba todavía en la Escuela Bíblica de Jerusalén. Sin embargo, ya no lo tiene y lo busca. Sabemos que Paul Johnson está actualmente dispuesto a intentarlo todo para encontrar el rollo. Hemos seguido sus huellas y las de sus emisarios, desde hace meses, por varios países.

—¿Quiénes son?

—Miembros del equipo internacional, especialmente su brazo derecho, su más fiel compañero, el padre Pierre Michel. También el padre Millet, otro de los miembros del equipo internacional.

—Y eso significa…

—Que son los grandes inquisidores de la Iglesia católica actual.

Shimon quería, a toda costa, convencer a mi padre y ganarlo para su causa. Sabía que las dificultades no le desalentarían; pero no ignoraba, tampoco, que sería difícil embarcar a aquel hombre razonable y fuerte en semejante historia. Durante unos momentos, mi padre pareció pensar.

—¿Quién tenía al principio ese pergamino? —acabó preguntando.

—Oseas, el sumo sacerdote ortodoxo, lo vendió a Matti. Pero creemos que Paul Johnson pudo hurtarlo y entregarlo a Pierre Michel para que lo estudiase.

—¿Y qué ha sido de Oseas? ¿Pudo conocer el manuscrito?

Shimon, tras una nueva vacilación, respondió:

—Ha muerto, David. Asesinado, la semana pasada, mientras se hallaba de paso en Jerusalén. El dinero que tenía en casa desapareció con los pergaminos. Suponemos que fueron unos ladrones bien informados sobre sus manejos. Tal vez intenten revenderlos; y, si es así, no debemos perderlos, en cualquier parte del mundo donde eso se produzca, como Matti.

—Pero él era jefe del ejército. Le ayudaban en sus investigaciones —replicó con vivacidad mi padre—. No puedo buscar solo. Debería verme con sabios y, también, con otros menos sabios, e incluso, tal vez, con estafadores o asesinos. No —agregó moviendo la cabeza—, realmente no es una misión para mí… Es inútil —añadió en tono disuasivo—. No vale la pena que discutamos.

—Bueno; imagino que es irrevocable.

—Irrevocable.

Mi padre sonrió. Conocía demasiado a Shimon para saber que no se resignaría tan pronto; por lo general, la última pregunta significaba que iba a jugar su última carta. Mi padre aguardó tranquilamente, no sin curiosidad, a que Shimon se decidiese.

Éste bajó los ojos y, por unos instantes, pareció concentrarse en el granuloso suelo. Luego dijo:

—Siendo así, puedo decírtelo todo. Quisiera ocultártelo hasta que aceptaras, para no asustarte, pero a fin de cuentas, puesto que te niegas… Tal vez puedas ilustrarme un poco. No sólo se trata del Vaticano. Cierto es que los cristianos buscan el rollo, pero es también un asunto de política interior, que corresponde a la policía. Lo que voy a decirte no saldrá de aquí, ¿verdad?

—Naturalmente.

—Pues muy bien. Te he dicho que el sacerdote ortodoxo Oseas fue asesinado; pero no es del todo cierto… O digamos que es poco preciso. De hecho, se trata de otra cosa, más complicada. ¿Cómo decirlo?… La policía decidió echar tierra sobre el asunto, de momento, para poder llevar a cabo sus investigaciones sin asustar a la población.

Shimon no acostumbraba andarse por las ramas. A mi padre le sorprendió verle tan turbado.

—¿De qué se trata? —preguntó.

—Te costará creerlo… Fue crucificado.

Al oír esas palabras, mi padre dio un respingo.

—¿Cómo que fue crucificado?

—Crucificado, como Jesús. Sujeto a una cruz, colgado. En fin… No por completo como Jesús. Se trataba de una cruz algo extraña, con dos barras horizontales, una grande y una pequeña.

—¿Una cruz de Lorena?

—Una cruz de Lorena decapitada, en cierto modo. Las muñecas del desgraciado habían sido clavadas en el travesaño, y los pies al poste. Murió de asfixia, con bastante rapidez. Al principio creímos que se trataba del crimen de un loco, de un maníaco y, es ahí adonde quería llegar; seguimos ignorando por qué, pero es posible que tenga relación con los manuscritos.

—¿De verdad?

—Sí. Sabemos que Oseas regresó precipitadamente de Estados Unidos a causa del pergamino. Parecía huir… Ya ves, es curioso, la cruz, el ceremonial: parece una ejecución… David, no sé de qué se trata; pero si se trata de un loco, de un maníaco, puede recomenzar en cualquier momento.

—Sí, en efecto… Yo…

Viéndole vacilante, Shimon jugó su última baza.

—Necesitarás que alguien te acompañe, un combatiente, un hombre joven, capaz de defenderte. Alguien que sea, al mismo tiempo, un soldado y un erudito.

—Sí, ciertamente —dijo mi padre, ya casi resignado.

—Conozco a un hombre que responde a esta descripción. Y también tú le conoces.

—¿Quién es?

—Estoy pensando en tu hijo, Ary, el que estudia ahora en la yeshiva. He leído su informe del ejército. Sé que salvó la vida a mi hijo Yacov. Tu hijo es un joven valeroso que habría sido un excelente soldado, si no hubiera elegido una vida más… contemplativa.

—Nada se deja al azar, ¿verdad? —dijo mi padre—. Todo está ya previsto. Sólo me queda partir…