LLANTO

Una noche en Amberes me despertaron unos gritos repentinos; me asomé a la ventana para ver lo que sucedía. Sólo iba a pasar dos días en esa preciosa ciudad con corazón de chocolate. La ventana del hotel daba sobre una pequeña plaza. La plaza estaba iluminada por las farolas nocturnas y en el centro se hallaban un hombre y una mujer de pie en el lugar desierto, un escenario natural. El hombre gritaba, la mujer lloraba amargamente. Yo no entendía lo que decía el hombre ni podía hacerlo. Él estaba tenso como una cuerda de guitarra, como un bailaor de flamenco. Y parecía compensar esa terrible tensión con la voz, que era afilada como el grito de una gaviota. La mujer sollozaba débil y entrecortadamente, como un niño. Como si supiera que no había peligro de que el hombre la golpeara. Pero por eso la voz del hombre tenía el efecto de un golpe y la mujer se estremecía de dolor a cada instante. Al golpe sonoro respondía con un sollozo más alto.

Era una escena de amor conmovedora. No la he olvidado. Fui testigo casual del dolor ajeno. Rara vez tenemos ocasión de ser testigos del dolor ajeno. El dolor humano nos llega a través de la pantalla del televisor, filtrado, a menudo colectivo, pocas veces personal, y nos deja indiferentes. Porque el dolor filtrado a través de los medios de comunicación se queda como una imagen en la pantalla y una noticia en los periódicos. No lo tenemos en cuenta, decimos que es terrible lo que sucede en el mundo, manifestamos en voz alta nuestro pesar, damos unas monedas, firmamos peticiones, hacemos lo que podemos, pero seguimos indiferentes. Nos pellizcamos el corazón, imaginamos cómo sería si estuviéramos en el lugar de los refugiados kosovares, pero falta la imaginación del corazón. El corazón es una pequeña máquina, su único trabajo es mantener un ritmo regular.

De este modo, el dolor humano es un sentimiento poco corriente. Las sociedades están organizadas como un corazón humano, su trabajo es mantener un ritmo regular. Por eso el dolor se ha trasladado diligentemente a los diagnósticos: depresión, ansiedad… Las palabras sirven para traducir el dolor humano a la lengua de la enfermedad. Porque la enfermedad es curable, para eso existen los médicos, los psicólogos, los psicoterapeutas, las medicinas, la industria self help. La industria apoya una ideología del mundo sin dolor: los medios, la televisión con la que nos divertimos «a muerte», el culto de la mente sana en cuerpo sano, los gurús que nos enseñan cómo estar en contacto con tu inner self, cómo reconciliarse con el mundo, cómo ser armoniosos, cómo aceptar finalmente la suerte como destino. Sea como fuere, en el mundo moderno la enfermedad mental se ha reducido a una enfermedad que con buena voluntad podemos dominar, y el dolor físico a una moda (pendientes autolesionadores, piercings, tatuajes), al arte de la performance y a la imagen en la pantalla.

No hace mucho me cambié de casa en Amsterdam. Ya la primera mañana, nada más haberme mudado al nuevo piso, salí a dar un pequeño paseo por el barrio. Una mujer venía hacia mí por la calle. Era bajita y desaliñada. Trastabillaba sobre los zapatos de altos tacones, parecía que los zapatos pesaban más que ella. Su cara mostraba un espasmo de dolor. Iba hablando, se diría que iba a asfixiarse con las palabras que pronunciaba, y lloraba. Me dejó conmocionada. A la mañana siguiente volví a verla. Otra vez sollozaba.

La mujer, evidentemente, era la pobre loca del barrio. Sin embargo, desde el primer encuentro pienso sin cesar en ella. Pienso que quizá esta mujer sufre el castigo de ser la contable del dolor mundial. Quizá por la noche escribe en un libro invisible todos los dolores que han sucedido en el mundo y por la mañana anuncia en voz alta todo lo que ha escrito. Quizá sólo una mujer loca ha podido asumir una tarea que a nadie preocupa. Quizá la mujer es un mensajero de Dios que se aparece en forma de una loca descuidada. Pienso también en el aspecto que podría tener ese libro suyo y en todo lo que podría escribir en él. Y entonces pienso que quizá sería más inteligente cambiar de barrio…