MARLENKA

Adam & Paul, la película de la directora irlandesa Amy Rowan, muestra un día en la vida de una pareja de alcohólicos y drogadictos dublineses. Dos jóvenes de la calle que, como si hubieran caído de un drama de Beckett, vagan por el Dublín europeo en busca de dinero, droga y alcohol. En el banco de un parque donde se quieren sentar, está ya instalado un tipo gordo, moreno de bigotes negros, con un diente de oro que centellea en su boca, una cadena de oro alrededor del cuello y una gorra pueblerina en la cabeza.

—Es usted rumano, ¿verdad? —pregunta uno de los vagabundos. El tipo del banco se enfada y lanza una fogosa andanada de acusaciones contra los fucking irlandeses que piensan que cualquier fucking extranjero en Irlanda es un fucking rumano.

—¿Y entonces qué es?

—¡Búlgaro! —suelta orgulloso el búlgaro, y continúa con una descarga sobre lo bonita que es Bulgaria, aunque los irlandeses no tienen ni idea, y lo preciosa que es Sofía («¿Es su madre?», pregunta ingenuamente uno de los irlandeses), y que en Irlanda siempre llueve y en Bulgaria brilla el sol…

—¿Y entonces qué hace aquí? —inquiere el otro.

—¿Y qué hacen aquí ustedes? —les espeta el búlgaro.

Irlanda no está llena de rumanos ni búlgaros, sino de polacos. En mi reciente visita a Irlanda el polaco ya me esperaba en el aeropuerto de Dublín, donde los trabajadores aeroportuarios, polacos, salían fuera a fumar un cigarrillo. Sí, los polacos «han ocupado» Irlanda. Incluso el Evening Herald ha decidido no hace mucho publicar un suplemento, el Polski Herald, para los doscientos mil polacos que viven actualmente en Irlanda. También hay lituanos, checos, todos inundan la tierra prometida de Irlanda, igual que los irlandeses inundaron Norteamérica a lo largo de su historia de emigrantes de cinco siglos. Aunque ahora viven bien, los alegres irlandeses tampoco se quedan inmóviles. Se dice que los que tienen mucho dinero compran pisos y casas en Dubai, y los que tienen poco en Bulgaria y en Rumania.

Parece que la fórmula de la Unión Europea para la fluidez y movilidad económica de la mano de obra va viento en popa, o al menos es así mientras todos saben cuál es su sitio. En otras palabras, mientras una joven lituana trabaje de camarera y un polaco de fontanero, las cosas van bien. Igual que está bien que cualquier tipo moreno con bigotes y diente de oro sea identificado como rumano. En cuanto se establece que el tipo, en realidad, es búlgaro, se produce una ligera confusión. Y cuando se establece que el tipo es traveler —un eufemismo para denominar a los gitanos irlandeses—, las cosas se tornan tan tensas como las relaciones entre serbios y croatas.

Alrededor de unos mil polacos se han inscrito para trabajar en la RUC, la policía colonial británica de Irlanda del Norte. Los republicanos irlandeses enseguida han presentado una nota de protesta en la que manifiestan su bienvenida a todos los emigrantes sea cual sea su raza y religión, pero también su honda preocupación por los polacos, que como mercenarios de la RUC se implican en una pelea que no es suya. Los polacos, se dice en la nota, pueden encontrar una forma mejor de integrarse en la sociedad irlandesa que «la colaboración con las fuerzas ocupadoras», y todo el asunto es más complejo aún, porque los polacos son católicos como los irlandeses. No sé si los «mercenarios» de Irlanda del Norte se reforzarán con mil polacos, pero este caso quizá estimule la imaginación de la Unión Europea ligada con problemas similares que podrían surgir en un futuro cercano.

La tesis respecto a las mejores formas de integración de los emigrantes en la sociedad es bastante turbia. Ignoro cómo es en Irlanda, pero sé que en Holanda los médicos del Este de Europa no pueden encontrar trabajo. Sus facultades y especializaciones no sirven de nada en Holanda. Si deciden seguir siendo médicos tienen que empezar los estudios desde el principio o casi desde el principio. Un periodista holandés ha escrito un libro, un reportaje verídico sobre el intento infructuoso de encontrar trabajo de su mujer, médico con una alta cualificación y un título ruso. ¿La educación médica holandesa es mejor que la de Europa del Este? Supongo que no. ¿Es diferente? No. Los médicos holandeses, ayudados por las duras leyes de su país, se limitan a proteger su territorio. Conozco a una médico de Belgrado con dos especialidades, que finalmente ha encontrado trabajo como enfermera.

En lo que a Marlenka se refiere, ella no tiene ni idea de nada de eso. Ni de los polacos disfrazados de policías de Irlanda del Norte, ni de la mujer rusa de un periodista holandés que, parece ser, sigue sin trabajo. Marlenka acabó en Ámsterdam a través de un centro belga, una especie de tutti-frutti entre new age y budismo (y no sé cómo llegó allí), donde conoció a un chico de Negotin. El chico tiene dos hermanos que viven en Ámsterdam. Buenos muchachos muy mañosos. Llegaron aquí antes que los polacos, también buenos muchachos muy mañosos. Marlenka conoce a los tres hermanos y a su madre, que de vez en cuando los visita y se queda un mes con ellos. Son buenos hijos, antes de dormir leen una página de la Biblia, lo que en cualquier caso gusta a su madre. Uno pinta todo el día pisos, y los sábados y domingos baila salsa, incluso ha terminado un curso de baile. Entretanto se ha matriculado en una escuela de masaje shiatsu. El chico de Marlenka arregla bicicletas. El tercer hermano, que no trabajaba hasta hace poco y sólo se dedicaba a fumar hachís en abundancia, ha vuelto con su madre a Negotin. A la postre, Marlenka, en lugar de neerlandés, ha aprendido serbio. Aunque no he conocido al chico, me parece que no le llega a la suela del zapato. Porque Marlenka es alta y delgada como un abedul, transparente de piel lechosa, ojos azul claro, una verdadera belleza del norte. Únicamente tiene las manos grandes, rojas e hinchadas, como si alguien hubiera cometido un tremendo error implantándolas en los suaves brazos de Marlenka. Marlenka limpia en un hotel barato de Ámsterdam y cobra en negro. Limpiar en un hotel barato significa pasar media jornada con la nariz hundida en mierda humana. Además la jefa es una bruja, trata a todos —a Marlenka, a una búlgara, a una croata y a una serbia— como si fueran esclavos. Marlenka de vez en cuando limpia por las casas, y en su tiempo libre confecciona unos bolsitos preciosos para colgarlos al cuello. Marlenka se preocupa de su familia, en especial de su abuelo, al que adora, y de su nueva familia, escucha las historias de Negotin, aunque jamás ha estado allí, les prepara a los chicos una reparadora sopa de pollo cuando caen enfermos. Marlenka se preocupa también de su pequeña familia «holandesa»: una tortuga, un conejo y un gato que viven con ella en el diminuto piso de Ámsterdam. El conejo y el gato esperan con ansiedad su regreso a casa, y son los más felices cuando los deja dormir en su cama. No obstante, Marlenka también tiene sus sueños. Por el centelleo de sus ojos se ve que no es una chica corriente. Algo se agita en Marlenka, aunque todavía no sabe hacia dónde dirigirse, si a la izquierda o a la derecha…

Un día Marlenka me dijo:

—He decidido ir hacia arriba…

—¿Cómo hacia arriba, Marlenka?

Por casualidad había conocido a una gente de un teatro de títeres callejero, los actores necesitaban a alguien que se tuviera en los zancos y Marlenka se acordó de su abuelo que la entretenía caminando con zancos y dijo: ¡yo puedo!, y de verdad caminaba sobre los zancos, al principio se balanceaba peligrosamente, pero ahora anda sobre los zancos como pez en el agua. Va vestida de jirafa. La cabeza en las nubes y allá abajo se agitan la malvada jefa del hotel, los chicos de Negotin, el conejo, el gato y la tortuga, su familia en Polonia, su madre, su abuelo… Con el dinero que gana con los zancos les compra a todos una fruslería, a la tortuga un terrario, una zanahoria para el conejo, una pelotita para el gato, una bufanda para su chico, un cestito de mimbre para mí… El dinero no es importante, sino cómo se siente Marlenka. Arriba, con la cabeza en las nubes, con la vista a más de dos metros y medio del suelo, Marlenka se siente como alguien que finalmente ha llegado a las alturas que se merece. Algunos holandeses piensan que la integración de Marlenka en la sociedad neerlandesa ha tenido éxito. Lo único que le reprochan como jirafa es un detalle: no ha aprendido neerlandés.