Capítulo 15

«No eres una persona impulsiva y me temo que te vas a arrepentir de este impulso», se dijo Tessa a sí misma una hora después mientras observaba las luces rojas del coche de Cole, que acababa de parar ante su casa.

No estaba enamorada de Cole Lawry. No podía amar a un hombre al que no respetaba. No era que Cole no fuera admirable en muchos sentidos, pero él mismo había admitido que había abandonado sus objetivos y su ambición cuando las cosas se habían puesto duras en la gran ciudad.

Aquello demostraba que no era el hombre adecuado para ella.

Era evidente que querían cosas diferentes en la vida. No pasaba nada. Era un hombre guapo, sexy y de sonrisa maravillosa y buen carácter. No tocaba la guitarra ni consumía drogas. Otro punto a su favor.

El hecho de que lo suyo fuera a ser una aventura de una noche lo hacía casi perfecto.

—¿Has cambiado de opinión? —le preguntó Cole apareciendo junto a su ventanilla.

Tessa apagó el motor y agarró su bolso, en el que había guardado la caja de condones que había comprado cuando había ido a imprimir las fotografías. Se trataba de una caja pequeña. No había sido una gran inversión.

—No —contestó abriendo la puerta—. Aunque la verdad es que confieso que me siento culpable. Mi hermana en el hospital y yo divirtiéndome. Me pregunto si soy una mala hermana.

Cole la ayudó a salir del coche y cerró la puerta. Acto seguido, la tomó entre sus brazos y se apoyó en ella, que se dejó caer contra el coche y percibió el aliento cálido y mentolado de Cole.

«Me voy a llevar unos cuantos caramelos de ésos a casa cuando me vaya», pensó besándolo.

—Eres una hermana fabulosa. ¿No has leído el artículo de Annie? Creo que ha escrito sobre ti, literalmente, que eres «devota» y «entregada».

Cole la besó para que no hablara. No fue un beso agresivo ni apresurado, así que Tessa se relajó y comenzó a disfrutar de la situación, abrió la boca y saboreó la de Cole, que se le antojó dulce.

Cole ladeó la cabeza para besarla más profundamente y Tessa gimió, pero pareció más bien una especie de lloro muy extraño que la sorprendió y la hizo apartarse.

—¿Qué ha sido eso?

Cole sonrió.

—Mi perro, que debe de estar muerto de sed —contestó Cole acercándose al porche y silbando—. Ven aquí, Pooch. ¿Te acuerdas de Tessa?

El perro se aproximó encantado de que hubiera llegado su dueño. Tessa aprovechó para recuperar la compostura y dio gracias de estar en el campo, donde el vecino más próximo necesitaría un telescopio para verlos.

Tras acariciar a su perro, Cole la tomó de la mano y la llevó hasta la zona iluminada del porche.

—Ten cuidado —le indicó sorteando un bache que había en el suelo—. Se rompió una cañería de agua antes de que me viniera a vivir aquí. Ron me está diciendo todo el rato que la va a arreglar, pero todavía no se ha puesto con ella.

—Ah, claro, que me dijiste que había construido él tu casa, ¿no? Supongo que no es fácil ser cliente y empleado a la vez.

—La verdad es que no. Como jefe no está mal, pero como responsable del departamento posventa es un desastre y lo sabe. El otro día le propuse que me dejara supervisar la posproducción de las nuevas construcciones que haga, pero me dijo que no. Le cuesta delegar.

Tessa lo entendía perfectamente porque ella era exactamente igual. Marci y ella habían tenido una conversación similar sobre sus responsabilidades desde el comienzo de su sociedad. Tessa había aprendido a dejar respirar a Marci para que pudiera hacer su trabajo y a no supervisarla constantemente, pero le había resultado fácil.

Creía que había mejorado también con su madre y con su hermana en ese aspecto, pero no estaba segura. Lo cierto era que no había parado hasta que no había encontrado a Joel. ¿Se lo agradecería su hermana cuando recuperara la consciencia?

Si es que la recuperaba, claro…

—Bésame otra vez —le dijo a Cole.

Cole la apoyó en la barandilla y la besó hasta que a Tessa se le cayó el bolso del hombro. En aquel momento, Cole se dio cuenta de que le estaba doliendo mucho el tobillo y se dirigió hacia los escalones para sentarse.

—Maldición.

—¿Qué te pasa?

—El tobillo —le explicó quitándose la bota y masajeándolo con intensidad.

—Eh, que te lo vas a poner peor —le advirtió Tessa sentándose a su lado—.

¿Quieres que te traiga una bolsa de hielo?

Cole negó con la cabeza. Tessa se dio cuenta de que estaba disgustado.

—Cole —le dijo.

Cole paró de frotarse el tobillo y suspiró.

—Sólo necesito un par de minutos —le dijo—. Se me suele pasar en cuanto me siento o me tumbo —bromeó mirándola de manera inequívoca.

—Seguro que eso a corto plazo te ayuda, pero deberías ir a ver a un especialista.

—Ya he ido —contestó Cole encogiéndose de hombros—. Fui cuando vivía en San Antonio y me dijo que me tenía que operar y que tendría que estar tres semanas sin moverme después de salir de quirófano y un mes con muletas. En aquel entonces, tenía demasiadas cosas como para operarme.

—¿Y ahora?

—Ron no nos hace seguro médico.

Tessa sabía de primera mano lo caras que eran las pólizas médicas, pero no se podía creer que una persona no tuviera cubierto ese aspecto de su vida. Otra cosa en la que eran completamente diferentes. A menos que…

—¿Cómo te lesionaste?

—Metí el pie en la madriguera de una ardilla —contestó Cole poniéndose en pie.

—¿Cuándo?

—Cuando tenía once años. ¿Te importaría que habláramos de otra cosa? No soy ningún inválido. Cojeo un poco, pero nada que no se pase con una aspirina y una buena sesión de sexo.

Tessa presintió que escondía algo, pero no le dio tiempo a preguntar, pues Cole ya se había girado y avanzaba con paso inseguro hacia la puerta. Tessa lo siguió al interior de la casa y se fijó en que tenía puesto el árbol de Navidad que le había regalado.

Se quedaron de pie en silencio durante unos segundos. Tessa sintió que se ponía nerviosa. No le gustaba nada aquel momento en el que sabía perfectamente lo que quería, pero no se le ocurría una manera elegante de proponerlo.

Al mirar hacia abajo, tuvo una idea.

—¿Entonces quieres una bolsa de hielo?

—Sí, tengo una de ésas que se llenan de agua y se ponen a enfriar en el baño principal.

—Menos mal que está en el baño principal.

La sonrisa de Cole le indicó que él estaba pensando lo mismo.

—Por aquí —le indicó.

Cole se quitó la otra bota y avanzó por el pasillo, momento que Tessa aprovechó para fijarse en que Cole había enmarcado las fotografías que había tomado y las había colgado de las paredes.

La puerta del dormitorio estaba abierta, así que Tessa entró y miró a su alrededor. La primera vez que había estado en aquella estancia, hablando con la madre de Cole, no se había fijado demasiado. Ahora comprobó que era grande.

Había una mesa con una silla y, aun así, sobraba mucho espacio.

Tessa se fijó en la cama y cruzó la habitación.

—Qué cabecero tan raro. ¿De dónde lo has sacado?

Cole la siguió y se sentó sobre el colchón, que estaba cubierto por una sencilla colcha. El único sitio que quedaba libre era una silla ergonómica. Tessa dejó su bolso en ella y se dedicó a observar el cabecero.

Estaba hecho a mano, eso se veía a simple vista, y parecía un intrincado rompecabezas compuesto por dos tipos diferentes de madera que se mezclaban formando un complicado laberinto.

—Es increíble. ¿Lo has hecho tú?

—No, mi padre.

Tessa acarició la madera. De cerca, era todavía más increíble.

—Le llevaría años hacerlo.

—Dos, desde que nació Annie hasta que nací yo. Fue el regalo que le hizo a mi madre por darle hijos.

—Era todo un artista —comentó Tessa mirándolo.

Cole no le devolvió la mirada. Tessa tuvo la sensación de que se había encerrado en sí mismo, pues había comenzado a tocarse el tobillo de nuevo en actitud ausente y parecía perdido en sus pensamientos.

—¿Cómo murió?

Cole elevó la mirada.

—Se suicidó —contestó sonriendo de medio lado como si no tuviera importancia—. Es extraño que un hombre que quería tanto a su mujer como para hacerle algo tan bonito se suicidara unos años después, ¿verdad?

Lo había dicho en un tono de voz que daba a entender que no le importaba.

Tessa entendía perfectamente que era mejor eso que aceptar la compasión de los demás.

—Si quería tanto a tu madre, debió de vivir una angustia mental terrible para tomar la decisión de separarse de ella para siempre.

Cole se quedó pensativo.

—Es una forma de entenderlo.

Tessa se sentó a su lado.

—He estado hablando con mi madre esta tarde. Me ha dicho que no toda mi infancia fue un desastre. Cuando se casó con Zeb y nació Sunny, éramos una familia y nos divertíamos. No fue hasta bastante después… cuando él enfermo y las cosas se pusieron feas… que empecé a insistir para que me dijera quién era mi padre de verdad —«y cuando no apareció ningún héroe a lomos de un caballo blanco para rescatarme, decidí que era mi responsabilidad cambiar la situación».

—¿No te lo quería decir?

—No podía. Demasiados hombres en su vida.

—A lo mejor estás mejor sin saberlo. ¿Y si hubiera sido como mi padre? Un hombre sombrío y distante que llegaba del trabajo y se encerraba en el taller y al que no sabías cómo acercarte. Un día, llegas del colegio y está metiendo su equipaje en el coche para llevar a toda la familia a Six Flags y otro día llegas de jugar con tus amigos y te encuentras un coche del sheriff en la puerta.

—¿Qué hiciste?

—Vi a mi hermana sentada en el porche, llorando, y supe lo que había sucedido sin necesidad de que nadie me lo contara, así que me fui corriendo. No sé, supongo que debí de creer que, si no escuchaba las palabras, esa realidad no existiría.

Tessa le acarició la espalda.

—¿Fue entonces cuando te hiciste daño en el tobillo?

Cole se sorprendió ante su pregunta.

—Sí. Qué tontería, ¿verdad?

Tessa se acercó y lo besó. Cole le devolvió el beso con urgencia, le acarició el pecho. Tessa se dio cuenta entonces de lo excitada que estaba.

Se había excitado con mucha rapidez, lo que no era propio de ella. Aunque se dijo que debía frenar, se encontró levantando los brazos para ayudar a Cole a que le quitara el jersey.

—Tú también —murmuró pasándole las palmas de las manos por el pecho.

A continuación, se dejaron caer hacia atrás sobre el colchón y se miraron. Cole sabía desde hacía tiempo, desde la conversación que habían tenido a orillas del Medina por lo menos, que aquello iba a suceder y creía estar preparado para un encuentro sexual casual entre dos adultos que se sentían atraídos el uno por el otro aunque no tuvieran nada en común.

Aunque sus vidas eran muy diferentes, compartían una cosa, pues ambos sabían lo que era que una persona a la que querían y en la que confiaban les fallara.

Cole quería hacer el amor con aquella mujer, pero quería algo más, la quería a ella.

—Eres preciosa.

Tessa no parecía cómoda con el cumplido, lo que sorprendió a Cole, pues parecía una mujer muy segura de sí misma. A lo mejor parte de esa seguridad se la daba la ropa de marca, que actuaba como una armadura.

Interesante.

—Antes de que sigamos, quiero que dejemos claras dos cosas —comentó Cole mirándola a los ojos—. Primero, que eres la mujer más espectacular con la que he estado nunca y, segundo, que yo soy el amante más impresionante con el que nunca has estado.

Tessa se rió.

—¿Y tengo que estar de acuerdo con eso antes de hacer el amor contigo?

—Sí —contestó Cole asintiendo—. Así, no te sentirás presionada para parecer perfecta porque para mí ya lo eres —añadió sinceramente—, y yo no tendré ansiedad por quedar bien. Te advierto que hace tiempo que no estoy con una mujer y he perdido un poco de práctica, así que voy a necesitar tiempo para recordar lo que le gusta a una mujer y lo que la hace feliz.

—Te aseguro que me has hecho más feliz hasta ahora de lo que me hizo mi novio en dos años —contestó Tessa acariciándole el pelo y la mejilla—. ¿Empezamos a practicar?

—Buena idea —contestó Cole besándola por el cuello.

Cuando le quitó el sujetador, Tessa se cruzó de brazos para taparse los pechos.

—Recuerda la primera condición —dijo Cole amablemente agarrándola de las muñecas, colocándole los brazos encima de la cabeza y admirando su cuerpo.

Tessa tenía unos pezones pequeños que en aquel momento estaban erectos.

Cole la soltó y se inclinó sobre sus pechos, pero, en lugar de acariciarlos, los lamió con la punta de la lengua hasta hacerla gemir y abrirse como un capullo de rosa.

Cole estaba haciendo un gran esfuerzo para ir despacio y consiguió acariciarle la tripa con tranquilidad y sensualidad. Sin embargo, cuando deslizó un dedo entre los pliegues de su feminidad, estuvo a punto de dejarse ir, pues Tessa jadeó y arqueó las caderas contra su mano.

Tessa se mordió el labio inferior mientras Cole exploraba su clítoris ávidamente y sintió que la respiración se le entrecortaba mientras ella respondía a su vez con una pasión desinhibida y maravillosa.

Cole apenas tuvo tiempo de ponerse un preservativo antes de entregarse por completo a ella.

—Ahora, Cole, te necesito ahora —lo urgió Tessa clavándole las uñas en la espalda.

Una vez dentro de su cuerpo, Cole no refrenó el ritmo de su pasión, dejó que el instinto los elevara hasta el pico más alto, hasta el orgasmo, momento en el que sintió que una multitud de lucecitas se encendía a pesar de que tenía los ojos cerrados.

Cuando escuchó a Tessa gritar su nombre, le entregó su semilla.

Segundos después, se dejó caer sobre ella. Ambos tenían la respiración entrecortada.

—La condición número dos era cierta.

Cole se rió a carcajadas, lo que le hizo recordar que seguían unidos de manera muy íntima. De repente, sintió que su erección volvía a la vida.

Tessa lo miró con los ojos muy abiertos.

—Vaya, Santa Claus, ¿tienes otro regalito para mi?

—Sólo si te portas muy mal.

Tessa se metió el dedo índice en la boca y se lo chupó seductoramente mientras lo sacaba con lentitud.

—No hay problema.

El cabecero protestó cuando se subió sobre Cole, pero él no dijo nada.