Capítulo 4

Cole consultó su reloj. El tiempo pasaba muy despacio. Aquella mañana había llegado al trabajo dos horas antes para tener la tarde libre.

A lo mejor era que estaba cansado, pues después de irse de casa de su hermana la noche anterior había estado haciendo cosas en la suya hasta casi la una de la madrugada.

No había podido dejar de pensar en lo que le había dicho Tessa, lo que le había impedido conciliar el sueño, y no había querido tomar pastillas para dormir, pues había abusado de ellas cuando vivía en San Antonio; así que, en lugar de pasarse toda la noche dando vueltas, había decidido arreglar el lavabo del baño de invitados.

Cole midió, calculó qué clavo iba a utilizar y, con ayuda de un martillo, lo colocó en su sitio.

El primer trabajo que había tenido al terminar el colegio había sido de carpintero. En aquel entonces, se había enrolado en una empresa que hacía casas prefabricadas. Allí había conocido a la que sería su futura mujer, la hija de Big Jim McNally, una chica preciosa, sensual y mimada.

Por alguna razón que Cole todavía no llegaba a comprender, aquella chica llamada Crystal se había fijado en él y allí había comenzado la aventura.

—Cole, te está sonando el móvil —le dijo Ron, su jefe—. Es la tercera vez en diez minutos.

Cole se colgó el martillo del cinturón y se quitó los tapones que llevaba en los oídos.

—Lo siento, con esto no oigo nada —sonrió.

¿Quién sería? ¿Tessa? Le había dado su teléfono móvil la noche anterior por si le pasaba algo a Sunny.

Cole frunció el ceño y consultó las llamadas perdidas que tenía. La primera era de Brady Carrick, el jugador de la NFL que se había convertido en jugador de póquer y luego en criador de caballos. La segunda llamada era de Luke Chisum, el militar al que Cole se alegraba de tener de nuevo cerca y fuera de peligro. La tercera de Blake Smith, su cuñado.

Tres de los cinco miembros de la pandilla de póquer lo habían llamado en menos de un cuarto de hora. ¿Qué pasaría?

Cole marcó el número de Blake.

—¿Tienes un hijo? —le preguntó su amigo en cuanto contestó el teléfono.

Cole maldijo con tanta fuerza que sus compañeros de trabajo se quedaron mirándolo sobresaltados.

—Annie me prometió que no se lo iba a contar a nadie.

Su cuñado se rió.

—Tu hermana es periodista, ya lo sabes, lo lleva en la sangre. Si te sirve de consuelo, todavía no se lo ha contado a tu madre.

Pero lo haría. Tarde o temprano, lo iba a hacer. Cole volvió a maldecir. El problema de vivir en un sitio pequeño era que nadie respetaba la intimidad de los demás.

—¿Me has llamado para echarme un sermón o algo así?

—No, la verdad es que te he llamado para echarnos unas risas porque no eres el único que tiene un secreto. Resulta que Jake también tiene uno.

—Yo no tengo ningún secreto. En realidad, yo no he mantenido nada en secreto.

—Bueno, hasta que las cosas se aclaren, ¿te importa que le llame Cole Junior?

—Si no me dices para lo que me has llamado, te cuelgo ahora mismo.

—Está bien, está bien, te estaba hablando de Jake. Ya sabes que no se ha dejado ver mucho por aquí desde que se fue, como si quisiera pasar desapercibido.

—Sí, y tanto, como que no ha vuelto por aquí. ¿Qué le ha ocurrido? ¿Está en la cárcel o algo así?

—No, más bien todo lo contrario. Ayer me encontré con un tipo en una reunión que me dijo que conocía a Jake porque había estado en reuniones con él y resulta que trabajaba en una empresa de la Costa Oeste que se llama TellMell.com. Resulta que nuestro amigo es uno de los directivos. No me lo podía creer, así que miré en internet anoche y es verdad.

—No me lo creo —se extrañó Cole—. ¿Y por qué no nos lo ha contado?

—No tengo ni idea. Habrá que preguntárselo a él. Esta mañana, en cuanto me he despertado, he llamado a la empresa con la idea de que a lo mejor había más de un Jake Chandler en San Diego, pero la recepcionista me ha dicho que el señor Chandler no se encontraba en el trabajo porque había ido a hacerse cargo de un asunto personal en Texas.

Cole no se lo podía creer.

Estaba enfadado.

—Te tengo que dejar —anunció Blake—. Me están llamando. Tengo una reunión muy importante. Luego hablamos. Si hablas con Jake, ya me contarás. No entiendo por qué no quiere arreglar el bar de su madre. Tiene dinero. No es lo mismo jugar en otro sitio. Por cierto, ¿tienes mesa?

—Estoy intentando conseguir una.

—Pues date prisa porque la partida es el miércoles.

Tras despedirse, Cole colgó el teléfono e intentó digerir la noticia. Así que resultaba que Jake era rico. Se dijo que debería haberse dado cuenta al ver aparecer a su amigo en una increíble Harley.

Cole estaba enfadado porque el que había sido su mejor amigo no le había contado que le había ido bien económicamente. Claro que, teniendo en cuenta la situación que había propiciado que Jake se fuera, acusado veladamente de haber provocado un gran incendio…

A lo mejor, era que no le apetecía hablar de su vida privada.

—¿Todo bien? —le preguntó Ron cuando Cole volvió a su puesto de trabajo.

—Sí, los chicos, que querían saber si la partida de la próxima semana es en mi casa.

—Me imagino que eso quiere decir que necesitas que te lleve la mesa cuanto antes. ¿Te parece bien que me pase hoy después del trabajo?

La mujer de Ron se había comprado una mesa de comedor nueva y se había ofrecido a regalarle a Cole la que tenía hasta entonces.

—Esta noche no puedo porque voy a sustituir a Ray Hardy en el Polo Norte y tengo que pasarme por el pueblo primero. ¿Te importa que me vaya después de comer y me tome la tarde libre?

—No, claro que no me importa. No hay problema. ¿Quieres que lo dejemos para mañana?

—Perfecto.

—Yo te llevo la mesa encantado siempre y cuando me dejéis jugar.

Cole puso cara de póquer. Le caía bien Ron, era un buen jefe, pero era un jugador de póquer desastroso. La última vez que había jugado con ellos se había comportado fatal, tirándose faroles, bebiendo demasiado alcohol y haciendo alguna que otra trampa. A sus amigos no les gustaba en absoluto aquel tipo de partidas, pero aquél era el precio que tenían que pagar por jugar al póquer en un sitio pequeño.

—No hay problema —le aseguró.

—Bueno, ahora que estás metido en ese rollo de Santa Claus, supongo que te buscarás una buena chica con la que tener hijos, ¿no? Te lo digo porque la prima de mi esposa está soltera. No está mal, un poco pasadita de peso para mi gusto, pero cocina muy bien.

Cole se alejó de su jefe con la primera excusa que se le ocurrió. No estaba buscando otra esposa, no tenía ningún interés en tener una familia. Si, de repente, aparecía un niño en su vida, se haría cargo de él, pero de momento ya tenía bastante con cuidar de sí mismo y de su perro, un animal de lo más asustadizo que, sin embargo, cuando lo veía entrar en casa, hacía una danza de bienvenida digna de verse.

Cole se recordó que tenía que pasar por casa para ponerle agua y comida a Pooch antes de irse a San Antonio.

—Amelia, cuánto me alegro de verte. Estás estupenda.

La joven abrió la puerta de la pequeña casa blanca en forma de cubo.

—Hola, Tessa —exclamó—. Qué sorpresa tan agradable. Pasa.

Por fuera, la casa era exactamente igual que las otras cinco que la rodeaban y con las que compartía jardín y columpios.

—Perdona por no haberte llamado antes de venir, pero…

—Sí, es el precio que hay que pagar por vivir en el campo. Aquí no llega el teléfono —sonrió Amelia haciendo pasar a Tessa al salón.

Dos caritas curiosas se asomaron desde la cocina y Tessa se aseguró a Joey en la cadera y miró a la joven que había sido la mejor amiga de su hermana en el colegio.

Amelia estaba mayor, tenía aspecto casi de matrona con aquella falda de lino marrón que le llegaba a media pierna y un jersey que escondía su figura. Completaba el atuendo una sábana con motivos africanos en la que se encontraba un bebé al que apenas se veía.

—¿Has tenido otro hijo? —exclamó Tessa.

—Sí, hoy cumple una semana. Escribí a tu hermana para decírselo. ¿No te lo había contado?

Era evidente que Amelia no sabía nada.

—Amelia, Sunny ha tenido un accidente.

Amelia gritó ante la noticia.

—¿Qué le ha ocurrido?

Tessa se sentó en un sofá viejo y destartalado y colocó a Joey sobre su regazo.

—Bajó la semana pasada a Texas y tuvo un accidente de coche. Dio varias vueltas de campana y, aunque llevaba el cinturón de seguridad, se dio un fuerte golpe en la cabeza. Está en el Hospital Universitario de San Antonio.

—Oh, Dios mío, no me lo puedo creer.

Al oír llorar a su madre, dos niños de unos tres y cinco años se apresuraron a entrar en el salón. Joey se puso en pie, pues, aunque no tenía muchos amigos en Oregón, no era tímido. Amelia recuperó la compostura y tras presentarle a sus hijos, Hosaih y Remata, los tres se pusieron a jugar en un extremo de la estancia con una caja de plástico llena de juguetes y libros.

—¿Y cómo se llama el recién llegado? —le preguntó Tessa.

—Bayal… ha nacido antes de tiempo. La comadrona creía que no iba a sobrevivir, quería que fuéramos al hospital, pero nosotros confiamos en él y él eligió quedarse —contestó Amelia apartando la tela para que Tessa pudiera ver el rostro del infante.

—Qué guapo es. Me alegro mucho por ti. ¿Y tu marido? Mi hermana me dijo que era un hombre maravilloso.

Amelia sonrió.

—Sí, es un encanto. La verdad es que somos muy felices. Me hubiera encantado que a tu hermana le hubiera gustado la comuna, pero supongo que lo que es bueno para mí no es bueno para todo el mundo. Lo cierto es que se aburrió casi al poco tiempo de llegar.

—Estoy intentando comprender lo que sucedió durante su estancia en Texas.

Cuando volvió, había cambiado mucho. Volvió siendo una mujer menos abierta, como si tuviera secretos.

—¿Sunny? —se sorprendió Amelia—. ¿Lo dices en serio?

A continuación, con expresión pensativa le indicó a Tessa que la siguiera a la cocina. Tessa miró a su sobrino, que estaba encantado y entretenido en compañía de los otros niños, y siguió a su anfitriona.

—Tu hijo se parece más a tu hermana que a ti —comentó Amelia poniendo una tetera al fuego.

—Será porque es hijo de mi hermana.

—¿Cómo? ¿Sunny tiene un hijo? —se sorprendió Amelia.

Tessa se percató de que Amelia estaba haciendo cálculos.

—Se quedó embarazada mientras estaba aquí —afirmó—. ¿De quién es?

—En parte, por eso he venido. Mi hermana no era feliz en Oregón. Al principio, mi madre y yo creímos que era la depresión posparto, pero al ver que no mejoraba nos dimos cuenta de que era porque estaba sufriendo por el hombre que había dejado aquí y del que debía de estar enamorada. Sin embargo, por mucho que le insistimos, jamás nos contó nada ni nos dio su nombre.

—Vaya.

Tessa se sentó y se preguntó hasta dónde contarle a Amelia.

«¿Le cuento que lo que ha ocurrido ha sido culpa mía?», se preguntó sintiéndose culpable.

—Yo… fui yo la que la medio obligó a que volviera para hablar con el padre de Joey —comentó—. Le dije que no era justo que Joey creciera sin saber quién es su padre.

Amelia llenó un plato de galletas y las dejó sobre la mesa.

—Te entiendo perfectamente. Sé que tú tuviste que pasar por ello.

—Me pasé muchos años soñando, mitificándolo, creando un padre perfecto —

recordó Tessa—. No podía soportar la idea de que a mi sobrino le fuera a pasar lo mismo —añadió pensando en el desencanto que había sufrido cuando se había enterado de que su padre era un músico adicto a las drogas.

La tetera anunció en aquel momento con un silbido que el agua estaba hirviendo. Amelia sirvió dos tazas y se sentó frente a Tessa.

—Así que crees que, a lo mejor, yo te puedo ayudar a resolver el misterio.

Tessa asintió.

—Tengo el diario de mi hermana, pero tampoco me ha ayudado mucho. Ya sabes que siempre ha sido bastante desordenada.

—Sí. Una vez le pregunté por qué no escribía las cosas en orden y me contestó que porque eso era un aburrimiento y que, si alguna vez leía su diario, no quería que le pareciera aburrido, como un libro de texto.

A Tessa también se lo había dicho. Su hermana siempre había sido muy creativa, algo que había heredado de su padre, Zebulon Barnes, poeta, músico, trovador y ser humano en continua búsqueda, un hombre encantador y poco práctico que se rindió a la primera de cambio y que arrastró a su familia cuando las cosas fueron mal.

—¿Tienes idea de lo que hizo Sunny cuando se fue de aquí?

Amelia se quedó en silencio.

—Se fue a San Antonio con Cole Lawry. En aquel entonces, Cole trabajaba en el sector inmobiliario y se estaba encargando de comprarnos un terreno. Nos dijo que podría colocarla como recepcionista. La verdad es que era un hombre encantador.

Nunca se me pasó por la cabeza que estuviera intentando… ya sabes, ligar con ella, pero teniendo en cuenta lo guapa que es tu hermana… La verdad es que los hombres no lo pueden evitar.

Hubo algo en el tono de voz de Amelia que hizo que Tessa se preguntara si su marido no habría caído también a los pies de Sunny. Aquello explicaría que su hermana no le hubiera contado a su mejor amiga que tenía un hijo.

—Ayer por la noche conocí a Cole Lawry —le dijo—. Cuando le conté que mi hermana había tenido un accidente, se quedó muy preocupado. Me dijo que Sunny y él habían sido amigos, pero, cuando le pedí que se hiciera una prueba de paternidad, me contestó que se lo tenía que pensar.

—¿Cole? Me extraña. Jamás fue un hombre desconfiado. No sé qué le habrá pasado para que haya cambiado tanto.

En aquel momento, el bebé que Amelia llevaba contra su pecho emitió un sonido parecido a un maullido y su madre sonrió y lo coloco en la postura adecuada para mamar.

—No querría pensar mal de él hasta que sepamos la verdad. Lo cierto es que nos ayudó mucho para que las familias que formamos la comuna Espíritu en Armonía pudiéramos comprar la parcela de al lado. Sin su ayuda, no lo habríamos conseguido.

—Por lo que me contó, ha dejado el sector inmobiliario y se ha divorciado.

—Qué pena. Espero que tu hermana no tuviera nada que ver en eso. Quiero decir… lo digo porque fui yo quien los presentó y esas cosas —declaró llevándose las manos a las mejillas y enrojeciendo—. No debería haber dicho eso. Tu pobre hermana está debatiéndose entre la vida y la muerte y yo me pongo a pensar en lo peor simplemente porque aquí no fue feliz, pero eso no significa que no fuera buena persona.

Su conversación finalizó cuando apareció el marido de Amelia, que llegaba con mucha hambre y al que no le hizo ninguna gracia no encontrar la comida preparada y en la mesa. Aunque Amelia invitó a Tessa a que Joey y ella se quedaran, Tessa declinó la invitación.

—Quiero volver cuanto antes al hospital para ver qué tal están mi madre y mi hermana.

—Casi nunca echo de menos no tener teléfono, pero en estos momentos me encantaría tenerlo. Por favor, hazme saber de alguna manera lo que sucede. Si os puedo ayudar en algo, contad conmigo. Si, por ejemplo, necesitáis que alguien cuide de Joey, se puede quedar aquí con nosotros todo el tiempo que sea necesario.

—Si Sunny empeora, puede que tenga que aceptar tu ofrecimiento porque mi madre no puede pasarse todo el día atendiéndola y cuidando de Joey y yo tengo que trabajar. Gracias.

Unos minutos después, su sobrino y ella abandonaban la casa. Mientas conducía, Tessa se encontró pensando de nuevo en Cole. ¿Quién era aquel tipo?

¿Santa Claus? ¿Un comercial inmobiliario de buen corazón? ¿Un buen samaritano?

¿O alguien que tenía habilidad para ponerse la careta que fuera necesaria en cada momento?

Le había dicho que quería ir a ver a su hermana a San Antonio, así que, si era cierto y aparecía, tendría oportunidad de pasar un rato más con él, lo que le permitiría conocerlo mejor.