Capítulo 14

Tessa estaba de pie junto a la encimera de la casa de June Lawry mirando las fotografías que había ido a recoger hacía poco más de una hora. Resultaba que la única tienda que había en River Bluff, que hacía las veces de ultramarinos y farmacia, tenía un laboratorio de fotografía digital y había podido borrar algunas fotografías y transferir otras a un CD, lo que le había dejado suficiente espacio libre en la memoria de la cámara para el «trabajo» de aquella noche.

Mientras miraba las fotografías, se dijo que muchas de ellas no estaban mal. Se merecían ser enmarcadas. Tessa se quedó mirando la fotografía en la que salía su sobrino en el regazo de Santa Claus.

¿De verdad que sólo hacía una semana que había conocido a Cole? Qué cantidad de cosas habían pasado en tan poco tiempo. Tessa se preguntó si se habría echado atrás al saber que Joel West era músico. Tal vez, no se hubiera puesto en contacto jamás con él de no haber sido por Cole.

Era muy posible.

Tessa guardó las fotografías y miró el reloj que había en la pared. Eran casi las cinco. Cole había quedado en pasar a recogerla en tres cuartos de hora. El Polo Norte abría a las seis y Tessa quería llegar un poco antes para estudiar el lugar y ver desde dónde podían quedar más bonitas las fotografías.

Como no se había llevado mucha ropa, llevaba unos vaqueros negros, las botas de siempre y un jersey rojo que le había pedido prestado a su madre. June le había prestado un alegre delantal verde y blanco y un sombrero de fieltro verde de elfo.

Completaban el atuendo unos pendientes de plata en forma de campana. Tessa sacudió la cabeza y sonrió al comprobar que sonaban. A su sobrino le habían encantado, así que estaba segura de que a los demás niños también les iban a gustar.

Joey estaba en el salón viendo un vídeo de Navidad que June le había llevado de la biblioteca. Tessa suponía que Autumn estaría cerca porque rara vez se separaba de su nieto desde que había accedido a presentárselo a Joel West o Westerfield, que era su verdadero apellido.

«Los apellidos cortos venden mejor», les había explicado.

A Tessa le caía bien. Estaba contenta porque su hermana había elegido a un hombre decente y responsable que tenía la cabeza bien amueblada aunque se hubiera dejado deslumbrar temporalmente por promesas de fama y fortuna.

Tessa recordó su encuentro aquella mañana en la clínica. Cuando había llegado, Joel ya estaba esperando. En cuanto lo había añadido a la lista de visitas, lo había acompañado por el pasillo hasta la habitación privada de Sunny.

Una vez dentro, Joel se había tirado de rodillas junto a la cama, le había agarrado la mano a su hermana y había llorado como un niño.

Tessa no se había quedado, no necesitaba ver más; había salido de la habitación y había llamado a su madre para decirle que llevara a Joey. Lo había hecho creyendo que Autumn se iba a negar hasta que no tuviera los resultados de las pruebas de ADN, pero su madre le había dicho que le dijera al músico que podía ir a casa de June.

Cuando le habían presentado a su padre, Joey se había mostrado tímido, como solía hacer con la gente a la que no conocía, pero al final le había podido la curiosidad y en menos de diez minutos padre e hijo estaban jugando junto al árbol de Navidad que había en el jardín de June.

Joel sólo se había quedado una hora. Había admitido que se sentía en conflicto consigo mismo y que no sabía muy bien cómo comportarse y había pedido permiso para ir a ver de nuevo a Sunny al volver a San Antonio. Por lo visto, tenía una actuación aquel fin de semana que no podía cancelar.

«Sobre todo ahora», había añadido. «Si tengo que hacerme cargo de mi familia, necesito dinero».

Autumn entró en la cocina. Parecía cansada, pero ya no tenía ojeras.

—¿Estás nerviosa? —le preguntó a su hija.

—¿Se me nota?

—No, pero te conozco —contestó sirviéndose un café.

Tessa no discutió.

Autumn hojeó las fotografías que Tessa había dejado sobre la encimera y eligió aquélla en la que se veía a Cole con sus amigos.

—¿Son sus compañeros de póquer?

Tessa se acercó y le fue diciendo quién era cada cual.

—June me ha contado que la mayoría de ellos son amigos desde el colegio —

comentó su madre suspirando—. Me habría encantado que Sunny y tú hubierais tenido ese tipo de infancia en lugar de tener que estar viajando con el grupo, siempre mudándonos y viajando. Joel West no es así, ¿verdad? Quiero decir, no es como Zeb,

¿no? No está siempre pensando en la fama y el dinero.

«O en las drogas».

—No, Joel no se parece en nada a Zeb —contestó Tessa con un deje de reproche en la voz.

—No digas su nombre así —la recriminó su madre—. Os quería mucho a las dos, os quería a Sunny y a ti con todo su corazón. No era un mal hombre. Tampoco estuvo tan mal la vida que llevasteis. Conocisteis el campo y a un montón de gente interesante. ¿Te acuerdas cuando fueron teloneros de Alice Cooper?

—No —«pero recuerdo perfectamente tener que desayunar pizza fría cuando Zeb tenía tanta resaca que no se levantaba y tú tenías que ir a hablar con los otros miembros del grupo para que te pagaran su parte de la noche anterior».

Alguien siempre daba algo de más para que Zeb pudiera pagarse sus drogas.

Tessa dudó un momento y, a continuación, se acercó a la mesa redonda que había junto a la ventana. Estaba oscureciendo y las luces del árbol de Navidad ya estaban parpadeando.

—Mamá, siéntate —le dijo a Autumn—. Mira, no sé si es el mejor momento, pero lo cierto es que todo este asunto de la paternidad de Joey me ha hecho pensar en mi padre. ¿De verdad no recuerdas nada de él?

Su madre apoyó los codos sobre la mesa, apoyó la mejilla en la palma de las manos y suspiró. Seguía siendo una mujer guapa a pesar de sus canas. Era menuda, como Sunny, de rasgos finos y elegantes, una hippie de espíritu libre que se había pasado la juventud mariposeando con todos los hombres que le había dado la gana.

—Me encantaría, pero era muy joven. Tenía dieciséis años cuando me escapé de la casa en la que el juez me dijo que tenía que vivir después de que muriera mi madre. Mi padre llevaba muchos años desaparecido. Nunca supe si murió o nos abandonó porque mi madre nunca me lo dijo. De repente, llegó un grupo de rock al pueblo y me convertí en una de sus fans y acompañantes.

Aunque admiraba el valor de su madre, a Tessa le entraron ganas de zarandearla.

—¿Cómo se llamaba el grupo?

—¿Y qué más da? No me quedé con ellos mucho tiempo. Era joven y guapa y los hombres me pedían que me fuera con su grupo y yo me iba. A veces, unas cuantas semanas, un mes, la gira entera. Dependía.

—De la cantidad y la calidad de las drogas, claro —murmuró Tessa.

Su madre le tocó el brazo.

—Dejé de consumir en cuanto me enteré de que estaba embarazada de ti, me busqué un trabajo en una librería y construí un hogar.

—Hasta que conociste a Zeb —comentó Tessa consultando el reloj—. Perdona, no debería haber sacado el tema. Olvídalo.

—Lo siento, Tessa. De verdad. En cualquier caso, quiero que sepas que me alegro de que hayas encontrado a Joel. Es lo correcto… para todos.

—Gracias.

Ambas permanecieron varios minutos en silencio.

Al final, Tessa se puso en pie con su cámara fotográfica en la mano.

—Seguro que te salen fenomenal —le dijo su madre—. Zeb siempre decía que llegarías a ser una gran fotógrafa.

Tessa se colgó el bolso del hombro. Estaba furiosa. Zeb le había dicho muchas veces que se olvidara del mundo empresarial, de hacer dinero.

«Tienes alma de artista. Estás viva cuando haces fotografías y tienes una cámara en la mano» le había dicho en incontables ocasiones.

—La fotografía es una afición —declaró Tessa—. Nada más, mamá. No puedes vivir de ella.

—¿Cómo lo sabes? Nunca lo has intentado. Estás tan concentrada en tu empresa que apenas tienes tiempo para hacerle fotografías a tu sobrino.

—Si no trabajara en la empresa, ¿quién pagaría el seguro médico, los impuestos y los coches?

—Tienes razón, por supuesto. ¿Qué habría sido de Sunshine si tú no hubieras…? —se lamentó Autumn con voz trémula.

—¿Qué vais a hacer esta noche? ¿Quieres traer a Joey a ver a Santa Claus otra vez?

—A lo mejor vamos el domingo porque Joel nos ha invitado a cenar y a ir luego al bazar.

—Qué simpático —contestó Tessa agarrando la cazadora con manos temblorosas—. ¿Y qué le has dicho?

Autumn no parecía muy decidida.

—La verdad es que estoy preocupada sobre lo que puede pasar si… si tu hermana no recupera la consciencia.

—Mamá, por favor, no te pongas así.

—Mira, Tessa, soy consiente de que tú no te puedes quedar aquí de manera indefinida porque tienes una empresa de la que ocuparte. June nos ha dicho que Joey y yo podemos quedarnos en su casa todo el tiempo que necesitemos, pero tengo miedo de que, si tú no estás, Joel quiera llevarse al niño.

Tessa dejó la cazadora sobre la mesa de nuevo.

—Mamá, no lo conocemos de nada, pero parece una buena persona. Es cierto que cometió un error en la relación que tuvo con Sunny, pero está intentando repararlo. Vamos a darle tiempo y a conocerlo antes de emitir juicios, ¿de acuerdo?

Su madre asintió.

—Tienes razón. Sí, voy a aceptar su invitación para el domingo. ¿Sabes cuándo te vas?

Tessa había estado consultando en internet los vuelos ese mismo día. Tenía una cita con su socia el día después de Navidad… a menos que sucediera algo.

De repente, la imagen de Cole Lawry apareció en su mente.

—No hay nada definitivo —contestó.

Autumn se puso en pie y se acercó a la puerta.

—Joey se ha quedado dormido. Menos mal porque últimamente está muy movido. A lo mejor, la aparición de su padre lo ayuda a calmarse.

Un segundo después, un rostro al que cada vez estaba más acostumbrada apareció en la puerta de la cocina.

—Ho, ho, ho. ¿Dónde está la ayudante de Santa Claus?

Tessa se llevó un dedo a los labios para indicarle a Cole que no hiciera ruido, se despidió de su madre dándole un beso en la mejilla y se giró para irse.

De repente, se dio cuenta de que lo que más le apetecía en el mundo era pasar la tarde con Cole en el Polo Norte.

—Hemos sobrevivido —comentó Cole cuando se fue el último niño—.

¿Cuántos han venido?

—He perdido la cuenta —contestó Tessa—, pero hemos conseguido un montón de donativos y la gente ha traído muchos juguetes.

Cole se quedó mirándola y decidió que el sombrero de elfo que llevaba era de lo más sexy. ¿Por qué nunca se lo había parecido cuando era Melody la que se encargaba de las fotografías?

A lo mejor, había sido porque, cada vez que Tessa le colocaba al siguiente niño sobre el regazo y le atusaba la barba, Cole había sentido todo tipo de emociones.

Incluso miedo.

Aquella mujer estaba fuera de su alcance. En realidad, a veces ni siquiera le caía bien porque era muy marimandona y ya tenía bastante con su hermana.

«Además, se va a ir».

Otra razón para concentrarse en el trabajo y olvidarse de ella.

—¿Te ayudo a bajar? —le ofreció Tessa.

Cole se sentó y comenzó a quitarse la barba.

—Espera —indicó Tessa tomando la cámara de fotos de nuevo.

—¿Pero no habíamos terminado?

—Sí, pero éstas son para mí. La metamorfosis. De Santa a Cole. Antes, he hecho de tu madre ayudándote a disfrazarte.

Cole no discutió, pues había descubierto que Tessa podía tener una fuerza y una habilidad especiales cuando hacía algo artístico, así que suspiró y se puso en pie.

—Está bien, pero quiero que sepas que no estoy dispuesto a hacer un striptease aunque no haya niños delante.

Cole estuvo a punto de caerse cuando se le enganchó la bota en la alfombra, pero Tessa estaba allí para parar la caída y ayudarlo a bajar los escalones. Una vez a salvo detrás de las cortinas que su madre había puesto para que se pudiera cambiar, Cole se quitó el sombrero y la barba.

—Paso número uno —dijo mirando directamente a la cámara.

Clic.

—Lo tengo.

Cole dejó ambas cosas sobre la mesa y se desabrochó el cuello del disfraz.

—¿No va primero el cinturón?

Cole puso los ojos en blanco.

—Qué mandona eres. Está bien. Primero el cinturón.

Saber que Tessa lo estaba enfocando con la lente directamente al bajo vientre lo puso muy nervioso.

—¿Te ayudo? —comentó Tessa en tono divertido.

—Ya puedo yo sólito.

—Sí, pero si la tía Tessa te ayuda, tal vez consigamos dormir hoy en casa.

Cole levantó las manos.

—Soy todo tuyo.

Tessa hizo otra fotografía y se acercó a Cole.

—Supongo que te costará ver con todo esto que llevas en la tripa.

La verdad era que todo aquello que llevaba en la tripa le estaba impidiendo sentir las manos de Tessa, pero podía oler su perfume y sentir su cercanía y Cole tuvo que apretar los puños para evitar hacer una estupidez, como, por ejemplo, tomarla entre sus brazos y besarla.

—Ya está —anunció Tessa en tono triunfal—. Ya te lo puedes quitar si quieres

—añadió dando un paso atrás y volviendo a enfocarlo con la cámara—. Si le pusieras un poco de música de striptease, podría hacer un vídeo y colgarlo en YouTube.

—Sí se te ocurre hacer algo así, te aseguro que Santa Claus te traerá este año algo mucho peor que carbón —contestó Cole—. ¿Me puedo quitar la camisa?

—Por favor.

Cole intentó no pensar en el tono que estaba empleando Tessa y que no era nada típico de ella. Normalmente, lo ayudaba su madre porque ella se conocía muy bien el disfraz y no quería que Cole rompiera nada.

—¿Dónde está mi madre?

Primer botón.

—No tengo ni idea.

La chaqueta de terciopelo fuera.

—¿Y Annie?

A continuación, se quitó los tirantes.

—Ni idea.

Cole se pasó las manos por la tripa y se rascó a través de la camiseta blanca, aliviado y liberado del disfraz. Apoyándose en la mesa, se quitó las botas.

—Me siento como un payaso —comentó antes de quitarse los pantalones, que también eran enormes.

Cuando levantó la mirada, Tessa lo estaba mirando fijamente, pero no a través de la lente de la cámara. Algo ocurrió entre ellos que hizo que a Cole se le acelerara el pulso. La contestación a una pregunta que no quería hacer.

Cole se acercó a ella sintiendo el suelo frío a través de los calcetines.

—¿Te quieres venir a dormir a casa? —le preguntó.

—Creo que sí —contestó Tessa tragando saliva.

Cole no quería arriesgarse a hacer preguntas tipo «por qué o durante cuánto tiempo te vas a quedar», así que intentó mantener la mente en blanco mientras localizaba los zapatos y las llaves. Se apresuró a guardar el disfraz en la bolsa que le había entregado su madre mientras Tessa cerraba la tienda de fotografía. Cuando terminaron, se alejaron del Polo Norte sin hablar con nadie… ni entre ellos.

—Oh, no, se me había olvidado que he venido contigo —se lamentó Tessa mirando a su alrededor una vez en el aparcamiento.

—¿Y?

—Bueno… no tenía intención de quedarme a dormir en tu casa porque mañana tendría que dar explicaciones a demasiadas personas.

Cole le abrió la puerta del copiloto y esperó a que se sentara para volver a hablar.

—Muy bien, vamos a parar en casa de mi madre para que puedas llevarte tu coche. Si alguien nos pregunta, vamos a tomar una copa.

Tessa sonrió.

—Me parece bien.

Cole cerró la puerta, rodeó el coche y se puso al volante.

No había tiempo que perder.