Capítulo 3

—¿Cómo? —gritó Annie—. ¿Una mujer a la que no conoces de nada se presenta de repente y te dice que eres el padre de un niño al que no has visto en tu vida? ¡Ten cuidado! ¡Seguro que te está engañando!

Cole miró a su hermana y deseó haberse ido a casa en lugar de parar en casa de Annie. Estaban sentados en el porche, con una vela de limón ardiendo sobre la mesa.

—No es eso, Annie. Esta mujer no es una artista del timo.

—No, desde luego, de artista tiene poco, porque ese tipo de timo está ya muy visto. Ten cuidado, Cole, es obvio que está buscando colgarle el muerto a alguien bueno, amable y dulce. Alguien como tú, que eres un ingenuo desde la cuna.

—Eso no es cierto —se defendió Cole poniéndose en pie.

Su hermana lo miró con esa expresión de «soy tu hermana mayor y lo sé todo»

que a Cole le gustaba tan poco.

—Sólo te voy a decir una palabra —le dijo señalando con el dedo índice—: Crystal. Ésa sí que era una timadora de verdad. Te quitó casi todo lo que habías ganado tras años de trabajo.

Cole se volvió a sentar.

—Era mi esposa. Cuando te casas, lo haces confiando en la otra persona. Bueno, en cualquier caso no he venido para hablar de Crystal. He venido para ver si se te ocurría cómo puedo ayudar a Tessa y a su sobrino. Aunque yo no sea el padre del niño, necesita saber quién es.

—¿Si no eres el padre del niño? ¿Estás diciendo que hay alguna posibilidad de que lo seas?

—Como le he dicho a Tessa, casi ninguna.

Annie se rió.

—Eso es como decir que estás casi embarazada. Por cierto, ¿quieres probar mi último antojo? Plátanos con alcaparras y salsa de arándanos… ¿No? —se extrañó ante la cara de repugnancia de su hermano—. Bueno, sigue contándome.

—Un mes o dos antes de que Sunny se fuera, me emborraché en el Oasis. ¿Te acuerdas del bar que había en la misma calle del trabajo? Sunny vivía muy cerca por aquel entonces y me encontró tomando tequilas sin parar.

—¿Por Crystal? Maldita mujer. A esa solamente le importaba estar guapa y que la vieran en su coche descapotable. Tienes suerte de haberte librado de ella. Bueno, así que apareció aquella chica y…

—Y hablamos durante un rato. Intentó bailar conmigo, pero pronto se dio cuenta de que yo estaba tan borracho que no podía ni andar, así que me llevó a su casa.

—Que seguro que era de un dormitorio.

—Sí, pero dormí en el sofá.

—Si tienes la sensación de que podrías ser el padre de su hijo, tiene que haber algo más.

—A la mañana siguiente, me desperté en su cama. Solo. Ella se había ido a trabajar. No recuerdo haberme metido en su cama, no recuerdo haberme acostado con ella. De hecho, estoy seguro de que no lo hice. Ya me conoces, soy un hombre fiel.

—Sí, claro que te conozco y estoy segura de que tienes razón. Una cosa es compartir cama y otra cosa es intercambiar material genético, así que aquí no ha pasado nada. Supongo que le habrás dicho a la hermana de Oregón que no eres el padre y la habrás mandado a San Antonio, que es donde debería estar porque la verdad que no entiendo cómo puede separarse de la cama de su hermana cuando está en coma y a punto de morirse.

Cole la miró con los ojos entornados.

—¿Qué pasa? ¿Te parece que estoy siendo demasiado dura con ella?

—Esa mujer está haciendo exactamente lo mismo que harías tú. Su madre y ella no pueden estar las dos a la vez en la habitación de Sunny porque una de las dos tiene que quedarse con el niño.

Annie lo miró con los ojos muy abiertos.

—Te cae bien y te da pena —se sobresaltó—. Cole, no estamos hablando aquí de un halcón con un ala rota ni de un gato con una pata herida ni de un perro que tiene tanto miedo que le ladra hasta a su propia sombra. Tienes el corazón más grande del estado, pero no puedes ir por ahí salvando a todo el mundo que aparece en tu vida con una historia triste que contar. ¿No aprendiste la lección con Crystal?

—Aprendí muchas lecciones de ella, pero esto no es lo mismo. Lo único que Tessa quiere de mí es que me haga una prueba de ADN, y la verdad es que no me preocupa. Si resulta que el niño, que por cierto se llama Joey, es hijo mío, no hay problema. Así, tu hijo tendrá un primo por el que jugar.

—Las cosas no son así, Cole. Deberías llamar a tu abogado y…

—Mi abogado se niega a hablar conmigo hasta que le pague lo que le debo.

—No te pongas en ese plan. Estamos hablando de tu futuro y no pienso permitir que una desconocida lo tire todo por la borda ahora que estás empezando a levantar cabeza. Iré a verla mañana por la mañana y…

—No, Annie, no vas a ir a verla. Tessa vuelve a San Antonio mañana por la mañana. Le he dicho que me voy a pasar por el motel en el que están su madre y ella.

Quiero visitar a Sunny. No nos olvidemos de que hay una joven preciosa que podría morir. El resto de la historia no tiene importancia. ¿Me entiendes?

Annie apretó los dientes.

—Me voy a casa. Prométeme que no vas a hacer nada —la urgió Cole esperando hasta que su hermana asintió—. Por cierto, ¿dónde está Blake?

—Tenía una reunión mañana por la mañana a primera ahora y se ha quedado en el apartamento.

Annie y Blake todavía estaban encajando la logística de sus complicadas vidas, pero Cole estaba seguro de que lo conseguirían y de que les iría bien porque se querían, y eso era lo único que importaba.

—Te duele el tobillo, ¿verdad? —comentó Annie.

—Sí, pero nada que un par de analgésicos y una bolsa de hielo no puedan quitar.

—¿Cuándo vas a ir a ver al especialista en ortopedia que te he recomendado?

«Nunca».

—Tengo mucho trabajo —se excusó Cole a pesar de que sabía que su hermana no se iba a tragar aquella excusa, pues sabía demasiado—. Me voy.

Annie lo acompañó hasta las escaleras y se quedó mirándolo mientras iba hacia el coche.

—Tienes derecho a vivir sin dolor, Cole. A papá no le haría ninguna gracia saber que estás sufriendo por su culpa.

Cole hizo como que no la oía. Su padre no estaba vivo para decir lo que le hacía gracia y lo que no, así que era mejor no pensar en él.

Tessa se despertó al amanecer y consiguió trabajar una hora en el ordenador antes de que se despertara Joey.

Marci, su socia, y ella se habían regalado unas bien merecidas vacaciones de un mes para celebrar lo bien que había ido su empresa aquel año.

Su socia se había ido con su marido en noviembre a Escocia y Tessa tenía pensado utilizar las horas de vuelo de regalo que tenía para irse la primera semana de diciembre a Hawai y volver luego a casa para pintar la habitación de invitados.

Ése era el plan antes de que sucediera lo de su hermana.

Su madre y ella habían tenido que dejarlo todo rápidamente para acudir al lado de Sunny y la verdad era que había cosas que no le había dado tiempo a dejar cerradas. Por ejemplo, no le había dado tiempo a actualizar su lista de contactos.

A.R.E., su empresa, era el acrónimo de lo que Tessa y Marci creían que era la clave del éxito de cualquier empresa, pequeña o grande.

«Asesorar, reasesorar y evaluar».

La verdad era que se llevaban muy bien y trabajaban de manera muy eficaz juntas. Cada trimestre se reunían una tarde para repasar todos los informes, poniendo en práctica lo que les aconsejaban a muchos de sus clientes: observar bien la evolución de la empresa a corto plazo para que no hubiera sorpresas desagradables a largo plazo.

En aquella ocasión, habían quedado para el veintiséis de diciembre, y a Tessa le hubiera gustado tener la previsión de enero hecha, pero, tal y como iban las cosas, lo más probable era que su socia tuviera que hacerse cargo de los clientes de comienzo de año.

Por eso, lo mínimo que podía hacer era prepararle por escrito todos los contactos con las fechas de pago previstas. Si todos aquellos trabajos salían bien, en aquel año probablemente doblarían sus ingresos.

Una de las dificultades, sin embargo, era que muchos de los clientes vivían desperdigados por el país. Las Vegas. Baltimore. Anchorage. Houston.

—Houston —murmuró Tessa cerrando los ojos e intentando colocar aquella ciudad en el mapa de Texas.

Había estado en Dallas dos veces por motivos de trabajo, pero no había estado nunca en Houston, aunque le sonaba que estaba al sureste.

—¿A cuánto estará Houston de aquí…? —se preguntó en voz alta.

¿Por qué? ¿Porque así tendría excusa para volver a ver a Cole Lawry?

Tessa se apresuró a cerrar el programa. Qué ridículo. Claro que no era por eso.

A continuación, se puso en pie y guardó el portátil en su bolsa de viaje.

Ya había perdido mucho tiempo recordando una y otra vez su encuentro. La manera en la que Cole se había comportado cuando Joey había vomitado, el enfado cuando había sospechado que ella trabajaba para su ex mujer, la diferencia que había entre la parte superior de su cuerpo, bien musculada y fuerte, y la parte inferior, de piernas largas y delgadas.

Sí, aquel hombre era interesante, pero no era su tipo.

—Ya basta —murmuró—. Me importa muy poco que sea interesante o no.

Normalmente, Tessa jamás hablaba consigo misma.

Tras cerrar la cremallera de la bolsa de viaje, decidió que, en cuanto Joey se despertara y lo tuviera vestido, pagaría el hotel y se irían a algún sitio a desayunar.

La cafetería en la que habían cenado la noche anterior no estaba mal. Con un poco de suerte, podrían estar en la carretera a las diez.

—Joey… —le dijo acariciándole el hombro con ternura.

Algunos días, su sobrino se despertaba inquieto, huyendo de villanos imaginarios que lo hacían llorar durante unos minutos como si fuera el fin del mundo. La verdad era que cuando se despertaba por voluntad propia lo hacía de manera mucho más tranquila.

—Mamá —gritó el niño con los brazos abiertos.

—No, cariño, lo siento, soy la tía Tessa. Ven aquí, cielo. Ven que te abrazo.

El niño sollozó sobre su hombro sólo unos segundos.

—¿Becky? —preguntó a continuación refiriéndose a los cereales que Sunny siempre le daba para desayunar.

Tessa había aprendido a llevar una bolsita con ella.

—Sí, cielo, aquí los tienes —dijo entregándoselos—. Cómetelos mientras me visto y luego nos vamos a tomar unas tortitas o unos huevos o lo que quieras.

La mañana pasó muy deprisa, como suele suceder cuando se está con un niño pequeño. La recepcionista del motel no puso ningún problema para que Tessa dejara el coche en el aparcamiento mientras iban a desayunar y resultó que Joey, a pesar de haber vomitado el día anterior, tenía apetito.

Para cuando volvieron al motel, a Tessa le dolía la cabeza, pues había olvidado las gafas de sol en la habitación.

—Venga, cariño, vámonos. La abuela nos está esperando.

—Quiero jugar más.

Tessa le había dicho que podía jugar diez minutos en el parque que había frente al motel y eso había sido hacía más de media hora. Joey no parecía tener ninguna prisa por irse y lo cierto era que Tessa tampoco. Había algo tranquilo y sereno en aquel pueblo. Tessa se quedó mirando las hojas de los árboles que crecían a ambas orillas del río Medina, que no se parecía en nada a los ríos de Oregón.

Oregón.

Otro mundo.

Su hogar.

¿De verdad era su hogar ahora que su madre y su hermana no estaban? A veces, cuando eran pequeñas, no habían tenido casa, pero siempre habían estado juntas.

—Bueno, Joey, nos vamos. La abuela nos está esperando.

Joey salió corriendo a toda velocidad que le permitían sus pequeñas piernecillas y Tessa se rió al comprobar que lo hacía en dirección al aparcamiento. Cuando el niño se dio cuenta de su error, se enfadó sobremanera, pero su tía lo tomó en brazos y lo abrazó entre risas.

—Nos vamos con la abuela, nos vamos con la abuela, nos vamos con la abuela

—le dijo mientras lo aseguraba en su sillita.

Joey se rió y Tessa le entregó un zumo y un tractor de juguete. A continuación, cerró la puerta. Tenía el bolso y la bolsa con lo que había comprado en la farmacia en el asiento del copiloto y, como su ventana estaba abierta, metió la mano para ponerse las gafas de sol. Mientras las buscaba, oyó que un conductor gritaba y, al levantar la mirada, comprobó que lo hacía a una mujer de pelo largo y rizado que iba en bicicleta.

El conductor del coche gritó algo que Tessa no llegó a comprender mientras la ciclista entraba en el aparcamiento del motel.

—Dios mío, desde luego, hay conductores que se creen que la carretera es suya

—se lamentó la recién llegada—. Vaya, a ti precisamente quería verte —le dijo parándose a poco más de un metro de ella—. Hola, soy del periódico local y se me había ocurrido escribir un artículo para que la gente supiera la difícil situación que estás viviendo —le dijo bajándose de la bicicleta y sacándose un cuaderno de la mochila que llevaba a la espalda.

—¿Te refieres al accidente de mi hermana? —contestó Tessa estrechándole la mano—. Gracias por la oferta, pero no me interesa. En todo caso, ¿cómo te has enterado?

—Ya sabes que en los sitios pequeños todos nos enteramos de todo. Venga, te aseguro que no vamos a tardar mucho. Sólo un par de cosas.

A Tessa no le gustaba que insistieran cuando había dicho que no y, además, a Joey no le gustaba esperar.

—Gracias, pero no me interesa —repitió—. Estamos bien. Mi hermana tiene un seguro médico que está cubriendo los gastos de hospitalización y, de momento, no se puede hacer nada más.

—¿Sois creyentes? Lo digo porque podríamos organizar una rueda de oración.

A mi madre le encantaría.

¿Creyentes? ¿Contaría meterse en la cama por las noches rezando para tener comida al día siguiente?

—Muchas gracias, pero no somos creyentes y no creo que a mi madre le hiciera ninguna gracia que la gente se metiera en su vida.

Sus palabras, tajantes y decididas, tuvieron el efecto deseado, pues la reportera dejó de escribir y la miró a los ojos.

—Me parece que acusar a un hombre de ser el padre de un niño al que jamás ha visto es meterse en su vida también.

Tessa se fijó entonces en ciertos detalles que le habían pasado desapercibidos hasta el momento. Por ejemplo, que aquella mujer estaba embarazada de varios meses.

—Supongo que eres la hermana de Cole.

—Sí, soy Annie Smith. Mi hermano estuvo anoche en casa y me habló de tus acusaciones.

—Te agradecería que te informaras bien antes de hablar porque yo no lo he acusado en ningún momento de nada. Lo único que estoy intentando es descubrir la verdad por el bien de Joey —contestó Tessa.

En aquel momento, el niño se puso a berrear y a golpear con los pies el reposacabezas del copiloto. Evidentemente, estaba harto de estar encerrado en el coche mientras su tía estaba fuera charlando tranquilamente.

—Nos tenemos que ir —anunció—. Le he dicho a mi madre que estaríamos de vuelta en San Antonio para el segundo turno de visitas. Las enfermeras se están portando fenomenal, pero aun así nos gusta estar con mi hermana y es agotador para la misma persona estar las veinticuatro horas del día los siete días de la semana.

Annie se acercó a la ventanilla del coche y se quedó mirando al niño. Tessa se dijo que tenía derecho y que no debía apartarla, pues, tal vez, fuera también tía de Joey. Aquello le hizo sentir cierto mareo, pues la verdad era que nunca se había parado a pensar en la familia del padre de su sobrino.

—Es una monada —sonrió Annie golpeando con las yemas de los dedos en el cristal—. Pero si es rubio con ojos azules… Yo sé de otro que tenía el pelo y los ojos exactamente iguales.

Tessa dio por hecho que se refería a su hermano.

—Joey es exactamente igual que mi hermana —le dijo—. Disculpa, pero nos tenemos que ir. Cuando veas a tu hermano, dile de mi parte que… bueno, no le digas nada. Ya se lo digo yo.

Dicho aquello, se metió en el coche y se alejó sin mirar atrás, sintiendo que el corazón le latía aceleradamente y que le sudaban las palmas de las manos. No le había hecho ninguna gracia que la hermana de Cole le hubiera dado a entender que no era trigo limpio.

Nunca le había hecho gracia que los demás dieran ciertas cosas por supuestas.

En otros momentos de su vida, las sospechas de los demás habían sido ciertas, pero sólo debido a las circunstancias. En cuanto había sido mayor, se había esforzado por cambiar aquellas circunstancias.

Annie Smith estaba equivocada. Tessa no quería nada de Cole. No quería su dinero, no quería que su hermana fuera contándole a todo el mundo lo que le había ocurrido a Sunny y, desde luego, no quería su compasión.

Antes de poner rumbo a San Antonio, sólo le quedaba pasarse por casa de Amelia, la amiga de su hermana que la había invitado a Texas. Según el diario de Sunny, Amelia había estado presente cuando había conocido Cole Lawry.

Con un poco de suerte, Amelia le confirmaría que Cole no era el padre de Joey y la ayudaría a saber quiénes eran «el señor Big» y otro chico al que su hermana llamaba «G».