CONTINUACIÓN DE LA CONFESIÓN
DE VISHNU KARKARÉ
Nathuram estaba de buen humor. Estaba contento y relajado. Hacia las ocho y media de la tarde, nos dijo:
—Venid, tenemos que comer juntos por última vez. Es preciso que sea una buena comida, una verdadera fiesta. Tal vez los tres nunca volvamos a tener otra.
Bajamos de la habitación y atravesamos la estación hasta el restaurante «Brandon’s», establecimiento que pertenecía a una cadena de fondas de estación.
—No podemos ir ahí —dijo Apté—, Karkaré es vegetariano.
—Tienes razón —respondió Nathuram, echándome el brazo por el hombro—. Esta noche tenemos que permanecer juntos.
Y salimos en busca de otro restaurante. Pedimos una cena principesca: arroz, legumbres con especias, chapati. El camarero nos dijo que no había leche cuajada de cabra, esa bebida que solemos tomar en casa cuando celebramos un banquete vegetariano. Nathuram llamó al jefe de camareros y le dio cinco rupias.
—Esta cena es una fiesta —le dijo—. Queremos beber leche cuajada. Vaya a donde quiera, pero tráiganosla al precio que sea.
Encantados por nuestro festín, acompañamos a Nathuram hasta su habitación. Estábamos dispuestos a quedarnos con él y charlar, pero nos dijo:
—Ahora, dejadme descansar. Quiero estar solo.
Al salir de la habitación, Karkaré se volvió para saludar a su amigo. El hombre que iba a matar a Gandhi estaba ya echado sobre la cama sumido en la lectura de uno de los dos libros que se había traído a Nueva Delhi. Era una novela policíaca, un Perry Mason de Erle Stanley Gardner.
Gandhi pasó el último anochecer de su vida puliendo la redacción de lo que sería su testamento, la nueva constitución del partido del Congreso. A las nueve y cuarto, terminado su trabajo, se levantó.
—Me da vueltas la cabeza —se quejó.
Se tendió, apoyando la cabeza en las rodillas de Manu, que le friccionó con aceite. Para sus íntimos, estos momentos que precedían al sueño eran la parte privilegiada en la agitación del día, breve cuarto de hora en que Bapu cesaba de pertenecer a todos para ser solamente de ellos. Descansado y feliz, Gandhi tenía costumbre de hacer entonces el balance de la jornada, esmaltando sus frases con su dulce ironía habitual.
Esta noche, el Mahatma estaba triste. Incapaz de olvidar la imagen del refugiado lleno de odio que le había injuriado, guardó silencio durante varios minutos. Luego, reflexionando en la carta que acababa de redactar, atacó la creciente corrupción de los jefes políticos.
—¿Cómo podremos mirar cara a cara al mundo, si persiste tanta corrupción? —se inquietó—. El honor de la nación entera se halla ligado a los que han participado en el combate por la liberación. Si ellos abusan de su poder, no podemos sino esperar lo peor.
Tras un nuevo silencio, recitó en urdu, con voz apenas audible, una estrofa de un poeta nacido en Allahabad:
«Efímera es la primavera en el jardín del mundo. ¡Apresuraos a contemplar el grandioso espectáculo antes de que desaparezca!».