INTRODUCCIÓN
Tomar en serio a la conciencia
La conciencia es un gran misterio. Es, tal vez, el mayor obstáculo pendiente en nuestra búsqueda de una comprensión científica del universo. La ciencia física aún es incompleta, pero tenemos de ella una buena comprensión; la ciencia de la biología se deshizo de muchos antiguos misterios acerca de la naturaleza de la vida. Existen resquicios en nuestra comprensión de estos campos, pero no parecen imposibles de abordar. Tenemos una buena idea de la forma que podrían tener las soluciones de estos problemas; solamente necesitamos precisar los detalles.
Incluso en la ciencia de la mente se hicieron muchos progresos. Trabajos recientes en la ciencia cognitiva y en la neurociencia nos llevan a una mejor comprensión de la mente humana y de los procesos que la rigen. Seguramente, no tenemos muchas teorías detalladas de la cognición, pero los detalles no pueden estar muy lejos de nuestro alcance. La conciencia, sin embargo, sigue siendo tan desconcertante como siempre. Todavía nos resulta algo totalmente misterioso que la causalidad de la conducta esté acompañada de una vida interior subjetiva.
Tenemos buenas razones para pensar que la conciencia surge en sistemas físicos como el cerebro, pero tenemos poca idea de cómo es que surge o por qué existe. ¿Cómo podría un sistema físico como el cerebro ser también un experimentador? ¿Por qué debiera haber algo que es como un sistema de esta clase? Las teorías científicas actuales casi no abordan las preguntas realmente difíciles sobre la conciencia. No sólo carecemos de una teoría detallada; estamos totalmente a oscuras acerca de cómo encaja la conciencia en el orden natural.
En los últimos años aparecieron muchos libros y artículos sobre la conciencia, por lo que podría pensarse que estamos haciendo algún progreso. Sin embargo, en un examen más atento, puede verse que la mayor parte de estos trabajos dejan sin tratar los problemas más difíciles acerca de la conciencia. Frecuentemente, esos trabajos encaran lo que podría llamarse los problemas «fáciles» de la conciencia: ¿cómo procesa el cerebro los estímulos ambientales?, ¿cómo integra la información?, ¿cómo producimos informes sobre nuestros estados internos? Estas son preguntas importantes, pero su respuesta no significa resolver el problema difícil: ¿Por qué todo este procesamiento está acompañado por una vida interna que experimentamos? A veces se ignora por completo esta pregunta; a veces se la posterga para algún momento futuro y a veces simplemente se la declara resuelta. Pero, en cada caso, nos queda la sensación de que el problema central sigue siendo tan enigmático como siempre.
Esta perplejidad no debe ser motivo de desesperanza; más bien, hace que el problema de la conciencia sea uno de los desafíos intelectuales más excitantes de nuestro tiempo. Debido a que la conciencia es, al mismo tiempo, tan fundamental y tan incomprendida, una solución al problema podría afectar profundamente nuestra concepción del universo y de nosotros mismos.
Yo soy optimista acerca de la conciencia: creo que con el tiempo lograremos una teoría de ella, y este libro es un intento de encontrarla. Pero la conciencia no es un problema común; para lograr algún progreso, lo primero que debemos hacer es enfrentar las cuestiones que hacen que el problema sea tan difícil. Luego podremos avanzar hacia una teoría, sin pestañear y con una buena idea de la tarea que nos aguarda.
En este libro, no resuelvo el problema de la conciencia de una vez por todas, pero intento encauzarlo. Trato de aclarar cuáles son los problemas, sostengo que los métodos estándar de la neurociencia y la ciencia cognitiva no sirven para enfrentarlos y luego intento avanzar.
En el desarrollo de mi concepción de la conciencia, he tratado de obedecer a un número de restricciones. La primera y la más importante es tomar en serio a la conciencia. El modo más fácil de desarrollar una «teoría» de la conciencia es negar su existencia, o redefinir el fenómeno que requiere explicación como algo que no la necesita. Esto, por lo general, lleva a una teoría elegante, pero el problema no desaparece. En este libro supongo que la conciencia existe, y que es inaceptable redefinir el problema diciendo que sólo se trata de explicar en qué forma se realizan ciertas funciones cognitivas o conductuales. Esto es lo que quiero decir por tomar en serio a la conciencia.
Algunos dicen que la conciencia es una «ilusión», pero yo no tengo idea de lo que esto significa. Me parece que estamos más seguros de la existencia de la experiencia consciente de lo que estamos de cualquier otra cosa en el mundo. En ocasiones intenté intensamente convencerme a mí mismo de que en realidad no hay nada allí, que la experiencia consciente es vacua, una ilusión. Hay algo de atractivo en esta noción que tantos filósofos, en todas las épocas explotaron, pero al final resulta totalmente insatisfactoria. Cuando me encuentro absorto en una sensación del color naranja, algo ocurre. Hay algo que requiere explicación, aún luego de haber aclarado los procesos de discriminación y acción: se trata de la experiencia.
Es verdad, yo no puedo probar que haya un problema ulterior, precisamente porque no puedo probar que la conciencia existe. Lo que sabemos sobre la conciencia es más inmediato de lo que sabemos de cualquier otra cosa, de modo que una «demostración» es inapropiada. Lo más que puedo hacer es proporcionar argumentos cada vez que ello sea posible y refutar los argumentos del otro bando. No puedo negar que, en algún punto, esto requiere apelar a la intuición; pero todos los argumentos necesitan en algo de la intuición, y yo he tratado de ser lo más claro posible acerca de las intuiciones involucradas en los míos.
Podría considerarse que esta es una gran línea divisoria en el estudio de la conciencia. Si usted sostiene que una respuesta a los problemas «fáciles» explica todo lo que debe ser explicado, entonces tiene un tipo de teoría; si usted sostiene que existe un problema «difícil» ulterior, entonces tiene otro tipo. Pasado un cierto punto, es difícil argumentar a través de esta línea divisoria, y las discusiones frecuentemente se reducen a golpear sobre la mesa. A mí me parece obvio que hay algo más que necesita una explicación; a otros, les parece aceptable que no lo haya. (Encuestas informales sugieren que la proporción es de dos o tres a uno en favor del primer enfoque, con una tasa bastante constante entre los investigadores y estudiantes de una variedad de campos). Quizá, simplemente debamos aprender a vivir con esta división básica.
Este libro puede ser de interés intelectual para aquellos que piensan que en realidad no hay ningún problema, pero está dirigido principalmente a aquellos que sienten el problema como propio. En la actualidad ya tenemos una idea bastante buena del tipo de teoría que obtenemos cuando suponemos que no hay un problema ulterior. En este trabajo, he intentado explorar qué es lo que se puede inferir si se supone que sí existe un problema. La verdadera tesis del libro es que, si se toma en serio a la conciencia, se debería llegar a la posición que formulo.
La segunda restricción que adopté es tomaren serio a la ciencia. No intenté cuestionar las teorías científicas actuales en dominios sobre los que estas tienen autoridad. Al mismo tiempo, no temí arriesgarme en áreas en las que las opiniones de los científicos están tan carentes de fundamentos como las de cualquiera. Por ejemplo, no niego que el mundo físico esté causalmente cerrado o que la conducta pueda explicarse en términos físicos; pero si algún físico o un científico cognitivo sugiere que la conciencia puede explicarse en términos físicos, esto es meramente una expresión de deseos que no se basa en la teoría actual, y la cuestión sigue abierta. De este modo, traté de que mis ideas se mantuviesen compatibles con la ciencia contemporánea, pero no las limité a lo que los científicos contemporáneos encuentran aceptable.
La tercera restricción consiste en aceptar que la conciencia es un fenómeno natural sometido al dominio de las leyes naturales. Si esto es así, entonces debería haber alguna teoría científica correcta de la conciencia, podamos o no formularla. Parece difícil poner en duda que la conciencia sea un fenómeno natural: es una parte extraordinariamente sobresaliente de la naturaleza que surge en la especie humana y muy probablemente en muchas otras especies. Y tenemos todas las razones para creer que los fenómenos naturales están sujetos a leyes naturales fundamentales; sería muy extraño que la conciencia no lo estuviese. Esto no significa que las leyes naturales acerca de la conciencia sean como las leyes en otros dominios, o incluso que sean leyes físicas. Podrían ser de una clase muy distinta.
El problema de la conciencia está instalado de un modo inestable en la frontera entre la ciencia y la filosofía. Yo diría que es propiamente un tema científico: es un fenómeno natural como el movimiento, la vida y la cognición, y reclama una explicación lo mismo que ellos. Pero no está abierto a la investigación mediante los métodos científicos usuales. La metodología científica ordinaria tiene dificultades para captarlo, y una causa importante de esto son las dificultades para observar el fenómeno. Fuera del caso de primera persona, es difícil encontrar datos. Esto no significa que ningún dato externo pueda ser relevante, pero primero debemos llegar a una comprensión filosófica coherente antes de poder justificar la relevancia de los datos. De esta forma, el problema de la conciencia podría ser un problema científico que requiere métodos filosóficos de comprensión antes de que podamos despegar.
En este libro, llego a conclusiones que algunas personas podrían considerar «anticientíficas»: argumento que una explicación reductiva de la conciencia es imposible, y sostengo, incluso, una forma de dualismo. Pero esto es sólo parte del proceso científico. Ciertos tipos de explicaciones no resultan apropiadas, de modo que en su lugar necesitamos aceptar otros. Todo lo que aquí digo es compatible con los resultados de la ciencia contemporánea; nuestra imagen del mundo natural se amplía, no se subvierte. Y esta ampliación permite una teoría naturalista de la conciencia que sería imposible sin ella. Me parece que ignorar los problemas de la conciencia sería anticientífico; es coherente con el espíritu científico enfrentarlos directamente. A aquellos que sospechan que la ciencia requiere del materialismo, les pido que esperen y vean.
Debo hacer notar que las conclusiones de este trabajo son conclusiones en el sentido más fuerte de la palabra. Por temperamento, me inclino poderosamente por la explicación reductiva materialista, y no poseo ninguna fuerte inclinación espiritual o religiosa. Durante algunos años conservé la esperanza de lograr una teoría materialista; abandoné esa esperanza con bastante renuencia. Finalmente me resultó evidente que estas conclusiones eran obligatorias para cualquiera que quisiera tomar en serio a la conciencia. El materialismo es una cosmovisión hermosa y atractiva, pero para poder ofrecer una concepción de la conciencia debemos ir más allá de los recursos que este provee.
En este momento, sin embargo, estoy casi feliz con las conclusiones. No parecen tener ninguna consecuencia temible y permiten, en cambio, un modo de pensamiento y teorización sobre la conciencia que parece más satisfactorio en casi todos los aspectos. Y la expansión de la cosmovisión científica ha tenido un efecto positivo, al menos en mí: hizo que el universo parezca un lugar más interesante.
Este libro tiene cuatro partes. En la primera, planteo los problemas y defino un marco general dentro del cual estos pueden encararse. El capítulo 1 es una introducción al tema de la conciencia en el que analizamos algunos de los diferentes conceptos vinculados, extraemos un sentido en el que la conciencia es realmente interesante, y realizamos una descripción preliminar de la sutil relación que mantiene con el resto de la mente. El capítulo 2 desarrolla un marco metafísico y explicativo dentro del cual se plasma gran parte del resto del análisis. ¿Qué significa que un fenómeno sea explicado reductivamente, o que sea físico? Este capítulo expone una concepción de estas cuestiones, y se concentra en la noción de superveniencia. Sostengo que hay buenas razones para creer que casi todo en el mundo puede explicarse reductivamente; pero la conciencia podría ser una excepción.
Habiendo superado estos preliminares, la segunda parte se concentra en la irreducibilidad de la conciencia. En el capítulo 3 sostengo que los métodos estándar de la explicación reductiva no pueden dar cuenta de la conciencia. También hago una crítica a las diversas concepciones reductivas formuladas por los investigadores de la neurociencia, la ciencia cognitiva y otras disciplinas. Esta no es sólo una conclusión negativa: se deduce también que una teoría satisfactoria de la conciencia debería ser de una nueva clase, no reductiva, de teoría. En el capítulo 4 llevamos las cosas un paso más allá argumentando que el materialismo es falso y que una forma de dualismo es verdadera, y esbozamos la forma general que podría adoptar una teoría no reductiva de la conciencia. El capítulo 5 es fundamentalmente defensivo: considera algunos problemas evidentes de mi teoría que involucran la relación entre la conciencia y nuestros juicios sobre la misma, y sostiene que no plantean dificultades fatales.
En la tercera parte, paso a considerar una teoría positiva de la conciencia. Cada uno de los tres capítulos de esta parte desarrolla un componente de una teoría positiva. El capítulo 6 se concentra en la «coherencia» entre la conciencia y los procesos cognitivos, y formula un cierto número de vínculos sistemáticos entre los dos. Utilizo estos vínculos para analizar y fundamentar el papel central de la neurociencia y la ciencia cognitiva en la explicación de la conciencia humana. En el capítulo 7 se analiza la relación entre la conciencia y la organización funcional y se utilizan experimentos mentales para argumentar que la conciencia es un «invariante organizativo»: esto es, que todo sistema con la organización funcional correcta tendrá la misma clase de experiencia consciente, sin que importe de qué está hecho. En el capítulo 8 considero cuál sería la forma de una teoría fundamental de la conciencia, y sugiero que podría involucrar una relación estrecha entre la conciencia y la información. Este es, de lejos, el capítulo más especulativo, pero es probable que en este punto se necesite algo de especulación para poder progresar.
Los dos últimos capítulos son el postre. En ellos aplico lo anterior a cuestiones centrales en la fundamentación de la inteligencia artificial y la mecánica cuántica. En el capítulo 9 defiendo la tesis de una «inteligencia artificial fuerte»: la implementación de un programa computacional apropiado dará origen a una mente consciente. En el capítulo 10 considero la sorprendente cuestión de cómo debería interpretarse la mecánica cuántica y utilizo las ideas sobre la conciencia desarrolladas en los capítulos previos para dar apoyo a una interpretación «no colapsante» de la teoría.
Es posible que el material negativo sea el que produzca las mayores reacciones, pero mi verdadero objetivo es positivo: yo quiero obtener una teoría de la conciencia que funcione. Cuando ingresé en la filosofía, me sorprendió descubrir que la mayor parte del debate sobre la conciencia se concentraba en la cuestión de si había un problema o no, o en la de si era un fenómeno físico o no, y que la cuestión de construir teorías parecía haberse dejado de lado. Las únicas «teorías» parecían haber sido formuladas por aquellos que (a mi entender) no tomaban en serio a la conciencia. En la actualidad, disfruto de las complejidades del debate ontológico tanto como cualquiera, pero mi principal objetivo sigue siendo una teoría detallada. Si algunas de las ideas en este libro les resultan útiles a otros para construir una mejor teoría, el intento habrá valido la pena.
Esta obra pretende ser un trabajo serio de filosofía, pero me propuse que fuese accesible también a los no filósofos. Dentro de mi audiencia hipotética siempre estuvo mi propio yo estudiante de hace diez años: espero haber escrito un libro que él hubiera apreciado. Existen algunas secciones que son filosóficamente técnicas. Estas están marcadas con un asterisco (*), y los lectores pueden sentirse en libertad de saltearlas. El material más técnico se encuentra en los capítulos 2 y 4. El apartado 4 del primero, los apartados 2 y 3 del segundo y el apartado final del capítulo 5 contienen intrincadas cuestiones de semántica filosófica. Podría resultarle útil leer, aunque sólo fuera superficialmente, otras secciones con asterisco para formarse una idea de lo que allí expongo. Por lo general, coloqué el material o los comentarios especialmente técnicos sobre la literatura filosófica en notas al pie. El único concepto técnico crucial para el libro es el de superveniencia, que se introduce en el comienzo del capítulo 2. Este concepto tiene un nombre intimidante, pero expresa una idea muy natural, y una buena comprensión de él le ayudará a situar en el lugar justo a las cuestiones centrales. Gran parte del material posterior de este capítulo puede saltearse en una primera lectura, aunque usted podría querer volver a él más tarde para aclarar cuestiones a medida que estas surgen.
Para una breve excursión que evite los tecnicismos, lea el capítulo 1, lea superficialmente las primeras partes del capítulo 2 como conocimiento general, luego lea todo el capítulo 3 (pasando rápidamente por el apartado 1, si es necesario) para recoger los principales argumentos en contra de la explicación reductiva, y, en el primer y último apartado del capítulo 4, las consideraciones centrales sobre el dualismo. La lectura del comienzo del capítulo 6 es útil para entender la forma básica del enfoque positivo. Del material positivo, el capítulo 7 es, quizás, el más independiente y también el más divertido, con experimentos mentales fáciles de comprender que involucran cerebros de silicio; aquellos que disfrutan de las especulaciones osadas e imprecisas pueden encontrar interesante el capítulo 8 finalmente, los capítulos 9 y 10 pueden ser interesantes para cualquiera que se preocupe por las cuestiones involucradas.
Un par de anotaciones filosóficas es oportuno. La literatura filosófica sobre la conciencia es bastante asistemática: está conformada por líneas aparentemente independientes que tratan cuestiones relacionadas sin hacer contacto entre sí. Intenté imponer alguna estructura al desorden, mediante un marco unificador en el cual las diversas cuestiones metafísicas y explicativas se aclaran. Gran parte de la discusión en la literatura puede trasladarse a este marco general sin pérdida, y espero que esta estructura haga patente las profundas relaciones entre una serie de diferentes cuestiones.
Este trabajo quizá sea inusual en el hecho de evitar lo más posible la noción filosófica de identidad (entre estados mentales y físicos, por ejemplo) en favor de la noción de superveniencia. Encuentro que, por lo general, las discusiones formuladas en términos de identidad arrojan más confusión que luz sobre las cuestiones claves y, con frecuencia, permiten eludir las dificultades centrales. La superveniencia, en cambio, parece proporcionar un marco ideal dentro del cual pueden encararse las cuestiones cruciales. Para evitar una filosofía floja, sin embargo, debemos concentrarnos en la fortaleza de la conexión de superveniencia: ¿está respaldada por la necesidad lógica, por la necesidad natural o por algo más? Existe un amplio consenso acerca de que la conciencia, en cierto sentido, superviene a lo físico; el verdadero problema es cuán estrecha es la conexión. Las discusiones que ignoran estas cuestiones modales suelen eludir las preguntas más difíciles acerca de la conciencia. Las personas que sean escépticas acerca de esas nociones modales también lo serán respecto de todo mi análisis, pero creo que no hay ningún otro modo satisfactorio de enmarcar las cuestiones.
Para mí, uno de los placeres de trabajar en este libro provino del modo como el problema de la conciencia se extendió para hacer contacto con profundos problemas de muchas otras áreas de la ciencia y la filosofía. Pero el alcance y profundidad del problema también lo hacen humillante. Soy muy consciente de que en casi cualquier punto de este libro habría más para decir, y que en muchos sitios apenas arañé la superficie. Sin embargo, espero, aunque más no sea en forma mínima, haber sugerido que es posible hacer progresos en el problema de la conciencia sin negar su existencia o reducirla a algo que no es. El problema es fascinante y el futuro, excitante.