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Superveniencia y explicación

¿Cuál es el lugar de la conciencia en el orden natural? ¿La conciencia es física? ¿Puede la conciencia explicarse en términos físicos? Para poder responder estas preguntas, necesitamos construir un marco teórico; eso es lo que haremos en este capítulo. La pieza central de este marco teórico es el concepto de superveniencia: formularé una definición de este concepto y la utilizaré para aclarar la idea de explicación reductiva. Utilizando esta concepción, trazaré una imagen de la relación entre la mayoría de los fenómenos de alto nivel y los hechos físicos, una que parece cubrir todo excepto, quizá, la experiencia consciente.

1. Superveniencia

Se encuentra muy difundida la creencia de que los hechos más básicos acerca de nuestro universo son hechos físicos y que todos los demás hechos dependen de ellos. En un sentido bastante débil de «depender» esto podría ser casi trivialmente verdadero; en un sentido fuerte de «depender», esto es controversial. Existe una compleja variedad de relaciones de dependencia entre los hechos de alto nivel y los hechos de bajo nivel en general, y el tipo de relación de dependencia válido en un dominio, como la biología, puede no ser válido en otro, como el de la experiencia consciente. La noción filosófica de superveniencia proporciona un marco unificador dentro del cual pueden analizarse estas relaciones de dependencia.

La noción de superveniencia formaliza la idea intuitiva de que un conjunto de hechos puede determinar por completo otro conjunto de hechos[1]. Por ejemplo, los hechos físicos acerca del mundo parecen determinar a los hechos biológicos, en el sentido de que una vez que todos los hechos físicos fueron fijados, no hay lugar para que los hechos biológicos varíen. (Fijar todos los hechos físicos simultáneamente determinará qué objetos están vivos). Esto proporciona una caracterización aproximada del sentido en el cual las propiedades biológicas supervienen a las propiedades físicas. En general, la superveniencia es una relación entre dos conjuntos de propiedades: propiedades B —intuitivamente, las propiedades de alto nivel— y propiedades A, que son las propiedades más básicas de bajo nivel.

Para nuestros propósitos, las propiedades A relevantes son por lo general las propiedades físicas: más precisamente, las propiedades fundamentales invocadas por una teoría terminada de la física. Quizás estas incluyan la masa, la carga, la posición espaciotemporal; las propiedades que caracterizan la distribución de diversos campos espaciotemporales, la aplicación de diversas fuerzas, y la forma de diversas ondas; etc. La naturaleza precisa de estas propiedades no es importante. Si la física cambiase radicalmente, la clase relevante de propiedades podría ser bastante diferente de aquellas que menciono, pero los argumentos seguirán siendo válidos de todas maneras. Propiedades de alto nivel como la jugosidad, la grumosidad, la jiraficidad y otras están excluidas, aunque existe un sentido en el cual estas propiedades son físicas. En lo que sigue, nuestro discurso sobre las propiedades físicas estará implícitamente restringido a la clase de propiedades fundamentales, a menos que se indique lo contrario. A veces hablaré de las propiedades «microfísicas» o «físicas de bajo nivel» para ser explícito.

Los hechos A y hechos B acerca del mundo son los hechos concernientes a la instanciación y distribución de propiedades A y propiedades B[2]. De modo que los hechos físicos acerca del mundo abarcan todos los hechos relativos a la instanciación de propiedades físicas dentro del continuo espaciotemporal. También es útil estipular que los hechos físicos del mundo incluyen sus leyes físicas básicas. En algunas concepciones, estas leyes ya están determinadas por la totalidad de los hechos físicos particulares, pero no podemos darlo por sentado.

La plantilla para la definición de superveniencia es la siguiente:

Las propiedades B supervienen a las propiedades A si ningún par de situaciones posibles es idéntico respecto de sus propiedades A pero difiere en sus propiedades B.

Por ejemplo, las propiedades biológicas supervienen a las propiedades físicas si dos situaciones cualesquiera posibles que son físicamente idénticas son también biológicamente idénticas. (Aquí utilizo «idéntico» en el sentido de indiscernibilidad más que en el de identidad numérica. En este sentido, dos mesas distintas podrían ser físicamente idénticas). Pueden obtenerse nociones más precisas de superveniencia llenando esta plantilla. Según interpretemos las «situaciones» en cuestión como individuos o mundos enteros, obtendremos las nociones de superveniencia local o global, respectivamente. Y según cómo interpretemos la noción de posibilidad, obtendremos las nociones de superveniencia lógica, superveniencia natural y quizás otras. Especificaré estas distinciones en lo que sigue.

Superveniencia local y global

Las propiedades B supervienen localmente a las propiedades A si las propiedades A de un individuo determinan las propiedades B de ese mismo individuo, esto es, si dos individuos cualesquiera posibles que instancian las mismas propiedades A instancian también las mismas propiedades B. Por ejemplo, la forma superviene localmente a las propiedades físicas: dos objetos cualesquiera con las mismas propiedades físicas tendrán necesariamente la misma forma. El valor, sin embargo, no superviene localmente a las propiedades físicas: una réplica física exacta de la Mona Lisa no tiene el mismo valor que esta. En general, no existe superveniencia local a lo físico de una propiedad si esa propiedad de alguna forma depende del contexto, esto es, si la posesión de esa propiedad por parte del objeto depende no sólo de su constitución física sino también de su ambiente y su historia. La Mona Lisa es más valiosa que su réplica debido a una diferencia en su contexto histórico: la Mona Lisa fue pintada por Leonardo, pero la réplica no[3].

En cambio, las propiedades B supervienen globalmente a las propiedades A si los hechos A acerca de todo el mundo determinan los hechos B: esto es, si no hay dos mundos posibles que son idénticos respecto de sus propiedades A, pero que difieren respecto de sus propiedades B[4]. Un mundo aquí debe pensarse como todo un universo; diferentes mundos posibles corresponden a diferentes modos en los que el universo podría ser.

La superveniencia local implica la superveniencia global, pero no viceversa. Por ejemplo, es plausible que las propiedades biológicas supervengan globalmente a las propiedades físicas, en el sentido de que cualquier mundo físicamente idéntico al nuestro también será biológicamente idéntico. (Sin embargo, es necesario hacer aquí alguna pequeña advertencia, que expondré en unos momentos). Pero probablemente no supervienen localmente. Es posible que dos organismos físicamente idénticos difieran en ciertas características biológicas. Por ejemplo, uno podría ser más apto que el otro debido a diferencias en sus contextos ambientales. Es concebible, incluso, que organismos físicamente idénticos pudieran ser miembros de diferentes especies si hubiesen tenido historias evolutivas diferentes.

La distinción entre superveniencia global y local no es demasiado importante cuando se trata de la experiencia consciente, porque es probable que si la conciencia superviene a lo físico, lo haga en forma local. Si dos criaturas son físicamente idénticas, entonces las diferencias en los contextos ambientales e históricos no les impedirán tener experiencias idénticas. Por supuesto, el contexto puede afectar la experiencia en forma indirecta, pero sólo en virtud de que afecta la estructura interna, como en el caso de la percepción. Los fenómenos como las alucinaciones y las ilusiones ilustran el hecho de que es su estructura interna y no el contexto lo que es directamente responsable de la experiencia.

Superveniencia lógica y natural

Una distinción más importante para nuestros propósitos es la que existe entre la superveniencia lógica (o conceptual) y la mera superveniencia natural (o nomológica, o empírica).

Las propiedades B supervienen lógicamente a las propiedades A si ningún par de situaciones lógicamente posibles son idénticas respecto de sus propiedades A pero distintas respecto de sus propiedades B. Tendré más para decir acerca de la posibilidad lógica más adelante en este capítulo. Por ahora, se la puede considerar como posibilidad en el sentido más amplio de la palabra, lo que corresponde aproximadamente a la conceptibilidad, relativamente no constreñida por las leyes de nuestro mundo. Es útil pensar en un mundo lógicamente posible como un mundo que podría haber estado dentro de las posibilidades de creación de Dios (¡hipotéticamente!), si así lo hubiese deseado[5]. Dios no podría haber creado un mundo con zorras machos, pero podría haber creado un mundo con teléfonos voladores. En la determinación de la posibilidad lógica de que algún enunciado sea verdadero, las restricciones son principalmente conceptuales. La noción de una zorra macho es contradictoria, de modo que es una noción lógicamente imposible; la noción de un teléfono volador es conceptualmente coherente, aunque un poco fuera de lo ordinario, de modo que un teléfono volador es lógicamente posible.

Debería ponerse de relieve que la superveniencia lógica no se define en términos de deducibilidad en cualquier sistema de lógica formal. Más bien, la superveniencia lógica se define en términos de mundos (e individuos) lógicamente posibles, donde la noción de un mundo lógicamente posible es independiente de estas consideraciones formales. Este tipo de posibilidad suele denominarse en la literatura filosófica posibilidad «lógica en sentido amplio», en oposición a la posibilidad «lógica en sentido estricto» que depende de sistemas formales[6].

En el nivel global, las propiedades biológicas supervienen lógicamente a las propiedades físicas. Ni siquiera Dios podría haber creado un mundo que fuese físicamente idéntico al nuestro pero biológicamente distinto. Simplemente no hay espacio lógico para que los hechos biológicos varíen en forma independiente. Cuando fijamos todos los hechos físicos acerca del mundo —incluyendo los hechos sobre la distribución de cada partícula a través del espacio y tiempo— habremos también fijado la forma macroscópica de todos los objetos en el mundo, el modo como se mueven y funcionan, el modo como interactúan físicamente. Si hay un canguro viviente en este mundo, entonces cualquier mundo que sea físicamente idéntico a este contendrá un canguro físicamente idéntico y ese canguro automáticamente estará vivo.

Podemos imaginar que un superser hipotético —digamos el demonio de Laplace, que conoce la posición de cada partícula en el universo— podría directamente «leer» todos los hechos biológicos, una vez que conoce todos los hechos microfísicos. Estos son suficientes para que este ser construya un modelo de la estructura microscópica y la dinámica del mundo todo a lo largo del espacio y tiempo, a partir de lo cual puede directamente deducir la estructura macroscópica y su dinámica. Con esto, tiene toda la información que necesita para determinar qué sistemas están vivos, qué sistemas pertenecen a la misma especie, etc. Si posee los conceptos biológicos y una especificación completa de los hechos microfísicos, ninguna otra información será relevante.

En general, cuando las propiedades B supervienen lógicamente a las propiedades A, podemos decir que los hechos A implican a los hechos B, donde un hecho implica a otro si es lógicamente imposible que el primero sea verdadero y el segundo no. En estos casos, el demonio de Laplace podría leer los hechos B a partir de una especificación de los hechos A, siempre que posea los conceptos B en cuestión. (Diré mucho más acerca de las conexiones entre estos diferentes modos de entender la superveniencia lógica más adelante en este mismo capítulo; el presente análisis es fundamentalmente con propósitos de ilustración). En cierto sentido, cuando la superveniencia lógica es válida, todo lo que implica que los hechos B sean como son es que los hechos A son como son.

Puede haber superveniencia sin superveniencia lógica, sin embargo. La variedad más débil de superveniencia surge cuando dos conjuntos de propiedades están sistemática y perfectamente correlacionados en el mundo natural. Por ejemplo, la presión que ejerce un mol de gas depende sistemáticamente de su temperatura y volumen según la ley pY = KT, donde K es una constante (para los propósitos de la ilustración supongo que todos los gases son ideales). En el mundo real, cuando hay un mol de gas a una temperatura y volumen dados, su presión estará determinada: es empíricamente imposible que dos moles distintos de gas puedan tener la misma temperatura y volumen pero diferente presión. Se deduce que, en cierto sentido, la presión de un mol de gas superviene a su temperatura y volumen. (En este ejemplo, interpreto a la clase de propiedades A en una forma mucho más estrecha que a la clase de propiedades físicas, por razones que se aclararán pronto). Pero esta superveniencia es más débil que la superveniencia lógica. Es lógicamente posible que un mol de gas con una temperatura y volumen determinados puedan tener una presión diferente; por ejemplo, imagínese un mundo en el cual la constante K del gas sea mayor o menor. Más bien, es sólo un hecho de la naturaleza que exista esa correlación.

Este es un ejemplo de superveniencia natural de una propiedad a otras: en esta instancia, la presión superviene naturalmente a la temperatura, al volumen y a la propiedad de ser un mol de gas. En general, las propiedades B supervienen naturalmente a las propiedades A si cualesquiera dos situaciones naturalmente posibles con las mismas propiedades A tienen las mismas propiedades B.

Una situación naturalmente posible es una que podría realmente ocurrir en la naturaleza sin violar ninguna ley natural. Esta es una restricción mucho más fuerte que la mera posibilidad lógica. Por ejemplo, un escenario con una constante diferente para el gas es lógicamente posible, pero nunca podría ocurrir en el mundo real, de modo que no es naturalmente posible. Entre las situaciones naturalmente posibles, dos moles de gas cualquiera con la misma temperatura y volumen tendrán la misma presión.

De modo intuitivo, la posibilidad natural corresponde a lo que consideramos es una posibilidad empírica real: una situación naturalmente posible es una que podría surgir en el mundo real, si las condiciones fuesen las correctas. Estas incluyen no sólo situaciones reales sino también situaciones contrafácticas que podrían haber surgido en la historia del mundo, si las condiciones fronterizas hubiesen sido diferentes, o que podrían surgir en el futuro, según cómo resulten las cosas. Por ejemplo, un rascacielos de dos kilómetros de alto casi seguro es naturalmente posible, aún cuando en la actualidad no se haya construido ninguno. Incluso es naturalmente posible (aunque muy improbable) que un mono pudiese mecanografiar Hamlet. También podemos considerar que una situación naturalmente posible es una situación conforme a las leyes naturales de nuestro mundo[7]. Por esta razón, la posibilidad natural se denomina a veces posibilidad nomológica[8], proveniente del término griego nomos, «ley».

Existe un vasto número de situaciones lógicamente posibles que no son naturalmente posibles. Cualquier situación que viola las leyes naturales de nuestro mundo cae dentro de esta clase: un universo sin gravedad, por ejemplo, o con valores diferentes de las constantes fundamentales. La ciencia ficción proporciona muchas situaciones de este tipo, tales como dispositivos antigravitacionales y las máquinas de movimiento perpetuo. Estas son fáciles de imaginar, pero casi seguramente nunca existirán en nuestro mundo.

En la dirección opuesta, cualquier situación que sea naturalmente posible es también lógicamente posible. La clase de las posibilidades naturales es, por lo tanto un subconjunto de la clase de posibilidades lógicas. Para ilustrar esta distinción: un kilómetro cúbico de oro y un kilómetro cúbico de uranio 235 parecen lógicamente posibles pero, por lo que sabemos, sólo el primero es naturalmente posible, un kilómetro cúbico (estable) de uranio 235 no podría existir en nuestro mundo.

La superveniencia natural ocurre cuando, entre todas las situaciones naturalmente posibles, las que poseen la misma distribución de propiedades A tienen la misma distribución de propiedades B: esto es, cuando los hechos A acerca de una situación naturalmente necesitan los hechos B. Esto ocurre cuando las mismas agrupaciones de propiedades A en nuestro mundo están siempre acompañadas por las propiedades B, y cuando esta correlación no es sólo accidental sino legaliforme: esto es, la instanciación de las propiedades A siempre producirá las propiedades B, cuando y donde sea que esto ocurra. (En términos filosóficos, la dependencia debe mantenerse en los contrafácticos). Esta coocurrencia no tiene por qué mantenerse en toda situación lógicamente posible, pero debe ser válida en toda situación naturalmente posible.

Es claro que la superveniencia lógica implica la superveniencia natural. Si dos situaciones lógicamente posibles cualesquiera con las mismas propiedades A tienen las mismas propiedades B, entonces dos situaciones cualesquiera naturalmente posibles también lo harán. Lo recíproco, sin embargo, no es válido, como lo ilustra la ley de los gases. La temperatura y el volumen de un mol de gas determinan su presión en todas las situaciones naturalmente posibles, pero no en todas las lógicamente posibles, de modo que la presión depende naturalmente pero no lógicamente de la temperatura y el volumen. Cuando tenemos superveniencia natural sin superveniencia lógica, diremos que tenemos una mera superveniencia natural.

Por razones que se aclararán más adelante, es difícil encontrar casos de superveniencia natural en el conjunto de propiedades físicas sin superveniencia lógica, pero la conciencia puede proporcionar una ilustración útil. Parece muy probable que la conciencia sea naturalmente superveniente, local o globalmente, a las propiedades físicas, en la medida que en el mundo natural, dos criaturas cualesquiera físicamente idénticas tendrán experiencias cualitativamente idénticas. Sin embargo, no es claro en absoluto que la conciencia sea lógicamente superveniente a propiedades físicas. Parece lógicamente posible, al menos para muchos, que una criatura físicamente idéntica a un ser consciente pueda no tener experiencias conscientes en absoluto, o que pueda tener experiencias conscientes de una clase diferente. (Algunos no están de acuerdo con esto, pero, por ahora, sólo utilizo la cuestión como ilustración). Si esto es así, entonces la experiencia consciente superviene naturalmente pero no lógicamente a lo físico. La conexión necesaria entre la estructura física y la experiencia está asegurada sólo por las leyes de la naturaleza, y no por alguna fuerza lógica o conceptual.

La distinción entre superveniencia lógica y natural es vital para nuestros propósitos[9]. Podemos comprender de una manera intuitiva la distinción del siguiente modo. Si las propiedades B supervienen lógicamente a las propiedades A, entonces una vez que Dios (hipotéticamente) crea un mundo con ciertos hechos A, los hechos B los acompañan gratuitamente como consecuencia automática. Sin embargo, si las propiedades B poseen una mera superveniencia natural a las propiedades A, entonces, después de definir los hechos A, a Dios aún le resta trabajo por hacer para definir los hechos B: debe asegurarse de que exista una ley que relacione los hechos A con los hechos B. (Tomo prestada esta imagen de Kripke, 1972). Una vez que esta ley existe, los hechos A relevantes producirán automáticamente los hechos B; pero podríamos, en principio, haber tenido una situación en la que esto no sucediese.

También, a veces, oímos hablar de la superveniencia metafísica, que no se basa ni en la necesidad lógica ni en la natural, sino en la «necesidad tout court», o «necesidad metafísica» como a veces se la conoce (inspirándose en la discusión sobre la necesidad a posteriori de Kripke (1972). Argumentaré más adelante que los mundos metafísicamente posibles son sólo los mundos lógicamente posibles (y que la posibilidad metafísica de los enunciados es posibilidad lógica con un giro semántico a posteriori), pero, por ahora, resultará inofensivo suponer que existe una noción de superveniencia metafísica, que debe ser especificada por analogía con las nociones de más arriba de superveniencia lógica y natural. También se menciona ocasionalmente una noción de superveniencia «débil», pero parece ser demasiado débil como para expresar una relación de dependencia interesante entre propiedades[10].

La distinción lógica-natural y la distinción global-local se entrecruzan. Es razonable hablar de superveniencia lógica global y de superveniencia lógica local, aunque nos ocuparemos más frecuentemente de la primera. Cuando hablo de superveniencia lógica sin otro modificador, me refiero a la superveniencia lógica global. También es coherente hablar de superveniencia natural global y local, pero las relaciones de superveniencia natural que nos interesan son, por lo general, locales o al menos localizables, por la simple razón de que la evidencia de una relación de superveniencia natural consiste usualmente en regularidades locales entre grupos de propiedades[11].

Un problema de la superveniencia lógica*

No podemos ignorar un problema técnico de la noción de superveniencia lógica. Este problema surge de la posibilidad lógica de un mundo físicamente idéntico al nuestro, pero que posea sustancia no física adicional que no existe en nuestro propio mundo: ángeles, ectoplasma y fantasmas, por ejemplo. Un mundo concebible exactamente como el nuestro, excepto que tiene algunos ángeles extra revoloteando en un dominio no físico hecho de ectoplasma. Si fuesen capaces de reproducirse y evolucionar estos ángeles podrían tener propiedades biológicas propias. Es posible que los ángeles pudieran tener todo tipo de creencias, y sus comunidades podrían tener una estructura social compleja.

El problema que estos ejemplos plantean es claro. El mundo de ángeles es físicamente idéntico al nuestro, pero es biológicamente distinto. Si el mundo de ángeles es lógicamente posible, entonces, de acuerdo con nuestra definición, las propiedades biológicas no son supervenientes a las propiedades físicas. Pero, queremos decir que las propiedades biológicas son supervenientes a las propiedades físicas, al menos en este mundo si no en el mundo de ángeles (¡suponiendo que no haya ángeles en el mundo real!). Intuitivamente, parece indeseable que la mera posibilidad lógica del mundo de ángeles obstaculice la determinación de las propiedades biológicas por las propiedades físicas en nuestro propio mundo…

Este tipo de problema hizo que algunos (por ejemplo, Haugeland, 1982; Petri, 1987) sugiriesen que la posibilidad y la necesidad lógicas son demasiado fuertes para servir como tipo relevante de posibilidad y necesidad en las relaciones de superveniencia, y que en su lugar debería utilizarse una variedad más débil como la posibilidad y la necesidad natural. Pero esto haría que la distinción muy útil entre superveniencia lógica y natural que esbozamos más arriba resulte inútil, y también ignoraría el hecho de que hay un sentido muy real en el cual los hechos biológicos acerca de nuestro mundo están determinados lógicamente por los hechos físicos. Otros (por ejemplo, Teller, 1989) hicieron frente a la cuestión estipulando que los mundos con sustancias no física extra no son ni lógica ni metafísicamente posibles, a pesar de las apariencias, pero esto hace que la posibilidad lógica y metafísica parezca bastante arbitraria. Afortunadamente, estas medidas no son necesarias. Si formulamos la definición de un modo apropiado, es posible mantener una noción útil de superveniencia lógica compatible con la posibilidad de estos mundos[12].

La clave de la solución es transformar la superveniencia en una tesis acerca de nuestro mundo (o más en general, acerca de mundos particulares). Esto concuerda con la intuición de que los hechos biológicos están lógicamente determinados por los hechos físicos en nuestro mundo, a pesar de la existencia de mundos bizarros en los que pueden no estarlo. De acuerdo con una definición revisada, las propiedades B son lógicamente supervenientes a las propiedades A si las propiedades B en nuestro mundo están lógicamente determinadas por las propiedades A en el siguiente sentido: en cualquier mundo posible con los mismos hechos A, ocurren los mismos hechos B[13]. La existencia de mundos con hechos B extra no contradice entonces la superveniencia lógica en nuestro mundo, siempre que por lo menos los hechos B que son verdaderos en nuestro mundo sean verdaderos en todos los mundos físicamente idénticos. Y esto será así por lo general (con una excepción que expondremos más abajo). Si hay un koala comiendo en un eucalipto en este mundo, habrá un koala idéntico comiendo en un eucalipto en cualquier mundo físicamente idéntico, independientemente de que ese mundo tenga ángeles merodeando.

Existe una complicación menor. Hay un cierto tipo de hechos biológicos acerca de nuestro mundo que no vale en el mundo de ángeles: el hecho de que el nuestro no tiene ectoplasma viviente, por ejemplo, y el hecho de que todos los seres vivientes se basan en el ADN. Quizá sea posible que el mundo de ángeles pueda incluso estar construido con ectoplasma causalmente dependiente de procesos físicos, de modo que una copulación de uombats en el plano físico podría producir a veces uombats ectoplasmáticos bebé en el plano no físico. Entonces, podría haber un uombat que no tenga hijos (en un cierto sentido) en nuestro mundo, con una contraparte que sí los tenga en el mundo angélico físicamente idéntico. Se deduce que la propiedad de no tener hijos no es superveniente según nuestra definición, y tampoco las propiedades al nivel del mundo como la de no poseer ectoplasma viviente. No todos los hechos acerca del mundo surgen solamente de los hechos físicos.

Para analizar el problema, nótese que todos estos hechos involucran aseveraciones existenciales negativas y, por lo tanto, dependen no sólo de lo que sucede en nuestro mundo sino también de lo que no. No podemos esperar que estos hechos estén determinados por algún tipo de hechos localizados, ya que dependen no sólo de los sucesos locales en el mundo sino también de los límites del mismo. Las tesis de superveniencia sólo deberían aplicarse a los hechos y propiedades positivos, aquellos que no pueden ser negados simplemente agrandando un mundo. Podemos definir un hecho positivo en W como aquel que vale en todos los mundos que contienen a W como una parte propia[14]; una propiedad positiva es aquella que si está instanciada en un mundo W, también está instanciada por el individuo correspondiente en todos los mundos que contienen a W como parte propia[15]. La mayoría de los hechos y propiedades cotidianos son positivos, piénsese en la propiedad de ser un canguro, de tener un metro ochenta de altura o tener u hijo. Los hechos y propiedades negativos siempre involucrarán aseveraciones existenciales negativas de una forma u otra. Estas incluyen hechos existenciales explícitamente negativos tales como la no existencia del ectoplasma, hechos cuantificados universalmente tal como el hecho de que todos los seres vivientes se basan en el ADN, propiedades relaciónales negativas como la de no tener hijos y superlativas como la propiedad de ser el organismo más fecundo en existencia.

En el futuro, deberá entenderse que las relaciones de superveniencia de las que nos ocuparemos están restringidas a hechos y propiedades positivos. Cuando afirmamos que las propiedades biológicas supervienen a las propiedades físicas, sólo son las propiedades biológicas positivas las que están en cuestión. Todas las propiedades de las que nos ocupamos son positivas —propiedades físicas locales y fenoménicas, por ejemplo— de modo que esta no es una gran restricción.

Por lo tanto, la definición de la superveniencia lógica global de las propiedades B a las propiedades A se reduce a lo siguiente: para cualquier mundo lógicamente posible W que es A-indiscernible de nuestro mundo, los hechos B verdaderos en nuestro mundo son también verdaderos en W. No necesitamos incorporar ninguna cláusula acerca de la positividad, pero usualmente supondremos que los únicos hechos B y propiedades B relevantes son hechos y propiedades positivos. De modo similar, las propiedades B supervienen local y lógicamente a las propiedades A cuando para cada individuo concreto x y todo individuo lógicamente posible y, si y es A-indiscernible de x, entonces las propiedades B instanciadas por x son instanciadas por y. Más breve y generalmente: las propiedades B supervienen lógicamente a las propiedades A si los hechos B acerca de situaciones reales están implicados por los hechos A, donde las situaciones se interpretan como mundos e individuos en los casos global y local respectivamente. Esta definición captura la idea de que las aseveraciones de superveniencia son por lo general aseveraciones acerca de nuestro mundo, pero conserva también el papel clave de la necesidad lógica[16].

Superveniencia y materialismo

Las superveniencias lógica y natural tienen ramificaciones bastante diferentes para la ontología: esto es, para la cuestión de qué es lo que existe en el mundo. Si las propiedades B son lógicamente supervenientes a las propiedades A, entonces existe un sentido en el cual una vez que los hechos A están definidos, los hechos B ocurren sin costo adicional. Una vez que Dios (hipotéticamente) hizo que todos los hechos físicos en nuestro mundo fueran como son, los hechos biológicos los acompañaron sin ningún costo ulterior. Los hechos B meramente redescriben lo que los hechos A describen. Pueden ser hechos diferentes (un hecho acerca de elefantes no es un hecho microfísico), pero no son hechos ulteriores.

Con la mera superveniencia natural, la ontología no es tan directa. Las conexiones legaliformes contingentes conectan diferentes características del mundo. En general, si las propiedades B son supervenientes en forma simplemente natural a las propiedades A en nuestro mundo, entonces podría existir un mundo en el que nuestros hechos A fuesen válidos sin los hechos B. Como vimos antes, una vez que Dios fijó todos los hechos A, para fijar los hechos B tuvo que hacer más trabajo. Los hechos B van más allá de los hechos A y su satisfacción implica que hay algo nuevo en el mundo.

Con esto en mente podemos formular con precisión la doctrina ampliamente aceptada del materialismo (o fisicalismo), que, por lo general, se interpreta que sostiene que todo en el mundo es físico, o que no hay nada más allá de lo físico, o que los hechos físicos en cierto sentido agotan todos los hechos acerca del mundo. En nuestro lenguaje, el materialismo es verdadero si todos los hechos positivos acerca del mundo son lógicamente supervenientes en forma global a los hechos físicos. Esto captura la noción intuitiva de que si el materialismo es verdadero, entonces una vez que Dios determinó los hechos físicos acerca del mundo, todos los hechos quedaron determinados.

(O, al menos, todos los hechos positivos quedaron determinados. La restricción a hechos positivos es necesaria para asegurar que los mundos con hechos ectoplasmáticos extra no atenten en contra del materialismo en nuestro mundo. Los hechos existenciales negativos como «No hay ángeles» no son en sentido estricto lógicamente supervenientes a lo físico, pero su no superveniencia es compatible con el materialismo. En cierto sentido, para determinar los hechos negativos, Dios tuvo que hacer algo más que determinar los hechos físicos; tuvo que declarar «Eso es todo». (Si quisiéramos, podríamos agregar un hecho de segundo orden «Eso es todo» a la base de superveniencia en la definición del materialismo, en cuyo caso la restricción a los hechos positivos podría eliminarse).

Según esta definición, el materialismo es verdadero si todos los hechos positivos acerca de nuestro mundo están implicados por los hechos físicos[17]. Esto es, el materialismo es verdadero si para cualquier mundo lógicamente posible W que es físicamente indiscernible de nuestro mundo, todos los hechos positivos verdaderos en nuestro mundo son verdaderos en W. Esto es equivalente, a su vez, a la tesis de que cualquier mundo que es físicamente indiscernible del nuestro contiene una copia de nuestro mundo como una parte (propia o impropia), lo que parece ser una definición intuitivamente correcta[18]. (Esta es equivalente a la definición de fisicalismo dada por Jackson [1994], cuyo criterio es que todo duplicado físico mínimo de nuestro mundo es un duplicado simpliciter de él)[19].

Discutiré esta cuestión más en profundidad en el capítulo 4, donde justificaré más extensamente esta definición de materialismo. Algunos podrían objetar el uso de la posibilidad lógica en lugar de la posibilidad tout court o «posibilidad metafísica». Estas personas pueden sustituir posibilidad metafísica por posibilidad lógica en la definición de más arriba. Luego, argumentaré que significan lo mismo.

2. La explicación reductiva

El notable progreso de la ciencia durante los últimos siglos nos ha dado buenas razones para creer que hay muy poco que sea totalmente misterioso acerca del mundo. Para casi todo fenómeno natural por encima del nivel de la física microscópica, parece existir en principio una explicación reductiva: esto es, una explicación completa en términos de entidades más simples. En estos casos, cuando formulamos una concepción apropiada de los procesos de nivel inferior, la explicación de los fenómenos de nivel superior surge automáticamente.

Los fenómenos biológicos suministran una clara ilustración. La reproducción puede explicarse formulando una concepción de los mecanismos genéticos y celulares que les permiten a los organismos producir otros organismos. La adaptación puede explicarse formulando una concepción de los mecanismos que llevan a cambios apropiados en el funcionamiento externo en respuesta a la estimulación ambiental. La vida misma se explica a través de los diversos mecanismos que producen la reproducción, la adaptación y otros fenómenos similares. Una vez que contamos la historia de nivel inferior con suficiente detalle, cualquier sentido de misterio fundamental desaparece: los fenómenos que debían ser explicados lo han sido.

Se puede contar una historia similar sobre la mayoría de los fenómenos naturales. En física, explicamos el calor contando una historia apropiada acerca de la energía y la excitación de las moléculas. En astronomía, explicamos las fases de la luna entrando en los detalles del movimiento orbital y la reflexión óptica. En geofísica, los terremotos se explican por medio de una descripción de la interacción de las masas subterráneas. En la ciencia cognitiva, para explicar un fenómeno como el aprendizaje, todo lo que tenemos que hacer es, en una primera aproximación (dejando de lado cualquier preocupación sobre la experiencia del aprendizaje), explicar diversos mecanismos funcionales, los mecanismos que dan origen a los cambios apropiados en la conducta en respuesta a la estimulación ambiental. Muchos de los detalles de estas explicaciones se nos escapan en la actualidad, y es probable que resulten muy complejos, pero sabemos que si indagamos lo suficiente sobre la historia de bajo nivel, luego la historia de alto nivel la acompañará.

No definiré en forma precisa la noción de explicación reductiva sino hasta más adelante. Por ahora, deberá permanecer caracterizada por los ejemplos que dimos. Sin embargo, puedo formular algunas advertencias acerca de lo que la explicación reductiva no es. Una explicación reductiva de un fenómeno no exige una reducción de ese fenómeno, al menos en algunos sentidos de este ambiguo término. En cierto modo, los fenómenos que pueden realizarse en muchos sustratos físicos diferentes —el aprendizaje, por ejemplo— podrían no ser reducibles en el sentido de que no podemos identificar el aprendizaje con ningún fenómeno específico de nivel inferior. Pero esta múltiple realizabilidad no impide explicar reductivamente cualquier instancia de aprendizaje en términos de fenómenos de nivel inferior[20]. La explicación reductiva de un fenómeno tampoco debería confundirse con una reducción de una teoría de alto nivel. A veces una explicación reductiva de un fenómeno proporcionará una reducción de una teoría de alto nivel preexistente, pero otras veces mostrará que esas teorías están en el camino erróneo. Con frecuencia podría no existir una teoría de alto nivel para reducir.

La explicación reductiva no es la finalidad última de toda explicación. Hay muchos otros tipos de explicaciones, algunas de las cuales pueden arrojar más luz sobre un fenómeno que una reductiva en una instancia dada. Existen explicaciones históricas, por ejemplo, que dan cuenta de la génesis de un fenómeno como la vida, mientras que una explicación reductiva sólo ofrece una concepción sincrónica de cómo funcionan los sistemas vivientes. Existe también todo tipo de explicaciones de alto nivel, tal como la de aspectos de la conducta en términos de creencias y deseos. Aun cuando esta conducta podría en principio ser explicable en forma reductiva, una explicación de nivel superior es con frecuencia más comprensible y esclarecedora. No debería considerarse que las explicaciones reductivas desplazan a estos otros tipos de explicación. Cada una tiene su lugar.

La explicación reductiva por medio del análisis funcional

¿Qué es lo que permite que fenómenos tan diversos como la reproducción, el aprendizaje y el calor sean explicados reductivamente? En todos estos casos, la naturaleza de los conceptos requeridos para caracterizar los fenómenos es crucial. Si alguien pusiese objeciones a una explicación celular de la reproducción diciendo, «Esto explica cómo un proceso celular puede llevar a la producción de una entidad física compleja que es similar a la entidad original, pero no explica la reproducción», tendríamos poca paciencia, porque eso es todo lo que «reproducción» significa. En general, una explicación reductiva de un fenómeno está acompañada por algún análisis aproximado, implícito o explícito, del fenómeno en cuestión. La noción de reproducción puede analizarse aproximadamente en términos de la capacidad de un organismo para producir de una cierta manera otro organismo. Se deduce que una vez que explicamos el proceso por el cual un organismo produce otro organismo, hemos explicado esa instancia de reproducción.

El punto podría parecer trivial, pero la posibilidad de este tipo de análisis apuntala la posibilidad de la explicación reductiva en general. Sin un análisis de este tipo, no habría ningún puente explicativo desde los hechos físicos de bajo nivel al fenómeno en cuestión. Con él, todo lo que necesitamos es mostrar cómo ciertos mecanismos físicos de nivel inferior permiten que el análisis se satisfaga, y esto resulte en una explicación.

Para los fenómenos más interesantes que requieren explicación, incluyendo fenómenos como la reproducción y el aprendizaje, las nociones relevantes suelen analizarse funcionalmente. El núcleo de estas nociones puede caracterizarse en términos del desempeño de alguna función o funciones (donde «función» se interpreta de modo causal, no teleológico), o en términos de la capacidad de realizar esas funciones. Se deduce que una vez que explicamos cómo estas se realizan, entonces hemos explicado el fenómeno en cuestión. Una vez que explicamos cómo un organismo desempeña la función de producir otro organismo, hemos explicado la reproducción, porque todo lo que significa reproducir es realizar esa función. Lo mismo vale para una explicación del aprendizaje. Lo que significa que un organismo aprenda es, aproximadamente, que sus capacidades conductuales se adapten en forma apropiada en respuesta a la estimulación ambiental. Si explicamos cómo el organismo es capaz de realizar las funciones relevantes, entonces hemos explicado el aprendizaje.

(Cuanto más, podemos haber fallado en explicar los aspectos fenoménicos del aprendizaje, que dejo de lado aquí por razones obvias. Si existe un elemento fenoménico en el concepto de aprendizaje, entonces esa parte del fenómeno puede quedar inexplicada; pero aquí me concentro en los aspectos psicológicos del aprendizaje, que constituyen el núcleo del concepto).

Explicar el desempeño de esas funciones es, en principio, bastante simple. Si los resultados de dichas funciones son caracterizables físicamente, y si todos los sucesos físicos tienen causas físicas, entonces debería haber una explicación física para el desempeño de una función de este tipo. Sólo debemos mostrar cómo ciertos tipos de estados son responsables de la producción de los estados resultantes apropiados, mediante un proceso causal de acuerdo con las leyes de la naturaleza. Por supuesto, los detalles de este tipo de explicación física pueden ser no triviales. Ciertamente, los detalles constituyen una gran parte de cualquier explicación reductiva, mientras que el componente de análisis con frecuencia es trivial. Pero, una vez que se tienen los detalles relevantes, una historia sobre la causalidad física de bajo nivel explicará cómo se realizan las funciones relevantes y, por lo tanto, explicará el fenómeno en cuestión.

Inclusive una noción física como el calor puede interpretarse de una manera funcional: aproximadamente, el calor es el tipo de cosa que expande los metales, es causado por el fuego, lleva a un tipo particular de sensación, etc. Una vez que tenemos una concepción de cómo estas diversas relaciones causales se cumplen, entonces tenemos una concepción del calor. El calor es un concepto basado en el papel causal, es decir, que se caracteriza en términos de aquellas cosas que típicamente lo causan y de aquellas a las que típicamente causa, bajo condiciones apropiadas. Una vez que la investigación empírica muestra cómo se realiza el papel causal relevante, el fenómeno ha sido explicado.

Aquí existen algunas complicaciones técnicas, pero no son esenciales. Por ejemplo, Kripke (1980) señaló una diferencia entre un término como «calor» y la descripción asociada de un papel causal: dado que el calor ocurre debido al movimiento de las moléculas, entonces este movimiento podría calificar como calor en un mundo contrafáctico, independientemente de que estas moléculas tengan un papel causal relevante. De todas maneras, sigue siendo válido que explicar el calor involucra explicar el desempeño del papel causal, no el movimiento de las moléculas. Para ver esto, nótese que la equivalencia del calor con el movimiento de las moléculas se conoce a posteriori: sabemos esto como resultado de explicar el calor. El concepto de calor que teníamos a priori —antes de que el fenómeno fuese explicado— era aproximadamente el de «la cosa que tiene este papel causal en el mundo real». Una vez que descubrimos cómo se realiza el papel causal, tenemos una explicación del fenómeno. Como bonificación, sabemos qué es el calor. Es el movimiento de las moléculas, ya que este movimiento es lo que realiza el papel causal relevante en el mundo real.

Una segunda complicación menor es que muchos conceptos basados en el papel causal son algo ambiguos entre el estado que desempeña un cierto papel causal y el desempeño concreto de ese papel. Puede interpretarse que «calor» denota las moléculas que hacen el trabajo causal o el propio proceso causal (calentamiento). De modo similar, «percepción» puede usarse para referir al acto de percibir o al estado interno que surge como resultado. Sin embargo, nada importante gira en torno de esta ambigüedad. Una explicación de cómo se realiza el papel causal explicará el calor o la percepción en cualquiera de estos sentidos.

Una tercera complicación es que muchos conceptos basados en el papel causal se caracterizan parcialmente en términos de su efecto sobre la experiencia: por ejemplo, el calor se interpreta en forma natural como la causa de las sensaciones de calor. ¿Significa esto que tenemos que explicar las sensaciones de calor antes de que podamos explicar el calor? Por supuesto, no poseemos ninguna buena concepción de las sensaciones de calor (o de la experiencia en general), de modo que lo que ocurre en la práctica es que esa parte del fenómeno queda inexplicada. Si podemos explicar cómo se produce el movimiento molecular en ciertas condiciones y causa que los metales se expandan y estimula nuestra piel de ciertos modos, entonces la observación de que este movimiento está correlacionado con sensaciones de calor es suficientemente buena. De la correlación, inferimos que existe casi seguramente una conexión causal. Sin duda, ninguna explicación del calor estará completa hasta que no tengamos una concepción de cómo funciona esa conexión causal, pero la concepción incompleta es suficientemente buena para la mayoría de los propósitos. En cierta forma es paradójico que terminemos explicando casi todo acerca de un fenómeno excepto los detalles de cómo este afecta nuestra fenomenología, pero no es un problema en la práctica. No sería un estado de cosas feliz si tuviésemos que poner en suspenso al resto de la ciencia hasta que tuviéramos una teoría de la conciencia.

Las explicaciones reductivas en la ciencia cognitiva

El paradigma de la explicación reductiva mediante el análisis funcional se desempeña perfectamente en la mayoría de las áreas de la ciencia cognitiva, al menos en principio. Como vimos en el capítulo anterior, la mayor parte de los conceptos mentales no fenoménicos pueden analizarse funcionalmente. Los estados psicológicos son caracterizables en términos del papel causal que desempeñan. Para explicar esos estados, explicamos cómo se realiza la causación pertinente.

En principio, se puede hacer esto formulando una concepción de la neurofisiología subyacente. Si explicamos cómo ciertos estados neurofisológicos son responsables de la realización de las funciones en cuestión, entonces hemos explicado el estado psicológico. Sin embargo, no siempre necesitamos descender al nivel neurofisiológico. Frecuentemente podemos explicar algún aspecto de la mentalidad exhibiendo un modelo cognitivo apropiado, esto es, exhibiendo los detalles de la organización causal abstracta de un sistema cuyos mecanismos son suficientes para realizar las funciones pertinentes, sin especificar el sustrato fisicoquímico en el cual esta organización causal está implementada. De este modo, damos una explicación posiblemente cómo sobre un aspecto determinado de la psicología, en el sentido de que mostramos cómo los mecanismos causales apropiados podrían realizar los procesos mentales pertinentes. Si estamos interesados en explicar los estados mentales de un organismo o tipo de organismo real (por ejemplo, el aprendizaje en los seres humanos, en lugar de la posibilidad del aprendizaje en general), este tipo de explicación debe complementarse con una demostración de que la organización causal del modelo refleja la organización causal del organismo en cuestión.

Para explicar la posibilidad del aprendizaje, podemos exhibir un modelo cuyos mecanismos llevan a los cambios apropiados en la capacidad conductual en respuesta a diversos tipos de estimulación ambiental; por ejemplo, un modelo de aprendizaje conexionista. Para explicar el aprendizaje humano, debemos también mostrar que un modelo de este tipo refleja la organización causal responsable del desempeño de dichas funciones en los seres humanos. El segundo paso es usualmente difícil: no podemos exhibir una correspondencia de este tipo en forma directa, debido a nuestra ignorancia de la neurofisiología, de modo que por lo general tenemos que buscar evidencia indirecta, como similitudes cualitativas en patrones de respuesta, mediciones de tiempos y otras cosas similares. Esta es una razón de por qué la ciencia cognitiva está actualmente en un estado de subdesarrollo. Pero, como es usual, la posibilidad en principio de una explicación de esta clase es una consecuencia directa de la naturaleza funcional de los conceptos psicológicos.

Desafortunadamente, el tipo de explicación funcional que tiene tan buen desempeño en los estados psicológicos no parece funcionar para explicar estados fenoménicos. La razón es simple. Cualquiera sea la concepción funcional de la cognición humana que formulemos, siempre queda una pregunta ulterior: ¿Por qué este tipo de funcionamiento está acompañado por la conciencia? Esta pregunta no surge para los estados psicológicos. Si preguntamos acerca de un modelo funcional particular de aprendizaje, «¿Por qué este funcionamiento está acompañado de aprendizaje?», la respuesta apropiada es una respuesta semántica: «Porque lo que significa aprender es funcionar de esa forma». No existe un análisis correspondiente del concepto de conciencia. Los estados fenoménicos, a diferencia de los estados psicológicos, no se definen por los papeles causales que desempeñan. Se deduce que la explicación de cómo se realiza algún papel causal no es suficiente para explicar la conciencia. Después de que hemos explicado la realización de una función determinada, el hecho de que la conciencia acompañe el desempeño de la función (si lo hace) permanece sin explicación.

Podemos decirlo del siguiente modo. Dada una concepción funcional apropiada del aprendizaje, es lógicamente imposible que algo pueda instanciar esa concepción sin aprender (excepto, quizás, si el aprendizaje requiriese de la conciencia). Sin embargo, independientemente de la concepción funcional de la cognición que formulemos, parece lógicamente posible que esa concepción pueda instanciarse sin ninguna conciencia acompañante. Podría ser naturalmente imposible —la conciencia podría surgir de hecho de esa organización funcional en el mundo real— pero lo importante es que la noción es lógicamente coherente.

Si esto es lógicamente posible, entonces cualquier concepción funcional y, por cierto, cualquier concepción física de los fenómenos mentales será básicamente incompleta. Para utilizar una frase acuñada por Levine (1983), existe una brecha explicativa entre dichas concepciones y la propia conciencia. Aun si la organización funcional apropiada siempre diese origen, en la práctica, a la conciencia, la cuestión de por qué esto es así permanece sin respuesta. Este punto será desarrollado en forma detallada más adelante.

Si esto es así, se deduce que existirá una brecha explicativa parcial en cualquier concepto mental que tenga un elemento fenoménico. Si se requiere la experiencia consciente para la creencia o el aprendizaje, por ejemplo, podríamos no tener una explicación completamente reductiva de estos fenómenos. Pero, al menos, tenemos razones para creer que los aspectos psicológicos de estas características mentales —que están supuestamente en el centro de los conceptos relevantes— podrán, en principio, explicarse reductivamente. Si dejamos de lado las preocupaciones por la fenomenología, la ciencia cognitiva parece tener los recursos necesarios para hacer un buen trabajo en la explicación de la mente.

3. Superveniencia lógica y explicación reductiva

La epistemología de la explicación reductiva satisface la metafísica de la superveniencia de un modo directo. Un fenómeno natural es explicable de un modo reductivo en términos de algunas propiedades de bajo nivel precisamente cuando es lógicamente superveniente a esas propiedades. Es explicable de un modo reductivo en términos de propiedades físicas —o simplemente «explicable reductivamente»— cuando es lógicamente superveniente a lo físico.

Para decirlo con más cuidado: un fenómeno natural es reductivamente explicable en términos de algunas propiedades de más bajo nivel si la propiedad de instanciar ese fenómeno es en forma global lógicamente superveniente a las propiedades de bajo nivel mencionadas. Un fenómeno es explicable reductivamente simpliciter si la propiedad de ejemplificar ese fenómeno es en forma global lógicamente superveniente a propiedades físicas.

Esto puede interpretarse como una explicitación de la noción de explicación reductiva, quizá con algún elemento de estipulación. Debería resultar claro del análisis anterior que nuestra noción previa de explicación reductiva implica la superveniencia lógica (global). Si la propiedad de ejemplificar un fenómeno falla en supervenir lógicamente a algunas propiedades de nivel inferior, entonces para cualquier concepción de nivel inferior de esas propiedades siempre habrá una pregunta ulterior sin respuesta: ¿por qué este proceso de nivel inferior está acompañado por el fenómeno? La explicación reductiva requiere de algún tipo de análisis del fenómeno en cuestión, donde los hechos de bajo nivel implican la realización del análisis. De este modo la explicación reductiva requiere una relación de superveniencia lógica. Por ejemplo, es precisamente porque la reproducción es lógicamente superveniente a hechos de nivel inferior que es explicable de modo reductivo en términos de esos hechos.

Resulta algo menos claro que la superveniencia lógica sea suficiente para la explicabilidad reductiva. Si un fenómeno P superviene lógicamente a algunas propiedades de nivel inferior, entonces dada una concepción de los hechos de nivel inferior asociados con una instancia de P, la ejemplificación de P es una consecuencia lógica. Una concepción de los hechos de nivel inferior producirá por lo tanto automáticamente una explicación de P. No obstante, una explicación de esta clase puede, a veces, parecer insatisfactoria por dos razones. Primero, los hechos de nivel inferior podrían ser un vasto fárrago de detalles aparentemente arbitrarios sin ninguna unidad explicativa clara. Una descripción de todos los movimientos moleculares subyacentes a una instancia de aprendizaje podría ser un ejemplo de esta clase. Segundo, es posible que diferentes instancias de P puedan estar acompañadas de conjuntos muy diferentes de hechos de bajo nivel, de modo que las explicaciones de instancias particulares no produzcan una explicación del fenómeno como tipo.

Una opción es sostener que la superveniencia lógica es necesaria para la explicación reductiva, pero no suficiente. Esto es todo lo que se requiere para mis argumentos acerca de la conciencia en el próximo capítulo. Pero es más provechoso notar que existe una noción útil de explicación reductiva tal que la superveniencia lógica es necesaria y suficiente. En lugar de interpretar que los problemas de más arriba indican que las concepciones en cuestión no son explicaciones, podemos en cambio interpretar que indican que una explicación reductiva no es necesariamente una explicación esclarecedora. Más bien, una explicación reductiva es una explicación que elimina el misterio.

Como hice notar con anterioridad, la explicación reductiva no es el fin último de la explicación. Su papel principal es remover cualquier sentido profundo de misterio que rodee a un fenómeno de alto nivel. Lo hace reduciendo la primitividad y arbitrariedad del fenómeno en cuestión a la primitividad y arbitrariedad de procesos de nivel inferior. En la medida en que los procesos de bajo nivel pueden ellos mismos ser relativamente primitivos y arbitrarios, es posible que una explicación reductiva no nos dé una comprensión profunda de un fenómeno, pero al menos elimina cualquier sensación de que algo «extra» ocurre.

Sin embargo, la brecha entre una explicación reductiva y una explicación esclarecedora puede, por lo general, cerrarse mucho más que esto. Ello se debe a dos hechos básicos sobre la física de nuestro mundo: la autonomía y la simpleza. La causalidad microfísica y la explicación parecen ser autónomas, en el sentido de que todo suceso físico tiene una explicación física; las leyes de la física son suficientes para explicar los sucesos de la física en sus propios términos. Más aún, las leyes en cuestión son razonablemente simples, de modo que las explicaciones de las que hablamos son de algún modo compactas. Ambas cosas podrían haber sido de otra manera. Podríamos haber vivido en un mundo en el que leyes fundamentales, primitivas, emergentes gobernasen la conducta de configuraciones de alto nivel como los organismos, con una causalidad descendente asociada que domina sobre cualquier ley microfísica relevante. (Los emergentistas ingleses como Alexander [1920] y Broad [1925] creían que nuestro mundo era de esta clase). Alternativamente, nuestro mundo podría haber sido un mundo en el cual la conducta de las entidades microfísicas estuviera gobernada por un vasto conjunto de leyes intrincadas, o quizás un mundo en el cual la conducta microfísica fuera anárquica y caótica. En mundos como estos, habría poca esperanza de lograr una explicación reductiva esclarecedora, ya que la primitividad de las concepciones de bajo nivel no podrían nunca llegar a simplificarse.

Pero el mundo real, con su autonomía y simplicidad de bajo nivel, parece por lo general permitir que se extraiga de él un sentido, incluso en el caso de los procesos complejos. Los hechos de bajo nivel subyacentes a los fenómenos de alto nivel tienen una unidad básica que hace posible una explicación comprensible. Dada una instancia causal de alto nivel, tal como la liberación de un gatillo que hace que un arma de fuego se dispare, podemos no sólo aislar un manojo de hechos de nivel inferior que determinan esta causa; también podemos contar una historia relativamente simple de cómo la causa se hace posible, encapsulando esos hechos bajo ciertos principios simples. Esto no siempre funciona. Puede ocurrir que algunos dominios, como los de la sociología y la economía, estén tan alejados de la simpleza de los procesos de bajo nivel que resulte imposible una explicación reductiva esclarecedora, aunque los fenómenos sean lógicamente supervenientes. Si esto es así, que así sea: podemos contentarnos con explicaciones de alto nivel en estos dominios, notando al mismo tiempo que la superveniencia lógica implica que en principio existe una explicación reductiva, aunque quizás una que sólo un superser podría comprender.

Adviértase también que según esta concepción la explicación reductiva es fundamentalmente particular, da cuenta de instancias particulares de un fenómeno, sin necesariamente dar cuenta de todas las instancias juntas. Esto es lo que deberíamos esperar. Si una propiedad puede ser instanciada de muchos modos diferentes, no podemos esperar que una sola explicación cubra todas las instancias. La temperatura se instancia en formas bastante diferentes en distintos medios, por ejemplo, y existen distintas explicaciones para cada una. En un nivel mucho más alto, es muy improbable que exista una sola explicación que cubra todas las instancias de asesinato. Sin embargo, por lo general existe una cierta unidad a través de las explicaciones de particulares, en el sentido de que una buena explicación de uno es con frecuencia una explicación de muchos. Esto es, nuevamente, una consecuencia de la simplicidad subyacente de nuestro mundo, más que una propiedad necesaria de la explicación. En nuestro mundo, las historias unificadoras simples que podemos contar acerca de los procesos de nivel inferior suelen aplicarse de manera generalizada o, al menos, a través de un amplio espectro de casos particulares. También suele suceder, en especial en las ciencias biológicas, que los casos particulares tienen una ascendencia común que lleva a una similitud en los procesos de bajo nivel involucrados. De este modo, el segundo problema mencionado, el de unificar las explicaciones de las instancias específicas de un fenómeno, no es un problema tan significativo como podría parecer. En cualquier caso, lo fundamental es la explicación de casos particulares.

Hay mucho más que podría decirse acerca de cerrar la brecha entre la explicación reductiva y la explicación esclarecedora, pero la cuestión merece un tratamiento detallado por derecho propio y no resulta fundamental para mis propósitos. Lo que es más importante es que si no existe una superveniencia lógica (como argumentaré que ocurre para la conciencia), entonces cualquier clase de explicación reductiva fracasa, aún si somos generosos acerca de lo que puede considerarse una explicación. También es importante notar que la superveniencia lógica elimina cualquier misterio metafísico residual acerca de un fenómeno de alto nivel, debido a que reduce cualquier primitividad en ese fenómeno a la primitividad de los hechos de nivel inferior. Resulta de importancia secundaria que si la superveniencia lógica es válida, entonces es posible algún tipo de explicación reductiva. Aunque esta clase de explicaciones puede fallar en ser esclarecedora o útil, este fracaso no es ni de cerca tan fundamental como el fracaso de la explicación en dominios en los que la superveniencia lógica no es válida.

Notas adicionales sobre la explicación reductiva

Unas pocas notas adicionales. Primero, una explicación reductiva práctica de un fenómeno por lo general no llega hasta el nivel microfísico. Hacerlo así sería enormemente difícil ya que daría lugar a todos los problemas de primitividad recién mencionados. Los fenómenos de alto nivel, en cambio, se explican en términos de algunas propiedades de un nivel ligeramente más básico, como cuando se explica la reproducción en términos de mecanismos celulares, o las fases de la luna como movimientos orbitales. A su vez, esperamos que los fenómenos más básicos sean reductivamente explicables como algo todavía más importante. Si todo sale bien, los fenómenos biológicos pueden ser explicables en términos de fenómenos celulares, que son explicables en términos de fenómenos bioquímicos, que son explicables en términos de fenómenos químicos, que son explicables en términos de fenómenos físicos. En lo que respecta a los fenómenos físicos, intentamos unificarlos lo más posible, pero en algún nivel la física debe tomarse como primitiva: podría no haber una explicación de por qué las leyes fundamentales o las condiciones fronterizas son como son. Por el momento, esta escalera explicativa es poco más que una quimera, pero se han realizado progresos significativos. Dada la superveniencia lógica, junto con la simplicidad y la autonomía del nivel más bajo, este tipo de conexión explicativa entre las ciencias debería ser posible en principio. Es un problema abierto si las complejidades de la realidad pueden hacer que esto no sea factible en la práctica.

Segundo, es al menos concebible que un fenómeno pueda ser reductivamente explicable en términos de propiedades de nivel inferior sin que sea reductivamente explicable simpliciter. Esto podría ocurrir en una situación en la que ciertas propiedades C sean lógicamente supervenientes a las propiedades B, y por lo tanto explicables en términos de las propiedades B, pero donde estas últimas no sean lógicamente supervenientes a lo físico. Hay claramente un sentido en el que una explicación de esta clase es reductiva y otro sentido en el que no lo es. En su mayor parte, me ocuparé de la explicación reductiva en términos de lo físico o en términos de propiedades que son explicables en términos de lo físico. Aunque las propiedades C aquí sean reductivamente explicables en un sentido relativo, su propia existencia entraña el fracaso de la explicación reductiva en general.

Tercero, la superveniencia lógica local es un requerimiento demasiado estricto para la explicación reductiva. Podemos también explicar reductivamente las propiedades dependientes del contexto de un individuo mediante una formulación de una concepción de cómo las relaciones ambientales relevantes llegan a satisfacerse. Si un fenómeno es globalmente superveniente, será reductivamente explicable en términos de algunos hechos de nivel inferior, aún cuando estos se encuentren muy dispersos en el espacio y el tiempo.

Cuarto, en principio, existen dos proyectos en la explicación reductiva de fenómenos como la vida, el aprendizaje, el calor. Primero tenemos un proyecto de explicitación, en el que clarificamos exactamente qué es lo que debe explicarse por medio del análisis. Por ejemplo, el aprendizaje podría analizarse como una cierta clase de proceso adaptativo. Segundo, existe un proyecto de explicación, en el que vemos cómo ese análisis se realiza en términos de hechos de bajo nivel. El primer proyecto es conceptual, y el segundo empírico. Para muchos o la mayoría de los fenómenos, la etapa conceptual será bastante trivial. Sin embargo, para algunos fenómenos como la creencia la explicitación puede ser un obstáculo importante en sí mismo. En la práctica, por supuesto, no existe una separación nítida entre los proyectos, ya que la explicitación y la explicación ocurren en paralelo.

4. Verdad conceptual y verdad necesaria*

En mi concepción de la superveniencia y la explicación, me he apoyado fuertemente en las nociones de posibilidad y necesidad lógicas. Es tiempo de decir algo más acerca de esto. El modo básico de comprender la necesidad lógica de un enunciado es en términos de su verdad a través de todos los mundos lógicamente posibles. Se debe tener un cierto cuidado en darle sentido a la clase relevante de mundos y al modo como los enunciados se evalúan en ellos; más adelante en este apartado analizaré esta cuestión más detenidamente. También es posible explicitar la necesidad lógica de un enunciado a partir de su valor de verdad en virtud de su significado: un enunciado es lógicamente necesario si su verdad está asegurada por el significado de los conceptos involucrados. Pero, nuevamente, se requiere un cierto cuidado para comprender exactamente cómo deberían interpretarse los «significados». Analizaré estos dos modos de ver las cosas y su relación, más adelante, en este apartado.

(Como antes, la noción de necesidad lógica no debe identificarse con una noción más estrecha que involucra la derivabilidad en la lógica de primer orden o en algún otro formalismo sintáctico. Podría argumentarse que la justificación de los axiomas y las reglas en estos formalismos depende precisamente de su necesidad lógica en el sentido más amplio y primitivo).

Todo esto requiere que se tome seriamente, al menos en cierta medida, la noción de verdad conceptual, esto es, la noción de que algunos enunciados son verdaderos o falsos simplemente en virtud de los significados de los términos involucrados. Algunos elementos clave en mi exposición hasta el momento dependieron de caracterizaciones de diversos conceptos. Por ejemplo, ofrecí una concepción de la explicación reductiva de la reproducción argumentando que los detalles de bajo nivel implican que se realizan ciertas funciones y que la realización de estas es todo lo que hay en el concepto de reproducción.

La noción de verdad conceptual ha tenido mala reputación en algunos círculos desde la crítica de Quine (1951); este filósofo sostuvo que no existe ninguna distinción útil entre las verdades conceptuales y las verdades empíricas. Las objeciones a estas nociones se agrupan por lo general en torno de los siguientes puntos:

  1. La mayor parte de los conceptos no tienen definiciones que enuncien condiciones necesarias y suficientes (esta observación fue hecha un número de veces pero con frecuencia se asocia a Wittgenstein, 1953).
  2. La mayoría de las aparentes verdades conceptuales son de hecho revisables, y podrían ser removidas ante suficiente evidencia empírica (un punto planteado por Quine).
  3. Las consideraciones acerca de la necesidad a posteriori, bosquejadas por Kripke (1972), muestran que las condiciones de aplicación de muchos términos a través de los mundos posibles no pueden conocerse a priori.

Estas consideraciones van en contra de un enfoque excesivamente simplista de la verdad conceptual, pero no en contra del modo como utilizo estas nociones. En particular, resulta que la clase de condicionales de superveniencia —«Si los hechos A acerca de una situación son X, entonces los hechos B son Y», donde los hechos A especifican completamente una situación en un nivel fundamental— no son afectados por estas consideraciones. Estas son las únicas verdades conceptuales que mis argumentos necesitan, y veremos que ninguna de las consideraciones de más arriba los contradicen. También analizaremos más en detalle la relación entre la verdad conceptual y la verdad necesaria, y especificaremos su papel en la comprensión de la superveniencia lógica.

Definiciones

La ausencia de definiciones precisas es la menos seria de las dificultades de la verdad conceptual. Ninguno de mis argumentos depende de la existencia de definiciones de este tipo. Ocasionalmente me apoyaré en el análisis de varias nociones, pero estos análisis sólo necesitan ser aproximados, sin ninguna pretensión de proporcionar condiciones necesarias y suficientes precisas. La mayoría de los conceptos (por ejemplo, «vida») son algo vagos en su aplicación, y tiene poco sentido intentar remover esa vaguedad mediante una precisión arbitraria. En lugar de decir «Un sistema está vivo si y sólo si se reproduce, se adapta con una utilidad de 800 o más, y metaboliza con una eficiencia del 75%, o exhibe estas características en una combinación ponderada con tales y tales propiedades», podemos simplemente notar que si un sistema exhibe estos fenómenos en un grado suficiente entonces estará vivo, en virtud del significado del término. Si una relación de los hechos relevantes de bajo nivel determina los hechos acerca de la reproducción, la utilidad, el metabolismo, etc., de un sistema, entonces también determina los hechos acerca de si el sistema está vivo, en la medida que esta sea una cuestión fáctica.

Podemos sintetizar esto con un diagrama esquemático (fig. 2.1) que muestra cómo una propiedad de alto nivel P podría depender de dos parámetros A y B de bajo nivel, cada uno de los cuales puede tomar un rango de valores. Si tuviésemos una definición precisa en términos de condiciones necesarias y suficientes, entonces tendríamos algo así como la imagen de la izquierda, en la que el rectángulo oscuro representa la región en la que la propiedad P está instanciada. En cambio, la dependencia es invariablemente algo como la imagen de la derecha, en la que los límites son vagos y existe un área grande en la cual la cuestión de la existencia de la propiedad está indeterminada, pero también hay un área en la que la cuestión es clara. (Podría ser indeterminado que las bacterias o los virus informáticos estén vivos, pero no hay ninguna duda de que los perros lo están). Dado un ejemplo en el área definida, ejemplificar A y B en un grado suficiente como para que P lo esté, el condicional «Si x es A y B en este grado, entonces x es P» es una verdad conceptual, a pesar de la falta de una definición precisa de P. Cualquier indeterminación en dichos condicionales, en las áreas grises, reflejará una indeterminación en los hechos, que es como debería ser. La imagen puede extenderse directamente a la dependencia de una propiedad sobre un número arbitrario de factores y a los condicionales de superveniencia en general.

Figura 2.1. Dos modos en los que una propiedad P podría depender de las propiedades A y B.

Es importante, entonces, que un conjunto de hechos puede implicar a otro conjunto sin que haya una definición precisa de las segundas nociones en términos de las primeras. El caso de más arriba proporciona un ejemplo: no existe ninguna definición simple de P en términos de A y B, pero los hechos acerca de A y B en una instancia implican los hechos acerca de P. Como otro ejemplo, piénsese acerca de la redondez de las curvas cerradas en el espacio bidimensional (fig. 2.2). Ciertamente, no existe ninguna definición perfecta de redondez en términos de nociones matemáticas más simples. Sin embargo, considérese la figura a la izquierda, especificada por la ecuación 2x2 + 3y2 = 1. Existe un hecho verdadero —esta figura es redonda—, si es que hay hechos acerca de la redondez (compárese con la figura a la derecha, que ciertamente no es redonda). Además, este hecho está implicado por la descripción básica de la figura en términos matemáticos: dada la descripción y el concepto de redondez, el hecho de que la figura es redonda está determinado. Dado que los hechos A pueden implicar hechos B sin una definición de los hechos B en términos de los hechos A, la noción de superveniencia lógica no se ve afectada por la ausencia de definiciones. (Al pensar sobre cuestiones más complejas y sobre las objeciones a la superveniencia lógica, podría ser útil que tenga en mente este ejemplo).

Figura 2.2. La curva redonda 2x2+ 3y2 = 1 y una amiga no redonda.

Podemos formular la cuestión diciendo que el tipo de «significado» de un concepto que es relevante en la mayoría de los casos no es una definición, sino una intensión: una función que especifica cómo el concepto se aplica a diferentes situaciones. A veces una intensión podría ser sintetizable en una definición, pero no es preciso que lo sea, como estos casos lo sugieren. Pero mientras haya un hecho acerca de cómo se aplican los conceptos en diversas situaciones, entonces tendremos una intensión; y como expondré en breve, ese es todo el «significado» que mis argumentos necesitarán.

Revisabilidad

La segunda objeción, planteada por Quine (1951), es que las supuestas verdades conceptuales están siempre sujetas a revisión ante suficiente evidencia empírica. Por ejemplo, si la evidencia nos fuerza a revisar diversos enunciados generales en una teoría, es posible que un enunciado que una vez parecía ser conceptualmente verdadero pueda resultar falso.

Esto ocurre en el caso de muchas supuestas verdades conceptuales, pero no se aplica a los condicionales de superveniencia que estamos considerando, que tienen la forma «Si los hechos de bajo nivel resultan de un modo, entonces los hechos de alto nivel resultarán de otro». Los hechos especificados en el antecedente de este condicional incluyen todos los factores empíricos relevantes. La evidencia empírica podría mostrarnos que el antecedente del condicional es falso, pero no que el condicional es falso. En el caso extremo, podemos verificar que el antecedente constituya una especificación completa de los hechos de bajo nivel relacionados con el mundo. La propia amplitud del antecedente asegura que la evidencia empírica sea irrelevante para el valor de verdad del condicional. (Este cuadro se complica en cierta manera debido a la existencia de las necesidades a posteriori, que discutiré en breve. Aquí, sólo me ocupo de los condicionales epistémicos acerca de los modos como el mundo real podría resultar).

Aunque las consideraciones acerca de la revisabilidad proporcionan un argumento plausible de que no hay muchas verdades conceptuales breves, nada en estas consideraciones va en contra del tipo de verdad conceptual restringida y compleja de la que me ocupo. La conclusión de estas observaciones es que las condiciones de verdad de un enunciado de alto nivel pueden no ser fácilmente localizables, ya que todo tipo de factores podría tener alguna clase de relevancia indirecta; pero las condiciones de verdad globales proporcionadas por un condicional de superveniencia no están amenazadas. Si el significado define una función de mundos posibles en clases de referencia (una intensión) y si los mundos posibles son describibles de un modo finito (en términos de la disposición de cualidades básicas en esos mundos, digamos) entonces una vasta clase de condicionales conceptualmente verdaderos resultará en forma automática.

La necesidad a posteriori

Tradicionalmente se consideró que todas las verdades conceptuales son cognoscibles a priori, al igual que las verdades necesarias, y que las tres clases de verdades —a priori, necesarias y conceptuales— están estrechamente relacionadas o son incluso coextensionales. El libro Naming and Necessity (1972) de Saúl Kripke cuestionó esta concepción argumentando que existe una clase grande de enunciados necesariamente verdaderos cuya verdad no es cognoscible a priori. Un ejemplo es el enunciado «El agua es H2O». No podemos saber a priori que esto es verdad; por todo lo que sabemos (o según todo lo que sabíamos al comienzo de la indagación), el agua podría estar hecha de alguna otra cosa, quizá XYZ. Kripke argumenta que, no obstante, dado que el agua es H2O en el mundo real, entonces es H2O en todos los mundos posibles. Se deduce entonces que «El agua es H2O» es una verdad necesaria a pesar de su naturaleza a posteriori.

Esto plantea algunas dificultades para el marco teórico que he presentado. Por ejemplo, según algunas concepciones, estas verdades necesarias son verdades conceptuales, lo que implica que no todas las verdades conceptuales son cognoscibles a priori. Según otras concepciones alternativas, esos enunciados no son verdades conceptuales, pero entonces el vínculo entre la verdad conceptual y la necesidad se rompe. En diversos puntos de este libro, utilizaré métodos a priori para alcanzar alguna comprensión sobre la necesidad; este es el tipo de cosas que suele interpretarse que la concepción de Kripke puso en cuestión.

Si se lo analiza, pienso que puede advertirse que estas complicaciones no cambian nada fundamental en mis argumentos; pero vale la pena tomarse el trabajo de aclarar qué es lo que está ocurriendo. Emplearé algo de tiempo organizando un marco sistemático que permita ocuparse de estas cuestiones, que por otro lado aparecerán una y otra vez. En particular, presentaré un modo natural de capturar las tesis de Kripke en una imagen bidimensional del significado y la necesidad, Este marco es una síntesis de ideas sugeridas por Kripke, Putnam, Kaplan, Stalnaker, Lewis, Evans, Davies, Humberstone, y otros que estudiaron este fenómeno bidimensional.

Según el enfoque tradicional de la referencia, derivado de Frege aunque revestido aquí de la terminología moderna, un concepto define una función f: WR de mundos posibles en referentes. Una función de este tipo suele denominarse una intensión; junto con una especificación de un mundo w, determina una extensión f(w). Según el punto de vista de Frege, todo concepto tiene un sentido, que se supone determina la referencia del concepto según el estado del mundo; de modo que estos sentidos corresponden estrechamente a las intensiones. Solía pensarse el sentido como el significado del concepto en cuestión.

Trabajos más recientes reconocieron que ninguna única intensión puede hacer todo el trabajo que un significado debe hacer. El cuadro desarrollado por Kripke complica las cosas haciendo notar que la referencia en el mundo real y en los mundos posibles contrafácticos está determinada por mecanismos bastante diferentes. En cierto modo, puede interpretarse que la imagen kripkeana divide el cuadro fregeano en dos niveles separados.

El aporte de Kripke puede expresarse diciendo que existen, de hecho, dos intensiones asociadas a un concepto dado. Esto es, existen dos patrones bastante distintos en los que el referente de un concepto depende del estado del mundo. Primero, tenemos la dependencia por la cual se fija la referencia en el mundo real según cómo resulte el mundo: si resulta de un modo, un concepto seleccionará una cosa, pero si resulta de otro modo, el concepto seleccionará alguna otra cosa. Segundo, tenemos la dependencia según la cual se determina la referencia en los mundos contrafácticos, dado que la referencia en el mundo real ya ha sido fijada. En correspondencia con cada una de estas dependencias existe una intensión que llamaré intensiones primaria y secundaria, respectivamente.

La intensión primaria de un concepto es una función de mundos en extensiones que refleja el modo como se determina la referencia en el mundo real. En un mundo dado, selecciona cuál sería el referente del concepto si ese mundo resultase ser el real. Considérese el concepto «agua». Si el mundo real resultase tener XYZ en los océanos y lagos, entonces «agua» referiría a XYZ[21], pero dado que resulta tener h2o en océanos y lagos, «agua» refiere al H2O. De modo que la intensión primaria de «agua» aplica el mundo XYZ en XYZ, y el mundo H2O en H2O. En una primera aproximación, podríamos decir que la intensión primaria selecciona el líquido claro y bebible dominante en los océanos y lagos; o más brevemente que selecciona la sustancia acuosa en un mundo.

Sin embargo, dado que «agua» refiere al H2O en el mundo real, Kripke hace notar (como lo hace Putnam, 1975) que es razonable decir que el agua es H2O en todo mundo contrafáctico. La intensión secundaria de «agua» selecciona el agua en todo mundo contrafáctico; de modo que si Kripke y Putnam tienen razón, la intensión secundaria seleccidna H2O en todos los mundos[22].

Es la intensión primaria de un concepto la que es más importante para mis propósitos: para un concepto de un fenómeno natural, es la intensión primaria la que captura lo que debe explicarse. Si alguien dice «Explique el agua» mucho antes de que sepamos que el agua es de hecho H2O, lo que buscamos es más o menos una explicación del líquido claro y bebible en su ambiente. Es sólo después de que la explicación se completa que sabemos que el agua es H2O. La intensión primaria de un concepto, a diferencia de su intensión secundaria, es independiente de factores empíricos: la intensión especifica de qué mañera la referencia depende del modo como resulta el mundo externo, de modo que ella misma no depende del modo como el mundo externo resulte.

Por supuesto, cualquier caracterización breve de la intensión primaria de un concepto del tipo «líquido claro y bebible dominante en el ambiente» será una simplificación. La verdadera intensión sólo puede determinarse a partir de la consideración detallada de escenarios específicos: ¿qué diríamos si el mundo resultase de esta forma? ¿Qué diríamos si el mundo resultase de aquella otra forma? Por ejemplo, si hubiese resultado que el líquido en los lagos es H2O pero el líquido en los océanos es XYZ, entonces probablemente habríamos dicho que ambos son agua; si la sustancia en los océanos y lagos fuese una mezcla de 95% A y 5% B, probablemente habríamos dicho que A pero no B es agua; si hubiese resultado que una sustancia que no es clara ni bebible tuviese una relación microfísica apropiada con el líquido claro y bebible en nuestro ambiente, probablemente también llamaríamos a esa sustancia «agua» (como lo hacemos en el caso del hielo o del «agua sucia»). Las condiciones completas de lo que se requiere para que algo califique como «agua» serán bastante vagas en la periferia y no tienen por qué ser inmediatamente evidentes cuando se piensa en ello, pero nada de esto hace mucha diferencia para la imagen que describo. Usaré «sustancia acuosa» como término de referencia para encápsular la intensión primaria, cualquiera sea esta[23].

En ciertos casos, la decisión de cuál es la referencia de un concepto en el mundo real involucra una gran cantidad de reflexión acerca de qué es lo más razonable para decir; como, por ejemplo, con las preguntas acerca de la referencia de «masa» cuando el mundo real resultó ser uno en el cual la teoría de la relatividad general es Verdadera[24], o quizá con preguntas acerca de qué califica como «creencia» en el mundo real. De modo que la consideración de exactamente qué es lo que la intensión primaria selecciona en diversos candidatos del mundo real puede suponer una cantidad correspondiente de reflexión. Pero, esto no significa que la cuestión no sea a priori: tenemos la capacidad de realizar este razonamiento independientemente de cómo resulte el mundo. Podría ocurrir que los informes de experimentos que confirman la relatividad sean cuestionables, de modo que no estamos seguros si el mundo actual resulta ser un mundo relativista: de cualquier modo, tenemos la capacidad para razonar acerca de cuál sería referencia del concepto «masa» si ese estado de cosas resultase ser el real.

(Surgen varias complicaciones cuando se analizan las intensiones primarias de los conceptos usados por los individuos dentro de una comunidad lingüística. Estas podrían manejarse notando que el concepto de un individuo puede tener una intensión primaria que supone una cierta deferencia con el concepto de la comunidad que lo rodea, de modo que mi concepto «olmo» podría seleccionar lo que aquellos en torno de mí llaman «olmos»; pero de cualquier manera este tipo de problema es irrelevante a las cuestiones de las que me ocuparé, para las cuales podemos suponer que hay sólo una persona en la comunidad, o que todos los individuos están igualmente bien informados o incluso que la comunidad es un individuo gigante. Podrían también surgir algunos problemas técnicos al usar intensiones primarias para construir una teoría semántica general, por ejemplo, ¿es la referencia de un concepto esencial para el concepto?, ¿podrían hablantes diferentes asociar distintas intensiones primarias con la misma palabra? Pero no intento construir aquí una teoría semántica completa, por lo que podemos evitar este tipo de preocupaciones.

A veces, los filósofos sospechan de entidades como las intensiones primarias porque ven en ellas una reminiscencia de una teoría «descriptiva» de la referencia. Pero las descripciones no tienen ningún papel esencial en este marco; las utilizo meramente para detallar algunas de las características de las funciones relevantes de los mundos posibles en las extensiones. Es la función en sí misma, más que cualquier descripción sintetizadora, lo que es verdaderamente fundamental. Esta imagen es bastante compatible con la teoría «causal» de la referencia: simplemente debemos notar que la intensión primaria de un concepto como «agua» puede requerir una conexión causal apropiada entre el referente y el sujeto. Nos vemos llevados a creer en una teoría causal de la referencia, en primer lugar, precisamente debido a que consideramos los diversos modos en los que el mundo real podría resultar, y advertimos cuál resultaría ser el referente del concepto en esos casos; esto es, evaluamos la intensión primaria de un concepto en esos mundos).

Dado que la referencia de «agua» en el mundo real se fija seleccionando la sustancia acuosa, podríamos pensar que el agua es sustancia acuosa en todos los mundos posibles. Kripke y Putnam señalaron que esto no es así: si el agua es H2O en el mundo real, entonces el agua es H2O en todos los mundos posibles. En un mundo (la «Tierra gemela» de Putnam) en el que el líquido claro y bebible dominante es XYZ y no H2O, este líquido no es agua; es meramente sustancia acuosa. Todo esto es capturado por la intensión secundaria de «agua», que selecciona el agua en todos los mundos: esto es, selecciona H2O en todos los mundos.

La intensión secundaria de un concepto como «agua» no está determinado apriori, ya que depende de cómo las cosas resultan en el mundo concreto. Pero conserva una relación estrecha con la intensión primaria de más arriba. En este caso, la intensión secundaria se determina primero evaluando la intensión primaria en el mundo real, y luego rigidificando esta evaluación de modo que el mismo tipo de cosas se seleccione en todos los mundos posibles. Dado que la intensión primaria («sustancia acuosa» selecciona al H2O en el mundo actual, se deduce de la rigidificación que la intensión secundaria selecciona al H2O en todos los mundos posibles.

Podemos sintetizar esto diciendo que «agua» es conceptualmente equivalente a «dthat (sustancia acuosa)», donde dthat es una versión del operador de rigidificación de Kaplan que convierte una intensión en un designador rígido por evaluación en el mundo real (Kaplan, 1979). La intensión fregeana única ha sido fragmentada en dos: una intensión primaria («sustancia acuosa») que fija la referencia en el mundo real, y una intensión secundaria («H2O») que selecciona la referencia en los mundos contrafácticos posibles y que depende de cómo resulte el mundo real.

(Existe a veces una tendencia a suponer que una necesidad a posteriori hace que el análisis conceptual a priori sea irrelevante, pero esta suposición es infundada. Antes de que tan siquiera lleguemos al punto en que la designación rígida o similares se vuelvan relevantes, tenemos una historia que contar acerca de qué hace que un X del mundo actual califique como el referente de «X». Esta historia sólo puede contarse mediante un análisis de la intensión primaria. Y este proyecto es una empresa a priori, ya que involucra cuestiones acerca de a qué referiría nuestro concepto si el mundo real resultase de diversos modos. Dado que tenemos la capacidad de conocer a qué refieren nuestros conceptos cuando sabemos cómo resulta el mundo, entonces tenemos la capacidad de conocer a qué referirían nuestros conceptos si el mundo real resultase de diversos modos. Que el mundo real resulte o no de cierto modo hace poca diferencia para responder esta cuestión, excepto que concentra nuestra atención).

Tanto la intensión primaria como la secundaria pueden considerarse funciones f: WR de mundos posibles en extensiones, donde los mundos posibles en cuestión se consideran de modos sutilmente diferentes. Podríamos decir que la intensión primaria selecciona el referente de un concepto en un mundo cuando se lo considera el real —esto es, cuando se lo considera un candidato del mundo real del pensador— mientras que la intensión secundaria selecciona el referente de un concepto en un mundo cuando se lo considera un contrafáctico, dado que el mundo real del pensador ya está fijado. Cuando se considera real al mundo XYZ, mi término «agua» selecciona XYZ en el mundo, pero cuando se lo considera contrafáctico, «agua» selecciona el H2O.

La distinción entre estos dos modos de ver el mundo corresponde estrechamente a la distinción de Kaplan (1989) entre el contexto de emisión de una expresión y las circunstancias de evaluación. Cuando consideramos un mundo w como contrafáctico, mantenemos el mundo actual como el contexto de la emisión, pero utilizamos a w como una circunstancia de evaluación. Por ejemplo, si enuncio «Hay agua en el océano» en este mundo y la evalúo en el mundo XYZ, «agua» refiere al H2O y el enunciado es falso. Pero cuando consideramos a w como real, lo pensamos como un contexto potencial de emisión y nos preguntamos cómo serían las cosas si el contexto de la expresión resultase ser w. Si el contexto de mi oración «Hay agua en el océano» resultase ser el mundo XYZ, entonces el enunciado sería verdadero cuando se evalúa en ese mundo. La intensión primaria está por lo tanto estrechamente relacionada con lo que Kaplan llama el carácter de un término, aunque hay unas pocas diferencias[25], y la intensión secundaria corresponde a lo que llama el contenido de un término.

Existe una leve asimetría en el sentido de que un contexto de emisión pero no la circunstancia de evaluación es lo que Quine (1969) llama un mundo posible centrado. Este es un par ordenado consistente de un mundo y un centro que representa el punto de vista dentro de ese mundo de un agente que utiliza el término en cuestión: el centro consiste en (al menos) un individuo y tiempo «marcados». (Esta sugerencia proviene de Lewis, 1979; Quine sugiere que el centro podría ser un punto en el espacio-tiempo). Un centro de esta clase es necesario para capturar el hecho de que un término como «agua» selecciona una extensión diferente para mí que para mi gemelo en Tierra Gemela, a pesar del hecho de que vivimos en el mismo universo[26]. Sólo nuestra posición en el universo difiere, y es esta posición lo que constituye una diferencia relevante para el proceso de fijar la referencia.

Este fenómeno surge de un modo especialmente obvio para las términos indicadores como «yo», cuya referencia depende claramente de quién está utilizando el término y no sólo del estado global del mundo: la intensión primaria de «yo» selecciona al individuo en el centro de un mundo centrado. (La intensión secundaria de mi concepto «yo» selecciona a David Chalmers en todos los mundos posibles). Existe un elemento indicador menos explícito en nociones como «agua», sin embargo, que puede analizarse aproximadamente como «dthat (el líquido claro y bebible predominante en nuestro ambiente[27])». Es este elemento indicador el que requiere que las intensiones primarias dependan de mundos centrados. Una vez que la referencia al mundo real ha sido fijada, sin embargo, no se necesita ningún centro para evaluar la referencia en un mundo contrafáctico. La circunstancia de evaluación puede, por lo tanto, representarse mediante un mundo posible simple sin un centro.

Todo esto puede formalizarse notando que la historia completa de la referencia en los mundos contrafácticos no está determinada a priori por una función de un solo parámetro f:W → R. En cambio, la referencia en un mundo contrafáctico depende de ese mundo y del modo como el mundo real resulta. Esto es, un concepto determina una función de dos parámetros

F: W* x W → R

donde W* es el espacio de mundos posibles centrados, y W es el espacio de mundos posibles ordinarios. El primer parámetro representa los contextos de emisión, o modos en los que podría resultar el mundo real, mientras que el segundo parámetro representa circunstancias de evaluación, o mundos contrafácticos posibles. De modo equivalente, un concepto determina una familia de funciones

FV: W → R

para cada vW* que representa un modo como el mundo real podría resultar, donde Fv(w) = F(v, w). Para «agua», si a es un mundo en el cual la sustancia acuosa es H2O, entonces Fa selecciona al H2O en cualquier mundo posible. Dado que en nuestro mundo el agua resultó ser H2O, esta Fa especifica las condiciones correctas de aplicación de «agua» a través de mundos contrafácticos. Si nuestro mundo hubiese resultado ser un mundo diferente b en el cual la sustancia acuosa era XYZ, entonces las condiciones de aplicación relevantes habrían sido especificadas por Fb’ una intensión diferente que selecciona a XYZ en cualquier mundo posible.

La función F se determina a priori, ya que todos los factores a posteriori están incluidos en sus parámetros. A partir de F podemos recuperar nuestras dos intensiones de un solo parámetro. La intensión primaria es la función f: W* |→ R determinada por la aplicación «diagonal» f:w |→ F(w, w’), donde w’ es idéntico a w excepto que se ha eliminado el centro. Esta es la función mediante la cual se fija la referencia en el mundo real. La intensión secundaria es la aplicación Fa: w |→ F(a, w), donde a es nuestro mundo real. Esta intensión selecciona la referencia en mundos contrafácticos. Una consecuencia inmediata es que la intensión primaria y la intensión secundaria coinciden en su aplicación al mundo real: f(a) = Fa(a’) = F(a, a’).

En la dirección inversa, la función de dos parámetros F y por lo tanto la intensión secundaria Fa pueden derivarse usualmente de la intensión primaria f, con la ayuda de una «regla» acerca de cómo la intensión secundaria depende de la intensión primaria y del mundo real a. Esta regla depende del tipo de concepto. Para un concepto que es un designador rígido, la regla es que en un mundo w, la intensión secundaria selecciona en w lo que la intensión primaria selecciona en a (o quizá, para los términos de tipos naturales, lo que tenga la misma estructura subyacente de lo que la intensión primaria selecciona en a). Más formalmente, sea D: R x WR un operador de «proyección» que va desde una clase seleccionada en algún mundo a miembros de «esa» clase en otro mundo posible. Entonces la intensión secundaria Fa es exactamente la función D(f(a),-), que podemos pensar como dthat aplicada a la intensión dada por f.

Para otros conceptos, la derivación de la intensión secundaria a partir de la intensión primaria será más fácil. Para expresiones «descriptivas» como «doctor», «cuadrado» y «sustancia acuosa», la designación rígida no desempeña ningún papel especial: se aplican a mundos contrafácticos independientemente de cómo resulte ser el mundo actual. En estos casos, la intensión secundaria es una copia simple de la intensión primaria (excepto por las diferencias debidas al centrado). El marco que esbocé puede manejar ambos tipos de conceptos.

Los términos de propiedades, como «caliente», pueden representarse de dos maneras en un marco intencional. Podemos considerar la intensión de una propiedad como una función de un mundo en una clase de individuos (los individuos que instancian la propiedad), o de un mundo en las propiedades mismas. Cualquiera de los dos modos es compatible con el marco actual; podemos fácilmente encontrar una intensión primaria y una intensión secundaria en los dos casos, y es fácil moverse entre los dos enfoques. Por lo general haré las cosas del primer modo, sin embargo, así como la intensión primaria de «caliente» seleccionará las entidades que califican como «calientes» en el mundo real, según cómo este resulte, la intensión secundaria seleccionará las cosas calientes en un mundo contrafáctico, dado que el mundo real resultó como lo hizo.

Las intensiones primaria y secundaria pueden pensarse como candidatas del «significado» de un concepto. Creo que no tiene sentido elegir una de estas como el significado; el término «significado» aquí es fundamentalmente honorífico. Podemos también pensar las intensiones primaria y secundaria como los aspectos a priori y a posteriori del significado, respectivamente.

Si hacemos esta equiparación, las dos intensiones respaldarán un cierto tipo de verdad conceptual, o verdad en virtud del significado. La intensión primaria respalda las verdades a priori, tal como «El agua es sustancia acuosa». Un enunciado de este tipo será verdadero independientemente de cómo resulte el mundo, aunque podría no valer en todos los mundos posibles no reales. La intensión secundaria no respalda las verdades a priori, pero sí las verdades válidas en todos los mundos contrafácticos posibles, tal como «El agua es H2O». Ambos tipos califican como verdades en virtud del significado; simplemente son verdaderas en virtud de diferentes aspectos del significado.

También es posible considerarlas dos variedades de la verdad necesaria. La segunda corresponde a la interpretación más estándar de una verdad necesaria. La primera, sin embargo, puede también interpretarse como verdad a través de mundos posibles, siempre que esos mundos posibles se interpreten como contextos de emisión, o como modos en los que el mundo real podría resultar. Según esta interpretación sutilmente diferente, un enunciado S es necesariamente verdadero si, independientemente de cómo resulte el mundo real, S es verdadero. Si el mundo real resulta ser un mundo en el cual la sustancia acuosa es XYZ, entonces mi enunciado «XYZ es agua» será verdadero. Así, de acuerdo con esta interpretación de cuáles mundos posibles son considerados reales, «El agua es sustancia acuosa» es una verdad necesaria.

Esta clase de necesidad es lo que Evans (1979) llama «necesidad profunda», en oposición a las necesidades «superficiales» como «El agua es H2O». Davies y Humberstone (1980) la analizan en detalle mediante un operador modal que llaman «fijamente real». La necesidad profunda, a diferencia de la necesidad superficial, no está afectada por consideraciones a posteriori. Estas dos variedades de posibilidad y necesidad se aplican siempre a enunciados. Sólo hay un tipo relevante de posibilidad de mundos; los dos enfoques difieren en cómo se evalúa la verdad de un enunciado en un mundo.

Podemos ver esto de un modo diferente notando que existen dos conjuntos de condiciones de verdad asociados a cualquier enunciado. Si evaluamos los términos en un enunciado de acuerdo con sus intensiones primarias, llegamos a las condiciones de verdad primarias del enunciado; esto es, un conjunto de mundos posibles centrados en los cuales el enunciado, evaluado de acuerdo con las intensiones primarias de los términos allí contenidos, resulta ser verdadero. Las condiciones de verdad primarias nos cuentan cómo debe ser el mundo real para que una emisión del enunciado sea verdadera en ese mundo; esto es, especifican aquellos contextos en los cuales el enunciado resultaría ser verdadero. Por ejemplo, las condiciones de verdad primarias de «El agua está mojada» especifican aproximadamente que una emisión de este tipo será verdadera en el conjunto de mundos en los que la sustancia acuosa está mojada.

Si en cambio evaluamos los términos involucrados según sus intensiones secundarias, llegamos a las más familiares condiciones de verdad secundarias. Estas condiciones especifican el valor de verdad de un enunciado en mundos contrafácticos, dado que el mundo actual resultó como lo hizo. Por ejemplo, las condiciones de verdad secundarias de «El agua está mojada» (emitida en este mundo) especifica aquellos mundos en los cuales el H2O está mojado. Nótese que no hay ningún peligro de ambigüedad en la verdad del mundo real; las condiciones de verdad primarias y secundarias siempre especificarán el mismo valor de verdad cuando se las evalúa en el mundo real.

Si consideramos una proposición como una función de mundos posibles en valores de verdad, entonces estos dos conjuntos de condiciones de verdad producen dos proposiciones asociadas a cualquier enunciado. La composición de las intensiones primarias de los términos involucrados produce una proposición primaria, que es válida precisamente en esos contextos de emisión en los que resultaría que el enunciado expresa una verdad. (Esta es la «proposición diagonal» de Stalnaker, 1978. Estrictamente hablando, es una proposición centrada, o una función de mundos centrados en valores de verdad). Las intensiones secundarias producen una proposición secundaria, que es válida en aquellas circunstancias contrafácticas en las que el enunciado, tal como se lo emite en el mundo real, es verdadero. La proposición secundaria es el «contenido» de una emisión según Kaplan y más comúnmente se la interpreta como la proposición expresada por un enunciado, pero la proposición primaria también es fundamental.

Los dos tipos de verdad necesarias de un enunciado corresponden precisamente a la necesidad de los dos tipos de proposiciones asociadas. Un enunciado es necesariamente verdadero en el primer sentido (a priori) si la proposición primaria asociada es válida en todos los mundos centrados posibles (esto es, si resulta que el enunciado expresa una verdad en cualquier contexto de emisión). Un enunciado es necesariamente verdadero en el sentido a posteriori si la proposición secundaria asociada es válida en todos los mundos posibles (esto es, si la sentencia tal como es emitida en el mundo real es verdadera en todos los mundos contrafácticos). La primera corresponde a la necesidad profunda de Evans y la segunda a la más familiar necesidad superficial.

Para ilustrar, considérese el enunciado «El agua es H2O». Las intensiones primarias de «agua» y «H2O» difieren, de modo que no podemos saber a priori que el agua sea H2O; la proposición primaria asociada no es necesaria (es válida en aquellos mundos centrados en los que la sustancia acuosa tiene una cierta estructura molecular). Sin embargo, las intensiones secundarias coinciden, de modo que «El agua es H2O» es verdadera en todos los mundos posibles cuando se los evalúa de acuerdo con las intensiones secundarias, esto es, la proposición secundaria asociada es necesaria. La necesidad a posteriori de Kripke surge justamente cuando las intensiones secundarias en un enunciado respaldan una proposición necesaria, pero las intensiones primarias no.

Considérese en cambio el enunciado «El agua es sustancia acuosa». Aquí las intensiones primarias asociadas a «agua» y «sustancia acuosa» son una misma, de modo que podemos saber que este enunciado es verdadero a priori, en tanto poseamos los conceptos. La proposición primaria asociada es necesaria, de modo que este enunciado es necesariamente verdadero en el sentido «profundo» de Evans. Sin embargo, las intensiones secundarias difieren, ya que «agua» está rigidificada, pero «sustancia acuosa» no: en un mundo en el que XYZ es el líquido claro y bebible, la intensión secundaria de «sustancia acuosa» selecciona a XYZ pero la intensión de «agua» no. Por lo tanto, la proposición secundaria asociada no es necesaria, y el enunciado no es una verdad necesaria en el sentido más familiar; es un ejemplo del «a priori contingente» de Kripke.

En general, muchos aparentes «problemas» que surgen de estas consideraciones kripkeanas son una consecuencia de intentar comprimir la imagen doblemente parametrizada de la referencia en una sola noción de significado o de necesidad. Por lo general, estos problemas pueden eliminarse notando explícitamente el carácter bidimensional de la referencia y distinguiendo cuidadosamente la noción de significado o de necesidad que esté en juego[28].

También es posible utilizar este marco bidimensional para formular una concepción de la semántica del pensamiento, así como del lenguaje. Hago esto con mucha mayor extensión en otro lugar (Chalmers, 1994c). Este aspecto de nuestro marco teórico no será fundamental aquí, pero vale la pena mencionarlo, ya que surgirá en uno o dos lugares menores. La idea básica es muy similar: dado un concepto en el pensamiento de un individuo, podemos asignarle una intensión primaria que corresponde a lo que seleccionará según cómo resulte el mundo real y una intensión secundaria que corresponde a lo que selecciona en mundos contrafácticos, dado que el mundo real resulta como es. De forma similar, dada una creencia, podemos asignarle una proposición primaria y una proposición secundaria (lo que en otro lugar llamo el contenido «nocional» y «relacional» de la creencia).

Por ejemplo, conceptos como «Héspero» y «Fósforo» tendrán diferentes intensiones primarias (uno selecciona la estrella vespertina en un mundo centrado determinado, el otro selecciona la estrella matutina), pero la misma intensión secundaria (ambas seleccionan a Venus en todos los mundos). El pensamiento «Héspero es Fósforo» tendrá una proposición primaria verdadera en todos los mundos centrados en los cuales la estrella vespertina es la estrella matutina: el hecho de que este pensamiento es informativo en lugar de trivial corresponde al hecho de que la proposición primaria es contingente, ya que las intensiones primarias de los dos términos difieren.

La proposición primaria, más que la proposición secundaria, captura la apariencia de las cosas desde el punto de vista del sujeto: produce el conjunto de mundos centrados que el sujeto, por tener la creencia, avala como ambientes potenciales en los que podría estar viviendo (al creer que Héspero es Fósforo, yo avalo todos aquellos mundos centrados en los cuales la estrella vespertina y la estrella matutina en torno del centro son idénticas). Es también bastante fácil argumentar que la proposición primaria, y no la proposición secundaria, gobierna las relaciones cognitivas y racionales entre los pensamientos. Por esta razón es natural pensar en la proposición primaria como el contenido cognitivo de un pensamiento[29].

Necesidad lógica, verdad conceptual y conceptibilidad

Habiendo delineado nuestro marco teórico, podemos ahora especificar las relaciones entre la necesidad lógica, la verdad conceptual y la conceptibilidad. Comenzando por la necesidad lógica: esta es sólo necesidad como se explicó antes. Un enunciado es lógicamente necesario si y sólo si es verdadero en todos los mundos lógicamente posibles. Por supuesto, tenemos dos variedades de necesidad lógica de enunciados, según que evaluemos la verdad en un mundo posible de acuerdo con las intensiones primarias o secundarias. Podríamos llamar a estas variedades necesidad 1 y necesidad 2, respectivamente.

Este análisis explícita la necesidad y posibilidad lógica de un enunciado en términos de a) la posibilidad lógica de mundos, y b) las intensiones determinadas por los términos involucrados en el enunciado. Ya analizamos las intensiones. En lo que concierne a la noción de mundo lógicamente posible, esta es una especie de primitiva: como antes, podemos de una manera intuitiva pensar en un mundo lógicamente posible como un mundo que Dios podría haber creado (dejando de lado las preguntas acerca del propio Dios). No me involucraré en la fastidiosa cuestión de la condición ontológica de estos mundos, sino que simplemente los aceptaré como una herramienta, del mismo modo como aceptamos la matemática[30]. En lo que concierne a la extensión de la clase, la característica más importante es que todo mundo concebible es lógicamente posible, una cuestión de la que tendré más que decir en un momento.

En lo que concierne a la verdad conceptual, si equiparamos el significado con la intensión (primaria o secundaria), es fácil hacer el vínculo entre la verdad en virtud del significado y la necesidad lógica. Si un enunciado es lógicamente necesario, su verdad será un subproducto automático de las intensiones de los términos (y la estructura composicional del enunciado). No necesitamos introducir en el mundo ningún otro papel, ya que las intensiones en cuestión serán satisfechas en todo mundo posible. De modo similar, si un enunciado es verdadero en virtud de sus intensiones, será verdadero en todo mundo posible.

Como antes, hay dos variedades de verdades conceptuales, según que equiparemos los «significados» con las intensiones primarias o secundarias, haciendo un paralelo con las dos variedades de verdad necesarias. Si tomamos decisiones paralelas en los dos casos, un enunciado es conceptualmente verdadero si y sólo si es necesariamente verdadero. El enunciado «El agua es sustancia acuosa» es conceptualmente verdadero y necesariamente verdadero en el primer sentido; y «El agua es H2O» es conceptualmente verdadero y necesariamente verdadero en el segundo. Sólo la primera variedad de verdad conceptual será en general accesible a priori. La segunda variedad incluirá muchas verdades a posteriori, ya que la intensión secundaria depende de cómo resulte el mundo real.

(No sostengo que las intensiones sean el modo correcto de pensar sobre los significados. El significado es una noción multifacética, y algunas de sus facetas podrían no estar reflejadas perfectamente por las intensiones, de modo que podríamos resistirnos a la equiparación de los dos, al menos en algunos casos[31]. Más bien, debería considerarse que la equiparación del significado y la intensión es estipulativa: si hacemos la equiparación, entonces podemos hacer varias conexiones útiles. No mucho depende del uso de la palabra «significado». En cualquier caso, la verdad en virtud de la intensión es el único tipo de verdad en virtud del significado que necesitaremos).

También podemos establecer un vínculo entre la posibilidad lógica de los enunciados y su conceptibilidad, si somos cuidadosos. Digamos que un enunciado es concebible (o concebiblemente verdadero) si es verdadero en todos los mundos concebibles. Esto no debe confundirse con otros sentidos de «concebible». Por ejemplo, existe un sentido según el cual un enunciado es concebible si según todo lo que sabemos es verdadero, o si no sabemos que sea imposible. En este sentido, la conjetura de Goldbach y su negación son concebibles. Pero el miembro falso del par no calificará como concebible en el sentido en el que estoy usando el término, ya que no hay ningún mundo concebible en el que sea verdadero (es falso en todos los mundos).

Según este enfoque de la noción, la conceptibilidad de un enunciado involucra dos cosas: primero, la conceptibilidad de un mundo relevante, y segundo, la verdad del enunciado en ese mundo[32]. Se deduce que al hacer juicios de conceptibilidad, debemos asegurarnos de que describimos el mundo que estamos concibiendo de una forma correcta, evaluando apropiadamente la verdad de un enunciado en el mundo. Podríamos pensar a primera vista que es concebible que la conjetura de Goldbach sea falsa, concibiendo un mundo en el que los matemáticos anuncian que lo es; pero si de hecho la conjetura de Goldbach fuera verdadera, entonces estaríamos describiendo erróneamente este mundo; es en realidad un mundo en el que la conjetura es verdadera y algunos matemáticos cometieron un error.

En la práctica, para hacer un juicio de conceptibilidad, sólo necesitamos considerar una situación concebible —una pequeña parte de un mundo— y luego asegurarnos de que la estamos describiendo correctamente. Si hay una situación concebible en la que un enunciado es verdadero, obviamente habrá un mundo concebible en el cual el enunciado es verdadero, de modo que este método producirá resultados razonables a la vez que significará una carga menor sobre nuestros recursos cognitivos que concebir un mundo completo.

A veces se dice que ejemplos como «El agua es XYZ» muestran que la conceptibilidad no implica la posibilidad, pero creo que la situación es más sutil que esto. En efecto, existen dos variedades de conceptibilidad, que podríamos llamar conceptibilidad-1 y conceptibilidad-2, según que evaluemos un enunciado en un mundo concebible de acuerdo con las intensiones primarias o secundarias de los términos involucrados. «El agua es XYZ» es concebible-1, ya que existe un mundo concebible en el cual el enunciado (evaluado de acuerdo con las intensiones primarias) es verdadero, pero no es concebible-2, ya que no existe ningún mundo concebible en el cual el enunciado (evaluado de acuerdo con la intensión secundaria) sea verdadero. Estos dos tipos de conceptibilidad reflejan precisamente los dos tipos de posibilidad lógica mencionados antes.

Suele equipararse la conceptibilidad de un enunciado a la conceptibilidad-1 (el sentido en el cual «El agua es XYZ» es concebible), ya que es este tipo de conceptibilidad el que es accesible a priori. Y con mayor frecuencia todavía, suele equipararse la posibilidad de un enunciado a la posibilidad 2 (el sentido en el cual «El agua es XYZ» es imposible). Interpretada de este modo, la conceptibilidad no implica posibilidad. Pero sigue siendo el caso que la conceptibilidad-1 implica la posibilidad-1, y la conceptibilidad-2 implica la posibilidad-2. Simplemente debemos tener cuidado de no juzgar la conceptibilidad-1 cuando lo relevante es la posibilidad-2. Esto es, debemos ser cuidadosos de no describir el mundo que estamos concibiendo (el mundo XYZ, digamos) según las intensiones primarias, cuando sería más apropiado utilizar las intensiones secundarias[33].

Se deduce de todo esto que la distinción citada frecuentemente entre la posibilidad «lógica» y la posibilidad «metafísica» que se origina en los casos de Kripke —en los que se sostiene que es lógicamente posible, pero no metafísicamente posible, que el agua sea XYZ— no es una distinción en el nivel de los mundos, sino, cuanto más, una distinción en el nivel de los enunciados. Un enunciado es «lógicamente posible» en este sentido si es verdadero en algún mundo cuando se lo evalúa de acuerdo con las intensiones primarias; un enunciado es «metafísicamente posible» si es verdadero en algún mundo cuando se lo evalúa de acuerdo con las intensiones secundarias. El espacio relevante de mundos es el mismo en ambos casos[34].

Muy importante, ninguno de los casos que hemos considerado nos da razones para pensar que algún mundo concebible sea imposible. Las preocupaciones acerca de la distancia entre la conceptibilidad y la posibilidad se aplican al nivel de los enunciados, no a los mundos: o usamos un enunciado para describir erróneamente un mundo concebido (como en el caso de Kripke, y el segundo caso de Goldbach), o sostenemos que un enunciado es concebible sin concebir un mundo para nada (como en el primer caso de Goldbach). De modo que no parece haber ninguna razón para negar que la conceptibilidad de un mundo implique su posibilidad. De aquí en más daré esto por sentado como una aseveración acerca de la posibilidad lógica; cualquier variedad de la posibilidad para la que la conceptibilidad no implique la posibilidad será, entonces, una clase más restringida. Alguien podría sostener que existe una variedad más estrecha de «mundos metafísicamente posibles», pero cualquier razón para creer en una clase de este tipo debería ser independiente de las razones estándar que consideré aquí. De cualquier manera, es la posibilidad lógica la que es fundamental en las cuestiones acerca de la explicación. (Una modalidad «metafísica» más fuerte podría, en el mejor de los casos, ser relevante para cuestiones acerca de ontología, materialismo, etc.; la discutiremos cuando esas cuestiones se vuelvan relevantes en el capítulo 4.)

Una implicación en la dirección opuesta, de la posibilidad lógica a la conceptibilidad, es más truculenta, en el sentido de que los límites de nuestra capacidad cognitiva implican que existen algunas situaciones posibles que no podemos concebir, quizá debido a su mayor complejidad. Sin embargo, si entendemos la conceptibilidad como conceptibilidad en principio —quizá conceptibilidad por un superser— entonces es plausible que la posibilidad lógica de un mundo implique su conceptibilidad y, por lo tanto, que la posibilidad lógica de un enunciado implique su conceptibilidad (en el sentido relevante). De cualquier modo, me ocuparé más bien de la otra implicación.

Si un enunciado es lógicamente posible o necesario de acuerdo con su intensión primaria, la posibilidad o necesidad es cognoscible a priori, al menos en principio. La modalidad no es epistémicamente inaccesible: la posibilidad de un enunciado es una función de las intensiones involucradas y el espacio de mundos posibles, donde ambos son epistémicamente accesibles en principio, y ninguno de los cuales depende de hechos a posteriori en este caso. De esta manera, las cuestiones sobre la posibilidad-1 y la conceptibilidad-1 son en principio accesibles desde un sillón. En cambio, las cuestiones de la posibilidad-2 y la conceptibilidad-2 sólo serán, en muchos casos, accesibles a posteriori, ya que los hechos acerca del mundo externo pueden tener un papel en la determinación de las intensiones secundarias.

La clase de las verdades necesarias 1 corresponde directamente a la clase de las verdades a priori. Si un enunciado es verdadero a priori, entonces es verdadero independientemente de cómo resulte el mundo actual; esto es, es verdadero en todos los mundos considerados reales, de modo que es necesario 1. Y recíprocamente, si un enunciado es necesario-1, entonces será verdadero independientemente de cómo resulte el mundo actual, de modo que será verdadero a priori. En la mayoría de este tipo de casos, la verdad del enunciado será cognoscible por nosotros a priori; podrían ser excepciones ciertos enunciados matemáticos cuya verdad no podemos determinar y ciertos enunciados que son tan complejos que no podemos comprenderlos. Aun en estos casos, parece razonable decir que son cognoscibles a priori al menos en principio, aunque estén más allá de nuestra limitada capacidad cognitiva. (Volveré a la cuestión cuando esta sea relevante más adelante).

Necesidad lógica y superveniencia lógica

Obtenemos dos nociones levemente diferentes de superveniencia lógica si utilizamos las clases primaria o secundaria de necesidad lógica. Si «glup» tiene asociadas una intensión primaria y una secundaria, entonces la «glupidad» puede supervenir lógicamente a las propiedades físicas de acuerdo con la intensión primaria o secundaria de «glup». La superveniencia de acuerdo con la intensión secundaria —esto es, superveniencia con necesidad a posteriori como la modalidad relevante— corresponde a lo que algunos llaman «superveniencia física», pero acabamos de ver que puede considerarse una variedad de superveniencia lógica.

(En realidad, sólo hay un tipo de superveniencia lógica de propiedades, así como sólo hay un tipo de necesidad lógica de las proposiciones. Pero, hemos visto que los términos o conceptos determinan efectivamente dos propiedades, una por medio de una intensión primaria [«sustancia acuosa»] y la otra por medio de una intensión secundaria [«H2O»]. De modo que para un concepto dado [«agua»], existen dos modos en los que las propiedades asociadas a ese concepto podrían supervenir. A veces hablaré informalmente de las intensiones primaria y secundaria asociadas a una propiedad, y de los dos modos en los que una propiedad podría supervenir).

Analizaré las versiones primaria y secundaria de la superveniencia en casos específicos, pero la primera será más importante. Especialmente cuando se consideran cuestiones acerca de la explicación, las intensiones primarias son más importantes que las intensiones secundarias. Como se hizo notar antes, sólo podemos trabajar con la intensión primaria al comienzo de una indagación y es esta intensión la que determina si una explicación es o no satisfactoria. Para explicar el agua, por ejemplo, tenemos que explicar cosas como su claridad, liquidez, etc. La intensión secundaria («H2O») no surge sino hasta después de que se completó la explicación y, por lo tanto, no determina un criterio del éxito explicativo. Es la superveniencia lógica de acuerdo con la intensión primaria lo que determina si una explicación reductiva es posible. Si no especifico otra cosa, es la superveniencia lógica de acuerdo con la intensión primaria lo que por lo general será el motivo de discusión.

Si elegimos un tipo de intensión —digamos, la intensión primaria— y nos apegamos a ella, entonces podemos ver que diversos modos de formular la superveniencia lógica son equivalentes. De acuerdo con la definición dada al comienzo de este capítulo, las propiedades B son lógicamente supervenientes a la propiedades A si para cualquier situación lógicamente posible Y que es A indiscernible de una situación real X, entonces todos los hechos B verdaderos en A son verdaderos en Y. O más simplemente, las propiedades B son lógicamente supervenientes a las propiedades A si para cualquier situación real A, los hechos A acerca de X implican los hechos B acerca de X (donde «P implica Q» se entiende como «Es lógicamente imposible que P y no Q»).

Si nos apegamos a la superveniencia global, esto significa que las propiedades B supervienen lógicamente a los hechos A, si los hechos B acerca del mundo real están implicados por los hechos A. De modo similar, las propiedades B supervienen lógicamente a las propiedades A si no existe ningún mundo concebible con las mismas propiedades A que nuestro mundo pero con propiedades B diferentes. También podemos decir que la superveniencia lógica es válida si, dada la totalidad de hechos-A A* y cualquier hecho-B B acerca de nuestro mundo W, «A*(W) B(W)» es verdad en virtud del significado de los términos A y los términos B (donde el significado se entiende como intensión).

Finalmente, si las propiedades B son lógicamente supervenientes a las propiedades A de acuerdo con las intensiones primarias, entonces la implicación de los hechos A a los hechos B será a priori. Así, en principio, alguien que conozca todos los hechos A acerca de una situación real podrá averiguar los hechos B acerca de la situación a partir de los hechos A solamente, si posee los conceptos B en cuestión. Este tipo de inferencia puede ser difícil o imposible en la práctica, debido a la complejidad de las situaciones involucradas, pero es al menos posible en principio. Para la superveniencia lógica de acuerdo con las intensiones secundarias, los hechos B acerca de una situación pueden también en principio averiguarse a partir de los hechos A, pero sólo a posteriori. Los hechos A deberán complementarse con hechos contingentes acerca del mundo real, ya que estos últimos tendrán un papel en la determinación de las intensiones B involucradas.

Hay, por lo tanto, al menos tres caminos para fundamentar las aseveraciones de superveniencia lógica: estos involucran la conceptibilidad, la epistemología y el análisis. Para fundamentar que las propiedades B supervienen lógicamente a las propiedades A podemos 1) argumentar que la instanciación de propiedades A sin instanciación de las propiedades B es inconcebible; 2) argumentar que alguien que está en posesión de los hechos A podría llegar a conocer los hechos B (al menos en casos de superveniencia mediante la intensión primaria), o 3) analizar las intensiones de las propiedades B con suficiente detalle como para que sea evidente que los enunciados B se deducen de los enunciados A en virtud de dichas intensiones solamente. Lo mismo es válido para establecer la no superveniencia lógica. Usaré los tres métodos para defender aseveraciones centrales que involucran a la superveniencia lógica.

No todos estarán convencidos de que las diversas formulaciones de la superveniencia lógica son equivalentes, de modo que cuando argumente en favor de conclusiones importantes acerca de la superveniencia lógica utilizaré versiones de los argumentos que utilicen cada una de las diferentes formulaciones. De este modo se verá que los argumentos son robustos, y que nada depende de una sutil confusión entre las diferentes nociones de superveniencia.

5. Casi todo es lógicamente superveniente a lo físico*

En el próximo capítulo argumentaré que la experiencia consciente no superviene lógicamente a lo físico y que, por ende, no puede ser explicarse reductivamente. Una respuesta frecuente es que la experiencia consciente no es la única, y que todo tipo de propiedades no supervienen lógicamente a lo físico. Se sugiere que propiedades tan diversas como la de ser una mesa, la vida y la prosperidad económica no tienen ninguna relación lógica con hechos como átomos, campos electromagnéticos, etc. ¿Es seguro que esos hechos de alto nivel no pueden estar lógicamente implicados por los hechos microfísicos?

En un análisis cuidadoso, pienso que no es difícil ver que esto es erróneo y que los hechos de alto nivel en cuestión son (globalmente) lógicamente supervenientes a lo físico en tanto hechos[35]. La experiencia consciente es casi única por no supervenir lógicamente. La relación entre la conciencia y los hechos físicos es de un tipo diferente de la relación estándar entre los hechos de alto nivel y de bajo nivel.

Hay varios modos de mostrar que la mayoría de las propiedades supervienen lógicamente a las propiedades físicas. Aquí sólo me ocuparé de las propiedades que caracterizan a los fenómenos naturales, esto es, aspectos contingentes del mundo que necesitan explicación. La propiedad de ser un ángel podría no supervenir lógicamente a lo físico, pero no tenemos razones para creer en la existencia de los ángeles, de modo que su no superveniencia no tiene por qué preocuparnos. Tampoco me ocuparé de los hechos acerca de entidades abstractas como las entidades matemáticas y las proposiciones; un tema que debe ser tratado separadamente[36].

Es preciso advertir que cuando afirmo que la mayor parte de las propiedades de alto nivel supervienen a lo físico, no estoy sugiriendo que los hechos y leyes de alto nivel estén implicados por leyes microfísicas, o incluso por leyes microfísicas en conjunción con condiciones de borde microfísicas. Esa sería una aseveración fuerte, y aunque podría tener alguna plausibilidad si se la restringe del modo apropiado, todavía no tenemos evidencia para ella. Lo que sostengo es mucho más débil: que los hechos de alto nivel están implicados por los hechos microfísicos (quizá junto con leyes microfísicas). Este conjunto enormemente amplio incluye los hechos acerca de la distribución de cada partícula y campo en cada rincón del espacio-tiempo: desde los átomos en el gorro de Napoleón a los campos electromagnéticos en el anillo más externo de Saturno. Como veremos, fijar este conjunto de hechos deja poco lugar para que cualquier otra cosa varíe.

Antes de pasar a los argumentos, debo hacer notar algunas razones inofensivas de por qué la superveniencia lógica a lo físico a veces no ocurre. Primero, algunas propiedades de alto nivel no supervienen lógicamente debido a su dependencia de la experiencia consciente. Quizá la experiencia consciente sea parcialmente constitutiva de una propiedad como el amor, por ejemplo. Como veremos, las intensiones primarias (aunque no las secundarias) asociadas con algunas propiedades externas como el color y el calor pueden también depender de cualidades fenoménicas. Si esto es así, entonces el amor y quizás el calor no supervienen lógicamente a lo físico. No debería considerarse que estos constituyen contraejemplos para mi tesis, ya que no introducen ninguna no superveniencia lógica nueva. Quizás el mejor modo de formular la aseveración es decir que todos los hechos supervienen lógicamente a la combinación de hechos físicos y hechos fenoménicos, o que todos los hechos supervienen lógicamente a los hechos físicos módulo la experiencia consciente. De modo similar, el hecho de que algunos fenómenos de alto nivel dependan de la experiencia consciente puede dificultar la explicabilidad reductiva, pero todavía podemos decir que son reductivamente explicables módulo la experiencia consciente.

Segundo, como vimos antes, en la aplicación de algunas intensiones primarias, aunque no en las intensiones secundarias, entra un elemento indicador. La intensión primaria de «agua», por ejemplo, es algo así como «el líquido claro y bebible en nuestro ambiente», de modo que si hay H2O acuoso y XYZ acuoso en el universo real, cuál de ellos calificará como «agua» depende de cuál se encuentre en el ambiente del agente que utiliza el término. En principio, entonces, necesitamos agregar un centro que representa la ubicación de un agente respecto de la base de superveniencia en algunos casos. Esto produce superveniencia lógica y explicación reductiva módulo la experiencia consciente y la indicatividad.

Finalmente, los casos en los que los hechos de alto nivel están indeterminados no contradicen la superveniencia lógica. La aseveración sólo dice que si los hechos de alto nivel están determinados, lo están por hechos físicos. Si el propio mundo no basta para fijar los hechos de alto nivel, no podemos esperar que los hechos físicos lo hagan. Algunos podrían sugerir que no hay superveniencia lógica si existen dos teorías de alto nivel igualmente buenas del mundo que difieren en su descripción de los hechos de alto nivel. Una teoría podría sostener que un virus está vivo, por ejemplo, mientras que la otra podría sostener que no lo está; entonces los hechos relativos a la vida no están determinados por los hechos físicos. Sin embargo, este no es un contraejemplo sino un caso en el cual los hechos acerca de la vida están indeterminados. Debido a la indeterminación, estamos libres para legislar los términos de una forma u otra cuando ello sea conveniente. Si los hechos están determinados, por ejemplo, si es verdad que los virus están vivos, entonces una de las descripciones es simplemente errónea. De cualquier modo, si los hechos acerca de la situación están determinados, entonces están implicados por los hechos físicos.

Argumentaré en favor de la ubicuidad de la superveniencia lógica utilizando argumentos que recurren a la conceptibilidad, a consideraciones epistemológicas y al análisis de los conceptos involucrados.

Conceptibilidad. La superveniencia lógica de la mayoría de los hechos de alto nivel puede verse más fácilmente si se utiliza la conceptibilidad como un test de la posibilidad lógica. ¿Qué clase de mundo podría ser idéntico al nuestro en cada hecho microfísico pero ser biológicamente distinto? Digamos que un uombat tuvo dos hijos en nuestro mundo. Los hechos físicos acerca de nuestro mundo incluirán hechos acerca de la distribución de cada partícula en el fragmento espaciotemporal correspondiente al uombat y sus hijos, sus ambientes y sus historias evolutivas. Si un mundo compartiese esos hechos físicos con el nuestro, pero no fuera un mundo en el cual el uombat tuvo dos hijos, ¿en qué podría consistir esa diferencia? Un mundo de esta clase parece inconcebible. Una vez que un mundo posible ha sido fijado de modo de que todos esos hechos físicos son iguales, entonces los hechos acerca de ser un uombat y su paternidad quedan automáticamente fijados. Estos hechos biológicos no son la clase de cosa que pueda liberarse de sus apoyos físicos, ni siquiera como posibilidad conceptual.

Lo mismo ocurre para los hechos arquitectónicos, los hechos astronómicos, los hechos conductuales, los hechos químicos, los hechos económicos, los hechos meteorológicos, los hechos sociológicos, etc. Un mundo físicamente idéntico al nuestro, pero en el cual estos tipos de hechos difieran, es inconcebible. Al concebir un mundo idéntico en el nivel microfísico, concebimos un mundo en el cual la localización de cada partícula en el espacio y tiempo es la misma. Se deduce que el mundo tendrá la misma estructura y dinámica macroscópicas que el nuestro. Una vez que todo esto ha sido fijado simplemente no hay espacio para que los hechos en cuestión varíen (aparte, quizá, de cualquier variación debida a diferencias en la experiencia consciente).

Más aún, esta imposibilidad de concepción no parece deberse a ningún límite contingente en nuestra capacidad cognitiva. Un mundo de este tipo es inconcebible en principio. Ni siquiera un superser, o Dios, podría imaginarse un mundo de esta clase. Simplemente no hay nada que se puedan imaginar. Una vez que imaginan un mundo con todos los hechos físicos, automáticamente se imaginaron un mundo en el cual rigen todos los hechos de alto nivel. Un mundo físicamente idéntico en el cual los hechos de alto nivel sean falsos es, por lo tanto, lógicamente imposible, y las propiedades de alto nivel en cuestión son lógicamente supervenientes a lo físico.

Epistemología. Yendo más allá de las intuiciones de conceptibilidad, podemos notar que si existiese un mundo físicamente posible idéntico al nuestro pero biológicamente distinto, esto plantearía problemas epistemológicos radicales. ¿Cómo podríamos saber que no estamos en ese mundo en lugar de en este? ¿Cómo sabríamos que los hechos biológicos en nuestro mundo son como son? Para ver esto, nótese que si estuviésemos en el mundo alternativo, tendría la misma apariencia que este. Instanciaría la misma distribución de partículas que se encuentra en las plantas y animales en este mundo; patrones indistinguibles de fotones se reflejarían de esas entidades; no se revelaría ninguna diferencia, ni siquiera bajo el examen más cercano. Se deduce, entonces, que toda la evidencia externa que poseemos no permite distinguir las posibilidades. Si los hechos biológicos acerca de nuestro mundo no son lógicamente supervenientes, no hay ningún modo de que podamos conocer esos hechos sobre la base de la evidencia externa.

Sin embargo, no existe ningún profundo problema epistemológico acerca de la biología. Todo el tiempo aprendemos hechos biológicos relativos a nuestro mundo basándonos en la evidencia externa; no surge ningún problema escéptico especial. Se deduce, entonces, que los hechos biológicos son lógicamente supervenientes a lo físico. Lo mismo ocurre con los hechos de arquitectura, economía y meteorología. No existe ningún problema escéptico especial acerca de conocer estos hechos sobre la base de la evidencia externa, de modo que deben ser lógicamente supervenientes a lo físico.

Podemos respaldar este punto de vista haciendo notar que en áreas en las que existen problemas epistemológicos, hay un fracaso correlativo de la superveniencia lógica y que, recíprocamente, en áreas en las que la superveniencia lógica falla, existen problemas epistemológicos correlativos.

Más obviamente, existe un problema epistemológico sobre la conciencia, el problema de las otras mentes. Este problema surge porque parece ser lógicamente compatible con toda la evidencia externa que los seres en torno nuestro son seres conscientes, pero también es lógicamente compatible que no lo sean. No tenemos ningún modo de asomarnos al cerebro de un perro, por ejemplo, y observar la presencia o ausencia de la experiencia consciente. El estatus de este problema es controversial, pero la mera existencia prima facie del problema es suficiente para rebatir un argumento epistemológico paralelo a los de más arriba en favor de la superveniencia lógica de la conciencia. En cambio, ni siquiera existe un problema prima facie con otras biologías u otras economías. Esos hechos son públicamente accesibles, precisamente porque están fijados por los hechos físicos.

(Pregunta: ¿Por qué un argumento similar no nos fuerza a la conclusión de que si la experiencia consciente no superviene lógicamente, entonces no podemos saber ni siquiera acerca de nuestra propia conciencia? Respuesta: Porque la experiencia consciente está en el mismo centro de nuestro universo epistémico. Los problemas escépticos acerca de hechos biológicos no supervenientes surgen porque sólo tenemos acceso a los hechos biológicos por medio de la evidencia externa mediada físicamente; los hechos externos no supervenientes estarían fuera de nuestro alcance epistémico directo. No existe un problema semejante con nuestra propia conciencia).

Otro famoso problema epistemológico concierne a los hechos acerca de la causalidad. Como argumentó Hume, la evidencia externa sólo nos da acceso a las regularidades en la sucesión de los acontecimientos; no nos da acceso a ningún otro hecho sobre la causalidad. De modo que si la causalidad se interpreta como algo más que la presencia de una regularidad (como supondré que debe ser), no es claro que podamos saber de su existencia. Una vez más, este problema escéptico va de la mano de la no existencia de la superveniencia lógica. En este caso, los hechos acerca de la causalidad no supervienen lógicamente a cuestiones de hechos físicos particulares. Una vez fijados todos los hechos acerca de la distribución de las entidades físicas en el espacio-tiempo, es lógicamente posible que todas las regularidades allí incluidas hayan surgido como una gigantesca coincidencia cósmica sin ninguna verdadera causalidad. En una escala más pequeña, dados los hechos particulares acerca de cualquier instancia aparente de causalidad, es lógicamente posible que sea una mera sucesión. Inferimos la existencia de la causalidad mediante una especie de inferencia de la mejor explicación —creer otra cosa sería creer en vastas e inexplicables coincidencias—, pero la creencia en la causalidad no se nos impone del modo directo en que la creencia en la biología lo hace.

Evité los problemas sobre la superveniencia de la causalidad al estipular que, para nuestros propósitos, la base de superveniencia incluye no sólo los hechos físicos particulares sino también todas las leyes físicas. Es razonable suponer que la adición de leyes determine los hechos sobre la causalidad. Pero, por supuesto, existe un problema escéptico acerca de las leyes que es paralelo al problema de la causalidad: considere el problema de Hume sobre la inducción, y la posibilidad lógica de que cualquier aparente ley podría ser una regularidad accidental.

Hasta donde puedo decir, estas dos dificultades agotan los problemas epistemológicos que surgen de la no superveniencia lógica a lo físico. Existen algunos otros problemas epistemológicos que, en cierto sentido, preceden a estos, porque conciernen a la existencia de los propios hechos físicos. Primero tenemos el problema de Descartes acerca de la existencia del mundo externo. Es compatible con nuestra evidencia experiencial que el mundo que pensamos que estamos viendo no exista; quizás estamos alucinando o sólo somos cerebros alojados en tanques. Puede verse que este problema surge precisamente porque los hechos acerca del mundo externo no supervienen lógicamente a los hechos acerca de nuestra experiencia. (Idealistas, positivistas y otros argumentaron controversialmente que sí lo hacen. Nótese que si se aceptan estos enfoques el problema escéptico se debilita). También existe un problema epistemológico acerca de las entidades teóricas postuladas por la ciencia: electrones, quarks, etc. Su ausencia sería lógicamente compatible con los hechos directamente observables acerca de los objetos en nuestro ambiente, y algunos, por lo tanto, plantearon dudas escépticas acerca de su existencia. Es posible analizar este problema sobre la base de la no superveniencia lógica de los hechos teóricos a los hechos observacionales. En ambos casos, quizás el mejor modo de mitigar las dudas escépticas sea una forma de inferencia de la mejor explicación, exactamente como en el caso de la causalidad, pero la posibilidad en principio de que estemos equivocados persiste.

De cualquier forma, evito este tipo de problema escéptico presuponiendo el mundo físico y fijando todos los hechos físicos acerca del mundo en la base de superveniencia (en consecuencia, asumo que el mundo externo existe, que existen los electrones, etc.). Si suponemos que estos hechos son conocidos, no hay lugar para dudas escépticas acerca de la mayoría de los hechos de alto nivel, precisamente porque son lógicamente supervenientes. Para decirlo al revés: todas nuestras fuentes de evidencia externa supervienen lógicamente a los hechos microfísicos, de modo que si algún fenómeno no superviene a estos hechos, la evidencia externa no puede suministrarnos ninguna razón para creer en él. Podríamos preguntarnos si es posible postular otros fenómenos mediante la inferencia de la mejor explicación, como hicimos más arriba, para explicar los hechos microfísicos. Este proceso nos lleva desde hechos particulares a leyes subyacentes simples (y por ende produce causalidad), pero luego el proceso parece detenerse. Es parte de la naturaleza de las leyes fundamentales que ellas sean el final de la cadena explicativa (excepto, quizá, para la especulación teológica). Esto nos deja los fenómenos para los que tenemos evidencia interna —a saber la experiencia consciente— y nada más. Módulo la experiencia consciente, todos los fenómenos son lógicamente supervenientes a lo físico.

Podemos también hacer una defensa epistemológica de la superveniencia lógica de un modo más directo, argumentando que alguien en posesión de todos los hechos físicos podría en principio llegar a conocer todos los hechos de alto nivel, siempre que posea los conceptos de alto nivel involucrados. Es verdad que nunca podríamos en la práctica verificar los hechos de alto nivel a partir del conjunto de hechos microfísicos. La vastedad de este último conjunto es suficiente para desechar esa posibilidad. (Sugiero aún menos que podríamos realizar una derivación formal; los sistemas formales son irrelevantes por las razones examinadas anteriormente). Pero, como cuestión de principio, hay diversos modos de mostrar que alguien (¿un superser?) armado solamente con los hechos microfísicos y los conceptos involucrados podría inferir los hechos de alto nivel.

La forma más simple es notar que en principio podríamos construir una gran simulación mental del mundo y observarla con un ojo mental, por así decirlo. Digamos que un hombre lleva un paraguas. A partir de los hechos microfísicos asociados, podríamos directamente inferir hechos acerca de la distribución y composición química de la masa en la vecindad del hombre, y hacer una caracterización estructural de alto nivel del área. Podríamos determinar bastante fácilmente la existencia de un bípedo carnoso varón. Por ejemplo, a partir de la información estructural podríamos notar que hay un organismo sobre dos piernas largas que son responsables de su locomoción, que la criatura tiene una anatomía masculina, etc. Sería claro que transporta algún artefacto que impide que las gotas de agua, predominantes en la vecindad, lo toquen. Podríamos mitigarlas dudas de que este artefacto sea realmente un paraguas advirtiendo, a partir de su estructura física, que puede abrirse y cerrarse; a partir de su historia, que esta mañana se encontraba en un paragüero y que originalmente fue hecho en una fábrica con otros de un tipo similar, etc. Las dudas de que el bípedo carnoso sea realmente un ser humano podrían mitigare a través de la composición de su ADN, su historia evolutiva, su relación con otros seres, etc. Sólo necesitamos suponer que el ser posee el concepto involucrado en un grado suficiente como para poder aplicarlo correctamente a instancias (esto es, el ser posee la intensión). Si esto es así, entonces los hechos microfísicos le darán toda la evidencia que necesita para aplicar los conceptos y determinar que realmente hay una persona allí que porta un paraguas.

Lo mismo ocurre para casi cualquier tipo de fenómeno de alto nivel: mesas, vida, prosperidad económica. Conociendo todos los hechos de bajo nivel, un ser puede, en principio, inferir todos los hechos necesarios para determinar si esta es una instancia o no de la propiedad involucrada. Lo que sucede es que se construye un mundo posible compatible con los hechos microfísicos, y los hechos de alto nivel simplemente se leen a partir de ese mundo utilizando la intensión apropiada (ya que los hechos relevantes son invariantes a través de los mundos posibles físicamente idénticos). Por lo tanto, los hechos de alto nivel son lógicamente supervenientes a lo físico.

Analizabilidad. Hasta ahora, argumenté que los hechos microfísicos fijan los hechos de alto nivel sin ser muy explícito acerca de los conceptos de alto nivel involucrados. En cualquier caso específico, sin embargo, esta relación de implicación se basa en la intensión de un concepto. Si los hechos microfísicos implican un hecho de alto nivel, esto se debe a que los hechos microfísicos son suficientes para fijar las características del mundo en virtud de las cuales se aplica la intensión de alto nivel. Esto es, debemos poder analizar qué es lo que se requiere para que una entidad satisfaga la intensión de un concepto de alto nivel, al menos en una medida suficiente como para que se pueda ver por qué esas condiciones de satisfacción podrían cumplirse fijando los hechos físicos. Es útil, por lo tanto, estudiar más de cerca las intensiones de los conceptos de alto nivel, y examinar las características del mundo en virtud del cual se aplican.

Existen algunos obstáculos para elucidar estas intensiones y sintetizarlas en palabras. Como vimos antes, las condiciones de aplicación de un concepto suelen estar indeterminadas en diversos sitios. ¿Un objeto con forma de taza pero hecho de tejido es una taza? ¿Un virus computacional está vivo? ¿Una entidad similar a un libro que se materializa aleatoriamente es un libro? Nuestros conceptos ordinarios no dan respuestas directas a estas preguntas En cierto sentido, es una cuestión de estipulación. Por lo tanto, no habrá condiciones de aplicación determinadas que podamos utilizar en el proceso de implicación. Pero, como vimos antes, esta indeterminación refleja precisamente una indeterminación acerca de los propios hechos. En la medida en que la intensión de «taza» es una cuestión de estipulación, los hechos acerca de las tazas también lo son. Lo que cuenta para nuestros propósitos es que la intensión junto con los hechos microfísicos determinan los hechos de alto nivel en la medida en que estos son realmente fácticos. La vaguedad y la indeterminación pueden dificultar la discusión, pero no afectan nada importante en las cuestiones relevantes.

Un problema relacionado es que cualquier análisis conciso de un concepto invariablemente fallará en hacerle justicia. Como hemos visto, los conceptos no suelen tener definiciones precisas. En una primera aproximación, podemos decir que algo es una mesa si tiene una superficie plana horizontal con patas como soporte; pero esto permite la inclusión de demasiadas cosas (¿el monstruo de Frankenstein en zancos?) y omite otras (¿una mesa sin patas, que sobresale de la pared?). Podemos refinar la definición, agregando nuevas condiciones y cláusulas, pero rápidamente nos topamos con los problemas de la indeterminación y, en cualquier caso, el resultado nunca será perfecto. Pero no hay ninguna necesidad de entrar en todos los detalles necesarios para tratar cada caso especial: más allá de un punto, los detalles son sólo más de lo mismo. Si sabemos en virtud de qué tipo de propiedades se aplica la intensión, tendremos suficiente para el caso.

Como vimos antes, no necesitamos una definición de propiedades B en términos de propiedades A para que los hechos A impliquen los hechos B. Los significados están representados fundamentalmente por intensiones, no por definiciones. Aquí, el papel del análisis es simplemente caracterizar las intensiones con suficiente detalle como para que la existencia de una implicación sea evidente. Para este propósito, bastará un análisis aproximado. Las intenciones por lo general se aplican a individuos en un mundo posible en virtud de algunas de sus propiedades y no de otras; el sentido de un análisis de esta clase es determinar en virtud de qué tipo de propiedades se aplica la intensión, y establecer que dichas propiedades son compatibles con la implicación a partir de propiedades físicas.

Un tercer problema surge de la división entre las condiciones de aplicación a priori y a posteriori de muchos conceptos. Sin embargo, siempre que mantengamos separadas las intensiones primarias y secundarias, esto no será un gran problema. La intensión secundaria asociada con «agua» es algo así como «H2O», lo que, obviamente, es lógicamente superveniente a lo físico. Pero la intensión primaria, algo así como «el líquido claro y bebible en nuestro ambiente» también es lógicamente superveniente, ya que la claridad, potabilidad, y liquidez del agua están implicadas por los hechos físicos[37]. Podemos considerar las cosas de cualquiera de las dos maneras. Como hemos visto, es la intensión primaria la que participa de la explicación reductiva, de modo que es esta la que más nos preocupa. En general, si una intensión primaria I es lógicamente superveniente a lo físico, entonces también lo será una intensión secundaria rigidificada dthat(I), ya que por lo general consistirá de una proyección de alguna estructura física intrínseca a través de mundos.

Las consideraciones acerca de una necesidad a posteriori llevaron a algunos a suponer que no puede haber ninguna implicación lógica desde hechos de nivel inferior a hechos de alto nivel. Típicamente escuchamos cosas como «El agua es necesariamente H2O, pero esa no es una verdad del significado, de modo que no existe ninguna relación conceptual». Pero esta es una simplificación excesiva. Para empezar, la intensión secundaria «H2O» puede verse como parte del significado de «agua» en algún sentido, y por cierto es lógicamente superveniente. Pero aún más importante, la intensión primaria («el líquido claro y bebible…») que fija la referencia también es superveniente, quizá módulo la experiencia y la indicatividad. Es precisamente en virtud de que satisface esta intensión que consideramos que el H2O es agua en primer lugar. Dada la intensión primaria I, los hechos de alto nivel son derivables de un modo no problemático de los hechos microfísicos (módulo la contribución de la experiencia y la indicatividad). La observación kripkeana de que el concepto tiene una mejor representación como dthat(I) no afecta en absoluto a esa derivabilidad. Por sí solo, el fenómeno semántico de la rigidificación no marca una diferencia ontológica.

Con estos obstáculos fuera del camino, podemos considerar las intensiones asociadas a los diversos conceptos de alto nivel. En la mayoría de los casos estos pueden caracterizarse en términos funcionales o estructurales, o como una combinación de los dos. Por ejemplo, las clases de cosas relevantes para que algo sea una mesa incluyen 1) que tenga una superficie plana y esté apoyado en patas, y 2) que las personan la usen para sostener diversos objetos. La primera es una condición estructural: esto es, una condición sobre la estructura física intrínseca del objeto. La segunda es una condición funcional: o sea, concierne al papel causal de una entidad, y caracteriza el modo como interactúa con otras entidades. Las propiedades estructurales están claramente implicadas por hechos microfísicos. También lo están las propiedades funcionales en general, aunque esto es levemente menos directo. Estas propiedades dependen de una base de superveniencia mucho más amplia de hechos microfísicos, de modo que los hechos acerca del ambiente de un objeto con frecuencia serán relevantes; y en la medida que tales propiedades se caracterizan por medio de disposiciones (algo es soluble si se disolvería si se lo sumergiese en agua), necesitamos entonces recurrir a los contrafácticos. Pero los valores de verdad de esos contrafácticos están fijados por la inclusión de leyes físicas en el antecedente de nuestros condicionales de superveniencia, de modo que esto no es un problema.

Para tomar otro ejemplo, las condiciones sobre la vida se reducen aproximadamente a alguna combinación, entre otras cosas, de la capacidad para reproducirse, adaptarse y metabolizar (como es usual, no necesitamos legislar acerca de su importancia o acerca de todos los otros factores relevantes). Estas propiedades son todas caracterizables funcionalmente, en términos de la relación de una entidad con otras entidades, su capacidad para convertir recursos externos en energía y su capacidad para reaccionar en forma apropiada a su ambiente. Estas propiedades funcionales son todas derivables, en principio, de los hechos físicos. Como es usual, aunque no haya ninguna definición perfecta de la vida en términos funcionales, este tipo de caracterización nos muestra que es una propiedad funcional cuya instanciación puede entonces ser implicada por hechos físicos.

Surge una complicación debido al hecho de que las propiedades funcionales suelen caracterizarse en términos de un papel causal relativo a otras entidades de alto nivel. Se deduce que la superveniencia lógica de las propiedades depende de la superveniencia lógica a las otras nociones de alto nivel involucradas, donde estas nociones pueden ellas mismas ser caracterizadas funcionalmente. Esto no es, en última instancia, un problema, siempre que los papeles causales eventualmente se traduzcan en propiedades no funcionales: típicamente en propiedades estructurales o fenoménicas. Podría haber una cierta circularidad en la interdefinibilidad de diversas propiedades funcionales: quizá sea parcialmente constitutivo de una grapadora que entrega grapas, y parcialmente constitutivo de las grapas que son entregadas por grapadoras. Esta circularidad puede solucionarse traduciendo los papeles causales de todas las propiedades simultáneamente[38], siempre que los análisis tengan una parte no circular que se base en última instancia en propiedades estructurales o fenoménicas. (Se podría creer que recurrir a las propiedades fenoménicas va en contra de la superveniencia lógica a lo físico, pero véase más adelante. En cualquier caso, es compatible con la superveniencia lógica módulo la experiencia consciente).

Muchas propiedades tienen una caracterización relacional en términos de relaciones con el ambiente de una entidad. Por lo general estas relaciones son causales, de modo que las propiedades en cuestión son funcionales, pero esto no siempre es así: considérese la propiedad de estar en el mismo continente que un pato. De modo similar, algunas propiedades dependen de la historia (aunque estas pueden usualmente interpretarse de modo causal); para ser un canguro, una criatura debe tener predecesores apropiados. De cualquier modo, estas propiedades no plantean ningún problema para la superveniencia lógica, ya que los hechos históricos y ambientales relevantes estarán fijados por los hechos físicos globales.

Aún un hecho social complejo como «En los años cincuenta existió prosperidad económica[39]» puede caracterizarse principalmente en términos funcionales y, por lo tanto, considerarse que está implicado por hechos físicos. Un análisis completo sería muy complicado y se vería dificultado por la vaguedad de la noción de prosperidad, pero, para tener una idea de cómo sería, podemos preguntarnos por qué decimos que hubo prosperidad económica en los años cincuenta. En primera aproximación, porque la tasa de empleo era alta, las personas podían comprar cantidades inusualmente grandes de bienes, la tasa de inflación era baja, había un gran desarrollo en viviendas, etc. A su vez podemos hacer un análisis grueso de la noción de vivienda (el tipo de lugar en donde las personas duermen y comen), de empleo (trabajo organizado que procura una recompensa) y de las nociones monetarias (dinero sería analizable aproximadamente en términos de su capacidad sistemática para ser intercambiado por otros objetos, y su valor será analizable en términos de cuánto obtenemos en el intercambio). Todos estos análisis están ridículamente sobresimplificados, pero el punto es bastante claro. Estas son, en general, propiedades funcionales que pueden estar implicadas por hechos físicos.

Muchos han sido escépticos respecto de la posibilidad de los análisis conceptuales. Frecuentemente, esto se debió a razones que no son relevantes para mis argumentos: debido a la indeterminación en nuestros conceptos, por ejemplo, o porque carecen de definiciones precisas. A veces, el escepticismo puede haber surgido por razones más profundas. Sin embargo, si lo que dije anteriormente en este capítulo es correcto, y si los hechos físicos acerca de un mundo posible determinan los hechos de alto nivel, deberíamos esperar estar en condiciones de analizar la intensión del concepto de alto nivel en cuestión, al menos en una buena aproximación, para ver cómo su aplicación puede estar determinada por hechos físicos. Esto es lo que intenté hacer en los ejemplos dados aquí. Otros ejemplos pueden manejarse de un modo similar[40].

No propugno un programa para realizar estos análisis en general. Los conceptos son demasiado complejos y rebeldes para que resulte de mucha utilidad, y cualquier análisis explícito suele ser una pálida sombra de la cosa real. Lo que importa es la cuestión básica de que la mayoría de los conceptos de alto nivel no son nociones primitivas inanalizables. En general, son analizables en la medida en que pueda considerarse que sus intensiones especifican propiedades funcionales o estructurales. Es en virtud de esta analizabilidad que los hechos de alto nivel son, en principio, derivables de los hechos microfísicos y explicables reductivamente en términos de hechos físicos.

Algunos casos problemáticos

Podría pensarse que existen algunos tipos de propiedades que presentan dificultades particulares para la superveniencia lógica y, por lo tanto, para la explicación reductiva. Examinaremos algunos de estos casos, prestando particular atención a la cuestión de si el fenómeno asociado plantea para la explicación reductiva problemas análogos a los planteados por la conciencia. Me parece que, con un par de posibles excepciones, no surgen aquí nuevos problemas significativos.

Propiedades dependientes de la conciencia. Como ya se expuso, las intensiones primarias de algunos conceptos involucran una relación con la experiencia consciente. Un ejemplo obvio es la propiedad de rojez, considerada como propiedad de objetos externos. Según algunas concepciones, la intensión primaria asociada con la rojez requiere que para que algo sea rojo debe ser el tipo de cosa que tiende a causar experiencias de color rojo bajo condiciones apropiadas[41]. De modo que en su intensión primaria, la rojez no es lógicamente superveniente a lo físico, aunque superviene módulo la experiencia consciente. Por otro lado, su intensión secundaria casi seguramente es superveniente. Si resulta que en el mundo real, el tipo de cosa que tiende a causar experiencias de color rojo es la reflectancia de una cierta superficie, entonces los objetos con esa reflectancia son rojos aún en mundos en los que no haya seres conscientes para verlos. La rojez se identifica a posteriori con esa reflectancia, que es sólo lógicamente superveniente a lo físico.

Vimos con anterioridad que la no superveniencia lógica de una intensión primaria está asociada a un fracaso de la explicación reductiva. Entonces, ¿falla la explicación reductiva para la rojez? La respuesta es sí en un sentido débil. Si se interpreta la rojez como la tendencia a causar experiencias de color rojo, entonces si la experiencia no es reductivamente explicable, tampoco lo es la rojez. Pero podemos acercarnos. Podemos notar que una cierta cualidad física causa experiencias de color rojo; e incluso podemos explicar la relación causal entre la cualidad y los juicios de rojo. Es sólo el paso final de la experiencia lo que no tiene explicación. En la práctica, nuestras restricciones sobre la explicación son lo suficientemente débiles como para que este tipo de cosas cuente. Para explicar un fenómeno cuya referencia está fijada por alguna experiencia, no requerimos una explicación de la experiencia. De otro modo deberíamos esperar durante mucho tiempo.

Lo mismo ocurre para fenómenos como el calor, la luz y el sonido. Aunque sus intensiones secundarias determinan propiedades estructurales (movimiento molecular, la presencia de fotones, ondas en el aire), sus intensiones primarias involucran una relación con la experiencia consciente: el calor es lo que causa sensaciones de calor, la luz causa experiencias visuales, etc. Pero, como Nagel (1974) y Searle (1992) hicieron notar, no necesitamos una explicación de las sensaciones de calor cuando explicamos el calor. La explicación módulo la experiencia es suficiente.

Otras propiedades dependen más directamente de la experiencia consciente, en el sentido de que la experiencia no sólo tiene un papel en la determinación de la referencia sino que también es parte constitutiva de la noción a posteriori. La propiedad de estar parado al lado de una persona consciente es un ejemplo obvio. Según algunas concepciones, propiedades mentales como el amor y la creencia, aunque no son en sí mismas propiedades fenoménicas, dependen conceptualmente de la existencia de la experiencia consciente. Si esto es así, entonces en un mundo sin conciencia, estas propiedades no estarían ejemplificadas. Estas propiedades, por lo tanto, no son lógicamente supervenientes ni siquiera a posteriori, y la explicación reductiva falla de un modo aún más contundente que en los casos de arriba. Pero son lógicamente supervenientes y reductivamente explicables módulo la experiencia consciente, de modo que no surge aquí ningún nuevo fracaso de la explicación reductiva.

Intencionalidad. Vale la pena considerar separadamente el estado de intencionalidad, ya que a veces se considera que plantea problemas análogos a los que surgen debido a la conciencia. Es plausible, sin embargo, que cualquier fracaso de las propiedades intencionales en supervenir lógicamente se derive de la no superveniencia de la conciencia. Como hice notar en el capítulo 1, no parece haber ningún mundo concebible que sea física y fenoménicamente idéntico al nuestro, pero en el cual los contenidos intencionales difieran[42]. Si la fenomenología es parcialmente constitutiva del contenido intencional, como algunos filósofos sugieren, entonces las propiedades intencionales pueden no supervenir lógicamente a lo físico, pero sí lo harán módulo la experiencia consciente. La aserción de que la conciencia es parcialmente constitutiva del contenido es controversial, pero de cualquier forma hay pocas razones para creer que la intencionalidad falle en supervenir de un modo separado y no derivado.

Dejando de lado los aspectos fenomenológicos, es mejor considerar las propiedades intencionales como una clase de construcción de tercera persona en la explicación de la conducta humana, por lo que debería, entonces, ser analizable en términos de conexiones causales con la conducta y el ambiente. Si esto es así, las propiedades intencionales son entonces lógicamente supervenientes a lo físico. Lewis (1974) hace un intento detallado de explicitar la implicación de los hechos físicos con los hechos intencionales mediante un apropiado análisis funcional. Puede interpretarse que concepciones más recientes de la intencionalidad, como las de Dennett (1987), Dretske (1981), y Fodor (1987), contribuyen al mismo proyecto. Ninguno de estos análisis es totalmente convincente, pero podría ocurrir que un descendiente más sofisticado cumpla con el trabajo. No existe ningún argumento que sea análogo a los argumentos en contra de la superveniencia de la conciencia que muestre que la intencionalidad no puede supervenir lógicamente a las propiedades físicas y fenoménicas[43]. Los argumentos de conceptibilidad indican que las propiedades intencionales deben ser lógicamente supervenientes a estas en la medida en que dichas propiedades se instancien, y los argumentos epistemológicos nos llevan a una conclusión similar. De este modo, no existe ningún problema ontológico independiente de la intencionalidad.

Propiedades morales y estéticas. Suele sostenerse que no existe ninguna conexión conceptual entre las propiedades físicas y las propiedades morales y estéticas. De acuerdo con Moore (1922), nada en el significado de nociones como «bondad» permite que los hechos relativos a la bondad deban estar implicados con hechos físicos. De hecho, Moore sostenía que no existe ninguna conexión conceptual entre los hechos naturales y los hechos morales, donde lo natural puede incluir lo mental además de lo físico (de modo que la superveniencia módulo la experiencia consciente no nos ayuda aquí). ¿Significa esto que las propiedades morales son tan problemáticas como la experiencia consciente?

Existen dos diferencias, sin embargo. Primero, no parece haber un mundo concebible que sea naturalmente idéntico al nuestro pero moralmente distinto, de modo que es improbable que los hechos morales sean nuevos hechos en algún sentido fuerte. Segundo, los hechos morales no son fenómenos que se nos impongan. Si se nos presiona, podemos directamente negar que los hechos morales existan. Esto refleja la estrategia adoptada por los antirrealistas morales como Blackburn (1971) y Haré (1984). Estos antirrealistas argumentan que debido a que los hechos morales no están implicados por hechos naturales y no parecen ser nuevos hechos «extraños», no tienen ninguna existencia objetiva y la moralidad debe ser relativizada en una construcción o proyección de nuestro aparato cognitivo. No es posible adoptar la misma estrategia para las propiedades fenoménicas, cuya existencia se nos impone.

Para las propiedades morales, existen al menos dos alternativas razonables disponibles. La primera es un antirrealismo de alguna clase, que quizá relativice los «hechos morales objetivos» en «hechos morales subjetivos[44]», o adopte un enfoque en el que el discurso moral no afirma hechos en absoluto. La segunda es afirmar que existe una conexión apriori entre los hechos naturales y los hechos morales, una que (contra Moore) puede considerarse que es válida en virtud de un análisis y explicación de conceptos morales. Si un concepto como «bueno» determina una extensión primaria no indicadora, entonces se deduce la segunda posición: tendremos una función a priori desde los mundos naturalmente especificados hasta los hechos morales. Si sólo determina una intensión primaria indicadora, o si diferentes sujetos pueden asociar distintas intensiones primarias al concepto, o si no determina ninguna intensión primaria en absoluto, entonces se deducirá una versión de la primera posición.

A veces se adoptan algunas otras posiciones, pero ninguna parece defendible. Moore sostenía que existe una conexión a priori no conceptual entre los hechos naturales y los morales que obtenemos a través de una misteriosa facultad de «intuición moral», pero este enfoque es por lo general rechazado (resulta difícil determinar qué es lo que podría fundamentar la verdad o falsedad de una intuición de este tipo). Una posición según la cual las propiedades morales supervienen debido a un vínculo nomológico fundamental parece fuera de cuestión, ya que no existe ningún mundo concebible en el cual los hechos naturales sean los mismos que en el nuestro pero en el cual los hechos morales sean diferentes. Una posición popular entre los realistas morales contemporáneos (véase, por ejemplo, Boyd, 1988; Brink, 1989) es que los hechos morales supervienen a los hechos naturales con necesidad a posteriori; esto es, supervienen de acuerdo con las intensiones secundarias pero no las primarias de los conceptos morales. Esta posición es difícil de sostener, sin embargo, dado que incluso las equivalencias a posteriori deben basarse en una determinación a priori de la referencia. Aun cuando el agua es H2O a posteriori, los hechos acerca del agua se deducen a priori de los hechos microfísicos. De modo similar, si los conceptos morales tienen una intensión primaria y si los mundos centrados naturalmente idénticos son moralmente idénticos, parecería deducirse un vínculo a priori de los hechos naturales con los hechos morales (Horgan y Timmons [1992a; 1992b] realizan una crítica de este tipo).

Las propiedades estéticas pueden tratarse de un modo similar. Un tratamiento antirrealista es quizás aún más plausible aquí. En un análisis final, aunque existen cuestiones conceptuales interesantes acerca de cómo deberían considerarse los dominios moral y estético, estos no plantean problemas metafísicos y explicativos comparables a los ocasionados por la experiencia consciente.

Nombres. Según muchas concepciones (por ejemplo, Kaplan, 1989), no existe ningún análisis asociado con un nombre como «Rolf Harris», que simplemente seleccione su referente en forma directa. ¿Significa esto que la propiedad de ser Rolf Harris no superviene lógicamente a lo físico? No hay ningún problema con la superveniencia de la intensión secundaria (por ejemplo, Rolf podría ser la persona concebida a partir de un esperma y huevo determinados en todo mundo posible), pero podría pensarse que la falta de una intensión primaria plantea problemas a la explicación reductiva. Sin embargo, es plausible que aunque no exista ninguna intensión primaria compartida a través de la comunidad, toda utilización individual del nombre tiene una intensión primaria asociada. Cuando utilizo el nombre «Rolf Harris» existe algún modo sistemático en el cual su referente depende del modo como el mundo resulta; para mí, la intensión primaria podría ser algo así como «el hombre llamado “Rolf Harris” que golpea latas de pintura y que tiene conmigo la relación causal apropiada[45]». Una intensión de esta clase será lógicamente superveniente. En lugar de justificar esto en detalle, sin embargo, es más fácil notar que cualquier ausencia de superveniencia lógica no estará acompañada por un misterio explicativo. La propiedad de ser Rolf Harris no constituye un fenómeno que necesite una explicación, sí en cambio una explicitación. Lo que debe explicarse es la existencia de una persona llamada «Rolf Harris» que golpea latas de pintura, etc. Estas propiedades ciertamente supervienen, y son explicables en principio del modo usual.

Expresiones indicadoras. La determinación de la referencia de muchos conceptos, desde «agua» a «mi perro», involucra un elemento indicador. La referencia de estas nociones se fija sobre la base de los hechos físicos y de un «hecho indicador» relativo al agente que representa la ubicación del agente que utiliza el término en cuestión. Un hecho de esta clase está determinado para cualquier agente dado, de modo que la fijación de la referencia está determinada. La superveniencia y la explicación tienen éxito módulo ese hecho indicador.

¿La indicatividad plantea algún problema para la explicación reductiva? Para hablantes arbitrarios, quizá no, ya que el «hecho» en cuestión puede ser relativizado. Pero para mí mismo, no es tan fácil. El hecho indicador expresa algo muy sobresaliente acerca del mundo tal como lo encuentro: que David Chalmers soy yo. ¿Cómo se puede explicar este hecho aparentemente primitivo? Por cierto, ¿hay aquí realmente un hecho que debe ser explicado, y no una tautología? La cuestión es extraordinariamente difícil de captar, pero me parece que aunque el término indicador no es un hecho objetivo acerca del mundo, es un hecho acerca del mundo tal como yo lo encuentro, y es el mundo tal como yo lo encuentro lo que necesita una explicación. La naturaleza de un indicador primitivo es bastante oscura, sin embargo, y es muy poco claro cómo se lo podría explicar[46]. (Por supuesto, podemos dar una explicación reductiva de por qué la emisión de David Chalmers «Yo soy David Chalmers» es verdadera. Pero este hecho no indicador parece ser bastante diferente del hecho indicador de que yo soy David Chalmers).

Es tentador considerar a la conciencia. Pero mientras que una explicación de la conciencia podría producir una explicación de «puntos de vista» en general, es difícil ver cómo podría explicar por qué un punto de vista aparentemente arbitrario de estos es el mío, a menos de que el solipsismo sea verdad. Podríamos vernos obligados a tomar el hecho indicador como primitivo. Si esto es así, entonces tenemos un fracaso de la explicación reductiva distinto de y análogo al fracaso de la conciencia. Sin embargo, el primer fracaso es menos preocupante que el de la conciencia, debido a que el hecho inexplicado es muy «tenue» en comparación con los hechos acerca de la conciencia en toda su gloria. Admitir este hecho indicativo primitivo requeriría mucho menos revisión de nuestra cosmovisión materialista que admitir hechos irreducibles acerca de la experiencia consciente.

Hechos negativos. Como vimos antes, ciertos hechos que involucran existenciales negativos y cuantificadores universales no están lógicamente determinados por los hechos físicos, o incluso por cualquier conjunto de hechos localizados. Considérense los siguientes hechos acerca del mundo: no hay ángeles; Don Bradman es el mejor jugador de críquet; todos los seres vivos se basan en el ADN. Todos estos hechos podrían ser falsificados, de un modo consistente con todos los hechos físicos acerca de nuestro mundo, si simplemente agregamos alguna nueva sustancia no física: ángeles que juegan al críquet hechos de ectoplasma, por ejemplo. Ni siquiera la adición de hechos acerca de la experiencia consciente o la indicatividad puede ayudarnos aquí[47].

¿Significa esto que esos hechos no son reductivamente explicables? Así parece, en la medida en que no haya ninguna explicación física de por qué no existe ninguna sustancia no física extra en nuestro mundo. Esto es ciertamente un hecho ulterior. El mejor modo de manejar esta situación es introducir un hecho de segundo orden que dice acerca del conjunto de hechos básicos particulares, sean microfísicos, fenoménicos, indicadores, o los que sean: Eso es todo. Este hecho dice que todos los hechos particulares acerca del mundo están incluidos en o implicados por el conjunto dado de hechos. De este hecho de segundo orden, en conjunción con todos los hechos básicos particulares, se deducirán todos los hechos negativos.

Esto no constituye un fracaso muy serio de la explicación reductiva. Es de suponer que existirá un hecho verdadero «Eso es todo» de este tipo en cualquier mundo, y un hecho de esta clase nunca estará implicado con los hechos particulares. Simplemente expresa la naturaleza limitada de nuestro mundo, o de cualquier mundo. Es un modo económico de llevar a nuestra captación todos los hechos existenciales negativos o universalmente cuantificados.

Leyes físicas y causalidad. En las concepciones más plausibles de las leyes físicas, estas no son lógicamente supervenientes a los hechos físicos, considerados como una colección de hechos particulares acerca de la historia espaciotemporal del mundo. Se puede ver esto notando la posibilidad lógica de un mundo físicamente indiscernible del nuestro a través de toda su historia espaciotemporal, pero con leyes diferentes. Por ejemplo, podría ser una ley de ese mundo que cuando se reúnen en el vacío doscientas toneladas de oro puro, este se transmutará en plomo. En cualquier otro aspecto sus leyes son idénticas, con modificaciones menores cuando sea necesario. Ocurre que en la historia espaciotemporal de nuestro mundo, nunca se reunieron en el vacío doscientas toneladas de oro. Se deduce que nuestro mundo y el otro mundo tienen historias idénticas, pero sin embargo sus leyes difieren.

Argumentos como este sugieren que las leyes de la naturaleza no son lógicamente supervenientes a la colección de hechos físicos particulares[48]. Mediante argumentos similares podemos ver que una conexión causal entre dos sucesos es algo que va más allá de una regularidad entre ellos. Las personas que sostienen diversos enfoques humeanos ponen en duda estas conclusiones, pero me parece que tienen aquí el peor de los argumentos[49]. Hay algo irreducible en la existencia de las leyes y la causalidad.

Evité estos problemas en otros lados al incluir las leyes físicas en la base de superveniencia, pero esto pasa por encima del problema metafísico en lugar de resolverlo. Es verdad que las leyes y la causalidad llevan a un fracaso menos significativo de la explicación reductiva que la conciencia. Las propias leyes y relaciones causales se postulan para explicar fenómenos físicos existentes, principalmente las múltiples regularidades presentes en la naturaleza, mientras que la conciencia es un explanandum primitivo. Sin embargo, la existencia de hechos irreducibles ulteriores de este tipo plantea profundas preguntas acerca de su naturaleza metafísica. Aparte de la experiencia consciente y, quizá, de la indicatividad, estos son los únicos otros hechos ulteriores en los que tenemos razones para creer. Es natural especular que estas dos clases no supervenientes, la conciencia y la causalidad, puedan tener una estrecha relación metafísica.

Recapitulación

La posición en la que quedamos es que casi todos los hechos supervienen lógicamente a los hechos físicos (incluyendo las leyes físicas), con las posibles excepciones de la experiencia consciente, la indicatividad y los hechos existenciales negativos. Para presentar las cosas de otro modo, podemos decir que los hechos acerca del mundo se agotan en 1) hechos físicos particulares, 2) hechos acerca de la experiencia consciente, 3) leyes de la naturaleza, 4) un hecho de segundo orden «Eso es todo» y, quizá, 5) un hecho indicativo acerca de mi ubicación. (Los últimos dos son menores en comparación con los otros, y la condición del último de ellos es dudosa, pero lo incluyo aquí por razones de completitud). Módulo la experiencia consciente y la indicatividad, parece que todos los hechos positivos son lógicamente supervenientes a lo físico. Establecer esto en forma concluyente requeriría un examen más detallado de todo tipo de fenómenos, pero lo que hemos visto sugiere que la conclusión es razonable. Podemos sintetizar las situaciones ontológicas y epistemológicas mediante un par de fábulas. Quizás haya una pizca de verdad en la forma de estas historias, si no en los detalles.

Mito de la creación. Para crear el mundo, todo lo que Dios tuvo que hacer fue fijar los hechos recién mencionados. Para una máxima economía de esfuerzo, primero fijó las leyes de la naturaleza: las leyes de la física y todas las leyes que relacionan lo físico con la experiencia consciente. Luego, fijó las condiciones limitativas: quizás un corte temporal de hechos físicos y los valores en un generador de números aleatorios. Estos se combinaron con las leyes para fijar los hechos físicos y fenoménicos restantes. Finalmente, decretó «Eso es todo».

Mito epistemológico. Al principio, sólo tengo hechos acerca de mi experiencia consciente. Desde aquí, infiero hechos acerca de objetos de tamaño intermedio en el mundo, y luego hechos microfísicos. De las regularidades en estos hechos, infiero leyes físicas, y por lo tanto nuevos hechos físicos. De las regularidades entre mi experiencia consciente y los hechos físicos, infiero leyes psicofísicas, y por lo tanto hechos acerca de la experiencia consciente en otros. Parece que llevé el proceso abductivo hasta donde puede llegar, de modo que hipotetizo: eso es todo. El mundo es mucho más vasto de lo que en un momento pareció, de modo que distingo las experiencias conscientes originales como mías.

Nótese el orden muy diferente involucrado en ambas perspectivas. Casi se podría decir que la epistemología recapitula la ontología al revés. Nótese también que parece estar más allá de los poderes de Dios fijar mi hecho indicativo. Esta podría ser una razón más para mantenerse escéptico sobre ese hecho.

La superveniencia lógica de la mayoría de los fenómenos de alto nivel es una conclusión que no ha sido tan ampliamente aceptada como podría haberlo sido, aún entre aquellos que plantean la superveniencia. Aunque no suele discutirse la cuestión, muchos desconfían de invocar que la modalidad conceptual es relevante para las relaciones de superveniencia. Hasta donde puedo decir se ha formulado un cierto número de razones para esta vacilación, ninguna de las cuales resulta demasiado convincente.

Primero, el problema con los mundos lógicamente posibles y físicamente idénticos con sustancia no física extra (ángeles, ectoplasma) llevó a algunos a suponer que las relaciones de superveniencia no pueden ser lógicas (Haugeland, 1982; Petrie, 1987); pero hemos visto cómo corregir este problema. Segundo, muchos supusieron que las consideraciones acerca de la necesidad a posteriori demuestran que los significados no pueden asegurar las relaciones de superveniencia (Brink, 1989; Teller, 1984); pero hemos visto que las relaciones de superveniencia basadas en una necesidad a posteriori pueden considerarse una variedad de superveniencia lógica. Tercero, existe un escepticismo generalizado acerca de la noción de verdad conceptual, que proviene de Quine; pero hemos visto que este es un falso camino. Cuarto, las preocupaciones relativas a la «reducibilidad» llevaron a algunos a suponer que la superveniencia no es en general una relación conceptual (Hellman y Thompson, 1975); pero no es claro que existan buenos argumentos en contra de la reducibilidad que sean también buenos argumentos en contra de la superveniencia lógica. Quinto, a veces se invoca el propio fenómeno de la experiencia consciente para demostrar que, en general, las relaciones de superveniencia no pueden ser lógicas (Seager, 1988); pero hemos visto que la experiencia consciente es casi única en su no superveniencia lógica. Finalmente, suele sostenerse sin justificación que las relaciones de superveniencia no son lógicas en general, supuestamente como algo que cualquier persona razonable debe creer (Bacon, 1986; Heil, 1992[50]).

Es plausible que toda relación de superveniencia a lo físico de una propiedad de alto nivel sea en última instancia 1) una relación de superveniencia lógica de la variedad primaria o secundaria, o 2) una relación de superveniencia natural contingente. Si ninguna de estas es válida en el caso de alguna aparente relación de superveniencia, entonces tenemos buenas razones para creer que no existen hechos de alto nivel objetivos del tipo en cuestión (como ocurre, quizá, para los hechos morales). Argumentaré además, en el capítulo 4, que no existe ninguna variedad profunda de superveniencia intermedia entre la lógica y la natural.

Esto proporciona una imagen explicativa unificada, en principio. Casi todos los fenómenos son reductivamente explicables en el sentido débil formulado antes, excepto la experiencia consciente y, quizás, la indicatividad, junto con los hechos y leyes microfísicas de base, que deben ser considerados fundamentales.

Vale la pena que nos tomemos un momento para responder una pregunta formulada por Blackburn (1985) y Horgan (1993): ¿Cómo explicamos las propias relaciones de superveniencia? En el caso de una relación de superveniencia lógica basada en la intensión primaria de un concepto, esto significa simplemente realizar un análisis apropiado del mismo, quizás en términos funcionales o estructurales, y notar que su referencia es invariante a través de mundos físicamente idénticos. Aquí el condicional de superveniencia es en sí mismo una verdad conceptual a priori. Para una relación de superveniencia lógica basada en una intensión secundaria, la superveniencia puede explicarse notando que la intensión primaria del concepto selecciona algún referente del mundo actual que se proyecta (por rigidificación) de una manera invariante a través de mundos físicamente idénticos. Todo lo que necesitamos aquí como explicación es un análisis conceptual a priori combinado con hechos contingentes acerca del mundo real[51]. Por otro lado, una relación de superveniencia meramente natural será una ley contingente. En el mejor de los casos, será explicable en términos de leyes más fundamentales; en el peor de los casos, la propia ley de superveniencia será fundamental. En cualquier caso, explicamos ciertas regularidades en el mundo invocando leyes fundamentales, tal como lo hacemos en física, y, como siempre, la explicación debe detenerse en las leyes fundamentales. La superveniencia meramente natural es ontológicamente costosa, como hemos visto, de modo que es afortunado que la superveniencia lógica sea la regla y la superveniencia natural la excepción.