18
Él era Blanca Nieves, estaba dentro de un ataúd de cristal y los Siete Enanitos lo estaban enterrando vivo. Él no podía moverse. Les gritaba, pero ellos no podían escucharlo a través del cristal. Lo seguían llevando hacia el pozo, lo ponían y allí comenzaban a echar tierra encima. Uno de los Enanitos se parecía a Nick Rovito; otro, a Augustus Merriweather; otro, al subinspector Callagham. Otros dos se parecían a Gittel y a Fox; otro, a Kurt Brock y el último se parecía a Bashful.
Bashful arrojó una rosa dorada sobre el ataúd y todos los demás comenzaron a echar tierra encima. La tierra rebotaba sobre la tapa de cristal del ataúd, haciéndole parpadear, porque le parecía que la tierra iría a caer sobre su cara. Pero el cristal estaba encima y la tierra caía haciendo ruidos sordos. Sordos, sordos, sordos. Y con ruido sordo, él parpadeaba.
Uno de esos parpadeos lo despertó. Porque había sido tan real que realmente abrió los ojos del otro lado. No había ni Siete Enanitos, ni ataúd de cristal, ni tierra, ni rosa, ni tumba. Había un cielo raso con grietas y un extraño dormitorio, con una silenciosa luz dorada entrando a través de la ventana.
Parpadeó una vez más, mientras se escurría del mundo de los sueños a cualquier clase de mundo que éste fuera. Y entonces, los recuerdos, la realidad y una sensación de lugar volvieron a su mente.
Se sentó y miró hacia todo el cuarto en busca de Bobbi.
Ella no estaba, pero en la mesita de luz había una nota. Engel la alcanzó, la tomó entre sus dedos y la leyó:
“Querido Señor Engel:
“Archie Freihofer quiere que comience a trabajar hoy, de modo que tengo que ir al Coliseum, donde hay una Feria de Muebles para el hogar. Los organizadores quieren algunas chicas para los compradores y los “bomberos visitantes”. Por qué siempre entrevistan a las chicas durante la mañana, es algo qué no me explico, pero así es la cosa.
“Probablemente no regrese esta noche, de modo que si usted quiere dormir aquí nuevamente, mejor será que entre por la ventana una vez más. Yo la dejaré abierta.
“Hay café instantáneo y panecillos y todo lo demás para el desayuno en la cocina.
“Buena suerte. Sé que Charlie le agradecería los esfuerzos que usted hace en su nombre, tanto como yo se lo agradezco.
Lo saluda afectuosamente,
Bobbi Bounds.
“P. D. Si sus calzoncillos y calcetines no están secos, elija los que quiera del cajón del medio de la cómoda, con toda confianza. BB”
“¿Calzoncillos y medias?” Engel alzó la vista de la nota e hizo un rápido inventario. En la silla de al lado del escritorio su camisa estaba cuidadosamente colgada y su corbata colocada encima. En el gancho de adentro de la puerta del guardarropa estaba su traje, pulcramente colgado de una percha. Cuando se inclinó hacia la izquierda pudo ver sus zapatos en el piso, junto a la cama. Pero, ¿sus calzoncillos y sus medias?
Un poco aturdido aún por los Siete Enanitos, pero también confundido por la nota y con un pánico medio inconsciente por sus calzoncillos y calcetines, Engel saltó fuera de la cama y salió desnudo del cuarto en busca de sus añoradas prendas.
Estaban en el cuarto de baño, colgadas en perchas de alambre de la barra de la cortina de la ducha, sobre la bañera. Y estaban aún húmedas, o por lo menos, algo húmedas. Bueno —se dijo—. Magnífico. Y regresó al dormitorio.
Mientras se ponía un par de calzoncillos de Charlie Brody, le vino el pensamiento de que estaba enredándose demasiado con Charlie Brody, de que su propia vida estaba ligándose hasta un extremo insalubre con el pasado y presente de Charlie Brody.
—Déjame que te ubique donde corresponde —murmuró—. Eso es todo, déjame solucionar esta confusión. Luego, tú y yo quedamos en paz, Charlie.
Una hora más tarde, lavado, vestido y desayunado, se sentía mucho mejor. Había dormido hasta tarde y ahora era casi el mediodía, hora de hacer.
¿De hacer qué? Con la ayuda de Bobbi había establecido un par de cosas la noche anterior, pero aún estaba casi por completo a oscuras. No sabía a quién culpar de nada, no sabía a quién hacerle preguntas, ni siquiera qué preguntas hacer y, aun si supiera alguna, su movilidad estaba severamente limitada al momento, por el hecho de que tanto la policía como la organización estarían registrando la ciudad en su búsqueda.
Allí sentado, sobre la tercera taza de café instantáneo y su segundo cigarrillo, pensó qué hacer a continuación. Si tan sólo —pensó—, si tan sólo hubiera alguien a quien poder enviar para hacer las caminatas en su lugar, mientras él permanecería seguro lejos de la vista de todos. Conseguir alguien, tal vez, que no fuera conocido en la organización, como Dolly por ejemplo, o...
Alguien que ellos no conocieran.
Tal como él no conocía a Rose. Así.
Bizqueó en medio de una nube de humo de cigarrillo y reflexionó sobre ese aspecto. Él conocía a Rose. Rose lo había empaquetado para impedir que hiciera lo que estaba haciendo, que era buscar a Charlie.
—Caramba —dijo en voz alta—. Alguien que yo conozco no quiere que encuentre a Charlie Brody. Este alguien tiene el modo de presionar a este individuo Rose y a algunos otros comerciantes para que digan cosas que me empaqueten.
Todo estaba muy bien, ¿pero qué quería decir todo eso?
—Significa —dijo Engel en voz alta—, significa que estaba a punto de encontrarlo. Yo no llegué a saberlo, pero en algún punto de mi investigación comencé a estar cerca de la solución, y esto puso a alguien lo necesariamente nervioso como para marcarme.
Correcto. Engel arrojó su cigarrillo en el café, se levantó de la mesa y regresó al dormitorio. Se sentó en el escritorio y se armó de papel y lápiz. Lo que ahora debía hacer era una lista de cada una de las personas con las cuales había conversado, desde que empezó la búsqueda de Charlie Brody. Haciendo memoria, gradualmente, completó su lista:
Sra. Brody
Margo Kane
Inspector Callagham
Kurt Brock
Fred Harwell
Archie Freihofer
Eso sí que era una lista. Bizqueando sobre el papel, golpeteando nerviosamente con su lápiz sobre el escritorio, Engel intentó encontrar alguien de la lista que podría haber querido robar a Charlie Brody para empaquetar a Engel y matar a Merriweather, pero ninguno parecía en nada el autor de tal trabajo.
¿La señora Brody? ¿Bobbi? ¿Para qué robaría ella a su marido? ¿Como podría haber presionado sobre Rose para que ayudara en el complot? Bueno, ella podría haber conocido a Rose trabajando para Archie Freihofer antes de casarse, y ella podría haber estado en condiciones de chantajearlo, amenazándole con contárselo a su mujer o algo así. Ella podría, tal vez, pero era una especulación sin pies ni cabeza. No, ella era demasiado abierta, demasiado candorosa y nunca habría sido capaz de montar un esquema tan complicado como estaba resultando éste.
¿Margo Kane? En primer lugar, ella ya tenía a su propio marido muerto, de modo que ¿para qué habría de necesitar el de otra? En segundo lugar, Engel no había encontrado ninguna conexión entre Margo Kane y Charlie Brody, estando Brody vivo, de modo que, ¿por qué habría de haber alguna conexión ahora? De hecho, Margo ni siquiera sabía que Engel estaba buscando al cuerpo de Brody, de modo que ella no podía ser quien tratara de impedir que lo encontrara.
¿Callagham? Como con todos los demás, no había ninguna razón como para que quisiera un cadáver. Al margen de eso, Callagham era demasiado honesto, honesto al punto de una inquebrantable tozudez, perdidamente honesto, como para estar complicado en algo tan sombrío. Podría haber estado en condiciones de presionar sobre Rose, pero al margen de eso, no cabía pensar en él. Estaba conectado a este episodio, como Margo Kane, por la mera circunstancia de haber estado en la casa de velatorios el mismo tiempo que Engel.
¿Kurt Brock? Él había admitido ser la penúltima persona en ver el cadáver de Charlie Brody. Pero, por otro lado, parecía no tener la menor conexión con nada. Ni con Brody ni con Rose. Ningún motivo para sospechar de él. De hecho, era el único entre todos que de ninguna manera posible podía ser la persona buscada por Engel, si, como suponía, quien buscaba debía ser, además, el asesino de Merriweather. Brock estaba a salvo en ese punto, y si Callagham había aceptado su coartada, era más que suficiente para Engel.
¿Fred Harwell? Casi era el único que conocía el valor del traje, pero Fred habría estado seguramente satisfecho con llevarse el traje, en lugar del cuerpo entero. A menos que, naturalmente, hubiera habido un factor de tiempo, resultando más simple tomar el cuerpo entero y disparar con él antes de permanecer parado, esperando el momento de quitarle el traje. Pero Harwell había estado en la organización desde hacía años y sabía la partitura: no hubiera sido tan tonto como para intentar algo tan astuto como esto. Como montar lo de Rose. Harwell era un candidato posible, pero difícilmente probable.
¿Archie Freihofer? Todo cuanto Archie sabía y cuidaba eran sus mujeres. Era imposible imaginarse a Archie robando cuerpos muertos, particularmente cuerpos de hombre; imposible imaginarlo acuchillando a Merriweather o intrigando con Rose o cualquier otra cosa.
Sí, pero ése era el problema. Era imposible deducir que ninguno de ellos había hecho las cosas que alguno de ellos seguro había hecho.
A menos que, por supuesto, faltara algún nombre en la lista, alguien que Engel no recordaba aún.
Pero si Engel no había dado con él aún, ¿por qué el muy bastardo le había echado a Rose encima?
Sacudió la cabeza y volvió a enfrascarse en el asunto nuevamente, y nuevamente, y nuevamente. De las seis personas de la lista, sólo a una podía atribuirle aunque fuese el indicio de un motivo para robar a Charlie Brody, y este era Fred Harwell. Él había sido el patrón de Charlie Brody y sabía lo que había en el traje. Pero, naturalmente, Fred juró que él no supo que el traje había sido utilizado para enterrar a Charlie Brody hasta que fue demasiado tarde. Pero con todo...
¿Fred Harwell? Él podría haberse llevado el cuerpo, si el traje era demasiado difícil de sacar en un apuro. Él podría haber enviado a Rose: era posible que Fred tuviera los contactos para un trabajo como ése. Y él podría haber matado a Merriweather, si Merriweather y él habían estado de acuerdo en el robo del cadáver, o si Fred hubiera temido que Merriweather descubriera la verdad de alguna manera y pudiera hablar.
Todo parecía tan improbable. Sin embargo, era la única posibilidad que Engel había sido capaz de descifrar, de modo que, finalmente, decidió que no tenía más alternativa que rastrear esa pista. Volvería a ver a cada una de las personas de la lista por segunda vez, no importaba cuán improbable pareciera todo, y esta vez procuraría soldar los eslabones de la cadena. Comenzaría por Fred Harwell.
Dejó un mensaje para Bobbi:
“Gracias por la hospitalidad. Tuve un buen sueño y un buen desayuno. Me mantendré en contacto, si nada me lo impide.”
No lo firmó por las dudas de que cayera bajo ojos peligrosos; no quería que ella tuviera complicaciones. Lo dejó apoyado en la mesa de la cocina y salió del apartamento.
En la calle había un camión rojo y amarillo, con un mecanismo carnavalesco montado en la parte trasera: naves espaciales alegremente pintadas daban vueltas y vueltas alrededor de un cubo central donde estaba el motor; mientras un altoparlante en el techo de la cabina tronaba un rock and roll de una estación radial. Niños sonrientes daban vueltas, montados en las naves espaciales, mientras una cantidad aún mayor hacía fila detrás del camión, a la espera de su tumo.
Engel se detuvo a mirar la escena, sintiendo nostalgia por los días simples de su propia niñez, en los altos de Washington. Estos camiones navegaban por los más pobres vecindarios de Nueva York durante toda la primavera y el verano, y eran uno de los menos odiosos heraldos de los meses cálidos en la ciudad. Éste era el primero que Engel había visto en el año y le emocionó mucho, tanto como el primer ruiseñor emociona al campesino.
El altoparlante finalizó su rock and roll y dio las noticias. Los niños, en sus naves espaciales de lata, giraban ahora alrededor de las tensiones del día, que incluían:
“Hoy la policía trata de localizar a Aloysius Eugene Engel, supuesto autor de un crimen, quien anoche hizo varios disparos y mató en Jersey City...”
Y así por el estilo. Con una descripción: “Engel tiene seis pies y una pulgada de alto, tez cetrina, cabello castaño oscuro, ojos marrones y cuerpo atlético. Se supone que está armado y es una persona peligrosa.”
Desarmado, sintiéndose cualquier cosa menos peligroso, Engel desapareció, caminando por la acera.
Estaba una calle y media más allá cuando recordó que sus calzoncillos aún estaban en el cuarto de baño de Bobbi.