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Nick Rovito no iba a estar satisfecho. Engel se sentó en la biblioteca, rodeado de estantes llenos con los libros que el decorador de interiores había seleccionado, y se dijo que Nick Rovito no iba a estar nada satisfecho. En primer lugar, no estaría satisfecho porque nadie está satisfecho de ser sacado de la cama a las cuatro y media de la madrugada. Pero, en segundo lugar, no iba a estar satisfecho por lo que Engel tenía que contarle.

La última hora y media había sido algo así como febril. Una vez que luchó por salir de ese maldito ataúd y perdió cinco minutos buscando a Willy, se tomó el tiempo de rellenar nuevamente el hoyo y de asegurarse que no quedaba ninguna señal que delatara la presencia de nadie en el lugar. Willy había escapado sin su botellita, que aún contenía una o dos onzas. Engel las bebió agradecido; luego tiró la botellita en el pozo y lo cubrió. Cuando la tumba estuvo rellena, envolvió las herramientas en la frazada del ejército, regresó al auto y manejó hasta Manhattan, la mayor parte del viaje sin pasar de la primera velocidad.

Ahora mismo, el auto estaba estacionado en una zona prohibida, frente a la casa. Y Engel estaba sentado en la biblioteca, esperando, mientras uno de los guardaespaldas había ido a despertar a Nick Rovito. Engel fumaba nerviosamente y se preguntaba dónde estaría Willy. También se preguntaba algo más importante: dónde estaría Charlie Brody.

La puerta se abrió y Nick Rovito apareció envuelto en una bata de seda amarilla con sus iniciales bordadas en caracteres góticos sobre el bolsillo. Nick Rovito dijo, “Bueno, ¿dónde está la chaqueta?”

Engel movió la cabeza. “No la conseguí, Nick. Todo salió mal. Willy está vivo y yo no conseguí la chaqueta.”

—¿Y éste es Engel? Déjenme verle la cara. ¿Éste es mi mano derecha, mi hombre de confianza, el hombre a quien le di todas las oportunidades y en quien deposité toda mi fe y toda mi confianza? Éste no puede ser Engel. Éste debe ser un campanero de cara rara. Te encargué dos cosas y ni siquiera una has hecho.

—Él no estaba, Nick.

—No estaba, no estaba, ¿quién no estaba? ¿De qué me hablas? ¿De tus decepciones? ¿Qué me quieres decir?

—Charlie, Nick. Charlie no estaba.

—Charlie, ¿dónde no estaba?

—En el ataúd.

—¿Pero qué has hecho, bastardo? ¿Cavaste en otra tumba?

Engel negó con la cabeza.

—Cavé en la tumba correcta, sólo que Charlie no estaba dentro. Nadie estaba dentro.

Nick Rovito se acercó y dijo, “Déjame oler tu aliento.”

—Tomé un trago después, Nick, pero no tomé nada antes, lo puedo jurar sobre mil Biblias.

—¿Y tú, ahí sentadito, me estás insinuando que hemos dado esa gran despedida a un cajón vacío? ¿Me estás insinuando que tres diputados y ocho artistas de cine y el comisario del alcalde de la Ciudad de Nueva York hicieron un viaje especial a mitad de semana para ofrecer sus últimos respetos a un cajón vacío? ¿Eso es lo que tienes el descaro y la falta de respeto de decirme en las narices?

—Lo siento, Nick. Es la verdad. Willy y yo cavamos y abrimos el cajón y no había nada adentro. Willy huyó como un espectro y yo mismo estaba demasiado impresionado como para atajarlo a tiempo. De hecho, me caí dentro.

—¿De hecho qué?

—Me caí. Dentro de la tumba.

—¿Para qué te tomaste el trabajo de salir? ¿Me quieres explicar?

—Supuse que debías saber lo que había pasado.

—Bien, dime qué pasó.

—Charlie no estaba allí y su traje no estaba allí y Willy se escapó.

—Eso no es lo que pasó. Eso es lo que no pasó. Entonces, dime qué es lo que pasó.

—¿Quieres decir que dónde está Charlie?

—Sí, eso para comenzar.

Engel hizo un gesto de desaliento con las manos.

—No lo sé, Nick. Si nosotros no lo enterramos hoy, entonces no sé dónde puede estar.

—Pues, búscalo.

—Y, ¿dónde?

Nick Rovito asintió tristemente con la cabeza. “Eres la más grande de las desilusiones que he sufrido en mi vida, Engel —dijo—. Como hombre de confianza eres un aborto.”

Engel frunció el entrecejo, tratando de pensar. Supongo —dijo—, supongo que lo que hay que hacer es hablar con el director de la funeraria.

—Mortuorio. Él preferiría que lo llamases mortuorio.

—El mortuorio. Me imagino que ha sido el último en ver el cuerpo de Charlie Brody y tal vez sepa qué ha sucedido.

—¿Qué demonios pudo haber hecho con él si no lo puso dentro del cajón?

—Tal vez lo vendió a un estudiante de medicina.

—¿A Charlie Brody? ¿Para qué diablos querría un estudiante a Charlie Brody?

—Quizás para experimentar. Quizás para hacer un monstruo como Frankestein.

—¡Un monstruo como Frankestein,! eres un monstruo como Frankestein. Te envió a cumplir con un recado simple, a que me traigas una chaqueta piojosa y te apareces con monstruos como Frankestein.

—No es mi culpa, Nick. Yo cumplí. Si Charlie hubiera estado allí todo habría salido bien.

Nick Rovito se llevó las manos a la cintura y dijo, “Déjame ser claro, poner las cartas sobre la mesa y no tener secretos con los amigos. Te vas y me traes esa chaqueta. Me importa un cuerno dónde esté el cuerpo de Charlie Brody y me importan un cuerno los estudiantes de medicina y los monstruos como Frankestein. Lo único que me importa es esa chaqueta. Y tú me traes esa chaqueta, Engel, o regresas a Brooklyn donde está ése bonito ataúd disponible y cavas nuevamente y te acomodas y cierras la tapa y adiós. ¿He sido claro?”

—Qué negocio.

—¿Negocio? ¿A esto llamas negocio? Yo lo llamo Olsen & Johnson, así es como lo llamo.

—A veces pienso que podría haberme incorporado al ejército y retirarme a los treinta y ocho años.

Nick Rovito lo miró pensativo y luego su rostro perdió la tensión. “Engel —dijo, ya más tranquilo— no digas eso. No me hagas caso. Es que no estoy acostumbrado a que me saquen de la cama a estas horas, ni a que me hablen de ataúdes sin nadie adentro o de grandes despedidas sin despidos, y todo lo demás. No estoy acostumbrado a esas cosas, eso es todo.”

—¡Qué diablos, Nick! Tampoco me pasa a mí todos los días.

—Comprendo. Me pongo en tu situación y comprendo. Veo que has hecho todo lo que estaba a tu alcance y has hecho bien en venir aquí y contármelo todo. Después de lodo, ¿no eres tú el hombre que me salvó de Conelly? ¿No eres mi mano derecha? No debería haber reaccionado así contigo, pues el único culpable de lo que pasó es Charlie Brody. Siento que el bastardo ese ya esté muerto, si no tú podrías encargarte de matarlo en mi nombre.

—No, tenías razón en reprenderme de ése modo. No debería haber dejado escapar a Willy. Ésa fue una falta de responsabilidad de mi parte.

—Al diablo con Willy. Eso no significa nada. Ya daremos cuenta de él a fines de semana. Y, en el peor de los casos, dejaremos que Harry se las arregle con él en el Bowlingrama. Lo importante es el traje.

—Me encargaré de buscarlo, Nick. Eso es todo cuanto te puedo prometer. Me encargaré de buscarlo.

—Ni falta hace que lo digas. Engel. Sabes el concepto que tengo de ti. Eres mi hombre de confianza, mi otro yo, y donde tú estés, estoy yo en espíritu. Eres la única persona en este verde valle del Señor que puede encontrarme esa chaqueta azul.

—Haré todo lo posible, Nick.

Nick Rovito palmeó paternalmente a Engel.

—Donde sea que esté el traje —dijo— no se moverá antes de que amanezca. Pareces cansado, estuviste cavando y todo, y...

—Kenny me dio un auto con cambios standard.

—¿Cierto? ¿Por qué diablos lo hizo?

—No es que me esté quejando. Era el único auto disponible que cumplía con los requisitos.

—Ni siquiera estaba enterado de que todavía hicieran cambios standard. De todos modos, eso no hace al caso.

Lo importante es que tú necesitas un descanso para poder trabajar luego con un máximo de perfección. De modo que lo que tienes que hacer es ir a casa, tomar un buen sueño y, cuando te sientas descansado, sales a ver si puedes dar con el traje. ¿Te parece bien?

—Creo que no me vendrá mal dormir.

—Seguro que no. Y no hagas caso de lo que te dije antes, estaba enojado, ¿me entiendes?

—Seguro, Nick —Engel se puso de pie y agregó—. Escucha, he dejado el auto enfrente. ¿Puedes encargarle a alguien que lo lleve de vuelta? Prefiero tomar un taxi desde aquí. Mi pie izquierdo está exhausto.

—Déjalo en mis manos. No te preocupes por el auto ni nada, conserva tus energías exclusivamente para dar con el traje. ¿Puedo confiar que lo harás?

—Seguro, Nick.

Nick Rovito lo palmeó en la espalda. “Eres un buen muchacho.”