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De modo que debería hacer eso, inevitablemente, en lugar de jugar al golf. Además, había una reunión inmediatamente después del funeral.

Los muchachos se sentaron alrededor de la mesa, mirando a Nick Rovito, extrañados de esa repentina convocatoria, hecha en las puertas del cementerio. Nadie sabía de qué se trataba salvo Engel, y eso que él no sabía mucho que digamos. En principio, sabía que no habría partida de golf esa tarde y, en segundo lugar, que de golpe se convertiría en un salteador de tumbas.

Una de las chicas de Archie entró a la habitación con ceniceros, los distribuyó en cada sitio alrededor de la mesa y Nick Rovito, mirándola con sus ojos de pescado dijo: “Debías haber puesto antes los ceniceros. Hojas de block, lápices, jarros con agua, ceniceros, todo eso debía estar dispuesto aquí antes de que nosotros llegáramos.”

—No supimos nada hasta último momento —dijo ella.

—Cállate —dijo Nick Rovito.

Y ella se calló.

Todo estaba dispuesto en la mesa: los blocks de tres por cinco y los afilados lápices amarillos y los vasos de vidrio grueso en la base y los abultados jarrones llenos de agua helada. La chica de Archie terminó de ubicar los ceniceros y luego se marchó, cerrando la puerta.

Nick Rovito encendió un cigarro. Le exigió mucho tiempo la operación. Primero lo desenvolvió, luego guardó el tubo de aluminio en uno de sus bolsillos para dárselo a su hijito: así podía hacer un cohete usando cabezas de fósforos. Luego lo olió, poniéndolo cerca de la nariz, como si fuera un bigote. Lo lamió por completo a fin de humedecerlo con saliva, mordió el extremo y escupió los restos sobre la alfombra y luego se inclinó hacia adelante un poquito y alguien estiró una mano con un encendedor de gas haciendo sssssss. Y Nick Rovito encendió su cigarro. Debía ser un encendedor de gas, no un encendedor de bencina, porque Nick Rovito podía sentir gusto a bencina si encendía su cigarro con un encendedor de bencina, de modo que todos los muchachos llevaban encendedores de gas, fumaran o no. Uno nunca sabía.

Nick Rovito sacó el cigarro de su boca y miró el humo por un instante, elevándose desde la pálida ceniza gris de la punta con la brasa encendida detrás, muy lujoso. Los muchachos miraron a Nick Rovito mirando el humo del cigarro. Al lado de Engel estaban dos de los que cargaron con el ataúd, más tres chicos que habían actuado de ujieres. Todos los demás se habían marchado a sus casas después del funeral o habían ido a trabajar, menos la viuda, quien salió con Archie Freihofer.

—Lo que debía haber hecho —dijo Nick Rovito, dirigiéndose al humo del cigarro—, lo que debía haber hecho era no esperar ni un minuto. Pero me dije: es mejor que me ocupe de las amenidades y esperar a después del entierro, y luego enviar a alguien hasta la casa de Charlie a recogerlo. Lo que no tuve en cuenta fue a esa estúpida fulana, que si no fuera una viuda primeriza le rompía la cara, eso fue lo que no tuve en cuenta.

Alguien en la mesa dijo: “¿Algún problema, Nick?”

Nick Rovito lo miró con sus ojos de pescado y no le contestó. Luego miró a Engel y dijo: “Esta noche, Engel, en algún momento de la noche, vas y lo desentierras, ¿me entiendes?”

Engel asintió, pero alguien en la mesa dijo: “¿Desenterrarlo? quieres decir, ¿desenterrar a Charlie? ¿Desenterrarlo?”, y Nick Rovito dijo: “Sí.”

Otro de los muchachos dijo: “¿A qué se debe, Nick?” Nick Rovito hizo una mueca de disgusto y dijo: “Su traje. El traje azul de Charlie, a eso se debe. Eso es lo que quiero que me traigas, Engel, el traje azul con que esa tonta fulana enterró a Charlie.”

Engel tuvo un instante de confusión. Había estado haciéndose una idea y ahora resultaba de otro modo. Dijo: “¿No quieres el cuerpo?”

—¿Para qué diablos quiero el cuerpo?

Alguien en la mesa dijo: “¿Por qué es tan importante ese traje azul, Nick?”

Nick Rovito dijo: “Cuéntale, Fred.”

Alguien en la mesa —era Fred Harwell, que había sido uno de los que cargaron con el ataúd y para quien Charlie trabajaba— dijo: “Dios mío, Nick, ¿te refieres al traje azul?”

Nick Rovito asintió. “Eso mismo. Cuéntales sobre eso.” —Dios mío —dijo Fred. Pero luego no dijo una palabra más. Había quedado estupefacto.

Nick Rovito contó la historia por él. “Charlie era un viajante —dijo—. Viajaba para Fred. Iba a Baltimore y luego regresaba a Nueva York. En tren, para no tener que hacer reservas. ¿No es así, Fred?

—Dios mío —dijo Fred—. Ese traje azul.

—Ese mismo —Nick Rovito dio una bocanada a su cigarro, dejó caer cenizas sobre uno de los ceniceros colocados delante de él y prosiguió—: Lo que Charlie hacía era transportar cosas. A Baltimore llevó dinero. De Baltimore a Nueva York trajo heroína en bruto. ¿Se dan cuenta ahora? Alguien en la mesa dijo: “¿En el traje? ¿adentro?”

—Cosida en el forro del traje venía la pasta. Y cosida en el forro, a las espaldas, venía la harina. El traje había sido descosido completamente y vuelto a armar dos veces por semana durante tres años. Nadie vio tan buenas costuras en un traje tan viejo. ¿No es así, Fred?

—Se me había pasado por alto —dijo Fred—. Se me había pasado por alto.

—Un cuarto de millón de dólares en heroína se te había pasado por alto, Fred. Ya lo sabía, sabía que lo habías olvidado todo, y ya tendremos que hablar sobre eso en algún momento.

—Nick, no sé por qué sucedió te lo juro por Dios que no lo sé. He estado tan atareado últimamente, esos problemas con las escuelas me han estado volviendo loco; de pronto todos los chicos en la nómina son del mismo colegio y todos los clientes se mudaron al otro sector del Central Park. Luego circuló ese rumor sobre el cemento para aeroplanos que nos está quitando clientes, y...

—Hablaremos de eso en algún otro momento, Fred. Lo que ahora importa es recuperar ese traje. ¿Engel?

Engel miró.

Nick Rovito dijo: “¿Has entendido, Engel? Esta noche lo desentierras y me traes ese traje.”

Engel asintió. “He comprendido, Nick”, dijo.

Alguien en la mesa dijo: “Como Burke y Hare, ¿eh, Nick?” y Rovito dijo: “Sí.”

Engel dijo: “Estaba pensando en todo esto. ¿Debo hacerlo solo, Nick? Hay que cavar una barbaridad. Necesito que alguien me ayude.”

—Elije a alguien, pues.

Alguien en la mesa dijo: “¡Eh! Tengo una idea, Nick.”

Nick Rovito lo miró. No con su mirada de pescado, sino con una mirada vaga, de curiosidad.

El muchacho dijo: “Tengo a ese chico, ese Willy Menchik. Ése que nos indicó Gionno.”

Nick Rovito asintió. “Me acuerdo”, dijo.

—Hemos obtenido el permiso para borrarlo, antes de ayer. Tenía todo listo para liquidarlo en Jersey, el viernes por la noche, cuando él fuera a la liga de bowling, ¿se clan cuenta? Y a mí se me ocurrió que una bola de bowling, que tanto se parece a esas bombas de los viejos tiempos, ¿se dan cuenta? De modo que pensé que...

—Se supone que debes liquidar a Menchik —puntualizó Nick Rovito— y no a todo el maldito Bowlingrama.

—Claro, por eso esto es mejor. Podemos matar dos pájaros de un tiro. Willy va con Engel, ¿entienden?, y lo ayuda a cavar. Y luego Engel lo liquida y lo deja dentro del cajón con Charlie y vuelve a tapar todo nuevamente. ¿Quién podrá encontrar a Willy? ¿Alguien irá a buscarlo dentro de una tumba?

Nick Rovito sonrió. No sonreía con frecuencia y esto alegró a todos los muchachos alrededor de la mesa. “Eso es muy ingenioso”, dijo. “Me gusta el nivel de la operación.”

Alguien dijo: “Tiene un toque humorístico muy poético, ¿eh, Nick?” Y Nick Rovito dijo: “Sí.”

Algún otro en la mesa dijo a Engel: “Puede que a Charlie le guste esto, ¿eh Engel? Alguien con quien pasar el tiempo.”

Algún otro en la mesa dijo: “Pueden dejarles un mazo de naipes.” Se rió cuando lo dijo y todos se rieron, menos Engel y Rovito. Nick Rovito se sonrió, lo que para él era igual que reírse a carcajadas. Engel se mostraba abatido. Se mostraba abatido porque se sentía abatido.

Alguien en la mesa dijo: “Podrán jugar al bridge como dos recién casados.” Todos rieron nuevamente y hasta a Nick Rovito se le escapó una carcajada. Pero Engel continuaba mostrándose abatido.

Nick Rovito dijo: “¿Qué sucede, Engel? ¿Cuál es el problema?

—Cavar en una tumba —dijo Engel, moviendo la cabeza—. No me gusta la idea.

—¿De modo que eres supersticioso? Es un cementerio católico, no encontrarás malos espíritus.

Todos volvieron a reírse y Nick Rovito se sintió satisfecho de sí mismo.

Engel dijo: “No es eso. Es la clase de trabajo. Trabajo manual, Nick.”

Nick Rovito reflexionó, sabiendo lo que Engel quería decir. “Mira —dijo— si fuera sólo un agujero en el suelo lo que preciso, contrataría a cualquier vago para hacerlo, ¿no es cierto? Pero éste es un caso especial, ¿entiendes lo que estoy diciendo? Necesito que se encargue alguien importante y de confianza, lo suficientemente joven y fuerte como para que no le dé también a él un ataque cardíaco en cuanto empiece a cavar, ¿entiendes? Tú eres mi mano derecha, Engel, y lo sabes. Tú eres mi brazo derecho. Que te encargue esto a ti es como si yo mismo me encargara de hacerlo.

Engel asintió. “Lo sé —dijo—. Y te estoy agradecido por eso. Es tan sólo una cuestión de principios.”

—Entiendo —dijo Nick Rovito—. Y no te preocupes, tráeme ese traje, que allí hay una buena recompensa para ti.

—Gracias, Nick.

—Y no te olvides de liquidar a Willy —dijo alguien.

Willy. Ése era otro asunto, algo en lo que Engel no había pensado aún. Salvo a Conelly, cuando Engel se vio en la repentina necesidad de darle muerte, Engel no había liquidado nunca a nadie en su vida: algo que aparentemente todos los muchachos reunidos alrededor de la mesa habían olvidado, incluido Nick Rovito. Engel ni siquiera se sentía seguro de ser capaz de liquidar a alguien de ese modo, a sangre fría.

Más aún, él no había dicho una palabra cuando se propuso la idea y, además, Nick Rovito había reaccionado tan favorablemente en cuanto fue sugerida, que Engel supo que lo peor que podía hacer era tratar de escabullirse ahora, de modo que, de mala gana, dijo: “Sí, acerca de Willy. ¿Dónde está el revólver?”

Nick Rovito movió la cabeza. “Nada de revólver”, dijo. “Te sacas la chaqueta para cavar y él ve el revólver. Es muy listo. Y el ruido de un disparo en un cementerio, a la media noche, puede ser oído por cualquiera y no te daría tiempo a llenar el pozo.”

Alguien en la mesa dijo: “¿Para qué diablos tendrás una pala, Engel?”

—¿Debo golpearlo con la pala?

—Hazlo del modo que más te guste, chico. Pero nada de usar revólver. Eso es todo.

Engel movió la cabeza. “Vaya trabajo. Más me convendría vivir legalmente. Cavar la mitad de la noche y romperle la cabeza a uno con una pala. Más me valdría ser un tipo correcto.”

Nick Rovito dijo: “No hables de ese modo, Engel. Estos pequeños problemas vienen solos, eso es todo. La mayor parte del tiempo uno pasa una buena vida, ¿no es así?”

—Sí, ya lo creo. Tienes razón, Nick, no debería quejarme.

—Está bien, chico. Te ha impresionado, es natural. Engel tuvo un pensamiento y dijo: “Estaba pensando algo.”

Pero Nick Rovito dijo: “Espera un segundo. Acerca de Willy. ¿Lo conoces?”

Engel asintió con la cabeza. “Lo he visto por ahí. Camionero. Transporta mercadería al Canadá para nosotros algunas veces.”

—Sí, ése mismo. Entonces te arreglas para citarlo esta noche, ¿de acuerdo?

Engel asintió.

—Ahora, ¿qué ibas a decir?

—Sobre el traje ¿Quieres todo el traje o nada más que la chaqueta? Quiero decir, ¿dónde está escondida la cosa?

Nick Rovito miró a Fred y Fred dijo: “En la chaqueta, sólo allí. En el forro de la chaqueta.”

—Está bien —dijo Engel—. Tal como me siento, no me hubiera gustado tener que sacarle los pantalones.

Nick Rovito lo palmeó en el hombro. “¡Claro que no! ¿Qué crees, chico? Si se tratara de una tarea de mal gusto no te la hubiera encargado, ¿no es cierto?”