10
¿Tenía veinte años? ¿Tendría treinta y cinco? ¿Acaso una edad intermedia? No había manera de establecerlo.
Además, ¿era loca, meramente estúpida o una especie de combinación de ambas? Tampoco había manera de establecerlo.
Engel cerró la puerta una vez que ella entró en el apartamento y la siguió hasta el living, al que ella tributó su admiración girando en un círculo sonriente y diciendo, “¡Qué lugar tan interesante! ¡Qué fascinante! ¡Qué original!”
Si algo le había enseñado la vida a Engel era a ver y esperar. Nada de hacer preguntas, suposiciones ni madrugones, nada de llevarse el mundo por delante, sino tan sólo ver y esperar. Si la Señora “X” intentaba darle una explicación, magnífico; lo haría a su manera y a su debido tiempo y, entretanto, Engel tendría una excelente oportunidad de poner en práctica eso de ver y etc... De modo que, entrando en el living después que ella, solamente dijo: “¿Desea beber algo?”
—¿Whisky sour?
—Whisky sour. De acuerdo.
Un whisky sour, desgraciadamente, no era uno de esos tragos que él podía servir directamente de su surtidor eléctrico. Por lo tanto, mientras se ubicaba del otro lado del bar, sacó solapadamente la guía de cócteles que una vez trajo a su casa desde la licorería, buscó afanosamente la receta del whisky sour ocultando el librito bajo la barra y dijo, “¿Por qué no se sienta? Estaré en un minuto.”
Había sido conveniente conservar la tradición de su predecesor, manteniendo un bar bien surtido, incluyendo el compartimento refrigerado de más abajo. Un whisky sour, aparentemente, requería una medida de casi todo lo que allí había. Mientras preparaba el trago, sintiéndose como la bruja de Blanca Nieves, su huésped se maravillaba inspeccionando el living, admirando los muebles y los objetos colgados sobre las paredes: un lóbrego tema abstracto titulado “Tormenta de verano en la Isla de Fuego” (diseñador), un retrato naturalista en colores primarios de un payaso triste (productor), un juego de placas de patos en vuelo (madre de Engel).
—¡Qué variedad de gustos! ¡Qué insólito!
Engel se preparó un whisky con agua y llevó los dos vasos a una mesita, donde ella admiraba su carga de gruesas velas rojas (diseñador) y gordas tallas orientales de madera anaranjada (productor), más el último ejemplar de Time (Engel).
—Whisky sour —dijo Engel.
—¡Ah! —ella giró sobre sus talones como una colegiala, toda sonrisas y hoyuelos, pero la mano con la que tomó el vaso era de una palidez y una delgadez casi ósea. No desagradable, en absoluto desagradable—. Gracias —dijo ella tomando el vaso y mirándolo a él con una mirada que no era nada escolar. ¿Y la voz? Gruesa a veces, musical otras, siempre interesante.
—Sentémonos —sugirió Engel mientras se dirigía al sofá.
—Magnífico —dijo ella dirigiéndose hacia una silla victoriana con brazos de madera y asiento tapizado con arpillera púrpura. Allí se sentó, cruzó las piernas que hicieron un susurro de nylon, tiró de los bordes de sus faldas negras para cubrir sus rodillas y agregó: Ahora podemos hablar.
—Bien —Engel se arrellanó en el sofá.
—Lo que no alcanzo a explicarme —dijo ella sonriéndole espléndidamente— es cómo un hombre puede ser tan ecléctico.
Tampoco Engel podía explicarlo, puesto que no conocía la palabra, de modo que dijo, “¿Cómo averiguó mi dirección?”
—Oh —dijo ella de improviso, moviendo la mano que sostenía el vaso—. Escuché a ese policía diciendo su nombre, luego pregunté por ahí y aquí estoy.
—¿Preguntó por ahí, dónde?
—En comisaría, por supuesto —dio un sorbo y volvió a mirarlo por sobre el borde del vaso con la misma mirada de antes—. Vengo de allí, precisamente.
Engel, automáticamente, echó una mirada a la puerta de entrada. Si su sentido del tiempo era correcto habría policías junto a esa puerta dentro de media hora. Callagham y compañía se demorarían debido al encierro en el callejón y luego se volverían a demorar por la confusión de las identidades en el velatorio, pero tarde o temprano se organizarían y vendrían y un par de sus agentes rasos pasaría por aquí para averiguar. No porque esperaran encontrarlo aquí, sino para no olvidar detalle alguno en la operación. La mención de la comisaría le hizo pensar en todo esto y, por ese motivo miró automáticamente hacia...
—¿Viene de allí?
Lo dijo en voz alta: “¿Viene de allí? ¿De la comisaría?”
—Bueno, por supuesto —ella bajó el vaso de sus labios y le sonrió con el voltaje y la intensidad de un aviso de pasta dentífrica—. No podía permitir que todo quedara tan confuso, ¿no es cierto?
—Oh, no —dijo él—, claro que no. Usted no podía hacer eso.
De pronto, la sonrisa se heló en su cara y su expresión se volvió triste.
—¿No hay acaso —dijo, con un nuevo timbre de voz—, no hay acaso ya suficiente tristeza, preocupaciones y confusión en el mundo?
—Ya lo creo.
—De modo que tan pronto como me recuperé —dijo ella con el mismo tono, aunque no tan dramático— y me di cuenta de lo que había hecho, fui directamente a la comisaría. Aún no sabían nada de esto y tuvieron un montón de complicaciones en hallar a todos esos policías que lo perseguían a usted, pero yo se lo expliqué todo y ellos no lo molestarán más después de esto. Me lo prometieron.
—Se lo prometieron.
—Sí —volvió a sonreír, como un reflector recién encendido y dijo: —Los policías son muy dulces cuando uno sabe tratarlos.
—Yo no sabría.
—Por supuesto —dijo ella— que ellos no podían entender por qué usted huyó de esa manera si no había hecho nada malo, pero yo lo comprendí perfectamente.
—¿Sí?
—Claro. Si de repente alguien lo acusa a uno de algo espantoso y un ejército de policías comienza a correr en su dirección... también yo saldría corriendo.
—Pero usted dejó las cosas en claro. Usted fue a la policía y lo explicó todo de modo que ellos no vendrán a buscarme.
—Bueno, pensé que me correspondía hacerlo. Que era mi deber. —Ella tragó, miró, sonrió, dijo: —Usted prepara un whisky sour realmente estupendo.
—Quisiera... —dijo Engel—, me gustaría saber qué le explicó a la policía...
—Bueno, por ese motivo estoy aquí. Usted comprenderá, cuando mi... Oh, ¿me podría servir otro trago antes?
—Seguro, claro. —Engel se puso de pie, tomó el vaso vacío de su mano delgada, volvió detrás de la barra del bar. Había dejado la guía de cócteles abierta y comenzó, nuevamente, a preparar el trago. Una coctelera llena hasta la mitad de hielo picado...
La misteriosa mujer se acercó, ondulándose lentamente a través de la pieza como si fuera una silueta vista debajo del agua, y se sentó graciosamente sobre uno de los taburetes.
—Usted es verdaderamente un hombre interesante.
...una medida de almíbar...
—Y no tengo palabras para explicarle cuánto lamento haberle causado este inconveniente.
—No se preocupe. Mientras no me cause otros trastornos...
...dos medidas de zumo de limón...
—Me cuesta creer que usted sea un gángster... ¡Oh! ¿He dicho alguna barbaridad?
Engel apartó la vista de sus preparativos.
—¿Eso es lo que le dijeron en comisaría?
Ella tenía ambos codos apoyados sobre el bar, verticales los antebrazos, los dedos entrelazados, el delicado mentón apoyado sobre las manos unidas, labios sonrientes y ojos... provocativos.
—Me dijeron que usted era un caso perdido. Que estaba en la Mafia, la Cosa Nostra, el Sindicato y no recuerdo qué más.
—¿El Diners’ Club? ¿No le mencionaron el Diners’ Club? ¿Ni la Masonería?
Ella rió con un sonido cristalino. “No, eso no lo mencionaron. Veo que me dieron un informe tendencioso de usted.”
—Tienen muchos prejuicios...
...ocho medidas de whisky; dos, cuatro, seis, ocho...
—No creo que usted sea un gángster.
—¿No?
...agitar fuertemente...
—Creo que es una persona encantadora.
—¿Sí?
...agitar...
—Sí, eso mismo. Como Akim Tamiroff en el último show de la televisión. Un poco más alto, por supuesto, y sin bigotes. Sin acento en la voz. Su cara es algo delgada, pero la sensación es la misma.
—¿Verdad?
...fuertemente.
—Todavía no le dije mi nombre, ¿no es cierto?
—No, no lo ha hecho.
Servir en vaso de cóctel.
—Margo —dijo ella—. Margo Kane.
—Engel —dijo él a su turno—. Al, Al Engel.
—Sí, lo sé. Mucho gusto —ella tendió la mano de la manera que suelen hacerlo las mujeres.
Por ser una mano tan delgada, era muy cálida. Como sostener un pájaro atractivo, aunque subalimentado.
—Mucho gusto. ¿Cómo está usted?
—Muy bien, gracias.
Engel soltó su mano y volvió a ocuparse del cóctel. Decorar con una cereza...
—Muy bien —prosiguió ella—. Muy bien, considerándolo todo. Duelo incluido.
...y una rodaja de limón.
Engel depositó el vaso sobre la barra del bar.
—¿Duelo? ¿Qué duelo?
—Bueno, eso es parte de lo que iba a contarle. Es parte de la misma cosa —dedos alargados y pálidos alrededor del vaso, ascendiendo hacia labios escarlatas—. Mmmmmm. Usted le ha dado el toque exacto.
Engel estaba preparando un trago refrescante para él, mucho más fácil de hacer: un cubo de hielo, un chorro de whisky y un poquito de agua.
—¿Está usted de duelo? —dijo, tratando de retomar el tema.
—Si —una mirada triste, melancólica y desamparada apareció en sus ojos. Con las uñas de su mano izquierda golpeó rítmicamente sobre la barra, como dando algo por terminado—. Mi marido —agregó.
—Oh, lo siento mucho.
—Sí. Fue un gran disgusto. Tan repentinamente, tan terrible y tan innecesariamente.
—¿Innecesariamente?
—Sí. Apenas si era un hombre mayor. Cincuenta y dos años. Le quedaban años y años de vida por delante... Disculpe, estaré bien enseguida.
Un pequeño pañuelo blanco apareció en su mano y unas lágrimas en las esquinas de los ojos. Se las secó, movió la cabeza ligeramente, como si se reprochara haber tenido ese momento de debilidad y dio un gran sorbo a su whisky sour.
—Es algo terrible —dijo.
Engel estaba calculando. El marido tenía cincuenta y dos y, a esta altura, dudaba de que ella tuviera más de veintisiete o veintiocho. Era el contraste entre el vestido negro y la piel blanca lo que a veces la hacía parecer mayor.
—¿Fue un ataque al corazón? —preguntó él.
—No. Un accidente. Uno de esos estúpidos... Bueno, no tiene sentido recordarlo y recordarlo. Ya pasó y no hay nada que hacer.
—Usted dijo —Engel le recordó— que yo lo había matado. Por eso los policías se largaron detrás mío.
—No sé qué me pasó por la cabeza cuando dije eso —dijo con una mirada perdida y perpleja. Con la palma de la mano se tocó la frente.
Engel estuvo a punto de decir que él sí sabía lo que había pasado por su cabeza cuando ella dijo eso, porque quienes se le echaron encima eran policías. Pero ella se desviaba con mucha facilidad del hilo de la narración, entonces él no dijo nada. Simplemente, miró y esperó atentamente.
—Había ido a ver a Merriweather —dijo ella como si estuviera relatando algo triste acaecido hace mucho tiempo en el turbio pasado— para convenir los detalles del funeral. Por supuesto, mi pensamiento estaba lleno de recuerdos de mi marido y de su muerte, tan estúpidamente innecesaria... Una especie de asesinato de algún modo, un crimen del destino o como quiera llamársele... uno nunca sabe lo que la vida nos depara detrás de cada esqui...
—Merriweather —sugirió Engel—. Usted había ido a verlo por el funeral.
—Sí. Y luego, viéndolo allí, asesinado sobre el piso, no por el destino, sino por alguna persona, supongo que tuve una reacción momentánea.
—Una reacción momentánea —dijo Engel. Por la manera en que ella continuaba reaccionando y cambiando de estilo a estilo, de edad a edad, de estado de ánimo a estado de ánimo, él hubiera dicho que sus reacciones eran algo más que momentáneas.
—Eso debe haber sido. Usted estaba allí, y lo confundí con el destino y al pobre Merriweather lo asocié con mi marido y se produjo esa gran confusión.
—Sí, eso.
—Perdí el juicio, como usted sabe, pero en cuanto recapacité, verdaderamente pensé que me había vuelto loca. De alguna manera me había parecido que era mi Murray quien había sido asesinado... —ella se volvió a tocar la frente con la palma de la mano— Aún puedo recordar lo que estaba pensando y qué natural, cierto y sensato me pareció todo en ese instante. Murray había sido asesinado y con mi imaginación yo había visto la cara de su asesino: y ése era usted.
—Sólo porque dio la casualidad de que estaba allí.
—Sí. Fue, simplemente, otro accidente —una sombra cruzó por su expresión en el momento de pronunciar la palabra, pero movió la cabeza y prosiguió—. Tan pronto como recuperé el conocimiento, salí tambaleándome en busca de ayuda, y cuando lo vi a usted ahí parado, junto a la puerta, yo ...yo dije lo que dije —un gesto de arrepentimiento y desconcierto se dibujó sobre su rostro—. Lo siento.
—¿Usted le explicó esto a la policía?
—Oh, sí. Se mostraron enojados en principio, pero finalmente dijeron que ellos entendían cómo pudo haber pasado.
—¿Habló usted con el subinspector Callagham?
—Personalmente, no. Por teléfono. Se hallaba camino de la comisaría cuando yo me fui.
—Discúlpeme un segundo —dijo Engel— Debo hacer una llamada.
—Sí, por favor.
Engel salió de detrás del bar, cruzó el cuarto hacia el teléfono y discó el número de Horace Stamford nuevamente. Mientras esperaba ser atendido, observó con cuánto buen gusto la viuda Kane se había acomodado sobre el taburete: las piernas cruzadas, la circunferencia negra del trasero nítidamente destacada sobre la felpa púrpura.
Entonces respondió Stamford. Engel se identificó y dijo, “Respecto de la máquina de la que hablamos antes, ¿ya ha comenzado a funcionar?
—No, todavía no.
—Entonces, cancela.
Stamford no hizo preguntas. La exactitud era su fuerte, no la curiosidad.
—Lo haré —dijo.
Engel colgó y regresó al bar, esta vez sentándose en el taburete de al lado de su visitante.
—Negocios —dijo él.
—Negocios de un gángster, supongo —ella lo miró con simpatía, con una sonrisa amistosa en sus labios—. Me cuesta tanto creer que usted sea un...
Fue interrumpida por el sonido de la tarde de un fauno. Se le agrandaron los ojos y dijo. “¡No deben hallarme aquí!”
—¿Qué? ¿Por qué...?
—¡Las hermanas de Murray! Ellas procurarán por todos los medios no cumplir con el testamento, sé que lo intentarán resucitando un montón de historias antiguas, tratando de calumniarme, diciendo mentiras acerca de mí, haciendo insinuaciones, usted sabe a qué me refiero.
El fauno anunció su tarde nuevamente.
—Si alguien me hallara aquí, un día después de la muerte de Murray, en el apartamento de un desconocido, soltero...
—Vaya adentro —le dijo Engel—. Escóndase en el dormitorio. O en el despacho que está allí atrás, la pequeña habitación aislada de los ruidos, allí será mejor.
—Oh, ¡muchas gracias! Usted es tan amable, tan... —probablemente hubiera sido otras cosas más, pero ella se alejó apresuradamente del living.
Una vez que Engel no la vio ni escuchó más, se encaminó hacia la puerta. En el trayecto se le ocurrió que bien podría ser Dolly y si era y se ponía insistente podrían producirse complicaciones que prefería no pensar. Pensando en esas complicaciones, sin embargo, abrió la puerta.
No era Dolly pero hubiera sido mejor que lo fuera. Hasta Dolly habría sido mejor que el subinspector Callagham.