23: Tormenta de sangre

23

Tormenta de sangre

Tanithra salió del grupo de skinriders con una mano posada sobre la empuñadura de la espada, mientras con la otra arrastraba a una figura desnuda por el largo pelo negro como ala de cuervo. Yasmir aún iba amordazada, atada por las muñecas y con una cuerda en torno a los tobillos para limitar el movimiento de las piernas. Su esbelto cuerpo estaba raspado y contuso de la cabeza a los pies, pero los ojos violeta ardían con un brillo febril teñido de furia —y de una cierta intrepidez—; tal aspecto hizo que Malus se preguntara cuánta cordura le quedaba aún a su hermana. La mujer corsaria iba flanqueada por casi una docena de los tripulantes del barco capturado, que tenían la cara y los brazos salpicados de sangre. Hauclir, según advirtió Malus, no estaba presente. ¿Había escapado al sangriento motín, o había muerto con el resto de los tripulantes?

—¡Que se os lleven los Dragones de las Profundidades, malditos amotinados!

Bruglir avanzó un paso hacia Tanithra, con la destellante espada en la mano. El corpulento hombre de Norsca y seis skinriders fueron al encuentro del capitán y formaron ante él un semicírculo, justo fuera del alcance de la espada. Malus giró lentamente sobre sí mismo para evaluar la situación, mientras el resto de los skinriders se desplegaban alrededor de los demás druchii, con espadas y hachas preparadas. Reprimió una maldición, en tanto pensaba a ritmo frenético. La cadena continuaba en su sitio y se estaban quedando sin tiempo.

Bruglir apenas reparó en el enorme guerrero y los skinriders. Su rostro era una colérica máscara de alabastro.

—¡Te di un sitio en mi barco y una vida sobre las rojas mareas! ¿Y es así como cumples el juramento que me hiciste?

—¿Tú me hablas de traiciones? —chilló Tanithra, cuya cara estaba contorsionada en una máscara de odio casi bestial—. Mantuve durante años el juramento que te hice, y comandé la tripulación del Saqueador mejor que ningún otro de tus capitanes. Toleré tus devaneos con esta bruja consentida… —tiró salvajemente del pelo de Yasmir hasta alzarla casi del todo—, y esperé a que me hicieras capitana, según mi derecho. Ese barco que hay en el muelle era mío por derecho de sangre, pero me lo arrebataste. Fue en ese preciso momento y lugar cuando me convenciste de que no ibas a respetar el juramento que me habías hecho, ¡oh, grande y poderoso capitán! Así que eres tú el perjuro, no yo. —Miró al demonio que se alzaba del pozo, y asintió con la cabeza a modo de saludo—. Por lo tanto, buscaré un barco propio junto a otro gran líder y lo compraré con tu sangre.

Bruglir gruñó como un lobo herido y avanzó otro paso hacia su amante del mar, con la espada temblando en la mano. Los skinriders le respondieron con otro gruñido, y los corsarios de Bruglir ocuparon su puesto junto al capitán, con el acero desnudo en la mano.

Malus siseó de frustración mientras buscaba desesperadamente una manera de salvar la situación antes de que todo se descontrolara. Miró a Urial, pero el hermano se había olvidado de todo el mundo salvo de la figura pálida que Tanithra tenía en su poder. Urial aferraba el hacha, con el rostro contraído por el miedo y la cólera. Los seis guardias del antiguo acólito sujetaban los espadones con ambas manos, en espera de una orden de su señor. Un movimiento equivocado, una palabra irreflexiva, y estallaría una tormenta de sangre. El noble se volvió a mirar al jefe de los skinriders.

—Ella miente, grandioso —dijo con rapidez—. Hacía tiempo que sospechábamos que podría ser un agente del Rey Brujo, y ahora se manifiesta como tal en un intento de proteger a Naggaroth de tu flota.

Tanithra echó atrás la cabeza y rió con amarga furia.

—¡Eres escurridizo como una anguila, Malus Darkblade! —gritó—. ¡Has estado vertiendo veneno en nuestros oídos desde el principio, retorciéndonos la mente con tus mentiras! Pero yo no era la estúpida que tú pensabas. —Una vez más apretó el puño con que sujetaba el pelo de Yasmir, y la sacudió brutalmente—. ¿Creías de verdad que no vería lo que ocultaba tu plan de secuestrar a esta desgraciada? ¡Pensabas provocar a Bruglir para que nos matara a Yasmir y a mí mientras tú te agazapabas como una rata en las sombras!

Malus sintió que se le erizaba el pelo de la nuca cuando tanto Bruglir como Urial se volvieron contra él.

—¡Víbora! —siseó Bruglir—. ¡No me has traído más que ruina desde que pusiste los pies en mi barco! —Apuntó con la espada a la garganta de Malus—. ¡Que la Oscuridad se lleve a tu maldito poder de hierro! ¡Cuando haya matado al último de estos amotinados, alzaré tu corazón palpitante en mis manos!

—¡Silencio! —tronó la voz del jefe, y Malus, una vez más, sintió que la voluntad del demonio caía sobre él como una pesada capa.

Bruglir gimió y se meció, mientras la espada descendía con lentitud hasta colgar a su lado.

Lenta, pesadamente, el jefe salió del agujero con el manto de suave piel viva arrastrando por el suelo como la capa de un noble. Sus hombros y su cabeza se encumbraban por encima de todos los presentes, incluso del enorme guerrero de Norsca armado con el hacha.

—Ahora veo la verdad de las cosas —dijo el demonio. Señaló a Tanithra con una mano rematada por garras—. Y acepto tu servicio. Ya me has servido bien, druchii, y muy pronto disfrutarás de las bendiciones del Gran Padre. Dime qué recompensa quieres.

Tanithra sonrió con expresión de triunfo.

—Hay siete barcos y más de trescientas almas que navegan hacia tus garras, gran jefe. Déjame sólo uno de esos barcos, sólo uno, y me contentaré.

El demonio siseó de placer.

—¿Y aceptarás las bendiciones del Gran Padre Nurgle?

—Desde luego —replicó la corsaria—. Funde esta piel llena de cicatrices que me cubre el cuerpo, gran jefe. —Puso a Yasmir de pie y miró con ferocidad los ojos violeta de la noble—. En su lugar, llevaré la perfumada piel de ésta.

—¡No! —gritó Bruglir con los ojos desorbitados de desesperación—. ¡Déjame vivir a mí, gran jefe! Mata al resto, quédate con todos los barcos y los hombres. ¡Yo no te pido nada, y aún puedo entregarte a Naggaroth! —Con un esfuerzo, se volvió para señalar a Yasmir—. ¡Ella será una víctima de sacrificio realmente dulce, gran jefe! ¡Una mujer noble, adorada como una santa por mi tripulación! ¡Acógela en tu abrazo!

El demonio se movió a tal velocidad que se convirtió en un borrón, y con el dorso de la mano le dio al capitán druchii un golpe que le desolló la piel del lado derecho de la cara. Bruglir cayó con un alarido de terror y dolor, y sus guardias gritaron de frustración, desesperados.

—No temas, druchii. Me entregarás Naggaroth, en efecto. Me cantarás sus secretos mientras te fundas en mi poder. —El demonio pasó junto al derribado capitán con los ojos fijos en Yasmir—. Pero tienes razón. Puedo oler el almizcle de la divinidad que mana de su tierna piel. La dejaré para el final y te permitiré observar cómo se somete a mi voluntad.

Todo estaba descontrolándose. Malus observó cómo Bruglir rodaba y se ponía de pie; la piel le colgaba de la mejilla en mojados jirones grises, mientras el hueso de debajo ya comenzaba a pudrirse a causa del contacto del demonio. Los guardias se esforzaban por desenvainar la espada, con el rostro contraído por el odio mientras los skinriders cercanos avanzaban para derribarlos. El noble comenzó a hablar con la intención de seducir al jefe con promesas de tesoros ocultos en la torre de Eradorius, pero su voz fue ahogada por un salvaje rugido cuando Urial el Rechazado se lanzó hacia el jefe skinrider, y la tormenta asesina estalló en toda su furia.

Urial acometió al jefe con el arma sujeta con una sola mano, pero la hoja del hacha había probado poca sangre o magia, así que el ataque fue débil y torpe. A pesar de todo, el jefe retrocedió ante la relumbrante hoja, y los skinriders respondieron con gritos de furor. Se lanzaron hacia Urial en desorden, sólo para encontrarse con las draichs de los guardias de máscara de plata. El demonio siseó y escupió palabras de funesto poder que hicieron que el hacha de Urial ardiera como una tea, y Malus sintió que la opresiva voluntad del jefe se desvanecía en la batalla.

El noble desenvainó la espada con un ululante grito de guerra, y giró sobre los talones para acometer al par de skinriders que cargaban contra él por la espalda. Al primero lo hizo caer de rodillas con un tajo en los ojos, y desvió a un lado el golpe descendente de la espada del segundo. Al perder el equilibrio, el hombre dio un traspié hacia adelante, y el tajo de retorno de Malus lanzó la bulbosa cabeza del skinrider rebotando por el suelo de la caverna. El noble pasó junto al cuerpo decapitado que se desplomaba, y le clavó la espada en la garganta al pirata cegado. La afilada hoja atravesó la columna vertebral y salió por la nuca del hombre, al que derribó de espaldas.

Cuando Malus apoyaba una bota sobre el pecho del pirata y se disponía a arrancar la espada atrapada en el cuello, lo invadió una poderosa sensación de vértigo. Le temblaron las rodillas y las paredes parecieron desenfocarse. Oyó pasos a su espalda y contempló la fantasmal imagen de su propia cabeza girando por el aire.

Sin dudarlo, se agachó…, y el mundo recuperó la nitidez cuando la espada de Bruglir silbó al atravesar el aire que su cuello había ocupado un segundo antes.

Malus dirigió un tajo salvaje hacia las rodillas del capitán, pero Bruglir paró diestramente el golpe y respondió con otro, veloz como un rayo, en dirección a la cabeza del noble. Malus lo bloqueó por poco, y lanzó una estocada tremenda a los ojos de Bruglir. El capitán desvió la espada a un lado, pero cedió terreno, lo que permitió que Malus se pusiera de pie y continuara atacándolo con una serie de salvajes arremetidas contra la cabeza y el cuello.

La cara del capitán era un escalofriante horror; mientras luchaban, Malus veía que la negra podredumbre se extendía por los músculos y huesos de la mejilla desollada de Bruglir. El ojo derecho del capitán ya estaba volviéndose de un blanco lechoso, y las venas del cuello se le ennegrecían de corrupción. Acometió a Bruglir con una finta dirigida hacia la garganta, y un tajo repentino a la rodilla derecha, pero la curva rodillera paró el golpe y una punzada de dolor de la pierna herida hizo que Malus diera un traspié. La espada rebotó en la armadura de Bruglir, y el noble, al haber perdido el equilibrio, quedó con la guardia baja y el cuello expuesto a la espada del capitán. Un escalofrío le recorrió la espalda en espera de que cayera el tajo, pero un atronador estruendo de acero hizo que alzara la mirada justo cuando la pesada hacha del guerrero de Norsca impactaba contra la parte posterior de un hombro del capitán druchii. El golpe hizo que Bruglir girara sobre sí mismo, y le cortó las correas de la hombrera derecha, que quedó colgando como un gozne roto.

Bruglir rugió de dolor, un alarido teñido de locura y miedo, y dirigió un tajo de revés hacia el cuello del guerrero de Norsca. El hombre detuvo la hoja con el mango del hacha, y empujó hacia abajo, hasta que la hizo tocar el suelo. La mano derecha se adelantó con rapidez para coger a Bruglir por el cuello, y los músculos desollados del dorso se hincharon como cuerdas de acero al estrangular al capitán herido. Uno de los guardias de Bruglir saltó hacia el skinrider para atravesarle de una estocada la pesada cota de malla, pero el enorme guerrero lanzó un tajo ascendente con el hacha y la estrelló contra la cara del corsario. La sangre y el hueso saltaron en todas direcciones, y el druchii cayó con un alarido estrangulado.

Malus se lanzó hacia adelante con un grito, y trazó un corto arco con la espada, que cercenó la mano del guerrero a la altura de la muñeca. La sangre oscura cayó sobre Malus y Bruglir, y el skinrider retrocedió con paso tambaleante mientras rugía, angustiado. El hombre acometió a Malus con el hacha sujeta con la mano que le quedaba, y lo obligó a retroceder para esquivarla; luego, giró para parar la estocada de Bruglir, que no le acertó en la garganta por poco. Malus dirigió una estocada hacia la destrozada cara de Bruglir, y se sorprendió cuando la punta cortó músculo y carne justo por debajo del lechoso ojo del capitán. Bruglir gritó de conmoción y dolor antes de caer hacia atrás, y el noble le lanzó un tajo al guerrero de Norsca, cuya cota de malla raspó la espada.

A pesar de las terribles heridas, la ferocidad y destreza de Bruglir apenas habían disminuido. Pivotó ligeramente hasta ver a Malus con el ojo izquierdo, y le lanzó una serie de terribles golpes que desviaron a un lado su guardia y le abrieron un tajo desigual en el cuello. Antes de que Malus pudiera contraatacar, el guerrero de Norsca se lanzó hacia él por la derecha para descargar un golpe descendente que el noble apenas logró desviar.

Pensando con rapidez, Malus amagó una estocada dirigida a los ojos del norse, y luego se lanzó entre los dos atacantes y acometió a Bruglir por el costado izquierdo. El capitán, que entonces respiraba con jadeos gimientes, pivotó para mantener el ojo sano sobre Malus…, y el tajo de hacha del guerrero de Norsca, destinado a Malus, impactó contra la parte posterior de su cabeza. Bruglir, momentáneamente coronado por un brillante halo rojo, se puso rígido y se desplomó.

El skinrider maldijo, y mientras intentaba arrancar el hacha de la cabeza de Bruglir con la mano que le quedaba, Malus giró y descargó un golpe descendente en un solo movimiento, y le cercenó el brazo a la altura del codo. El guerrero de Norsca rugió de miedo y dolor, hasta que el siguiente tajo del noble le abrió la cabeza de la coronilla al mentón. Cuando el cuerpo caía al suelo, Malus arrancó la espada sucia de regueros de pus, y se balanceó sobre pies inseguros al intentar mirar en todas direcciones al mismo tiempo. A menos de cuatro metros de distancia, el último de los guardias de Bruglir libraba una desesperada lucha contra dos skinriders; tenía una lanza oxidada clavada en un hombro, y del brazo izquierdo le caían largos regueros de sangre, pero luchaba contra el par de piratas con furia frenética.

Urial aún estaba trabado en combate con el demonio, y el hacha del antiguo acólito dejaba estelas de luz a su espalda mientras volaba hacia el jefe. A pesar de toda la furia de Urial, la rapidez del demonio era aterradora; aunque tenía el ropón de piel rasgado y en jirones, la mortífera hacha aún no había herido el cuerpo putrefacto del jefe. Los guardias de Urial se habían lanzado a batallar contra los skinriders, entre los que recogían una terrible cosecha de cuerpos destripados y cabezas cortadas. En ese momento, libraban una batalla doble contra los piratas supervivientes por un lado, y Tanithra y sus amotinados por el otro. Dos de los guerreros de máscara de plata ya habían muerto, atravesados y cortados en desgarrados montones de carne.

Mientras Malus observaba, Tanithra intercambiaba golpes con uno de los guardias de Urial, y la pesada espada de la corsaria era un rival casi equiparable a la terrible draich que blandía su contrincante. El guerrero avanzó un paso y descargó un oblicuo tajo descendente destinado a cortar a la corsaria en dos. Sin embargo, en el último momento, ella se agachó y saltó al interior de la defensa del contrincante para dejar que el arma pasara inofensivamente hacia su derecha, y luego le abrió el vientre desde abajo hacia arriba. El guardia se desplomó mientras se aferraba inútilmente las entrañas que se derramaban por el tajo, y Tanithra cargó de cabeza contra Urial, dejando a Yasmir atada como una cabra de sacrificio sobre el suelo de la caverna.

Malus enseñó los dientes en un gruñido de depredador, y dio un amplio rodeo en torno al demonio y a Urial, hacia donde estaba Yasmir. Observó cómo Tanithra descendía sobre Urial como un halcón, pero antes de que él pudiera gritarle una advertencia, Urial pareció percibir la presencia de la corsaria y se volvió con una rapidez sorprendente para desviar a un lado la espada, aunque luego se vio obligado a ponerse a la defensiva cuando Tanithra aprovechó la ventaja para descargar sobre él una lluvia interminable de terribles golpes. Uno de los guardias de máscara de plata abandonó la refriega y corrió a ayudar a su señor, pero fue atrapado por el poseído jefe. Una mano del demonio se cerró en torno a la muñeca de la mano con que el guardia sujetaba la espada, y Malus observó con horror cómo la extremidad se fundía como una vela sobre una llama.

El noble se puso de rodillas junto a Yasmir y la giró con delicadeza sobre un costado.

—Voy a dejarte en libertad, hermana —le susurró al oído mientras desataba el nudo que sujetaba la mordaza.

Al cabo de un momento, le quitó el andrajo grasiento y, tras sacar el cuchillo, se volvió hacia las cuerdas que le ataban los tobillos. Sentía que Yasmir no le quitaba los ojos de encima, aunque no decía nada. En medio del caos y la carnicería, su rostro tenía una expresión serena y desapasionada, que a Malus le resultaba a la vez seductora y profundamente inquietante.

—Las mentiras de Tanithra nos han condenado a todos —continuó mientras cortaba cuidadosamente las cuerdas—. Bruglir ha muerto a manos de los enemigos, y nadie puede detener la furia del demonio.

Se oyó otro terrible alarido burbujeante. Malus lanzó una mirada frenética por encima del hombro, y vio que otro de los guardias de Urial se fundía en las manos del demonio. El jefe tenía una draich clavada en el cráneo; alzó una mano y la desmenuzó en una lluvia de óxido rojo como la sangre. Entonces, los ojos de Malus se encontraron con los del jefe, y el demonio le gruñó un desafío al mismo tiempo que arrojaba a un lado al guerrero fundido y avanzaba con decisión hacia él.

Malus acabó de cortar las cuerdas que rodeaban los tobillos de Yasmir, y pasó a las ligaduras de las muñecas.

—Hermana, vamos a tener que correr —comenzó a decir, y una sombra cayó sobre él.

Alzó la mirada. A su lado había un skinrider con un hacha empapada en sangre colgando de una mano enguantada. El noble abrió más los ojos y se tensó para saltar, hasta que el pirata dejó caer el hacha y se llevó la mano a la voluminosa capucha. Se quitó la pringosa sobrevesta, y Malus se quedó mirando, pasmado, el manchado rostro de Hauclir.

El guardia sujetaba un saco de cuero cosido, parecido a un pellejo de vino, de cuyas toscas costuras goteaba agua.

—Será conveniente que te agaches, mi señor —dijo Hauclir, y le arrojó el saco al demonio.

Malus se volvió a mirar al demonio, que vio el poco elegante proyectil que le lanzaban y lo cogió diestramente con una mano. Sonriendo, la criatura cerró el puño para aplastar el saco, del que manaron regueros de agua…, y de ese modo, rompió el globo que había oculto en el interior y que contenía fuego de dragón.

En un abrir y cerrar de ojos, el demonio quedó envuelto en una nube de voraz fuego verde. El componente mágico hervía sobre el cuerpo del jefe, cuyos músculos y huesos consumía como si fueran de pergamino viejo. El demonio giraba sobre sí mismo, chillaba y manoteaba entre furiosas llamas, pero el fuego de dragón no se dejaba vencer. Los skinriders supervivientes retrocedieron entre gritos de consternación, mientras el hombre poseído dejaba escapar un largo alarido atormentado y echaba a correr, dejando a su espalda charcos de grasa encendida, para lanzarse hacia el aire libre por el agujero de la pared de la caverna, situado a cien metros por encima de la ensenada.

—¡Bendita Madre de la Noche! —jadeó Malus, incapaz de apartar los ojos de los charcos de grasa humana que se extendían por el suelo de la caverna—. ¿Has robado un globo de fuego de dragón?

Hauclir gruñó mientras se limpiaba repugnantes fluidos de la cara con el dorso de una mano y sacaba del cinturón las dagas finas como agujas de Yasmir para comenzar a cortarle las ligaduras.

—Me hiciste robar licor de la reserva de Bruglir. Coger un globo de fuego de dragón fue mucho menos peligroso, en comparación. —Se encogió de hombros—. Pensé que podría resultar útil en algún momento.

Malus sacudió la cabeza con pesar, y se volvió para responder en el momento en que caían las últimas ligaduras de Yasmir. Captó un atisbo de ojos violeta y piel luminosa cuando ella se movió con la desalmada gracilidad de un gato cazador; se levantó como humo entre los dos hombres y le quitó los cuchillos a Hauclir como si fuera un niño. El noble alzó la mirada hacia Yasmir, con una mezcla de asombro y miedo, mientras las negras dagas destellaban funestamente en la luz verde. Cuando se encaró con la humeante forma de Tanithra, tenía el rostro sereno y la mente perdida en sueños de carnicería.

La corsaria druchii se encontraba a menos de tres metros de distancia, balanceándose, y el humo ascendía de profundas quemaduras causadas por gotas del fuego del dragón que había hecho volar el jefe mientras se debatía. Era el último enemigo que quedaba en pie dentro de la ensangrentada caverna, y tenía la espada inequívocamente dirigida hacia la garganta de Yasmir. Urial había recibido un golpe en la cabeza y yacía, inconsciente, cerca de ella. Había estado a menos de un segundo de la muerte, pero Yasmir se había puesto de pie en ese instante y había acaparado la atención de Tanithra.

—¡Ay, cuánto he deseado esto! —siseó Tanithra a través de los labios chamuscados. Logró dedicarle una vacilante sonrisa cargada de odio—. Bruglir se me escapó, pero nosotras danzaremos, tú y yo, y te lo haré pagar.

Yasmir no dijo una sola palabra. Abrió los brazos como una amante y corrió hacia la vapuleada corsaria; el negro cabello ondulaba hacia atrás como una capa de plumas de cuervo. Pareció que Tanithra iba a gritar y alzó la espada, pero Yasmir atravesó su guardia sin esfuerzo y rodeó a la enemiga con los brazos desnudos. Tanithra se puso rígida e inspiró una sola vez, y sus ojos se abrieron cada vez más al mirar los insondables lagos violeta y sentir las dagas gemelas deslizarse por debajo de la base de su cráneo y al interior del cerebro.

Malus observó cómo su hermana mantenía la mirada fija en los agonizantes ojos de la corsaria para ver cómo su luz se desvanecía y sentir los temblores agónicos de Tanithra contra el cuerpo desnudo. Al fin, la corsaria quedó laxa, y Yasmir se apartó para dejar que se desplomara. Luego, volvió los ojos hacia Malus.

Durante un segundo, se miraron fijamente a los ojos. Lenta y deliberadamente, Malus dejó la espada en el suelo y se inclinó profundamente hasta tocar con la frente la áspera piedra.

Cuando se levantó, ella había desaparecido.

Pasaron largos momentos antes de que Malus advirtiera que la refriega había acabado. Por todas partes había cuerpos y trozos de cuerpos. Uno de los guardias supervivientes de Urial los examinaba de uno en uno y mataba de un tajo de espada a los skinriders heridos. El otro guerrero de máscara de plata ayudaba a Urial a ponerse de pie; tenía la cara sucia de sangre y la armadura perforada en algunos sitios. Un hombre de Bruglir se encontraba arrodillado junto al cuerpo del capitán, con la mirada vacua a causa de la conmoción.

Malus se volvió a mirar a Hauclir.

—¿Adonde…, adonde ha ido mi hermana?

El guardia señaló hacia arriba.

—Ha subido como una bocanada de humo en busca de más piratas que matar, supongo. Esos ojos que tiene estaban hambrientos.

Urial gimió cuando lo levantaron.

—Tú has mirado esos ojos —dijo con la mirada fija en Malus—. ¿Qué viste?

El noble comenzó a responder, y luego lo pensó mejor. Finalmente, se limitó a encogerse de hombros.

—Llanuras de latón y ríos de sangre —dijo—. Vi muerte. Nada más ni nada menos.

Hauclir alzó una mano.

—Espera. ¿Qué es ese ruido?

Malus miró al guardia y se esforzó por percibir el sonido del que hablaba. Pasado un momento, lo oyó; era un coro de lamentos aflautados que flotaban en el viento, por encima de la protegida ensenada.

—Cuernos —dijo—. Nuestra flota ha llegado y navega hacia la muerte.