19: La isla de los perdidos
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La isla de los perdidos
—Ahí está —declaró Bruglir, y dio unos golpecitos sobre un punto del mapa de pergamino amarillo con un dedo acorazado—. Ése es el islote de Morhaut.
Malus cruzó los brazos debajo de la gruesa capa que llevaba puesta, y reprimió otro ataque de temblores. El gélido toque del demonio aún perduraba, aunque hacía ya más de cuatro horas que había acabado la batalla a bordo del barco de los skinriders. Era casi mediodía, y el agitado mar septentrional brillaba como acero pulimentado bajo una pálida luz solar difusa. Los corsarios druchii andaban por ahí descalzos y descamisados para bañarse como lagartos en el agradable calor, pero Malus aún se sentía congelado hasta los tuétanos. A Tanithra y los demás les dijo que se había empapado al sacar a Hauclir del agua, y la capa de invierno no había despertado más que un interés pasajero en Bruglir y Urial. El noble se inclinó sobre la mesa del capitán y entrecerró los ojos para enfocar las líneas finamente trazadas y las grotescas anotaciones del mapa de los skinriders. Había visto libros de brujería que eran más claros y fáciles de descifrar.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? Todo está escrito en una especie de galimatías.
—De hecho, es idioma norse —replicó Bruglir—. Mira aquí. —El dedo retrocedió de la diminuta señal que representaba al islote, y señaló ocho islas grandes extendidas ante la entrada del mar septentrional—. Tres de estas islas son bien conocidas por albergar importantes campamentos de los skinriders, y podemos suponer que también las otras cinco son importantes puestos avanzados. Observarás que todas tienen trazadas rutas claramente definidas que las conectan unas con otras. —El dedo recorrió las largas líneas curvas que iban de una rocosa silueta a la siguiente, cada una con anotaciones en una extraña escritura rúnica—. Ahora bien, ¿qué más tienen en común todas estas islas?
Malus estudió el mapa. Cuando Bruglir lo señaló, la respuesta saltó fuera del enredo de líneas y runas.
—Todas ellas tienen un curso trazado hasta una isla localizada en el centro, más pequeña que las demás.
El capitán asintió con la cabeza.
—Exacto. Esta isla central es el cuartel general. No puede ser otra cosa.
Se desplazó para ojear un montón de cartas de navegación druchii que descansaban sobre la superficie de un escritorio cercano, y finalmente se decidió por una y la extendió sobre la mesa. A través de la fina vitela se transparentaba la carta de los skinriders, y creaba una figura compuesta del mismo mar.
—¿Ves que la isla ni siquiera aparece en nuestra carta? —Bruglir sonrió cruelmente—. Éste es el secreto que tanto luchaban por proteger. ¡Ahora sabemos dónde está su corazón, y podemos arrancárselo y sostenerlo ante sus incrédulos rostros!
Malus apretó los dientes para controlar otra tanda de estremecimientos, y estudió a los otros druchii que había en el camarote. Tanithra asintió para sí misma al estudiar el mapa con expresión pensativa. Urial el Rechazado se mantenía rígidamente erguido, con los ojos brillantes y feroces. Resultaba evidente que el éxtasis de la batalla aún cantaba en sus venas, y la mirada que le dirigía al hermano mayor casi equivalía a un reto. El noble se preguntó si Urial había luchado alguna vez en una verdadera batalla antes de ese día. Estaba claro que el sabor le gustaba. Malus consideró los cambios acaecidos a Yasmir desde la llegada al Saqueador, y se preguntó qué significaría eso para sus planes. Tendría que actuar dentro de muy poco tiempo, y no podía permitirse que Urial ni nadie más hiciera algo impredecible.
La batalla con los skinriders había continuado durante una hora más después de que Tanithra y su tripulación hubiesen capturado el barco pirata. Tres de las naves enemigas habían quedado completamente destruidas, con los cascos consumidos por el fuego brujo de los virotes de llama de dragón. De las tres restantes, dos fueron despojadas de todo lo que pudiese resultar útil, y luego fueron dejadas a la deriva con brea encendida esparcida por la cubierta, al no disponerse de suficientes tripulantes para dotarlas. También el Cuchillo Ensangrentado fue entregado a las llamas, dado que el capitán y casi todos los tripulantes habían muerto, y los aparejos habían quedado casi completamente destruidos durante la lucha. Además, se había perdido la mayor parte de la tripulación del Dragón Marino, que había muerto congelada en las frías aguas antes de que otro barco pudiera llegar a rescatarla. Eso dejaba sólo el barco que había tomado Tanithra, y que claramente esperaba conservar, a juzgar por las inequívocas solicitudes de más tripulantes y suministros que le planteaba a Bruglir.
Una vez concluida la batalla, el Saqueador se había situado junto al barco pirata capturado. Malus y Urial habían subido a bordo con las cartas de navegación, y el noble había enviado a Hauclir a que se secara y averiguara qué había sucedido durante su ausencia. Entonces, el resto de la flota bogaba hacia el norte, avanzando lenta pero certeramente hacia el islote de Morhaut.
—De acuerdo —dijo Malus—. Parece que todos los demás coinciden con tus conclusiones, capitán. Y ahora, ¿qué?
Bruglir se encogió de hombros.
—Siempre y cuando no nos encontremos con más skinriders por el camino, llegaremos al islote en una semana —dijo—. Después de eso, dependerá de Urial que atravesemos las defensas de la isla, si es capaz de hacerlo.
Urial se puso rígido, y un rubor coloreó sus pálidas mejillas.
—¡Ah, soy capaz de muchas cosas, hermano! —replicó con tono sorprendentemente venenoso—. Vas a comprobarlo dentro de muy poco.
Malus se aclaró la garganta en el repentino silencio.
—¿Qué sabes acerca de las defensas de la isla, Urial?
Durante un momento, Urial y Bruglir continuaron mirándose con fijeza a los ojos por encima de la mesa. Finalmente, Urial apartó la mirada.
—Existen pocos datos concretos, por desgracia —le dijo a Malus—. Las bibliotecas de Hag Graef contienen escasas referencias a ese islote, pero pude desenterrar alguna información sobre Eradorius, el brujo que residió allí y supuestamente creó las defensas hace miles de años. —Los ojos color latón de Urial brillaban como monedas calientes—. Parece que Eradorius fue un servidor del Caos durante los años de la Primera Guerra, un conquistador y maestro de conocimientos arcanos que era terrible enemigo de Aenarion y sus retorcidos parientes, hasta que huyó de su castillo de hierro y huesos, y se refugió en una isla remota del mar septentrional.
Malus sintió que se le secaba la boca.
—¿Que huyó, dices?
—Eso parece. Lo más probable es que sus tenientes se volvieran contra él, codiciosos de su riqueza y poder —replicó Urial—. Con independencia de qué fuera lo que Eradorius temía, dedicó todo el poder que le restaba a intentar escapar. Según la leyenda, puso muchas protecciones mágicas en torno al islote de Morhaut, destinadas a destruir a cualquiera que fuese lo bastante estúpido como para acercarse.
Tanithra frunció el entrecejo.
—¿Protecciones? —dijo con una mueca, como si le desagradara el sabor de la palabra—. ¿Como qué? ¿Tormentas de sangre y bandadas de demonios?
Urial rió entre dientes.
—No. Se requiere un gran poder para mantener protecciones como ésas, y no habrían sobrevivido sin que se les inoculara energía regularmente. No, las protecciones eran más sutiles, alteraban las percepciones del intruso de tal modo que lo más probable era que ni siquiera reparara en la existencia del islote.
—¿Y si lo hacía?
—Entonces, se perdería para siempre.
Tanithra negó con la cabeza.
—No lo entiendo.
El antiguo acólito abrió las manos hacia adelante.
—Es lo único que cuentan las leyendas. Sabré algo más cuando haya tenido la posibilidad de estudiar las protecciones de primera mano.
—Usaremos el barco capturado —dijo Bruglir—. Una vez que Urial haya encontrado el modo de atravesar las defensas, haremos entrar al resto de la flota.
—¿Y eso significa que conseguiré los tripulantes que necesito? —preguntó Tanithra.
Bruglir respiró profundamente y, al erguirse en toda su estatura, rozó con la cabeza las vigas del techo.
—Después de la última batalla, la flota tiene pocos marineros de los que pueda prescindir —replicó con precaución—. No quiero dejar a nuestros barcos con una dotación insuficiente, cuando podría avecinarse otra importante batalla.
—Ahora mismo nos dejas a nosotros con una dotación insuficiente —le contestó Tanithra.
—No tengo ninguna intención de llevar el barco pirata a la batalla —replicó Bruglir—. Cuando hayamos encontrado la manera de atravesar las defensas del islote y tengamos una idea de lo que hay al otro lado, lo echaremos a pique. Para mí no tiene valor alguno como botín.
Tanithra se quedó boquiabierta, y sus oscuros ojos brillaron de furia.
—Estás hablando de mi barco, capitán. Lo he ganado con sangre y acero, y nadie decide echarlo a pique, excepto yo.
—Tenías un barco, Tani, y lo perdiste en la batalla —replicó Bruglir con frialdad—. Y todos los capitanes de todos los barcos de esta flota sirven según mi deseo. Cuando la batalla comience de verdad, te necesitaré de vuelta aquí, en el Saqueador.
Malus evaluó cuidadosamente las reacciones de los dos corsarios, y luego se aclaró la garganta.
—Hermano, estás siendo injusto con la primera oficial. Gobernó la nave exploradora con gran habilidad, y condujo a la tripulación a la victoria contra un enemigo que era más del doble de grande que nuestro barco. Incluso yo sé que la ley del mar avala su derecho al botín. —Hizo una pausa dramática—. Si esto tiene que ver con Yasmir…
—Esto tiene que ver con que estoy al mando de esta flota —le espetó Bruglir—, algo sobre lo que no tiene absolutamente ninguna influencia tu precioso poder de hierro. La reunión se ha acabado —dijo Bruglir con frialdad, y a continuación se inclinó sobre las cartas de navegación que tenía delante—. Llegaremos al islote de Morhaut en seis días. Ahora, marchaos.
Malus giró sobre los talones para ocultar una fugaz y divertida expresión. Tendió una mano hacia la puerta, pero Tanithra pasó junto a él como un nubarrón veloz y casi lo apartó con un golpe de hombro antes de echar a andar pesadamente por el pasillo. Hauclir, que esperaba al otro lado de la puerta, apenas logró saltar fuera de su camino a tiempo.
Urial siguió de inmediato a Malus, y cerró la puerta al salir.
—¿Es éste tu plan? —le preguntó al noble con un susurro ronco—. ¿Provocar a Tanithra para que lo asesine?
Por encima de un hombro, Malus le lanzó a Urial una mirada furiosa.
—Te aseguro que no sé de qué me estás hablando, hermano —siseó—. A fin de cuentas, éste es un barco que está navegando, e incluso comentar lo que estás diciendo es motivo para sufrir vivisección pública.
Pero el antiguo acólito se mostró indiferente ante la advertencia apenas velada. Se acercó más a Malus y habló en un tono más bajo pero no menos intenso.
—Los otros capitanes la harían pedazos en un instante. Había esperado que actuaras de modo más directo en esto.
Malus se volvió hasta que ambos quedaron prácticamente nariz con nariz.
—¿Para qué, para que los capitanes puedan hacerme pedazos a mí en lugar de a ella? —El noble miró a Urial de arriba abajo—. Te has vuelto un poco temerario desde que tomamos el barco, hermano. Si tanto deseas la sangre de Bruglir, ¿por qué no lo desafías tú mismo? —Hizo un gesto con la cabeza haciala puerta del camarote—. Allí dentro, tuve la impresión de que estabas a punto de hacerlo. ¿Qué te lo impide?
Urial retrocedió al mismo tiempo que un gruñido le contorsionaba el rostro, pero si tenía intención de darle una respuesta destemplada, pareció dominarse en el último momento y su cara se transformó en una máscara impasible.
—Sólo deseo recordarte tu obligación —dijo—. Puede ser que decida pedirte que pagues la deuda antes de llegar al islote.
—No seas estúpido, hermano —siseó Malus—. Te guste o no, necesitaremos a Bruglir para derrotar a los skinriders. Has sufrido su existencia durante toda la vida; ¿no puedes esperar unos pocos días más?
—Mi paciencia es ilimitada —replicó Urial con voz átona—. Mi confianza, sin embargo, no lo es. Piensa en eso, Malus —concluyó a la vez que pasaba de largo y continuaba corredor abajo.
El noble observó a su hermano hasta que giró en un recodo y desapareció de la vista, y sacudió la cabeza con asco.
—Y pensar que en otros tiempos les tenía miedo… —murmuró—. ¡Vaya unos torpes estúpidos!
Hauclir se encogió de hombros.
—Por otro lado, hasta la más astuta de las ratas muere si la pisas con la fuerza suficiente.
—¿Estás llamándome rata?
—En absoluto, señor —replicó de forma casi inexpresiva el antiguo capitán de la guardia—. Sólo decía que por este barco hay muchas grandes botas dando pisotones, eso es todo.
—Ten cuidado de que no te caiga una sobre la cabeza.
—Eso me ocupa una gran parte de las horas de vigilia, mi señor.
El noble no logró reprimir un suspiro de exasperación.
—Dime que has dedicado el resto de tu precioso tiempo al servicio de mis intereses.
—Me siento herido al oírte decir algo semejante, mi señor —replicó Hauclir con tono zumbón—. Por supuesto que lo he hecho.
—Entonces, dime, ¿qué sucedió mientras estuvimos ausentes del barco?
El guardia echó a andar junto a Malus, en dirección a la sala de cartas náuticas.
—Yasmir no salió de su camarote en ningún momento, aunque corre el rumor de que ha reunido las ofrendas de los tripulantes en una especie de santuario, dentro del camarote. Los hombres de Urial vigilan la habitación día y noche.
Malus asintió con la cabeza.
—Así que para eso los dejó aquí. Interesante. ¿Qué órdenes tenían?
Hauclir bufó.
—¿Quién sabe? Tal vez esperaban a ver si aparecía. No intentaron entrar en el camarote ni impidieron las ofrendas de los tripulantes. —Hauclir miró a su alrededor y bajó la voz hasta un susurro casi inaudible—. Tampoco hicieron nada cuando Bruglir fue a visitarla en plena noche.
El noble sonrió.
—Así que el gran capitán se muestra cauteloso. ¿Y cómo fue la visita?
El guardia se encogió de hombros.
—No se oyeron gritos, y Bruglir se marchó con la misma cantidad de extremidades con que había llegado. Deduce lo que quieras.
—¿Cómo te has enterado de eso?
—Uno de los marineros vio a Bruglir cuando salía del camarote de Yasmir, poco después de medianoche. En el comedor, todos hablan del asunto.
Malus asintió, pensativo.
—Entonces, creo que han llegado a un acuerdo. Es una noticia excelente.
El ceño de Hauclir se frunció de consternación.
—¿Lo es?
—Ya lo creo. Encaja a la perfección con mis planes. —Habían llegado a la atestada habitación del noble. Malus abrió la puerta y se detuvo en la entrada—. Ahora, lo único que debemos hacer es llegar al islote y atravesar las defensas, y todo estará en su sitio.
—Ya veo, mi señor —comentó Hauclir, aunque la expresión de su cara dejaba claro que no era así—. ¿Qué debo hacer en el entretanto?
—Toma un baño. Hueles a pescado muerto —replicó Malus al mismo tiempo que le cerraba la puerta en las narices.
El fuerte viento que soplaba desde proa, ligeramente por estribor, y silbaba entre los aparejos enlentecía al barco capturado, que apenas avanzaba en dirección al punto en que se suponía que estaba el islote de Morhaut. Malus se hallaba cerca del timón y dividía su atención entre el estudio del horizonte septentrional y la observación de los preparativos que Urial llevaba a cabo a poca distancia de él.
Urial se encontraba arrodillado en cubierta, con un cuenco de latón en una mano y un pincel que tenía runas talladas en la otra. El viento levantaba hilos de sangre medio coagulada de la superficie del cuenco y le pintaba líneas rojas en el pelo, pero Urial no le hacía el más mínimo caso porque estaba absorto en la tarea que tenía entre manos. Con el pincel había trazado un círculo pequeño sobre los tablones, y entonces giraba lentamente sobre sí para decorar el arco interior con complicados sigilos. Tanithra se hallaba ante el timón, con expresión salvaje y melancólica.
Había regresado a la nave capturada inmediatamente después de la conversación mantenida con Bruglir, hacía ya casi seis días, y el gran capitán no había vuelto a llamarla desde entonces. Según los informes de Hauclir, durante ese tiempo Bruglir había visitado a su hermana en otras dos ocasiones, ambas en plena noche. En un caso se oyeron ruidos de lo que podría haber sido un forcejeo, pero nadie sabía qué había sucedido realmente dentro del camarote. Malus creía que Bruglir intentaba compensarla, y se había ofrecido a matar a Tanithra a la primera oportunidad que tuviera con el fin de redimirse. Urial merodeaba por el exterior del camarote como un espectro, y observaba las idas y venidas de Bruglir con algo parecido a una legítima indignación, pero sin hacer nada. A esas alturas, Malus tenía la sensación de que la única razón por la que Urial no había enviado a sus hombres a matar a Bruglir era porque necesitaba culpar de su muerte a Malus con la intención de ganarse el afecto de Yasmir. Se preguntó cuánta paciencia le quedaría a Urial.
En los días de espera, Malus se había ocupado de beber hasta la última gota de licor que podía obtenerse a borde del barco de Bruglir. A pesar de las protestas de Hauclir, todas y cada una de las noches en que acababa con los últimos restos de bebida del barco, la combinación de ingenio y maliciosas amenazas de Malus lograba, de algún modo, que al siguiente anochecer el guardia acudiera a su puerta con una botella nueva en la mano. Por mucho que el noble odiara admitirlo, el antiguo capitán de la guardia comenzaba a resultarle imprescindible.
Necesitaba beber para mantener alejado el terrible helor de la influencia del demonio. Aunque no era tan fuerte como lo había sido tras la batalla marina de la semana anterior, aún continuaba siendo dolorosamente evidente, lo suficiente como para que Malus temiera haber atravesado finalmente un umbral hacia las garras del demonio, de las que no podría regresar. El pensamiento era lo bastante malo para mantenerlo despierto durante toda la noche, y aún peor era el hecho de que cada vez tenía más sueños extraños, cada uno más intenso y aterrador que el anterior.
Carecían de ritmo y razón, como si fueran imágenes pintadas en un centenar de cartas distintas y luego arrojadas al viento, donde se agitaban y caían según pautas caóticas que insinuaban significados pero al final no revelaban nada.
«Corredores y escaleras», pensó. Puertas que se abrían a las mismas habitaciones una y otra vez. Era como si se tratara de una escena que se repitiera interminablemente en su mente. La única diferencia eran los pasos. Cada noche parecían estar un poco más cerca. Tremendos pasos atronadores, como las pisadas de un gigante. Y sabía, con la omnisciencia del que sueña, que cuando los pasos finalmente lo alcanzaran, iba a morir. Era sólo cuestión de tiempo.
—¿Y si no se tratara de sueños? —dijo Tz’arkan—. ¿Y si lo que ves es tu futuro, como cuando te ahogabas en el agua de pantoque del barco pirata?
—Eso no puede ser —siseó—. Estas visiones son demencia pura. Nada en el mundo puede ser tan retorcido ni maligno.
—A pesar de eso, pequeño druchii. A pesar de eso.
—¡Cállate! ¿Me oyes? ¡Cállate!
Malus sintió que unos ojos lo observaban. Alzó la mirada y vio que Tanithra lo estudiaba con desconfianza. El demonio rió entre dientes.
—Piensa que estás loco, Darkblade.
—¿Y por qué no? —murmuró Malus—. Probablemente tenga razón.
Acabada su obra, Urial dejó el pincel a un lado y se irguió; sujetaba el cuenco con ambas manos.
—Arriad todas las velas que podáis sin que dejemos de avanzar —le dijo a Tanithra—. Cuando comencemos a movernos por el laberinto, deberemos hacerlo con lentitud y precaución.
—Con este viento de proa, tendremos que esforzarnos para avanzar algo —replicó ella sin apartar los ojos del horizonte.
Pero Urial negó con la cabeza.
—Si mis teorías son correctas, no será el viento lo que nos impulse al interior del laberinto.
Al oír esto, Tanithra se volvió, pero si esperaba una explicación más detallada, sólo obtuvo decepción. Urial ya había inclinado la cabeza sobre el cuenco y murmuraba una larga y precipitada salmodia. Una vez más, Malus miró hacia el norte, pero el horizonte parecía un desierto plano de pizarra indistinta. Volvió los ojos hacia popa, y en la distancia aún pudo atisbar las velas negras de la flota de Bruglir. Los corsarios aguardarían mar adentro, mientras el barco capturado intentaba atravesar las defensas del islote.
La salmodia se hacía más sonora, o más bien se hacía sentir más intensamente, ya que no percibía un aumento de volumen, pero el aire se estremecía con cada sílaba. Sentía en la piel cada temblor, como diminutas olas creadas por una mano invisible. Pasaban sobre él y radiaban desde el barco en círculos cada vez más amplios que se dirigían hacia el horizonte.
Ante ellos estaba sucediendo algo, tal vez a una milla de la proa. En el aire se concentraba niebla que lentamente se extendía hacia el este y el oeste, como una pantalla que se desplegara.
Urial se irguió y alzó el cuenco hacia el cielo como si hiciera una ofrenda a las divinidades. Echó la cabeza atrás y se vació el cuenco de sangre sobre el rostro vuelto hacia lo alto. El rojo líquido le empapó el blanco cabello y se le encharcó en la boca y los ojos abiertos. De la sangre manaba vapor como si acabaran de derramarla, vapor que ascendía, en jirones torneados, de los ojos de Urial. Cuando bajó la mirada y sonrió, sus ojos eran globos del más puro rojo que brillaban de poder.
—Lo percibo ahí fuera —dijo con voz clara aunque algo apagada—. Es como descifrar el mundo. Tanithra, haz exactamente lo que yo te diga, sin la más mínima vacilación, y todo saldrá bien. Ahora, arriad las velas. Estaremos en el umbral dentro de pocos minutos.
—¡Masteleros! ¡Arriad velas! —les gritó Tanithra a los hombres que se encontraban en lo alto—. ¡Espabilad, pájaros marinos, si valoráis vuestra vida!
La niebla se hacía más densa e inundaba todo el cielo. No tenía ninguna forma discernible; era simplemente una enorme masa de aire espeso que movía un viento que no pertenecía a este mundo. Cuando las últimas velas fueron arriadas, Malus sintió cómo el barco ralentizaba el avance sobre el agua al encontrarse con las olas impulsadas por el viento. Ascendió por la ola coronada de espuma, y luego, al asomar la proa al otro lado, Malus percibió que la nave adquiría velocidad, como si fuera una carreta en la cumbre de una montaña alta. Notó que se le revolvía el estómago cuando el barco se precipitó hacia abajo y continuó descendiendo, descendiendo, cayendo sin parar, y entonces la niebla se cerró sobre ellos y ocultó al sol.
—¡Tres cuartas a estribor! —gritó Urial—. ¡Recto! ¡Recto! ¡Ahora dos cuartas a babor! ¡De prisa!
Malus no veía nada. El aire aullaba y susurraba, pero no sentía viento en la cara. El barco giraba y viraba, primero a un lado y luego al otro, como si se encontrara atrapado en cuatro mares diferentes a un tiempo.
Para horror del noble, el mundo comenzó a oscilar en los bordes, como si estuviese a punto de tener otra visión. Luchó contra ella con toda la furia que le quedaba, y le suplicó a la Madre Oscura que fuera suficiente.
Alguien lanzó un alarido. Urial continuaba gritándole los cambios de rumbo a Tanithra. Malus la miró y vio que la endurecida corsaria estaba casi doblada por la mitad, con el único ojo sano apretadamente cerrado a pesar de que estaban envueltos en sombra. Sus manos aún gobernaban el timón y conducían al barco en una serie de incontables virajes, mientras luchaba contra una tormenta que no se parecía a ninguna otra.
De repente, el viento enmudeció hasta ser apenas un gruñido bajo, y Malus oyó el tono claro de la campana de un barco que resonaba dentro de la niebla. A babor, a través de las arremolinadas nieblas, el noble creyó ver vagamente la silueta de una borda; luego, la cubierta de un barco sembrada de desperdicios y enferma de vejez. Los tablones estaban deformados y cubiertos de moho, y las partes metálicas se encontraban corroídas de herrumbre y mugrientas. Y sin embargo, Malus vio siluetas flacas que se movían por la cubierta, ataviadas sólo con andrajos, y que olfateaban el aire como animales. Una de ellas se volvió hacia el noble y lo señaló antes de echar atrás la cabeza para lanzar un largo lamento plañidero desprovisto de toda cordura y esperanza. Antes de que pudiera ver nada más, el barco pirata giró bruscamente a estribor y la lastimosa figura fue tragada por la niebla.
De pronto, empezó a oír más gritos. Procedían de los vigías de la proa y de lo alto de los mástiles; se estremeció al pensar en los hombres que estaban allá arriba, rodeados por todas partes por la insana niebla.
—¡Diez cuartas a babor! —dijo Urial, cuya voz tenía un tono aún más débil que antes.
Algo hizo que Malus se volviera a mirar en esa dirección —una premoción, tal vez, o las invisibles manipulaciones de otra visión—, ¡y de repente, vio la sombra de una embarcación de ancha manga que salía de la niebla en dirección a ellos! Si no vibraban, el barco los embestiría a la altura de la manga y los partiría en dos.
—¡Todo a estribor! —gritó Malus—. ¡Hazlo virar de prisa o estaremos perdidos!
—¡No! —rugió Urial—. ¡Despacio!
El barco se encumbraba ante Malus, y los apuntaba como una daga dirigida a su corazón.
—¡Preparaos para el impacto! —gritó al mismo tiempo que alzaba las manos en un vano intento de protegerse del golpe que sabía que se avecinaba.
Y sin embargo, no sucedió nada.
Malus bajó los brazos y quedó boquiabierto de horror. El barco estaba atravesándolos como una aparición, pese a parecer tan sólido como el que tenía bajo los pies.
Entonces, se dio cuenta de que reconocía a las ceñudas figuras que lo observaban al pasar.
Era su barco.
Vio a un pálido Hauclir de semblante severo que le dirigía una mirada pétrea desde la proa de la aparición. A medida que pasaba el barco, se hicieron visibles otros tripulantes, cada uno tan ceñudo como la muerte. Allí estaba Tanithra, aún inclinada sobre el timón y ciega ante la locura que la rodeaba. Cuando vio la demacrada aparición pálida que se hallaba junto a Tanithra, dio un respingo como si lo hubieran pinchado.
«¿Es eso lo que ven los demás cuando me miran?», pensó. Observó cómo se alejaba la fantasmal visión de sí mismo hasta que el barco fue tragado otra vez por la niebla. Luego, la cubierta sobre la que se encontraba descendió vertiginosamente una vez más, antes de detenerse con brusquedad. El noble dio un traspié; el corazón se le subió a la garganta debido al miedo que sentía de ser lanzado de un lado a otro como un barril de cerveza, y arrojado por la borda hacia la espectral tormenta.
Navegaban por aguas oscuras bajo un cielo tenebroso y, ante ellos, la isla surgía del mar como las ruinas de un reino anegado. Al pie de los escarpados acantilados del islote se amontonaban los pecios de barcos perdidos hacía cientos de años. Directamente delante del barco pirata se extendía una ensenada protegida por largos diques marinos, que parecían dos brazos curvados; en la superficie había torres gemelas que se alzaban hacia el cielo como dientes partidos. La playa de la ensenada estaba sembrada de una mezcla de pecios procedentes de incontables naufragios, y sobre las oscuras aguas sembradas de desperdicios había casi una docena de barcos anclados: naves de los skinriders, algunas más grandes y mucho más poderosas que la embarcación en que habían llegado los druchii. En lo alto de los acantilados que dominaban la ensenada había una ciudadela en ruinas, derruida y rajada por el peso de los siglos y el incesante desgaste del viento marino. En las ventanas de la ciudadela ardían pálidos fuegos, así como en las saeteras de las malevolentes torres de los diques. Por todas partes se veían los efectos del aplastante manto de antigüedad descomunal, como si se tratara de un lugar que el resto del mundo había olvidado hacía mucho, mucho tiempo. Habían llegado al islote de Morhaut.