10: El poder del hierro

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El poder del hierro

La torre de Nagaira continuaba ardiendo, con las plantas superiores envueltas en llamas blancas que se alzaban a más de treinta metros hacia el cielo nocturno. El sobrenatural resplandor de la torre incendiada brillaba como blancas auroras boreales en las claraboyas de cristal del arqueado techo de la corte interior del drachau. Proyectaba elaborados dibujos de luz y sombra sobre el suelo, nudos de luz blanca que se retorcían, y profundas sombras que apartaban la atención de Malus del indiscutido señor de Hag Graef. Cada vez que se ponía a la tarea de concentrarse en el hombre que presidía desde la tarima situada en el centro de la gran sala, las sombras se retorcían y contorsionaban en la periferia de su campo visual. En ellas veía indicios de una pauta, de un significado, donde no debería haberlo habido.

Malus y Urial habían sido llevados a presencia del drachau, sólo para hacer que esperaran mientras él recibía los informes de sus tenientes, y hasta la llegada del vaulkhar. Malus apenas podía tenerse en pie; tenía el cuerpo vapuleado y lastimado, y el corte del cuero cabelludo le había sangrado tanto que se sentía mareado y débil. Pero el drachau no le ofreció auxilio ninguno, ni jamás se le habría ocurrido a él solicitarlo. La debilidad no era tolerada en presencia del drachau, ya que sólo los fuertes eran dignos de estar a su sombra y aguardar su capricho.

El noble no podría haber dicho durante cuánto tiempo permaneció en silencio, librando una desesperada batalla por permanecer de pie y consciente. En algún momento, oyó que las altas puertas dobles se abrían de par en par, y el señor de la guerra de Hag Graef entró precipitadamente, ataviado con su roja armadura esmaltada y con la espada antigua, Desgarradora, colgada a un lado. El hecho de que la feroz presencia de Lurhan no colmara la gran corte como un mar turbulento demostraba la majestad de la estancia. De todos modos, Malus sintió una tensión eléctrica en el aire cuando su padre se acercó, y supo que el infame vaulkhar hervía de cólera.

Uthlan Tyr, drachau de Hag Graef, también llevaba una armadura de excelente factura; no era la grandiosa reliquia que se ponía para ceremonias como el Hanil Khar y para ir al campo de batalla, sino el atavío mundano que era adecuado para cada día y valía lo que el rescate de un noble. Mientras que el vaulkhar llevaba el yelmo debajo de un brazo, el drachau había decidido no ponerse el gran casco de dragón propio del cargo, y lucía el largo cabello negro apartado de la cara mediante una diadema de oro, y suelto sobre los hombros. Tenía un rostro delgado, casi adolescente a pesar de tener cerca de ochocientos años de edad, y sus pequeños ojos brillaban como esquirlas de ónice bajo la imponente frente. Él y Lurhan eran primos lejanos, y compartían la afilada nariz patricia de sus ancestros, así como el gesto desafiante del ahusado mentón. A diferencia de lo que sucedía con el vaulkhar, la mano de Tyr descansaba sobre el pomo de una espada desnuda, cuya punta afilada se apoyaba en el suelo de madera de la tarima. Era una draich similar a la que Malus había usado en la torre, pero la esbelta espada curva lucía el sello de un maestro artesano y la hoja tenía grabadas runas de poder que cortaban acero con la misma facilidad que piel. Entre los nobles de Hag Graef se decía que Lurhan había luchado en más batallas que pelos tenía en la cabeza, pero Uthlan Tyr había matado a muchos más hombres que él. Para el drachau, derramar sangre era tan natural y necesario como respirar. Malus tenía pocas dudas de que su vida —y posiblemente incluso también la de Urial— estaba en precario equilibrio sobre la afilada hoja de esa espada.

El vaulkhar subió los escalones de la tarima y se arrodilló ante su señor.

—Mis hombres han tomado la torre —dijo Lurhan con la voz ronca a fuerza de gritar órdenes por encima del estruendo de la batalla—. Los guardias de Nagaira lucharon hasta la muerte en lugar de rendirse. Sólo un puñado de esclavos quedaron vivos en la torre, y mis hombres se los han llevado para interrogarlos. La… cámara… de debajo de la torre es una sepultura. Al parecer, allí mataron a no menos de doscientos esclavos, muchos de ellos claramente deformados por los efectos de poderosa brujería. Peor aún, abajo se han encontrado unos sesenta nobles asesinados por espadas envenenadas o por las draichs de los ejecutores del templo. —Lurhan se volvió para mirar a Urial con frialdad—. Cuando llegamos, los cuerpos estaban siendo mutilados por un grupo de Novias de Khaine.

Urial fijó los ojos en los de su padre con una mirada impasible. Transcurrido un momento, el vaulkhar se volvió hacia su señor.

—No se trataba de simples nobles. Eran los hijos y las hijas de algunos de tus más poderosos aliados. Cuando la noticia llegue a sus familias, la sangre correrá por las cunetas; recuerda lo que te digo.

Los ojos del drachau pasaron con desprecio sobre Malus y se detuvieron sobre Urial.

—Explícate —ordenó.

Un noble inferior se habría acobardado bajo la asesina mirada feroz de Tyr, pero Urial permaneció impertérrito.

—No me hallo ante ti como vasallo, sino como agente del templo de Khaine —replicó—. Esto es un asunto del templo: si juegas con él, acepta los peligros.

La cara de Lurhan se puso blanca de furia, pero Malus se sintió conmocionado al ver que el vaulkhar mantenía la cólera bajo control. El único signo de tensión que se apreció en el propio drachau fue que apretó ligeramente el puño de la espada con la mano.

—Continúa —dijo con un tono de voz tranquilo.

—El templo de Khaine ha extirpado un cáncer que crecía en el corazón mismo de la ciudad. El culto de Slaanesh había extendido su corrupción a través de los más altos estamentos de la nobleza de Hag Graef, incluida a la hija del vaulkhar, Nagaira.

—¡Ten cuidado, Urial! Ahora eres tú quien danza sobre el filo de una navaja —dijo Lurhan con voz serena cargada de amenaza.

«¿Teme verse implicado también él? —pensó Malus—. ¿O sabe que la contaminación del culto penetra aún más profundamente en su casa y teme lo que dirá el drachau? Ha estado tan absorto en sus propias conspiraciones que no se había dado cuenta de lo perjudiciales que podían ser, políticamente hablando, los acontecimientos de esta noche». Unas pocas palabras bien escogidas de Urial, y el vaulkhar podría encontrarse arrodillado ante un ejecutor, en el patio del templo. El drachau no tendría más alternativa que ordenar la muerte de Lurhan, aunque sólo fuera para evitar correr la misma suerte si la noticia llegaba a oídos del Rey Brujo.

La idea devolvió un poco de ardor a las venas de Malus. Lurhan y el drachau tenían motivos para estar asustados, y eso le confería a Malus una pequeña cantidad de poder sobre ellos.

—Éstas son graves acusaciones —dijo Tyr con cuidado—. ¿Qué pruebas tienes?

¿Urial miraba al drachau con el ceño fruncido?

—¿Pruebas? Somos los ungidos de Khaine. No necesitamos aportar pruebas. —El antiguo acólito alzó una mano para detener la airada protesta del drachau—. Dicho esto, me doy cuenta de que estos acontecimientos te han puesto en una posición precaria, así que voy a darte una cierta cantidad de detalles.

Indicó a Malus con un gesto de la cabeza.

—Todo esto comenzó con tu orden de torturar a mi hermano hasta la muerte por sus recientes indiscreciones. Después de que el vaulkhar hubiese atormentado a Malus hasta más allá de la resistencia del druchii más fuerte, se decidió que había satisfecho tus deseos al máximo de su capacidad. Entonces fue puesto en libertad y se le dejó al cuidado de su hermana.

El drachau le lanzó una mirada severa al señor de la guerra, y luego devolvió su atención a Urial.

—Eso ya lo sé —dijo con tono tétrico.

Urial asintió con gesto ausente de la cabeza y expresión vaga, concentrado en la cadena de acontecimientos que tenía grabada en la mente.

—Mientras Malus era tratado por Nagaira, tratado tanto con drogas como con brujería ilegal, debo añadir, ella se aprovechó de que estaba debilitado e intentó seducirlo para que ingresara en el degradado culto del que era miembro. —Los ojos de Urial se aclararon y miró a Malus con frialdad—. Malus y Nagaira han sido compañeros, algunos dirían que más que compañeros, desde hace algún tiempo. Ella ha usado sus conocimientos prohibidos para ayudarlo en más de una ocasión. Yo creo que ya hace algún tiempo que tenía intención de subvertirlo.

Tyr lanzó un bufido de asco.

—¿A este libertino? ¿Con qué objeto? ¡No tiene nada que ofrecer!

—Eso parece —dijo Urial con voz neutra—, y sin embargo es un hecho que el culto dio una fiesta en su honor poco después de que se recuperara, y que fue llevado ante el hierofante e invitado a unirse a ellos.

Urial se volvió hacia Malus, y la pronunciada cojera fue lo único que denunció el agotamiento que sentía el tullido.

—En cuanto tuvo una oportunidad, Malus acudió a mí con esta información, como era debido. Me presentó un plan para usar su supuesta iniciación como trampa destinada a eliminar el núcleo del culto de la ciudad.

—¡Por derecho, debería haber acudido primero a mí! —gruñó Lurhan—. El honor de nuestra casa…

—El honor de tu casa o de cualquier otra está en segundo lugar respecto a los asuntos del templo —contestó Urial con sequedad—. Es deber nuestro mantener puras las almas de los druchii, libres de la debilidad de nuestros traidores parientes de Ulthuan. Esto no es solamente una orden de Khaine, sino el deseo del propio Malekith. ¿Quieres discutir eso?

—Ya has dejado claras las cosas, Urial —intervino el drachau—. Continúa.

—Malus nos reveló el emplazamiento de la cámara de iniciación, y sugirió que debía formar parte de las Madrigueras de debajo de la ciudad. Yo envié exploradores a las Madrigueras, y localizaron pasadizos que habían sido tapiados para aislar la cámara del resto de la red. —Urial se encogió de hombros—. Después de eso, sólo fue cuestión de alertar al templo e incitar a los santos guerreros a cumplir con su deber. Abrimos brechas en las paredes justo antes de que culminara la ceremonia e intentamos capturar a los apóstatas. —El acólito sonrió con frialdad—. Por fortuna, ellos prefirieron resistirse.

De repente, el resplandor blanco que iluminaba el cielo nocturno osciló y se apagó. El drachau miró hacia la claraboya de lo alto con evidente alivio, y luego desplazó su atención a Malus.

—¿Qué dices de ese hierofante del que ha hablado Urial?

—Luché contra él en la cámara de iniciación —dijo Malus, enronquecido—. Aunque lo herí gravemente, logró escapar. No obstante, creo que será fácil localizarlo. Al igual que los suplicantes, tiene que ser un noble de alto rango, alguien cercano a los líderes más poderosos de la ciudad.

Malus miró directamente a su padre.

—Yo sugeriría un registro de todas las torres del Hag, mis señores. Encontrad al noble que tiene la garganta herida, y tendréis al jefe de los apóstatas. Creo que no será necesario buscar muy lejos.

—¿Qué estás insinuando, bastardo patán? —Lurhan avanzó un paso hacia Malus, mientras su mano se desplazaba hacia la larga empuñadura de hueso que se alzaba por encima de su cadera izquierda—. Ya es bastante malo que, primero tú y luego tu hermana, hayáis manchado nuestro honor, ¿y ahora intentas amontonar más desgracias sobre nosotros?

—No estoy insinuando nada —contestó Malus—. Si tan celoso eres del honor de tu casa, envía a tus soldados a la torre de mi hermano Isilvar. Arrástralo hasta aquí desde sus antros de placer y pregúntale qué sabe de ese condenado culto. Te advierto, no obstante, que podría no estar en condiciones de hablar mucho.

—¡Cállate! —rugió Lurhan, que descendió los escalones como un rayo mientras la mano se cerraba sobre la empuñadura de la espada.

—¡Ni un paso más! —El drachau se puso en pie de un salto y señaló a Lurhan con la punta de su espada—. Conténte, vaulkhar. Creo que tus hijos tienen razón: pones el honor de tu casa por delante de la seguridad del Estado, y eso es un grave error. Debe descubrirse lo antes posible al sumo sacerdote. Registraremos el Hag como ha sugerido Malus, porque es algo que sirve a nuestros intereses. Ahora —ordenó—, háblame de Nagaira.

Malus iba a responder, pero Urial se le adelantó.

—Ya no está —dijo.

El drachau asintió con la cabeza.

—¿Y el incendio?

—Nacido de una tormenta del Caos, temido señor. Nagaira lanzó un poderoso hechizo en un intento de escapar y destruir las pruebas que podrían habernos conducido hasta su mentor.

—¿Mentor? —El drachau frunció el ceño—. ¿Te refieres al hierofante?

—En absoluto, temido señor. Me refiero a la persona responsable de enseñarle las artes prohibidas de la brujería y suministrarle la extensa biblioteca que ocupaba completamente la parte superior de su torre. Hace tiempo que era un secreto a voces que ella burlaba las leyes del Rey Brujo. —Urial le dirigió una feroz mirada acusadora a Lurhan—. Sin embargo, nadie se había decidido a actuar al respecto. Posiblemente porque nadie se había dado cuenta de que se había convertido en mucho más que una mera erudita de lo arcano…, o posiblemente debido a la identidad del mentor implicado.

—Y, dime, Urial, ¿quién crees que debe de ser ese mentor?

Las cabezas se volvieron al oír la fría y poderosa voz. Eldire pareció materializarse de las mismísimas sombras y deslizarse silenciosamente por el suelo embaldosado hasta la tarima. Nadie había oído que las altas puertas se abrieran para dejarla entrar. Malus, francamente, no estaba seguro de que lo hubiesen hecho. La expresión feroz del vaulkhar desapareció, como si repentinamente hubiera olvidado su furia anterior. El drachau observó a Eldire con reserva, pero contuvo la lengua ante la inesperada llegada de la vidente.

Urial, cuyo rostro se mostraba duro e inexpresivo, se encaró con la bruja.

—Yo… tengo mis teorías, pero aún no dispongo de ninguna prueba. Sin embargo, en la ciudad no puede haber más que un puñado de personas que posean ese conocimiento…, y la mayoría de ellas residen en el convento de las brujas.

—Eso imagino —replicó Eldire con serenidad—. A fin de cuentas, el resto serían criminales contra el Estado, si enseñan artes arcanas a quienes no tienen ningún derecho de poseer ese conocimiento. Hombres como tú mismo, por ejemplo.

Malus se mordió la lengua y puso buen cuidado en mantener una expresión neutral mientras el aire se volvía denso a causa de la tensión. La expresión de Urial se volvió rígida, pero no replicó.

—Acudes a mi corte sin hacerte anunciar, Yrila —siseó el drachau.

—He venido a informar que el aquelarre de la ciudad ha extinguido el incendio de la torre —replicó Eldire con sequedad—. Pensé que te complacería saberlo. ¿Debo decirles a mis hermanas que vuelvan a encenderlo y esperen a que estés preparado para convocarnos?

—Eres demasiado impertinente, Eldire —dijo el drachau con tono beligerante—. Háblame de los desperfectos.

—Las energías liberadas por el hechizo han consumido casi la mitad de la torre; si no se hubiera extinguido el incendio, habría continuado ardiendo mientras hubiese habido piedra para alimentarlo. Se habría perdido toda la ciudad. —Eldire le lanzó una mirada colérica a Urial—. Si es verdad que Nagaira tenía un mentor, éste subestimó muchísimo el poder de ella. El hechizo que lanzó estaba fuera del poder de un solo brujo para controlarlo. Según las cosas, el resto de la torre tendrá que ser demolida, dado que la magia del Caos se ha infiltrado en ella hasta los cimientos. Si no intervenimos, esa contaminación se propagará por toda la ciudad.

«¿Era un mentor —se preguntó Malus—, o una mentora?» El noble contempló a su madre con nuevo respeto… e incertidumbre. «¿Eras tú quien supervisaba a Nagaira? Si es así, ¿por qué? ¿Y qué tengo que ver yo en todo eso?»

Tyr meditó las noticias y asintió con gravedad.

—Entonces, has cumplido bien con tu deber, Yrila. ¿Qué ha sucedido con los cuerpos de los nobles de la cámara de iniciación?

Eldire sonrió.

—Los cuerpos de los adoradores fueron entregados al fuego, mi señor. Me pareció lo más correcto.

—¿Los quemaste? ¿A todos? —El drachau se mostraba incrédulo—. ¡Es monstruoso! ¡Sus parientes se alzarán en armas cuando se enteren!

—Por el momento, esos adoradores están desaparecidos, no muertos —replicó Eldire con brusquedad—. La magia del Caos los consumió por completo; lo poco que quedó ni siquiera era reconocible como partes de un druchii, y mucho menos era posible determinar de quién se trataba realmente. Mañana, por el Hag correrá la historia de que Nagaira y los habitantes de su casa fueron consumidos por una conflagración bruja, que, sin duda, tanto mi esposo como el templo —Eldire dirigió una mirada autoritaria a Lurhan y a Urial— decretarán que es la justa suerte de todos los que se entrometen en las artes prohibidas. Se prometerá una investigación y se amenazará con castigar a cualquier otro brujo ilegal que sea hallado en la ciudad. Si en ese momento tus aliados quieren dar un paso al frente y proclamar públicamente que sus hijos e hijas estaban en la torre de la bruja cuando se incendió, me sentiré enormemente sorprendida.

El drachau se recostó en el respaldo del trono y se frotó una mejilla con aire pensativo.

—¿Y qué diremos de la presencia de los ejecutores, por no hablar de las Novias de Khaine que estuvieron allí?

Urial se encogió de hombros.

—Entraron a través de las Madrigueras y se marcharon por el mismo camino. Sólo se vio entrar en la torre a mis guardias y a los soldados del vaulkhar, y puede decirse, sin faltar a la verdad, que fueron allí para poner fin a las prácticas mágicas de Nagaira.

Tyr asintió con la cabeza mientras una sonrisa astuta aparecía en su rostro.

—Entonces, ésa será la historia que contaremos —declaró—. Sin duda, habrá protestas privadas, pero eso puede arreglarse con tiempo y favores. Sólo nos queda un último asunto.

—¿De qué se trata, temido señor? —preguntó Malus, que tenía sus propios asuntos que tratar, si se presentaba la oportunidad.

La expresión del drachau se tornó fría.

—Si matarte ahora o ejecutarte públicamente como adorador de Slaanesh.

—¿Matarme? El culto fue descubierto gracias a mí…

Malus miró a Urial en busca de apoyo. El antiguo acólito no dijo nada, mientras observaba al drachau con cierta precaución.

Uthlan Tyr sonrió cruelmente.

—Ya conoces la ley, Malus. Cualquier druchii que deguste el fruto prohibido de Slaanesh debe morir. Tú mismo has admitido haberlo hecho, ¿no es así?

—Pero no puedes ejecutarme sin aceptar que el culto estaba aquí, oculto ante tus propias narices —le contestó Malus—. Y entonces, tus aliados pedirán tu piel, temido señor.

Tyr se levantó del trono.

—En ese caso, te mataremos ahora, lejos de miradas indiscretas. —El drachau hizo caso omiso de la mirada asesina de Eldire, y en cambio se volvió a mirar a Lurhan y Urial—. ¿Tenéis alguna objeción al respecto?

Lurhan miró a Eldire, y luego a su señor.

—Mi deber es serviros —dijo, algo nervioso—. Haz lo que te plazca, temido señor.

El drachau le respondió al señor de la guerra con un asentimiento de cabeza.

—¿Urial?

Urial tenía los duros ojos clavados en Malus. La cólera, el deseo y la frustración guerreaban entre sí en su mirada. Finalmente, se volvió hacia el drachau y negó con la cabeza.

—No estoy de acuerdo. Por el momento, es un agente del templo y está fuera de tu alcance, Uthlan Tyr.

Tyr retrocedió al mismo tiempo que sus ojos se abrían de sorpresa.

—¿Estás loco? ¿No te has pasado todo el invierno pidiendo su sangre a gritos? —El drachau le tendió la espada a Urial—. Toma. Córtale la cabeza tú mismo. ¡Báñate en su sangre corrupta! ¿No es lo que querías?

Urial apretó las mandíbulas, y una sonrisa amarga contorsionó sus labios.

—Lo que hago lo hago por el bien del templo —dijo—. Hay una tarea que tiene que desempeñar para mí. Hasta entonces, nadie lo amenazará mientras yo viva.

El drachau sacudió la cabeza.

—¡Eres un estúpido, Urial! —Bajó la espada—. No soy un oráculo, pero te garantizo que no volverás a tener una oportunidad como ésta. —Tyr le dirigió a Malus una mirada feroz—. Es la segunda vez que escapas de morir por mi mano, Darkblade. Tu suerte no puede durar eternamente.

Malus sonrió al percibir que había llegado su oportunidad.

—Sin duda, estás en lo cierto, temido señor. Así pues, debo aprovechar la ventaja que tengo mientras pueda. Te exijo que me des un poder de hierro.

Uthlan Tyr rió.

—¿Y te doy también mis concubinas y mi torre?

—No, eso no será necesario —replicó Malus con tono sereno y mesurado—. Será suficiente con el poder.

—Basta de impertinencias —gruñó Lurhan, y alzó un puño—. ¡El drachau debe someterse a los deseos del templo, pero yo no!

—No, tú debes tener en cuenta otros juramentos —dijo Eldire—. Y las consecuencias de romperlos serán mucho más terribles.

Lurhan se detuvo en seco al mismo tiempo que palidecía. La alarma de Tyr aumentó al observar el intercambio de palabras. Se volvió a mirar a Malus, sin rastro del humor de antes.

—¿Qué te induce a pensar que le daré un poder semejante a un hombre como tú?

—Lo harás por todas las razones correctas: porque intento servir al Estado en una gran empresa, y obtener honor para ti y para la ciudad —replicó Malus—. Y para asegurarte mi silencio sobre lo que realmente sucedió dentro de esa torre, por supuesto.

—¿De qué empresa hablas, exactamente? ¿Acaso planeas beberte todo lo que haya en la ciudad y agotar todos los lupanares del barrio de los Corsarios?

Malus sorprendió a Tyr con una vigorosa carcajada.

—¿Me darías un poder para algo así? En ese caso, lo recibiré de buen grado. No, preciso tu autoridad para organizar una expedición. Necesitaré barcos, marineros e incursores experimentados, y tengo poco tiempo.

—¿Con qué propósito?

El noble meditó con cuidado la respuesta.

—Recientemente he descubierto el islote perdido de Morhaur —dijo—, y tengo intención de expulsar a los skinriders de los mares del norte.

Uthlan Tyr negó con la cabeza; su expresión era de incredulidad.

—Eso es imposible. ¿Dónde averiguaste algo así?

—Cómo lo averigüé carece de importancia —dijo Malus—. En cambio, piensa en lo que estoy ofreciéndote. Los skinriders han acosado a nuestros barcos corsarios y han competido con nosotros por el botín. Si lo logro, multiplicaremos por dos nuestras ganancias durante años por venir, por no mencionar que el islote es legendario por los barcos y tesoros que se perdieron en sus costas. Como autor del poder de hierro, no sólo compartirás la gloria, sino también el botín. Las fortunas de nuestra ciudad han sufrido enormemente a causa del largo enfrentamiento con Naggor, y eso podría cambiar en cuestión de pocos meses. Lo único que necesito es el poder.

El drachau comenzó a protestar, pero Malus vio una chispa de interés en sus ojos.

—No tendrías ni una posibilidad. Los skinriders te matarían antes de que llegaras a una milla del islote.

—Para ser un hombre que estaba a punto de hacerme ejecutar, tu repentino interés en mi bienestar resulta algo sorprendente.

El drachau miró a Urial.

—¿Qué dice el templo sobre esta disparatada empresa? ¿No acabas de mencionar que había una tarea que debía llevar a cabo?

Urial suspiró.

—Dale el poder, Uthlan Tyr. No me gusta más que a ti, pero en esto también sirve a los intereses del templo.

La mano del drachau se tensó sobre la espada.

—En ese caso, estoy asediado por todas partes —dijo con silenciosa exasperación—. Muy bien, Malus, tendrás el poder de hierro —añadió—. Espero que te proporcione una recompensa de sangre y fuego.

—De eso tengo pocas dudas, temido señor —replicó Malus con una acerada expresión de triunfo en el rostro—. Y te juro que, llegado el momento, compartirás los frutos.