20: La moneda del reino

20

La moneda del reino

Cabalgando, inquieto, sobre un gris mar picado, el barco pirata salió del banco de niebla. Una ráfaga de viento que olía a podredumbre y moho mojado rozó el rostro de Malus y tironeó de las velas aferradas en lo alto.

Nadie hablaba. Incluso el chapoteo del agua contra el casco estaba, de alguna manera, amortecido; era como si todo estuviese enterrado bajo un invisible manto de antigüedad incalculable. Al fin, fue Malus quien rompió el silencio.

—Deberíamos largar algunas velas y averiguar lo que podamos antes de regresar a la flota.

Al principio, pareció que Tanithra no lo había oído. Cuando se volvió a mirarlo, se movió como si estuvieran dentro de un sueño.

—¿Por qué está oscuro el cielo? Cuando entramos en la niebla, lucía el sol.

—Es este lugar —dijo Urial—. Es… otro sitio. Un lugar que no es ningún lugar, extraído del tejido físico como una hebra de un tapiz.

La corsaria sacudió la cabeza violentamente.

—¡Cállate! ¡Lo que dices no tiene sentido!

Malus logró reír queda y amargamente.

—Así es la brujería, Tanithra. A mí no me gusta más que a ti. Concéntrate en lo que sí entiendes, como aquellas torres de allá —dijo, y señaló hacia las ciudadelas que se alzaban sobre los diques marinos— y los barcos de la ensenada. ¿Con qué nos enfrentamos?

Tanithra le dirigió una mirada de incertidumbre, pero volvió la atención hacia la isla que se encontraba a pocos kilómetros de distancia.

—Tendremos que acercarnos más —replicó, pasado un momento—. Al menos, con esta oscuridad deberíamos ser capaces de aproximarnos bastante a la ensenada y volver a la niebla sin alarmar a nadie.

La capitana les dio una serie de bruscas órdenes a los masteleros. Momentos más tarde, las velas principales se desplegaron y la nave adquirió velocidad, impulsada por el suave viento que entonces soplaba desde el sur… si tal dirección tenía sentido alguno en un lugar como ése.

Malus se volvió a mirar a Urial.

—¿Percibes alguna otra protección entre nosotros y la isla?

Urial negó con la cabeza. Aún tenía los ojos rojos y relumbrantes.

—No. Pero… resulta difícil estar seguro. El aire mismo hierve de poder. Un brujo diestro puede ocultar muchas cosas bajo un manto semejante.

El noble suspiró.

—No debería haber preguntado.

El antiguo acólito se encogió de hombros.

—Si te sirve de algo, el brujo con el que luchamos sobre este mismo barco no era muy diestro, sólo un mero receptáculo de una enorme cantidad de poder. No creo que los skinriders sean mejores brujos que marineros. —Giró sobre sí mismo para abarcar el oscuro paisaje que los rodeaba—. No hacen más que merodear por las ruinas de un poder mucho más grandioso.

—Te refieres a Eradorius.

Urial asintió con la cabeza.

—Fue uno de los brujos más poderosos de los tiempos de Aenarion. —Hizo una pausa cuando sus ojos se posaron sobre la torre en ruinas—. Me pregunto de qué huía.

—Eso fue hace milenios. ¿Acaso importa?

El hermano de Malus clavó en él una mirada roja como la sangre.

—El tiempo es un río, Malus; no lo olvides.

—Vosotros los nobles y vuestros enigmas… —gruñó Tanithra al mismo tiempo que sacudía la cabeza—. En vuestro lugar, me preocuparían más los doce barcos que hay anclados en la ensenada. —Observó a las embarcaciones lejanas con ojo experto—. El más pequeño es tan grande como el Saqueador. Son grandes barcos de guerra tileanos e imperiales, no las gabarras vapuleadas con que nos hemos enfrentado hasta ahora. Apuesto a que son parte del botín del jefe, los primeros que usa para mantener a raya a sus hombres y a otros piratas de los mares del norte.

Malus frunció el entrecejo.

—¿Podemos superarlos en velocidad?

Tanithra asintió con la cabeza.

—Claro que sí. Podemos describir círculos alrededor, aún con esta bestia torpe —replicó a la vez que le daba unas palmaditas casi afectuosas al timón—. Pero no podemos vencerlos en una lucha en mar abierto.

El noble consideró la respuesta y se encogió de hombros.

—En ese caso, los sorprenderemos mientras están anclados y les prenderemos fuego. Una incursión rápida al fondeadero, con los barcos de Bruglir y una docena de virotes de fuego de dragón, y acabaremos con los skinriders.

Tanithra rió fríamente entre dientes.

—Una estrategia impecable, almirante…, pero la han previsto. —Señaló las torres que se alzaban sobre los diques marinos—. Si te fijas, verás que esas ciudadelas tienen catapultas situadas para disparar hacia el acceso del fondeadero, hasta la entrada misma que queda entre los diques. Disparos destinados a hundir, ya que las piedras volarán en un arco natural para caer directamente sobre la cubierta de un barco. Si son diestros, pueden agujerear una nave en cuestión de minutos, y sabemos que esos bastardos tienen buena puntería, como mínimo.

Malus sacudió la cabeza, consternado.

—En ese caso, largamos todas las velas que tenemos y les damos las mínimas oportunidades posibles de hacer blanco. Podemos llegar y quedar fuera de su alcance en pocos minutos. Tú misma has dicho que las catapultas sólo llegan hasta la entrada de la ensenada.

La corsaria sonrió sin alegría.

—Es cierto. ¿Y por qué supones que lo han hecho así?

El noble estudió durante un momento el dique marino, mientras intentaba ponerse en el lugar de los piratas encargados de defender la ensenada.

—Porque… no necesitan disparar más allá de ese punto. La sonrisa de ella se ensanchó.

—Justo. —Señaló la torre que tenía a la izquierda—. Mira con más atención las proximidades de la base.

Malus lo hizo, pero fue Urial quien primero la vio.

—Hay una cadena que va desde la torre al agua, por detrás del dique.

—Correcto. Una cadena de puerto que atraviesa la entrada entre una y otra torre. Si un barco choca con ella, se detendrá en seco, indefenso a la sombra de esas dos torres, mientras la tripulación intenta hacerlo virar para huir. —Se volvió a mirar hacia popa—. Y con el viento que sopla desde el sur, el barco se vería empujado hacia la cadena, en realidad, cosa que dificultaría aún más la maniobra. —Tanithra asintió con aire sabio—. Se trata de una táctica que perfeccionaron los bretonianos cuando se hartaron de que saqueáramos sus puertos marinos, y los skinriders le han dado buen uso.

—Muy bien. ¿Cómo eliminamos la cadena? —preguntó Malus.

Tanithra negó con la cabeza.

—Es de suponer que los guardias de las torres sólo permitirán el paso de los barcos que reconozcan. No podemos romper la cadena desde aquí fuera. Tendríamos que entrar en una de las ciudadelas y bajarla desde allí.

Malus estudió las torres con detenimiento mientras, meditativo, se daba golpecitos en el mentón con un dedo. En su cerebro se arremolinaban diferentes planes al considerar el problema. Comenzó a discernir un modo de unirlos todos, y una sonrisa apareció lentamente en su rostro a medida que las piezas encajaban.

—Entonces, eso es exactamente lo que haremos —declaró—. Haz virar el barco. Creo que ya hemos visto lo suficiente.

Urial estudió a Malus con desconfianza.

—Así pues, ¿tienes un plan?

—Querido hermano, yo siempre tengo un plan.

Bruglir se cruzó de brazos y se recostó en el respaldo de la silla.

—Es el plan más estúpido que he oído jamás. Malus permaneció impasible.

—No tenemos que engañarlos, hermano, sino sólo tentarlos, y durante poco tiempo.

El capitán frunció el entrecejo.

—Pero ¿Karond Kar?

—Nuestras naves luchan contra los skinriders cada verano al regresar a Naggaroth. Esperan a que volvamos con las bodegas llenas e intentan robarnos el botín. ¿Y de qué se apoderan? ¿Oro? ¿Gemas? No. Se llevan los esclavos y tantos tripulantes como pueden. Ahora piensa en Karond Kar y en cuántos esclavos pasan por allí cada mes. Miles, todos engrilletados y listos para el transporte. —Malus bebió un sorbo de vino de una de las jarras del capitán—. El reto residirá en convencerlos de que no intentamos atacarlos durante el tiempo suficiente para que escuchen nuestra patraña.

La feroz mirada de Bruglir pasó por Malus, Urial y Tanithra por turno, como si creyera que era víctima de una elaborada broma.

—Así que mientras hablamos con el jefe, un grupo de tierra se escabulle del barco, se las arregla para entrar en una de las torres del dique marino y baja la cadena justo a tiempo para que nuestra flota ataque a los barcos anclados.

El capitán lo pensó una vez más, y una vez más negó con la cabeza.

—Son demasiadas las cosas que pueden salir mal.

—En todos los planes osados existe un cierto elemento de riesgo —replicó Malus—. No te preocupes de lo que puede salir mal, ya que nosotros nos aseguraremos de que eso no suceda. Considera, en cambio, lo que ocurrirá si las cosas salen bien. Los skinriders estarán acabados, sus depósitos de tesoros serán nuestros, y tú regresarás a Hag Graef como un héroe. Un héroe muy rico, cabría añadir. Podrías comprar un barco para todos y cada uno de los hombres de tu flota…, y también para cada mujer, ya que estamos —añadió al mismo tiempo que hacía un gesto de asentimiento hacia Tanithra.

El capitán druchii continuó meditando, mientras daba golpecitos en la mesa con un dedo enguantado. Finalmente, suspiró.

—¿Cómo vamos a coordinar nuestras acciones? La flota tendrá que aproximarse sin que la vean.

Malus miró a Tanithra. Habían hablado del tema, largo y tendido, mientras iban a reunirse con los demás barcos.

—Cuando hayamos atravesado la niebla, la flota esperará dos horas antes de continuar adelante. A esas alturas, ya tendremos hombres esperando en una de las torres, preparados para hacer que caiga la cadena.

Bruglir lo pensó.

—¿Y si el jefe de los skinriders no se cree tu historia?

El noble se encogió de hombros.

—Eso, de hecho, no importa. Para entonces, la flota estará de camino y nuestros hombres dentro de la torre. Los que seamos llevados ante el jefe sólo tendremos que presentar dura batalla y resistir hasta que llegue ayuda.

—Las probabilidades a vuestro favor serán casi nulas.

Malus asintió con la cabeza.

—Es un riesgo que estoy dispuesto a correr.

Bruglir se puso de pie, con las manos cogidas a la espalda.

—Y un riesgo que no tienes ningún reparo en exigirnos al resto de nosotros. —Abrió las manos hacia adelante—. En última instancia, no importa lo que yo arriesgo. Tu poder supera mi autoridad, en este caso. —Suspiró—. Muy bien, Malus. Seguiremos el plan. Pero que los Dragones de las Profundidades se te lleven si fracasa.

De repente, Tanithra se puso en pie de un salto.

—Hay una cosa más. Si llevo el barco al interior del puerto y bajamos esa cadena, quiero algo a cambio —dijo precipitadamente—. Me quedaré con el mando del barco capturado. Para entonces, lo habré comprado con sangre dos veces. Y no pediré ningún tripulante más. Lo llevaré de vuelta a Ciar Karond y contrataré a mis propios marineros…

Bruglir la interrumpió con un barrido de la mano.

—Tú no capitanearás al barco hasta el puerto, Tani. Tendrás el mando del grupo de desembarco, pero el mando absoluto lo tendré yo.

—¡¿Tu?! —exclamó Tanithra.

—Por supuesto —le espetó el capitán—. La supervivencia de toda la flota dependerá del resultado de esta incursión. ¿Pensaste, ni por un momento, que yo no me haría cargo personalmente de su ejecución? Tú tendrás el cometido de bajar la cadena mientras Malus y yo distraemos al jefe de los piratas.

Tanithra se puso pálida. Cuando habló, su voz temblaba.

—Tú…, tú me prometiste el mando de una nave. Hace años, durante tu crucero hakseer. Y te he servido fielmente. Te he dejado divertirte en tierra con esa hermana tuya, y nunca he dicho nada…

—Los asuntos de los nobles no son de tu incumbencia —replicó Bruglir con frialdad—. Y no supongas que eres nadie para recordarme mis obligaciones. Tendrás el mando de una nave. Tal vez cuando atraquemos en Ciar Karond. Ya has oído a Malus. Entonces, habrá oro en abundancia.

Tanithra estaba a punto de contestarle —tenía los ojos encendidos de cólera—, pero se contuvo bruscamente. Inspiró a fondo y controló el temblor de las manos.

—Sí, capitán. Por supuesto. Esperaré un poco más, entonces. —Se irguió en toda su estatura, con la cabeza bien alta—. ¿Eso es todo?

Bruglir la estudió por un momento; un destello de preocupación asomó a sus ojos.

—Sí, creo que sí. Esta noche haremos los preparativos; subiré a bordo del barco pirata al amanecer, y pondremos en práctica el plan.

Malus se puso de pie.

—Por supuesto, hermano. Hasta entonces.

Salieron del camarote del capitán. Tanithra, detrás, caminaba lenta y cuidadosamente, como si hubiese perdido la costumbre de andar por un barco después de haber entrado en la habitación. En el corredor, Urial se volvió y le lanzó a Malus una mirada significativa: «El fin del juego se acerca —decían sus ojos color latón—. Te toca mover».

El noble se limitó a asentir con la cabeza, y Urial se alejó.

Hauclir, recostado contra el mamparo, en su sitio ya habitual, se irguió con expresión de curiosidad. Malus negó apenas con la cabeza y él continuó andando sin pronunciar palabra, para desaparecer en el siguiente recodo. Eso dejó solos a Malus y Tanithra. Cuando Malus se volvió a mirarla, se sintió secretamente encantado al ver la expresión herida del rostro de ella.

—¿Vuelves ya al barco pirata? —preguntó Malus, fingiendo un interés despreocupado.

Tanithra frunció el entrecejo al mirar a Malus como si acabara de brotar de la cubierta, y su expresión se endureció.

—¿Qué otra cosa puedo hacer? No tengo intención de quedarme aquí.

Malus sonrió.

—En ese caso, iré contigo…, si primero me permites recoger algunas cosas de mi camarote.

Por el semblante marcado de Tanithra pasó una expresión de cansado asco, pero ella logró encogerse de hombros.

—Como quieras —replicó al mismo tiempo que le hacía un gesto para que abriera la marcha.

Malus avanzó por los estrechos corredores hasta la sala de cartas de navegación, y no hizo ningún otro comentario hasta que abrió la puerta y entró. Metió una mano dentro de un recipiente de mapas y sacó la última botella de ron. Le quitó el corcho con los dientes y se la ofreció a Tanithra, que se encontraba de pie en el corredor, con los brazos cruzados apretadamente sobre el pecho.

—Da la impresión de que Bruglir ha decidido redimirse a ojos de su hermana —comentó con voz queda.

Tanithra le lanzó una mirada iracunda, pero, pasado un momento, entró y aceptó la botella que le ofrecía.

—No tendría que haber hecho la elección, para empezar, si tú no la hubieras traído a bordo. Nunca antes había puesto los pies en el Saqueador.

—¿Y cómo iba a saberlo yo? No supondrás que Bruglir habló de ti en el Hag. Créeme, si hubiese sabido lo que había entre tú y mi hermano, habría dejado a Yasmir en casa. —Observó cómo la corsaria bebía un largo trago del ardiente líquido, y tendió una mano para recuperar la botella—. Por supuesto, esto también te proporciona una oportunidad única.

Tanithra bufó con asco.

—¿Oportunidad?

—Desde luego —le aseguró Malus, y bebió un trago—. Ahora tienes una posibilidad de separarlos para siempre.

—Podría separarla fácilmente a ella en dos con el filo de mi espada, pero eso sólo lograría envenenar a Bruglir contra mí —replicó con amargura.

—En ese caso, que sea Bruglir el que se encargue del envenenamiento en tu lugar.

Tanithra frunció el ceño.

—No estoy de humor para tus enigmas, noble.

Malus le devolvió la botella.

—Deja que te lo explique. ¿Y si nosotros le hiciéramos pensar a Yasmir que Bruglir va a traicionarla?

La corsaria alzó las cejas.

—¿Nosotros?

—Por supuesto. Yo no tengo más interés que tú en verlos juntos. Así que ¿por qué no colaborar? Piensa en ello —añadió para detener la réplica que ella estaba a punto de darle—. ¿Y si Yasmir creyera que Bruglir va a sacrificarla entregándola a los skinriders?

Tanithra se detuvo cuando la botella estaba a medio camino de los labios.

—¿Y por qué, en el nombre de la Madre Oscura, iba ella a pensar algo semejante?

—Porque vamos a apresarla en plena noche para llevárnosla al barco pirata, y le haremos creer que fue idea de Bruglir —respondió—. Permitiremos que oiga, por casualidad, que Bruglir planea entregársela a los skinriders para ganarse su confianza.

—¿Y luego?

Malus se encogió de hombros.

—Tú te quedarás en el barco con el grupo de tierra, mientras los demás vamos a hablar con el jefe de los piratas. Entrégala a los piratas, si quieres. Cuando empiece el ataque, la echarán a una celda y será rescatada más tarde, pero para entonces la semilla del odio ya habrá germinado en su corazón.

—Intentará matarlo.

El noble asintió con la cabeza.

—Y Bruglir se verá obligado a matarla con sus propias manos. Una conclusión bastante impecable, y una manera adecuada de castigarlo por su desconsideración.

Tanithra no dijo nada. Con expresión pensativa, bebió otro trago.

—¿Piensas realmente que podemos hacer algo así?

—Por supuesto. —Malus la rodeó y cerró la puerta del camarote—. Vuelve al barco pirata. Yo me quedaré aquí y haré que mi hombre vigile el camarote de ella. Es probable que Bruglir la visite esta noche, así que regresa al Saqueador, a la hora del lobo, con un puñado de hombres de confianza. Cuando Bruglir haya vuelto a sus habitaciones, entraremos en acción.

Tanithra lo miró en silencio.

—¿Sabes? Nunca pasé mucho tiempo en las Seis Ciudades. Nací en un barco, ante las costas de Lustria, y puedo contar con los dedos de una mano el número de veces que he pasado más de una semana en tierra firme. Mi padre llegó a ser capitán. Me dijo que la traición es la moneda del reino de Naggaroth. Hasta este preciso momento, nunca he sabido qué intentaba decirme.

Le devolvió la botella a Malus.

—Cuéntame más.

El barco se mecía suavemente en el mar en calma, silencioso al fin tras horas de frenéticos preparativos. Malus estaba reclinado en el improvisado lecho, con El tomo de Ak’zhaal abierto sobre el regazo. La hora del lobo estaba cerca; desde donde se encontraba podía mirar por el diminuto ojo de buey y seguir la evolución de las lunas gemelas por el cielo nocturno. Estaba demasiado tenso para dormir, y daba gracias a la Madre Oscura por ello.

Malus pasó una página con un dedo enguantado. Vestido con ropón negro y un kheitan sin adornos, además de una cota de fina malla del tipo que preferían los corsarios de a bordo, esperaba la llegada de Hauclir. Sobre una pila de mapas que había en un anaquel cercano, descansaba un vaso de vino aguado.

Por impulso, había sacado el libro del zurrón para pasar el rato. Volvía las páginas, intrigado ante los extraños diagramas y dibujos, pero transcurridas unas pocas horas se encontró con que entendía la fina escritura. Se preguntó si era un reflejo de hasta qué profundidad le había calado la contaminación del demonio, pero temía especular más allá.

Recorrió con el dedo el dibujo de una piedra cuadrada en cuya superficie había un complicado sigilo. Las palabras que había debajo le resultaban extrañas, y sin embargo, le entregaban sus secretos al pasar los ojos por ellas:

«Piedra sobre piedra, Eradorius construyó su torre, pero los cimientos los echó sobre oscuridad eterna, donde no hay senderos ni sol que marque las estaciones. Y allí colocó pasadizos donde antes no había ninguno, cada uno según su propio deseo, no sujetos a las leyes del mundo de los vivos. El pasadizo curvado lo hizo recto, y el recto lo dobló sobre sí mismo para que ningún hombre que no fuese él conociera el camino para llegar a su sanctasanctórum.

»Y a pesar de esto, Eradorius tenía miedo, sabedor del destino que le aguardaba. Así que hizo un guardián para que vigilara los retorcidos caminos, y le ordenó que no dejara entrar a ningún hombre en su sanctasanctórum, sino que los devorara y aumentara su fuerza. Y esto hizo, aumentando su fuerza y bestial astucia, y sus pasos eran como el trueno en los retorcidos caminos, y su aliento como el viento del desierto».

Malus dejó de leer, y se le heló el corazón.

—Madre de la Noche —dijo en voz baja—. No han sido sueños.

—Listo, pequeño druchii listo —ronroneó el demonio—. No eres tan necio, después de todo. Eso me tranquiliza.

—¿Por qué no me lo dijiste? —gritó Malus—. ¿Qué beneficio obtenías de atormentarme?

Tz’arkan rió, y sonó como si entrechocaran huesos.

—¡Esa pregunta se responde a sí misma, pequeño druchii! Tu miedo es dulce. Tu locura lo es aún más.

—Pero ¿cómo puede ser? ¡Yo vi corredores que volvían sobre sí mismos! ¡Salí de una habitación por una puerta, y volví a entrar en ella por el otro extremo! ¡No es posible!

Las carcajadas del demonio resonaron dentro de su cabeza.

—¡Necio monito! ¡Tienes las respuestas delante de tus propios ojos, y sin embargo te niegas a verlas! Te niegas a creerlas porque no puedes ver más allá del árbol donde te cobijas. ¡Qué lastimoso eres, Darkblade! ¿Qué voy a hacer contigo?

Malus luchó con toda su fuerza de voluntad para no arrojar el libro antiguo al otro lado del pequeño camarote.

—¡Podrías empezar —dijo con los dientes apretados— por darme algunas respuestas!

—Formula las preguntas —replicó Tz’arkan, burlón—. Yo las responderé.

—¿Vino Eradorius aquí para escapar a la suerte corrida por los otros brujos?

—Así es.

—¿Cómo?

—Marchándose a donde yo no podía ir.

—Pero ¿adonde? —Malus miró el libro con el ceño fruncido—. Espera… Tú estabas encerrado dentro del cristal. Te hallabas atrapado aquí, en el mundo físico.

El demonio no dijo nada.

—Eradorius huyó del mundo físico para escapar de ti, ¿no es cierto?

—Sí.

—Pero ¿cómo?

—No puedo explicártelo —replicó el demonio—. Tu insignificante cerebro no lo comprendería. Baste decir que usó una potente brujería, y dejémoslo ahí.

Malus hizo una pausa.

—Y sin embargo, también creó este laberinto imposible para protegerse. Aún tenía la necesidad de protegerse de los intrusos, así que, de alguna manera, la torre tenía que conectar con este mundo, ¿correcto?

—En efecto —asintió Tz’arkan—. La forma física no puede existir en los reinos del éter, pequeño druchii. Hay que… anclarla, por así decirlo, con el fin de retener su forma. Así que los cimientos de la torre están en contacto con el reino físico.

—¿Así que la torre aún existe?

—No lo sé con seguridad —replicó el demonio—. Han pasado muchos miles de años. Si el anclaje fue destruido, la torre y todo lo que contenía estarán perdidos en el éter.

—¿No lo sabes?

—¿Es que no he mencionado que huyó allá donde yo no puedo ir? —preguntó el demonio, irónico.

Malus dejó el libro a un lado y se sentó con las piernas colgando del borde de la mesa.

—Continúas sin contarme todo lo que sabes.

El noble percibió la malévola sonrisa del demonio.

—Por supuesto. Aún no has formulado las preguntas correctas.

—¿Qué quieres de mí? —gritó Malus, furioso—. ¡Me atraes hacia tu maldita trampa, me metes en esta búsqueda imposible, y luego me dejas en la ignorancia respecto a los retos que tengo ante mí! ¿Qué esperas lograr? ¿No te basta con haberte apoderado de mi alma? ¿Tienes que arrebatarme también la cordura? —Cogió el vaso de vino y lo lanzó contra una pared—. ¡Respóndeme! ¡RESPÓNDEME!

Se hizo el silencio, interrumpido sólo por el chapoteo de las olas contra el casco del barco. Pasaron varios segundos antes de que Malus se diera cuenta de que no estaba solo.

Al volverse, se encontró con que Hauclir se hallaba de pie en la entrada, con expresión impasible. Malus reprimió una ola de pánico. Estudió los ojos del guardia en busca de signos de sospecha, pero no encontró ninguno.

—¿Sí? —preguntó, al fin.

—Es la hora, mi señor —dijo Hauclir con expresión inescrutable.

Malus se irguió al mismo tiempo que se pasaba una mano entre el oscuro cabello.

—Muy bien —asintió mientras se ponía una voluminosa capucha que sumió su cara en sombras—. Comencemos.