14: Cuchillos en la oscuridad

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Cuchillos en la oscuridad

—¡Ahí llega otro! —gritó uno de los vigías druchii al mismo tiempo que señalaba hacia popa, a uno de los barcos bretonianos.

Sólo unos pocos marineros de la cubierta del castillo de popa giraron la cabeza, pero Malus no pudo evitar quedarse mirando con horrorizada fascinación mientras el punto negro describía un arco ascendente desde la proa del barco humano que iba en cabeza y parecía subir perezosamente por el aire.

El punto era una esfera de granito pulimentado lanzado por una catapulta de asedio que iba montada en la proa del barco de guerra bretoniano; se trataba de máquinas tan grandes que sólo cabía una por barco, o al menos eso afirmaban los corsarios, y dominaba la proa de los barrigones buques de cabotaje. Eran una reciente innovación de la guardia costera, y si bien los corsarios tenían en poca consideración las artes marineras de los bretonianos, sentían un reacio respeto por su puntería. Los vigías de popa siguieron el vuelo de la roca con temerosa atención, y Malus vio que el punto parecía inmovilizarse durante apenas un segundo, para luego aumentar de tamaño con aterradora rapidez. Parecía que aquella bola de piedra del tamaño de su pecho y pesada como tres hombres iba dirigida directamente hacia él, y a Malus se le secó la boca. Luego, en el último momento, vio que el disparo se quedaría corto, y la bola cayó silbando en la estela del barco, a menos de diez pasos del casco, con un sonoro golpe que alzó una alta y estrecha columna blanca.

—Esa ha sido la que ha estado más cerca, de momento —comentó Hauclir, que se encontraba de pie justo detrás del hombro izquierdo de Malus.

Cinco minutos después de oír el toque del cuerno, había subido corriendo a cubierta, completamente acorazado y preparado para la lucha. El guardia de lo alto de la escalerilla que ascendía hasta el castillo de popa había intentado cerrarle el paso, pero el antiguo capitán de la guardia lo había inmovilizado en el sitio con una funesta mirada fija de oficial, y se había reunido con su señor para observar la larga persecución que se había anunciado durante la tarde.

Bruglir había llegado al castillo de popa pocos minutos después del toque del cuerno, tras enviar a los capitanes visitantes a sus naves, y había oído los informes de los vigías. En cuanto los capitanes se alejaron en las canoas, había ordenado que las señales de banderas ordenaran a la flota virar hacia el norte para alejarse de la escuadra de los humanos. Al parecer, los bretonianos tenían sólo cinco barcos; las naves de doble palo, con velas cuadradas de color zafiro o rojo, mantenían una formación escalonada que se alejaba hacia babor, pero daba la impresión de que Bruglir no tenía ninguna intención de presentar batalla ni de arriesgarse a que la flota sufriera daños, no cuando el puerto seguro más próximo se encontraba a centenares de leguas de distancia y no había posibilidades de dirigirse allí de inmediato. El capitán corsario abrigaba la esperanza de permanecer por delante de los bretonianos hasta la caída de la noche, cuando las negras naves podrían quitarse fácilmente de encima a los perseguidores en medio de la oscuridad. Por desgracia, al navegar en contra de un fuerte viento y luchar contra un mar picado, los barcos de los druchii podían sacarles poca ventaja. Las olas golpeaban los flancos de los cascos corsarios en forma de cuchillo y hacían su avance más lento, mientras que los buques de ancho vientre de la guardia costera se bamboleaban como viejos patos gordos por encima de las olas y continuaban tenazmente adelante, acortando distancias con lentitud, pero de modo constante. Malus miró el cielo nublado. Faltaba poco más de dos horas para el anochecer. Al haber invertido el curso, el Saqueador y sus gemelos, el Bruja Marina y el Cuchillo Ensangrentado, formaban una fila en la retaguardia de la flota corsaria, y eran los más próximos a los buques bretonianos que se aproximaban. El noble intentó calcular la relación entre el avance de las naves humanas y el paso de las horas, y se encontró con que no podía determinar con certeza quién ganaría la carrera.

—Esperan poder acertarle a uno de nuestros mástiles o al timón —dijo Bruglir a la vez que miraba hacia atrás para observar el avance de los buques bretonianos.

El capitán se encontraba cerca del timón, del que se había hecho cargo un alférez. Tanithra se había marchado al castillo de proa, su puesto habitual durante las batallas.

—Los bretonianos ya han medido la distancia de disparo… Ahora sólo es cuestión de que ganen unos pocos metros más y dejen que el destino siga su curso.

Malus frunció el entrecejo.

—Y si no nos aciertan en ningún punto vital, ¿podremos mantener la distancia hasta el anochecer?

El capitán frunció el ceño, y el largo bigote casi le tocó el peto esmaltado.

—No, no es probable. —Con expresión acongojada, Bruglir se volvió a mirar a Urial, que se encontraba cerca de sus hombres, con el hacha en la mano—. ¿Tienes algún hechizo que pueda darnos velocidad?

Urial contempló al capitán con expresión inescrutable.

—No —replicó—. Los caminos del Señor del Asesinato no se prestan a la huida.

—Por supuesto que no —dijo Bruglir con un bufido despectivo—. Que la Madre Oscura no quiera que el templo se preste a otra cosa que no sea la mutilación.

Ni siquiera Malus pudo evitar que una expresión de sorpresa aflorara a su rostro ante la burla cruda que había en la voz de Bruglir. «Me temo que los años pasados en el mar te han mantenido fuera de las despreciables enemistades de casa, pero apenas si te han preparado para las realidades políticas de Hag Graef —pensó Malus—. Serás un vaulkhar de vida rearmen te corta si te enemistas con el templo de Khaine».

—¿Por qué no les disparamos? —preguntó al mismo tiempo que señalaba los lanzadores de virotes que había cerca de la popa.

Bruglir negó con la cabeza.

—El viento es demasiado fuerte, y de todas formas, un proyectil no lograría ralentizar mucho a esos cuervos marinos —replicó.

—¿No tenéis fuego de dragón a bordo?

El capitán lo miró con expresión ceñuda.

—Tenemos unos cuantos, sí, pero no los dispararé a menos que deba hacerlo. Cada disparo es como lanzar una bolsa de oro al mar, y tengo la sensación de que los necesitaremos mucho más en el sitio al que vamos —replicó con tono sombrío—. No, contamos con otra opción. —Señaló el frente de tormenta que había al oeste, entonces mucho más cercano porque la flota había estado alejándose de la costa lenta pero constantemente—. Nos dirigiremos hacia la línea de la lluvia y los perderemos en la tormenta.

—¿Y eso no será peligroso?

Bruglir se encogió de hombros.

—Un poco. Tan peligroso para ellos como para nosotros, ciertamente, y no podrán ver a más de una docena de metros en ninguna dirección. La flota se dispersará, pero eso no me preocupa. Mientras no nos estrellemos contra nadie en medio de la tormenta, deberíamos ser capaces de escapar sin problemas.

Malus no quería pensar en las consecuencias de una colisión en medio de una violenta tormenta invernal.

—¿Cuándo os decidiréis a ir hacia la tormenta?

Uno de los vigías gritó, y luego un átono zumbido estremeció el aire una fracción de segundo antes de que una piedra oscura impactara contra la popa del Saqueador. Los marineros se lanzaron a cubierto cuando la piedra redonda destrozó una parte de la borda de popa, justo a la izquierda del lanzador de virotes de babor, y golpeó a uno de los operadores del arma. El indefenso marinero quedó literalmente hecho pedazos en medio de un charco de sangre y visceras, y la piedra rebotó en las tablas de teca de la cubierta y atravesó como una línea negra el castillo de popa para golpear al centinela apostado en lo alto de la escalerilla de estribor. Malus observó cómo la piedra destrozaba la armadura de acero del hombre y lanzaba su cuerpo muerto al aire para hacerlo volar por encima de la borda y precipitarlo hacia el abrazo del mar.

Malus se irguió cuando en ese instante se dio cuenta de que se había agachado por instinto al ver venir el primer impacto.

—¡Despejad la cubierta! —rugió Bruglir.

En ese preciso momento, los marineros ilesos saltaron a recoger a los compañeros heridos para llevarlos bajo cubierta a fin de que los atendiera el cirujano, y los artilleros del lanzador de virotes arrojaron al mar los trozos del compañero muerto, con una breve plegaria dirigida a los Dragones Marinos. El capitán se volvió a mirar al guardabanderas.

—Banderas arriba —ordenó—. Haz la señal para que la flota vire tres cuartas al noroeste. Si nos dispersamos, reunión en el Saco de Perlas.

El oficial repitió el mensaje y se encaminó hacia la borda para preparar las banderas rojas y negras.

—Virad tres cuartas a babor —ordenó Bruglir, cuya voz llegó con facilidad hasta los entrepuentes y los masteleros situados en lo alto—. ¡Largad juanetes y cangrejos! ¡Veremos cuánto valor tienen cuando el hielo cruja sobre sus cubiertas!

Malus observó cómo los corsarios soltaban trapo, y el barco, en respuesta, se lanzaba como un caballo de carreras hacia el agitado mar. Ante ellos, los otros barcos de la flota comenzaban a ejecutar el cambio de curso. Un movimiento que se produjo en la periferia de su campo visual le llamó la atención: Urial lo llamaba con un gesto de la cabeza.

—Quédate aquí —le dijo Malus a Hauclir, y atravesó la cubierta, que se inclinaba al virar la nave corsaria.

Urial, según advirtió, parecía haberse acostumbrado por fin a los movimientos del mar, ya que inconscientemente su cuerpo seguía los cambios de plano de la cubierta de madera.

—¿Qué sucede? —preguntó Urial al acercarse Malus. En el pálido semblante del antiguo acólito, se apreciaba una tensión sutil. ¿Era porque preveía la batalla, o por alguna otra cosa?

—Viramos hacia la tormenta de ahí —dijo Malus—. Bruglir tiene la esperanza de que escaparemos de los bretonianos cuando entremos en ella.

Urial frunció el ceño.

—¿El famoso capitán del mar no presentará batalla?

—Considera las cosas a largo plazo —replicó el noble—. Habrá abundancia de batallas importantes en el sitio al que nos dirigimos, y debe conservar las fuerzas. En su lugar, yo haría lo mismo.

—Pero ¿y si los bretonianos nos encuentran en la tormenta?

—Entonces, habrá batalla, en efecto —dijo Malus—, desde cerca y brutal. Sin duda, morirán hombres.

Los ojos de Urial brillaron ante la perspectiva.

—Vaya —dijo con anhelo—. Incluso un gran capitán del mar podría encontrarse con un cuchillo clavado en un costado por alguien desconocido si el atacante fuese lo bastante temerario.

Los ojos de Malus se abrieron más, y se inclinó hacia Urial para hablarle con un ronco susurro.

—Pero éste no es momento para los cuchillos de los asesinos. Necesitamos a Bruglir para que comande la flota. Si muere, los capitanes mirarán por sí mismos, y lucharán por el control de la flota o pondrán proa a casa. No puedo permitir que suceda eso; todavía no.

Una mueca contorsionó el rostro de Urial.

—Siempre y cuando recuerdes el juramento que hiciste, Malus —siseó—, cuenta con mi apoyo. Pero mi paciencia tiene límites.

—Por supuesto, hermano —replicó Malus con voz tensa porque intentaba ocultar la irritación—. Dime, ¿has visto a nuestra hermana desde que sonó el cuerno?

—No. Permanece bajo cubierta, creo —replicó Urial—. Estoy un poco decepcionado. Esperaba que la perspectiva de una batalla la hiciera salir del camarote.

«O podría estar en los entrepuentes, agazapada entre los tripulantes y en espera de una oportunidad para acercarse a Tanithra», pensó Malus. No sabía muy bien cómo iba a reaccionar Bruglir si la primera oficial acababa con un cuchillo clavado en la espalda. ¿Se vengaría de Yasmir? No había forma de saberlo. Por un momento, Malus pensó en enviar a Hauclir a la proa para mantener vigilada a Tanithra, pero casi de inmediato descartó la idea. ¿Qué podía hacer el guardia? ¿Interponerse entre la primera oficial y una asesina dama noble? ¿Qué conseguiría con eso, además de su propia muerte?

El viento barrió la cubierta con más fuerza, azotó la capucha de Malus y le lanzó a la cara una nube de cristales de hielo. El cielo se oscureció cuando el Saqueador atravesó la línea de la tormenta invernal y se adentró en ella. Al cabo de poco, resultaría difícil ver a más de unos pasos en cualquier dirección, y el peligro podría caer sobre ellos sin previo aviso, desde cualquier parte.

«Incluso desde dentro del propio barco», pensó Malus mientras observaba a los tripulantes. Cuando la tormenta se les echó encima, recordó un antiguo proverbio: «Cuando cae la noche, salen los cuchillos».

La tormenta los azotaba como una tremenda serpiente, golpeaba el casco, los mástiles y las velas con invisibles latigazos de violento viento helado, y siseaba al atravesar la cubierta y los aparejos en medio de un chaparrón de hielo pulverizado y lluvia gélida. Las tablas de teca y las gruesas cuerdas de cáñamo quedaron cubiertas por una fina capa de hielo en poco tiempo, cosa que hacía que cada paso fuese traicionero y potencialmente fatal, ya que el Saqueador se balanceaba e inclinaba sobremanera a causa de la furia de la tempestad.

Había pasado casi una hora y media desde que los barcos habían desaparecido en la niebla gris. Los tripulantes de la cubierta se apiñaban a lo largo de la borda y miraban hacia la indistinta negrura en busca de formas oscuras que pudieran ser otro barco. En una tormenta semejante, no había barcos amigos; una colisión con otra nave corsaria sería tan mortal como una con un barco bretoniano, e igualmente súbita.

Malus se estremecía bajo el peso de la gruesa capa. A pesar de que eran varias las telas que lo protegían, el viento helado había logrado llegarle hasta la piel y empaparlo hasta los huesos en pocos minutos. El hielo le ribeteaba la capucha y crujía sobre sus hombros. Él se aferraba a la borda de estribor, no lejos de Urial, y miraba hacia la niebla como todos los demás. El noble sólo podía diferenciar el cielo del mar mediante sutiles matices de gris. Todos estaban tensos, muchos pasaban los dedos nerviosamente por la empuñadura de la espada, y temían que apareciera una forma oscura ante ellos.

Rechinando los dientes, Malus apartó los ojos de la oscuridad gris para recorrer a la tripulación con la mirada. Bruglir continuaba de pie junto al timón, tieso como una vara ante el viento. El hielo blanco cubría la parte frontal de su capa y las puntas de sus botas, pero a pesar de todo eso parecía imperturbable ante la aullante furia del viento. El timonel aferraba con fuerza el timón e intentaba emular el ejemplo del capitán. Urial estaba con sus guardias a pocos pasos de distancia, en la borda de estribor, parcialmente protegido del gélido viento por los altos cuerpos ataviados con ropones de sus guerreros.

Hauclir se encontraba junto a Malus y se sujetaba a la borda con una mano. El antiguo capitán de la guardia tenía la capucha echada atrás y, con la cabeza desnuda, mantenía la mirada fija en la tormenta. Malus se inclinó hacia él.

—¿Quieres perder la nariz y las orejas a causa de la congelación, estúpido?

El guardia negó con la cabeza.

—He sufrido congelación más veces de las que puedo contar, mi señor. Un poco del ungüento de raíz negra de mi madre, y la piel me queda como nueva. No, lo que ocurre es que no puedo soportar no ver todo el entorno en una situación como ésta. —Encogió los hombros—. Tengo el pelo de la nuca completamente de punta, como si ahí fuera hubiese alguien apuntándome con una ballesta. ¿Durante cuánto tiempo vamos a permanecer dentro de la tormenta?

Malus se encogió de hombros.

—Hasta que el capitán esté convencido de que nos hemos escabullido del enemigo. Dentro de poco oscurecerá, así que supongo que entonces intentará poner proa a aguas más calmas. —«Aunque no tengo ni idea de cómo lo logrará», pensó—. Ya hemos superado la peor parte —continuó, más para tranquilizarse a sí mismo que a Hauclir—. Es probable que cada momento nos aleje más de los bretonianos…

Justo en ese momento, a estribor, un estruendo resonó a lo lejos por encima del aullido del viento, y el ruido de madera que se partía se prolongó un tiempo.

—¡Una colisión! —gritó uno de los marineros mientras señalaba hacia la niebla sin necesidad—. ¡Algo ha chocado con el Cuchillo Ensangrentado!

—O dos gordos barcos bretonianos se han dado un beso en el casco, en medio de la niebla —sugirió otro marinero sin mucha convicción.

—¡Silencio en la borda! —ordenó Bruglir con un siseo como el de una espada al raspar contra otra.

Los hombres guardaron silencio. Malus se volvió a mirar a su hermano mayor… y vio la grandiosa forma oscura que se materializaba en la penumbra, al otro lado del barco, lanzada como un rayo hacia la desprevenida nave corsaria.

Todos los hombres de la borda de babor parecieron gritar al mismo tiempo, y Bruglir saltó a la acción sin pensárselo.

—¡Todo a estribor! —le rugió al timonel al mismo tiempo que también cogía la rueda y la hacía girar con toda su alma.

La nave comenzó a virar, pero lentamente, demasiado lentamente. Malus observó cómo los hombres se apartaban en masa de la borda de babor, como una bandada de negros pájaros espantados que abandonaran una rama.

—¡Sujetaos! —gritó a la vez que tendía una mano hacia la borda.

Entonces, el Saqueador corcoveó como un caballo picado por una avispa cuando el buque bretoniano chocó de lado con él.

Al encontrarse ambos barcos, la madera se rajó y partió en un largo y desgarrador estruendo, y la cubierta del Saqueador se inclinó cada vez más hacia el agitado mar al ser empujada por el buque, más pesado, de los humanos. Los marineros ataviados de negro se aferraban con desesperación a los aparejos cubiertos de hielo, mientras las perchas de los tres mástiles descendían cada vez más hacia el voraz mar. Malus se sujetaba a la borda de estribor con ambas manos, y sentía que se le removían las entrañas porque parecía que el barco se iría de lado y voltearía. Entonces, en el último momento, el Saqueador llegó al fondo del seno de una ola y comenzó a subir por la siguiente, y el casco volvió a descender por babor y golpeó el flanco de la nave de los humanos.

El cambio de rumbo que en el último minuto había ejecutado Bruglir los había salvado. En lugar de recibir el impacto de la proa de la nave bretoniana en medio del casco, la corsaria se había desviado, y el buque sólo le había raspado el casco a lo largo. No obstante, los dos barcos estaban entonces pegados, con las perchas de cada uno enredadas en los aparejos del otro, y Malus observó que los humanos se recobraban del impacto con rapidez y lanzaban cabos de abordaje por encima de la borda de la nave druchii. Los bretonianos ya corrían hacia ellos, con hachas y podaderas en las manos, y se preparaban para trabarse en combate con su presa.

—¡Sa’an’ishar! —rugió Bruglir en medio del aullante viento, al mismo tiempo que blandía la espada en el aire—. ¡Que todos repelan a los enemigos!

El buque bretoniano tenía la manga más ancha pero el casco más bajo, así que la cubierta del castillo de popa de la nave corsaria se alzaba por encima de la cubierta principal del enemigo. Los marineros regresaron a toda prisa a la borda de babor y se pusieron a asestar tajos a los cabos de abordaje con hachas de mango corto, pero una ola de enemigos pasó por encima de la borda de la cubierta principal, situada más abajo, y se trabaron en combate con los aturdidos marineros druchii. Arriba, en los aparejos, los masteleros cortaban el cordaje del barco enemigo e intercambiaban disparos de ballesta con los bretonianos, que se esforzaban por mantener unidas ambas embarcaciones.

Malus desenvainó la espada y flexionó los entumecidos dedos que aferraban la empuñadura envuelta en cuero en un intento de recuperar algo de sensibilidad. Se volvió hacia Urial y los marineros que lo rodeaban.

—¡Bajemos a la cubierta principal! ¡Mantened a los humanos alejados de la escalerilla del castillo de popa, y obligadlos a regresar a su buque!

Urial entendió de inmediato lo que Malus decía. Alzó en alto el hacha rúnica, cuyos agudos filos crepitaron, rodeados por un nimbo de energía roja.

—¡Sangre y gloria! —gritó, y echó atrás la cabeza para aullarle a la tormenta.

Fue como si la descarga eléctrica de un rayo pusiera a los corsarios en movimiento. Recogieron el grito de Urial y corrieron hacia la escalerilla, con las armas en alto. Malus se abrió paso entre la masa de hombres, pues sabía que cada minuto que pasaba significaba que otra docena de enemigos subiría a bordo del Saqueador.

La ola de hombres lanzada hacia la escalerilla creó un atasco en lo alto. Malus golpeaba las espaldas de los hombres con el plano de la espada, pero no podían avanzar más ni ir más aprisa. Gruñendo, se abrió paso hasta la borda que dominaba la cubierta principal, y vio que los humanos habían penetrado en ancha cuña y casi habían aislado el castillo de popa del castillo de proa. Había enemigos que luchaban en la base de las dos escalerillas del castillo de popa e impedían que los refuerzos llegaran hasta los grupos de corsarios que se encontraban rodeados en la cubierta de abajo.

Hauclir se detuvo en seco y miró por encima de un hombro de Malus.

—Casi nos tienen —dijo—. ¿Y ahora, qué?

—¡Sigúeme! —gritó Malus, que se subió a la borda y saltó hacia los hombres de abajo, a la vez que gritaba como un raksha.

Los humanos apenas tuvieron tiempo de alzar la mirada antes de que Malus les cayera encima y derribara a tres de ellos con el cuerpo acorazado, en tanto que le abría la cabeza a otro con un tajo descendente de la espada. Se desplomaron sobre la cubierta en un enredo de extremidades y bramando maldiciones. Una cara humana le gritó, y Malus le clavó el pomo de la espada en un ojo. Una mano intentó rodearlo desde detrás y cogerlo por la garganta. La hoja de una arma rebotó contra su hombrera derecha, y alguien le pateó la cadera. El noble se debatía como un pez fuera del agua, y asestaba tajos a un lado y otro en un desesperado intento de despejar un espacio en el que ponerse de pie. Entonces, se produjo otro impacto cuando Hauclir le cayó casi encima y se puso a repartir tajos de espada y golpes con el garrote de un metro que llevaba en la mano izquierda. Los hombres gritaban y huían del noble mientras el guardia mataba o mutilaba a todos los que se le ponían al alcance, sin que su cara perdiese la expresión serena que la caracterizaba. El noble logró rodar hasta un espacio despejado y ponerse de pie cerca de la escalerilla.

El estruendo era increíble. Decenas de humanos y druchii proferían gritos de guerra y se acometían unos a otros con furioso abandono, y el ruido de todo aquello ahogaba el aullido del viento y el zumbido de los oídos de Malus. Sus pies resbalaron en un fango de sangre y hielo cuando los enemigos se recobraron del ataque y se lanzaron hacia él para asestarle tajos con pesados chafarotes cortos, o intentar abrirle tajos en las piernas con las podaderas. Un humano con dientes de menos lo acometió con un chafarote y se lanzó demasiado a fondo, con lo cual clavó la punta del arma en la madera de la escalerilla. Malus le rebanó la garganta con un tajo de espada, y empujó al hombre hacia atrás con el tacón de la bota. Otro humano lo cogió por el tobillo e intentó derribarlo de un tirón; Hauclir, situado a la izquierda, giró sobre un talón y le cortó la mano a la altura de la muñeca con un potente tajo de espada.

Las flechas de ballesta atravesaban el aire desde todas direcciones, disparadas por hombres situados en el velamen o en las cubiertas de ambas embarcaciones. Un humano que Malus tenía delante tosió y vomitó sangre al mismo tiempo que caía con una flecha druchii negra clavada en la espalda. Un enemigo acometió a Hauclir con el chafarote, y le hizo un golpe de soslayo en una sien. Malus clavó la punta de la espada en la axila del humano, y la hoja penetró a través del músculo y la articulación, y llegó a los órganos internos.

La presión de la masa disminuía. Malus descubrió que tenía delante más espacio para blandir la espada, y a su derecha, había más corsarios que lograban abrirse paso escaleras abajo para unirse a la batalla. Entonces, vio un grupo de figuras con capa negra que surgía desde la base de la escalerilla, y los grandes draichs comenzaron a trazar arcos rojos cuando los hombres de Urial acometieron a los humanos. Entre los atacantes bretonianos se alzó un tremendo alarido de desesperación, y Malus respondió con un grito espeluznante a la vez que se lanzaba hacia adelante con la espada preparada.

De repente, la visión de Malus se volvió borrosa, y se le contrajo el estómago al ser víctima de una ola de vértigo. El rugido de la batalla resonaba y volvía a resonar enloquecidamente en sus oídos, como si no estuviera oyendo una, sino múltiples versiones del mismo estruendo. Los hombres que tenía delante se triplicaban y cuadruplicaban ante sus ojos. Era la misma sensación que había experimentado antes, ese mismo día, en el mismo sitio, junto a la escalerilla de estribor.

De repente, tuvo una premonición nefasta. Sin pensarlo, Malus echó una rodilla en tierra y extendió una mano para sujetarse a la resbaladiza borda. Cerró los ojos y sacudió salvajemente la cabeza; el vello de la nuca se le erizó en espera de que uno de los atacantes intentara aprovecharse de su estado de confusión. Pero no recibió golpe alguno, y el mundo pareció estabilizarse al cabo de un momento. Se puso en pie de un salto y vio que las dos naves comenzaban a separarse la una de la otra, y los atacantes huían en desbandada hacia la borda de babor, apartándose, como si fueran agua, de una figura luminosa que apareció en medio de ellos con el desnudo cuerpo envuelto en un atuendo de sangre humeante, y de inmediato, Malus comprendió qué había sucedido.

Yasmir había aparecido en cubierta en mitad de los enemigos, armada con los cuchillos gemelos, y con total indiferencia hacia su propia vida, había danzado entre ellos como una sacerdotisa del templo para arrebatar una vida con cada sinuoso movimiento de brazo. Pasmados y aterrorizados por la hermosa figura mortífera, se apartaron de ella hacia todas partes, lo que permitió que un mayor número de corsarios bajara a toda velocidad del castillo de popa por la escalerilla de babor y se uniera a la lucha. Los marineros se habían puesto a cortar las cuerdas que unían ambos barcos. Un momento después, había quedado en libertad, y los atacantes, que instantes antes se creían al borde del triunfo, se hallaban entonces enfrentados con el terrible destino de verse atrapados a bordo de un corsario druchii. Los hombres ya estaban pasando por encima de la borda de babor y arrojándose hacia la brecha que mediaba entre las naves, pues preferían arriesgarse a morir en las peligrosas aguas antes que ser capturados por la vengativa tripulación del barco druchii. Yasmir se erguía entre pilas de enemigos muertos, bañada en sangre y riendo con intenso júbilo demente ante la matanza que había llevado a cabo. Los atacantes no le habían dejado ni la más leve señal.

Malus avanzó unos pocos pasos más hacia el enemigo derrotado, y se detuvo, repentinamente exhausto. Bajó la espada ensangrentada e inspiró ávidamente el gélido aire mientras observaba cómo el barco bretoniano se alejaba por babor. Alguien de la cubierta del castillo de popa había dirigido el lanzador de virotes de babor hacia el barco enemigo y le había arrancado el timón de un disparo, con lo que había dejado el buque a merced de la tormenta. Un terrible lamento se alzó entre los supervivientes cuando la nave de ancha manga se bamboleó, impotente, sobre las olas, y fue tragada por la arremolinada niebla.

El noble recorrió con la mirada la escena de la cubierta principal. Por todas partes, yacían cuerpos de los que se elevaba vapor en el aire frío. Los marineros druchii que caminaban entre ellos remataban a los heridos y arrojaban los cadáveres por la borda. Al retirar los cuerpos que rodeaban a Yasmir, los corsarios se movían con vacilación, casi reverentemente, mientras ella los observaba con una especie de asesina serenidad. Urial y sus hombres se le acercaron y cayeron de rodillas. La cara del antiguo acólito era una máscara de éxtasis místico.

Malus apartó la mirada con asco. Tenía la mano izquierda como si fuera de hielo. Bajó los ojos hacia la palma bañada en sangre, y lo recorrió un estremecimiento. «He visto esto antes», pensó, y sintió que la fría mano del terror se posaba sobre él.

Como un sonámbulo, volvió sus pasos hacia la escalerilla de babor. Justo antes de llegar, tropezó con el cuerpo de un enemigo muerto, y se sujetó con la mano izquierda al caer contra la escalerilla.

Junto a la mano había una saeta de ballesta de negras plumas clavada en la madera. Estaba a la altura del pecho, en el mismo sitio donde él se encontraba minutos antes.

«Aquí es donde morí —pensó—, o donde habría muerto de no ser por la premonición que he tenido. ¿Cómo es posible?»

La risa del demonio fue la única respuesta que obtuvo.