18: El beso del dragón
18
El beso del dragón
Era como si Malus estuviese de vuelta en los Desiertos del Caos, perseguido entre los árboles como un animal. En el oscuro bosque resonaron aullidos y gritos de furia cuando los skinriders salieron del campamento a las sombras de debajo de las ramas. Por los sonidos, al noble le pareció que estaban desplegándose en un amplio círculo, cosa que le dio a entender que, para empezar, eran malos rastreadores y no estaban seguros de la dirección que habían seguido él y los corsarios. Los supervivientes del grupo incursor corrían en una línea irregular detrás de Malus, y dejaban pocas pistas de su paso. Con cada metro que se alejaban del campamento, se hacía más difícil encontrar su rastro.
Malus se detuvo para orientarse. A la derecha, creyó ver las aguas de la ensenada a través de una brecha que había entre los árboles. Calculaba que la canoa se encontraba a unos cuatro kilómetros del campamento, y hasta ese momento habían recorrido la mitad de la distancia. Los gritos de los enemigos eran entonces más débiles, pero, por experiencia, sabía que los sonidos podían ser engañosos en un bosque espeso. Cuando Hauclir y los corsarios supervivientes le dieron alcance, sus rostros estaban tensos de miedo. Malus señaló la senda con un movimiento de cabeza, y continuó corriendo.
A lo lejos, se oyó un potente grito, seguido de un coro de aullidos.
Varios minutos después, Malus viró para apartarse de la senda y encaminarse hacia la orilla. No había ningún punto de referencia que le indicara dónde estaba, pero el terreno y el tiempo de recorrido le parecían correctos. Se lanzó fuera de los árboles a la rocosa orilla, y se sintió aliviado al ver que la canoa se encontraba a una docena de metros de distancia.
Desde más arriba de la orilla les llegaron gritos, y cuando Malus se volvió, vio a un grupo de skinriders que agitaban antorchas a lo largo de la costa rocosa.
—¡De prisa! —les gritó a sus hombres.
Los corsarios ya se encontraban junto a la canoa y la empujaban hacia las frías aguas. Hauclir aguardaba en las proximidades, con una ballesta en las manos. Malus corrió como un loco por encima del traicionero esquisto.
—¡Sube a la canoa, maldito seas! —rugió.
Hauclir aguardó hasta que el noble hubo pasado de largo, y efectuó un disparo de despedida hacia los perseguidores antes de adentrarse en la rompiente para subir a bordo de la embarcación. Los corsarios ya empuñaban los remos, y cuando Malus aferró al guardia por la pechera y lo subió a bordo, metieron la pala de los remos en el agua y se alejaron rápidamente bahía adentro. Los skinriders se detuvieron en la orilla y les gritaron insultos. Las flechas zumbaron por el aire y cayeron al mar con pequeños chapoteos. Una se clavó en el casco de la canoa con un golpe sordo, e hizo que Malus se agachara. Las demás flechas no llegaron hasta ellos, ya que el constante avance de la canoa los situó fuera de su alcance. El noble observó cómo los atacantes disparaban unas cuantas flechas más y, pasado un momento, daban media vuelta y se alejaban pesadamente hacia la zona de desembarco del campamento.
Sobre el asentamiento se arremolinaba humo negro y ascendían nubes de brillantes cenizas. Parecía que los skinriders no tenían mucha suerte en la extinción del incendio de la torre. En la zona de desembarco se había reunido una gran multitud, y había canoas que remaban furiosamente entre la orilla y los seis barcos anclados en la bahía. Malus miró por encima del hombro hacia la nave, que se acercaba más con cada golpe de remo. Vio figuras de semblante pálido que corrían por las cubiertas; Tanithra y el resto de los corsarios habían renunciado a todo intento de engaño, y preparaban el barco para zarpar lo antes posible.
Minutos más tarde, la canoa se detuvo junto al fétido casco del barco explorador capturado. Malus y Hauclir treparon hasta la cubierta por la escalerilla de cuerda, con arrugados rollos de cartas doblados bajo los brazos.
Tanithra los esperaba en la cubierta principal con expresión tensa.
—¡Vaya con la astucia y el secreto! —dijo.
—La brujería nos deja a todos en ridículo —gruñó Malus—. ¿Dónde está mi querido hermano?
—Se fue bajo cubierta en cuanto en la orilla comenzó a tronar.
Malus volvió a gruñir.
—Esperemos que esté preparando una sorpresa para ese brujo. ¿Cuándo podremos zarpar?
—Ahora estamos levando el ancha. —Hizo un gesto con la cabeza hacia las cartas de navegación ajadas—. ¿Conseguiste lo que buscabas?
—No tengo ni idea —replicó Malus con un encogimiento de hombros—. Los skinriders no se mostraron muy complacientes. —Le entregó a Hauclir las cartas que llevaba, y se encaminó hacia la borda para mirar las naves de los skinriders—. ¿Qué crees que van a hacer?
—Normalmente, se dispersarán para propagar la alarma por el resto de escondites, pero si saben que has huido con cartas de navegación, cabe esperar que nos persigan hasta la mismísima Ciar Karond para recuperarlas. —Señaló el frenético ir y venir de las canoas enemigas—. La buena noticia es que muchísimos tripulantes estaban en tierra, y los barcos no están preparados para zarpar. Esos capitanes tendrán muchas dificultades para organizarse.
En ese momento, la muchedumbre de la orilla se dispersó como una manada de ratas al ser atravesada por una figura que avanzó envuelta en fuego verde. Cuando el brujo llegó a la orilla, alzó una mano y ascendió sobre una crepitante columna de rayo esmeralda. El brujo subió más y más, como una flecha ardiente disparada al aire de la bahía, y luego descendió, poco a poco, hacia la cubierta de una de las naves enemigas más cercanas. Los skinriders se dispersaron por la cubierta, iluminados en contraluz por el ardiente resplandor de la presencia del brujo.
—Creo que los capitanes van a tener incentivos para darse prisa —dijo Malus con voz teñida de miedo—. Salgamos de aquí.
La aurora encontró al barco explorador muy al sur de la isla de los skinriders; surcaba las olas gracias a un viento fuerte que soplaba por el lado de estribor. Tanithra había hecho largar todas las velas; el pequeño barco, cuyo timón gobernaban las manos de la corsaria, era tan veloz como un caballo de carreras lanzado de cabeza hacia el horizonte, con una manada de lobos marinos saltando en su estela.
Dos horas después de abandonar la bahía, los vigías avistaron las velas del primero de los barcos de los skinriders que habían salido a perseguirlos. Mezcla de tileano y bretoniano, los barcos tenían dos palos como la nave exploradora, pero con más velamen y, por lo tanto, sacaban más provecho al viento constante. Los barcos druchii como el Saqueador podrían haber dejado atrás con facilidad a las naves incursoras de ancha manga, pero Tanithra y Malus no podían hacer otra cosa que mirar con creciente inquietud cómo los perseguidores acortaban distancias, lenta pero constantemente.
Cuando el sol salía, Urial, con expresión preocupada, subió a cubierta y se reunió con Malus y Hauclir en la popa. El antiguo acólito llevaba el hacha rúnica, que sujetaba más como una talismán que como una arma de guerra.
—¿Aún no se ve rastro de Bruglir?
Malus negó con la cabeza.
—Ya no debería faltar mucho, o al menos eso dice Tanithra. Una hora tal vez, o menos.
—Puede ser que no dispongamos siquiera de ese tiempo —replicó Urial con los ojos fijos en los barcos de los skinriders—. Puedo percibir que el brujo está a bordo del barco que va en cabeza. Está invocando a poderes terribles para lanzarlos contra nosotros.
—¿No puedes hacer nada para lograr que vayamos más aprisa? —preguntó Malus, a cuya voz afloró un rastro de exasperación.
—Mis habilidades residen en disciplinas diferentes de los vientos y las olas —replicó Urial—. Creo que puedo contrarrestar la mayor parte de los hechizos del skinrider, pero me veré puesto seriamente a prueba en el proceso.
Malus negó con la cabeza.
—Los skinriders no necesitarán hechizos para acabar con nosotros. En esos grandes barcos hay catapultas, igual que en los barcos de cabotaje bretonianos. Pueden convertirnos en astillas o en un pecio en llamas, y poco podemos hacer para remediarlo.
—En ese caso, será mejor que recemos para que Bruglir esté donde dijo que estaría.
Antes de que Malus pudiera contestar, se oyó el grito de un vigía.
—¡Están disparando!
Una roca toscamente tallada salió volando desde la proa de la nave que iba en cabeza y describió un arco en dirección al barco explorador. Malus observó la trayectoria y sintió que se le secaba la garganta. La pequeña roca cayó muy lejos de la nave fugitiva y levantó una tremenda cantidad de agua.
—Ha sido un disparo para calcular la distancia —dijo Malus con expresión ceñuda—. Aún estamos fuera de su alcance, pero no continuaremos así durante mucho tiempo más. Si puedes invocar algún poder propio, te sugiero que comiences ahora mismo.
El noble dejó a Urial en la popa y se reunió con Tanithra ante el timón. El ojo sano de la corsaria iba desde las velas al horizonte una y otra vez, mientras movía ligeramente la rueda. La expresión de su rostro era tensa, pero Malus creyó ver una leve sonrisa en sus labios.
—Supongo que no podemos ir más de prisa —comentó Malus.
Tanithra hizo un gesto hacia el mástil más cercano.
—¿Por qué no subes ahí arriba y soplas hacia la vela? Dale un buen uso a ese aliento que estás malgastando.
Malus sonrió. Empezaba a gustarle aquella áspera corsaria. Desde el mástil delantero se oyó un grito.
—¡Velas en el horizonte!
Malus se inclinó para intentar ver el cielo distante por debajo de las botavaras y más allá de la proa. No pudo ver nada, pero Tanithra lanzó un grito y señaló ligeramente a estribor.
—¡Allí! ¡Dos cuartas a estribor! Pero sólo cuento tres barcos. ¿Dónde están los otros?
—¿Quién sabe? —replicó Malus—. ¡Cuatro contra seis son unas probabilidades mucho mejores de las que teníamos hace un momento!
Tanithra corrigió el rumbo para interceptar a las naves druchii que se dirigían hacia ellos; justo en ese momento los skinriders efectuaron otro disparo de prueba. La roca giró por el aire y cayó al agua lo bastante cerca del barco como para empapar la popa.
—Más bien tres contra seis —dijo Tanithra, con enfado—. Nosotros no podemos hacer nada contra esos barcos.
Malus logró reír lúgubremente.
—Bueno, pues estamos teniendo mucho éxito atrayendo sus disparos.
Otras dos rocas cayeron al mar, una por delante y otra por detrás del pequeño barco. Los skinriders redoblaban los esfuerzos para incapacitar o hundir la nave fugitiva. Uno de los corsarios de popa gritó y señaló hacia atrás. Malus se volvió y vio que la nave que iba en cabeza estaba rodeada por un nimbo negro verdoso. El aire se había coagulado como la sangre de un cardenal mientras el brujo enemigo reunía sus poderes.
Los barcos druchii habían visto la nave exploradora y a los perseguidores. Dos de ellos viraron a estribor para interceptar la embarcación de Tanithra, mientras el tercero continuaba hacia el norte. Si mantenían el rumbo pasarían entre los barcos druchii y atraerían a los skinriders a un fuego cruzado. Malus observó cómo los esbeltos corsarios se deslizaban por las grises aguas como tiburones y avanzaban rápidamente, incluso con el viento en contra. Al mirar hacia popa, vio que la formación de los skinriders se desplegaba para hacer frente a la nueva amenaza. Dos barcos viraron al sudeste y un tercero lo hizo hacia el sudoeste, en dirección a los barcos druchii. Eso dejó a tres para perseguir la nave exploradora.
Malus vio que un punto de fuego verde aparecía en la proa del barco que iba en cabeza. Al fin, se manifestaba el brujo. Urial se irguió al localizar también al brujo enemigo, y alzó el hacha como para protegerse de un golpe.
De la proa de la nave salió volando una roca. Malus observó la trayectoria y vio que esa vez se les había acabado la suerte.
—¡A cubierto! —les gritó a los hombres situados en popa.
Los corsarios aún corrían a derecha e izquierda en el momento en que la roca impactó contra la borda; la explosión hizo volar largas astillas afiladas como agujas. La roca rebotó por la cubierta como los martillazos de un dios. Le erró al timón por menos de un metro, golpeó de soslayo el mástil delantero y atravesó la puerta de una escotilla.
Tanithra hizo girar el timón con fuerza hacia babor.
—¡Lyrvan! —le gritó a uno de los corsarios que estaban cerca—. ¡Baja a ver si la roca ha atravesado el casco! ¡Si tenemos un agujero por debajo de la línea de flotación, estamos acabados!
Sobre la cubierta se retorcían corsarios heridos que aferraban astillas que se les habían clavado en brazos, piernas y torsos. Un corsario pataleaba en medio de estertores agónicos mientras su sangre formaba un charco cada vez más grande: tenía un trozo de madera clavado en la garganta. Se vio un borrón oscuro cuando otra roca hendió el aire por encima de la cabeza de Malus y abrió un agujero en la vela de popa antes de precipitarse al mar por el otro lado del barco. Los skinriders eran navegantes mediocres, pero su puntería era algo completamente distinto. Los tres barcos que los perseguían no habían variado el rumbo sur lo más mínimo, y daba la impresión de que iban a atravesar la popa de la nave, que avanzaba hacia el sudoeste. Por el momento, acortaban distancia con rapidez. El noble apretó los dientes con frustración y deseó tener un modo de pagarle al enemigo con la misma moneda, golpe por golpe.
Entonces, se oyó un colérico sonido siseante que atravesó el aire desde más al sur. Malus se volvió a tiempo de ver una lengua de llamas verdes que recorría el cielo y se precipitaba sobre la cubierta de uno de los barcos que los perseguían. La esfera de fuego de dragón de la punta del virote se rompió y extendió una capa de fuego mágico implacable por la proa de la nave enemiga. Del colérico fuego huían figuras encapuchadas, muchas encendidas como antorchas. Los druchii aclamaron, y Malus se unió a ellos.
Con sorprendente rapidez, los otros dos perseguidores viraron para dirigir la proa directamente hacia el vagabundo, al mismo tiempo que intentaban apartarse de los corsarios situados más al sur. Entonces, Malus veía con claridad la ardiente figura del brujo, que alzaba las manos al aire. El noble sintió que se le helaba el corazón y gritó una advertencia justo en el momento en que el brujo lanzó un zigzagueante rayo que pareció ir directamente hacia Malus, y luego se disipó con un potente trueno contra un hemisferio de luz rojiza, a poca distancia de la popa del barco.
El aire siseó y crepitó a la derecha de Malus. Al volverse vio que Urial, con el hacha en alto, clavaba una mirada desafiante en el brujo enemigo. Las runas grabadas en la doble hoja del hacha relumbraban con ardiente luz roja, y el aire que las rodeaba rielaba de calor. Durante un fugaz instante, el noble experimentó alivio; pero luego pasó por lo alto una roca procedente del segundo perseguidor e impactó con un terrible estruendo contra el mástil de popa. Cuando el mástil se vino abajo como un árbol talado, se rompieron las cuerdas con detonaciones secas y por la cubierta volaron sujeciones de hierro. Tanithra se vio obligada a lanzarse hacia un lado cuando el palo cayó sobre el timón. La nave comenzó a escorarse al girar hacia babor, de vuelta hacia los perseguidores.
Malus corrió por la inclinada cubierta, aunque sabía que el esfuerzo era en vano. El timón estaba enterrado bajo cientos de kilos de mástil de roble, y enredado en una maraña de aparejos rotos. Al mirar atrás vio que la proa de uno de los barcos de los skinriders se dirigía hacia ellos como la hoja de una hacha y se acercaba más a cada segundo que pasaba. No había manera de que pudieran impedir la colisión.
—¡Preparad los cabos de abordaje! —rugió Malus—. ¡Preparaos para el impacto!
La nave enemiga impactó en la zona central del barco explorador con un estruendo atronador de madera partida, y detuvo en seco a la pequeña embarcación. El barco escoró bruscamente a estribor y Malus salió disparado contra el mástil derribado. Por un momento, pareció que la embarcación no se recobraría del choque, pero luego se enderezó pesadamente, raspando contra la proa del barco enemigo. Ambas naves estaban trabadas la una con la otra, y Malus comprobó que, de momento, había tanta conmoción y confusión a bordo del barco enemigo como del suyo. No se veía al brujo enemigo por ninguna parte.
Los hombres gritaban de miedo y cólera; el noble forcejeó para librarse de las cuerdas en las que se había enredado, y luego sacó la espada y la alzó en alto.
—¡A por ellos, pájaros marinos! —gritó—. ¡Al abordaje!
Los corsarios respondieron con un alarido salvaje, ansiosos por responder al castigo que les habían infligido los skinriders. Arrojaron cabos de abordaje al barco enemigo, y los druchii subieron a bordo y acometieron salvajemente a los pasmados piratas. Hauclir y Urial se reunieron con Malus junto al timón. Urial se movía con una fuerza y agilidad asombrosas, y tenía los ojos brillantes como de fiebre. El hacha aún relumbraba con fuerza en sus manos. Malus lo miró como si lo evaluara.
—¿Crees que puedes abordar el barco enemigo?
—¡O lo hace, o tendrá que nadar! —intervino Tanithra, colérica, en el momento en que rodeaba el extremo del mástil caído con la espada en una mano—. Entre la primera y la segunda colisión, a esta vieja bañera se le han roto las costuras. ¡Se hunde con rapidez!
Se produjo un destello de luz verdosa en el barco enemigo, y los hombres gritaron de miedo y dolor.
—¡Hauclir, vete abajo y recoge las cartas de navegación! —ordenó Malus—. Tanithra, toma el mando del abordaje. ¡Urial y yo vamos a matar a ese brujo!
Malus corrió hacia la sección de babor del barco que zozobraba, con Urial detrás. Saltó sobre la borda rajada, cogió un vibrante cabo y trepó ágilmente hasta la cubierta de la nave enemiga.
El noble se encontró en medio de una carnicería. Por todas partes yacían skinriders muertos, que derramaban sobre la cubierta sangre putrefacta y fluidos viles. Por el aire zumbaban piedras y flechas disparadas por los enemigos que se encontraban en lo alto de los palos gemelos. Otro destello esmeralda atrajo la mirada de Malus, y vio al brujo en el combés de la nave, de espaldas al palo mayor. Del pecho le sobresalían flechas de ballesta y hojas de armas partidas y oxidadas, y presa de una cólera ciega, atacaba a cualquiera que tuviese al alcance, fuera amigo o enemigo. Un rayo zigzagueó entre un apretado grupo de skinriders y corsarios trabados en feroz refriega, y los redujo a todos a huesos ennegrecidos y pasta fétida.
Urial se situó delante de Malus.
—Quédate detrás de mí —dijo, y una sonrisa feroz contorsionó su boca.
Avanzó hacia el brujo con paso constante y deliberado, con el hacha preparada en la mano sana. Malus desenvainó el cuchillo con la izquierda y lo siguió, precavido.
El núcleo de batalla que rodeaba el mástil prácticamente se desvaneció cuando los combatientes huyeron en todas direcciones para escapar de la furia del brujo. Malus vio que el skinrider se erguía a pesar del dolor, y que en sus ojos y boca ardía fuego verde al pronunciar palabras de poder y rodearse de un nimbo de energía. Las armas que le atravesaban el cuerpo se desintegraron, podridas en un instante.
Dos skinriders que huían se interpusieron, por inadvertencia, en el camino de Urial, cuya hacha salió disparada en un arco rojo; los dos piratas cayeron sobre la cubierta, con el cuerpo desgarrado y humeante. La ardiente luz que rodeaba el hacha pareció hacerse más intensa cuando Urial habló con voz tronante.
—¡Sirviente de la Corrupción! ¡Esclavo del Señor de la Podredumbre! ¡El fuego purificador del Dios de Manos Ensangrentadas está sobre ti! ¡Redímete con el agudo filo de su miséricordia, o arrojaré tu alma a la Oscuridad Exterior por todos los tiempos!
Tanto skinriders como druchii se tambalearon debido al sobrenatural poder que canalizaba la voz de Urial. Incluso Malus, que había caminado por la periferia del Reino del Asesinato y se había asomado al otro lado del Abismo, a mundos no soñados, oyó la voz de Khaine resonando en la boca del hermano y se maravilló.
El brujo retrocedió con paso tambaleante, como si lo hubiesen golpeado, y sus hombros chocaron contra el palo mayor con suficiente fuerza como para hacer que se abrieran rajaduras a lo largo de él; luego, rebotó, abrió la boca de par en par y vomitó un torrente de bilis negra hacia el druchii armado con el hacha.
El virulento vómito de espeso líquido corrosivo resbaló por las defensas mágicas de Urial y estalló en llamas rojas, que salpicaron la cubierta de goterones encendidos y perforaron los tablones de roble en un instante. Malus se agachó cuanto pudo y se inclinó ligeramente hacia adelante, como si avanzara contra un viento huracanado, y de ese modo, dejó que la porquería encendida pasara volando por encima de él. Avanzaban a paso constante hacia el brujo, y entonces el hacha de Urial ardía como el sol del desierto.
De los babeantes labios del brujo manaron palabras de poder, y todos los skinriders que se encontraban a menos de treinta pasos gimieron de dolor y pánico. Sobre sus cuerpos hinchados danzaron arcos de fuego verdoso, y comenzaron a dar torpes traspiés, como si ya no tuvieran control sobre sus extremidades. Luego, de una docena de gargantas cancerosas manó un solo lamento desesperado, y los apestados se lanzaron hacia Urial.
El devoto servidor de Khaine recibió la frenética carga con una carcajada jubilosa, y la matanza comenzó de verdad. Los skinriders chocaron contra una protección hecha de afilado acero encantado; el hacha era un borroso remolino colérico que hacía retroceder a los enemigos con el torso destrozado, las extremidades cercenadas y la sangre ardiendo en llamas como ofrenda al Señor del Asesinato. Pero tal era la demente furia de la carga de los piratas que el avance de Urial se vio entorpecido. Contra su armadura se estrellaban espadas, y manos gangrenosas se tendían durante fugaces momentos hacia su garganta; cada acometida lo enlentecía un poco, hasta que casi se detuvo. El brujo le dedicó a Urial una feroz sonrisa burlona, y luego extendió las manos hacia adelante y ascendió lentamente sobre una crepitante columna de rayo esmeralda.
—¡Ah, no!, ¡eso sí que no! —dijo Malus con frialdad, al mismo tiempo que salía de detrás de Urial y le arrojaba el cuchillo.
La afilada hoja voló recta y certeramente hacia el corazón del brujo. Los ardientes ojos del skinrider se agrandaron, y en el último momento, alzó una mano, y la daga le atravesó la palma. El brujo gruñó de dolor y lanzó una virulenta maldición a la vez que cerraba el puño y disolvía el cuchillo en una lluvia de polvo destellante. Fue apenas una distracción momentánea, pero entorpeció el ascenso del brujo y, en ese instante de vacilación, Malus se lanzó hacia el sirviente de la podredumbre.
Impacto contra el pecho del brujo, sorprendido de hallar músculos duros como la roca en lugar de la hinchada carne bulbosa de los otros skinriders con los que había luchado. Malus rodó hasta quedar sobre el brujo y levantó la espada, pero el hombre lo aferró por el cuello y le atrapó la muñeca del arma con una presa férrea. Y entonces, comenzó a atraer a Malus hacia abajo, hacia sus relumbrantes ojos y labios encendidos.
Tz’arkan se retorcía y golpeaba dentro de las costillas de Malus, y el noble miró los globos gemelos de los ojos del brujo y vio la cara de otro demonio que le devolvía la mirada.
Malus sintió que la bendición de Urial comenzaba a chisporrotear como una vela a la que se le acaba el pábilo. El fuego puro que le limpiaba la piel comenzó a amortecerse, y en su lugar, dejó una fiebre insana. De la voraz boca del brujo poseído manó humo negro, y cuando el vapor se le deslizó por la garganta, sintió que dentro de él se retorcían alimañas. Percibía cómo la podredumbre florecía en sus pulmones y arraigaba en sus entrañas. Por los ojos salieron gruesos regueros de pus, que le corrieron por las mejillas.
El brujo atrajo a Malus hacia sí hasta que los rostros de ambos quedaron separados por escasos centímetros. El noble percibió la presencia del espíritu pestilente que se agitaba dentro del skinrider. El hombre poseído rió entre dientes, y en ese momento su auténtica voz salió como un burbujeo de los pulmones corrompidos.
—Mira el rostro de un demonio y desespera —dijo el brujo.
Malus lo miró a los ojos y rió fríamente, a su vez.
—Como quieras —dijo—. Muéstrale tu rostro, ¡oh, Bebedor de Mundos!
Un hielo negro le corrió por las venas, congeló la pestilencia que había invadido su carne e hinchó sus extremidades con una fuerza sobrehumana. Los ojos del noble fueron tragados por una negrura absoluta, el interminable frío de la noche eterna. Las uñas le crecieron hasta transformarse en garras y los dientes se le afilaron hasta ser colmillos terribles. El brujo se puso rígido. El demonio de su interior se acobardó ante la furia de Tz’arkan, y el skinrider chilló de terror.
Malus hundió la mano izquierda en el vientre del brujo, y las garras afiladas como navajas le arrancaron las entrañas.
—Deslízate, deslízate, gusanillo —dijo Malus con una voz que no era la suya—. Huye por tus túneles de tumores y podredumbre, pero no escaparás de mí.
La espada cayó sobre la cubierta. El brujo se retorcía y chillaba, imploraba misericordia, y Malus lo hizo pedazos. Vació el pecho del hombre, partió las costillas, metió la mano garganta arriba y llegó al interior del cráneo, hasta que al fin sacó un largo gusano negro que se retorcía enloquecidamente en las chorreantes manos del noble. Malus cerró el puño para aplastarlo, y sintió el éxtasis de Tz’arkan cuando el demonio menor fue lanzado, entre alaridos, a los territorios del Inframundo.
Pasó un tiempo antes de que Malus se diera cuenta de que la presencia del demonio se había retirado. Se hallaba sentado sobre la cubierta, y en sus oídos resonaba un rugido. De su armadura manchada de sangre ascendían jirones de niebla fría. Del brujo quedaba poco que aún fuese reconocible.
Poco después, el rugido se resolvió como los ruidos de la batalla, y Malus recordó dónde estaba. Un escalofrío de terror le recorrió la espalda al darse cuenta de la trascendencia de lo que acababa de hacer. Miró a su alrededor, enloquecido, esperando encontrar a Urial de pie junto a él, con el hacha ardiente dispuesta a caer.
En cambio, el hermano había cedido a su propio señor ultraterreno, transportado por el éxtasis de la batalla. Había matado a todos los skinriders que el brujo había lanzado contra él y, borracho de sangre, había cargado hacia popa, donde aún se libraba la batalla por la posesión del barco. Había caído como un rayo sobre los defensores de la nave, y los corsarios, al reconocer en él el toque de la divinidad, habían recuperado el valor y redoblado sus esfuerzos. Salvo los muertos, no había habido nadie que pudiera presenciar la transformación de Malus, y por el momento se encontraba solo entre ellos.
El noble se puso de pie, con una sensación de profundo cansancio. En torno al barco, el mar estaba rojo de fuego. A estribor, el último de los tres barcos que habían perseguido a la nave exploradora iba entonces a la deriva, a capricho del viento, con la cubierta convertida en un infierno. Un trío de naves negras pasaron ante el viejo buque incendiado, deslizándose sin esfuerzo hacia el sur antes de virar a barlovento. Más lejos, también a estribor, el Saqueador bogaba hacia el norte, vapuleado pero invicto. El barco enemigo que había virado hacia él al principio de la batalla era entonces una pira en llamas que se hundía bajo las olas.
A babor, la lucha no había ido tan bien. El Navaja Negra iba a la deriva, trabado en un llameante abrazo con un barco de los skinriders: los tripulantes de uno habían abordado al otro, y en la furiosa batalla que siguió, ambos se habían incendiado y nadie había podido extinguir el fuego. El Dragón Marino se hundía lentamente, y las olas pasaban por encima de la borda mientras el mar entraba por los agujeros abiertos en el casco. Sin embargo, el agresor había tenido poco tiempo para saborear la victoria. El último barco de los skinriders se encontraba entonces bien al sur, con una estela de aparejos en llamas y un mástil partido, y perseguido por otras tres naves druchii que lo acosaban como lobos.
Malus se dio cuenta de que Bruglir no se había visto superado en número en ningún momento. Había dividido las fúerzas en tres escuadras, y había enviado dos de ellas al este y el oeste, justo al otro lado del horizonte. Cuando había comenzado la batalla, les había hecho una señal, y las escuadras habían caído sobre los sldnriders por los flancos para cerrarse sobre ellos como mandíbulas.
Los ruidos de batalla de la popa se apagaron repentinamente. Malus se volvió y vio que el capitán de los skinriders dejaba caer la espada y se arrodillaba ante Tanithra; resultaba evidente que el ardiente semblante de Urial y su hacha habían bastado para lograr una rendición impropia de aquellos enemigos. Tanithra gritó de júbilo al mismo tiempo que decapitaba al hombre, y la tripulación lanzó un largo bramido de victoria.
Los gritos de celebración eran tan potentes que Malus estuvo a punto de no oír el débil lamento procedente de la popa. El noble frunció el ceño. «Parece extrañamente familiar», pensó. Y entonces, recordó: «¡Hauclir!»
Malus corrió hacia la popa. La nave exploradora había desaparecido, tragada por las voraces olas. El noble se asomó por el lado y vio al guardia que colgaba de un cabo de abordaje y sujetaba con fuerza un manojo de cartas de navegación empapadas. Malus lanzó un grito de sobresalto e izó la cuerda con todas sus fuerzas, con la esperanza de tener aún en su interior un poco de la fortaleza del demonio.
Todavía pasó cierto tiempo hasta que Hauclir rodó por encima de la borda. Le corría agua del pálido semblante y el pelo, y le caía a chorros desde debajo de la pesada armadura. Aún sujetaba las cartas de navegación en una presa de muerte, y la mirada que le dirigió a Malus era de insubordinación y horror al mismo tiempo.
—¡Que la Madre Oscura no lo quiera —dijo Hauclir, tembloroso—, pero si alguna vez volvemos a encontrarnos en un barco que se va a pique y nos hemos dejado algo bajo cubierta, maldición, ya puedes ir a buscarlo tú mismo, mi señor!