Miércoles, 22 Abril

EL equipo directivo del centro no tardó ni una semana en convocar un nuevo claustro para informarnos sobre la investigación que se estaba llevando a cabo con respecto al caos que se formó debido al falso aviso de incendio. La confusión vivida durante aquellos minutos no sentó nada bien, en especial a Doña Maruja, quien garantizó que ella misma se encargaría de averiguar quién había sido el sinvergüenza que causó semejante barullo.

El resto de los profesores tenían los ánimos irritados, y es que la directora nos había reunido de uno en uno en su despacho para hacernos algunas preguntas, incluso paralizó varias clases para interrogar también a los alumnos. En las reuniones de la cantina se podían escuchar diversas opiniones acerca de los métodos utilizados por Doña Maruja, que si esa señora estaba loca, que si se lo había tomado demasiado en serio, que si estaba alborotando el hábito de estudio de los alumnos... Intenté no entrar en las conversaciones cada vez que mis compañeros hablaban de ello; el temor a que el nombre de Scandar saliera a la luz me inquietaba, y prefería mantenerme al margen.

El claustro se organizó a las dos y media, cuando todos los alumnos se habían marchado a sus casas, y sólo quedamos los miembros oficiales del centro. Cuando llegué, la sala de juntas estaba abarrotada, el murmullo de los profesores podía escucharse desde el otro lado de la puerta. Divisé a Salomé en una de las esquinas mientras me hacía señales para que me acercara, bordeé la sala discretamente para no molestar a los que ya estaban sentados hasta llegar a ella.

—¿Cómo te ha ido la mañana?— preguntó cuando ya había tomado asiento.

—Bien, como siempre. Aunque algunos alumnos ya se están empezando a poner nerviosos con los exámenes finales— contesté.

—¿Tan pronto? Pero si aún falta un mes y medio para acabar el curso— replicó.

—Ya, pero los que han ido mal todo el año quieren recuperar ahora el tiempo perdido.

—Muy típico de los malos estudiantes, siempre dejándolo todo para el último minuto.

Aunque deseé que la conversación con Salomé me distrajera de otros pensamientos, los nervios seguían apoderándose de mis sentidos. Incluso el tema de los alumnos me llegó a parecer banal en comparación con lo que auguraba que sucedería en aquella reunión.

—Bueno, no es ninguna novedad, todos los años nos encontramos con casos así— dije quitándole importancia.

Tras un breve silencio Salomé se lanzó a hacerme la pregunta que temía que me hiciera precisamente en aquel momento:

—Bueno, ¿y cómo te va con tu chico?— me susurró al oído para que nadie de los allí presentes pudiera enterarse.

—Lo llevamos como podemos, la verdad es que no nos está resultando nada fácil estar tanto tiempo separados. No sé, es como si nos estuviésemos alejando poco a poco— confesé.

—No te preocupes— dijo dándome un suave codazo— ya verás cómo este veranito os lo pasáis estupendamente juntos.

—Eso será si llegamos— murmuré.

—Vamos, no será para tanto. Si de verdad os queréis, esto no debería suponer un impedimento para continuar juntos.

—Lo sé, pero la verdad es que está siendo mucho más complejo de lo que pensaba. No resulta sencillo pasar por delante de él y ni siquiera dirigirle la palabra. A veces se me forma un nudo en el estómago cuando le veo con sus compañeros de clase, y no puedo acercarme a él. Le necesito más de lo que creía, y a veces incluso se me pasan por la cabeza cosas que no debería ni pensar.

—¿Cómo qué?— quiso saber.

—No sé— dije agachando la cabeza— me da vergüenza decirte esto, pero es que a veces florece en mí cierto sentimiento de celos.

—¿Celos, tú?— exclamó acompañada de una risa entre dientes.

—Sí, ya sé que es una tontería, pero cuando veo que otras chicas flirtean con él... no sé, me pone nerviosa verlo así, rodeado de tantas chicas.

—Es normal Raquel, los chavales a esa edad hacen esas cosas, y sobre todo si no saben que ya tiene novia— dijo en tono burlón mientras me guiñaba un ojo.

—Venga ya, no tiene gracia— protesté riéndome al ver su cara de guasa.

En aquel preciso instante hizo su aparición el equipo directivo del centro, compuesto por Doña Maruja, y los dos jefes de estudios. Ninguno de ellos llevaba cara de buenos amigos, más bien parecía un desfile de altos cargos dispuestos a sacrificar a quien se pusiera por delante. Salomé y yo nos miramos dando por hecho que aquella reunión duraría más de lo esperado, y que seguramente no tendrían nada bueno que contarnos.

Tomaron asiento frente al profesorado, la directora se colocó entre los jefes de estudios y mientras estos pedían silencio a los allí congregados, ella barrió la sala con la mirada seria, como si quisiera asegurarse de que todos los profesores estaban presentes. El silencio se apoderó enseguida de la sala, tan sólo se escuchaba el movimiento de papeles que la directora hacía mientras los extendía de uno en uno sobre la mesa.

—Bien— comenzó—. Como todos sabéis, el pasado jueves fuimos víctimas de una desagradable gamberrada. Nadie, en los veinticinco años que llevo ejerciendo mi profesión, se había atrevido a causar semejante desconcierto entre los miembros de esta comunidad.

Hizo una breve pausa para tomar aire.

—Hemos iniciado una investigación en el centro para descubrir al culpable, y por eso os hemos ido reuniendo en mi despacho durante la semana. Se ha comprobado uno por uno los alumnos que en el momento del aviso de incendios se encontraban ausentes— tomó una de las listas en la mano— y hemos registrado en concreto doce nombres de alumnos que faltaron aquel día al instituto.

De repente comencé a notar un sudor frío en las manos. La directora se había referido a doce alumnos que no habían asistido a clase aquel día, pero Scandar sólo se ausentó precisamente en la hora en la que el fatídico embrollo había tenido lugar. Miré a Salomé que seguía atenta a las palabras de Doña Maruja, y no pude evitar removerme inquieta sobre la silla.

—Bien, pues de estos doce alumnos que faltaron, siete han presentado un justificante médico de aquel día, así que por supuesto, no se les ha tenido en cuenta dentro de la investigación. Por lo tanto, ya sólo nos quedan cinco alumnos sospechosos— agarró entonces otro de los papeles—. Tras entrevistar a algunos profesores, nos llamó la atención una de las ausencias, que a decir verdad, casi se nos pasa por alto.

El corazón empezó a latirme más rápido de lo normal.

—Se trata de un alumno de segundo de Bachiller— afirmó contundente—. Este alumno acudió a clase aquel día, pero fue precisamente en una hora concreta, cuando desapareció del centro sin notificación alguna.

Las gotas de sudor comenzaban a deslizarse por mi rostro.

—Por supuesto hablaremos con sus padres para comunicarles la inmediata expulsión del centro. El alumno en cuestión es Don Scandar Medina Romero— dijo leyendo su nombre completo sobre el papel que sostenía.

El silencio de la sala se vio roto por un constante murmullo proveniente de algunos profesores que se vieron sorprendidos por la noticia. Salomé tardó unos segundos en dirigir su mirada hacia mí, temerosa de conocer mi reacción ante las palabras de la directora. Apreté los puños intentando disimular mi estado de nerviosismo, pero ella sabía perfectamente que si no lo evitaba, yo estallaría de rabia delante de todo el mundo.

—Vamos Raquel, tranquilízate, tiene que ser una confusión— me dijo en voz baja.

En aquel momento no pude contestarle. La rabia me consumía al pensar que iban a expulsar a Scandar del centro, sin ni siquiera darle una oportunidad para explicarse.

—Él no ha sido— fue lo único que acerté a decir.

—Estoy segura de ello, pero no debes alterarte. Ya verás cómo todo se aclara— respondió.

Los jefes de estudios volvieron a pedir silencio para que Doña Maruja continuara con su discurso.

—Para todos aquellos que no halláis tenido la ocasión de conocer personalmente a dicho alumno, os comunico que se trata de un chaval con cierta tendencia a buscar bronca. Si bien es cierto que en estos últimos meses ha dado un pequeño cambio de actitud, no debemos dejarnos engañar por su falso comportamiento. Como directora de este centro, no voy a permitir bajo ningún concepto que ningún alumno se burle de nuestro sistema, y mucho menos que ponga en peligro la integridad de este centro. Por lo tanto, la decisión está tomada, y mañana mismo se tramitaran los papeles para expedientar a Don Scandar Medina.

Aquellas fueron las últimas palabras de la directora antes de levantarse de su asiento y abandonar la mesa.

Salomé seguía centrando su mirada sobre mí intuyendo mis pensamientos, pero nada que pudiera hacer o decir, detendría lo que a continuación me disponía a realizar. No podía dejar que Scandar fuera acusado injustamente, sabiendo que él no había sido el culpable. Estaba completamente segura de que tendría que dar muchas explicaciones para demostrar su inocencia, pero creí que se lo debía. Él no había hecho nada malo, y no tenía por qué pagar injustamente con una expulsión, sobre todo después de todo el esfuerzo y empeño que había dedicado por mejorar no sólo en su actitud, sino también en su expediente escolar.

Justo cuando Doña Maruja atravesaba la puerta para salir de la sala de juntas, me incorporé firmemente de la silla. Noté cómo la mano de Salomé me agarraba de la falda intentando hacerme entrar en razón para que volviera a sentarme, pero no le sirvió de nada.

—¡Scandar no ha hecho nada!— solté con voz alta y temblorosa a la vez.

De nuevo el murmullo de la sala se apagó, y observé cómo todas las miradas de los allí presentes se centraron en mí. Doña Maruja se detuvo bajo el marco de la puerta, y se volvió para mirarme con expresión de incertidumbre.

—¿Disculpe?— preguntó incrédula al verme de pie entre la multitud.

Tragué saliva al ser consciente de que no sólo tendría que justificarme ante la directora, sino que también el resto de profesores y demás miembros estaban pendientes de lo que tuviera que contar. Por el rabillo del ojo observé cómo Salome se llevaba la mano a la frente, intentando disimular su preocupación. Ambas sabíamos que lo que se me venía a continuación daría mucho de qué hablar, y que no me resultaría nada sencillo salir inmune de aquel embrollo.

Tuve que carraspear para aclarar la garganta antes de volver a hablar, y es que por culpa de los nervios, la boca se me había secado en pocos segundos.

—He dicho que Scandar no tiene nada que ver con esto— repetí en un tono más bajo al experimentar el sofoco ocasionado por los centenares de ojos observándome.

Doña Maruja volvió a entrar en la sala atraída por la revelación que acababa de comunicarle.

—Bien señorita Montero, ¿y puede usted decirme entonces quién ha sido el desvergonzado en causar dicho desastre?— preguntó acribillándome con su mirada inflexible.

—No lo sé— acerté a decir después de agachar la cabeza sin encontrar respuesta a su demanda.

Entonces el sonido del murmullo volvió a manifestarse entre los profesores. Miré a mi alrededor, y advertí que algunos de ellos se encogían de hombros sin saber a dónde diablos quería llegar con mi inexplicable irrupción.

—Ya veo— contestó severa—. Y si no sabe usted quién ha sido, ¿puede entonces aclararme cómo está tan segura de que el señor Scandar es inocente?

Lo único que se me pasó por la cabeza en aquel momento, era si tendría que esperar la hoja de despido del centro, o directamente debía presentar mi carta de dimisión. Lo que me disponía a desvelar en presencia de todo el claustro de profesores, tendría unas consecuencias desastrosas para mi futuro, pero tenía la total certeza de que mi obligación era contar la verdad por encima de todo. Y la verdad era que Scandar no había sido el causante de aquel aviso de incendio. De un modo u otro me sentía responsable de defenderlo, no sólo porque lo amaba hasta lo más infinito, sino porque mi labor como docente era, entre otras cosas, contribuir a la rectificación de las injusticias sociales.

Miré a Salomé en busca de apoyo, pero lo único que encontré fue una mirada afligida pidiéndome con los ojos que no continuara, aunque por mucho que me rogara, ya nada podría detenerme.

—Bueno..., yo... he estado con...

—¡Lo que dice Raquel es cierto!— me interrumpió una voz familiar proveniente de una segunda entrada a la sala.

Todas las miradas cayeron entonces sobre la persona que había detenido mi testimonio, justo en el momento en que me disponía a revelar los motivos por los que estaba tan segura de que Scandar no era culpable.

Su esbelta figura resurgió de la nada. Ni siquiera me había percatado anteriormente de que Rodrigo no estaba presente en la reunión, pero al verlo allí de pie, mientras sujetaba lo que parecía ser un DVD en una mano, provocó cierta distensión en la musculatura de todo mi cuerpo. Una sensación de tranquilidad me invadió cuando se dirigió a mí con una suave y astuta sonrisa a la vez. Supe entonces que mi compañero me salvaría el pellejo. Sospeché que desvelaría alguna cuestión que se les había pasado por alto al equipo directivo, y que con un poco de suerte, podría librarme de mi despeñamiento profesional.

—Aquí está el culpable, o mejor dicho, los culpables de todo este embrollo— apuntó alzando el DVD.

Lo que al principio era un inocente murmullo en el interior de la sala, pasó entonces a transformarse en un alborotado clamor. Me percaté de que ya nadie seguía fijando la vista en mí, sino que ahora todos observaban a Rodrigo avanzar por la sala en dirección a la mesa principal que originalmente había ocupado la directora minutos atrás. Pidió a uno de los compañeros que lo ayudara a conectar el proyector sobre la gran pantalla que había instalada en la pared. Tomé asiento de nuevo interesada en lo que Rodrigo habría descubierto, y desde allí divisé a Doña Maruja con expresión de fastidio, seguramente desconcertada con el inesperado giro que estaban tomado sus indagaciones.

—Por favor, les pido un poco de silencio para poder seguir el video— solicitó a todos los allí presentes.

Cuando se mostraron las primeras imágenes borrosas sobre la pantalla, la gente fue enmudeciendo poco a poco haciendo un esfuerzo por entender cuál era el interés por mostrar la entrada del instituto. En pocos segundos la grabación se aclaró, y enseguida me percaté de que se trataba de la cámara que había situada sobre la entrada principal del centro. Aquella misma a la que una vez recurrí para pescar al gamberro que me había rallado el coche, o mejor dicho, a la gamberra. Pronto mis recuerdos se vieron interrumpidos por la explicación de Rodrigo:

—Como todos habréis advertido, este video se corresponde con la grabación de la cámara de seguridad que hay instalada sobre el acceso principal al centro.

Todos, incluida la directora, seguían atentos su exposición.

—Si os fijáis, en un lateral de la cámara se puede apreciar el día y la hora en la que esta grabación tuvo lugar— señaló con la mano sobre la esquina de la pantalla—. Se trata precisamente del pasado jueves, día diecisiete, a las once horas y cincuenta minutos. En este momento hace su aparición el alumno nombrado por la directora, Scandar Medina, que como se aprecia en la imagen, sale del centro por la puerta sin que nadie se lo impida.

Los nervios volvieron a aflorar en mí cuando, claramente, observé su figura saliendo del instituto. Llevaba los mismos vaqueros y la misma camiseta blanca que aquel día, y por supuesto su mochila colgada de un hombro. Parecía llevar prisa por salir de allí cuanto antes, aunque después de escuchar los motivos por los que lo hizo, no me extrañó en absoluto.

—Bien hecho señor Castro— irrumpió la directora— me alegra saber que tenemos una prueba más de que el señor Scandar es un auténtico farsante. Después de esto, ya nada podrá salvarlo de una clara e irrevocable expulsión.

—¡No tan deprisa señora!— le detuvo Rodrigo cuando ésta se disponía a marcharse—. Si espera tan sólo un par de minutos, será testigo de que el chaval es inocente.

Salomé se volvió hacia mí para comprobar si aún estaba entera. Le devolví la mirada junto con un suspiro de alivio, al que ella respondió con un apretón de mano.

—Les ruego que presten especial atención al fondo de la valla, justo donde ésta limita con el final del recinto— explicó.

Por la imagen calculé que, entre la entrada y la terminación de la valla, habría unos cincuenta metros. No sería sencillo reconocer a los culpables desde tan lejos con una cámara tan pequeña.

—Y bien, es precisamente ahora, a las once y cincuenta y dos minutos, cuando las siguientes figuras aparecen en el fondo de la imagen.

Fue entonces cuando cuatro siluetas emergieron del interior del instituto. Por la complexión, era fácil distinguir las siluetas de tres chicos y una chica. Vimos cómo uno de los chavales saltó la valla primero para sujetar desde fuera a la chica que a continuación se lanzó. Tras ellos, los otros dos muchachos saltaron sin aparente dificultad y una vez fuera, los cuatro salieron corriendo entre risas y carcajadas.

—¿Los conoces?— me preguntó Salomé al ver mi rostro desencajado.

Jamás podría olvidar la imagen de aquellos tres agresores que le dieron la paliza a Scandar. Exactamente las mismas siluetas, las mismas chaquetas de cuero, las mismas cabezas rapadas... ¿cómo no iba a reconocerlos?

En aquel momento me invadió una mezcla de sensaciones; entre alivio, al saber que Scandar por fin quedaría absuelto de las acusaciones del equipo directivo, y rabia contenida, al no haberme dado cuenta con anterioridad de que semejante idea de estropicio sólo podía originarse en uno de los más retorcidos cerebros del centro, el de Rebeca.

No tardé ni un par de segundos en reconocer su figura como la única chica que iba en el grupo, con su habitual cola de caballo y su excesiva delgadez. Daba la sensación de que la presencia de Rebeca en mi vida no era casual, siempre que sucedía algo funesto a mi alrededor, ella estaba presente, directa o indirectamente. Comencé a creer que se trataba de una maldición o algo por el estilo, como si su sombra se interpusiera siempre entre Scandar y yo, y no nos permitiera estar juntos bajo ningún concepto.

—Sí— respondí finalmente a Salomé—. La chica es alumna mía, y los otros tres que la acompañan son los que le dieron la paliza a Scandar el día que Rodrigo nos encontró.

—¡Vaya!— susurró con los ojos bien abiertos sorprendida con la noticia.

—Bien, en la imagen se ha podido identificar a Rebeca Robles, de segundo A, como la chica que va en el grupo— continuó Rodrigo con la aclaración—. Los otros tres chavales no se corresponden con ningún alumno que tengamos matriculado en este centro, así que suponemos que se trata de familiares o amigos extraescolares de dicha alumna.

Se escucharon algunos comentarios entre los profesores del tipo “esta chica siempre está igual”, “no va a cambiar nunca”, “deberían expulsarla de inmediato”...

—Además, y como ya he comprobado con el profesor que en aquel momento impartía clase en su aula, efectivamente Rebeca no estuvo presente durante esa hora. Por lo tanto, esto nos lleva a confirmar con certeza que ella es una de las responsables del falso aviso de incendios.

Inexplicablemente la gente comenzó a aplaudir el discurso de Rodrigo. Aunque me sentía eufórica con el giro que habían tomado los acontecimientos, no podía afirmar que estuviera de acuerdo con la reacción del resto de profesores. Si bien era cierto que muchos de ellos habían tenido más de un altercado con Rebeca, siempre pensé que aquella chica necesitaba dar un cambio radical a su estilo de vida; buscar nuevas compañías y dedicarse a los estudios para no sentirse tan perdida.

Evidentemente, después de aquel altercado, mi alumna sería expulsada del centro, y quien sabe lo que le depararía el futuro si nadie hacía nada por ayudarla.