Jueves, 17 de Abril

POR alguna inexplicable razón, los planetas parecían haberse alineado en contra mía para que no pudiera llevar a cabo los planes que con tanta urgencia necesitaba realizar. Cada vez que pretendía acercarme a Scandar para pedirle disculpas por mis inoportunas palabras, lo encontraba hablando con algún compañero de clase. Incluso en la hora del recreo salí al patio para intentar explicarme, pero su profesor de Lengua se me adelantó pidiéndole un ensayo para clase. Fui consciente de que en ningún momento él intentó buscar mi mirada entre la multitud, y aquello me inquietó aún más, me sentía como una mujer fría y calculadora, incapaz de comportarme con naturalidad y simplemente acercarme a él, tal y como lo haría cualquier otra persona.

Di por imposible hablar con él durante el recreo, por lo que reuní fuerzas y decidí presentarme directamente en su clase con algún tipo de excusa para reclamar su presencia ante el profesor.

—Perdona que te interrumpa la clase Gerardo, necesito hablar con uno de tus alumnos, será sólo un segundo— me dirigí al profesor que en aquel momento estaba impartiendo la clase.

—Claro, no hay problema— contestó— ¿con quién deseas hablar?

Busqué con la mirada entre las últimas filas intentando localizar a Scandar, pero lo único que hallé fue su pupitre vacío, ni tan siquiera su mochila estaba colgada de la silla.

—¿No ha venido Scandar a clase?— volví a preguntarle a Gerardo.

—Me temo que no. Yo he llegado hace unos minutos y no lo he visto entrar. ¿Alguno de vosotros sabe algo de Scandar?— preguntó al resto de compañeros.

Nadie dijo nada, los alumnos se miraban entre ellos intentando encontrar respuesta, pero nadie lo había visto desde la hora de descanso. Me despedí de Gerardo con una disculpa por la interrupción, y cerré la puerta con suavidad.

Regresé al patio para comprobar que no se había quedado allí rezagado, pero tampoco tuve suerte. También pasé por el departamento de lengua pensando que tal vez su profesor se había reunido con él allí para el ensayo, pero tampoco hallé rastro de él. Su desaparición comenzaba a inquietarme, ¿qué le habría pasado?

No tuve más remedio que rendirme ante la evidencia de que Scandar se había marchado del instituto por alguna extraña razón. Pensé que sería conveniente llamarlo por teléfono al terminar la jornada, aunque sólo fuera para saber que estaba bien. Ya trataría de tener una conversación más profunda con él en otro momento.

Pero entonces sucedió algo que alborotaría todas mis intenciones. Estando en el aula de primero, una especie de pitido infernal comenzó a sonar por todo el centro. Tanto los alumnos como yo nos protegimos instintivamente los oídos de aquel silbido insoportable, ni siquiera podía escuchar mi propia voz cuando les pedí a todos que se mantuvieran sentados en los pupitres mientras yo me asomaba al pasillo para comprobar qué estaba sucediendo.

Observé cómo otros profesores sacaban a sus respectivos alumnos de sus aulas en filas coordinadas, y fue entonces cuando me percaté de que se trataba de un aviso de incendio en el edificio. Volví a clase, y entre señas y gritos les pedí a mis chicos que salieran ordenadamente del aula.

En tan sólo un par de minutos, todos los alumnos y profesores del centro habían salido a la calle, donde se formó un gran revuelo al desconocer el origen del incendio. Los profesores se reunieron con la directora Doña Maruja, quien tampoco supo contestar a la pregunta de quién había pulsado la alarma.

—Pero ¿dónde está el fuego?— preguntó Cristina intentando visualizar humo por algún lado.

—Yo estoy igual que vosotros, he escuchado la alarma y simplemente me he asegurado de que no quedara nadie en el interior del edificio— fue la respuesta de la directora.

—Esto debe de ser una broma pesada— inquirió el jefe de estudios.

—No puede ser, ¿quién iba a querer hacer una cosa así?— comentó otro profesor.

Mientras todos se debatían en un intento por averiguar qué diablos había ocurrido, dos coches de bomberos hicieron su aparición resonando con sus ensordecedoras sirenas. Uno de los bomberos se bajó del camión y se aproximó al grupo de profesores que seguían sin dar crédito a lo que estaba sucediendo.

En aquel momento una extraña sensación se apoderó de mí al darme cuenta de que precisamente Scandar se había ausentado del centro esa misma hora. Estaba convencida de que su estado de ánimo no sería particularmente bueno aquel día, y varias ideas comenzaron a darme vueltas en la cabeza hasta llegar a una inquietante conclusión que me hizo temer lo peor. Instintivamente empecé a buscarle entre el gentío dando empujones a los alumnos que se interponían en mi camino, llegué incluso a subirme a lo alto de un banco para poder visualizar desde allí a todo el mundo. Barrí con la mirada todas y cada una las caras de los allí presentes, pero nunca llegué a encontrar la suya.

Decidí entonces marcharme sin previo aviso, necesitaba averiguar urgentemente el paradero de Scandar.

Por suerte llevaba las llaves del coche encima, y no tuve que esperar a que los bomberos dieran el visto bueno para que todo el mundo volviera a sus respectivas aulas. Salí de allí tan pronto como pude, nadie pareció advertir mi marcha, ya que todos estaban pendientes de cómo los bomberos se colocaban los cascos y preparaban las mangueras en caso de ser necesario su uso.

Llegué a casa en veinte minutos, y tan pronto como dejé las llaves sobre la mesita de entrada, fui directa al teléfono que tenía sobre el televisor del salón. Marqué con dedos temblorosos el número de Scandar, estos parecían enredarse los unos con los otros mientras pulsaba los botones. Esperé a escuchar el primer tono de llamada, luego el segundo, después el tercero, y por fin al cuarto descolgó.

—¿Sí?— su inconfundible voz parecía serena, nada que ver con mi angustioso estado de ánimo.

—Scandar ¿dónde estás? Llevo todo el día intentando hablar contigo.

—¿Te ocurre algo?— preguntó sin mostrar la más mínima inquietud.

—¿Qué si me ocurre algo? ¿Se puede saber dónde te has metido?— era consciente de que mi voz comenzaba a sonar brusca.

—No sé qué es lo que te pasa, pero será mejor que te calmes si quieres seguir hablando conmigo— su todavía sosegado tono no hizo más que endurecer el mío.

—Scandar, sé que estás molesto por lo que te dije ayer, pero eso no te da derecho a poner en peligro a todos los miembros del centro— le acusé sin rodeos.

—¿Cómo? No sé a qué te refieres, ¿de qué coño me estás hablando?

—¿Acaso no has provocado tú la estampida haciendo sonar la alarma de incendios?— esperé a su respuesta, pero esta no llegó— . Te has marchado del centro a media mañana sin decir nada a nadie, y no te puedes imaginar la que has liado, incluso han venido los bomberos.

Por un segundo creí que me había colgado el teléfono, pero al fin Scandar respondió:

—Esto es el colmo. ¿Crees que estoy loco?, ¿qué voy por ahí provocando a la gente sin más, sólo porque esté enfadado contigo?— hizo una breve pausa para tomar aire—. Me parece que alguien se lo tiene muy creído, y esta vez no soy yo.

“Touché”. Scandar apuntó al centro y dio en la diana. Los roles habían cambiado y ahora era yo la que se había sobrevalorado inconscientemente.

—Pero entonces...

—Es verdad que llevo toda la mañana evitándote porque no tenía ganas de hablar contigo, pero después del recreo mi madre me ha llamado por teléfono y me ha pedido que fuera a recoger a Ángel a la guardería. Jacobo ha vuelto a..., bueno..., ya sabes, a discutir con mi madre.

Entonces fui yo la que no sabía que responder. Su tono era lo suficientemente afligido como para creer que sólo se trataba de una excusa. Por otro lado no entendí por qué no me avisó para que le echara una mano.

—¿Y por qué no has avisado a nadie de que tenías que salir del centro?— pregunté—. Podía haber ido contigo.

—¿Para qué? Ni que fueras mi niñera. Ya me lo dejaste bien claro ayer. Además, soy mayor de edad y no tengo por qué dar explicaciones a nadie— replicó.

Sabía que en el fondo tenía razón. Si por algo destacaba su personalidad, era precisamente por no dar explicaciones de sus actos a los demás, y menos aún después de cumplir los dieciocho. Sólo me quedaban dos opciones: creer su excusa, o pensar que se había inventado una falsa coartada.

Cerré los ojos para aclarar mis pensamientos, quería creerle por encima de todo, porque sabía que si no lo hacía podría perderlo para siempre. Entonces un relámpago de imágenes bombardearon mi mente: mi primer encontronazo con él, la noche en que me defendió de aquellos gamberros, las tardes que pasamos en casa estudiando, nuestro primer beso bajo las luz de las estrellas, sus profundos ojos mirándome fijamente, su eterna y maravillosa sonrisa...

En aquel momento me di cuenta de lo estúpida que había sido, y de cómo había sido capaz de dudar de su amor por mí. Él jamás había dado muestras de que nuestra relación fuera sólo un capricho pasajero, todo lo contrario, siempre me había tratado con respeto, se había esforzado por sacar el curso adelante sólo por complacerme, había llegado a seducirme con sus cálidas y suaves caricias, y jamás se mostró ansioso por el simple hecho de ligarse a una profesora. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos descontroladamente, y no pude retener los sollozos que escapaban de mi garganta.

—Raquel, ¿estás bien?— preguntó Scandar alertado al escuchar mis gemidos a través de la línea.

—Perdóname, he sido una estúpida. No sé que me ha pasado— susurré entre gimoteos.

—Vamos cariño, no te preocupes, no estoy enfadado— su generosa comprensión hizo que me sintiera más avergonzada aún, y los sollozos pasaron a convertirse en un imparable llanto de desconsuelo.

—Lo siento— acerté a decir entrecortadamente—. De verdad no sé qué me ha ocurrido. Me siento fatal por haber dudado de ti.

—Es culpa mía, no tenía que haberte presionado ayer. No sé, estaba harto de no poder acercarme a ti.

—No cariño, tú no has hecho nada mal— declaré intentando calmarme—. Te he pedido demasiado, es verdad que sobrellevar a escondidas una relación no es fácil, creí que no sería tan complicado sacrificarse unos meses, pero no puedo pedirte que soportes una situación así por más tiempo. Soy consciente de que esto sólo me favorece a mí.

—No digas eso, tienes toda la razón, siempre la has tenido. No tendría que ser tan egoísta, y sí pensar un poco más en tu trabajo. Debería ser capaz de aguantar mis impulsos, al fin y al cabo sólo quedan dos meses para acabar el curso.

Poco a poco fui recobrándome del disgusto. Al parecer Scandar había recapacitado sobre nuestra relación, pero en el fondo sabía que era él y no yo, el que mayores sacrificios estaba asumiendo, al fin y al cabo él no tenía nada que perder si nuestro idilio salía a la luz.

—Gracias por ser tan comprensivo, eres mucho más maduro de lo que pensaba, siento haberte infravalorado— pude percibir a través de la línea como Scandar soltaba una pequeña carcajada.

—Pero qué dices, si la mitad de las veces no sé ni lo que hago.

—Te quiero— las palabras salieron de mi boca sin pensarlo.

—Yo también te quiero preciosa— fue su tierna respuesta.

Tras colgar el teléfono, una fuerte sensación barrió mi pecho. Sentía una pequeña punzada en el corazón que me obligó a tomar asiento. Aunque todo parecía haberse arreglado con Scandar, no dejaba de preguntarme por qué narices se habría enamorado él de mí.

Desde que estábamos juntos, no había hecho más que dudar de sus intenciones, y casi siempre me sentía a la defensiva por cualquier acción suya, incluso llegué a estar excesivamente pendiente de los comentarios que pudieran surgir de mis compañeros de departamento.

Sin embargo, Scandar siempre se había portado bien conmigo, y ni Rodrigo ni Salomé habían vuelto a pronunciar palabra alguna sobre mi relación con él. Definitivamente era yo la que estaba comportándose como una niña, y tendría que demostrarle pronto a Scandar que realmente lo amaba si no quería perderlo.