Domingo, 12 de Enero

A la mañana siguiente me despertó el ruido del niño jugando en el salón de casa. Tardé un par de segundos en ordenar las ideas dentro de mi mente, ni siquiera estaba segura de a qué hora había conseguido dormirme, tras pasar la noche en vela rememorando una y otra vez el beso de Scandar. Aún podía sentir el calor de sus labios sobre los míos. Me estremecí al darme cuenta de que aún seguiría en casa. Metí la cabeza bajo la almohada deseando de todo corazón que la tierra me tragara antes de tener que enfrentarme de nuevo a su mirada. ¿Qué le diría? ¿Cómo reaccionaría él? Mentalmente ensayaba las palabras que pronunciaría cuando me cruzara con él a la vez que me levantaba de la cama.

«Vamos Raquel, seguro que está tan avergonzado como tú. Demuéstrale que eres una mujer madura y que el hecho de besarte no te ha afectado» intentaba convencerme a mí misma.

Agarré una rebeca y me la coloqué por encima, sentía cierto escalofrío mientras me arrastraba hacia el salón. Allí encontré al pequeño Ángel jugando con un cochecito que le había traído su hermano la noche anterior, estaba tan distraído con el juguete que ni siquiera se percató de mi presencia.

De la cocina venía un suave olor a café recién hecho. Me recordó a la época en la que estudiaba en la facultad, y mi madre preparaba el desayuno por las mañanas para que fuera con energía a las clases. Nadie desde entonces me había preparado café.

Entré en la cocina y allí estaba él, con un mandil alrededor de la cintura, y peleándose con la tostadora a la par que vigilaba el café. Parecía tranquilo, sosegado, como si no hubiera pasado nada.

—¡Buenos días profesora!

Su tono despreocupado me confundió. Se suponía que debía estar nervioso, incómodo, sofocado como yo, pero su actitud no transmitía nada de eso. Se movía de un lado a otro por la cocina como si de su propia casa se tratara. Había preparado sobre la mesa un desayuno completo: tostadas, fruta, café y zumo de naranja. Estaba realmente impresionada, además de atrevido, se defendía a la perfección en la cocina.

—Buenos días— pronuncié con una voz más débil.

—Te he preparado el desayuno, espero que no te importe— dijo—. Quería recompensarte por habernos dejado pasar la noche en tu casa.

—No te preocupes, no tienes que agradecerme nada. No tenía intención de permitir que el pequeño durmiera en la calle.

Me regaló una de sus blancas sonrisas tras el comentario. Tenía que pararle los pies como fuera; otra vez lo estaba haciendo, siempre conseguía camelarme.

—Escucha Scandar, yo...

—¿Prefieres las tostadas con mermelada, o sólo mantequilla?— me interrumpió.

—No, bueno, eso da igual... Lo que quería decirte es que... ¡ay! No sé qué es lo que quería decirte— se me trababan las palabras.

—Vamos, deja eso ahora. Siéntate aquí y disfruta de tu desayuno— me ofreció una silla y me acomodé en ella mientras cavilaba en cómo decirle que su beso había sido un error y que esperaba que no se repitiera.

Se sentó frente a mí y se dispuso a echar unas cucharadas de azúcar en el café.

—¿Dos?— me preguntó mientras sostenía la cucharilla en la mano.

—No, sólo una por favor.

Noté que me miraba fijamente mientras añadía la leche caliente al café, entonces me sentí incomoda al imaginar el aspecto desaliñado de recién levantada que tendría, e intenté recogerme el pelo con disimulo.

—Estás muy guapa esta mañana— dijo como si me hubiese leído el pensamiento.

Definitivamente aquel chico desbarajustaba mis intenciones. Era un experto en expresar abiertamente lo que pensaba con absoluta naturalidad y aquella actitud me desorientaba.

—¡Ejem! Sí, claro... veras, lo que quería decirte es que...

—He hablado con mi madre hace un momento— volvió a interrumpirme—. Me ha dicho que Jacobo se ha marchado con unos amigos de caza, así que parece que todo vuelve a la normalidad de momento. Al menos no tendré que verle la cara hoy a ese capullo.

Una tregua. Al menos eran buenas noticias. Quizá la única solución a aquel problema fuera que, tanto Scandar como Jacobo, pasaran el menor tiempo posible en el mismo habitáculo.

—Me alegro— contesté con la boca aún llena. Me tomé unos segundos para tragar la tostada y proseguí—. Tendrás que ser paciente Scandar, hazlo por tu madre y tu hermano. Es ella la que debe decidir lo que quiere hacer con su vida.

—Supongo que tienes razón. Sólo espero que abra los ojos y deje pronto a ese desgraciado— se llevó la taza de café a la boca con cautela comprobando que no abrasara.

—Dale tiempo— puntualicé.

Me cogió la mano y la besó. De nuevo ese silencio incómodo. Entonces cogí aire para decirle lo que intentaba expresar desde hacía un rato.

—Scandar, lo de anoche no puede volver a repetirse— solté al fin—. Eres un alumno y además, eres menor de edad. ¿Sabes en qué lío podría meterme si alguien se enterara de que nos hemos besado?

—Lo sé— respondió—. Anoche estaba confundido y me dejé llevar. No tienes que preocuparte por nada, no volverá a pasar.

Su respuesta me dejó algo más tranquila, noté cómo los músculos de mi cuerpo se destensaban y solté un suspiro de alivio.

—Me alegra oír eso, porque no quisiera que nuestra relación estudiante-profesora se entorpeciera.

—¿Podremos seguir con las clases particulares?— preguntó sorprendido.

—Sí, claro— no pude negarme ante su entusiasmo—.Pero me temo que tendremos que reducir el número de clases por semana. Sólo tengo disponibles los lunes a partir de ahora.

Tenía la firme determinación de evitar estar a solas con él en repetidas ocasiones, así que disminuir los días por semana sería una buena opción. Por otro lado había conseguido que aprobara casi todas las asignaturas el trimestre anterior, y sería una pena no seguir ayudándole para que se graduara a final de curso. Un único día intensivo por semana sería suficiente.

—No sabes cuánto te lo agradezco. Te aseguro que me voy a esforzar todo lo que pueda por sacar el curso adelante.

—Bien.

Se levantó de la silla dejando su desayuno a medias, y se dirigió al salón.

—Vamos Angelito— le oí decir—. Tenemos que marcharnos ya.

Cogió a su hermano en brazos y lo llevó hacia la puerta. El pequeño no dejaba de reírse cuando Scandar le subió en volandas como si fuera un avión. Les acompañé hasta la salida y me despedí del pequeño con un beso.

—Hasta el lunes profesora.

Al cerrar la puerta no pude más que sonreír al recordar la situación en la que me había visto envuelta. Me pareció incluso ridículo pensar en lo intranquila que me había sentido, y sin embargo, él se había comportado con absoluta naturalidad y calma. ¿No se suponía que era yo la madura en toda esta historia? Sólo había sido una chiquillada, y yo me lo había tomado como algo realmente serio. Debería relajarme y no ser tan alarmista.

Aquel día terminé de recoger el desayuno, y a continuación me arreglé para ir a comer con mis padres. Por algún motivo me apetecía verme guapa, así que decidí acicalarme más de lo que solía hacerlo cada domingo.