Viernes, 8 de Noviembre
TOC, toc. Llamaron con un golpe suave a la puerta del departamento.
—Adelante— contesté.
Rodrigo apareció mostrando su dulce sonrisa.
—¿Por qué llamas a la puerta? Este es también es tu departamento— comenté extrañada.
—Sí, bueno. Como ayer te marchaste tan enfadada, no sabía si...
Se quedó tenso esperando en la puerta a que dijera algo. Quiso ser precavido para no molestarme después de mi inexplicable reacción del día anterior, del cual no me sentía orgullosa precisamente. Le debía una disculpa.
—Perdona, no sé que me pasó. Debes estar enfadado conmigo— dije arqueando las cejas.
—No mujer. Si es que no sabía qué te pasaba, tal vez llegué en mal momento.
—Lo que ocurre es que estaba un poco descolocada, en serio, no tengo excusa. Perdóname por haber sido tan grosera.
Entonces entró en la sala y tomó asiento junto a mí.
—No hay nada que perdonar. Si necesitas hablar de algo, sabes que puedes contar conmigo— ya más relajado me acarició la mejilla con su cálida mano en señal de apoyo.
La noche anterior no había podido dormir. Seguía disgustada por lo sucedido con Scandar. Ese chico iba a volverme loca; primero se enfrentaba a mí en clase, y luego me pedía disculpas; días después tenía una bronca con el tal Pedro en el aula de Cristina, y a continuación aparece de la nada como un héroe auxiliándome de aquellos salvajes; y para rematar la situación, se mete en una pelea delante de todo el alumnado, y ni siquiera se digna a hablar conmigo para darme una explicación. Mis pensamientos, por suerte o por desgracia, estaban totalmente confundidos y centrados en Scandar, y no era mi intención involucrar a Rodrigo en mis problemas.
—Gracias por tu apoyo, pero no tienes por qué preocuparte, ya se me ha pasado— con una leve sonrisa le correspondí acariciándole la mano.
—Ya sabes que puedes contar conmigo más allá del trabajo— su voz se tornó seria—. También me gustaría que me considerases un buen amigo.
Empecé a sospechar que bajo las palabras de Rodrigo había algo más que una simple amistad. Siempre se mostraba amable y cordial, y sentía que mis problemas le preocupaban más de lo debido, lo cual me llevó a la conclusión de que tal vez, me viera como algo más que una compañera. Era consciente de que Rodrigo tenía todo lo que una mujer podría desear en un hombre, era guapo, atento, inteligente, y además, su comportamiento era exquisitamente correcto, pero por alguna razón, aquello no era suficiente para mí.
Empezó a acercar su rostro poco a poco al mío con evidentes intenciones de besarme, pero al verme con los ojos abiertos como platos se recolocó en su silla. No supe qué decir hasta que me soltó de la mano y se levantó del asiento con síntomas de decepción.
—Oye Rodrigo— necesitaba tiempo para pensar, no quería que se marchase abatido—. Gracias, de verdad.
—Está bien— suspiró cabizbajo—. Nos vemos por aquí.
Al abrir la puerta para salir del departamento, se cruzó con Scandar. Observé cómo su mirada se había tornado humilde y serena mientras se saludaban el uno al otro. Empecé a escribir notas sin sentido sobre un folio para no mostrar la tensión que guardaba, no quería que se percatara de mi estado de nervios. Entró sin pedir permiso, y cerró la puerta con suavidad. Llevaba la mochila colgada de un solo hombro, y su rostro mostraba arrepentimiento (no era la primera vez que veía esa expresión en su cara). Fijé la vista en el papel intentando ignorarle. Después de lo que había sucedido, no tenía claro si quería hablar con él.
—Buenos días profesora— saludó con voz suave.
Seguí garabateando sin apartar la vista de la hoja. Al no recibir respuesta por mi parte continuó:
—Profesora, sólo he venido un momento para pedirte disculpas por mi mal comportamiento de ayer— parecía ansioso por obtener una contestación.
Su arrepentimiento me llevó a recordar a mi madre cuando me aconsejaba que no me dejara manejar por las amigas; y es que cuando nos enfadábamos por alguna tontería, yo era la que volvía a llamarles al día siguiente como si no pasara nada. También me decía que no tenía que ser rencorosa con las personas se mostraban arrepentidas, y debía darles una segunda oportunidad cuando sus disculpas fueran sinceras.
Algo parecido sucedía con Scandar. Me había decepcionado en varias ocasiones, y sin embargo, no podía enfadarme cuando me miraba con esos ojos inocentes y embriagadores a la vez. Acabé rindiéndome ante sus palabras, cerré los ojos por un segundo y dejé caer el bolígrafo en la mesa, girándome sobre la silla para mirarle de frente.
—¿Y cuánto tiempo crees que vas a aguantar sin meterte en más líos?— pregunté mostrando mi decepción.
—No profesora. Te prometo que no volveré a pelearme con nadie— aseguró llevándose la mano al pecho—. He hablado con Pedro y lo hemos aclarado todo, de verdad, no volverá a pasar.
Suspiré profundamente cansada de oír excusas, pero mi debilidad por él era más fuerte que la razón.
—Además, mi madre me ha pedido que te invite a casa a comer la semana que viene, para agradecerte por todo el esfuerzo que estás haciendo por mí.
Aquello me descuadró por completo. Conocía la imperiosa contundencia de Scandar por salvaguardar su intimidad, Silvia ya me había advertido sobre ello con anterioridad. Y nunca me vi con derecho a escarbar en sus orígenes, tal vez por miedo a que se sintiera traicionado por mi parte. Por eso, aquella muestra de confianza y amistad me sorprendió gratamente.
Utilizó su perfecta sonrisa de forma picarona para hacerme reír, consiguiendo que olvidara por completo todo el asunto, y le contesté:
—Está bien. Damos por zanjado este tema— me levanté de la silla y me acerque a él para darle un suave tirón de orejas—. Pero que no vuelva a pasar, ¿eh?
—Tienes mi palabra— me aseguró.
Tras un breve silencio le pregunté por qué motivo había decidido invitarme a su casa.
—Verás, mi madre se empeña en que vengas a comer, quiere conocer a la profesora que me está ayudando a sacar esto adelante— dijo señalando sus libros.— Ya sabes cómo son las madres, no aceptan un “no” por respuesta.
—¡Ah!— me decepcioné un poco al ver que la insistencia había sido por parte de la madre, y no porque a él le hiciera especial ilusión.— La verdad es que tengo mucho que hacer, no sé si me va a ser posible ir— mentí.
—Lo entiendo. No pasa nada, le diré a mi madre que estás liada— respondió arqueando los hombros.
—Quizá en otro momento— volví a tomar asiento para continuar con mi falso garabateo sobre el papel.
Se dio media vuelta para marcharse, pero por un instante no se movió de su sitio. Esperaba que saliera del departamento, pero no lo hizo. Se volvió y me dijo:
—La verdad profesora es que a mi madre le haría mucha ilusión que vinieras a casa.
—¿A tu madre?— no quería andarme con rodeos—. ¿Y qué me dices de ti?
—Bueno, a mí también me hace ilusión. Lo que pasa es que no sé si te va a gustar...
Por fin entendí su reacción. ¿Cómo no me había dado cuenta? Cualquier chico de su edad se sentiría cohibido si una profesora fuese a su casa a conocer a toda la familia. Pensé que tal vez se avergonzara por tener un hogar humilde, o por el desorden acumulado del padre, o por la constante insistencia de la madre por echar más comida en el plato.
Nada de eso podría importarme, y quería que él lo supiera.
—No preocupes. Si tu madre ha dicho que vaya, pues yo voy, no hay más que hablar.
De nuevo sonrió, aunque esta vez parecía un tanto forzado, o tal vez temeroso. En cualquier caso a mí me hacía especial ilusión conocer a su familia, y hablarles de lo inteligente que era su hijo y de las posibilidades que podría tener en el futuro.
—De acuerdo profesora, espero que no te lleves una decepción— se sinceró al final.
—Está bien. ¿Cuándo decías que era la comida?
—La semana que viene, tal vez el viernes, después de clase.
—Bien, en ese caso nos vemos el lunes para estudiar, y allí me confirmas lo del viernes.
—Gracias profesora.
—De nada.
Agarró su mochila, y salió del departamento feliz, dejando atrás su perfume.
Cuando cerró la puerta no pude evitar inspirar profundamente para que la fragancia se propagara por todos mis sentidos. Era realmente masculina y dulce a la vez.