Miércoles, 16 de Abril

LOS días siguientes avanzaron muy lentos. Cada vez se me hacía más insoportable no poder hablar con Scandar o tan siquiera cogerle de la mano unos segundos. Vernos a escondidas en el instituto era demasiado arriesgado, y pedirle que viniera a casa me resultaba cada vez más complicado, ya que casi siempre tenía el teléfono apagado o sencillamente no respondía a mis llamadas. Empecé a sospechar que estaba enojado conmigo por haber tomado la decisión de no vernos.

Una mañana, a la hora del recreo, me acerqué a un grupo de alumnos de primero que había formado un círculo, mientras hablaban de temas triviales:

—Hola chicos, ¿habéis visto a María? Su madre ha venido a buscarla para llevarla al médico— les pregunté.

En ese preciso instante, una figura firme y alta se colocó detrás de mí haciéndome sombra. Al girar, me llevé una grata sorpresa al comprobar que se trataba de él, sus ojos se clavaron firmemente en los míos mientras esbozaba una sonrisa en su cara. El corazón empezó a latirme tan fuerte, que por un momento creí que los demás alumnos notarían cómo se me salía del pecho, pero me obligué a girar la cabeza de inmediato al grupo para que no percibieran mi estado de excitación.

—Pedro, avisa a tu madre de que tu hermano se viene conmigo esta tarde en la moto, tenemos que terminar un trabajo de Física en mi casa— oí como le decía a uno de los chicos que había en el mismo grupo.

Quise pensar que había utilizado aquella excusa para estar un instante junto a mí sin levantar sospechas. Su cuerpo estaba tan cerca del mío, que podía incluso sentir su calor sobre mi espalda. De repente noté como su dedo comenzó a caminar despacio por mi cintura trazando un corazón, y aquello hizo que la piel de todo mi cuerpo reaccionara ante el tacto de su roce. Sólo duró unos segundos, pero el gesto consiguió que mis pequeñas dudas se disiparan por unos días.

Las vacaciones de Semana Santa también habían pasado sin poder estar juntos, Scandar aprovechó unos días para llevar a su madre y a su hermano a la playa; por lo visto, Jacobo tenía que hacer diversas gestiones y no quería que el pequeño Ángel le molestara con sus juegos y carreras por toda la casa. Tan sólo hablé con él por teléfono cuando me llamó para comunicarme sus planes, y que había conseguido aprobar todas las asignaturas de la segunda evaluación. No pude evitar que las lágrimas brotaran de mis ojos con la estupenda noticia, necesitaba darle un abrazo y decirle lo orgullosa que estaba de sus resultados.

Decidí pasar aquellos días de fiesta con mi familia. Puesto que no podía disfrutar de la compañía de mi chico, nada me vendría mejor que distraerme un poco al lado de mi hermano y mis padres. Solíamos juntarnos de vez en cuando en casa de unos u otros, aunque David no siempre aparecía; para su suerte, él tenía mejores planes con los amigos.

—¿Por qué no te vienes hoy conmigo? Así podrás practicar algo de deporte— me propuso una mañana.

—No tengo ánimos hermanito, me temo que el ejercicio físico y yo no somos buenos aliados— contesté apoltronada en el sofá.

—Vamos, seguro que te sentirás mejor en cuanto respires la brisa del mar— intentaba convencerme mientras tiraba de mi brazo para levantarme.

Me deshice de su agarre con suavidad para volver a acomodarme en el hueco del sofá.

—Déjalo, de verdad. No tengo ganas de ir a ningún sitio. Sólo quiero ver la tele tranquila.

—Últimamente estás muy rara. ¿Se puede saber qué te pasa? No te había visto así desde tus exámenes finales.

—No es nada, simplemente me interesa la película que están poniendo hoy— mentí.

Pero David no era tonto. Él sabía que algo no iba bien, y quiso indagar.

—¿Las cosas en el trabajo van bien?— preguntó.

—Sí, claro. Mejor que nunca— contesté de manera escueta.

Por unos instantes se quedó callado y tomó asiento en el sillón de al lado. Por el rabillo del ojo pude observar su atenta mirada clavada en mí.

—¿Qué?— le reproché presa de los nervios.

—¿No será por ese chico?— acertó de lleno.

—¿Qué chico?— intenté hacerme la despistada, aunque estaba impactada por su intuición tan precisa.

—Ya sabes, ese alumno tuyo que vino a la playa, ¿no se llamaba Scandar?

—¡Ah Scandar! Bueno en realidad él no es alumno mío— no sabía cómo disimular mi inquietud, y David pareció darse cuenta cuando me vio removerme incómoda en el sofá.

—¿Así que es eso?

—Oh vamos, no seas tonto. ¿Qué tendrá que ver Scandar con mi estado de ánimo?

—¡Lo sabía!— se levantó del sillón de golpe—. Te lo advertí, te dije que no te hicieras ilusiones con ese chico.

—Te he dicho que no...

—A mi no me engañas. Estás colada por ese chaval— su tono era de indignación—. Te dije que ese tipo de chicos sólo buscan una cosa. ¿Qué pasa, ya ha conseguido lo que quería y te ha mandado al cuerno?

Aquel comentario consiguió enfurecerme.

—David no te pases. Scandar no es así. No ha pasado nada de lo que tú crees, simplemente intentamos llevar esto lo mejor posible— le levanté la voz.

—Así que estás con él— al final me había delatado yo misma.

—David no te metas. No es asunto tuyo en cualquier caso— estaba tan enfurecida conmigo misma que no quise seguir hablando del asunto.

Volví a dirigir la mirada hacia la televisión ignorando su presencia.

—Muy bien hermanita. Tú sabrás lo que haces. Sólo intento ayudarte, pero veo que es imposible hablar contigo— y sin más, salió de la habitación y cerró de un portazo.

En aquel momento no creí que compartir mis preocupaciones con mi hermano fuera a ayudarme en algo. Sin embargo, anhelaba alguien con quien hablar y desahogarme, y pocos minutos después de que se marchara me arrepentí de no haberle confesado mis inquietudes.

Y es que los días pasaban, y yo me sentía cada vez más y más sola. Cuando tenía un rato libre intentaba visualizar a Scandar desde la ventana de algún aula en la hora de recreo, y casi siempre lo hallaba en el patio rodeado de sus compañeros de clase. Me era inevitable sentir cierta inquietud cuando se trataba de chicas avasallándole al sentarse sobre sus rodillas con muestras de cariño descaradas. Aquellas escenas eran de lo más común entre compañeros de instituto, pero para mí, él no era otro alumno más. Me sentía frustrada por tener que aguantar sin poder acercarme a aquellas niñatas y mandarles a paseo, pero no tenía más remedio que morderme la lengua y no protestar.

Nuestras miradas se cruzaban por los pasillos constantemente, y al principio siempre le devolvía la casi imperceptible sonrisa que me dedicaba. Pero cada vez me costaba más hacerlo, y llegó un momento en el que incluso desviaba la vista para no tener que enfrentarme a sus interrogantes ojos. Me dolía el alma evitar aquel diminuto gesto que tanto significaba para ambos, pero tenía que hacer grandes esfuerzos por no lanzarme a sus brazos y echar por tierra nuestros planes.

Para colmo, si ya de por sí me resultaba complicado pasar las horas en el centro, aquella mañana apareció Cristina por el departamento más exaltada que nunca mientras yo preparaba unos exámenes.

—¡Ay Raquel! ¡Qué bien que estés aquí!— dijo dando pequeños saltitos de alegría—. No sabes lo que me ha pasado.

—Debe ser algo bueno, porque te veo muy contenta— respondí sin entusiasmo alguno.

—No sé por dónde empezar, no te lo vas a creer— me cogió de las manos nerviosa.

—Prueba— contesté segura de que se trataría de alguna de sus ilusiones triviales.

Tomó aire profundamente para soltar el notición de golpe:

—¡Estoy saliendo con Rodrigo!— gritó eufórica apretando mis manos.

—¿Qué?

—¡Sí! Anoche fuimos a tomar algo al bar de siempre, y allí me pidió que saliera con él, ya sabes, en plan novios.

Si en aquel momento me hubiesen puesto un espejo delante, tendría la certeza de que mi cara habría sido todo un cuadro. Me imaginaba a mí misma como uno de esos dibujos animados al que le desencajan la boca hasta el suelo y los ojos se le salen de las orbitas, porque no di crédito a lo que estaba escuchando. Rodrigo y Cristina, ¿quién lo iba a decir? La más recatada de todo el instituto saliendo con uno de los profesores más atractivos.

—Vaya, no sé qué decir— me esforcé por ocultar mi perplejidad, aunque no resultó fácil.

—Pues di que te alegras por mí— sugirió con una sonrisa de oreja a oreja.

No podía decir que me entusiasmara aquella noticia; aunque tenía claro que Rodrigo y yo nunca llegaríamos a tener nada serio, sí que me sorprendió que eligiera a Cristina. Más bien le veía emparejado con alguien con más carácter, tal vez alguien como Salomé, mucho más madura e inteligente. Pero estaba claro que el amor era algo imprevisible, y jamás se podía dar nada por hecho. En el fondo sentí envidia al ver a Cristina tan ilusionada con su nuevo amor, y deseé mentalmente que mi dramática situación acabara lo antes posible.

—Bueno, pues... ¡enhorabuena! Espero que os vaya muy bien juntos— fue lo único que acerté a decir en aquel momento.

Tras recibir la “gran noticia” me marché directamente a casa. En el camino de vuelta fui haciéndome a la idea de lo ilusionada que debía estar Cristina con su nueva pareja. Sentí cómo un pequeño ápice de envidia nacía en mi interior, en el fondo era consciente de que mi vida habría sido menos complicada si hubiese dejado que Rodrigo entrara en ella, en lugar de enredarme con una relación que debía llevar a escondidas. Intenté no pensar en Scandar aquella tarde, pero me era inevitable recordarle cada vez que cerraba los ojos.

Abatida y absorta en mis propios pensamientos tomé una ensalada bastante sosa y decidí ver una película tirada en el sofá mientras ahogaba mis penas en un bol de helado de chocolate. No pude estar menos acertada al decantarme por un drama romántico en el que la chica amada acababa muriendo en los brazos de su novio por una enfermedad incurable, y acabé con dos paquetes de pañuelos arrugados sobre la mesa y un segundo bol de helado terminado.

Las horas pasaban lentas, y acabé por rendirme al sueño que llevaba retrasado por las noches en vela.

No supe el tiempo que estuve en aquella postura, cuando un ruido estridente me hizo saltar del sofá; se trataba del timbre de la puerta sonando nerviosamente. Tardé unos segundos en despejar mi cabeza y comprender que alguien estaba intentando obtener respuesta.

—¡Ya voy, ya voy!— dije mientras daba traspiés con los muebles intentando llegar hasta la puerta.

Al abrirla creí que aún estaba soñando. Tuve que frotarme los ojos para asegurarme de que estaba bien despierta. La imagen de Scandar al otro lado del vestíbulo, dedicándome una de las más maravillosas y resplandecientes de sus sonrisas, me paralizó los sentidos.

—¡Scandar!— grité lanzándome a sus brazos como una niña pequeña.

Estuvimos en aquella postura durante varios minutos, temía volver a separarme del calor de su cuerpo y quise empaparme del aroma de su inconfundible perfume.

—Raquel cariño, necesito respirar— bromeó tomando aire profundamente.

—¡Ay perdona! Es que te he echado tanto de menos, justo en este momento estaba pensando en ti— confesé.

—Yo también te echaba de menos, me he escapado de casa sólo para robarte un beso.

Volví a abrazarle con tanta intensidad, que no fui consciente de que era yo la que casi no podía respirar abrigada por sus brazos.

—Ven, pasa. No vaya a ser que algún vecino cotilla se quiera enterar de todo— le susurré al oído.

Cuando cerré la puerta me cogió en brazos y me llevó hasta el sofá, donde, sin el menor esfuerzo se sentó colocándome sobre sus piernas.

—¿Qué tal te va?— preguntó mientras me acariciaba la mejilla con suavidad.

—Fatal. No llevo nada bien el que estemos tanto tiempo separados, los días se me hacen eternos— contesté—. Pero no hablemos de mí, quiero saber cómo estás tú.

—A mí me ocurre más o menos lo mismo, la verdad es que no siento estímulo alguno cuando voy al instituto y tengo que pasar de largo por tu lado. Nada es igual, incluso en casa mi madre no deja de preguntarme qué me sucede.

—No sabes cómo lo siento.

—Raquel, tenemos que acabar con esto, quiero seguir viéndote como hacíamos antes— dijo tras un breve silencio.

—No sé— contesté pensativa— es muy arriesgado. Ten en cuenta que está en juego mi trabajo. Ya hemos conseguido aguantar un mes, y creo que deberíamos esperar hasta el verano.

—Yo ya no lo soporto más, quiero que estemos juntos— dijo con cierta aflicción—. ¿Sabes lo difícil que me resulta verte por los pasillos y no poder hablar contigo?, ¿o no poder llamar a la puerta de tu casa y pasar la noche juntos?

—Lo sé Scandar, a mi me ocurre exactamente lo mismo, pero ya sabes que no puedo arriesgar mi...

—¿Tu trabajo?— me interrumpió.— ¿Qué van a hacer, despedirte? Vamos Raquel, ni siquiera eres mi profesora.

—Lo sé, pero es que... no creo que sea bueno para la imagen del centro.

—¿El centro? ¿O más bien para tu imagen?— me acusó severo.

La conversación estaba tomando un rumbo inesperado. Nunca había visto a Scandar tan serio y enfadado conmigo, y aquella imagen de él comenzó a inquietarme. Para nada me gustó que me hablara en aquel tono, ya habíamos discutido el tema con anterioridad, y ambos acordamos esperar hasta fin de curso para volver a estar juntos. Por muy cabreado que estuviera, yo también lo estaba pasado mal aquellos días, pero era consciente de que si queríamos que nuestro plan funcionara, Scandar tendría que ser más paciente. Creí que ya había escuchado suficiente por aquel día, y lo último que necesitaba era que me acusara por pensar sólo en mí, y no en ambos.

—No te consiento que digas eso. Me ha costado mucho llegar hasta donde estoy ahora, y no voy a jugármela sólo por un capricho con un alumno de Bachiller— mis propias palabras resonaron en mis oídos produciéndome cierto dolor en los tímpanos.

Sus ojos se abrieron de par en par mientras un incómodo silencio se apoderó de la habitación. Supuse que mi malintencionada charla había ido demasiado lejos, y ni siquiera comprendía que aquellas duras palabras hubiesen salido de mi boca.

—Así que eso es lo que soy para ti; sólo un capricho— dijo al fin.

—Vamos Scandar, no te pongas así. Te he visto tontear con otras chicas en el instituto, y a saber lo que haces por las tardes con tus amigotes, ¿les has contado ya que te has enrollado con la profesora de matemáticas?

Frunció los labios y me estudió con la mirada. Examinó mi rostro durante mucho tiempo y de repente, apartó mis piernas de su regazo para levantarse del sofá.

—Veo que tienes muy claro tu concepto sobre mí— replicó dándome la espalda—. No te preocupes, no he contado nada a nadie, tu trabajo no se verá afectado por mi culpa.

Salió de la casa dando un portazo, y yo me quedé paralizada sobre el sofá sin saber qué hacer o qué decir. Dejé que se marchara y ni siquiera fui tras él para disculparme, era consciente de que la sinceridad con la que le había hablado había sido demasiado cruel. En el fondo, la conversación con mi hermano semanas atrás no se me había olvidado, e inconscientemente una parte de mí siempre había temido que Scandar sólo estuviera interesado en mí por sumar una nueva conquista a su currículum de seducción. Lo malo era que su reacción ante mis severas palabras, me había dejado con la duda; ¿sería posible que Scandar estuviese realmente enamorado de mí?, ¿acaso no me lo había demostrado ya?

Comencé a agobiarme al pensar que podría perderlo para siempre, la sola idea de no volver a sentir sus besos y sus abrazos hizo que la angustia se apoderara de mi ya machacado estado de ánimo. Un cúmulo de emociones, entre miedo y ansiedad, empezaron a provocarme una repentina aceleración del pulso.

De un salto me levanté del sofá y me apresuré a comprobar si Scandar aún seguiría en el descansillo del edificio, pero llegué demasiado tarde; el ascensor ya había bajado al primer piso y no había rastro de él frente a mi puerta. De muy mala gana me introduje en el interior de la casa creyendo que sería mejor dejarlo marchar y tomarme un tiempo para pensar en lo que realmente debía hacer. Tendría que poner en orden mis pensamientos y mis dudas, tan liados como una madeja de lana. Scandar no se iba a conformar con una simple disculpa. Por otro lado tendría que elegir entre acceder a su petición de no esconder nuestro amor, o dejar que se marchara sin más explicaciones.

Me llevé las manos al rostro para tapar mis ojos mientras deseaba que todo fuera producto de una horrible pesadilla, demasiadas emociones juntas para un sólo día. Sentía todo mi cuerpo tenso por la cantidad de pensamientos que se agolpaban en mi cabeza; a primera hora de la mañana me había sentido deprimida, después Cristina me arrolló inesperadamente con su fantástica noticia, más tarde en casa conseguí relajar mi estado de ánimo por unos minutos, hasta que llegó Scandar, y todo sucedió demasiado deprisa como para ni siquiera darme cuenta de en qué punto nuestra conversación se había tornado discusión.

Decidí irme a la cama pronto y desconectar por completo, ni siquiera me planteé cenar algo antes de acostarme, tenía el estómago totalmente cerrado. Me puse el pijama y sin mayores dilaciones me dejé caer sobre la cama. Sentí el suave tacto de las sábanas sobre mi cara cuando me escondí bajo éstas, creí que así podría hacer desaparecer todos mis problemas.

Nada más lejos de la realidad.