Sábado, 18 de Enero

- ¡Vamos David, tú puedes!— gritaba como una histérica para animar a mi hermano.

Iba el segundo en la competición, y estaba a pocos metros de alcanzar al primero. Aunque era consciente de que no me podía escuchar desde tan lejos, la emoción me embargaba, y mis gritos de ánimo superaban a los de la gente allí reunida viendo el Tercer Campeonato Nacional de Windsurf.

David se había entrenado duro para la prueba, todos los años quedaba entre los diez primeros de la competición, pero ese año se había propuesto con todas sus fuerzas llegar el primero. Scandar estaba sentado junto a mí, en las gradas que habían montado para la ocasión, junto a la orilla de la playa de Campoamor. Nunca antes había asistido a un campeonato de ese estilo, pero estaba tan animado como cualquier otro asistente, él también daba gritos de apoyo a mi hermano para que adelantara al chico que iba en cabeza.

El tiempo nos había dado por fin una tregua después de tantos días de lluvia, y aquella mañana, aunque hacía bastante frío, el sol nos deleitó con sus intensos rayos de sol. Tuvimos que abrigarnos bastante, ya que el viento alcanzaba los veinte nudos — al menos eso escuché decir a los expertos— y yo me protegí la cabeza con una gorra para que el pelo no se me enredara. Aún así sentía tanto frío, que no pude evitar agarrarme del brazo de Scandar para que me diera algo de calor.

—¿Tienes frío?— preguntó.

—Estoy helada— contesté tiritando—. No sé si es por el viento o por los nervios de ver a mi hermano.

—Déjame ver.

Me cogió de las manos y las colocó entre las suyas. Pronto sentí la calidez que desprendían cuando las frotó.

—¿Mejor?— preguntó.

—Sí, gracias— contesté.

—La verdad es que las tienes congeladas, y ya sabes lo que dicen: manos frías, corazón caliente— se burló.

Volví la mirada hacia la playa para que no viera la sonrisa que se había dibujado en mi cara. Era palpable que Scandar se sentía cómodo y bromeaba conmigo como si de una amiga se tratara, no me habría importado dejarme llevar y actuar con naturalidad, sobre todo después de haber aclarado el asunto del beso. Pero mi cabeza seguía advirtiéndome de que debía mantener una pequeña distancia.

—Esta es la última vuelta, como David no adelante al otro ahora, se va a tener que conformar con la segunda posición— me estaba poniendo realmente nerviosa ver que mi hermano no alcanzaba a su contrincante.

—Mira, ahora lo va a intentar— señaló Scandar.

Llegaron a la última señalización que indicaba la vuelta del recorrido. David intentó una maniobra por el interior de su competidor, con tan mala suerte, que acabó chocando contra la tabla del otro. Ambos cayeron al agua junto con sus velas, y los demás winsurfistas aprovecharon el momento para adelantarles. Temí que al estar tirados en el agua algún competidor pudiera pasarles por encima provocando un accidente. Me levanté de golpe del asiento para visualizar a mi hermano con mayor claridad, pero no llegué a vislumbrarlo. Hasta que no pasaron las demás tablas por la zona donde él y su contrincante habían caído, no se volvieron a ver ninguna de sus cabezas asomar del agua. Suspiré aliviada cuando ambos hicieron una señal con sus manos para indicar que se encontraban en buen estado. Afortunadamente no hubo daños que lamentar.

David consiguió llegar a la orilla en décima posición, no menos enfadado que su adversario, que había llegado el noveno por su culpa. Aún así, ambos se dieron la mano al terminar, y David le pidió disculpas por la caída. ¡Todo un ejemplo de compañerismo!

Scandar me acompañó para recibir a mi hermano en la orilla.

—¡Muy bien hermanito, has estado genial!— le di un abrazo sin importarme que estuviera mojado.

—La he pifiado al final— contestó quitándose los guantes de neopreno.

—Yo creo que has estado de puta madre. Si no arriesgas, no ganas— intervino Scandar.

—Tú sí que sabes chaval— dijo David guiñándole el ojo—. Este alumno tuyo tiene madera de campeón— señaló dirigiéndose a mí.

—Sí, es una buena pieza— bromeé.

—Deberías probar un rato, a ver qué tal se te da— David le ofreció su tabla a Scandar para que lo intentara, y este no dudó ni un segundo en contestar.

—¡Guay! Seguro que me gusta, pero no tengo traje de neopreno para el frío.

—No te preocupes, tenemos más o menos la misma talla, te prestaré uno que llevo en el coche.

Ambos se marcharon hacia los vestuarios para cambiarse. Después se dirigieron a la orilla con la tabla y una vela, y allí mismo David le explicó a Scandar cómo debía posicionarse para agarrar la vela con fuerza. Tras unos minutos de teoría sobre la arena, se metieron en el agua, y Scandar intentó seguir las instrucciones que le habían dado. Quedé realmente asombrada al comprobar que desde el primer momento fue capaz de mantener el equilibrio sobre la tabla; sujetaba la botavara con fuerza, tensando los músculos de sus brazos, y empezó a desplazarse lentamente mar a dentro. Viendo que no se le daba nada mal, se pasó la siguiente hora metido en el agua navegando de un lado para otro.

David y yo le observamos desde las tribunas.

—Parece un buen chico— comentó.

—Sí, es un buen alumno. Me he empeñado en que se gradúe este año y le estoy ayudando con las materias.

—Pues ándate con ojo— soltó de repente.

—¿Qué?— no entendía a qué se estaba refiriendo.

—Vamos, ¿acaso crees que no me he dado cuenta de cómo le miras?

—No sé por qué dices eso— empecé a moverme inquieta sobre la silla.

—Raquel, ese chico te gusta.

—¿De dónde sacas esas tonterías? Sólo es un alumno al que estoy echando una mano— los acertados comentarios de mi hermano comenzaban a enfurecerme.

—Raquel, te conozco desde hace bastantes años, y sé perfectamente reconocer cuándo un chico te gusta. No te estoy recriminando nada, sólo te digo que tengas cuidado. Yo también he sido alumno y me han atraído algunas de mis profesoras, ¡imagina si me llego a liar con una de ellas! Habría sido toda una hazaña de la que presumir delante de mis amigos.

—Eso no va a pasar— dije apartando la vista de él para enfilarla al mar.

—Bien, porque si te enamoras de un chico así, la que acabará sufriendo serás tú— viendo que no tenía la menor intención de hablar de ello, se levantó de su asiento y se encaminó de nuevo a los vestuarios.

No podía creer cómo mi hermano había sido capaz de acertar con sus comentarios sin ni siquiera conocer el tipo de relación que manteníamos Scandar y yo, pero tenía que admitir que tenía toda la razón. Me estaba engañando a mí misma, cualquier otra persona se habría alejado de Scandar si le hubiese ocurrido lo que a mí. Sin embargo, yo continuaba mi relación de profesora con él haciéndome creer que el beso no había tenido ninguna importancia. Pero sí que la tuvo. En el fondo tenía miedo de que se alejara y por eso no quise dejar las clases particulares con él.

Finalmente Scandar salió del agua satisfecho por haber logrado navegar el primer día, yo seguía esperando en la tribuna pensativa.

—¿Qué te ha parecido?— preguntó feliz mientras se acercaba.

—Muy bien, has estado genial. Veo que esto del windsurf no se te da nada mal— pronuncié aún un tanto distraída.

—Bueno, lo complicado ha sido mantener el equilibrio. Supongo que con un poco de práctica lo podré hacer mejor.

—¿Quiere eso decir que vas a intentarlo de nuevo?— quise saber.

—No me importaría seguir otro día. La verdad es que engancha bastante.

Las gotas saladas de agua resbalaban por su cara. Era agradable verlo feliz y divertido con el nuevo descubrimiento, su rostro reflejaba entusiasmo y era fácil contagiarse de su estado de ánimo. Tomó asiento a mi lado provocando un remolino de sensaciones en mi interior.

—Me alegro mucho de que te haya gustado el plan— repuse con una sonrisa cautelosa.

El viento procedente del mar me golpeó de frente, haciendo que el pelo se me viniera a la cara. Scandar lo apartó suavemente con su mano antes de que pudiera hacerlo yo.

—Gracias por todo lo que estás haciendo por mí— susurró mientras colocaba el mechón de pelo tras la oreja con una caricia.

—Scandar no hagas esto— murmuré bajando la vista al suelo.

Me rozó el rostro para atraer de nuevo mi mirada hacia la suya.

—Quiero hacerlo— su voz desprendía sensualidad—. No quiero esconderme más. Me da igual quien seas, o lo que opinen los demás.

—Scandar yo...

No sabía que decir. Me temblaban las piernas. De nuevo esa angustia por no poder expresar lo que sentía. Se me encogía el corazón cuando pensaba en mi trabajo, en mi familia y en quien era. Sólo necesitaba dos palabras. Dos palabras para decirle lo que sentía por él, pero un cúmulo de culpabilidad y remordimiento me impedía pronunciarlas.

—Vamos, dime algo— insistía—. Sólo quiero saber qué piensas.

Pero la respuesta no llegó.

—Debo marcharme— mi voz era ahogada.

Me levanté del asiento antes de que pudiera decir nada más, y sin despedirme de él me apresuré por refugiarme cuanto antes en el interior de mi coche.

El viento frío secaba las lágrimas que corrían por mis mejillas. Temí que pudiera seguirme y se percatara de que estaba llorando, así que caminé lo más deprisa que pude maldiciendo la accidentada arena de la playa que me impedía avanzar con naturalidad. Vi a mi hermano salir del Club de Windsurf, pero desvié la mirada y continué mi camino para no tener que darle ninguna explicación.

Por fin llegué al coche. El incesante ruido del viento se desvaneció cuando cerré la puerta, podía ver cómo las alborotadas olas rompían en la orilla, y las hojas de las palmeras se agitaban con fuerza por el viento. Algunos viandantes se sujetaban las gorras con las manos para que no se les volasen, y otros se resguardaban los ojos para impedir que les entrase arena.

Sin embargo dentro del vehículo se estaba en absoluta calma, sólo se escuchaba un suave silbido del viento. Contemplé a Scandar que seguía allí sentado, sobre la tribuna y sin moverse, observando el mar pensativo. Me sequé las lágrimas y decidí firmemente que aquello se tendría que terminar para siempre; no volvería a relacionarme con él fuera del instituto. Me dolían las cuencas de los ojos. «¡Dios!», murmuré y me odié con todas mis fuerzas.

Arranqué el coche, y con suma rabia contenida pisé el acelerador para salir de allí lo antes posible.